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Sarkozy en los infiernos

Sarkozy iba a ser el presidente que administrara el siguiente y doloroso peldaño. Francia no es el único país que se halla instalado en un hundimiento tan lento como indiscutible. Miremos Italia, donde la decadencia tendría visos de comedia entre erótica y bufa sino fuera por sus proporciones inmensas de corrupción, fraude y delincuencia mafiosa. No hace falta tampoco que levantemos los ojos de casa, donde ahora nos vemos demacrados en el espejo de nuestra escasa pericia en la creación de riqueza sólida y fiable. Cruzando el canal nos consuelan escasamente los baldíos esfuerzos por adecentar las ruinas pavorosas de aquel imperio marítimo que dirigió el mundo hasta hace apenas un siglo.

Casi todos descendemos: unos con dignidad, otros perdiendo la compostura, los de más allá sin sentido alguno del ridículo, y nuestra vecina República perdiendo su alma. Y precisamente su alma republicana, la que le ha dado las mayores horas de gloria y ha levantado la mayor admiración en el mundo, además de constituir, incluso hasta ahora mismo, el mejor modelo de cohesión e integración social de los allí nacidos y de los recién llegados, la nación cívica por excelencia nacida con la Revolución. Había que trabajar más, y resulta que no hay trabajo; recuperar la capacidad de compra, y los trabajadores no hacen más que perderla; estrechar los lazos con Estados Unidos, pero no hay buena química con Obama; dirigir Europa, y resulta que es Alemania, definitivamente despegada del marcaje francés, quien lo hace; liberalizar la economía, pero sin ceder ni un ápice del poder incluso presidencial Estado patrón colbertiano; reformar el capitalismo pero favorecer a los capitalistas amigos. En todo se ha mostrado Sarkozy incoherente y contradictorio, y sólo en una cosa no le ha vacilado el pulso: a la hora de sacar la porra autoritaria del gendarme. Tampoco ha fallado su verbo airado de demagogo populista, dispuesto a estigmatizar a gitanos e inmigrantes y a crear un clima de creciente suspicacia hacia los musulmanes franceses. Ha dado así la vuelta a la imagen de Francia, admirada antaño y ayer mismo denostada desde la Comisión de Bruselas. Y lo peor es que el desfile infame lo preside un hijo de inmigrantes y un hombre que se instaló en la estela republicana del gaullismo, tradición política perfectamente discutible pero de las más honorables y admirables que ha dado Francia y el siglo XX europeo. Sarkozy se presentó como el presidente que haría todas las reformas necesarias para realizar este difícil paso pero sin perder nada de lo sustancial que define la República de la igualdad, la fraternidad y la libertad. No es extraño que esté en caída libre en popularidad porque no ha hecho ni una cosa ni la otra: ni las reformas urgentes que precisaban una economía y una sociedad instaladas en el arcaísmo y en los derechos adquiridos; ni ha conservado el alma republicana y sus valores ilustrados que han hecho grande a Francia, vilmente entregados al populismo atroz que cabalga por toda Europa y que en Francia lleva tres decenios incubando en el extendido lepenismo. Ni ha mantenido el poder y la influencia de Francia, apercibida ahora desde la Comnisión y el Parlamento europeos, ni ha preservado su alma republicana.

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15 de septiembre de 2010
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Jean Echenoz en España

Jean Echenoz en España Jean Echenoz estuvo en España, donde presentó su nuevo libro Correr (Anagrama), el segundo libro de una trilogía de biografías noveladas que se ha propuesto el autor. El primero fue Ravel, sobre el músico, ahora se trata del atleta checo  Emile Zátopek y la tercera estará entregada a Nikola Tesla, el polémico inventor de la corriente alterna, la radio e incluso el control remoto. Dice el autor en el ABC:

