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Con un par… de zapatos

Hace poco terminó la feria de Modacalzado en Madrid, que anticipa las colecciones de primavera y verano. Agradezco profundamente esta avalancha de zapatos para calmar la angustia que me produce tanta crisis, tantas desgracias, tanta inseguridad sobre nuestros hijos, esos que ya llaman “la generación perdida” para acabar de pisotear cualquier posible esperanza de avance.

            Me gustaría, aunque fuese por cinco minutos, volver a sentirme como un niño con zapatos nuevos, volver a la ilusión de aquellos zapatos azul claro que estrené a los trece años, el día que me enamoré por primera vez, recuperar un poco de inocencia y confianza en el ser humano. Y es verdad que estrenar zapatos debe de tocar algún resorte escondido en nuestro bosque de neuronas porque produce una alegría infantil, un placer simple y extraño como si hubiésemos estado andando descalzos toda la vida y de pronto metiésemos los pies en unos armazones que nos hacen más altos, más esbeltos, más ricos, más importantes, más molones. Para algunos, entre quienes me incluyo, el calzado es lo más importante de todo el equipo, es como si desprendiese un resplandor que ilumina la falda, los pantalones, la chaqueta, la cara. Los zapatos son los que te convierten en clásico, moderno, ultramoderno, vanguardista. Por eso llevar los zapatos limpios y relucientes ha sido una exigencia de nuestra sociedad, la mejor carta de presentación para cualquiera, y el cánfor en las casas y los limpiabotas en las calles, piezas imprescindibles hasta que se empezó a jugar con lo medio desarreglado y lo medio viejo. Pero no por eso ha decaído el fetichismo zapateril. ¿Por qué para muchos el sexo empieza por los pies? Unas botas por encima de los pantalones pueden resultar más eróticas que enseñar el ombligo, por no hablar de esos fetichistas que sueñan con un tacón de aguja clavándoseles en el pezón.

 Y es curioso, hay un tipo de calzado para cada personalidad, la del taconeo con ruido y la de pisada silenciosa, la deportiva y la sofisticada. Dime qué zapatos llevas y te diré quién eres, dime cómo pisas y te diré cómo eres, aunque para los especialistas la mejor forma de andar y correr sea descalzos y con la planta encallecida, lo que supondría el desastre de la industria del calzado. Pero no hay que preocuparse porque como se demuestra en la exposición “El mundo a tus pies”, organizado por el Museo del Calzado de Elda en Ifema, el calzado ha marcado el estilo de todas las civilizaciones, desde los mocasines y las babuchas a las actuales y enormes plataformas, ese mundo imposible en que a veces tenemos que encaramarnos las mujeres para volvernos un poco irreales y deseables.

Y la verdad es que en la mayoría de los casos en lugar de proteger los pies los torturamos, hasta el extremo de haberlos reducido a muñones en la China imperial y ahora deformarlos con taconazos de vértigo, en ambos casos para delicia de algunos, que en tiempos se ponían locos si le veían el botín a una señora debajo de las enaguas. Pobres pies, sufridores pies, que tienen que sostener todo el cuerpo, llenos de terminaciones nerviosas, con cosquillas, multitud de huesecillos y que encima han de lucir sin una dureza, sin un callo y con uñas de porcelana, lo que ha impulsado el negocio de la pedicura, locales dedicados a pies y manos exclusivamente, que va del limado de talones al tallado de uñas.

            Pero también en esta feria del calzado se exponen las zapatillas deportivas que han marcado a nuestra  “generación perdida”. La generación de niños Nike con cámara de aire en la suela, que les ayudaba a saltar de una a otra actividad extraescolar para dar lo mejor de sí en un futuro que ahora les vuelve la espalda. Pero como una imagen vale más que mil palabras, ahí tenemos a las chinches que recorren Manhattan, como si el corazón del capitalismo, del dinero, de la modernidad, de la cultura, como si el corazón del no va más, fuera un gran colchón de posguerra. Hasta ahora las chinches, las pulgas y garrapatas habían quedado aisladas en la España pobre y atrasada, en las penurias de la guerra, en las ropas del hambre. Y mientras nosotros teníamos chinches y piojos, en el paraíso americano usaban pañales desechables, tampax, vasos de papel y sales de baño. Ahora una plaga de chinches se extiende a todo Estados Unidos desde la mejor tienda de Nike en Manhattan, entre la Quinta Avenida y Madison Avenue, como señal de que algo no va bien.

