Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Victorias y derrotas

Las noches electorales contemplan una curiosa y previsible migración, que se explica por la atracción de los insectos por la luz. La victoria es luminosa, y por eso se acumulan los recién llegados que se abren paso a codazos para acercarse al aura del vencedor. La derrota es oscura y solitaria, y a muy pocos atrae: un puñado de fotógrafos y periodistas que levantan acta del hundimiento y otro puñado de dirigentes que se sienten solidarios y también responsables junto a su monarca destronado; nadie más acude a prestar su calor.

Las estampas de la noche electoral son lecciones excelentes sobre la vida política. Sirven para orientarse en el futuro y comprender el pasado. De la victoria rotunda sólo hay un consejo que cabe deducir para el ganador: cala pronto a los aduladores y guárdate muy bien de ellos, porque llevan en sus puños cerrados la semilla de las futuras derrotas. Piensa que besan la mano que no pueden morder. Bonaparte, que algo sabía de todo esto, consideraba que los mejores aduladores son también quienes mejor calumnian. Ahora ya es tarde, pero mejor les habrían ido las cosas a los derrotados de caer a tiempo en ello. Uno les ve tan entusiasmados en la plaza, desbordantes de emoción y de vítores, entre el tintineo de copas de la celebración; o en la otra punta de la ciudad, tan circunspectos y serios, noqueados por la derrota. Todos ellos, vencedores y derrotados, envueltos cada uno en sus correspondientes siglas, banderas e ideologías, y también enfrentados juntos a sus respectivos destinos políticos. Y entonces, sin embargo, es el momento en que tanta cohesión en los éxitos y en los fracasos induce a la sospecha y conduce a evocar aquella excelente clasificación de autoría imprecisa (¿Winston Churchill?, ¿Giulio Andreotti?, ¿Pío Cabanillas?) pero de gradación bien clara, sobre la intensidad de la enemistad en política: adversarios, enemigos y compañeros de partido. Lo peor que le puede suceder a quien le corresponde la máxima responsabilidad es que no sea él quien gobierne sino los compañeros de partido. También es malo tener el enemigo en casa, como sucede con frecuencia en los gobiernos de coalición. Y siempre deberá rezar, en cualquiera de los casos, para tener la fortuna de que le rodeen unos buenos y leales adversarios, que competirán por el poder cuando corresponda pero atenderán a su autoridad cuando quien preside sabe ganársela y ejercerla. Para hacerse con una buena compañía hay que merecerla. Y la primera regla de oro es ser uno mismo y asumir uno solo la responsabilidad que a uno solo le corresponde. Pero la segunda y quizás tan importante es rodearse de verdad de los mejores, que siempre será gente mejor preparada que uno mismo, y por tanto temibles adversarios si acaso se presenta la oportunidad. La tercera regla dorada, por supuesto, es saber utilizar el estímulo de estos adversarios potenciales para conseguir ser siempre mejor que todos ellos, manteniendo así la autoridad y el poder fuera de su alcance.

Leer más
profile avatar
6 de diciembre de 2010
Blogs de autor

A la búsqueda de Philip Dick

La vida de Philip Dick ha sido muy bien contada por Lawrence Sutin (Divine Invasion), y también, de manera más heterodoxa, por Emmanuel Carrère (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos); sin embargo, no dejan de aparecer libros que revelan detalles desconocidos de este autor. Las ex-esposas (Dick se casó cinco veces) son una mina inagotable: el año pasado, Tessa, la quinta, publicó Philip K. Dick: Remembering Firebright, enfocado en las experiencias místicas de Dick en 1974, y este año Anne, la tercera, lanzó una edición revisada de The Search for Philip K. Dick (la había editado ella misma quince años atrás, pero el libro pasó desapercibido).

The Search for Philip K. Dick nos descubre a un Dick doméstico. Aunque el libro abarca desde el nacimiento hasta la muerte de Dick, lo más interesante son las memorias de los seis años de matrimonio --de 1958 a 1964--, época en la que Dick escribió algunas de sus novelas más importantes (El hombre en el castillo, Tiempo de Marte). El libro comienza en octubre de 1958 en Point Reyes, un bucólico pueblo californiano, cuando Anne, viuda reciente y con tres hijas, toca la puerta de sus nuevos vecinos, un escritor acabado de mudarse de Berkeley y su segunda esposa, Kleo. Anne se presenta a Phil y se enamora a primera vista. Phil lleva jeans y una chaqueta de cuero, es cortés y no deja de mirar al suelo; se llama a sí mismo un "escritor menor de ciencia ficción", y, antes de despedirse, le presta libros (Kafka, Hesse, Joyce).

