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Si el euro cae

?Si el euro cae no es tan solo la moneda lo que cae sino mucho más. Es Europa la que cae y con ella la idea de la Unión Europea?. Lo dijo Angela Merkel, en Aquisgrán, en un solemne discurso con motivo de la entrega del Premio Carlomagno al primer ministro de Polonia, Donald Tusk. Hay pocos lugares y momentos más acordes para expresar tan graves pensamientos. Aquisgrán es el corazón renano de Europa, y el premio que lleva el nombre de Carlomagno se otorga a quienes han trabajado por la unidad de los europeos.

Merkel, ahora tan denostada, sobre todo fuera de Alemania, por su falta de simpatía con los países de la periferia europea, recibió el premio en 2008, y pronunció sus palabras sabiendo muy bien lo que se decía. La tempestad financiera había descargado hasta entonces sobre Grecia, pero en aquel momento tenía ya a la propia moneda única en su punto de mira. El día en que desgranó estas palabras tan solemnes, que luego otros han ido repitiendo como un eco, era el 11 de mayo, 48 horas después del fin de semana en el que la UE se jugó su destino, con dos decisiones estrechamente vinculadas: crear el fondo de estabilidad financiera de 750.000 millones de euros para responder a las amenazas de quiebra sobre Grecia y exigir de España una cura de caballo para atajar el déficit público. La frase de Merkel tiene un fuerte sentido político. Si cae, caemos todos, no únicamente los países con las economías más deterioradas. No es un problema de las finanzas públicas y privadas de uno o de varios países periféricos. Los bancos franceses y alemanes se hallan perfectamente comprometidos en este embrollo, y sufrirían como los que más en caso de que se declarara insolvente un país con envergadura económica, como España o Italia. Pero las frases de Merkel tienen una lógica trabucada. Si cae el euro, lo que peligra no es Europa, sino la Unión Europea; es decir, el conjunto de las instituciones que han dado pie y que rodean al euro, a la institución monetaria. Europa como idea, siguiendo el razonamiento de la canciller, es muy antigua y difícilmente desaparecerá, incluso en el caso en que todas sus actuales instituciones se vayan a pique. ¿A qué puede deberse este fallo silogístico? La explicación pertenece probablemente al orden de los sentimientos y expresa lo que está pasando por las cabezas de los europeos. Si cae el euro, la idea de Europa se aleja tanto que nos quedamos de nuevo con nuestras pertenencias nacionales. Ya no somos europeos, sino de nuevo alemanes, franceses o españoles. Europa regresa al ámbito mitológico de las quimeras. El fallo de Merkel, no únicamente lógico, es creer que la desaparición de la idea de Europa sería el efecto, cuando estamos viendo precisamente que es la causa. Si cae el euro es porque la idea de Europa se está desvaneciendo.

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28 de noviembre de 2010
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Patti Smith sobre Bolaño

Patti Smith en Madrid La cantante punk Patti Smith, quien acaba de recibir el National Book Award por sus memorias, y con eso el carnet de escritora (pese a que no es el primer libro que escribe), estuvo en Madrid para homenajear a Roberto Bolaño.  Dice la nota en el ABC:

?¿Cuandó encontró Patti a Roberto?   ?Le encontré a través del título de un libro: «Detectives salvajes». Lo leí y pensé, «alguien me ha robado mi título». Mi conexión con él es como lectora, pero también como escritora, leerle me activa las energías de la escritora que soy. ?¿Creo que está aprendiendo español para leerle? ?Lo intento, pero soy fatal con los idiomas. Pero si Dios me concediera el deseo de aprender un idioma, elegiría el español para leer a Bolaño. «2666» es la primera obra maestra del siglo XXI. ?¿Por qué gusta tanto en EE.UU.? ?Bolaño es como el rock and roll, al lector le da una sensación de revolución, de energía sexual, de pecado floreciente; juventud y tragedia. Te da todo lo que necesitas. Es el escritor perfecto para el nuevo siglo.

