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La bulimia en la red

Nicholas Carr, un profesor de literatura, se ha sentido espantado tras comprobar que había  perdido su capacidad (netamente profesional) para leer texto largos. Asustado, ha escrito un libro, Superficial. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus) que no se debe uno perder. O bien se halla cualquiera de nosotros  tan perdido, según  el profesor Carr, que no habrá ya, en el futuro, capacidad humana para leer un libro.

 Y así entramos en esta aporía de la información y el conocimiento muy del estilo del tiempo. Entramos en este superabuso (y gratuito) de la información que necesariamente sepulta la ocasión del conocimiento. Sabemos de muchas cosas pero al no pensarlas son como porciones alimenticias que no absorbemos, pastillas que no metabolizamos y cumplen así con el desideratum posmoderno del ligero tránsito intestinal.

Pasan muchas cosas y tantas más gracias a los infinitos medios de comunicación en la red. Pero además pasan todas ellas a gran velocidad y delirante premura para dar lugar a las que empujan detrás y requieren también su oportunidad de viaje por  el tubo intestinal.

Precisamente la bulimia tradicional se ve remedada y doblada por la bulimia de los elementos informativos. El ocio que antes era un dejarse llevar para sesiones de dos horas o para contemplaciones de un fin de semana se viene a sustituir por un arrebatado consumo de inputs de la Red. Sean estos inputs las  redes sociales las búsquedas que llevan de aquí para allá. Incluso esa  absorción de trago corto no sólo ha terminado con nuestra  flora mental o intestinal sino con el florecimiento de supuestas libertades más allá de la pantalla puesto que en la pantalla, según nos demuestra ella misma constantemente se encuentra todo lo que hay por ver. La libertad de Túnez o de Egipto incluidas.

Más allá de la pantalla, al otro lado de la información, va levantándose un desierto humano  puesto que en comparación con la abarrotada población y acontecimientos en el ordenador, fuera de él sólo se ve la milésima parte de lo que acaso ocurra o sin ocurrir suceda.

Meditación sobre el ahora, el presente, el ausente, el pretérito o el porvenir se vuelven ocupaciones hueras. La meditación era la esencia del libro. Su médula. Meditación para la oración, meditación para la reflexión y la adquisición de la memoria. Ahora, esa herramienta ha descarrilado y va a tumbos sin cesar. Pero la velocidad del tren sobre la red no acepta estaciones ni carriolas. Ni parones, ni pausas para recapitular. La misma sucesión de páginas sobre un mismo tema acaban por marchitar el alma del tema. Cada elemento en la red, cada flor informativa es un brote que nace y se mustia, que nace y decae como abono para que venga la siguiente a crecer. Es, en suma, la forma de la comida rápida y la bulimia que  acompañada de su vómito deja sitio, y cuanto antes mejor, para las nuevas deposiciones los millones de impactos que llegan por todas partes y por todas partes atufan. ¿Cómo la mente no iba a quedar afectada de esta respiración?

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31 de enero de 2011
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Los verdaderos poetas (y II)

 

La introducción de la imprenta fue el punto culminante de la persecución de los verdaderos poetas. Los menospreciadores de internet debieran recordar que la técnica de imprimir y reproducir textos fue considerada por alguna gente exquisita como un ataque profano contra la sacralidad de las letras, y su promoción, como una vileza destinada a destruir la excelencia.

Todo empezó en el calor de Roma, donde el cónclave que siguió a la muerte del verdadero poeta, aunque romano pontífice, fue muy breve. No hubo más que un día de deliberación y un escrutinio. Sólo D’Estouteville, el francés infatuado, y Scarampo, el guerrero desencantado, tenían dinero y votos como para hacer frente a Pietro Barbo, el veneciano ventripotente. Rodrigo Borja se levantó, pronunció una perorata en favor del último, y propuso que se pasara al accessit. Todos recordaban su maniobra en el anterior cónclave y nadie se atrevió a distinguirse en su contra. También esta vez consiguió hacer elegir a quien le convenía y, tras el accesit, Pietro Barbo fue proclamado sumo pontífice.

Al principio quiso llamarse Formoso II, en sutil alusión a su hermosura, pero Borja lo disuadió, diciéndole que la gente es tan envidiosa que iba a parecer vanidad. Entonces, pensó en llamarse Marcos, que era el grito de guerra de los venecianos. Borja volvió a disuadirlo, haciéndole ver que los romanos se lo tomarían a mal. 

—¿Por qué?

—Recuerde su santidad cómo su tío, Eugenio IV, sumo pontífice de feliz recordación, hubo de huir porque la plebécula romana lo quería apedrear y no volvió en siete años… 

—Por la envidia que los romanos nos tienen a nosotros los venecianos.