Anne y Phil pasan mucho tiempo juntos: Kleo trabaja en Berkeley y no está en casa durante el día. El romance no tarda en iniciarse. La joven viuda y el escritor hablan sin parar de libros y se cuentan sus vidas. Phil le revela que tuvo una hermana gemela que había muerto a las tres semanas de nacer; que se sentía culpable y que la llevaba dentro de él. Se considera parte del "proletariado", aunque Anne lo ve más bien como un típico beatnik de Berkeley.

Kleo desaparece y el affaire se hace oficial. Phil pasa las horas en casa de Anne y es cariñoso, lava los platos y limpia el piso. Lleva a las niñas al zoológico y al parque de diversiones, les prepara el desayuno y juega con ellas. Las primeras neurosis se manifiestan: cuando van a la playa, Anne descubre que Phil no sabe nadar y tiene miedo al agua. También se entera de su enorme colección de pastillas, que él toma para todo: tiene taquicardia, es agorafóbico, etc. Cuando el pueblo comienza a murmurar acerca del romance, Anne presiona a Phil: quiere casarse. Phil acepta y le pide el divorcio a Kleo. Al poco tiempo se muda a casa de Anne.

Dick escribe dos novelas de ciencia ficción al año y gana poco con ellas; quiere ser considerado un escritor serio y también escribe novelas literarias, pero no consigue editor para ellas. Anne tiene una pensión de viuda y lo apoya en todo. Queda embarazada de Laura, que nace en 1960. No sospecha de la turbulencia emocional que se esconde detrás de la tranquilidad de Dick, aunque las peleas con gritos (él) y platos rotos (ella) comienzan después del nacimiento de Laura.

Anne confiesa que todavía no sabe qué le pasó a Dick para cortar esa vida idílica, familiar y enamorada. Lo cierto es que para 1962, El hombre en el castillo se publica con una dedicatoria que dice mucho: "Para mi esposa Anne, sin cuyo silencio este libro nunca se hubiera escrito". Hacia 1963, Phil pasa poco tiempo en la casa y su paranoia es total: cree que Anne quiere asesinarlo. Así, Phil logra que Anne sea internada en un siquiátrico por 72 horas (en en ese entonces era suficiente la firma de un doctor para que un esposo pudiera hacer internar a su esposa). Después, la golpea en dos diferentes ocasiones. Anne está confundida, pero su amor la ciega; llega una cuenta muy alta de la farmacia por diversas pastillas y drogas (amfetaminas), pero no le dice nada a Phil. En marzo de 1964, Phil se muda definitivamente a Berkeley y pide el divorcio.

The Search for Philip K. Dick es la historia de una obsesión: la de una mujer por entender al hombre del que está enamorada. Anne es ingenua y no ve lo obvio: Philip Dick no estaba preparado para la vida doméstica, y su amor no era tan fuerte como parecía. Aun así, queda el misterio: ¿cuánto tuvo que ver esa vida doméstica con las grandes obras de esos años? Con Dick, hay siempre más preguntas que respuestas.

(La Tercera, 6 de diciembre 2010)

Leer más
profile avatar
6 de diciembre de 2010
Blogs de autor

Ni alta ni delgada ni rubia

Este año la Constitución española ha traído la felicidad a muchos hogares, tras los reproches y los desdenes que viene recibiendo de aquí y de allá. Desde el pasado viernes, y hasta el próximo miércoles incluido, el ciudadano medio no sé si cambiará su opinión respecto al ordenamiento que rige nuestra vida política, pero al menos, cuando esté en la nieve o en alguna remota playa benévola, haciendo ‘shopping' en Londres o ‘mobbing' turístico en un museo italiano, se acordará con agradecimiento de que le debe a este día 6 caído en lunes el formidable arco que, unido al del día 8, nos permite transitar por el puente más largo del año. La Purísima también se ha revelado providencial, no le neguemos méritos festivos a este inveterado y para una mayoría de españoles -me atrevo a aventurar- insondable misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima.