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28 de noviembre de 2010
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Retorno a la pregunta por la cosa

En el texto anterior me sustentaba en consideraciones de dos físicos separados por casi un siglo a fin de poner de relieve que  para abrirse a la interrogación filosófica es suficiente considerar las aporías a las que se ven abocados esos mismos  físicos en cuanto dan un paso más allá de la descripción de los fenómenos, en cuanto asumen el peso de las implicaciones meramente teóricas de su propia disciplina. Trabajar hoy en física conduce inevitablemente a la pregunta ontológica, concretamente a la interrogación avanzada desde al menos Aristóteles y retomada en términos explícitos por Heiddeger sobre la cosa, no tal o tal cosa sino lo que se predica en general cada vez que nos referimos a una cosa: pregunta, si cabe decirlo así sobre la coseidad de la cosa (thingness of things, en la expresión de veta heideggeriana de Isham).

Pero, ¿como se concretiza esta pregunta?  Abandono aquí a Heiddegger y me limito a acercarme a la interrogación con la ayuda simplemente de los físicos y en los términos que son comprensibles a partir del trabajo de los mismos.

En primer lugar se trata de una interrogación lógica y conceptual. Cuando reconocemos algo como tal o tal, estamos implicitamente utilizando una serie de principios y conceptos generales que sería un círculo vicioso cosificar, es decir considerar a su vez como cosas, puesto que constituyen la condición de posibilidad de que las cosas se den para nosotros. Para dar un ejemplo claro: si califico lo que está ante mí de silla,  estoy utilizando una gran cantidad de conceptos implícitos que hacen que no lo confunda con, por ejemplo, un taburete. Pero se trate de silla o taburete estoy desde luego diciendo que se trata de un individuo, es decir de algo indiviso respecto a sí mismo y dividido o separado respecto a todo lo demás. El concepto general o categoría de individuo es omniaplicable, es un predicado de todo aquello que tenga derecho a calificar de cosa.

Este asunto fue profusamente estudiado por la filosofía escolástica y concretamente por el gran Francisco Suárez.  El Doctor Eximio no podía sin duda estar en condiciones de  suponer que un día la ciencia física vendría a referirse a nociones como onda o campo, cuya coseidad no muestra con claridad  los rasgos de la individuación (sobre todo cuando la individuación se vincula con la exigencia de  ubicación bien determinada o localidad), pero dejo provisionalmente este asunto, en razón de algo mucho mas llamativo, a saber: aun en los casos de realidades físicas "clásicas",  la coseidad de las mismas no es seguro que responda siempre al principio de individuación.

Me limito por el momento a este ejemplo para poner de relieve un segundo aspecto:

Cuando un físico en el sentido convencional se refiere, por ejemplo, a un determinado electrón de un átomo concreto  de hidrógeno está suponiendo que este electrón tiene unas propiedades que su trabajo como físico consiste precisamente en poner de manifiesto, cosa que conseguirá o no. Podemos llamar a esta posición realista, en contrapunto con otra  denominada instrumentalista, que viene grosso modo a decir: la tarea del físico no consiste en descubrir la propiedad de la cosa que a él se le oculta, sino en arreglárselas para dotarse de instrumentos que permitan en todo caso que la cosa se muestre determinada por conceptos  matemáticos; dotarse en suma de instrumentos que permitan que la cosa sea medida. El instrumentalista, a diferencia del realista, no   se compromete respecto a la cuestión de la existencia independiente de aquello de lo que se ocupa. Es interesante preguntarse  por las razones  de tal prudencia.

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26 de noviembre de 2010
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I. Como México no hay dos

México ha celebrado este año el bicentenario de su independencia y el centenario de la revolución, una coincidencia que parece astronómica, como si dos cuerpos celestes cruzaran sus órbitas en el cielo encendido por los juegos pirotécnicos que seguirán estallando por todas partes, hasta que el calendario consuma esta doble celebración singular. Y qué historia más admirable y contrastada la de México, por lo que bien vale repetir la vieja cantinela de que como México no hay dos. 