—Por supuesto, santidad… Por eso, no os conviene echar en cara a los romanos vuestra ilustre condición…

Por fin, tomó el nombre de Paulo II. Tenía cuarenta y ocho años. Era un hombre bastante bruto, incluso para eclesiástico. Corpulento, frente huida, ojos saltones con pestañas albinas, quijadas amplias y ademanes solemnes. Y detestaba las letras.

Al saber que había caído el papa humanista y, en su lugar, había un iletrado, la tropa de verdaderos poetas volvió a ilusionarse. Algunos de ellos estaban enquistados en el Colegio de los Abbreviatori, que era una dependencia de la cancillería de Borja, donde pacían juristas, poetas y oradores, y se redactaban los enredos judiciales. En el tiempo de Pío II, algunos ripiadores, que no se habían pasado al turco, se habían refugiado allí y ahora querían aumentar sus privilegios. Paulo II, aleccionado por Borja, la emprendió con los escribientes pretenciosos, despidió a unos y encerró a otros.

En la corte de Mahomet, los cerebros fugados se habían encontrado con una competencia inesperadamente fuerte. Creyeron que con decir flores manidas sobre la “Sublime Puerta” bastaría para ser reconocidos y pensionados como verdaderos poetas. Pero los verdaderos poetas turcos sabían del arte de la adulación tanto o más que cualquier florentino o paduano, con la diferencia de que sabían más turco. En cuanto se supo que había nuevo papa, comenzaron los regresos. Entre los rebotados de Estambul y los abbreviatori cesantes, la tropa de literatos descontentos era aún mayor que en el pontificado anterior. Borja advirtió al papa que no le convenía despreciar a todos a la vez; que los escribientes, aunque desleales, murmuradores y vagos, son una clase de tropa que un príncipe necesita, y que sería bueno que fingiese tener consideración con algunos. 

El consejo era demasiado complejo para Paulo II, quien sólo entendió que eran una cuadrilla de traidores que lo querían mal. Era un idea que tuvo desde siempre. Cuando su tío, el papa Eugenio IV, lo nombró obispo, tenía diecisiete años; tuvo que oficiar su primera misa y era incapaz de leer una línea sin atascarse y dar cabezazos. Aún recordaba las risitas. Era tan conocido que detestaba a humanistas y poetas que, cuando llegó a cardenal, el obispo de Verona, Hermolao Bárbaro, le dedicó una Oratio contra poetas que aceptó con mucho gusto. En Venecia, su tierra natal, no se llevaba el humanismo, y la poetería se consideraba una variante de la mendicidad.

El primer acto pontificio de Paulo II fue ordenar el traslado de los dos obeliscos egipcios desde el Circo Máximo a la Porta Flaminia, que aún no se llamaba del Popolo, y a la plaza de su palacio. El más pequeño quedaría tras el arco de triunfo de la entrada de Roma y el más grande se situaría ante su residencia. Era otra sutil alusión al obelisco mayor de todos, que era su propia persona, y que quedaba en tercer lugar. Era un hombre tan iletrado que tenía ideas propias, aunque un poco zafias. Pero el proyecto fue interferido por una adulación y se retrasó todo un siglo, hasta que Sixto V lo llevó a cabo. 

La adulación fue obra del genealogista Canesio. Por entonces, era del mejor gusto y distinción descender de los antiguos romanos y había una manada de muñidores de genealogías que, por unos ducados, injertaban a Vespasiano en el árbol genealógico del cliente. Paulo II fue emparentado por Canesio con Ahenobarbus, el padre de Nerón. Cuando el santo padre supo que él también era romano de los de antes, cambió de parecer respecto a los obeliscos y decidió que si “el tío Agusto y el tío Constancio” los habían puesto en el Circo Máximo, él los dejaría allí y, además, honraría a sus antepasados como nunca antes se hiciera.

Fundó el museo de arte antiguo del Capitolio y recuperó los trionfi que no se celebraban en Roma desde la época imperial. El primer triunfo celebrado fue el de “Augusto sobre Cleopatra”. El desfile, con más de dos mil figurantes, culminó con un banquete público de cinco días ante el Palazzo Venezia, residencia del sumo pontífice, quien se mostró para gusto propio y el de sus amados romanos, con su tiara de doscientos mil florines, sus vestidos cuajados de pedrería y sus dedos hechos un primor de perlas y diamantes.

El palacio del papa quedaba al pie del Capitolio, era un cajón inmenso, híbrido de castillo y lonja pescatera, con salas enormes como casas y recargadas de artesonados. Para hacerlo, hubo que derribar un barrio entero, junto a la basílica de San Marcos. En el caso de mortales corrientes, sólo sería habitable en verano, porque las piezas eran tan grandes que, en invierno, se formaba niebla dentro y hacía un frío pasmador. Pero Paulo II lo encontraba de tamaño adecuado para su egregia persona. Desde la ventana central, el santo padre contemplaba los festines que daba a su plebe en la plaza y, al final, les arrojaba monedas. El trayecto desde la Porta Flaminia hasta el Palazzo Venezia se convirtió en una especie de gran estadio o teatro descomunal.