    Recibí hace un par de semanas un tarjetón de la presidencia del gobierno autonómico de Madrid invitándome a la solemnidad del día 6, que tiene lugar en su sede de la Puerta del Sol. Agradezco las invitaciones que me llegan de nuestra Comunidad, supongo que por estar mi nombre en un ‘mailing' institucional propio o heredado de otras épocas, y no me importaría acudir al acto, por muy ‘esperanzaguerrido' que sea su cariz. Estaré ausente de la recepción en la antigua Casa de Correos por otras razones (aunque yo no hago ‘puenting'), y celebraré convencido la fecha y el motivo de esta fiesta constitucional sobre la que me gustaría aquí desarrollar una pequeña fábula con moraleja.

     La inagotable y lingüísticamente inconmensurable María Moliner describe así la palabra "constitución" en su Diccionario de uso del español: "Ley fundamental que fija la organización política de un Estado y establece los derechos y obligaciones básicos de los ciudadanos y los gobernantes". No se puede decir mejor, y eso que estoy citando por mi manoseada edición en dos tomos, que ya tiene sus años, y fue sin duda escrita por Doña María antes de que los políticos de la Transición redactaran el ordenamiento legal aún vigente. Ahora bien, la definición que he citado es la número 4 de la entrada correspondiente del primer tomo del diccionario ‘molineriano'; la acepción anterior y primordial dice así: "Manera de estar constituido el organismo de un individuo orgánico, particularmente una persona, dependiente del desarrollo y funcionamiento de sus órganos". Puede sonar ligeramente redundante, pero no lo es. Unidas por el vínculo de su misma palabra, las dos acepciones de "constitución" nos dan la licencia de una comparación poética: imaginar el cuerpo, nuestro cuerpo mortal, como un conjunto de reglas físicas abocadas a un fin inexorable, y, recíprocamente, ver la Constitución de 1978 como un cuerpo humano, imperfecto y perecedero algún día.

     Yo tuve hasta el año de mi Primera Comunión una constitución delgada, por no decir esquelética, que me hacía ser enclenque. Mis padres, con todo el cariño del mundo, me llevaron al pediatra, que lo certificó de un modo seco y enigmático: "este niño es asténico". Mis padres se miraron entre sí, apesadumbrados, y yo salí de la consulta convencido, en mi ignorancia léxica (no usaba entonces aún el Moliner), de que la astenia que producía mi extrema delgadez de los siete años era una lombriz gigante, tal vez un ofidio, que se paseaba impunemente por mi cuerpecito. No entraré en los detalles del tratamiento médico; estamos en el reino de la fábula. Un año después de la visita al pediatra, yo era un niño gordito y saludable, y desde entonces mi complexión pasó a ser robusta, con una tendencia a engordar que he de cuidarme si no quiero, al menor desliz alimentario, caer en la obesidad. Por ello envidio con cierto rencor a esas personas que comen a dos carrillos lo que más engorda y no engordan. Son de constitución invariablemente delgada y, algunas, hasta atlética.

     Los humanos de mi pequeño apólogo somos los animales razonantes que nunca estamos contentos del modo en que hemos sido constituidos por la naturaleza, esa madre dada a las veleidades. Yo tengo que vigilar mi peso, pero a mi lado veo a envidiables seres delgados que llevan con amargura no medir seis centímetros más de altura, veo a morenos que añoran ser rubios, a mujeres insatisfechas del excedente de grasa en sus abdómenes o ansiosas de realzar el perfil de sus pechos. Por no hablar de la envidia viril  -que también a mí me aqueja-  de ver a hombres rozando la ancianidad sin alopecia, otra palabra que suena a reptil sinuoso.

    Escuálida en algunos puntos, gruesa en otros, tirando a gris más que a rubio platino y con la falta de sexy que tienen los articulados de la ley, la Constitución con mayúscula, ésa que va a cumplir el lunes treinta y dos años, se parece, en sus imperfecciones y sus carencias a nosotros. O tal vez nosotros, que decidimos votarla y convivir en son de paz bajo su techo, somos igual de voluntariosos y  de optimistas que ella.

Leer más
profile avatar
6 de diciembre de 2010
Blogs de autor

Un comisario de policía

 

Me gustan los diarios y memorias de la gente sin pretensiones literarias. Los que manufacturan los del oficio suelen estar casi siempre limpios de interés y chispa; porque con una rutina lamentablemente profesional, no pasan por alto ninguna ocasión de falsear lo humano y devaluar lo literario. Cualquiera que escribe ya nos cuenta su vida, y es mejor que no insista en hacerlo “de verdad”. Ahora mismo, sólo se me ocurren dos autores que salgan con gracia del barro autobiográfico, De Quincey y Hume. 

