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me pongo triste cuando pienso

óleo de Lucio Fontana CARTA Queridos filósofos: me pongo triste cuando pienso. ¿A vosotros os pasa lo mismo? Justo cuando estoy a punto de hincar los dientes en el noumenon, alguna novia antigua me viene a distraer. ?¡Ni siquiera está viva!? grito a los cielos.

La luz invernal me hizo tomar ese camino. Vi lechos cubiertos con frazadas grises idénticas. Vi hombres de mirada sombría sosteniendo mujeres desnudas mientras las maguereaban con agua fría. ¿Era para calmarles los nervios o castigo?

Fui a visitar a mi amigo Bob quien me dijo: ?Alcanzamos lo real cuando vencimos la seducción de las imágenes?. Yo estaba dichoso, hasta que me di cuenta de que tal abstinencia nunca sería posible para mí. Me sorprendí mirando por la ventana.

El padre de Bob llevaba a su perro a pasear. Se movía dolorosamente; el perro lo aguardaba. No había nadie más en el parque, sólo árboles desnudos con una infinidad de formas trágicas que hacían más difíciles las cosas.

CHARLES SIMIC

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19 de octubre de 2010
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LA CASA DEL MIRADOR CIEGO de Herbjørg Wassmo

RESEÑAS SIN PLUMAS Por Oscar Pita Grandi UN MECANISMO DE RELACIONES HUMANAS ATORMENTADAS El libro comenzó con un sonido: el viento y el hielo que se resquebraja y una niña a la orilla del mar. Y luego de leerlo, imposible no creerle a Herbjørg Wassmo (Vesteråles, Noruega, 1942) sobre el origen de esta historia. ?La Casa del mirador ciego? es una novela silenciosa, incómoda, construida con una simpleza y belleza admirables, poética en sus detalles casi austeros y narrada desde un punto de vista femenino, infantil, casi inocente. Un punto de vista que no emite juicios de valor sino que ofrece los hechos desde una consciencia limitada, casi inmediata, profundizando tan sólo en el pensamiento de Tora, la niña protagonista.  1955. En una isla de los fiordos al norte de Oslo, donde todo llega con cinco años de retraso con respecto de la capital noruega, se yergue a lo alto una casa de barandas y ventanas cerradas con tablones que da título a la novela. Una casa señorial, antigua y ya decadente desde la ocupación alemana en la 2º Guerra Mundial, convertida en residencia de familias humildes en aquella isla básicamente dependiente de la pesca. La llaman El Hormiguero. Tras sus muros cada quien vive su propia historia. Las paredes lo oyen todo pero callan (?Pero sobre las seis de la mañana un grito animal desgarró el aire. Atravesó todas las cabezas del Hormiguero y cada uno pensó lo suyo?). Tora vive en El Hormiguero. No es agraciada. Es hija de un prófugo soldado alemán y madre noruega, Ingrid. Eso la hace diferente en La Isla. Pero no conoció a su padre. Ingrid se casó luego con un soldado noruego. Tullido y alcohólico. Henrik es su nombre. Henrik abusa de Tora algunas noches. La peligrosidad llama Tora a eso que la hace sentirse sucia. Ingrid no lo sabe porque trabaja también de noche en la factoría fileteando pescados. Tora calla. Juega con los demás niños del Hormiguero. Va a la escuela en la granja. Tiene a su tía Rakel, hermana mayor de Ingrid. Rakel es buena, decidida, no tiene hijos. Su esposo, Simón, tiene un almacén y un barco pesquero. Rakel, Ingrid y Tora forman un triangulo capaz de resistirlo todo en aquel pueblo machista y solitario. Casi todo. Desde las primeras páginas Wassmo nos advierte de la peligrosidad. Pero no quiere ser morbosa y mantiene cierto pudor en los detalles. Le interesa la tensión y la angustia que ello produce en Tora, los mecanismos de evasión de aquella realidad imposible de vencer con las manos. Un acto repudiable y privado que junto a la condición de ser hija de alemán la hace dudar incluso de Dios y de la bondad que existe en el mundo. Pero no se rinde. Su tía Rabel (?Las culpas del mundo son de los hombres y de Dios, ellos hacen la guerra, no las mujeres?) es la contraparte de fortaleza que le falta a Ingrid, su madre. La amistad con Fritz, un amable niño sordomudo, la anima. En El Hormiguero no hay tiempo para el resto, sólo para uno mismo y sus problemas. Prevalece un orden inquebrantable. El uso de las letrinas. Los turnos para lavarse. Donde no hay leyes establecidas crecen otras formas de castigo. ?La casa del mirador ciego? lejos de tomar lo pederasta como una cuestión melodramática, prefiere utilizarlo de palanca para echar a andar un mecanismo de relaciones humanas atormentadas por la falta de oportunidades y la resignación, tanto dentro como fuera de la familia. Un silencioso machismo invencible como la nieve que se hace esperar. La necesidad de combatir la soledad en aquellos parajes nórdicos, o tan blancos o tan negros, conduce a sus habitantes a tener una baja expectativa de felicidad, les reduce la autoestima y los confunde. Lo que sucede en el presente es lo que sucederá por mucho tiempo. Las pocas alegrías son pequeñas, inocentes y casi una burla. Las culpas y temores callados confunden los límites del amor hasta extenderlos muy cerca de lo injusto. HerbjørgWassmo nos muestra que el vínculo entre las mujeres de La Isla es muy fuerte pero insuficiente y limitado por la brutalidad y el cinismo de los hombres. ?La casa del mirador ciego? es una novela de género pero ante todo es una novela humana. Pone de manifiesto la gran fortaleza e inteligencia de las mujeres en situaciones límite, y delata las falencias de un sistema que no sabe funcionar sin favorecer a los varones. Personalmente hubiera preferido una Tora menos pasiva y rebelde. Una Tora quizás con algo de Céline, la adolescente protagonista que la escandaliza con su maldad en ?Buenos días tristeza?. Pero finalmente la nieve enseña a ser paciente. Cuando no queda más que frío y soledad no queda mucho espacio para la esperanza. Pero, ¿Dios la habrá oído? ?La casa del mirador ciego?, primera novela de Wassmo, fue nominada al Premio de Literatura del Consejo Nórdico y obtuvo el Premio de la Crítica. Es la primera parte de la ?Trilogía de Tora?, con un final más que suficiente para querer leer las próximas novelas de la saga. ¿Una Tora a lo Antoine Doinel? Con la segunda parte Wassmo ganó el Premio de los Libreros y, finalmente, en 1987, el premio del Consejo Nórdico con el último libro de la trilogía, ambos de próxima publicación en castellano.  La casa del mirador ciego Herbjørg Wassmo Nordica, 2010