Los romanos estaban encantados con Paulo II porque, bajo su pontificado, el carnaval alcanzó un esplendor y una duración desconocidos. Además, introdujo otros regocijos novedosos, como las carreras, que jamás tuvieron tantos matices en parte alguna: las había de asnos, búfalos, mujeres, judíos, ciegos, tullidos, viejos… Cuando salía de Roma, las cacerías aparatosas y de fasto llamativo, como la que dedicó al duque de Ferrara, en compañía de numerosos cardenales, tenían muy poco que envidiar a una guerra y asolaban comarcas enteras.

Una de las más extrañas glorias que perpetúan la memoria de Paulo II fue favorecer la introducción en Roma de la imprenta dándole, de paso, entrada franca en la civilización y la cultura europea. 

Un príncipe de la época, además de soldados, jardineros o pintores a su servicio, solía sostener a su cuadrilla de copistas artesanos que se encargaban de hacerle los libros. Cosimo Medicis instaló una biblioteca en su palacio favorito, contratando a una cincuentena de esos obreros calígrafos que le manufacturaron doscientos libros en dos años, una presteza inaudita. 

El motivo del favor papal para con la imprenta no fue otro que el desagrado con que los bibliófilos de la época recibieron el villano invento. Hacer imprimir libros era algo vulgar, indigno de un humanista y de un protector distinguido de las letras. Cuando Paulo II supo que Federico de Urbino proclamaba que él se avergonzaría de tener en su biblioteca un libro impreso, y que ésa era una opinión común entre los grandes señores letrados, vio la oportunidad de vengarse. Promocionó la imprenta para mancillar las letras odiosas y ofender a sus adoradores despreciables. Fueron sus compatriotas venecianos, los que menos apreciaban el humanismo y las letras, los primeros en imprimir y mercadear los nuevos libros.

Con la introducción de la imprenta, Paulo II estaba persuadido de haber causado una gran ofensa a la arrogancia de los humanistas y ganado una batalla definitiva en su guerra particular con aquella ralea de gente soberbia. Así que recelaba un contragolpe. Los espías pontificios vigilaban a los poetas. 

Por fin, en medio del jolgorio carnavalero de 1471, corrieron extraños rumores. Unos decían que los poetas se habían sublevado y que se habían intitulado pontifices maximi; otros, que había sido descubierto un complot contra el papa, y que varios literatos y otros delincuentes, todos ellos miembros de la banda que llamaban “Academia romana”, habían sido detenidos.

El cerebro de la conjura era el poeta Pomponius, un napolitano bajito y calvo, con ojuelos como carbones encendidos. Como era tartamudo, poseía la cátedra de elocuencia en la Sapienza, y como siempre estaba agraviado, su inspiración era inagotable. 

Su principesca familia, los Sanseverini de Palermo, no lo había querido reconocer y había emigrado a Roma, donde su bastardía no tuviera ningún significado. Se hizo llamar Pomponius para tener un nombre declinable, rimable y, sobre todo, sonoro, con el que desbancar al legendario Campanus, el único poeta que había probado la ambrosía del poder y seguía siendo el más considerado de la Academia.

Los conjurados se reunían en la casa de Pomponius, en la colina del Quirinal. Allá jugaban a los romanos. Se ponían nombres terminados en us, databan los años desde la fundación de Roma, vestían togas, escandían versos, imponían laureles, practicaban la maledicencia de ausentibus y otros ejercicios propios de su condición. Cuando los soldados pontificios fueron a prenderlos por ideas republicanas, injurias al papa, epicureísmo y sodomía, Pomponius estaba en Venecia, a donde había huido, dejando una declaración en muy pulidos hexámetros en la que acusaba al poeta Callimacus, quien también había escapado a Polonia. 

La reata de líricos fue conducida a los calabozos de Sant’Angelo. Pronto comenzaron a aterrorizarse mutuamente con magníficas descripciones de las sesiones de tortura e interrogatorio que les aguardaban. No habían transcurrido unas horas desde la detención, cuando los verdaderos poetas fueron poseídos por la inspiración de la musa Mneme la memoriosa y llovieron memoriales, memorias y dietarios donde, además de ofrecerse a su santidad como delatores, espías y aduladores, recordaban detalladamente los delitos de los demás y los llamaban estultos, beodos, disolutos, sodomáticos y hasta piojosos. Paulo II quiso detener a todos los que eran aludidos de alguna manera,  pero Borja le advirtió que no cabrían en Sant’Angelo y tendría que meterlos en el Coliseo. 