(?) convertido en un icono soviético, en «la prueba de que el socialismo podía crear a los mejores deportistas», apunta Echenoz, su éxito fue también su condena. «Correr era lo que le daba sentido a su vida, pero también lo que se la robaba», explica Echenoz, quien relata en «Correr» como el régimen socialista, temeroso de que el atleta decidiese «escapar» aprovechando alguna de las muchas invitaciones que recibía de la Europa occidental o de Estados Unidos, limitó sus desplazamientos y tergiversó sus declaraciones. «Fue un rehén del sistema», sentencia Echenoz. El propio escritor revela que, cuando terminó el libro, descubrió que habían utilizado a Emil para firmar una carta en la que el régimen se regocijaba públicamente de la muerte de un enemigo del régimen.Con el apodo de «la locomotora humana» y convertido sin querer en un atleta de Estado, Zátopek nunca dejó de correr con su estilo imposible y esa cara como tensada por cables de acero. Incluso cuando lo alejaron de las pistas y le mandaron a limpiar las calles de Praga, Emil seguía corriendo. Contra el régimen, contra sí mismo y contra su propio pasado. «Su carrera se puede entender como una manera de escapar», añade Echenoz. «No es una biografía, ya que nadie podría llegar al fondo de lo que era Zátopek», matiza el francés. Aún así, su mano moldea realidad y ficción para anudar atletismo y socialismo y relatar desde sus inicios en una fábrica de zapatos a su destierro a unas minas de uranio por apoyar públicamente a Alexander Dubcek pasando por su fulgurante éxito deportivo. «Hay que buscar al personaje, pero sin convertirse en un esclavo», asegura.

También en La Razón entrevistan a Echenoz donde dice que su personaje fue un héroe y un rehén del socialismo.

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15 de septiembre de 2010
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El mal patrón

Una de las discusiones más frecuentes cuando de Cuba se habla es si a esta realidad en la que vivimos se le puede aplicar el calificativo de ?socialista?. Para mi generación, que se crió entre libros de marxismo, manuales de comunismo científico y tomos con los textos de Lenin, resulta difícil identificar este modelo con lo planteado en aquellas obras. Cuando alguien me pregunta al respecto, le digo que en esta Isla habitamos bajo un capitalismo de estado o ?si se le pudiera llamar así- bajo un latifundio de partido? de clan familiar. Mi teoría viene dada porque en aquellos vetustos libros que me obligaban a estudiar, había una línea imprescindible para caracterizar a una sociedad como socialista: que los medios de producción estuvieran en manos de los trabajadores. Sin embargo, a mi alrededor lo que percibo es un Estado omni propietario, dueño de las maquinarias, las industrias, la infraestructura de una nación y todas las decisiones que se tomen sobre ella. Un patrón que paga bajísimos salarios y les exige a sus empleados el aplauso y la incondicionalidad ideológica. Ese dueño avaro advierte ahora que no puede seguir dándole trabajo a más de un millón de personas en los sectores presupuestado y empresarial. ?Para avanzar en el desarrollo y la actualización del modelo económico?, nos dice que deben reducirse drásticamente las plantillas, mientras apenas abre pequeños y controlados espacios a las tareas por cuenta propia. Hasta la Central de Trabajadores de Cuba ?único sindicato permitido en el país? informa que los despidos llegarán pronto y que debemos aceptarlos con disciplina. Triste papel para quienes les toca representar los derechos de sus afiliados frente al poder y no a la inversa. ¿Qué hará el anticuado patrón que ha poseído esta Isla durante cinco décadas cuando sus desempleados de hoy se conviertan en los inconformes de mañana? ¿Cómo reaccionará cuando la autonomía laboral y económica de los cuentapropistas se convierta en autonomía ideológica? Ya lo veremos blasfemar, estigmatizar a los prósperos, porque la plusvalía ?como la silla presidencial? sólo puede ser suya.

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15 de septiembre de 2010
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El dominio adolescente

Hace algunas semanas me topé en una librería Borders con toda una sección dedicada a una novela llamada Mockingjay. Había posters, llaveros y demás parafernalia. Jamás había oído hablar de la autora del libro, Suzanne Collins. Me puse a investigar y descubrí que la novela era la conclusión de una trilogía comenzada un par de años atrás con The Hunger Games; que los primeros dos libros de la serie habían vendido dos millones y medio de ejemplares; que inicialmente estaba destinada al público adolescente y por eso no la conocía, pero que, como ocurre regularmente desde la explosión del fenómeno Harry Potter, ahora estaba a punto de invadir el mundo adulto. La industria editorial aborrece el vacío, y ya tenía el reemplazo perfecto para los vampiros de Stephenie Mayer.

