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El paladar

Recordé siempre el comienzo de Los heraldos negros de César Vallejo con una versión equivocada que, sin embargo, la mayor parte de mi vida he recitado a unos y a otros como si fuera literal. Es sin duda una versión mejor que la versión original. Yo digo "Hay golpes tan duros en la vida... yo no sé... que como heraldos negros son presagio de la muerte".

 Algo muy redondo. Sin embargo,  César Vallejo da muchas vueltas para decir prácticamente lo mismo y más torpemente. Lo siento mucho porque Vallejo fue mi gran maestro y lo siento doblemente por no haber sido capaz de respetar lo que realmente escribía en sus versos. Sus versos dice: "Hay golpes en la vida, tan fuertes...Yo no sé". Y seis versos más abajo dice: "Serán los potros de bárbaros atilas; /o los heraldos negros que nos manda la Muerte". No está mal, sinceramente, pero no se trata ahora de eso. Se trata de que quien nos enseña no nos enseña lo que sabe o lo que se cree saber sino que a la fuerza tiene que someterse al que "sabe" la lección. Quiero decir, a quien con su personal sabor decide la cualidad del alimento que saborea. No habría podido soportar la idea de que manipulaba a César Vallejo a lo largo de decenios citándolo mal pero, ya veo que no lo traicionaba, ni voluntaria ni involuntariamente. Sólo lo saboreaba.  El regusto de la lectura deriva finalmente de la condición del paladar y ni siquiera un alimento muy determinado y fuerte impone su autoridad sobre la entidad del organismo que lo metaboliza. En consecuencia, la obviedad -largo tiempo descuidada- de que la obra sólo se realiza efectivamente con el cumplimiento de su recepción y sólo de este modo se determina, es la sentencia maestra de cualquier arte. O dicho más serenamente, neutralmente, sin romanticismos ni exaltaciones del receptor: la obra sólo es obra cuando se edifica usando los  materiales del lector. Pero entonces ¿cómo puede seguir afirmándose que uno escribe aunque no publique?, ¿qué pinta si no expone? La escritura, la música o la pintura, todo el arte es tú y yo. Es eso o no es.

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9 de diciembre de 2010
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Pampa hundida

El jueves pasado presentamos Jorge Eduardo Benavides y yo, en la estupenda librería madrileña ‘La buena vida', una obra plenamente recomendable, ‘La prisionera', de Carlos Franz, editada por Alfaguara. Es un gran libro bipolar, porque, aun siendo breve (167 páginas) permite la opulencia de leerlo de dos maneras: como colección de relatos y como novela sincopada. El paisaje elegido (y ya conocido por los lectores de Franz) es una deslizante y arisca Pampa Hundida, ciudad o territorio abierto no muy lejos del desierto chileno de Atacama, y en esas tierras inmisericordes circulan unos personajes de poderosa visibilidad narrativa que se cruzan, se aman por encima del tiempo o se persiguen con saña, se recuerdan los unos a los otros o se desconocen, como pasa en los grandes espacios del sueño.

   Leída de cabo a rabo, ‘La prisionera' ofrece la amplia máquina conceptual de una narración de alto vuelo, trabajando Franz al mismo tiempo su construcción con la delicadeza de un orfebre. La ingeniería de la novela y la orfebrería del cuento.

   Las ocho piezas recogidas tienen la capacidad de encanto y la buena escritura, rica en imágenes, propias del autor chileno. Y para el lector que prefiera catalogarlo como colección de relatos, menciono aquí mis favoritos: ‘El ojo de Dios' y ‘Los últimos ritos', que abren y cierran el libro formando un sugestivo bucle, ‘La prisionera', una trepidante historia de amor más allá de la edad y del dinero, y esa especie de intermezzo esperpéntico, irresistiblemente cómico, titulado ‘Españoles perdidos en América', donde se mezclan nuestra memoria histórica de la Guerra Civil y el plato principal de la cocina incaica. La mezcla se realiza, por cierto, en presencia de un ataúd, y no doy más detalles, a riesgo de caer en el ‘spoiler'.

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9 de diciembre de 2010
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Celos soberanos

No saben todavía las autoridades chinas que los premios no los conceden los jurados sino que son los premiados quienes hacen honor a quienes los otorgan. O, en ciertas ocasiones, son los propios enemigos de los premiados quienes más contribuyen a dar lustre al galardón, primero con sus esfuerzos para evitar su concesión y luego boicoteando su entrega. Si estuvieran al corriente, las autoridades de Pekín no se habrían dedicado a organizar una campaña contra la concesión del Premio Nobel de la Paz al disidente encarcelado Liu Xiaobo, en la que hay más exhibiciones de debilidades y angustias que demostración de fuerza y poderío. Tampoco habrían gastado luego todos sus esfuerzos diplomáticos para reventar, sin éxito, el acto de entrega que se celebra mañana en Oslo.