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19 de octubre de 2010
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Imposible despedirse

Ted Hughes y Sylvia Plath Esta nota en Radar Libros sobre Ted Hugues y Sylvia Plath es conmovedora:

Hasta su propia muerte, el poeta Ted Hughes mantuvo un silencio de tumba con respecto al trágico suicidio de Sylvia Plath. Aun cuando muchos le encontraban una relación muy directa con la partida de Hughes junto a su otra mujer, Assia Wevill, quien a su vez se suicidaría seis años más tarde, luego de matar a su hija pequeña. Ahora se acaba de publicar en la prestigiosa revista New Statesman un poema inédito del año 1963, encontrado en la Biblioteca Británica (donde está el archivo del poeta fallecido en 1998), que refleja la angustia del poeta al enterarse de la muerte de su esposa. ?Last letter?, el poema en cuestión, se centra en el momento en que una voz en el teléfono le avisa lo sucedido: ?Una voz como un arma elegida/ o una inyección medida con cuidado/ transportó fríamente cuatro palabras hasta el fondo de mi oído:/ su esposa ha muerto?. Hughes trató de corregir durante treinta años el poema, pero finalmente decidió dejarlo afuera de su última colección, publicada el mismo año de su muerte y por la que se le concedió a título póstumo el Premio Whitebread.

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19 de octubre de 2010
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El turmix europeo

La cuestión de fondo es saber si Europa debe aceptar que es un continente de inmigración, después de haber sido de emigración durante casi dos siglos. No se trata de tomar decisión alguna: por más que se esfuercen quienes rechazan la idea de la sociedad coloreada y multicultural o quienes por el contrario consideran el mestizaje como el ideal de sociedad humana, unos y otros apenas podrán influir en algo que ya es una realidad sin retroceso posible. La diversidad europea ya no es la de las viejas naciones y sus correspondientes lenguas y culturas nacionales sino que es una creciente diversidad interna de cada una de ellas, que las acerca a todas y las aproxima al modelo de sociedad norteamericana: un doble turmix, que funciona entre los europeos y luego en el interior de cada uno de los países. Ante esta nueva realidad hay que escoger qué actitud se toma: aceptarla como fruto de una evolución ya irreversible y sacar el máximo partido de la nueva dinmámica social; o exacerbar las tensiones que comporta necesariamente un cambio de esta envergadura hasta dividir los países y el continente e incluso declarar una especie de ?guerra fría? social y cultural entre cristianismo e islam .