En mis épocas de colegio, como muestra de madurez, a los catorce años los chicos serios leíamos completas las novelas que nuestros profesores nos daban en versión juvenil a los once y doce (Don Quijote en 150 páginas, Moby Dick en 200 de letra muy grande y con dibujitos). Ahora ocurre al revés: es la cultura adolescente la que empuja, y sus gustos y preferencias musicales, cinematográficas y literarias nos dominan. Hay varios factores detrás de esto: por un lado, la fuerza del público adolescente a la hora de comprar entradas para ver una película más de una vez, hacerse con todos los libros de una saga o llenar su habitación con los productos relacionados con el tema de moda; por otro, la creciente infantilización (¿o juvenilización?) de la cultura popular. Supongo que esto ha sido así desde los años cincuenta, sobre todo en la música y el cine, y que ahora lo nuevo es que también ha aparecido en la literatura.  

The Hunger Games es una novela distópica que, pese a sus elementos futuristas, se lee como un relato clásico de aventuras. De hecho, lo más interesante de la trilogía de Collins es la forma en que mezcla el futuro con el pasado. Katniss Everdeen vive en uno de los doce distritos de la nación de Panem, que, como castigo a una sublevación pasada, deben enviar cada año a la capital un tributo en la forma de una pareja de adolescentes (entre los 12 y los 18 años); los adolescentes luchan entre ellos hasta que sólo quede uno vivo. La lucha es televisada a toda la nación y seguida con avidez: el distrito ganador recibirá como premio raciones extra de comida y bienes de todo tipo. El paisaje post-apocalíptico es de una novela de ciencia ficción, pero la lucha entre los adolescentes está más cercana al mundo primitivo: flechas y dardos, ataques de avispas asesinas, peleas a puño limpio.

La novela hunde sus raíces en los mitos clásicos: Katniss es una versión contemporánea de Teseo, que, enviado por Atenas como tributo a la poderosa Creta, debe ir a luchar por su vida en un laberinto en el que lo espera el Minotauro. El toque contemporáneo es que el enfrentamiento de Katniss contra otros adolescentes es parte de un espectáculo televisivo: como si lo que ocurriera en una novela como El señor de las moscas estuviera siendo transmitido en vivo y se hubiera transformado en una versión radical de Survivor.
 
Leer The Hunger Games me hizo recuerdo a esas versiones infantiles de Don Quijote y Moby Dick. El lenguaje es simple, no hay una sola frase de la novela que no haga avanzar la trama; el suspense está bien dosificado, y la literatura es entendida aquí como el relato adictivo de una aventura intensa (Moby Dick es también una novela de aventuras; con los años, sin embargo, descubrimos que la versión infantil ha eliminado de la novela cosas muy complejas sin las cuales la literatura se empobrece: las descripciones interminables de la ballena, la forma en que ésta se convierte en un símbolo del infinito). Los adolescentes han encontrado en la trilogía de Collins una gran metáfora de su mundo despiadado y violento. Los adultos pueden prepararse: al paso que van las cosas, el mundo adolescente será cada vez más el nuestro. 

La Tercera, 13 de septiembre 2010

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14 de septiembre de 2010
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EL MURO de Marlen Haushofer