El resultado de sus gestiones para boicotear la ceremonia levanta un interesante mapa geopolítico del mundo, en el que se pueden colorear los países políticamente incondicionales de China, los países con lazos económicos más fuertes que cualquier ideología, y los países directamente subordinados y dependientes. Eso sin contar a quienes complacen a Pekín meramente por la cuenta que les trae, puesto que tienen ellos mismos sus propios disidentes a los que no quisieran ver premiados un día. No está mal en todo caso la cantidad de información sobre el nuevo estado del planeta que nos da conocer este mapa de quienes han rechazado la invitación para la ceremonia. Nos enteramos, por ejemplo, que Colombia, Marruecos, Irak o Arabia Saudí, todos ellos aliados occidentales, son países obsequiosos y agradecidos con el régimen chino. China es un país merecedor de muchos premios Nobel. Ha recibido unos pocos, pero por la puerta de atrás y con gran disgusto de sus autoridades. Este fue el caso del Dalai Lama (Paz en 1989) y del poeta y artista Gao Xingjiang (Literatura en 2000), el primero reconocido como tibetano y el segundo como ciudadano francés. El de Física ha recaído en cuatro ocasiones en científicos chinos pero todos ellos con nacionalidad norteamericana o británica. China no tiene galardonados en las otras disciplinas, como Economía, Medicina y Química, como correspondería a la superpotencia en que se ha convertido. Pero el tiempo resolverá esta cuestión. Mientras tanto, es evidente que las autoridades chinas tienen alguna dificultad a la hora de relacionarse con las instituciones occidentales, tal como demuestra su agarrotamiento con el Nobel para Liu. Su problema es de unos celos soberanos, que conducen al actual régimen chino a rechazar todo análisis crítico y cualquier juicio exterior. Las opiniones o actitudes públicas que pongan en duda su autoridad se convierten inmediatamente en una agresión a la soberanía nacional. Pero la extrema irritabilidad que produce el Nobel a Liu se debe a un factor crucial en la historia reciente, como es la memoria reprimida de los sucesos de Tiananmen de 1989. Liu no es un disidente cualquiera. Además de autor de la Carta 08, manifiesto por la democracia que ya han firmado más de 12.000 ciudadanos, el nuevo Nobel de la Paz es un veterano de la protesta de Tiananmen, que sufrió cárcel por aquellos acontecimientos en los que jugó un papel conciliador y pacificador. Sobre el olvido y la censura de Tiananmen se fraguó una especie de pacto implícito entre las élites chinas y las clases medias en ascenso por el que las primeras conservaban el monopolio del poder comunista y las segundas recibían a cambio los beneficios de la prosperidad capitalista. Este pacto fundamenta un nuevo modelo de desarrollo, inventado de hecho en Singapur, que ha fraguado en la nueva superpotencia China y está encontrando imitadores en todo el mundo, tal como cuenta el periodista británico John Kampfner en su libro 'Libertad en venta. Cómo hacemos dinero y perdemos nuestra libertad'. Premiar a Liu es premiar a los resistentes de Tiananmen que no han tirado la toalla y a quienes no han aceptado la entrega de la libertad a cambio de la prosperidad. Es un insulto a la inteligencia y a la dignidad de los ciudadanos presentar, como hacen las autoridades chinas y algunos amigos occidentales, las libertades políticas y la democracia como obstáculos para sacar de la pobreza a los cientos de millones de chinos que todavía tienen rentas muy bajas y condiciones de vida precarias. Los maravillosos resultados cosechados por el sistema educativo de la región de Shanghái en el informe PISA, en cabeza del mundo en todos los capítulos del aprendizaje (lectura, matemáticas y ciencias), no deben leerse como un éxito del modelo chino de desarrollo sin libertad sino al contrario, como una demostración de la madurez educativa y cultural de China para acceder a los beneficios del pluralismo y de las libertades. Detrás de los celos soberanos hay una miopía imperial, propia de la Ciudad Prohibida y no de la gran superpotencia emergente del siglo XXI.

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9 de diciembre de 2010
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Iconos

 

Las estatuas de la antigua civilizacion mesopotámica se leían, eran  crónicas dramáticas que invocaban a los dioses y los hombres. Aquella personalidad inquietante del icono, omnipresente y lleno de irreductible fuerza virtual, intranquilizaba a los sacerdotes judíos que temían, con razón, una usurpación de su papel mediador y guardián de la realidad. Además, los judíos de entonces ya no tenían templo para el culto sacrificial por estar en el exilio, y no disponían más que del Libro como centro de gravedad para el culto. En consecuencia, pusieron su temor en boca de Yahvé, y ese anatema del miedo celoso fue lo que provocó el aniconismo de la Torá, revitalizado luego por la escuela coránica y la disputa iconoclasta bizantina. 

En el ámbito cristiano, no se confeccionaron imágenes hasta el siglo III, siguiendo la prohibición bíblica. Todavía el concilio de Málaga, de principios del siglo IV, prohibía las pinturas en las iglesias. Pero, entretanto, el cristianismo ya había producido muchos santos y, a la vez que eclosionó el culto de sus reliquias, apareció toda una iconografía religiosa con sus inscripciones y propiedades virtuales, enlazando con la clásica fabricación de realidad que, desde tiempo inmemorial, tenía el amuleto. En Edesa, había un Cristo que tenía la muy estimada capacidad de rechazar el ataque de un ejército persa; pero no pudo resistir el ataque de los iconoclastas que lo destruyeron en nombre de otra cristología todavía más pura.