Hay muchos argumentos de peso a favor de la aceptación. Necesitamos los inmigrantes para seguir creciendo y para asegurar el equilibrio demográfico sobre el que se asienta el Estado de bienestar. Una Europa sin inmigración se convertiría muy pronto en un continente envejecido, sin dinamismo económico y sin suficientes jóvenes para hacer funcionar el aparato productivo y pagar los impuestos y las cotizaciones sociales imprescindibles para asegurar las pensiones y las prestaciones sociales. Hay quien ha echado las cuentas, pero es preciso subrayar que no se trata de una cuestión meramente cuantitativa. También hay un aspecto cualitativo que conocen muy bien los norteamericanos: los países capaces de atraer talento joven de todo el mundo no sacan más que beneficios; y el talento no llega únicamente de la mano de universitarios ya formados, sino de la promoción mediante buenos sistemas escolares y universitarios de los jóvenes más ambiciosos e inteligentes cuyos padres se han partido la espalda trabajando como simples obreros manuales en el país de acogida. Hay también muchos argumentos en contra del rechazo. Convertir a los inmigrantes y más en concreto a los musulmanes europeos en un cuerpo extraño y estigmatizado, sometido a una presión colectiva, es lo peor que se puede hacer para integrarles en las sociedades europeas y lo que más fácilmente suministra base social al radicalismo islamista. No son las campañas electorales, los escándalos mediáticos y los gestos demagógicos de los gobiernos y de sus oposiciones los mejores instrumentos para aclarar conceptos y poner en práctica medidas que sirvan a la integración. La inmigración masiva que ha recibido Europa en los últimos decenios y la que seguirá recibiendo exige buenas políticas educativas, de vivienda, urbanismo y empleo. Es por supuesto imprescindible que los recién llegados sean tratados como ciudadanos, iguales en derechos y deberes, y esto, es verdad, no corresponde en sentido estricto al modelo llamado multicultural de sociedades que hacen vida aparte, yuxtapuestas y cerradas dentro de la sociedad europea. Nadie defiende seriamente este modelo y todo el mundo sabe que lo primero es integrar lingüísticamente a los inmigrantes, por lo que es obligado que aprendan a toda prisa la lengua del país, que sus hijos se escolaricen, que sean atendidos por los servicios sanitarios y sociales, y que vivan en barrios mezclados, todo lo que impida el aislamiento y la ghetoización de los recién llegados. Cuando la derecha alemana necesita escuchar en boca de su canciller que la sociedad multicultural ha fracasado totalmente lo que quiere entender es otra cosa. El jefe de los socialcristianos de Baviera, Horst Seehofer, lo ha dicho con mayor claridad y brutalidad, al rechazar la llegada de más inmigrantes de ?culturas extranjeras?, especialmente de Turquía y los países árabes. La derecha clásica alemana se adentra así en el territorio donde el populismo ultraderechista venía campando en los últimos meses con creciente desenvoltura. Ya no son únicamente los partidos de extrema derecha de Dinamarca, Holanda, Austria o Bélgica; tampoco la demagogia personalista del berlusconismo y del sarkozysmo; si no la derecha hasta ahora más seria y responsable de Europa. No hay que olvidar que las chispas que han encendido esta hoguera son dos gestos con el paso cambiado, es decir, con derecha e izquierda intercambiando sus papeles: un libro contra la inmigración de un socialdemócrata xenófobo como Tilo Sarrazin y un discurso a favor de un conservador moderado como el presidente de la República, Christian Wulff, que llegó a declarar que el Islam también es parte de Alemania.  

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19 de octubre de 2010
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La última clase

Como una maldición que van acentuando los días, a un lado y otro, van enfermando gravemente los amigos y las amigas. El cáncer es el principal causante de su deterioro y, a menudo, de su devastación en apenas unas semanas. Me miro en el espejo y aún me veo libre de ese ataque pero la  intensidad de la sevicia ha llegado a ser tan asidua que no me parece más probable mi suerte que mi infortunio. Simplemente el infortunio parece un efecto de la edad aunque haya quien lo desmienta irresponsablemente. Porque viene a ser, en efecto, un estrecho correlato de la edad, un suceso  prácticamente ineludible si se comprueba que ya a partir de los sesenta hay quien súbitamente aparece muerto en las esquelas. Estos han arrastrado el cáncer dos o más años, algunos unos meses, quizás.