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5 de octubre de 2010
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Arte flotante

En el orden general del nuevo mundo la carencia de líderes fuertes es paralela a la carencia de ideas fuertes, valores fuertes o y de criterios firmes. En el conjunto de esta debilidad que es propicia a ondulaciones, flexiones y confusiones, el territorio del arte se presenta especialmente incierto puesto que ha alcanzado el grado de inestabilidad propio de las formaciones que anuncian su desmoronamiento. Toda idea, en efecto, que actualmente se relacione con el valor del arte actual se halla tan contaminada de elementos espurios, no artísticos que, de paso, invalidan cualquiera de sus valoraciones. Pero incluso la idea de lo artístico ha sido tan carcomida por el mercado que no luce como tal sino lo que el mercado ilumina con su precio mientras es descartado de consideración aquello que no recibe esta lumbre ni, en consecuencia, se nota. "Si firmara una cagada de perro sería arte" declaraba Damien Hirst, uno de los artistas más altamente cotizados en el mundo, con motivo de su exposición de pintura en la Wallace Collectio en noviembre de 2009. Hirst, que forma parte del grupo promovido por los publicitarios Saatchy&Saatchi dentro del grupo de los Jóvenes Pintores Británicos tras la famosa exposición Sensation de 1997 (otros pintores expuestos fueron Chris Ofili o Tracey Emin, que todavía escandalizan  escatológicamente) ve en el arte de hoy un asunto de mercantil. Sus pinturas en serio han recibido las peores críticas y sus pinturas de broma (tiburón en formol, calavera con brillantes, escultura de sí rostro sobre su sangre congelada) las mayor publicidad internacional. Tantpo unas produccipones como otras se venden ya caras puesto que lo comñun de ellas es la marca Hirst. Tras eso, tras el logro de la marca, el arte ha dejado de pertenecer a una esfera distinta al marketing y, en consecuencia, su ponderación carece de sentido en las ponderaciones artísticas. Pero ¿cuáles son las ponderaciones artísticas? Ya es prácticamente imposible saberlo o, en cualquier caso, sería irrelevante el llamado conocimiento de otro tiempo. Un artista se cotiza, reluce, tiene presencia por una compleja maniobra de marketing  y, en consecuencia por una cristalización del azar en términos mercantiles. Fuera de esa cristalización es inexistente, no tiene presencia sino ausencia eterna, inexistencia absoluta fuera del círculo del marketing. Se trata en fin de una actividad, la artística, que vive paradójicamente sin relación con el valor artístico. Pervive en la ausencia de ese valor desvanecido y se prolonga en una clase de vivencia que ni siquiera puede considerarse supervivencia, ismo, sino hipervivencia o paroxismo propio del sistema de la hiperrealidad donde la fijación es inconcebible y la inestabilidad impide referirse a parámetro alguno. La hiperrealidad es el reino de la ausencia de lo real  y el lugar idóneo de lo virtual. No es en suma,  ni real ni tampoco irreal, simplemente se trata de otro universo a  cuyo sinsentido presente , todavía inaugurar, corresponde la disipadora nube del sinsentido.

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5 de octubre de 2010
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La división de Europa

Los alemanes han celebrado este fin de semana el 20 aniversario la unidad alemana. Ha sido una celebración solemne pero contenida. Las susceptibilidades entre europeos están a flor de piel, no tan sólo por las reacciones de mutua culpabilización suscitadas por la crisis. Basta con recordar el último Consejo Europeo en que Sarkozy y Barroso se tiraron los trastos a la cabeza a propósito de los gitanos rumanos en una sala donde se podía cortar el aire por la tensión entre los mandatarios europeos. La economía alemana ha resurgido con fuerza, pero el nuevo Gobierno de centro derecha de la señora Merkel también ha dado muestras de un cierto desencanto europeo. Alemania, a los 20 años de la unificación, se ha despegado totalmente de la paridad con Francia y ahora mira por encima del hombro a los países grandes que pretendían igualarse a su potencial demográfico, económico y sobre todo político. Con la consecuencia de que el europeísmo, antaño perfectamente enraizado entre los alemanes, no pasa ahora sus mejores momentos.