RESEÑA SIN PLUMAS Por: Oscar Pita Grandi LA HISTORIA DE NUESTRAS PERDIDAS El sentido de la vida y del amor es todo lo que le queda. El recuerdo de una vida que ha dejado atrás de un día para otro. Dos hijas casi adultas que nunca más volverá a ver. Una casa en la ciudad. La idea de que es una mujer de cuarenta años incapacitada para las tareas manuales necesarias para sobrevivir en un bosque de este lado del mundo, o mejor dicho, detrás del muro. Quizás la última persona del planeta. Hugo Rüttlinger y Luise, dueños de un cazadero, la habían invitado a pasar unos días en su chalet del bosque aprovechando le temporada de caza. El día acordado, parten los tres en el Mercedes Benz. Dejan atrás la ciudad. Después de tres horas de viaje por fin se instalan. Hugo estaba pensando en tomar una siesta para reponerse, cuando Luise le pide que la acompañe caminando al pueblo por alguna tontería. Así la dejan sola en el chalet, que en realidad es una cabaña de madera, con un sabueso bávaro llamado Lince. El cansancio del viaje la vence. Piensa en sus dos hijas, en su esposo muerto hace un par de años, se echa a dormir. Despierta casi de noche, Hugo y Luise todavía no han vuelto. A la mañana siguiente sale a buscarlos con Lince por delante. Poco antes de alcanzar la desembocadura del desfiladero camino de la carretera, Lince vuelve a ella llorando, trae el hocico ensangrentado. Ella continua el camino, y a los pocos pasos choca la frente con un obstáculo invisible: el muro. Narrado en primera persona por una voz femenina, testimonial y anónima, ?El Muro? es la historia de aquella mujer que al despertar descubre que se encuentra absolutamente aislada o sola, literalmente, en el mundo. Del otro lado de aquella sólida pared invisible, la vida parece haberse terminado para los humanos y animales. ¿Hasta dónde se extiende el muro? ¿Recorre también el subsuelo, se eleva hasta el infinito? ¿Se trata de un arma de destrucción o de un fenómeno inexplicable? ¿Cuándo vendrán los vencedores a reclamarlo todo? ¿Es el Muro una manifestación del Fin del Mundo? Me hubiera sido más fácil aceptar un estado de locura que aquella terrible barrera invisible (pag. 17). Las respuestas vendrán o no vendrán. Vale lo mismo. Para pensar en la humanidad primero hay que mantenerse con vida. Eso decide: vivir para esperar las respuestas. Pero no hay teléfonos ni supermercados ni farmacias ni hospitales. Y las provisiones de azúcar, cerillas y chocolate alguna vez se acabarán. Las tarjetas de crédito y el dinero son inútiles. Vendrá el invierno y la nieve cerrará las puertas. Aquellas simplezas domésticas y cotidianas se vuelven terroríficas, invencibles. El conocimiento de la ciudad no importa tanto como el instinto y la fortaleza interior. Su drama personal, ínfimo y anónimo, cobra una inmensidad apabullante al instalarlo dentro de aquel ?gran drama? que significaba el muro: Durante esos diez días me había aturdido con trabajo, pero el muro seguía en el mismo sitio y nadie había venido en mi ayuda (pag. 40). Sabe que lo más probable es que no solo se pierda en su propia vida sino en el tiempo. Toma notas, lleva un calendario. Aprende tareas del bosque y decide escribir lo que leemos: Será el último relato que escriba en mi vida porque en cuanto lo termine no habrá en toda la casa ni un trocito de papel sobre el que poder escribir (pag. 208). ¿Acaso el leerse era una manera de estar con alguien, con una persona distinta de quien había sido antes del viaje con Hugo y Luise? La soledad la conduce con naturalidad a hacer de los animales su familia y de la monotonía de sus días una poética del abandono. Después del desayuno reuní en el dormitorio todas mis provisiones e hice una lista de ellas. Aquí la tengo, al alcance de la mano, pero no voy a copiarla, a lo largo de mi relato aparecerá cada objeto que entonces yo poseía (pag. 43). La certeza de lo perecible nunca fue tan sólida en ella. Y justamente cuando la única certeza que tenía era la muerte del otro lado del muro y la probable muerte de ella misma por frío, hambre o enfermedad, se aferra a la vida de los detalles. La vida se ha convertido para ella en algo breve y precioso, imposible ya de ver como una totalidad. El muro que la ha aislado del mundo la ha acercado a sí misma. Somos educados para convivir con el resto de una u otra manera pero no estamos preparados para convivir con nosotros mismos, parece querer decirnos la austriaca Marlene Haushofer; nacida en 1920, recibió el Premio Nacional de Literatura austriaco en 1968 pero no recibió el reconocimiento que merecía hasta después de su muerte en 1970. Con un lenguaje sugerente, reflexivo y matizado por un lirismo que torna vívido el relato (Pag. 123: Aquel 6 de noviembre, un día fresco y soleado, todavía me podía permitir una excursión a territorio desconocido. La nieve se había derretido y las hojas marrones y rojas cubrían lisas y brillantes de humedad los senderos.), ?El Muro? es una conmovedora novela que nos enfrenta, de manera inteligente, sutil y natural, a los problemas de incomunicación, identidad, automatización, soledad y desamor vigentes en la sociedad moderna. Lejos de parecer efectista y aludir a teorías ya probadas por la ciencia o imposibles de comprobar, la novela está escrita desde lo humano, desde la experiencia de vida e incluso desde el misterio que significa cada persona para sí misma pero, sobre todo, desde el descubrimiento de aquel misterio. La historia de esta mujer a la que ya no le importa su nombre, es también nuestra historia, o la historia que hemos de vivir alguna vez, o la que ya no queremos continuar viviendo; la historia privada de nuestras pérdidas, de nuestras incapacidades, de nuestros intentos, nuestros pequeños fines del mundo. Marlene Haushofer, al parecer, no ha querido obsequiarnos ?el gran mensaje de la salvación? ni la fórmula perfecta para los suicidas tanto como ponernos a vivir con esa persona básica y elemental que ya nunca seremos o nunca lo fuimos, y justamente en un mundo también básico y elemental que ya nunca volverá a serlo jamás. El Muro Marlen Haushofer Siruela, Barcelona. 1995