Pero también, un ejército contiguo  de parientes y conocidos que han cumplido los setenta se suman a los que abate el mal en la década anterior y, finalmente, mueren por pares aquellos maestros que cumplieron los ochenta y se despiden de nosotros como si ya hubiera terminado definitivamente la lección, hubiera concluido para siempre el aprendizaje y llegados a ese punto ¿qué justificará la continuidad de nuestra asistencia al aula? A la vida, en fin, que  con ellos ha cerrado el último capítulo de su libro, su magisterio, su protección, el aire vital de nuestra propia existencia ya desescolarizada y, acaso, incluso ya descatalogada.

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19 de octubre de 2010
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Gatos y Premio Planeta

 

 

Soy alérgico a los gatos. Me gustan pero no los puedo soportar. Aunque sean gatos de mi ciudad. Ni gatos madrileños, ni otro casticismo a la gatomaquia. De casticismos solo mantengo soporto el de algunos fragmentos de zarzuelas, el del cocido y el de los callos a la madrileña.

Pero con los gatos no puedo. Ni me gusta el amable apodo de "gato" por madrileño, ni sus representaciones, artístico/kitsch, como simpáticos habitantes estéticos de los tejados. Ni siquiera soporto los gatos de Roma, sin duda los que mejor se mueven entre las ruinas. Y a pesar de toda esa soflama antigatuna me gusta el título de la novela ganadora del Premio Planeta de este año. Me gusta porque sí, porque suena muy eficaz para retratar ese tiempo y esa ciudad. Me gusta por ser de Eduardo Mendoza, ese escritor de Barcelona tan de otra parte, tan de muchas ciudades, tan urbano y tan sagaz en su mirada entre el humor y la diversión inteligente. No sé si su sajona distancia, su irónica suavidad, su maneras contenidas, educadas y sutiles, me serían muy soportables tratadas de cerca, pero cómo lector, madrileño, amante de una Barcelona que apenas existe y preocupado por éste país, sus guerras, sus preguerras y sus posguerras estoy muy interesado y expectante ante su novela que le hizo ganar el Planeta.

Otra noche más de ese premio tan importante, tan controvertido y tan necesario para nuestro tinglado literario y su mercado. Los hay excelentes, buenos, regulares e infames. Como nosotros mismos en estos últimos casi sesenta años. Otra vez una sorpresa- aunque anunciada y conocida unas horas antes- pero también una alegría. Dos condiciones que no siempre viajan juntas en premios como éste.

Me alegré que uno de los mejores escritores de la Barcelona mítica, real, irreal y no tan lejana, haya decidido novelar sobre un Madrid cargado de excesos, pasiones, peleas, intereses y canalladas de antaño. Tan reconocibles, tan sin época, ni lugar, ni condición. Me gustan las buenas  novelas, y punto. Pero me interesan a priori las que hablan de fascistas, de comunistas o de otros ístas- ultraístas incluidos-  aunque sea bien. Incluso si hablan mal. No eran aquellos tiempo para tibios, aunque tantos hubiera, aunque tantos siga habiendo. Y no me gustan las novelas que se escriben desde la tibieza, desde la corrección, la neutralidad o la lección de historia democrática. La literatura no tiende porqué ser ni democrática ni todo lo contrario. ¿Qué será lo contrario de democrático?

Desde Elx, también llamada Elche, desde su clima más apacible que misterioso, desde el recuerdo borrado de esta ciudad en otros años, con otras compañías, brindaré por el suave, pulcro, listo e irónico Eduardo Mendoza, que nada tiene que ver con Elche que so sepa. En Elche, y con esta noche de otoño tan dulce, estoy dispuesto a brindis varios. Hace un rato ya hice un brindis al sol. Y fuese.

 

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18 de octubre de 2010
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El peso de Borges

Borges murió hace casi veinticinco años, pero su vuelo se sigue viendo por todo el cielo de la literatura. El influjo de su obra en los escritores es tal vez el más universal que hoy existe, y también en la tierra que pisan los lectores, muchos de ellos en las antípodas, crece el número de quienes lo descubren o lo releen. Lo que sucede con Borges en la Argentina es de un carácter distinto, quizá más preocupante; allí su peso sobre los escritores cae inexorable, marcando de un modo tan indeleble a tantos de los mejores que uno se pregunta -haciendo un juego de ucronía- cómo habría sido en los últimos treinta años la ficción escrita en Argentina de no haber nacido en Buenos Aires, a finales del siglo XIX, un hombre llamado Jorge Luis Borges.