Estas son las razones para una celebración de bajo perfil, pero también las explicaciones para el discurso del principal protagonista político de la unificación, el hombre que echó el resto cuando se le presentó la oportunidad de convertir las dos alemanias en una sola. El canciller de la unificación Helmut Kohl hizo el sábado un reproche sutil a sus conciudadanos a propósito del rescate de la deuda pública griega: ?Tengo la impresión de que algunos han perdido el sentido de lo que significa una Europa unida para todos nosotros?. Kohl no ha sido tan sólo el canciller de Alemania. Ha sido el canciller de Europa: sin su estatura política no tendríamos euro, no habrían existido las políticas de cohesión que tanto han contribuido al crecimiento español y no se habría producido la ampliación. Por eso también apeló a no poner en duda la integración europea desde Alemania. Nos quejamos de que tenemos poca Europa, pero la poca que tenemos la tenemos gracias a personajes como Kohl. También fue interesante el estreno del presidente federal, Christian Wulff, elegido a principios del verano, que pronunció su primer discurso en sus solemnes funciones de personaje moral, por encima de la politiquería. Wulff llegó al palacio presidencial de Bellevue en Berlín sin carisma, en contraste con el candidato de la izquierda Joachim Gauck, y como resultado de una jugada maquiavélica de Angela Merkel, la sosegada canciller que ha ido imponiéndose frente a los barones regionales democristianos con un juego de codos tan paulatino como eficaz. Wulff, este domingo del 20 aniversario de la unidad alemana, ha sabido cazar la oportunidad para prestigiar su figura con un discurso sobre la inmigración que ha merecido aplausos a derecha e izquierda, y que marca distancias con la oleada populista que sube en el conjunto de Europa. El presidente federal ha dicho dos cosas, la primera que los inmigrantes deben integrarse y respetar su Constitución, y la segunda que sus creencias y su identidad religiosa merecen también el máximo respeto. Lo ha dicho con dos frases destinadas a perdurar: se ha declarado presidente de todos, también de los musulmanes; y ha señalado que el Islam, como el cristianismo y el judaísmo, forma parte también de Alemania. Esto es importante en este aniversario porque Europa está dividiéndose de nuevo. Pero esta vez no es un nuevo telón de acero ni un muro el que divide el continente en dos, sino una barrera que está separando a sus sociedades en razón de su identidad cultural, su origen y su religión. Que en mitad de la efervescencia populista y del oportunismo electoral, una vez conservadora se levante contra esta nueva división es una de las mejores noticias que podía deparar el aniversario de la unidad alemana.

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5 de octubre de 2010
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Música para indigentes

Era a la caída de una tarde otoñal y estábamos en un hayedo no muy apartado de la frontera de Irún, bañados por esa luminosidad bermeja que disuelve las formas y convoca fantasmas, apariciones, brujerías. Llevábamos atornillados los auriculares y cada uno escuchaba lo suyo. Yo veía con toda nitidez saltar por entre los troncos un grupo de gnomos y ninfas silvanos, pero es que lo mío eran unos cuartetos de Mendelsohn pura estampa de märchen. En cambio Ferrán, que llevaba puesto un Beethoven terminal, el Op.130 con su tremenda secuela, parecía enroscarse en el tronco de las hayas como la serpiente del Edén, seguramente siguiendo el desarrollo de la Gran Fuga.

Cuando amainó el torbellino y nos quitamos los cascos comentó que el siglo XX iba a quedar como el más bárbaro y criminal de todos los siglos, pero también como el que inventó un aparatito para llevar la música metida en el cerebro y que sólo por eso ya le debíamos agradecimiento perenne. Es cierto. Eso de que puedas pasear entre el ruido y la furia mientras por tus sesos fluyen los dorados ríos de Debussy o las añagazas nocturnas de Bartók, es supremo.

Leo ahora, en el Diapason de este mes, que el CD corre serio peligro porque se ha inventado un sistema que mejora ampliamente la audición. La cada vez más liviana desmaterialización del sonido en conserva ahora ya no precisa de ningún soporte físico. El nuevo sistema es un interfaz audionumérico y el modelo con el que se hizo la prueba es un AirStream de HD Audio-Micromega.

En pocas palabras el sistema transmite vía WiFi los ficheros sonoros desde el ordenador hasta la cadena de alta fidelidad. Al parecer la calidad del sonido es cinco veces superior a la del mejor Compacto (de 44'1 a 192 kHz, para quienes lo entiendan). Si a esto le añadimos que muchas de las mejores orquestas del mundo ya no graban discos sino que cuelgan sus conciertos en red para que te los bajes previo pago (menor al de un disco), el sistema tiene posibilidades de ofrecer un sonido de máxima calidad a un precio más barato. Y esto es imbatible.