Se ve que hace tiempo me debí dedicar a comprar diarios y memorias de gente sin relevancia, porque veo en la zona de deslomados y levemente desguazados, unos cuantos volúmenes del género. El material da para comparar el engrudo de las memorias de un personaje significado, como el cardenal de Retz, con la gracia impremeditada y el valor humano que surge a veces en el diario de una criada.

Madame du Hausset, por ejemplo, que era “femme de chambre” de la Pompadour, dejó un diario que rodó de mano en mano hasta su publicación en el típico surtido decimonónico de “Mélanges”. Con una fidelidad de tono mate, y un desconocimiento incontestable del arte literario, los apuntes muestran a ratos la sencillez y la emoción que falta con rara unanimidad en los “chroniqueurs” de su tiempo. Está redactado en 1770-80, quizá por emulación de Madame de Caylus, que publicó entonces sus memorias exitosas. Otra obra del mismo género es el diario del comisario Narbonne, recopilado y editado en 1866, sus entradas van de 1701 a 1746 y trazan una visión curiosa de la peculiar población que se creó en torno al castillo que Luis XIV hizo edificar en Versailles. La ciudad quedó abandonada cuando el Regente se llevó a Luis XV a Vincennes, y los apartamentos vacíos atrajeron a una tropa de malhechores y mendigos. Entonces fue cuando el gobernador nombró comisario de policía a Narbonne, hasta ese momento ujier y escribiente anodino que llevaba un diario personal desde 1701. El texto contiene toda suerte de notas, cabos de conversación, biografías, rumores y reflexiones propias y ajenas. 

Narbonne no tiene a los jueces en gran consideración: “En otro tiempo eran espadas desnudas que se hacían temer por los malvados; ahora se han convertido en vainas vacías que no buscan más que llenarse con el dinero de las partes. Los gastos de justicia son enormes y además no se puede hacer terminar un proceso sino a fuerza de dinero.” Tampoco le gustan los grandes señores, ni los cortesanos que habitan el castillo versallesco. Tiene un pique personal con la nobleza y se venga burlándose de su conducta. Ni siquiera el rey Luis XIV está a salvo de sus críticas: “Ese mismo día [de su muerte] se anunció una disminución del valor del luis de oro que se vio reducido a catorce libras (en vez de veinte). Él quiso que se dijera que con su muerte se perdía. Pero muchas personas se alegraron de la muerte de ese príncipe y por todos lados se oía música de violines.”

Después de los grandes señores, son los médicos y curas quienes atraen los sarcasmos de Narbonne. Su descripción de la muerte del emperador  Carlos IV de Alemania documenta uno de tantos casos en que una indigestión fue tratada con el sistema terapéutico Diafoirus, consistente en sangrar y purgar, y luego purgar y sangrar, hasta la extinción total del paciente. 

El médico de los hijos del rey, un gascón llamado Bouilhac, obtuvo su puesto gracias a un poderoso de quien “visitaba el orinal todas las mañanas”. Según Narbonne, era un aventurero ignorante que, cuando la tercera hija de Luis XV enfermó, la trató a base de sangrías, heméticos y cochinillas rojas (que se administraban como astringente), para rematarla con ventosas. La niña tenía cinco años.

Su idea de los curas y derivados queda ilustrada en esta frase: “Llamaban a su padre el evangelista, porque jamás decía la verdad.”

A Narbonne se deben los primeros censos fiables de la población versallesca. Cuando Luis XV volvió en 1722, el comisarió calculó que había cuatro mil príncipes, señores y privilegiados, que vivían en el recinto del castillo. Parece increíble que semejante turbamulta pudiera alojarse allá, pero las cifras estadísticas de población por barrios que ofrece Narbonne se han contrastado como exactas, de modo que también las relativas a la zona noble debían serlo con toda probabilidad. También sabemos por su diario que Luis XV pasaba más de la mitad de sus noches fuera de Versailles.

