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"No me gustan los escritores que no escriben"

Por 13 de noviembre de 2010 Sin comentarios

Iván Thays

César Aira. IIustración: Loredano
Pero la aparición en Babelia de César Aira no se resume a la reseña de Ernesto Ayala-Dip sino que Soledad Gallego-Díaz le ha hecho un extenso cuestionario, respondido obviamente a la manera-Aira. 
Algunas preguntas y respuestas:

P. ¿Arranca con la idea de una historia que quiere contar?
R. Sí, siempre empiezo con una idea. Tiene que ser una idea sugerente, no muy definida, de modo que me permita aventurarme en algo desconocido, pero siempre hay algo que me lleva a empezar. A veces es una idea más conceptual y a veces un lugar, los gimnasios, por ejemplo, o una ciudad.
P. Cuando empezó a escribir El error, ¿existía el bandolero Pepe Dueñas?
R. No. La idea con la que empecé fue pequeñísima, la que está en las primeras líneas del libro, alguien que entra a la novela por una puerta que dice ?error? y se justifica diciendo que era la única puerta que había. Esa fue una idea pequeñísima y tonta que se agotó en las tres primeras líneas, pero justamente es la clase de idea que me gusta porque me da completa libertad.
P. Tiene sentido de humor.
R. Yo nunca hago humor deliberadamente, me parece peligroso. El humor depende demasiado del efecto que produce. Es ponerse a merced del lector, si le va a causar gracia o no; eso no me gusta. Pero me sale naturalmente en el curso de la invención, de la imaginación.
P. ¿Cuál es su relación con la pintura?
R. Tengo más que nada una relación con el cine. Ha sido una pasión mía desde muy chico.
P. ¿Le gusta el cine de Almodóvar?
R. Tengo mucha admiración por Almodóvar. La última vez que estuve en Madrid me hospedé en un pequeño hostal. Yo no había visto Volver, y a la noche encendí un pequeño televisor que colgaba de la pared, sin control remoto, para ver si había algún noticiero. Estaba empezando precisamente esa película. Me pareció una obra maestra, de lo mejor que ha hecho Almodóvar. Lo consideré como un regalo del destino y me alegró una noche madrileña.
P. Usted hablaba mucho de la fantasía, ¿es la vida una fantasía en la que uno se mueve?
R. No. La vida es real, lamentablemente, diría alguien. Quizás me hice escritor por eso, para refugiarme en el mundo de los libros. Desde muy chico, por ser tímido o miope, me refugié en el mundo de los libros, de las aventuras, de la fantasía, de la imaginación. Y después seguí con eso.
P. A sus personajes les pasan muchas cosas, pero no dicen nunca lo que sienten.
R. Mis personajes, por lo general, no tienen psicología porque no me interesa. No me interesa la persona, me interesa la historia, la trama, los personajes tienen que ser simplemente funcionales a la historia. Creo que no tienen espesor psicológico, pero no lo busco. De hecho, me hacen reír esos escritores que hablan de sus personajes como si fuesen seres reales. Lo mío no va por ese lado.
P. ¿Se ríe mucho?
R. Sí, quizás es una defensa. Soy risueño. Salvo en gente que sufrió mucho de verdad, me parece que ser trágico es un poco impostar. Me acuerdo de una tira cómica que salía en una revista de alguien que se mostraba todo el tiempo muy torturado y angustiado y después se encerraba en un cuarto a reírse a carcajadas. Lo mío es lo contrario, yo me estoy riendo todo el tiempo y luego tengo mis angustias como todo el mundo, pero a puerta cerrada.
P. ¿Tiene más relación con poetas que con novelistas?
R. Yo me formé en un círculo de poetas. De ahí puede venir mi amor por los libritos delgaditos, pequeñitos, que hacen los poetas. A esas novelas gruesas, pesadas, enormes, me parece que les falta una cierta elegancia que tienen los libros de los poetas, y yo quise escribir mis propios libros delgaditos, pero, como no soy poeta, naturalmente escribo novelas.
P. De los poetas que lee, ¿hay alguno en particular que quiera usted nombrar?
R. Ahora estoy releyendo a Jules Laforgue, el poeta uruguayo-francés, que es muy difícil de leer porque tiene frases muy retorcidas. Estoy leyendo siempre buena poesía, clásicos y jóvenes nuevos. Estoy releyendo también la obra de un poeta que fue amigo mío y murió hace varios años, Emeterio Cerro. Era un genio, un genio raro.
P. He leído que usted se deja influenciar más por gente joven que por autores de su propia generación.
R. Ahora prefiero la compañía de los jóvenes. Es natural en los mayores ir a beber sangre fresca. Me gusta el entusiasmo, el empuje de los jóvenes, que se va apagando con el tiempo. La mayoría de mis amigos de mi generación, mis amigos de juventud, ya han perdido la llama. Yo trato de conservarla con el contacto con los jóvenes. La mayoría de mis amigos tiene hoy menos de 30 años.
P. ¿No tiene usted la impresión de que muchos de esos jóvenes son muy convencionales?
R. Sí. Algunos sí, pero otros no. Ahora hay un reflujo respecto de lo que fueron mis años juveniles, los sesenta, los setenta, donde era casi obligatorio para un joven ser algo de ruptura, algo nuevo, algo distinto. Hoy día puede ser que haya más convencionalismo, resignación a hacer lo que quieren las editoriales, que tienen la obligación de seguir publicando libros para mantener en marcha su máquina y hay gente que les da ese material. A mí me parece que ya hay suficientes libros buenos en todas las bibliotecas como para seguir escribiendo novelas iguales a las que ya hay, por buenas que sean. Por bien hechas que estén, son más libros. Nuestra misión, para darle un nombre un poco más místico, es hacer algo nuevo, algo distinto, y de eso hay poca gente que se ocupe.