El director de la revista, Emmanuel Dupuy, comenta que a pesar de todo muchos aficionados no podrán jamás prescindir de algo tan arqueológico como el libreto, la letra, el texto, e incluso las fotos que vienen con el compacto. De ser cierto, estoy persuadido de que los ficheros de AirStream añadirán un cuadernillo imprimible.

Comparado con el vinilo, el compacto parece aún sujeto a la nostalgia: sus libretos recuerdan vagamente a aquellos preciosos sobres de cartón de espléndido diseño con los textos impresos en contraportada o en hojas internas. El compacto no se ha arrancado a la memoria del vinilo. Es algo así como los pabellones de hierro y cristal que durante unos años marcaron el medio camino entre los pasajes comerciales del siglo XIX y las futuras grandes superficies translúcidas del siglo XX. ¿Llegan ya los Mies van der Rohe del sonido?

Estamos en tránsito, como siempre, pero ahora es tan rápido que nos da tiempo para ser nuestros propios sucesores. O supervivientes.

 

***

 

PS/ Me dicen que hay entre quienes escriben en este blog un par de anglófilos, seguramente irlandeses y posiblemente el mismo. Tengo una duda que no logro despejar: ¿alguien sabe el significado del calificativo "gugga" en el Londres de 1940? Les quedaría muy agradecido si me lo aclararan.

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5 de octubre de 2010
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Rodrigo Hasbún

Conozco a Rodrigo Hasbún desde hace más de diez años. Quería ser escritor. Era reservado, yo me enteraba de lo que pensaba y sentía sobre todo a través de los autores que admiraba (Coetzee, Piglia y Onetti, pienso en este momento). Leí un manuscrito de cuentos breves que me encantó pero que él sintió que no estaba listo para ser publicado y hasta ahora guarda con celo. Los escritores solían ser sus personajes principales, la vocación literaria y sus desafíos el gran tema.   

Cinco años atrás, coincidimos en España: Rodrigo en Barcelona, yo en Sevilla. Me contó que estaba totalmente dedicado a la escritura y me envió algunos cuentos. Hubo dos -uno de ellos, "Carretera"-- en los que sentí que Rodrigo había encontrado su estilo: ecos de otros autores, una intensidad sólo suya.

Luego leí el manuscrito de su primera y única novela, El lugar del cuerpo. El libro fue publicado el año pasado y volví a leerlo hace una semana. Esta novela corta es un despiadado análisis de un personaje, Elena, una mujer dañada desde los siete u ocho años, y que no encuentra consuelo a ese daño. Un texto lacerante, que sugiere, a contrapelo de muchas teorías psicoanalíticas y manuales de autoayuda en boga, que a veces no hay forma de superar los traumas de la infancia, y que hace pensar que vivir es más bien sobrevivir: "Era necesario que los que eran como ella estuvieran solos. Ellos, monstruos o dioses, debían romperse a solas. Nosotros, escribió en su diario, monstruos o dioses, debemos rompernos a solas, llorar sólo cuando no hay nadie más. Sobre todo después de la infancia. Ahí es bueno que haya gente aún". Pocas veces la literatura boliviana ha indagado tanto, y tan sin miedo, en la intimidad, en el dolor, en lo más profundo del ser.    

El pasado viernes Rodrigo fue seleccionado por la revista Granta entre los mejores escritores jóvenes en lengua española. Me alegré mucho por él y también supe que la lista pasaría pero quedaría El lugar del cuerpo, quedarían "Carretera" y otros cuentos magníficos de Rodrigo.  

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5 de octubre de 2010
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El bello ombligo de la literatura argentina

 

 

Gabriela Mayer (DPA): ¿Cuáles considera son las obras u autores emblemáticos del siglo XX de la literatura argentina? En la Feria de Fráncfort lo son Borges y Cortázar. 