La mano estilizada de Cristo que se ve en los iconos antiguos procede del gesto de adnuntiatio locutionis que puede apreciarse en las estatuas imperiales de Augusto y otros romanos, que a su vez remiten a los modelos clásicos de Polícleto con su especial disposición del peso sobre una sola pierna y la mano alzada en la posición de quien está en posesión de la palabra y anuncia la perorata. El modelo más antiguo de la pose es la estatua de un aedo con la mano derecha en posición declamatoria, y la izquierda sobre un cetro, lo que en los poemas homéricos significaba la posesión de la palabra. Se trata de una pieza de mármol que se cinceló en Creta, en el último cuarto del siglo VII a. C., se descubrió hace algo más de un siglo, está depositada en el museo de Heraclion, y aún no ha sido leída por los especialistas. Porque, a semejanza de las mesopotámicas, es una estatua que se lee.

Ese gesto de adnuntiatio locutionis es el mismo que se apreciaba en las efigies de Lenin, Mao, Sadam y demás amados líderes broncíneos que alegraban el paisaje de sus respectivos paraísos. 

En el ámbito cristiano, al mismo tiempo que la producción artística de iconos con la mano estilizada al modo de Augusto alcanzaba su máximo de difusión, Isidoro de Sevilla inventó (o, si se quiere, impuso la teoría hasta entonces vacilante de) la presencia real —es decir que Cristo estaba realmente, físicamente, y no simbólicamente, en la hostia—. Como consecuencia se instituyó la costumbre de que el sacerdote juntara el pulgar y el índice, que se purificaban tan sumamente por el contacto real con la divinidad que no sabían qué hacer con ellos, y se redactaron reglas concretas sobre qué dedos debían ser preservados, la ablución de la boca, los propios dedos y la limpieza de los vasos sagrados. Había reglas explícitas sobre la obligación de cerrar y proteger la punta de los dedos después de la consagración. Tampoco podían tocar las páginas de los libros, a causa de la impureza que eso generaría, y por eso se las pasaba un ayudante. En todo caso, se traba de un precepto coreográfico relacionado con tocar o haber tocado con esos mismos dátiles a la divinidad.

También se creó por entonces la fiesta de la Anunciación, basada en el pasaje del evangelista Lucas, que era médico y quiso solventar lo de concebir a un dios en una virgen, así que echó mano del ángel Gabriel  para que anunciara el evento con su manita alzada al estilo clásico y diera las sucintas explicaciones necesarias. Inspirado en ese pasaje evangélico, el ángel Gabriel pasó a ser un personaje importante en el Corán.

En el siglo VIII, las representaciones icónicas bizantinas provocaban inquietud y tensión en los colegas judíos y mahometanos, que eran anicónicos por inveterado decreto originado por la desconfianza y el complejo clerical ante toda competencia plástica. Y con tan fausto motivo, se armó el cirio iconoclasta. El emperador bizantino León III declaró idolátrica toda representación figurativa de carácter sagrado, y la superioridad islámica declaró perniciosa toda representación figurativa en general. Se abrió un período de violencia iconófoba que duró un siglo. El papa convocó un sínodo donde se condenó la manía iconoclasta. El emperador bizantino montó un ataque naval contra Italia y hasta el año 843 los iconófilos fueron perseguidos y exterminados en aquella comarca.

Los judíos e islámicos prohibían los iconos, porque su icono por antonomasia era el Libro. Es el mismo recelo inspirador de la iconofobia protestante y de la talibánica. Pero es preciso ver que esa virtualidad del Libro que no soporta competencia icónica no tiene que ver necesariamente con su contenido. Podríamos ficcionar otras circunstancias en que, por ejemplo, la obra histórica de Tito Livio fuese elevada a la categoría de “El Libro”. Habría materia de sobra para hallarle formas de conducta y lecciones de toda índole. ¿Sería todo distinto? ¿Habría otras conductas, otros valores, como suele decirse? Sería todo igual. Habría quizá alguna otra ceremonia, pero no gran cosa; apenas otra moda buena para arrear los rebaños y matarse con mejor razón.

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9 de diciembre de 2010
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El discurso del Premio Nóbel

Mario Vargas Llosa en Estocolmo Gracias al diario El País podemos leer, completo, en versión web o en PDF, el discurso del Premio Nobel Mario Vargas Llosa titulado ?Elogio de la literatura y la ficción? El enlace en web está aquí. Algunos de los momentos destacados:

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras. (?) Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias. (?) Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola. (?) Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad. (?) Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal. (?)

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman ?las raíces?, mis vínculos con mi propio país -lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí. (?)Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. (?)¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!(?)Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.(?)Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. ?Escribir es una manera de vivir?, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.(?)De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

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8 de diciembre de 2010
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IV. Una zopilotera y un gran hedor

La memoria popular exige más.  Según una encuesta de opinión tomada en este año del doble festejo, la inmensa mayoría de los mexicanos ve a Zapata y a Villa como los personajes emblemáticos de la revolución. La maldición oficial de tantos años no tiene peso sobre el juicio popular. Sólo un 15 por ciento de los encuestados, tal vez con poca justicia, pone en esa primera categoría a Madero, el presidente civil que proclamó el sufragio efectivo y la no reelección, asesinado por el traidor Huerta.