            Es un cura aguerrido, Miguel Hidalgo y Costilla, el que hace sonar la campana de la historia en el pueblo de Dolores el 16 de septiembre de 1810, y proclama la independencia empezando la campaña libertadora, para ser fusilado en Chihuahua por los realistas al año siguiente; mientras tanto otro cura, José María Morelos, se levanta en armas el mismo año de 1810 en Michoacán, y tras dar batalla es juzgado por la Inquisición y ejecutado en San Cristóbal Ecatepec en 1815. Rebeldes al poder, el poder los enterró para que resucitaran después en los libros y en la memoria.

            Hubo muchos patriotas en la guerra de independencia, pero la historia es una deidad celosa y sólo escoge a unos pocos para ser recordados, o encumbrados por encima de los demás. La historia real, que se escribe en la memoria colectiva, se guía por el sentimiento popular que no hace casos muchas veces de la historia oficial. Cuando se habla de la independencia de México las figuras que arden en el recuerdo de la gente son las de Hidalgo y Morelos, mientras los nombres de los demás se reparten en multitud de calles, plazas y algún monumento, subalternos a ellos dos.

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26 de noviembre de 2010
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Oscar Pita Grandi presenta

PRESENTACION.- Hoy a las 7.30 pm en Pescados Capitales presentaré, junto a Enrique Planas, la novela de Oscar Pita Grandi llamada Paisaje habitado (Estruendo mudo). Una novela que coincide con muchas otras editadas en los últimos años, donde la prosa no solo es muy esmerada sino extraordinaria en varios pasajes. Una novela de atmósfera, de amores imposibles y de personajes casi espectrales, que empieza con gorriones estrellándose contra ventanas herméticamente cerradas. 

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26 de noviembre de 2010
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Bienestar y realización: ?contrarios a los principios de nuestra sociedad?

Motivos para la confiscación de mi libro Cuba Libre

Increible lo que me ha respondido la Aduana General de la República a mi denuncia por la confiscación de diez ejemplares del libro Cuba Libre. Vean por sus propios ojos los motivos que hacen “peligrosas” a estas viñetas de la cotidianidad.

Documento de la Aduana General, página 1, dar un clic para ampliar Documento de la Aduana General, página 2, dar un clic para ampliar

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25 de noviembre de 2010
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El retoque

El retoque es la fase del trabajo dentro de la pintura en  que los ojos deben aguzarse más. Ese momento pertenece al último tramo de la obra que culmina para sí  y forma parte del principio de la obra que será pronto contemplada por los otros.

La obra ha cumplido su misión de establecerse, de ganar un  estatuto aprobable por el autor pero, a continuación, exige ser retocada para que  el ojo ajeno coincida con el nuestro. La prolongada mirada del artista ha llegado a familiarizarse n con el cuadro pero el que llega tropieza con un suceso para el que no posee, generalmente, introducción, código apropiado. Esto, claro está, si se exceptúa a la masa de pintores que se copian a sí mismos y repiten la fórmula de éxito como si reprodujeran su logo popular sobre cualquier tela.

Exceptuando esta manada de esclavos del marchante o del mercado, los otros, no esclavos sino libertos,  no esforzados sino hedonistas, pintan un cuadro sin tener seguridad de su más o menos en la cotización o el entendimiento de los demás. Pintan como un canto nacido del gozo de pintar y, en consecuencia, en el proceso es inevitable encariñarse con la memoria de ese goce. De ese placer, sin embargo, hay que descamar ciertos deleites  personales para que al exponerlos  no perturben la comunicación y aún la falseen con su obscenidad o su ridículo.

 El oficio enseña esta necesidad que nada tiene que ver con adaptar la obra al gusto general sino de adaptar la obra a la precisa comunicación del gusto propio. El retoque viene a ser, por tanto, como una cirugía final que elimina de la obra ciertas adherencias sentimentales, ciertas males artes y dudas que, como gangas, se han agregado sin calidad ni pertinencia a la globalidad del cuadro.

 El retoque es un repique de campanas que advierten contra el riesgo del desequilibrio emocional de baja calidad o, también, contra el abandono del producto sin haberlo cernido en la autocrítica. En esa autocrítica participa tanto el juicio del autor como el ojo crítico de los receptores, sean todos ellos como un segundo o tercer ojo que decide la óptica definitiva.