 

Borges y Cortázar cambiaron el lugar del lector en la literatura. Borges demostró que el lector es autor de lo que lee, y que somos lo que hemos leido porque estamos hechos por el lenguaje. Cortázar encontró que nos leemos los unos a los otros en un mundo no siempre legible, a veces inexplicable y asombroso. La inteligencia de leer es un juego preciso y azaroso. Pero la lectura es también espacio de la subjetividad, de los afectos y el diálogo. Al final, B y C son las dos caras de la misma moneda: el juego y el diálogo se turnan entre uno y otro, y ambos nos son del todo imprescindibles. Celebrarlos es sumar lo mejor de nosotros mismos. Lo bueno de la literatura argentina es que cada lector pone al día su canon; lo malo, que ello hace irrelevante la idea misma del canon; y lo feo, que el canon se convierte en el capital simbólico de un mercado cultural, académico y periodístico, que perpetúa autoridades, impide el relevo, y practica la exclusión. Es irónico que una literatura que ha contemplado, con éxito, su bello ombligo, no haya hecho su propia crítica. Y no advierta, por eso, el provincianismo de una melancolía que pregunta quejosamente por  el sujeto.  Propongo, por ello, un subcánon: Silvina Ocampo, Arturo Carrera, Fogwill, Josefina Ludmer, Héctor Libertella...

 

G. M.: ¿Cuáles son las particularidades que encuentra en la literatura argentina que de alguna manera la identifiquen o diferencien de otras literaturas del continente en este período?

 

Cuando advertí que en el documento fundador de Argentina ("El matadero", esa acta de su nacimiento moderno en la violencia) el nombre se trocaba en "Matadero", con mayúscula (haciendo del  lugar un escenario alegórico), fui a la biblioteca de Yale a comprobar su primera publicación en la "Revista del Río de la Plata". En efecto, allí se consigan los dos nombres. Habría, claro, que verificarlo con el manuscrito,  pero ese manuscrito desapareció, como han desaparecido los archivos de J. M. Gutiérrez, las crónicas de Darío en La Nación, el archivo de “Sur”, volúmenes de la Biblioteca Nacional, y hasta primeras ediciones en la biblioteca de Victoria Ocampo. Tanto como han desaparecido Enrique Molina, Néstor Sánchez, Roberto Juarroz, y tantos otros desatendidos. Estas desapariciones, así como las pérdidas de la casa familiar en "El Aleph" y en "Casa tomada", alegorizan el Desaparecedero, la mecánica de la substracción de la memoria, esa tachadura siniestra que cabría estudiar como un sistema de restas del tu por el yo, del otro por lo uno. Digo, es un decir.

 

G.M.: ¿Cómo se desarrolla la tensión entre lo local y lo universal en este período de la literatura argentina?

 

Esa tensión ha gestado lo mejor de la literatura argentina. Todavía la academia afinca en lo nacional como parque temático o cementerio privado. Impone, así, una descendencia melancólica, de lectores que se parecen demasiado a sus maestros, a los que no logran remplazar. En cambio, Borges, Cortázar, Héctor A. Murena, Tomás Eloy Martínez, Luisa Valenzuela, Juan José Saer, Ricardo Piglia, César Aira, Perlongher, entre tantos otros, han articulado el afincamiento y el traslado, y le han dado a la intemperie local un estremecimiento mundial. Pero para las nuevas voces del relevo, ya no se trata de la deuda de los afectos nativos sino de su espectáculo sobrescrito. Por eso buscan recomenzar echando a las palabras del templo, haciéndolas chillar, poniendo en duda su vocación melodramática, ahora perpetuada por el cine nacional.  De allí la  certeza posible en el hueco del discurso nacional, que practican Tamara Kamenszain, Matilde Sánchez, Jorge Aulicino, Rodrigo Fresán, y varios más jóvenes, hartos del español que habla Maradona.

 

G.M: ¿De qué manera se imbricaron la historia y la política en la literatura argentina?

 

J.O.: La literatura argentina es hija de la ironía. Y si la historia es trágica y la política patética, la literatura (el ensayo relativista, la poesia especulativa, la narración crítica) ocupan el presente (el más fugaz de este idioma), el futuro (toda poesía aquí convoca otro hablante), y pone al día el pasado (el melodrama nacional de parejas imposibles). De modo que la historia y la política se tachan mutuamente, para rescribir los nuevos acuerdos nacionales del poder de turno. Es un turno que ya dura 60 años...La corrupción y la violencia son hoy el otro lado del mercado neoliberal. Acabo de cruzar los Campos de Soja, ese espacio paradigmático del pais (mientras dure la soja), y no ha de extrañar al viajero que las ganancias no han mejorado el paisaje.