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14 de septiembre de 2010
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Ruido

El ruido viene de la división. El silencio consiste- posee su alisada consistencia- de la continuidad del tiempo y del espacio. El silencio se despliega como una tela inconsútil y cualquier incidencia en su tejido basal es equivalente a una ruptura expresable en ruido. El gemido, el chasquido, el silbido, el chirrido son formas que terminan con la materia del silencio y abren su aglomeración a lo impredecible. Acaso al caos, a la hecatombe, a la deflagración, a la bomba atómica.

Mientras reina el silencio no hay lugar para el disentimiento. Ausencia y silencio se asocian puesto que tanto uno como otro pertenecen al mismo  orden intangible y esencialmente inalterado.

Lo que se altera, en cualquier ámbito, provoca la emergencia de otra nota que, tanto en la música como en la historia, en la vida presente como en la memoración, deshace la armonía preexistente. ¿Armonía? No exactamente. El silencio no es armónico sino transarmónico o protoarmónico, es el vacío o el blanco sin blanco la nada o el incoloro negro de la muerte. O también podría decirse que viene a ser como el fin sin fin, el principio sin origen, la actualidad sin noticia, la acción sin reacción, la pasividad sin resistencia, el sí igual al no.

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14 de septiembre de 2010
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Mujeres, Chabrol y Balzac

 

Uno de nuestros cineastas preferidos tuvo la mala idea de morir el otro día en perfecto estado de gozador impenitente, de amante de la vida y de sus placeres. Nos dejó sin cena, sin cenizas de habano, sin vino y sin charla en Valladolid. Había prometido estar en  Otoño y en el Festival de Cine de Valladolid. Sobre todo porque se había asesorado de los buenos vinos de la Ribera del Duero y de la gastronomía de la zona. Dos buenas razones para el desplazamiento de un intelectual dionisíaco. Estábamos invitados al homenaje por su cine, por haber filmado algunas de las películas que mejor retratan al burgués, al pequeño burgués, al provinciano o al capitalino de nuestro recordado siglo XX. Una irónica lucidez que no paró con el nuevo siglo. Todavía recuerdo el placer que fue luchar por concederle un premio en el Festival de Sevilla a su película "La chica cortada en dos", de 2007. Me quedé solo, perdí, aunque tengo claro que de mi lado estaba la razón, al menos la razón poética. Y el humor.

Cuando murió Chabrol estaba leyendo unas deliciosas narraciones breves de Honoré  de Balzac, quizá el novelista que más se parece a Chabrol. Dos universos muy parecidos separados por un siglo. Dicen que tiene la finura de Balzac para el retrato social. Tienen mucho más que eso en común. Nada más hay que comprobarlo acercándose a Balzac, ya sea en estos relatos "Mujeres lo bastante ricas" que ha publicado Periférica. O acudiendo a otros clásicos del autor de "La comedia humana", "Papá Goriot" o "Fisiología del matrimonio". Las mujeres de Chabrol también son como esa de "Otro estudio de mujer" que es definida por su enamorado "como una estufa con encimera de mármol". Así nos imaginamos muchas veces a las mujeres de Chabrol. Así vemos a la hermosa e inquietante Isabelle Huppert, ese pequeña y pecosa llena de sensualidad.

Hace años conocimos a otra de sus musas, Stéphane Audran, que protagonizó algunas de sus películas de primera ola y que siempre estará en nuestros recuerdos de erotismo y cine.

Como Balzac, fue un burgués desencantado de la burguesía. Un solitario que supo compartir gozos y sombras. Un amante de las mujeres, de las suyas y de las del prójimo. Un libertino que se moderaba. Un vital vividor. Los dos trabajaron mucho en aquello que les gustaba. Federico Engels dijo que "el realismo visionario de Balzac le había enseñado más sobre la sociedad del siglo XIX que todos los economistas, historiadores y sociólogos juntos". Lo mismo podríamos decir de Chabrol y sus retratos de la clase media. También de otras clases. El vino de Ribera, nosotros y ellas, lo echaremos de menos en Valladolid o en París. Seguiremos viendo sus películas. Como seguimos leyendo a Balzac. No somos tan diferentes.