Platina, que entonces era cronista ensalzador del papa y luego sería su biógrafo más severo, había quedado como jefe de la Academia en funciones y, en un escrito pormenorizado, denunció a Pomponius y Callimacus. A éste último lo acusó de que, tras copiosas libaciones, solía arreglar el mundo masacrando monarcas y repartiendo reinos, lamentándose de no poder hacerlo más que en verso. Pero el principal motivo de odio por parte del buen Platina era que Callimacus había encontrado una estupenda colocación  como lisonjero mayor en la corte de Cracovia y se burlaba de sus antiguos compañeros de fatigas líricas. Respecto a Pomponius, esperaba que no volviese y así pasar a ocupar de manera permanente la jefatura de ripio y pluma. 

Pero los venecianos, siempre prácticos, extraditaron a Pomponius tras breve regateo, y añadieron la acusación de que había inducido al torpe vicio a dos jóvenes de las mejores familias. Durante la primavera se instruyó el proceso que lo haría famoso. Empezó por negarse a declarar en otra lengua que no fuese el latín. Dijo que nunca había tenido más que alabanzas para la santidad de Paulo II y que, lejos de ser sodomático, nadie había escrito fustigando el torpe vicio con más aplicación e insistencia que él. Respecto a su huida, sostuvo que no fue tal, sino que había partido hacia Oriente ad perdiscendas letras arabicas et græcas (a estudiar las letras árabes y griegas), punto que, en parte, fue su salvación, porque Paulo II, que no sabía palabra de latín y hasta en dialecto veneciano daba tropezones y farfullidos, entendió que era “para la perdición de las letras árabes y griegas”, y llegó a creer que fue una misión que Pomponius se habría impuesto para obedecer su pontifical condena del humanismo. De modo que el papa llegó a planear ponerlo al frente de una cruzada contra las letras heréticas, pestilentes y malditas. De haberse llevado a cabo, habría sido el sueño de todo poeta agraviado.

Pero, entretanto, surgieron más acusaciones. El alcaide de Sant’Angelo, declaró que, en las emparedadas soledades, el pequeño y docto Pomponius daba muy particulares lecciones al joven académico Lucido Fazini.

Todo acabó en verano, la época fatal para los papas. En Roma, después de ponerse el sol, el calor seguía en el aire, pesado como un mar morado y turbio. Las piedras aún irradiaban un resquemor ardiente. La noche se derramaba de los portales y las arcadas ruinosas, colmaba las calles y subía por los muros como una hiedra oscura. Las campanas de san Marcos, que apenas se veían en la última claridad que sobrenadaba Roma, tocaban a muerto mientras se iban borrando.

Los ventanales del Palazzo Venezia daban latidos de luz despareja. Antorchas y fanales pasaban y repasaban. Paulo II había muerto, fulminado casi de repente por la aplopejía, despues de haberse comido dos grandes melones. 

Y así fue como empezó la era impresa y terminó la persecución de los verdaderos poetas.

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31 de enero de 2011
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Misterios de un palacio en las nieves

Este año el envejecido salón de congresos de Davos, incómodo y laberíntico, apareció remozado y reformado el martes, cuando empezó el Foro ayer clausurado. Es más luminoso, amplio y aireado. Hay huecos y espacios para todo, aunque se conservan perfectamente muchos elementos de la estructura anterior. El Global Village, en el centro del edificio, sigue siendo el paseo de este pueblo donde todo el mundo se deja ver y donde uno se tropieza con todos los rostros conocidos, que no son pocos. Luego hay espacios especializados para todos los gustos y categorías de congresistas, siguiendo un orden misterioso cuyos secretos están en la cabeza de los organizadores.