 

G.M.: ¿Cree que existe lo que se denomina una nueva literatura argentina? ¿Tiene elementos en común en cuanto a estilos y temáticas?

 

Creo, y apuesto con fe en las  penúltimas promociones, y también en las renovadas literaturas de las regiones, más que en las nacionales. Los que empiezan tienen que expulsar, como sus pares en los ámbitos de esta lengua, al español del lenguaje para poder escribir en un español más libre. Este idioma nuestro arrastra sobrepeso tradicional, ideología ultramontana, autoritarismo juriásico, machismo, racismo, xenofobia... Para no insistir en la recusación del otro como principio de identidad, en la estereotipia y prejuicio, prolijidad y redundancia. Batir el mercado, resistir la banalidad del éxito, restaurar el entusiasmo del riesgo, y cruzar las fronteras, son tareas pendientes de esta nueva década. Confiemos en la crítica como una política de reapariciones, capaz de retener lo que de otro modo seguirá desapareciendo.

 

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5 de octubre de 2010
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Valijas autónomas

Debajo del asiento se veía un maletín de agarraderas remendadas, de aquellos que les daban en los años 80 a quienes salían en misión. Cada vez que el ómnibus caía en un bache, varios ojos lo miraban para comprobar que su contenido no se había derramado a través del zíper roto. Cerca de la carretera hacia el poblado de candelaria, una patrulla de policía detuvo el viaje y ordenó a todos que bajaran con sus pertenencias. Al final del pasillo se quedó, junto a otras igual de huérfanas, la zurcida valija que de seguro una vez había estado en Europa o en algún país de África. Nadie hizo el mínimo ademán de tomarla. Dos oficiales revisaron cada hilera y amontonaron en la escalerilla los bultos que ningún cliente reclamaba. Los abrieron sin mucho cuidado, cortando las esquinas, arrancando los broches, para dejar al descubierto esos productos que en esta Isla son más perseguidos que las armas o las drogas: leche, queso, langosta, camarones y pescado. Un perro pastor, entrenado en detectar mariscos, lácteos y carne de res, buscaba entre los bolsos que las personas habían llevado consigo hacia la cuneta, bajo el sol. ?Todos van detenidos hasta que aparezcan los dueños de estos paquetes?, gritó uno con grados de mayor que comenzó a llenar el maletero del carro policial con las mercancías confiscadas. Aunque en la estación les hicieron preguntas y amenazas por más de dos horas, no se pudo imputar delito alguno a los viajeros, pues no hubo forma de probar a quiénes pertenecían esos kilogramos de alimentos que de seguro iban a parar al mercado negro. Fue imposible relacionar aquellos maletines que viajaban ?solos? con alguna persona. Extrañamente, los ómnibus que recogen el país van cargados con esas pertenencias que nadie quiere reconocer como propias. Valijas, jabas y cajas autónomas que sólo tendrán propietario si logran llegar a su destino, si alcanzan a pasar indemnes los puntos de control, las requisas y el olfato de los perros.

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4 de octubre de 2010
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Los bohemios

 

En la década de 1780 la siniestra prisión de la Bastilla contó entre sus huéspedes más ilustres a dos marqueses, ambos libertinos incorregibles y ambos encerrados durante largos años  por las denuncias de sus respectivas familias. Uno, el marqués de Sade, redactó allí Los 120 días de Sodoma y se ganó un lugar en el templo de la fama que todavía detenta hoy. El otro, Anne Gédéon Laffitte, marqués de Pélleport, redactó asimismo un libro muy apreciable, Los Bohemios, pero apenas logró notoriedad. Comprendiendo tras  la Revolución francesa que su época se había pasado, posiblemente fue a terminar sus días en América todo lo apaciblemente que cabe en un personaje como él.  En cualquier caso, su rastro se perdió hasta que, a finales de la década de 1960, otro personaje singular, Robert Darnton, descubrió en las bibliotecas francesas el rastro de este segundo marqués y lo siguió durante años hasta dar con uno de los seis ejemplares que al parecer se han conservado de su obra. No obstante, los libelos que más notoriedad y dinero le dieron en su momento llevaban títulos como Los pasatiempos de Antonieta y Las cenas y noches íntimas del Palacete Bouillon.