El cuadro nunca será perfecto ni  complacerá a todos pero debe ser públicamente digno puesto que su carácter no es, en sustancia, algo de orden interno, un hecho para permanecer oculto, sino un hecho externo destinado a la exposición.

El punto crucial del retoque reúne tanto la manufactura creadora como la manufactura comunicativa. Las dos se suman -o no-  en el resultado productivo. Y productivo en el sentido de generar importantes sensaciones en los demás, no reducidas por la abulia o la torpeza de la terminación. Un cuadro, en fin, no se encuentra concluido en su gestación plena sin el esmero del retoque porque de la misma manera que muchas mujeres no se sienten seguras en las noches de fiesta sin retocarse de vez en cuando el color, el cuadro no asienta su personalidad ante la diabólica observación de los demás si no se siente afianzado y consciente de su apariencia. Se trata sólo de actuar sobre pequeños detalles, de pequeños toques, pero ¿quién no ha sufrido en las personas o en las cosas, en la escritura, la pintura o la música un malestar inesperado, inexplicable y desproporcionado por culpa de un mal adjetivo, un relente inadecuado o una nota fuera de su lugar. Lo que en música se entiende tan bien con el nombre de afinar o desafinar, en la pintura se comprende con el retoque que, efectivamente, no se ve como tal si es atinado o se ve como algo, incluso siniestro, si la mano que otorga belleza falla o falta.

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25 de noviembre de 2010
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No son fuegos de artificio

Al presidente no se le despierta de madrugada si no es por algo grave. Faltan cinco minutos para las cuatro de la mañana del martes cuando suena el teléfono. Llama el consejero de Seguridad de la Casa Blanca para comunicarle que Corea del Norte está bombardeando intensamente una isla surcoreana. Barack Obama está perfectamente habituado y preparado para atender este tipo de llamadas. No es el único. También lo está la secretaria de Estado, Hillary Clinton, que fue precisamente quien utilizó la imagen del teléfono que suena a las tres de la madrugada para poner en duda las capacidades de Obama durante las primarias en las que se enfrentaron por la candidatura presidencial demócrata.

Quien no está preparado es el nuevo mundo multipolar en el que Estados Unidos intenta mantener su prestigio y su autoridad de superpotencia. El precipitado desplazamiento de poder que se está produciendo en el mundo es la ventana por donde asoman todos los oportunismos geopolíticos que dislocan el orden hasta ahora establecido. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se insubordina ante las condiciones que quiere imponerle Washington en la negociación con los palestinos. La superpotencia futura prohíbe a la diplomacia internacional su asistencia a la entrega en Oslo del Premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo: ni la Unión Soviética había llegado tan lejos cuando sus disidentes fueron premiados; solo la Alemania de Hitler se comportó de idéntica forma. Incluso la actuación de Marruecos en el Sáhara, arrodillando a los Gobiernos amigos, especialmente al español, hay que entenderla en la clave de esta mutación. El llamado reino eremita no podía faltar a la cita. El Querido Líder, Kim Jong-il, sucesor del Gran Líder, Kim Il-sung, ya venía desafiando a Barack Obama desde que este llegó a la Casa Blanca. En abril de 2009 lanzó un misil de largo alcance; un mes más tarde realizó la segunda prueba nuclear subterránea; en marzo de este año hundió un barco surcoreano en una acción bélica encubierta que costó la vida a 46 marinos, y ahora ha bombardeado territorio surcoreano, en la primera acción de guerra abierta desde 1953. Pyongyang había exhibido previamente sus nuevas instalaciones a un físico nuclear norteamericano, demostrando de una tacada tres cosas: que tiene un programa de enriquecimiento de uranio más avanzado y moderno de lo que se creía; que el régimen de sanciones impuesto por el Consejo de Seguridad no ha servido para interrumpir el suministro y el desarrollo de su programa para obtener el arma atómica, probablemente a través del comercio más o menos clandestino con Irán, Pakistán y, según algunos especialistas, incluso con China; y, como en otras ocasiones, que los servicios secretos occidentales, cuyas debilidades ya quedaron en evidencia con las armas de destrucción masiva inexistentes en Irak, no se han enterado de nada. Este intercambio de cañonazos nos recuerda, a la vez, que todavía es posible una guerra como las de antes. Los agoreros más depresivos de la ciencia depresiva por excelencia, la economía, nos avisan de que las grandes crisis suelen terminar con grandes conflagraciones: así sucedió con la del 29, diluida en la II Guerra Mundial. El mapa armamentístico y nuclear del mundo habla por sí solo sobre el desplazamiento de los puntos calientes y las zonas donde se acumulan los riesgos. Europa es el continente donde los presupuestos militares disminuyen, el servicio militar obligatorio desaparece, la presión para eliminar los arsenales nucleares es más eficaz e incluso se congela la construcción de centrales civiles, de cuyo combustible siempre cabe derivar material para la bomba. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en Asia. Es imposible saber exactamente qué quiere el régimen de los Kim. Con el ataque artillero puede estar pidiendo el regreso a la mesa de negociación. O que solo sean los tradicionales fuegos artificiales de una sucesión real. La tercera generación ya está preparada: Kim Jong-un, de 27 años, redondo y barbilampiño, general de cuatro estrellas sin hacer la mili y saltándose a sus dos hermanos en el orden sucesorio. Es el General Gordito que, sucediendo al Querido Líder, pone en jaque el orden internacional y obliga a despertar a Barack Obama de madrugada. Así se las gasta el nuevo planeta multipolar.