Una entera zona del palacio está cerrada a la prensa. Ahí está el Industrial Partners Lounge, el Center for Bussiness Engagement, el rincón de los Socios Estratégicos (Strategic Partners), el lounge tecnológico y el lounge de las Artes y la Cultura. Es difícil dilucidar por qué los periodistas tienen acceso en cambio a todos los otros espacios, incluido la Red de Respuesta ante los Riesgos, el Foro de las Iniciativas, el Rincón de Internet y el Centro de Documentación. La jerga es inigualable. Seguro que indagando un poco más podría encontrar más perlas. La gran masa de los periodistas, una vez más, tiene que hacer vida aparte. El centro de prensa, que ha mejorado ostensiblemente respecto a otros años, se halla ahora dentro del palacio, y no en un bunker en los sótanos, como hace dos años, o en unos barracones a cien metros como el año pasado. Estamos hablando de los periodistas con acreditación, gracia que no reciben todos los que la piden. Les sucede lo mismo a los empresarios, que tienen otra compleja forma de acceso, debidamente tarifada en cuotas de inscripción y de patrocinios, pero también limitada a quienes cuenten con medios económicos demostrables e influencias visibles. Hay parias que circulan por los exteriores del Foro sin el colgante que permite entrar en el recinto, entrevistándose con quien pueden e intentando recoger los ecos y las migajas de lo que sucede dentro. En un amplio balcón interior, abarrotado de treintañeros, se encuentra el espacio para los ?jóvenes líderes globales?. Un cartel lo dice expresamente: ?Young global leaders only?. Quiénes son esos líderes globales es cosa que explica la organización con todo lujo de detalles y con las correspondientes listas de personajes que el Foro ha detectado y pescado como inversión de futuro. Pero hay más categorías especiales, debidamente señalizadas en su correspondiente espacio: por ejemplo, los empresarios sociales o los pioneros tecnológicos, cada uno con su cartelito limitando el acceso. Los políticos, banqueros, inversores y empresarios suelen ser bastante esquivos con los periodistas y es todo un detalle que la organización les reserve espacios para sus encuentros donde pueden guarecerse de situaciones o preguntas embarazosas. Todo lo contrario de lo que hacen los gurús económicos, que se instalan cómodamente en la plaza del pueblo y van desgranando sus declaraciones y profecías, a menos que tropiecen con un potentado con el que hablar de negocios, en cuyo caso se desplazan a una de las zonas más tranquilas. Los líderes políticos son un caso aparte, porque suelen irrumpir en el palacio por vericuetos expresamente liberados con ejércitos de guardaespaldas y de sherpas que les acompañan hasta las salas de reuniones. También ellos pueden practicar la técnica de dejarse ver en los pasillos e incluso realizar una súbita declaración que se convertirá luego en titular de los periódicos, aunque lo habitual es que prefieran la conferencia de prensa, casi siempre de acceso limitado (de nuevo) a los periodistas de los respectivos países. El año pasado se paseó brevemente Zapatero, asegurando a cuantos conocidos se encontraba que la culpa de los primeros ataques a la deuda española era de la prensa anglosajona y de los especuladores. Un gran paseador, años ha, era Jordi Pujol, uno de los españoles que más ha frecuentado el Foro y que todavía espera encontrar a alguien que le emule. El acceso, su limitación y graduación, es una de las claves de Davos, donde hay tres tipos de sesiones: las abiertas a la prensa, las restringidas a los congresistas y que requieren inscripción específica a cada una de ellas y las directamente cerradas a un grupo de convocantes, que ni siquiera aparece en el programa. El segundo tipo de reunión tiene una variante importante para las relaciones entre los congresistas: se trata de encuentros de trabajo que se hacen con el almuerzo o la cena, y proporcionan la oportunidad de la tertulia y el intercambio de tarjetas. En este apartado hay algunos clásicos que no tienen pérdida: por ejemplo, la cena latinoamericana, donde se produce una buena concentración de jefes de Gobierno y Estado (cuatro este año), ministro de Exteriores y de Economía, y también una tradicional e inexplicable ausencia de responsables españoles. La reunión en la que participó la vicepresidenta económica Elena Salgado el jueves fue del tercer tipo. Tenía título: ?Creando un crecimiento económico sostenible?. Tal como ha contado Claudi Pérez, sabemos de algunos de sus compañeros de debate: Tim Geithner, Alex Weber y Stanley Fischer. Pero el encuentro no constaba en el programa. Una vez localizada la sala me acerque con mi acreditación especial, en la que se me considera Media Leader (otra clasificación curiosa) y que me da un acceso más amplio que a los periodistas acreditados. Me indicaron que pasara por la pantalla que comprueba si su propietario está autorizado a entrar. No lo estaba. El acceso que jerarquiza y discrimina abre luego sus puertas a la igualdad entre quienes han entrado, de forma que un presidente de Gobierno puede sentarse al lado de un hacker o un billonario al lado de un periodista. El aire deportivo que aporta la nieve contribuye al buen ambiente y al relajamiento, de forma que todos hablan por los codos. A esto se le llama el espíritu de Davos, a la vez democrático y elitista. Pero este espíritu se practica en celdas cerradas e incomunicadas entre sí, incluso desconocidas, lo que conduce a que la experiencia de Davos pueda ser tan plural y distinta como el número de los participantes.  La compleja estructura de los círculos de este paraíso nevado de los Grisones no termina aquí. Hay que contar luego con el off-Forum: las reuniones, seminarios, encuentros y todo tipo de saraos, algunos legendarios, que se celebran en hoteles e incluso mansiones privadas de los billonarios con casa en la localidad. El repertorio es infinito y las noticias muy escasas. Luego está el Foro Abierto, organizado por las iglesias suizas sobre temas de contenido fundamentalmente político y ético: la guerra de Afaganistán, la corrupción o la unidad europea, también incorporado al programa y a la marca del Foro oficial. La capacidad de digestión del Foro de Davos es infinita: los manifestantes de hoy, que los hay casi cada año, puede que sean participantes de mañana o incluso jóvenes líderes globales. Nada hay más genuino en Davos que los congresistas del mundo digital, disruptores es ahora el apelativo que sirve para ellos, salidos directamente del utopismo tecnológico o de la anarquía social. Puedo contar todo esto porque este ha sido mi cuarto Davos y el tercero consecutivo. Estuve en el 2000, la única ocasión en que asistió un presidente de Estados Unidos. Era Bill Clinton y le gustó tanto que ahora viene con gran frecuencia. Este año, sin ir más lejos, para sostener una conversación con el presidente del Foro Klaus Schwab en la que, como siempre, se metió a la audiencia en el bolsillo. En los tres últimos he blogueado desde Davos y utilizado las redes sociales, a las que me incorporé impulsado por su uso en el Foro. Debo confesar que este año mucha gente, yo mismo entre otros, hemos estado siguiendo lo que sucedía en el norte de Africa y sobre todo en Egipto con mayor interés que el propio Foro. Quizás por ello he escrito menos que otros años y me quedan todavía cosas en el tintero. Como esta estación suiza también es una buena gasolinera intelectual y un observatorio privilegiado, seguro que muchas de las experiencias y contactos me servirán para sucesivos textos de este blog.   (Enlace con mis post desde Davos de 2009 y 2010)