 En cierto modo, Los bohemios es una novela picaresca  un poco en la línea de El sobrino de Rameau, de Diderort, o El pobre diablo, de Voltaire, pero en un tomo infinitamente más desgarrado y extremo, pues en ella se narran las  andanzas de un grupo de bohemios, que es como se conocía entonces a los plumíferos, gacetilleros, polemistas, filosofillos y demás quincalleros de la palabra, que al no poder hacer frente a los gastos que les ocasionaban sus vidas disipadas y entregadas al exceso, optaban por echarse a los caminos y así huir de sus perseguidores. Su única esperanza de escapar a tal suerte era acertar a ensartar con sus plumas mojadas en vitriolo una serie de medio verdades y medio mentiras, pero expuestas de forma tan diabólicamente verosímil como para arruinarle la vida a la víctima escogida para sus ataques (y que muchas veces pagaba para poner fin al asuntoi). Así que, mientras vagaban de aquí para allá asaltando granjas, provocando querellas de palabra y obra o copulando por los descampados como gallinas de carretera, no olvidaban de engrosar su artillería difamatoria, hasta el extremo de llevar consigo un pollino que les transportase los manuscritos. La capacidad fabuladora de Pélleport le permite, en el rato que les cuesta a un gallo y una gallina satisfacerse mutuamente sus vigorosos apetitos, llenar un capítulo entero de historias laterales que dan origen a nuevas historias, a cual más extravagante, como la de ese peregrino que se ve beneficiado en Colonia por un milagro que hace  para él el rey mago Melchor, y que consiste en enseñarle dónde hay un copón de oro que puede ser fácilmente robado.  En este caso concreto, la acumulación de historietas subsidiarias (el narrador está aprovechando para contar disimuladamente su vida) llega a exasperar a un lector que interviene furioso para saber qué les ocurrió a los bohemios, dándose la circunstancia de que el gallo feliz y la no menos satisfecha gallina, junto con cuatro patos que acertaron a remojarse en una charca  cercana, sirven aquella noche de cena los viajeros, que por descontado rematan la feliz circunstancia con otra aventura nocturna de las suyas.     

No obstante, se trata de un libro escrito a finales del siglo XVIII, y por lo tanto la prosa, el ritmo y la técnica no tienen nada que ver con lo que hoy se estila. Pélleport está haciendo una critica feroz de su época y no  hay aspecto de la misma que se escape a su mirada entre desenfadada y cáustica. Las creencias religiosas y las costumbres sociales, las ideas filosóficas y el sistema político son objeto de diatribas que surgen de sopetón y a despecho de lo que esté pasando en ese momento, con el agravante de que a Pélleport le basta la más mínima excusa, sin ir más lejos,  que los peregrinos desemboquen en una transitada carretera, para lanzarse alegremente a una arenga contra las obras públicas, los carruajes de transporte o incluso los modales a observar durante un largo viaje en calesa. Estos excursos podrían resultar molestos si, por lo general, no dieran noticias curiosas o poco sabidas de la época, y pongo por ejemplo ese decreto emitido por el Rey y Su Consejo prohibiendo a las familias prestar un libro de su propiedad, pudiendo incurrir en una multa de 500 libras que se entregarán al autor del libro. Y más curioso aún, el decreto prohíbe a los criados, cocheros, cocineros y demás criados, prestarse entre sí los libros de sus señores, pudiendo incurrir en una multa equivalente a un año de sueldo, o verse marcados a fuego en una oreja con las iniciales PDL (prestador de libros).  Y no es que al rey y su corte les preocupasen los derechos de los autores: lo que pretendían era poner coto a la circulación de libelos de moledores contra esa clase política, la nobleza, que estaba en vísperas de perder sus privilegios, y sus cabezas.

 

Los bohemios

Marqués de Pélleport

Papel de liar

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4 de octubre de 2010
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Perderse

No es preciso perderse o hacerse el perdido a la antigua usanza. Uno puedo hallarse en ese mismo lugar preconocido pero puede hallarse inaccesible para los medios que constituyen hoy la base del estar en contacto. La caída del sistema informático, la falta de cobertura para el ordenador, la no recepción de los e-mails crea un entorno de vacío que siendo tan sutil e intangible parece impenetrable. La comunicación es la norma y la anormalidad es igual a la pérdida de estos enlaces electrónicos. Nos hace y nos deshace la presencia o la ausencia de esa comunicación. Justo la clase de comunicación que, funcionando,  permitió más fácilmente que nunca estar siendo otro, afirmarse mintiendo, vivir en otro personaje a la vez que eliminando la referencia al existente.

