Vicente Molina Foix
Después de lidiar con los patriotas de la literatura a raíz del último Nobel, ahora los hijos. Qué fatiga tener que hablar de lo obvio porque el orgullo herido de los nativos o los familiares se encrespa hasta el ridículo. En este caso, recibo el ataque de alguien que, sin conocer personalmente, respetaba, por su labor de difusor y buen editor de la obra del padre, Rafael Cansinos Assens, a quien ni siquiera su hijo me va a enseñar a amar. Probablemente, antes de que este hoy indignado Rafael Manuel Cansinos Galán tuviera uso de razón literaria para advertir los méritos de su progenitor, yo ya lo admiraba; en mi biblioteca, a pocos pasos de donde escribo esto, conservo primeras ediciones de varios de los títulos de Cansinos padre que compré siendo estudiante (y ya lector suyo), alguno con la fecha de compra: febrero de 1965. Don Rafael Manuel, si mis sumas no fallan, contaría entonces la tierna edad de seis años.
He seguido leyendo desde aquel tiempo, siempre con gusto y provecho, los libros de Cansinos Assens, los de creación, los de traducción y los -para mí más importantes- de ensayo, y me precio de haber leído en su mayoría las casi 1500 páginas de la espléndida edición en dos volúmenes de su Obra Crítica que mi amigo Alberto González Troyano publicó en 1998 en Sevilla y tuvo a bien regalarme.
Nada tengo que añadir al texto de mi blog ‘El peso de Borges’ que tanta ira le ha provocado a este hijo. Cansinos Assens fue un excelente escritor y un hombre de letras sin duda incomparable en la literatura española, pero no por ello deja de ocupar una fila que está detrás de otras ocupadas por Azorín, Juan Ramón, Machado, García Lorca o Valle Inclán, estos dos últimos mis términos de comparación en el mencionado texto. No se trata de hacen un ranking, sino de señalar algo que las obras de arte poseen, y yo diría que exigen: valores. Un criterio, por cierto, que hoy se desdeña, con resultados funestos en el campo de la crítica.
Tengo predilección por autores de los llamados malditos, raros o atípicos, muchos de ellos injustamente olvidados. Me gusta enormemente Djuna Barnes, pero no por ello olvido que Faulkner era su contemporáneo de muy superior estatura. La trascendencia del interesante Valery Larbaud no es igual que la de Proust. Ni el enigmático John Webster, autor de dos extraordinarias tragedias isabelinas, puede medirse con Shakespeare. Tampoco -y es un criterio fundado en lecturas, no en modas- Cansinos Assens con Valle Inclán.
Lo peor del asunto es que, queriendo defenderle, el hijo de Cansinos Assens deshonra a su padre, cayendo en lo que un hombre tan cosmopolita y cultivado como fue el autor de ‘La novela de un literato’ jamás, creo, habría caído: responder a la opinión distinta con la descalificación y el grosero ataque personal. Y le diré de paso que tampoco rinde un buen servicio al nombre del padre sacando a relucir el hecho (falso) de que yo y otros escritores como Manuel Vicent vivamos de las "columnas ocurrentes". Soy novelista, poeta, traductor y ensayista, y a veces hago otros trabajos subsidiarios para vivir de lo que me resulta propio y más me justifica y me gusta: la escritura. ¿No hacía lo mismo, y quizá más voluminosamente que nadie, Rafael Cansinos Assens?