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31 de enero de 2011
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El gurú Coupland

Douglas Coupland Mientras que en Estados Unidos acaba de aparecer Player One, la nueva novela de Douglas Coupland, en España la editorial El Aleph ha traducido la novela que publicó en el 2009, Generación A. Rodrigo Fresán hace la reseña en el ABCD Las artes y las letras. Dice la reseña:

En resumen: Coupland es uno de esos autores que nos cuentan para que sepamos que contamos con él. Un gurú, un profeta, un filósofo, un artista multimediático llegado desde ese país ideal que rara vez sale en los periódicos, capaz de darnos a Glenn Gould y a Leonard Cohen pero, también, a Celine Dion y a Jim Carrey. De ahí que a Coupland y su perfecto equilibrio sobre la fina cuerda que separa al genio del ingenio -y como a sus gemelos maléficos Bret Easton Ellis y Chuck Palahniuk- se le ame o se le odie. Y «todos hemos nacido con una letra dentro nuestro; solo si somos honestos con nosotros mismos se nos permitirá leerla antes de morir» advirtió Coupland en una entrevista. Lo que nos lleva a las muy honestas primeras personas -monologando por turnos-del granjero Zack Laemle en Iowa, de la especialista en «sandwiches planetarios» Samantha Tolliver, con base en Nueva Zelanda, del parisino adicto a los video-games Julien Picard, de la padecedora del Síndrome de Tourette y rigurosa cristiana en Ontario Diana Beaton, y del vendedor por teléfono Harj Vetharanayan con conexión desde Sri Lanka. Todos ellos en un futuro próximo en el que se consume una droga que suprime toda ansiedad provocando la sensación de vivir pura y exclusivamente en el presente. Pero, de pronto, los cinco son picados/elegidos por abejas que se suponían extintas. Y abducidos por funcionarios ominosos e interrogados por separado. Y, luego, reunidos por un científico à la Willy Wonka en una remota isla canadiense. Y destellos de Ballard y de Philip K. Dick pero, básicamente, estamos en Couplandia. Un lugar donde la «cultura acelerada» de los noventa devino en sobredosis informativa del nuevo milenio donde se sabe demasiado de nada y todo está lleno de vacío. Ese sitio donde el fin del mundo revela, además, la finalidad de ese mundo. Solo en el final sabremos reconocer cuáles son nuestros más verdaderos y nobles principios, parece decirnos Coupland quien, de paso, se sabe algo responsable y cómplice de tanta banalidad eléctrica cuyos inicios alabó en sus propios comienzos. Y, mientras desenreda tanto enredo por culpa de la Red, Coupland nos sigue sorprendiendo. Porque, inesperadamente, Generación A es un eficaz techno-thriller con guiños a Michael Crichton que, a pesar de ser tan moderno (o quizás exactamente por eso), acaba abogando por el retorno a cierto clasicismo y por la supremacía de la palabra impresa en un universo con demasiadas pantallas donde los fragmentos parecen desplazar al todo. Solo las buenas historias pueden salvarnos, predica Coupland. Y Generación A es una buena historia. Y -al fin, por fin, en fin- nos sentimos bien. Otra vez.