P. Algunos críticos dicen que sus novelas son ligeras. ¿Cómo lo toma?
R. Según como se defina esta cuestión. El que no se ocupa de promover los valores humanos, históricos, sociales, el que se ocupa de la literatura como una pura actividad artística, puede ser tachado de frívolo. A mí me lo han dicho más de una vez. Y me lo tomo bien.
P. Ligero o denso, usted le dedica la vida entera.
R. Sí, y con mucho gusto y mucho placer. Durante muchos años pensé que me había dedicado a la literatura por descarte, porque no podía hacer lo que realmente había querido: hacer música, pintura, cine; no tenía talento, ni posibilidades de nada de eso. Así que lo más fácil era escribir, algo para lo que no se necesita más que un lápiz y un cuaderno, y saber escribir. Pero, con el tiempo, me di cuenta, muy a la larga, de que la literatura es el arte más difícil de todos; así que si lo elegí por descarte, hice un mal negocio.
P. Goza usted de un gran respeto dentro de la crítica argentina. Fue usted invitado a la última Feria de Fráncfort, en la que Argentina fue el país estrella, pero no fue.
R. Sí, no quise ir, era algo demasiado oficial. Y sí, la crítica ha sido muy benévola conmigo. Son contadísimas las críticas negativas que recibí. No sé por qué. Quizás no soy tan bueno como yo creí. A un buen escritor, en el sentido de un escritor que inaugure algo nuevo, tendrían que criticarlo más. Siempre es bueno tener un enemigo. Justamente, el arte contemporáneo tiene una figura fundamental que es ?el enemigo del arte contemporáneo?, que vocifera que son todos unos fraudes y unos vagos, que ganan millones con el esnobismo de la gente. Lamentablemente, en la literatura no tenemos este enemigo.
P. ¿Es cierto que odia usted a Juan Rulfo porque escribió poco?
R. No, pero no me gustan los escritores que no escriben. Hay gente que necesita tener carné de escritor, porque eso les sirve para moverse socialmente, pero lamentablemente para eso necesitan escribir y eso no les gusta. Pero no tengo nada contra Rulfo, salvo considerarlo un escritor bastante mediocre, pero eso son opiniones y gustos personales que no le impongo a nadie.
P. ¿Qué escritor, de los que lee últimamente, recomendaría?
R. Creo que el único escritor vivo al que sigo con cada libro que publica es Kazuo Ishiguro. Pero tampoco me hago un deber de estar al día con la literatura actual. Estoy en la edad de la relectura, releer es un placer doble.
P. En buena parte de la literatura argentina de los últimos 30 años está presente el tema de la dictadura militar y de los desaparecidos. En su literatura eso no existe.
R. No, para nada. Siempre he pensado que, al final, todo lo que uno escribe, por más que sean estas cosas que escribo yo, todo se traduce al final en plata y hacer plata con la desgracia ajena me parece una cosa desagradable. Nunca lo haría.
P. ¿No es un poco duro con sus colegas?
R. Bueno, no, cada cual tiene su modo de hacer las cosas. No me gusta además la temática. En el cine europeo, el equivalente a nuestro cine o novela de desaparecidos es el tema de los inmigrantes. Son igual de deprimentes e igual de tristes? Todas esas películas alemanas sobre los turcos? Además, una novela que tenga un tema, yo ya desconfío. Yo no quiero escribir sobre los desaparecidos o los inmigrantes. El que investigue esos temas, que haga su libro o su película, pero no una novela y no una película de ficción. Me parece un poco deshonesto.

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Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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