La puerta por donde se entra en el mito es muy estrecha. Villa y Zapata. Ningún decreto de las alturas les dio nunca el título de generales, pero ahora son los únicos generales que valen. Eso me recuerda la respuesta que Sandino, asesinado a mansalva también por el poder, dio cuando alguien le preguntó con arrogancia quién lo había hecho general. "Mis hombres, señor", fue su humilde respuesta.

El poder muy pocas veces fabrica héroes ni tampoco engendra leyendas. Y la leyenda es también enemiga de los que hacen ricos a la sombra del poder, y se despojan de sus ideales como si se tratara de una piel incómoda. Las leyendas se tejen desde abajo, a la luz de las hogueras del recuerdo agradecido con quienes lo dieron todo sin pedir nada a cambio.

 La gloria, dice Ernesto Cardenal en uno de sus poemas, no es otra cosa que "una zopilotera y un gran hedor". Y las cabezas de las estatuas oficiales, generalmente huecas, no dejan nunca de quedar cubiertas por los excrementos de los pájaros.

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8 de diciembre de 2010
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El desafío y la cacería

Hay que cortar sus fuentes de financiación. Bloquear sus cuentas corrientes. Impedir el acceso a su página de Internet. Detenerlo y encarcelarlo, buscar cualquier pretexto para quitarle la libertad y dejarle fuera de circulación cuanto más tiempo mejor. Es preciso si se tercia liquidarlo como ciudadano activo para escarmiento de cuantos hayan pensado en seguir su ejemplo y como mínimo dejarlo encerrado en una mazmorra de por vida o acaso atender incluso los llamamientos de algunos a quitársela. Hay que cazarlo y mostrarlo encadenado al mundo para asustar a quienes le secundan y ayudan. Y si se tercia pillar también a alguno de quienes le han ayudado y catapultado a la fama universal y a las portadas de los periódicos.

Así piensan quienes están azuzando a los perros. Esto es una auténtica cacería, de la que solo conocemos las estampas más visibles, los destellos de los dientes brillantes de los canes o el color de la sangre de la víctima. Pero hay ejércitos enteros de agentes secretos, militares, abogados, mercenarios, comunicadores, informáticos y propagandistas dedicados a librar esta batalla, en la que se diría que se juega el poder y el destino del mundo. Llevan más de una semana moviendo sus resortes, lanzando sus sabuesos, recogiendo las trampas que sembraron meses antes de que el desafío de este hombre a abatir se elevara a órdago a la mayor, al imperio por él desafiado y burlado. Si alguien estaba esperando la llegada de las nuevas guerras, misteriosas contiendas digitales y mediáticas, sólo aparentemente incruentas, habrá que observar con detenimiento esta cacería no fuera caso que ya estuviéramos metidos todos en ellas sin saberlo, jugando un papel importante en el combate sin conocer los partidos que se enfrentan, por qué lo hacen, hasta dónde quieren llegar, quienes nos está dando órdenes y empujando a la lucha y cuáles son las reglas de enfrentamiento. Sabemos pocas cosas, pero una de las que sabemos es que este enfrentamiento desigual entre la primera superpotencia y un individuo que se presenta como un héroe misterioso, solitario y mitómano, corresponde a un nuevo reparto de cartas en la mesa del poder mundial. Y en esta timba del poder que estamos estrenando, Estados Unidos sigue siendo el jugador más poderoso, pero ya no es el único capaz de llevarse todas las apuestas, sino que de vez en cuando le desafía y le vence alguna de los nuevos poderes emergentes. Los jugadores no son los de siempre. Hay unos nuevos que llegan con los reflejos de los viejos. Son esos países emergentes, celosos de su soberanía y preparados para desafiar discretamente a los más instalados, pero también habituados a las antiguas reglas de juego. Pero los que mayor desazón producen en la mesa son esos jugadores no estatales, excéntricos, nuevos en todo, incluida su informalidad y su identidad imprecisa, así como las reglas de juego que improvisan y cambian al albur de los tiempos y sobre todo de la tecnología. En esta cacería el objetivo es acabar con uno de estos jugadores, que ha pretendido poner contra las cuerdas al imperio, emitiendo así un mensaje de desafío que no puede quedar sin respuesta. Si gana la mano el héroe de la transparencia y de la libre circulación de información en el mundo, cundirá todavía más el ejemplo y quedará debilitada la superpotencia hasta un extremo inadmisible. Con la globalización y la tecnología de su lado, será entonces verdad la transformación de las relaciones internacionales que su fundador predica. Pero si pierde, quedarán de nuevo cerradas puertas y ventanas, al menos por un tiempo, y demostrado quién manda en el mundo, en un intento de desmentido práctico de las teorías sobre la decadencia imperial.

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8 de diciembre de 2010
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Mario y las mujeres

 

 

 

Amores eternos, primeros amores.