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25 de noviembre de 2010
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El museo de los nuevos alimentos

Anunciada en su día -y tal vez ocurrida sin darnos cuenta- la muerte de la novela, que seguía a la del teatro, a la de la pintura de caballete y la música tonal, en agonía el cine visto en los cines y los periódicos leídos en papel, asistimos ahora boquiabiertos a los últimos estertores del cochinillo asado, la fabada, la oreja a la plancha y la morcilla frita. El cocinero de firma es el artista de la vida moderna, y los restaurantes entendidos sólo como el lugar ameno del buen yantar se le han quedado pequeños. Ferràn Adrià, tal vez el más artístico de los nuestros, lo ha dicho bien claro y lo ha corroborado anunciando para el año próximo el cierre de El Bulli, que renacerá al cabo de tres años de reflexión profunda convertido en un Centro de Creatividad. Adrià, que es un hombre de inteligencia (su comida la he degustado poco), estuvo como recordarán de artista invitado en la Documenta de Kassel del 2007, ha dado cursos en Harvard y fue objeto el año pasado de ‘Food for Thought, Thought for Food' (‘Alimento para pensar, pensamiento para comer', así podríamos traducirlo), unos de los libros más portentosamente vacuos que jamás se hayan publicado, aunque sus autores-compiladores fuesen dos hombres también muy inteligentes y admirados por mí: el pintor (de caballete, en este caso) Richard Hamilton y el crítico y museísta Vicente Todolí.

    Envalentonado quizá por las 348 páginas (en la edición inglesa que conozco) de disparatado encomio que hay en dicho libro y por los seminarios y cátedras de gastronomía que brotan como hongos por doquier, el cocinero Adrià dijo recientemente en la ciudad norteamericana de Cambridge que "Lo normal es que nadie le discuta a un científico sus teorías o sus ecuaciones, pero en la cocina todo el mundo se atreve a opinar". Cada vez  -y no son muchas- que alguna amiga aventurada me lleva a cenar a uno de estos templos de la nueva cocina, me acuerdo de las citadas palabras de Adrià en Cambridge cuando, tras el pago de la abultada cuenta, la amiga me pregunta qué me ha parecido la exquisita y rebuscada comida; me callo por prudencia, o por cortesía, si invita ella. Se acabaron los tiempos en que aún era legítimo salir de un figón juzgando bien o mal la densidad de la salsa de unas albóndigas, el punto de sal del bacalao ajoarriero, la dulzura de un arroz con leche elaborado con el cereal no estrictamente liofilizado.