Cuando nacía un vástago regio, Narbonne estaba encargado de advertir a los buenos burgueses de la ciudad y de invitarlos a celebrar el evento y empavesar sus mansiones. El día que nació el primer varón, 4 de septiembre de 1729 a las tres horas y cuarenta minutos de la noche, la alegría fue inmensa: “una vez que la reina fue refajada y repuesta en su cama, se le anunció el sexo del niño. El rey la besó, le dio las gracias por el precioso regalo que acababa de hacerle, y se fue a dormir.” Narbonne, por su parte firmó una orden que se proclamó y tamborreó por toda la ciudad. Todas las personas de cualquier calidad y condición debían hacer fuego ante las puertas de sus casas e iluminar sus ventanas a la ocho de la noche. Tales fiestas y luminarias debían continuar durante tres días. Los obreros le cogieron gusto al jolgorio y se tomaron una semana, y luego otra. Llegaban en bandadas a las ventanas del rey y berreaban ¡Viva el rey y el señor Delfín! Luis XV se dejaba ver y hacía repartir algunos luises y ducados. Por fin, el primer ministro se cansó y alarmó, de modo que Narbonne tuvo que dar otro bando ordenando el fin de los festejos y el reinicio del trabajo, y el que más trabajó fue el señor comisario haciendo cumplir el nuevo bando.

También se encargó del misterioso caso de los desagües que los astutos burgueses hacían comunicar clandestinamente con los de palacio, de modo que pronto hubo un atasco general y la creación espontánea del estanque de Clagny que exhalaba un pestazo insoportable para la propia población que lo sustentaba con lo más escogido de sus detritus.

El invierno de 1739 fue muy duro. Heló durante 62 días y las calles estaban intransitables por el hielo. Como los pobres se morían a montones, el rey y el primer ministro Fleury decidieron emplearlos como rompehielos urbanos para que tuvieran algún recurso. Narbonne estaba encargado de dirigir la operación y compró el utillaje necesario. Así trabajaron más de quinientos pobres a 0,75 francos al día. Pero ocurrió que el ministro olvidó financiar el gasto. Con una imprudencia que le honra, Narbonne adelantó los primeros fondos. Al quinto día, el ministro de Finanzas rechazó los pagos porque no estaban en el presupuesto. Narbonne tuvo luego todas las dificultades del mundo para recuperar su anticipo. Siempre ha habido buenos funcionarios.


Leer más
profile avatar
6 de diciembre de 2010
Blogs de autor

Aprovechando el caos

Muchos ciudadanos nos preguntamos que si las máximas autoridades económicas atribuyen los descalabros de países enteros a la "avaricia" y a la "especulación" de unos pocos cómo no se hace nada contra esa banda de malditos. Si no fuera así, si se tratara de algo más abstracto como que el sistema es el sistema y provoca estos malvados resultados, la pregunta  vuelve al principio: ¿Por qué no se hace nada contra un sistema que arruina y aplasta a millones de familias? ¿No saben hacerlo? ¿No quieren actuar? ¿Desconocen adónde vamos a parar si cambian algo?

Todo junto, a través de indicios disgregados, conduce a pensar que efectivamente la autoridad se muestra tan confusa y débil como auto-des-auto-rizada. Y siendo así ¿cuánto falta para proclamar la anarquía? O la anarquía ha llegado ya y son los más poderosos, la autoridad económica entre ellos, quienes están saqueando los hogares, las tiendas, las empresas, aprovechándose del caos.

Leer más
profile avatar
5 de diciembre de 2010
Blogs de autor

Cumbres desastrosas

Hugo Chávez no merece pasar a la historia por sus gestas, pero sí por una frase: ?Andamos saltando de cumbre en cumbre, pero tristemente la gran mayoría de nuestros pueblos andan gimiendo de abismo en abismo?. La pronunció hace diez años en Nueva York, en Naciones Unidas, uno de sus escenarios favoritos, donde ha tenido actuaciones tan sonadas como la de 2006, cuando habló después de Bush y soltó su célebre ?aquí huele a azufre?.