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31 de enero de 2011
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Mentiras y cine español

 

 

Desde hace años soy de la  Academia del Cine Español. No muy activo, apenas algo más que pagar paganamente mis cuotas, participar en algún homenajea a esos que admiré y votar en los Goya. No me gusta ir a la ceremonia. No soy gremial. No me siento familia del cine. Ni del periodismo. Ni de casi nada que no sea consanguíneo. No me siento representado, ni me importa, pero está claro que unos "representantes" me gustan más que otros. Alex de la Iglesia es de los que me gustan, aunque no haya entendido casi nada de lo que ha pasado estas últimas semanas. Estoy más cerca de la ley Sinde que contra la ley. De Alex me importan más sus películas que sus opiniones. Siento que se vaya de esta manera porque creo que era un agitador genial de un cine que está sufriendo una larga siesta. Siempre hay excepciones, como iluminaciones, como destellos.

Me han confundido casi todos los que se han expresado en estas miserias de familia puestas en público. Y me da la impresión de que mienten casi todos. Quiero decir que no explican en público las verdaderas intenciones de lo que piensan de la ley, contra la ley, de Alex, de la ministra, de los productores o de los directores. Creo que todos, por distintas razones están mintiendo. Ahí es dónde les siento más cercanos. Hermanos en la mentira. Defensivos, supervivientes, mentirosos, encubiertos en sus máscaras. Otra vez reivindico el derecho a la mentira. Pero sin que piensen que nos engañan. Defender la mentira, hacerlo con la capacidad poética de uno de mis más queridos escritores, José Manuel Caballero Bonald.

Una nueva selección de su poesía en la colección "Palabra de Honor", otra hermosa mentira, que hace la poeta Aurora Luque. En ese "Ruido de muchas aguas", se incluye una hermosa reivindicación del mentir. Se llama "Regla de la excepción"

"No digo la verdad.

 

Ni ante los dioses pétreos de Micenas,

ni bajo el sacrosanto palio rojo

de aquél volcán de las Galápagos, ni entre las dunas

incandescentes de Doñana,

ni aquí frente al Mar Latino

digo la verdad.

 

Nadie que escriba reencontrándose dice

la verdad, y además para qué

iba a querer decirla

si la edad finalmente ha invalidado

esos hirsutos tramos infidentes

de la historia.

                     ¿A qué anhelar entonces,

como algunos adictos a los despilfarros

mostrencos de la realidad,

tantos infectos lauros otoñales,

tantos deleites para majaderos?

 

Esa afición recompensada,

¿conduce a algo distinto a la mediocridad?

Vida y literatura, ¿en qué coinciden?

Sólo lo excepcional es duradero."

 

(Este poema es un regalo para Alex de la Iglesia, como recuerdo de una madrugada de ostras y champagne en Paris)

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30 de enero de 2011
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De la calle árabe a la plaza de la democracia

El mito de la 'calle árabe', que ha condicionado la actitud de Estados Unidos y Europa Occidental durante el último siglo hacia estos países, ha empezado a tambalearse. A partir de Túnez, desde Argelia hasta Yemen, se extienden unas movilizaciones ciudadanas que nada tienen que ver con las protestas y las ?masas? exaltadas de antaño. El periodista de origen iraní, ahora afincado en Nueva York, Amir Taheri ha explicado con precisión en qué consiste este mito: ?La calle se manifiesta contra algo, con frecuencia naciones extranjeras o minorías étnicas y religiosas con un espíritu de intolerancia. Organizadas y manipuladas desde el poder, parece con frecuencia la turba medieval en las ejecuciones públicas. A veces es literalmente así, cuando déspotas como Sadam Hussein invitaba en Irak a la calle a que contemplara la ejecución de judíos, kurdos y chiitas. La tradicional calle árabe está compuesta sólo por hombres airados, con barbas o mostachos parecidos a los del rais o caudillo. La calle pide antes que le quiten a alguien la libertad y no que su propia libertad se ensanche?.