    Si cunde el ejemplo de esta casta de artistas que antes sólo eran grandiosos artesanos de las cosas de comer, y se extiende el temor sagrado a pasar dictamen sobre la reconversión alquímica de una tortilla paisana o el proceso de esferificación de los pimientos morrones, no tardará en llegar el día en que el cliente tampoco se atreva a opinar contundentemente sobre el corte de la chaqueta de moda que se está probando o sobre la inestable pero bellísima silla de diseño ofrecida en la tienda de muebles. Hoy (o quizá mañana) poca gente desea verse circunscrita a la artesanía, una de las palabras más nobles, más antiguas y más gratificantes del cualquier idioma y de cualquier historia de la civilización. El cocinero quiere hacer ciencia con la comida, y esta pretensión ha alcanzado a algunos maravillosos profesionales como Juan Mari Arzak, que se ha metido, en colaboración con Jon Rodríguez, asesor para Estrategias Futuras de la casa Philips, en una llamada "cocina extrasensorial", lo que traducido para el lego significa que algunos de sus platos comestibles llevan luz dentro, encendiéndose así en un momento dado ante el comensal las bombillas implícitas en una carne de corzo o un lomo de pescado. El citado Jon Rodríguez, hombre emprendedor, ha anunciado que sus investigaciones van a llegar hasta el logro de una "cocina diagnóstica", algo, por cierto, que ya se pudo barruntar cuando la página de Tendencias de este periódico reprodujo hace pocas semanas la colección de muestras del Banco de Sabores de Arzak: una foto de contenedores trasparentes alineados en tres alturas que daba una grima espantosa, tan parecidos esos productos a los especimenes de tejidos internos del cuerpo humano enfermo que hay en los hospitales oncológicos.

     ¿Es esto el nacimiento de una innovadora sensualidad gustativa que mi paladar, por zafio y por antiguo, es incapaz de apreciar en lo que vale? La idea la he considerado yo mismo, por supuesto, sobre todo relacionándola con la sensación parecida que me producen algunas exposiciones de artes plásticas (no todas), algunas novelas y ensayos anunciados como de ruptura y algunas películas provenientes, con su abultada carga de premios, de Grecia, de Irán o de Sundance. Parte de mi argumento en este artículo, consiste, sin embargo, en sostener que por mucho camelo que haya en cierta cocina y cierto arte de vanguardia, la esfera del juicio no coincide, como tampoco lo hacen los procedimientos ni las finalidades. Comer no es todavía, aunque se empeñen los estudiosos y los ‘chefs', una actividad del espíritu trascendental.

     Ferran Adrià ha sido acusado en más de una ocasión de la peligrosidad de sus ingredientes ‘moleculares', y un reputado crítico gastronómico, el alemán Jörg Zipprick, denunció por ejemplo el uso sistemático por el genio de El Bulli de colorantes, emulsivos y polisacáridos que podrían causar cáncer intestinal. Adrià lo ha negado, y la sospecha inherente a estas acusaciones que siempre han acompañado el nacimiento de lo nuevo es que se trata de gestos reaccionarios, una llamada al orden de lo convencional y lo trillado. Soy el primero en reconocer las bondades de una sana alimentación, más allá incluso de la dieta mediterránea, pero, sinceramente, no veo más progresista el escamoteo de laboratorio de unas berzas que llegan a la mesa con efectos de "piedra pómez flotante" que el mojar el pan alguna que otra vez en el caldillo dejado por unos callos con garbanzos.

     Por no hablar de la pérdida de la convivialidad desenfadada en favor de la ‘gravitas' experimental propia de esos centros del arte culinario donde hay que hacer cola de años para acceder, como a los festivales de Bayreuth o las cuevas de Altamira. La idea de comer vigilado por un ojo artístico me angustia, y siempre que estos grandes cocineros, con la mejor intención, salen de los fogones y recorren su restaurante para recibir los plácemes del festín ofrecido, pienso en la pesadilla que supondría ver aparecer de detrás de los anaqueles de una biblioteca pública donde quince o veinte personas estuviesen leyendo las últimas producciones de la novela española, a tal autor o autora queriendo saber qué te ha parecido a ti ese uso de la segunda persona narrativa en el capítulo 3, todo sin puntuar y con notas a pie de página, de su reciente libro.