 

Su mujer más duradera, también la más constante, esquiva, temida, siempre amada con pasión es la literatura. El gran amor de su vida. Su orgía más duradera. Amante a la que siempre regresa. Un matrimonio que nunca se romperá.  Una relación que ha conocido crisis, infidelidades, relaciones adúlteras, tentaciones de fugas y celos. Una pareja de hecho unida por una verdad  que se construye con los materiales de las mentiras. Mario Vargas Llosa o la pasión por la escritura. Lo que nunca muere Y a su lado, el otro Mario, el hombre que ama a las mujeres. A unas cuántas mujeres reales. A otras verdaderas que nunca conoció, que amó desde la sinceridad de la ficción

El niño Mario nació en Arequipa entre mimos y caricias de mujeres. El padre no apareció hasta que estaba a punto de ser adolescente y siempre tuvieron una relación difícil, distante, con más desconfianzas que ternuras. El mundo de Mario, el feliz mundo en Piura, con su madre, las mujeres de la familia y los abuelos se rompió con la llegada del padre. Cambios de casa, de prostibulario barrio limeño  a nuevos barrios y escapadas para ver a las chicas de Miraflores. El barrio de sus tíos, el de sus primeros bailes, sus primeros amores, sus pequeñas travesuras con una niña buena llamada Elena. Un mundo que se rompe cuando ingresa en el Colegio Militar Leoncio Prado. El cadete, a su pesar, creció como otro que ya no era el adolescente enamorado. Como un joven con  la necesidad de buscar amores furtivos para ser uno más en aquél mundo macho. El mundo de  "La ciudad y los perros", un espacio brutal, castrense y falsamente viril.

 

Amores burdelescos

 

Entonces conoció el sexo. Primera experiencia  con una prostituta brasileira del barrio de La Victoria. Después se hizo cliente asiduo de una joven "polilla"- prostituta limeña- a la que llamó Pies Dorados y a la que conocemos con su desenfado, su atracción y su vulgaridad por aparecer en "La ciudad y los perros". Míseras y duras casas de lenocinio que, sin embargo, hicieron  más felices los sábados de su despedida de la adolescencia, el final de su infancia. Burdeles que eran un rito de paso, espacios que cumplían un papel social. Cuando el joven Mario consigue dejar el Colegio Militar  encuentra refugio en Piura, en casa de su tío Lucho Llosa y la tía Olga- la casa dónde conoció a las dos mujeres con las que se casa, "tía" Julia, hermana de Olga y  la prima Patricia, la hija pequeña de la familia- se sintió otra vez libre, feliz entre mujeres, cerca de hombres amantes de la lectura y con pasión por las aventuras. Ni así puede olvidar aquellas primeras excursiones por el mundo encanallado, marginal e injusto de la vida golfa. Experiencias de vida que alimentarán al escritor del futuro. Mario en aquél entonces era un estudiante que escribía versos, cuentos, obras teatrales y leía con fascinación compartida el verso de Santos Chocano: "Quiero vivir torrente..."

Siguió visitando burdeles. Conoció "la casa verde". Un socializado lugar de encuentro, menos sórdido y más alegre que los prostíbulos limeños. Con sinceridad, y un punto de nostalgia, dejó escrito: "Mi generación vivió el canto del cisne del burdel, enterró esa institución que iría extinguiéndose a medida que las costumbres sexuales se distendían, se descubría la píldora, pasaba a ser obsoleto el mito de la virginidad...El burdel era el templo de aquella clandestina religión, donde uno iba a oficiar un rito excitante y arriesgado, a vivir, por unas pocas horas, una vida aparte...Tal sea bueno que el sexo haya pasado a ser algo natural para el común de los mortales: Para mi nunca lo fue, no lo es. Ver a una mujer desnuda en una cama ha sido siempre la más inquietante y turbadora de las experiencias, algo que jamás hubiera tenido para mí ese carácter trascendental, merecedor de tanto respeto trémulo y tanta feliz expectativa, si el sexo no hubiera estado en mi infancia y juventud, cercado por tabúes, prohibiciones y prejuicios, si para hacer el amor con una mujer no hubiera tenido entonces tantos escollos que salvar"

Enamoradizo, soñador, lector, con alma de bohemio, visitador de cuchitriles, trasnochador y amante del amor "mercenario". Enamorado en secreto de una joven prostituta. Sus primeras mujeres no platónicas: las prostitutas. Como Buñuel, Faulkner o Sartre, Cela, García Márquez o Benet. Como... mejor no seguir la lista. Hasta la generación de Vargas Llosa, y en España un poco después, las primeras relaciones sexuales fueron con amores prostibularios. No todo fueron burdeles ni travesuras con niñas malas, antes de su volcánico primer matrimonio, conoció un amor sin pagar. Pasajero primer amor de juventud. El primer gran amor estaba a punto de llegar y sin salir de la casa familiar.