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14 de septiembre de 2010
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Viaje al centro de sí mismo

Cuando se hayan desvanecido los restos de nuestra egolatría nacional, ese amasijo de presunciones tan arrogantes como amargas, se comprenderá mejor la excepcionalidad de un libro que ha sido escrito lejos del influjo de la España saturnal. Distanciado por carácter de las furiosas polémicas mediáticas, exento del tributo intelectual ofrecido a los clanes dominantes, libre de la pasión fratricida que tanto consuelo procura a combatientes y tertulianos, el escritor y filósofo Rafael Argullol ha elaborado una majestuosa evocación literaria con el único yo digno de tal nombre.

Argullol ha elaborado una majestuosa evocación literaria con el único yo digno de tal nombre

Es probable que las 1.200 páginas de Visión desde el fondo del mar sean leídas como la recapitulación autobiográfica de un autor especialmente dotado para recordar los momentos más significativos de su intensa y prolífica existencia. Pero en lugar de apuntalar la estampa social del ego imaginario -como intenta siempre ese memorialismo hecho de embarazosas omisiones- el libro de Argullol relata con gran riqueza de detalle un viaje emprendido hacia el más revelador centro de sí mismo.

En esta pródiga memoria, los lugares visitados, los hombres conocidos, las imágenes atisbadas, los pensamientos concebidos, las palabras en algún momento pronunciadas y los sueños recordados emergen con fuerza inusitada. Pero la mirada que los rescata del pasado no solo es uno de los ejercicios de introspección más lúcidos a los que tendremos acceso. El testimonio del cosmopolita ilustrado se transforma a lo largo y ancho del libro, mientras recorre desiertos, selvas, ciudades y algún que otro infierno, en una conmovedora lección existencial.

Al lector le resultará extraña la sensación de familiaridad que muy pronto le inspiran los afectos del autor y se preguntará cómo podría admirar el subyugante relato de su intimidad sin confundirla con la suya propia. La narrativa de Argullol lo consigue con una maestría tan apacible como el tono elegido para implicarnos en su descarnado ejercicio de interrogación. Pues en vez de abandonarse a la desesperada indulgencia del género biográfico, al enmascarado elogio del sí mismo que rige muchos de estos ejercicios, el autor rescata los recuerdos de una existencia fascinada desde la primera infancia con los displicentes enigmas del ser.

La atención prestada al más sutil de los rumores ocultos en el olvido, la minuciosa observación de los rostros desdibujados en una fotografía, el retorno inesperado de una frase dicha en una remota velada familiar o constatar de repente la influencia que una inocente lectura juvenil tuvo en el rumbo posterior de su vida, le permite tratar a los sueños, a las visiones y a las imágenes fugaces, con el mismo respeto que dedicamos a las grandes gestas históricas.

Las reflexiones y relatos del libro han sido urdidos por una voz literaria inconfundible y retratan fielmente la determinación de un autor dispuesto a descifrar las marcas que el paso del tiempo ha dejado en su piel. La conversación accidental con un desconocido, la aparición de seres convertidos por azar en el oráculo de una poderosa premonición, la compañía de una entrañable hermandad de sombras (el Pordiosero, el Caminante, el Benevolente, el Recordador, el Gran Negador...), el paisaje iluminado por el destello de un pensamiento repentino, las mujeres reconocidas como la encarnación de una perecedera y eterna vestal, la amistad revisitada como el más noble de los deberes sagrados, esbozan la personalidad de un hombre absorbido por las dimensiones menos tangibles pero más evidentes de la realidad.

A menudo, mientras prolonga sus imprescindibles meditaciones sobre la anomalía cósmica del nacer, Argullol se pregunta qué debe hacer con un libro cuya agotadora tarea amenaza con dejarlo exhausto en medio de su ensoñación. Reiteradamente concluye que la escritura será el pasaje clarividente de su espíritu y que gracias a su intransigente urgencia podrá aprender algo de lo que significa mirar el mundo.