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4 de octubre de 2010
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Peligrosos y fascinantes mandarines

Cuando todo empezó había una duda: ¿conducirán la libertad de mercado y la economía capitalista a la democracia y los derechos humanos? Cuando se comprobó el soberbio trecho recorrido por China sin atender a ninguna de ambas cosas, la pregunta empezó a concretarse: ¿terminará apareciendo un nuevo modelo de capitalismo, ajeno a los valores políticos heredados de la Ilustración? Ahora, cuando nadie hace estas preguntas, porque la realidad ya ha dado su respuesta, aparece una nueva advertencia: cuidado con quedarnos embobados ante este nuevo paradigma que tan bien se acomoda a los países emergentes, véase el caso de Rusia, no fuera caso que los propios hijos de la Ilustración, europeos y americanos, cayéramos seducidos por la riqueza sin libertad que nos prometen los mandarines chinos.

La advertencia sobre "la peligrosa fascinación por el mandarinato chino" es de Felipe González, y el momento no puede ser más oportuno. Para salir de la crisis habrá que seguir tomando decisiones dolorosas y difíciles, y cuando salgamos de ella probablemente también habrá que seguir tomando todavía más decisiones dolorosas y difíciles; unas para recortar el déficit público e intentar salvar la almendra del Estado de bienestar, otras para reformar el modelo productivo y acomodarlo a las necesidades del mundo nuevo que emergerá de la destrucción económica. Realizar estas reformas se convierte en todos los países de nuestro entorno en un auténtico calvario. Nada es más difícil en un momento de cambios incluso geopolíticos que gobernar en democracia, a veces con gabinetes de coalición, en otras ocasiones con mayorías muy débiles o Parlamentos hostiles, y casi siempre con dificultades dentro de la propia mayoría. Obama y Sarkozy, Merkel y Zapatero saben mucho de estas situaciones. Wen Jiabao, el primer ministro chino, en cambio, lo tiene mucho más fácil. Si hay que tocar los tipos de interés, no tiene que preocuparse en influir sobre los consejeros de su banco central, le basta con dar la orden. Si quiere construir centrales eléctricas o nucleares, desviar ríos o recortar alguno de los pocos derechos sociales de su población, tampoco tiene que atender a muchos trámites ni dar muchas explicaciones, al menos en público. Bastará con que sepa negociar en las reuniones a puerta cerrada de su partido, el único partido. Cuestiones que aquí levantan enormes polvaredas, como elegir el emplazamiento de un depósito nuclear o el trazado de una vía de tren o de una autovía, allí se resuelven con un chasquido de los dedos. En esta semana que empieza podremos observar de cerca cómo actúa este peligro. Wen está de gira por Europa: Grecia, Bélgica, Italia y Turquía. Pasea con la chequera a punto. Compra deuda pública de los países en dificultades y anuncia inversiones estratégicas. La fascinación que ya ha producido en Atenas ha sido máxima, por la necesidad acuciante de lo primero y por los intereses portuarios y navieros en lo segundo. En Bruselas, a diferencia de Obama bajo presidencia española, el número dos chino se someterá a gusto, bajo la presidencia de un Gobierno belga en funciones, a la disciplina europea de sus tediosas y rutinarias cumbres: primero la octava y bienal de la Cumbre Asia-Europa, con 16 países de un lado y 27 del otro, y luego la anual China-Unión Europea. China está empezando a capitalizar políticamente, todavía con discreción, su papel en la recuperación económica. Si hay un paquete de estímulo a la economía que haya funcionado es el chino. Pekín sigue comprando bonos. Y el tirón alemán tiene que ver con sus importaciones. En la anterior etapa, la del crecimiento sin pausa, en plena exaltación globalizadora, proporcionó la mano de obra barata y el ahorro. Ahora, además, invierte en el exterior, estimula su propia economía y empieza a consumir. Eso sí que es una superpotencia imprescindible. ¿Alguien osará preguntar a Wen por los derechos sindicales de los trabajadores chinos? ¿O por la situación de los ciberdisidentes? Bastará, por el momento, que evitemos la fascinación de un gobierno de los mandarines a espaldas de la gente y de las leyes.

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4 de octubre de 2010
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