 

La tía Julia y el furtivo matrimonio

 

Se llamaba Julia Urquidi, era la hermana menor de su tía Olga. Era "la tía Julia". El era un joven escribidor de diecinueve años, doce menos que la hermosa tía, la divorciada de voz ronca y risa fuerte, la hermosa mujer madura a la que recordaba desde los años de Cochabamba. El era un niño que espiaba a los mayores en compañía de sus primas, un niño curioso que nunca olvidó a esa mujer alta, amiga de su madre, hermana de su tía, que bailaba muy animada en una fiesta familiar. Al reencontrarla le cautivó, aunque al principio se burlara de su juventud. Ella estaba recién enviudada, decepcionada de todos los que se acercaban sin demasiados romanticismos a una mujer con "experiencias". El era un joven que deseaba parecer mayor, que deseaba sacar a pasear a su "tía Julia", llevarla al cine, espantar a los moscones que perseguían a la hermosa dama y hasta que una tarde, en uno de aquellos bailes se atrevió a besar a su tía. Se enamoraron. Pero aquellos clandestinos amores, crecidos con besos en los cines de barrio, con escondidos abrazos en cafetines, paseos nocturnos por parques desiertos, por malecones o barrios lejanos, eran una locura. Julia le hizo notar lo descabellado: diferencia de edad, la familia, el futuro de un joven con trabajo precario, sus estudios, todo hacía imposible, impensable, un amor cómo aquél.

No lo veía así "el sartrecillo valiente", como le llamaban sus amigos por su arrojo y su pasión por Sartre. Insistió en de que deberían casarse, fugarse, volver con los hechos consumados, ponerse el mundo por montera porque el futuro era de los valientes. Y de los enamorados. Con la ayuda de un amigo planearon casarse con el alcalde de Chincha que era amigo. Cuando descubrieron que era menor de edad los planes se dieron al traste. No se arredraron,  falsificaron su edad en dos años para evitar pedir el permiso familiar. Consiguieron un pueblo, Grocio Prado, de alcalde comprensivo y en compañía de un testigo, un cacharrero de la zona que llevó botellas de chicha para celebrar, se confirmó el matrimonio. Ya eran marido y mujer. Ahora había que volver a la realidad. La familia estaba entre sorprendida y disgustada  el padre había amenazado con una pistola al tío Lucho, dispuesto a todo para anular aquél matrimonio: denunciar la falsificación del documento o acusar a Julia de "corruptora de menores". La recién casada se tuvo que ir un tiempo del entorno familiar. Pero Mario nunca consentiría dejar a su mujer, a su enamorada. El padre tuvo que transigir, se dieron un abrazo, y el recién casado prometió seguir con sus estudios y tía Julia. Matrimonio feliz durante unos años.

 Vestido como un galán con bigote, más serio de lo que le correspondía, ya no quería ser "varguitas" para nadie. Trabajaba, estudiaba, escribía, sacaba tiempo para la lectura, para el amor como el más maduro y entregado de los recién casados. Los trabajos, los días, los sueños del "escribidor", el soñador con París, el enamorado y las ayudas de su mujer, toda esa historia de amor, que años después se cuenta en una de las más felices novelas del Premio Nobel: "La tía Julia y el escribidor". El autor es más que un discreto exhibicionista, y realiza un completo strip-tease invertido, pero muy real, de unos años que fueron mucho más que una pasión juvenil.

Vargas, el pasional y joven recién casado, había decidido que su vida sería la escritura. Julia le apoyaba y hacía de mecanógrafa. Llegó el iniciático viaje a París que por razones de presupuesto haría sin su enamorada. Nunca conoció a Sartre, pero pasó una tarde con Camus. Entre paseos, lecturas y cafés llegaron las primeras dudas matrimoniales. Ese viaje a ninguna parte que va de la pasión a la rutina familiar. Iniciales fisuras en forma de alguna dulce francesa llamada Geneviéve. Ternura pasajera de la que se despide una tarde, seguramente un jueves con aguacero, como mandan los ritos poéticos.

Después llegó Madrid en forma de beca. El adocenamiento universitario, el frío del franquismo, el descubrimiento de Tirante el Blanco, el caballero guerrero que quiso morir recordado por haber amado mucho, Baroja, las tascas, las novelas de Galdós y el bar frente al Retiro, "El jute", dónde comenzó a escribir "La ciudad y los perros". Y la pasión sin fisuras por ser escritor y para ello, así lo creían, así lo querían los seguidores de Hemingway, había que volver a Paris. Adiós Madrid. Adiós Perú. O por lo menos hasta luego. Volverá a Perú. Volverá a París.

 

El escritor y la prima Patricia

 

París no fue una fiesta. Tampoco un funeral. Fue trabajo, escritura, premios, confirmación de escritor, hechizo y rechazo. Y en París apareció la prima Patricia. La hija pequeña del tío Lucho, sobrina de la tía Julia, la niña rebelde que cuando pequeña lanzaba vasos de agua fría sobre su primo. Aquella que algunas veces dormía en su cuarto y que había que callar comprándola chocolates. Patricia, "el pequeño demonio de siete años disimulado en una carita de nariz respingada, ojos fulminantes y cabellos crespos". La niña mala, era ahora una adolescente divertida, atrevida y un punto coqueta. Y el primo Mario, un casado en crisis, un escritor emergente, se vuelve a enamorar por dónde solía. Cerca de casa, en familia. Lo notan sus amigos. Lo sospecha la tía Julia. Lo sabe Patricia que conoció los celos del primo Mario cuando una noche parisina la joven fumó y bailó con Julio Ramón Ribeyro, el limeño seductor y apátrida.