Es a esta renovadora mirada sobre la condición humana a la que debemos prestar atención si queremos captar en toda su amplitud el significado que una memoria detallista ha encontrado en el fondo de sí misma: los secretos vínculos de una identidad que trasciende los límites del cuerpo, el diálogo entablado con los mil nombres de la muerte, el impenetrable origen del dolor, pero también la amable deuda contraída con los padres, los hermanos y amigos encontrados en el largo tránsito de una vida vivida sin temor a las consecuencias de vivir.

El lector cabal de las Visiones se sentirá interpelado a emprender el mismo camino de indagación, a guardarse de la trinidad maligna que atenaza al corazón del hombre -Codicia, Hechizo y Sumisión-, y no serán pocas las ocasiones en que lamente con el autor las imposturas que el libro deja al descubierto. Pero sobre todo le conmoverá ver dibujada la trayectoria vital de un hombre con tan elegante expresión de fuerza, inteligencia y ternura.

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14 de septiembre de 2010
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El revelador turco

Turquía es el revelador de muchos prejuicios. Quienes sospechan por sistema del laicismo europeo pueden exaltarlo si se trata del laicismo turco. Partidarios de inscribir a Dios y a las creencias religiosas en las constituciones consideran un abuso que hagan cosas similares los islamistas del Partido Justicia y Desarrollo. No son pocos quienes quieren meter en un totum revolutum la sharía del Islam fundamentalista y las prácticas piadosas de los creyentes turcos, el burka obligado de los talibanes y el velo cuya prohibición ha levantado el islamismo moderado turco. No hay que olvidar a quienes sólo pueden concebir el nuevo mundo globalizado si no es en términos de una nueva guerra fría en la que Occidente debe terminar encontrando su enemigo en el islam.

El hecho trascendental, acogido positivamente por la Unión Europea, es que la consulta democrática del domingo, en la que la mayoría de los ciudadanos se ha manifestado a favor de una reforma constitucional, consolida la democracia turca en una cuestión elemental como es terminar con la supremacía e incluso la vigilancia del poder militar sobre el civil consagrada en la Constitución otorgada de 1982 por los militares que habían tomado el poder en un golpe dos años antes. Es un paso más hacia Europa, aunque paradójicamente coloca los tres poderes en manos de Erdogan y su partido islamista moderado, que podrán así seguir avanzando en su idea de democracia islámica que les orienta hacia su entorno árabe y musulmán. Turquía, con su fuerte demografía y una economía emergente, es una pieza cada vez más decisiva de un nuevo rompecabezas geopolítico en el que cuentan el peso del Islam en el nuevo mundo globalizado, su compleja y a veces polémica relación con la democracia y con la modernidad o el cáncer del terrorismo yihadista abonado por el salafismo. La democracia parlamentaria turca tiene una enorme capacidad de irradiación sobre su zona de influencia, desde Asia central hasta el Magreb. Es obvio el peso que puede tener Turquía en la resolución del conflicto israelo-palestino. Hay que contar con Ankara para la consolidación de un Irak en paz. También para contener o soslayar el peligro nuclear iraní. El referéndum del domingo consolida a Turquía en esta función a menudo paradójica de puente entre continentes, religiones y civilizaciones, que puede llegar a convertir a este país en la fuerza decisiva para la modernización y democratización de Oriente Próximo. Pero consolida todavía más el liderazgo de Recep Tayyip Erdogan como contrafigura de Atatürk, el padre fundador de la república turca. Esta es la segunda consulta en la que Erdogan, que ha ganado dos elecciones generales, consigue el consenso mayoritario de sus conciudadanos para la reforma de la Constitución. Y su victoria del domingo le sitúa en una posición excelente para volver a ganar las elecciones en 2011 y convertirse en una especie de refundador islamista de la República.

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14 de septiembre de 2010
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En la cima de los años

Experimentaba un sentimiento de fatiga y de espanto al sentir que todo este tiempo tan largo, no sólo había, sin interrupción alguna, sido vivido, pensado, conservado por mí, que constituía mi vida, que era mi propio yo, sino también que debía en todo momento ser mantenerlo atado a mí, que era el soporte de ese mi yo fijado en su vertiginosa cima (...) Sentía vértigo al ver bajo mis pies, y sin embargo en mí, como si tuviera leguas de altura, tanta cantidad de años (IV, 624)

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14 de septiembre de 2010
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