Julio Ortega
En el Prólogo a la segunda parte del Quijote Cervantes nos cuenta, con humor del bueno, que el emperador de la China le ha enviado un embajador para contrartarlo de preceptor de español y pedirle que su novela sea libro de texto. Hoy que las instituciones académicas y culturales padecen en todas partes de autocomplacencia, la que empieza por creerse su propia publicidad, deberíamos cuidar que la crítica y el debate sean parte de la inteligencia de las comunicaciones. Ahora que casi todo está subvencionado, la sonrisa de Cervantes sólo podría ser burlesca. ¿No habrá ya una beca para leer su novela?
Desde esta orilla norteamericana del español, quienes trabajamos en el Hispanismo atlántico, hemos contado con el Instituto Cervantes para ampliar el debate por un español internacional, hecho en una política incluyente, que no discrimine a América Latina; y que en lugar de un activismo histérico (redundante y sin público) sintonice con el diálogo académico.
Con sus directores (Fernando Rodríguez Lafuente, Joan Juaristi, César Antonio Molina) he compartido el clásico deporte local de planear el futuro como un simposio. Cervantinamente, el camino no ha sido regional: nunca tuvimos que volver a La Mancha. Más bien, todos queríamos ir más lejos. Y, gracias a ello, ninguno ha tenido que vender el Quijote en la China. Aunque es probable que más difícil será venderlo ahora en España, ya que con el Máster de Boloña hemos topado. Estoy yendo a visitar a la actual directora para compartir los duelos y quebrantos.
En América Latina, las casas de España forman parte del paisaje local, y varias de ellas son un término de referencia para los más jóvenes. Las otrora anacrónicas Academias de la Lengua, son hoy todas distintas y responden a su entorno. Algunas traman el tejido literario y el académico, que muchas universidades no han sabido aún sumar. No estaría mal que los Congresos de la Lengua Española consideren incluir a las lenguas regionales. En verdad, esos Congresos podrían ser modelos de la conversación, más allá de las zonas de contacto evidente, en torno a la nueva hibridez lexical y las sumas sintácticas, que hoy son una práctica literaria y hasta un paradigma cultural. Por ejemplo, el español andino, bien documentado por los linguistas, produce hoy una literatura de notable riqueza, hecha en la mezcla del quechua y el español. Se trata de una lengua que se transforma en el avance de las migraciones internas, en el cruce de fronteras y normas. Por eso digo que es una lengua peregrina, que estos migrantes llevan como el instrumento más refinado de nuestra modernidad conflictiva. No muy distinto es el caso de Dante: exiliado acarreaba su lenguaje, bebiendo de él, como buen peregrino. Por eso no deberíamos extrañarnos si la próxima gran literatura hace el camino paralelo: el de los exilios, la migración, y la mezcla idiomática, allí donde la creatividad humana ya no es de este mundo. De éste, digo, no del otro.
Despúes de todo, ¿qué tienen de común el quechua y el catalán, aparte de que lo usan un número igual de hablantes? ¿Qué tienen en común el aymara o el náhuatl con el vascuence o el gallego? El español, naturalmente. Es la lengua franca para todos ellos, esto es, la lengua de negociación civil. Si unas comunidades linguísticas han sobrevivido mejor que otras es porque han sabido dialogar. El ejemplo más vivo (menos burocrático) lo dan hoy mismo los mapuches chilenos: 35 de ellos están en huelga de hambre hace 60 días (mapuexpress.net), reclamando lugar en la mesa de negociaciones nacional. El presidente Piñera ha hecho el ridículo al declarar que “no hay que confundir a los pueblos originales con la treintena de comuneros.” La brutalidad (no hay otra palabra) de esa declaración demuestra que se les quiere negar el origen, que es su humanidad.
No pocos escépticos creen que las instituciones culturales españolas son la avanzada neocolonial de una España empresarial y bancaria cuyos capitales ocupan cada vez más espacio. No deja de ser irónico que el Banco Santander haya tenido que cargar con esa mala prensa. Josefina Ludmer, a propósito de su último libro (Aquí América Latina, Una especulación) denuncia un neocolonialismo español en el espacio académico y cultural. Pero la simetría de los mercados no es homóloga a los pisos de la ecología cultural, aun si hay, como es claro, un sistema de objetos culturales que reproducen la lógica del mercado. La cultura opera en español como un sistema de pisos articulatorios. No tendría que ser tan difícil separar la paja del grano. Pero en tiempos de crisis ni Cervantes está libre de que se perjure en su nombre. Yo ya no estoy seguro de que la nueva literatura hispánica siga siendo española y latinoamericana, sospecho que es otro mundo, más cerca del futuro.
Por eso, sería saludable cierta cautela al batir tambores acerca de la expansión internacional del español. Primero, porque no es prudente hacer números con una lengua hablada por los más pobres sin pasarles el micro a ellos. Segundo, porque valdría la pena mirarse en el espejo del francés y la Alianza Francesa, que estuvo más enraizada que el Instituto Cervantes. La nuestra, en efecto, es una cultura institucionalmente vulnerable, que sufre hoy la burbuja de sus montos de inversión, rebajando el valor de su oferta. El costo de producción cultural es excesivo, y en la crisis actual el encarnizado modelo endogámico empeora el control de las restricciones. Más bien, éstas pueden imponer la regresión hacia el Estado y, en su seno, el autoritarismo entrañable, y el desgaste. Tampoco parece inteligente mantener programas subvencionados donde hay menos estudiantes que funcionarios. La total ausencia de autocrítica ha creado un sonambulismo no sólo ético sino del buen gusto: el punto de saturación, en las comunicaciones tanto como en la cultura, promueve la irrelevancia. En tiempos de crisis, el derroche.
El concurso de proyectos artísticos para representar a Cataluña en la sección “Eventos” de la Bienal de Venecia, que convoca el Instituto Ramon Llull, ofrece 450,000 euros al ganador (uaav.org/wordpress/ archives/6180). Si cada comunidad y país nuestro inviertiese esas sumas en su imagen artística, los mapuches serían nuestro último espejo verdadero.