Mario estaba celoso y enamorado. Y Patricia dijo sí. Y mando parar. Se terminaron las fugas y el bigote. Los primos, tan parecidos en lo físico y en lo químico, se casan para segundo escándalo y sorpresa de la familia Vargas. De la familia Llosa. Ahora no hay fugas, hay imposición familiar. Hay iglesia en Lima, permiso e intervención directa del Arzobispo. El agnóstico Mario se casa con la joven prima Patricia. Hoy han pasado cuarenta y cinco años, tres hijos, unos cuantos nietos, muchos libros, varias ciudades, necesidades, nuevos amigos, viejos amigos, peleas a puñetazos, celos, premios, derrotas, tranquilidad familiar, orgía de la imaginación. Han pasado muchas cosas. Otras mujeres, quiero decir una mujer, una amiga: Carmen Balcells. La mama grande. La que nunca falta. La que llegó a su vida desde aquella Barcelona de la gauche divine hasta estos días de Premio Nobel. Carmen trabajaba con el editor, poeta, el diablo bebedor y  lúcido amigo Carlos Barral, al que le gustaba decir: "Al cadete solo le interesan las mujeres de la familia".

Es verdad. Primero una. Después otra, y no más. Las otras- Balcells y su hija Morgana aparte- son literatura, visitadoras, feministas, actrices, niñas malas o épicas seductoras que vienen del recuerdo de burdeles de antaño, de paraísos en otra esquina.

 

( Publicado en "Dominical", 5/12/10)

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7 de diciembre de 2010
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Diplomáticos excelentes

Los periodistas nos sentamos con harta frecuencia a charlar con diplomáticos. La megafiltración de Wikileaks nos obliga a pararnos un momento y a pensar un poco sobre la información que manejamos y lo que les habremos contado a los diplomáticos a lo largo de nuestras vidas profesionales. Los mejores de este oficio se alimentan directamente de una buena lectura de los periódicos, pero es evidente que las personas bien informadas prefieren hacer ellas mismas su indagación. De ahí el afán del embajador o del primer consejero de tal o cual embajada por sentar en sus mesas a los más destacados columnistas y tertulianos.

Los diplomáticos no hacen nada que no hagamos nosotros mismos, los periodistas. Acudir al zoco donde se trafica con buena información es la tarea primera y elemental para cualquier periodista. Esto se hace teléfono en mano, acudiendo a reuniones y encuentros privados e intercambiando informaciones entre nosotros mismos y entre nosotros y los políticos o los diplomáticos. La promiscuidad informativa es imprescindible, pero requiere precauciones, naturalmente. Todavía no ha salido ningún periodista mal parado de los 250.000 cables, como ha sucedido con jueces, fiscales y políticos. Pero no puede excluirse que no suceda. Un buen diplomático debe hacer valer la excelencia de su información, en realidad, la mejor información de que pueda disponer para su Gobierno. Cuanta más y mejor información, mayor es el poder de quien la posee o de quien la transmite como cosa propia. Eso es lo que demuestran los cables de Wikileaks. No hay duda de que los diplomáticos estadounidenses son lo mejor que hay en el mundo en este oficio. Lo mismo sucede con los periodistas. Y no es extraño, porque las virtudes que se exigen a unos y a otros a la hora de realizar estas tareas son exactamente las mismas. La única diferencia es que uno trabaja pensando en un público extenso, lo más amplio posible, mientras que los otros lo hacen pensando exclusivamente en el público restringido al que se dirigen y especialmente a la secretaria de Estado y al presidente. Los primeros para sacar valor de la información dándola a conocer, y los segundos manteniéndola secreta o al menos reservada a unos pocos ojos privilegiados. El mejor diplomático debe tener la mejor información. Probablemente no basta y deberá tener más cosas, pero esta es esencial. Supongo que el objetivo mayor para un buen diplomático es hacerse leer en el despacho Oval e incluso conseguir que el despacho en cuestión se convierta en un modelo. Así sucedió con el llamado ?telegrama largo?, escrito por George Kennan desde la embajada de Moscú y publicado en una versión adaptada en la revista Foreign Affairs bajo la firma de Míster X: orientó la entera Guerra Fría. Algo similar, aunque menos trascendente, está sucediendo ya con el documento escrito por William Burns, ex embajador en Rusia de 2005 a 2008, ahora subsecretario de Estado de Asuntos Políticos y el diplomático de mayor rango de Estados Unidos, que trata sobre una boda mafiosa en Dagestán. Es el mejor despacho y ya el más famoso de todos los 250.000; está clasificado por su tema como ?una boda en el Caucaso?, digno título para un relato corto; y ha salido de la mano del mejor diplomático. Todo un acto de justicia y un homenaje a la excelencia. De toda la filtración los únicos que salen bien librados, finalmente, son los diplomáticos norteamericanos. (Enlace con ?Una boda en el Caúcaso? en Wikileaks: http://wikileaks.ch/cable/2006/08/06MOSCOW9533.html)

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7 de diciembre de 2010
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Salvajes y sentimentales

 

 En  el pasado Campeonato Mundial de Fútbol, el equipo nacional español supo solventar con inesperada  eficacia y brillantez casi todos los obstáculos que le fueron saliendo al paso camino del máximo galardón al que puede aspirar un equipo nacional. Y mientras tal milagro se perfilaba en el horizonte con creciente verosimilitud, dos colectivos, ambos multitudinarios, empezaron a prestar cada vez más atención a lo que ocurría en las pantallas de los televisores permanentemente  conectados con Sudáfrica.