El presidente bolivariano descalificó las cumbres durante una cumbre, la del Milenio, que reunió en septiembre de 2000 a jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo para hacer lo que todo el mundo sabe: fijar unos objetivos que jamás se cumplen. Los del Milenio eran ocho a quince años vista y no es ahora el momento de evaluar hasta dónde hemos llegado en cada uno de ellos para no desviar el hilo orográfico de esta columna; pero basta con recordar el estado de ruina en que se encuentran las negociaciones sobre reducción de emisiones a la atmósfera, que afectan directamente al séptimo de los objetivos, el que pretendía contar con un medio ambiente sostenible para 2015. Lo que sucede con las cumbres de Naciones Unidas sucede con casi todas las cumbres. Si alguien quiere obtener buenas fotos de grupo y a la vez garantizar un fracaso sonoro, no tiene más que convocar una de esas reuniones multitudinarias en las que los mandatarios se dan abrazos, pronuncian frases incomprensibles en inglés de Assimil y no paran de enseñarnos la enorme cantidad de dientes que acumulan entre todos. Al ritmo de éxitos que lleva la gobernanza mundial, pronto los ciudadanos buscaremos refugios antiaéreos como los que tuvieron que utilizar nuestros padres o abuelos cada vez que nos anuncien la próxima celebración de una cumbre. La casuística de las cumbres desastrosas es infinita, pero cabe clasificarlas en tres apartados para ordenar un poco la cabeza del estudioso. En primer lugar, las más desastrosas, que son las europeas, pioneras en el negocio porque son las únicas obligadas sin remisión a obtener conclusiones, sean buenas o malas: si no lo hacen, al lunes siguiente se caen las Bolsas, las deudas y el euro. En segundo lugar, el grueso de las cumbres, inanes en su mayoría, sobre todo las latinoamericanas, que solo ocupan las primeras páginas cuando alguien tropieza o pronuncia una frase afortunada: ?¿Por qué no te callas??, por ejemplo, dirigida precisamente a Chávez. En tercer y último lugar, pero no el menos importante, las mejores de todas las cumbres: las que se suspenden, como ha ocurrido con la cumbre euromediterránea de Barcelona, que debió reunirse primero el 7 de junio y luego el 21 de noviembre. Se aplazó en ambas ocasiones para evitar un fracaso, y esto ya ha sido todo un éxito a la vista de cómo va el mundo.

Leer más
profile avatar
5 de diciembre de 2010
Blogs de autor

MARIO VARGAS LLOSA MERENGUE.- A pocos días de recibir el Premio…

MARIO VARGAS LLOSA MERENGUE.- A pocos días de recibir el Premio Nobel en Suecia, Mario Vargas Llosa fue a apoyar a su equipo, tan alicaído luego del 5-0, en el Santiago Bernabeu y dio el play de honor en su partido contra Valencia. Les trajo suerte, sin duda, en especial a Cristiano Ronaldo (que metió los dos goles del 2-0) ¿Entonces Mario Vargas Llosa es del Real Madrid? Bueno, nadie es perfecto. 

Leer más
profile avatar
5 de diciembre de 2010
Blogs de autor

Borbones en pelotas

 

 

Nunca hemos cortado las cabezas de los reyes. Ni de las reinas. No hemos sido un país equiparable a los más avanzados países de Europa. Así nos fue. Así nos va. Aquí a los reyes les reíamos las gracias, les hacíamos coplas, les permitíamos enriquecerse, jugar, torear, putear, someter y burlarse del pueblo. De vez en cuando un motín, una asonada, alguna protesta callejera y vuelta al redil. A veces tuvieron que ir al exilio, pero volvieron por dónde solían. En fin que somos un país monárquico a pesar de la razón, la racionalidad y el deseo de progreso. Monárquicos a nuestro pesar o monárquicos por interés, deformación o falta de decisión.

No hablo de la monarquía actual, muy alejada de esos antepasados, de aquellos Borbones de los siglos pasados. Ahora son otra cosa. Hay techo de cristal, no hay Corte, no pueden hacer de su capa un sayo y no hay cortesanos, por más que algunos sigan arrimando el ascua a esa sardina. Son más prudentes y se casan por amor. ¡Qué tiempos!

Nada que ver con sus antepasados, sobre todo con una antepasada de las que acaba de publicarse un libro definitivo. La historiadora Isabel Buriel publica en Taurus la biografía: "Isabel II". Mucho más que la historia de aquella reina "señora y esclava de la Corte". Mal casada con un caradura carca y homosexual, rodeada de amantes oportunistas, beata con furor uterino, temerosa amiga de monjas fanáticas como Sor Patrocinio, con una madre dominadora que la despreciaba- la muy negociante, mala madre, infiel, lista y perversa María Cristina- sin estudios, sin cultura, no tonta pero sí una estúpida emocional.