    Aunque la nómina es extensa (y comprende, por supuesto, a escritores en castellano de otros países; Bolaño, por ejemplo, ‘tampoco' sería Bolaño de no existir un Borges), yo estoy pensando en algunos ejemplos de ese ‘borgianismo' instintivo o quizá genético tal y como lo veo en excelentes escritores argentinos que he leído recientemente: Edgardo Cozarinsky, César Aira, Fogwill, Ricardo Piglia, fijándome en los dos últimos, uno por su reciente y lamentable desaparición a la edad de 68 años, y en Piglia por la actualidad de su estupenda ‘Blanco nocturno' (Anagrama), de la que un crítico español ha dicho ocurrentemente en su reseña que es la novela gauchesca que Borges nunca escribió.

     El caso de Fogwill tiene otro perfil. Me lo presentaron el viernes 6 del pasado agosto en Montevideo, donde participábamos, junto a otros escritores, en el Festival Eñe, le oí esa misma tarde hablar, compartí el desayuno y sus gruñidos al día siguiente en el buffet del Hotel Columbia, frente al Río de la Plata, y dos semanas después leí su necrológica. Al margen de sus méritos literarios, que son muchos, Fogwill fue un maestro de la invectiva, aunque no siempre la mordacidad de su discurso tuviera consistencia; en la charla de Montevideo, quizá su última comparencia pública en vida, consiguió que varios autores conocidos (cuyo nombre silencio por discreción post-mortem) se salieran de la sala donde peroraba, hartos, con toda razón, de sus insubstanciales ‘boutades'. Lo curioso es que las ‘boutades' de Fogwill son absolutamente ‘borgianas', siendo los dos tan diferentes en ideología, en modo de vida y hasta en sus presupuestos literarios. Pero Borges pesa mucho.

   Sin la circunspecta ironía de aquél, Fogwill arremetió a las bravas en ese festival financiado por entidades privadas y públicas de España contra los españoles, uno de los pasatiempos preferidos -tanto en privado como en algunos de sus escritos y declaraciones- por el autor de ‘El Aleph'. Y también Fogwill usaba con frecuencia la conocida argucia engañosa de Borges de poner por las nubes a escritores curiosos o secundarios (Cansinos Assens) para vituperar mejor a los verdaderamente importantes como Valle Inclán o Lorca. Las bromas sobre españoles (o ‘gallegos') abundan en los textos de Fogwill, y son en su mayoría francamente divertidas, sobre todo leídas en España y por nativos. La escena cómica en la "pizzería de españoles' de su relato ‘Muchacha punk' es memorable, pero yo me quedo con ese apunte del hermoso texto autobiográfico que precede a sus ‘Cantos de marineros en La Pampa', donde, tras decir otras maldades, señala porqué los grandes almacenes londinenses nunca emplearían a españoles. La explicación que da es ‘puro Borges'.

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18 de octubre de 2010
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El plasma vital

No hay conciencia que no sea conciencia de algo. No hay sujeto sin objeto ni objeto sin sujeto. Esta tautología viene a ser sin embargo, el plasma vital.

No hay conciencia presente por sí misma, no hay conciencia de sí sin rebote en el objeto. No hay, en fin, conciencia que no se represente en objetos o simulaciones de objetos: imágenes, signos, cosas más o menos apropiadas, figuras triviales o abstractas. La conciencia y el sujeto se dicen en términos de cosas.

El recuerdo difiere de la representación por una cualidad: la cualidad de la vivencia. Mientras hay recuerdo, el pasado se enlaza con lo actual y conserva la vivacidad cambiante del presente. Lo cual no significa haber recobrado una presencia sometida a los avatares de las circunstancias presentes sino de haber construido una ausencia en la presencia. La ausencia se hace presente y participa de sus representaciones, de sus figuraciones y desfiguraciones. Y, un paso más, la ausencia experimenta también las circunstancias de la memoria y el olvido. Memoria de la ausencia, ¿olvido de la ausencia? La suma de la desmemoria y la desmaterialización componen un nuevo estadio del conocimiento, el sentimiento y la figuración. La ausencia de la ausencia, el sueño del sueño, el recuerdo del recuerdo son pares de una realidad desrealizada, parte de un mundo que vivimos sólo como inconsciente y que, sin embargo, pesa como el plomo, a su vez inconsciente, sobre el campo del porvenir.