Uno de tales colectivos estaba integrado por los escépticos irredentos, esto es, los centenares de miles de masculinos de cierta edad y que  al cabo de toda una vida de vergüenza y frustración se habían borrado para siempre del fútbol nacional jurando que nunca jamás en la vida volverían a perder un solo minuto viendo cómo, cada cuatro años,  un puñado de millonarios mimados se dejaban ganar por equipos teóricamente inferiores pero que al menos le ponían ganas y vergüenza.

El segundo colectivo, mucho más nutrido que el anterior, lo componían  la práctica totalidad de las esposas, madres, hijas o hermanas obligadas a convivir con los desaforados hinchas de unos  equipos cuyas victorias  sumían a los masculinos de la casa en un estado de histeria y euforia tan insoportable como la negra desesperación en que caían tras una derrota.  Cuando España demostró ser capaz de ganar (y encima jugando bien) a equipos como Alemania, los integrantes de ambos colectivos no sólo se replantearon sus respectivas posiciones sino que, en muchos y muy notorios casos, se sumaron a la hinchada nacional con el fervor enfebrecido y fanático del converso.

Es de suponer que los miembros de ambos colectivos habrán leído al Javier Marías novelista y al Javier Marías colaborador de prensa salvo, lógicamente, cuando advirtieran sobre qué iba ese día la columna,  momento en que, ¿ahora pretendes venderme el  fútbol a mi?, pasaron página sin más. Si tal suposición es cierta, ahora tienen ocasión de enmendar tan lamentable laguna en su capítulo de lecturas, pues Alfaguara acaba de reeditar una serie de crónicas escritas entre 1992 y 2000, a las cuales ha añadido una treintena más,  fechadas entre los  años 2000 y 2010. Su primera sorpresa será descubrir que  un escritor culto, elegante y ecuánime cuando habla de los hombres y sus cosas, se transforma en un salvaje, irracional e intransigente  frente a todo lo que  no sea el bien de su equipo (el Real Madrid, como el lector tendrá sobradas ocasiones de comprobar). Lo peculiar es que ese salvajismo puede volverse contra el Real Madrid si, en opinión del cronista, la directiva, el cuerpo técnico o los jugadores no están a la altura de las circunstancias y permiten, Dios los confunda, que los rivales nos pasen por encima.

Otras curiosas constataciones, estas de carácter general, las propicia justamente el dilatado periodo de tiempo (más de veinte años) transcurrido entre las primeras y las últimas crónicas. Hablo por ejemplo de la fidelidad al equipo elegido, que en ese caso va más allá de los veinte años abarcados por las crónicas pues se remonta a la niñez.  Periodos de brillantez y victorias o temporadas desastrosas marcadas por vergonzantes derrotas frente a los peores enemigos; jugadores fichados a golpe de talonario y que da vergüenza incluso nombrarlos (y no te digo nada si se trata de ser testigo de actos o gestos particularmente desgraciados);  la mala suerte; la maldición de los árbitros. Nada de todo ello hace que un hincha acérrimo (per ejemplo Javier Marías)  se plantee la posibilidad de ir al campo del rival ciudadano (y hablo sin ir más lejos de aquel Atlético de Madrid de Pantic) para ver jugar al fútbol como dios manda. Jamás.

Luego, según pasan las páginas y los años, otra curiosidad: los equipos de fútbol, como los seres vivos,  cambian y evolucionan sin dejar de ser ellos mismos,  para bien y para mal. A no ser que se produzca otro fenómeno tan  inesperado como puede ser  el de la identificación y el trasvase de valores eternos entre dos rivales irreconciliables. Y ahí está el caso del Real Madrid y el Barcelona.  Gracias a la ventaja de contar con la perspectiva que proporciona el tiempo, el lector asiste al día a día (o al temporada por temporada) del Madrid y el Barcelona y en muchas ocasiones comprueba que son indistinguibles y que (dios me perdone) lo que se está diciendo hoy del Madrid se ajusta como un guante al Barcelona de ayer o de mañana, igual que si el Barcelona se mete en un laberinto sus estertores no difieren en exceso de los estertores madridistas cuando les toca a ellos atravesar el desierto. O sea que entre unas cosas y otras la lectura de estas crónicas resulta muy entretenida porque, faltaría más, van mucho más allá de un mero rendir cuentas tras una victoria  o una derrota. Aunque sea por el fatídico 5-0.

 

Salvajes y Sentimentales

Javier Marías

Alfaguara    

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6 de diciembre de 2010
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