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25 de noviembre de 2010
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Historia de una biblioteca

 

Había una vez un pretendiente al trono de Inglaterra que se llamaba Jacobo III y vivía refugiado en Roma. Cuando Bartolomeo Gateschi entró a su servicio, Jacobo III ya tenía 70 años y era conocido como el pretendiente viejo, para distinguirlo de su hijo mayor, el pretendiente joven. Ellos, por su parte, se hacían llamar el rey de Inglaterra y el principe de Gales. Vivían en un palacio de la plaza de Santi Apostoli, y su causa estaba apoyada por Luis XIV, que les señaló una renta de doscientas mil libras sobre el ayuntamiento de París.

Por su parte, Gateschi tenía 20 años, grandes rizos negros, y planta de figurín. Era maestro voltegiatore y su cometido era enseñar gimnasia, salto a la comba, y equitación a los jóvenes príncipes que nunca faltan en cualquier casa regia que se precie. Como la pretensión de los Jacobos estaba sostenida por Francia, el palacio era visitado por todos los nobles franceses de paso en Roma, y Gateschi aprendió francés, inglés, y rudimentos de español. 

Adquirió entonces sus primeros libros, que fueron las cartas de Enrique VIII, y cuatro óperas de Metastasio, encuadernadas en tela verde. El texto cantabile estaba glosado en francés e inglés, y contenía un recibo por mil libras que Maria Gaetana Sacripanti, viuda, de profesión cocinera, prestó a Gateschi, para devolver en plazos trimestrales de 40 libras. Gateschi estaba entonces tan persuadido de sus atractivos que redactó un testamento, depositado entre las páginas de las Cartas de Enrique VIII a Ana Bolena, edicion de 1742, donde exponía que, tras haber dado cantidad de exhibiciones, a pie y a caballo, a sus compatriotas y visitantes extranjeros durante su vida, quería darles aún más después de su muerte, y ordenaba en su testamento que se hiciera una anatomía de su cuerpo y que el esqueleto fuera expuesto en la galería de la Biblioteca Ambrosiana, para ser un estudio de osteología. Gateschi no estuvo jamás en la Ambrosiana, pero había oído hablar muy bien de ella, y se prendó de oídas de aquel santuario de la sabiduría.

Cuando murió Jacobo III y los pretendientes jóvenes se hicieron viejos, Gateschi emigró a Versailles con una carta de recomendación de mylord Dunbar. A él le hubiera gustado ser  maestro de volatines, salto a la comba, y equitación —lo que en vernáculo llamaban maître à voltiger—, en el famoso palacio de Luis XV, pero el puesto estaba ocupado. Comenzó a trabajar como traductor. Versailles era la sede del ministerio de asuntos exteriores y  Gateschi se acomodó en los despachos ministeriales, se aficionó a los helados y la pastelería, y completaba sus honorarios traduciendo informes y peticiones para la multitud de señores extranjeros que acudían a gestionar algún asunto ante la corte francesa. Además, estaba de moda que los nobles hicieran aprender lenguas extranjeras a sus hijos, a semejanza del rey de Francia. Porque, aunque el francés se hablaba en toda Europa, los reyes franceses estaban obligados a aprender varias lenguas extranjeras, y disponían de profesores para su instrucción. Así fue como Luis XIV aprendió el español y el italiano, y Luis XV leía en varios idiomas, y Luis XVI no sólo era capaz de hablar en italiano, sino que traducía del inglés e incluso del alemán, cosa rara en una época donde todos los príncipes y señorones germánicos hablaban de corrido el francés.

Gateschi tomó algunos alumnos de alta cuna porque, siguiendo el ejemplo del rey, los nobles de la región querían enseñar lenguas extranjeras a sus vástagos. Él, por su parte, descubrió que, después de todo, odiaba saltar a la comba y la equitación le sentaba mal. Adquirió las óperas de Quinault traducidas al inglés, y su biblioteca llegó a medir una vara y media de largo.