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18 de octubre de 2010
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Te echamos de menos, Tom Wolfe

El 'nuevo periodismo' de hace 40 años es lo más viejo que se conoce. No por las cuatro décadas o más transcurridas desde la invención de aquella etiqueta, sino porque era viejo en el mismo momento en que se inventó, y lo era porque era periodismo del bueno, periodismo del que nos cuenta las cosas como son, los detalles más exactos y a veces inapercibidos de la sucia realidad; es decir, era periodismo del de siempre, viejo como lo es el arte de narrar sobre las cosas que pasan.

?El valor revelador de la anécdota?, he ahí el secreto del periodismo nuevo, viejo o mediopensionista. La frase es del arquitecto Oscar Tusquets Blanca y pertenece al estupendo prólogo que le ha puesto a una reedición de dos libros de Tom Wolfe, 'La palabra pintada' y '¿Quién teme al Bauhaus feroz?', publicados por Anagrama en 1976 y 1982 respectivamente, y reeditados ahora en una colección magnífica que se ha sacado de la chistera Jordi Herralde con el nombre de 'Otra vuelta de tuerca' para aprovechar y resucitar su riquísimo fondo editorial. ?Por favor, intelectuales, denme anécdotas?, remacha Tusquets después de las correspondientes citas de autoridad (Pla, Merimée, Rabelais y Montaigne). Según el prologuista, el periodismo que hacía Wolfe antes de dedicarse a ganar pasta con novelas de ventas millonarias, está en trance de extinción. No hay apenas observadores críticos sino meros cronistas sociales, que nos narran los aspectos más ininteresantes de los acontecimientos artísticos pero son incapaces de observar esos detalles donde se esconde el diablo, aunque Tusquets nos recuerda que según Mies van der Rohe era Dios quien se agazapaba en ellos. Los ejemplos evocados por Tusquets demuestran su excelente nariz periodística y el mediocre estado del periodismo, el arte de las anécdotas y de los detalles. No sabía yo, por ejemplo, que la famosísima Zaha Hadid prometió visitar Zaragoza por primera vez después de la inauguración de su proyecto con el que venció el concurso de la Expo, ni ninguno de los numerosos chismes que el arquitecto catalán nos cuenta de su colega iraní, como sus malos modales y carácter o ?sus frecuentes eructos en la mesa?. Tampoco conocía la deliciosa anécdota de la que fue protagonista el diseñador Miguel Milà, ante la pregunta del maître de un restaurante con pretensiones: ??¿Está el señor familiarizado con nuestra carta??, a lo que Miguel responde: ?No, es que hoy es el primer día de clase??. Ferran Adrià también aparece en el texto de Tusquets, algo especialmente pertinente esta temporada, después de la clase magistral que el cocinero catalán impartió en Harvard, donde reprendió a la universidad considerada como la mejor del mundo por la nulidad de su biblioteca en cuanto a gastronomía. Tusquets evoca en su prólogo, escrito hace varios meses, la canonización de Adrià en la Documenta de Kassel, algo que ocurrió en el verano de 2008 y catapultó definitivamente las artes culinarias a las páginas de cultura de los periódicos. ?Tom, nos encantaría que en alguna ocasión hablases de estas novedosas engañifas?, acaba diciendo el prólogo en tono de carta personal al periodista. Tusquets echa de menos a Wolfe y todos quienes leímos en su día aquellos espléndidos reportajes también nos sentimos atacados por una cierta nostalgia. Todo suena, el prólogo y estas líneas, a lamento elegíaco. Parecen viejos argumentos y argumentos de viejos, es cierto. Pero a la vez es tan fácil dejar correr la imaginación y pensar qué personaje de la vida barcelonesa hubiera llamado la atención a un Tom Wolfe joven, anterior a la vocación novelística, en caso de aterrizar en la Barcelona conmocionada por el saqueo del Palau de la Música. Quizás hay que entender el elogio de Oscar Tusquets como una finta para evitar que el lector caiga en la cuenta de que nadie como el brillante arquitecto que reformó el edificio de Domènech i Montaner tiene el conocimiento de los detalles y de las anécdotas que rodean la vida y milagros del Bernie Madoff catalán, ese Félix Millet que saqueó el Palau y avergonzó a toda la sociedad catalana, sin haber encontrado todavía el bardo que convierta sus proezas en poema.

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18 de octubre de 2010
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El Boomeran(g)
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