Isabel II, que vivió la mitad de su vida en el exilio del champán parisino, tan castiza y garbancera como un personaje de Galdós, no fue capaz de entender que éste país necesitaba liberarse de cortes y desgobiernos como los suyos. Fabuloso retrato de esta Borbón "en pelota", riguroso, documentado, incontestable y necesario para entender ese siglo y lo que vino después. Nada que ver con la muy irónica y crítica parodia que en clave de porno humorístico hicieron los hermanos Bécquer: "Los Borbones en pelota", aunque el rigor histórico no esté, finalmente, muy lejos de aquél mordaz libelo. Una joya reciente de nuestra bibliografía que alguien debería atreverse a publicar. Un libro maldito que debería ser rescatado.

Y un libro valiente, riguroso, esencial y que pone una nueva e inédita documentación sobre una época tan apasionante como catastrófica. Una radiografía del poder, de los secretos de Estado y de alcoba de nuestro siglo XIX. Mucho más entretenido que la seria por capítulos de Wikileaks. Un libro sobre esa corte de los milagros que sólo admite comparación con la recreación literaria de Valle Inclán. Un libro para saber más de nuestra triste historia. De nuestros disparates de cuando quisimos ser liberales.

 

 

 

 

 

 

 

 

Leer más
profile avatar
4 de diciembre de 2010
Blogs de autor

El carnaval de los muertos

La rumba va de un lado a otro y el jolgorio surca el malecón habanero, en un verano que obliga a secarse el sudor con las mangas de la camisa. Desde el octavo piso de un edificio cercano, un hombre ya no puede escuchar las tumbadoras y los gritos de los borrachos. Sus pensamientos van acompañados de ráfagas de ametralladoras, del olor de un África lejana donde perdió a un amigo, la cordura y el sueño. Ariel es el personaje protagónico de El carnaval y los muertos, última novela de Ernesto Santana, un auténtico escritor sombra, en una ciudad también apagada. Para quienes ya conocemos su escritura, cruda, certera y cargada de cuestionamientos, este nuevo texto nos hace reencontrarnos con una sordidez cotidiana que de tan común ya casi ni vemos. Nos arrastra hacia el trauma de quienes fueron llevados a tierras distantes e involucrados en una guerra que no entendían, que todavía hoy muchos no comprendemos. La historia de amor, los fantasmas, el VIH, componentes también de este drama de apenas 175 páginas. Una ficción de muertos que van y vienen, de espectros con charretera y medallas, llenos de alcohol, necesitados de olvidar, urgidos de lanzarse al vacío. En fin, un libro al estilo más íntimo y descarnado de Ernesto Santana, ganador este año del concurso literario “Novelas de Gaveta Frank Kafka”. Muy pronto estaremos presentando en nuestra casa -piso catorce de un edificio modelo yugoslavo que bien podría estar en cualquier parte de Cuba- esta obra estremecedora e indispensable. No son bienvenidos ni el triunfalismo ni la desesperanza

Leer más
profile avatar
3 de diciembre de 2010
Blogs de autor

III. Los malos de la película

Ambos fueron por mucho tiempo los villanos de la historia de la revolución mexicana, sin monumentos ni pedestales, sin calles que llevaran su nombre, sin museos donde se recordaran sus hazañas. Fueron los bandoleros execrables, responsables de asesinatos, arbitrariedades y abusos, enemigos del nuevo orden que era necesario crear. Los malos de la película. La memoria popular lavó sus nombres de culpas sangrientas, y convirtió, si acaso, sus pecados capitales en pecados veniales.

La historia oficial no los toleraba, y los héroes públicos eran los que se habían quedado en el poder, los que representaban al nuevo estado revolucionario en vías de su institucionalización. Carranza, Obregón, Calles, los generales victoriosos, los que se habían sentado en la silla del águila. El brazo que Obregón perdió tras la batalla de Celaya, donde derrotó a las tropas de Pancho Villa fue preservado por años en formalina, hasta no ser piadosamente incinerado. Igual, el general Santana, en el siglo anterior, había ordenado un funeral de estado para su pierna, perdida también en otra batalla. Para quedar en la leyenda, sin embargo, no basta ser asesinado, como fue asesinado Madero, como lo fue Carranza, y como lo fue Obregón, todos ellos, además, a traición.

Leer más
profile avatar
3 de diciembre de 2010
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.