El conde de Cardi le encargó la traducción certificada de varios documentos redactados en italiano y que respaldaban sus pretensiones genealógicas. La traducción fue tan exitosa que otros personajes siguieron su ejemplo, y Gateschi se mudó de su apartamento con cocina, alcoba y leñera, 35 libras mensuales, a un hotelito de la rue de l’Orangerie, con cuatro habitaciones, y dos alcobas, por 450 libras anuales, y derecho a una buhardilla en el cuarto piso, donde se alojaba su criada, Magdaleine Lagant, viuda de Armand-Augustin Lagant.

Al tiempo que se mudaba, Gateschi adquirió la Enciclopedia metódica de Panckoucke, bello y amplio objeto que le costó 672 libras, y al que confió la custodia del recibo de tres mil libras que le prestó la viuda Lagant, para devolver en forma de renta vitalicia de 40 libras mensuales. En la colección de los poetas líricos en inglés, ciento nueve tomos, guardaba los recibos de lencería y comestibles. En el de octubre de 1782 hay una anotación de “medias de seda superfinas” por valor de 9 libras, con la indicación de que no se regalan, sino que se descuentan del pago a la viuda Lagant.

En 1788 se convirtió en profesor de lenguas de los hijos de Luis XVI, que eran tres, a los que solían añadirse la reina María Antonieta y su cuñada. Gateschi miraba ahora por encima del hombre a Ciolli, viejo colega de su epoca en Roma, que regentaba el puesto de maestro de volatines, salto a la comba y equitación en el palacio de Versailles.

Su biblioteca ocupaba una habitación entera. Tenía una edición lujosa del Paraíso perdido de Milton, con las facturas del sastre, y la Odisea en traducción de Chapman, con las notas de su perfumero, bellos textos que hablaban de pomadas de bergamota y esencia de jabón de Nápoles. También las facturas y cartas insolentes de los libreros tenían su propia residencia en la Vida de Cicerón por Middleton, en tres volúmenes, mientras las obras de Shentones, igualmente en tres volúmenes, cobijaban las facturas de pociones digestivas, polvos atemperantes y bolas purgantes que le preparaba el boticario Veré. Las notas del pastelero, en cambio, se alojaban en las cartas de Sterne.

Un año después de su toma de posesión como maestro de lenguas extranjeras, lo parisinos decidieron llevarse de Versailles al rey y su familia. Ante el brusco descenso de los ingresos, Gateschi dejó el apartamento en la rue de l’Orangerie y se mudó a uno más pequeño. Las facturas del carpintero que hizo los nuevos estantes para la bella biblioteca se acomodaron en el Sentimental journey de Clever. A semejanza de los grandes señores, Gateschi empezó a dejar de pagar a sus proveedores, que comenzaron a mostrarse un tanto faltones. En una primera maniobra, alquiló un apartamento minúsculo en París, rue du Bac, donde esperaba dar clases. Sus rizos negros se habían ido adonde las nieves de antaño, pero en compensación había doblado su peso de cuando era maestro voltegiatore y usaba unas lentes turbias porque había perdido la vista. Con todo, seguía persuadido de que la posteridad veneraría sus huesos expuestos en la Biblioteca Ambrosiana. Lo malo era que su viejo título de profesor de lenguas de  la casa del rey se había vuelto comprometedor y la nobleza había emigrado. No por eso dejó de encargar vino de Borgoña y hacer anotar copiosos encargos al pastelero.

Lo más cruel fue la decisión de deshacerse de su biblioteca, pero aún peor resultó no encontrar ningún comprador. Seis cartas de rechazo entraron en el Paraíso de Milton. Dejó impagado el apartamento de la rue du Bac y se mudó a la buhardilla que ocupó la difunta viuda Lagant. Puso en el correo nuevas proposiciones de venta de su bilioteca, y murió solo, al anochecer del 3 de noviembre de 1793. Al día siguiente, sus vecinos, un aguador y un carbonero, declararon en el registro el fallecimiento de Bartolomeo Gateschi, soltero, de cincuenta y cinco años, natural de Toscana, que les debía trescientas libras. También el pastelero y el boticario hicieron saber a la autoridad su calidad de acreedores. Los papeles y muebles del difunto fueron embargados y vendidos, igual que la biblioteca, que arrojó sus buenas quinientas libras de peso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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25 de noviembre de 2010
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El Boomeran(g)
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