Las imágenes que nos llegan de todo el mundo árabe revelan la incorporación de las mujeres jóvenes a las protestas. La espontaneidad con que se organizan tiene que ver muy directamente con la cultura y la tecnología de unas nuevas generaciones globalizadas, a las que les inspira mucho más Barack Obama que cualquiera de los pretendidos líderes fundamentalistas locales. Es Al Jazeera, claro está, pero también las redes sociales y los móviles incidiendo en una plétora demográfica que los viejos poderes son incapaces de controlar. No sabemos todavía si la revolución democrática tunecina tendrá suficiente fuerza como para alcanzar una democracia homologable con las nuestras. No hay duda de que eso es lo que quieren los manifestantes. Pero esta revolución ya ha triunfado. Ahora ya es una evidencia que los árabes también derrocan a los tiranos. El miedo que les atenazaba bajo la bota de la dictadura ahora ha cambiado de bando: es el miedo de quienes temen ser derrocados. Más: las dictaduras no se heredan. Será muy difícil que triunfen nuevas sucesiones como la de Siria, será dificil que los hijos de Mubarak y Gaddafi puedan sucederles. Además: la alternativa a la dictadura no es otra dictadura, esta islámica, sino la democracia. Y un corolario para occidentales: nuestro apoyo occidental a los vigilantes corruptos de la estabilidad, además de inmoral, es insostenible. A los poderes establecidos, a Estados Unidos y sus aliados, a Israel y a la Unión Europea, les costará acomodarse a la nueva realidad inaugurada por los jóvenes tunecinos. Pero deberán hacerlo. El destino de la calle árabe es convertirse en la plaza pública, democrática y civilizada de la libertad.

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30 de enero de 2011
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El NY de Henry James

Henry James Henry James vivió con su familia en Nueva York entre 1848 y 1855 y, por consiguiente, muchos relatos de Henry James suceden en esa ciudad, que no era entonces la misma de ahora pero sí era una ciudad con tema. ?(?) los escritos de James revelan, por encima de todo, cierta ira, una ira que no se parece a ninguna otra en James, la que le provocaba todo lo que había perdido y todo lo que, en nombre del progreso, se había hecho en aquella ciudad que conocía tan bien? dice Colm Toibin, autor de una novela basada en Henry James, quien ha reunido algunos de esos cuentos en el libro antológico Nueva York (Sexto Piso) de casi 700 páginas. José María Guelbenzu hace la reseña para ?Babelia?.  Dice la reseña:

De entre los relatos del volumen destaca, naturalmente, una pequeña obra maestra,Washington Square, donde el lector que no la conozca podrá asistir a un drama miserable maravillosamente narrado y conocerá exactamente ese lugar de Nueva York que permaneció ?congelado? en el recuerdo del autor. Junto con él, el otro relato que se complementa a la perfección con éste en la medida que supone el reencuentro con el pasado es El lugar feliz (The jolly corner, también conocido como El rincón feliz), donde, bajo el velo de una historia de fantasma, se narra, utilizando como magnífico pretexto expresivo la figura del doble, el enfrentamiento de un hombre que regresa a rescatar su memoria del lugar perdido. Se basa en su tardío viaje a América en 1905 y es un soberbio ejemplo de relato de una lucha interior. Éstas son las dos joyas del volumen que recogen por sí solas su sentido, pero hay más.La coherencia de Crawford, que no deja de recordar el tema de las conductas miserables, sucede en aquel viejo Nueva York y es inédito en español. Por el contrario,Un episodio internacional nos presenta a dos ingleses más bien cortos que no salen muy bien parados ante la animosa Miss Alden, pero su estancia en la ciudad es apenas relevante. En cambio, Impresiones de una prima sí que da pistas sobre la actitud de James ante la ciudad. En fin, Nueva York se vuelve cada vez más inhóspita y desagradable y los relatos finales manifiestan aún más decididamente su rechazo. El libro cuenta una relación personal más que una ciudad, es cierto, pero dado que lo personal pertenece a James, me parece incuestionable su recomendación.

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30 de enero de 2011
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¿Qué le sucedió a Edwin Drood?

Charles Dickens Antes de morir, Charles Dickens estaba escribiendo una novela llamada El misterio de Edwin Drood. Un gran título para una novela inacabada. En la obra, el personaje desaparece y Dickens planteaba una ?solución muy curiosa? para él. La BBC ha adaptado el libro y se ha visto obligada a darle un final. Aun no sabemos de qué trata. Dice la nota:

El encargado de completar la historia en esta ocasión es el guionista de cine y televisión Gwyneth Hughes, responsable, entre otras de la afamada serie de la BCC,Cinco días. La cadena estatal no ha revelado nada acerca del desenlace final de la trama, pero todo apunta John Jasper, tío del protagonista, como principal sospechoso de su desaparición. En las primeras adaptaciones mudas de 1909 y 1914, Jasper estrangula a su sobrino y entierra el cuerpo en una fosa de cal. En una versión cinematográfica posterior, de 1935, el malvado Jasper, interpretado por Claude Rains, se suicida saltando al vacío desde el campanario de la catedral después de confesar sus crímenes. En la última escena de la versión de 1993, se ve a Jasper, interpretado por Robert Powell, exhibiendo una maléfica sonrisa desde su celda de condenado. El misterio de Edwin Drood es una de las adaptaciones de Dickens que la BBC va a poner en marcha con motivo del bicentenario del nacimiento del escritor que se celebra en 2012. La cadena estatal incluirá una dramatización de Grandes esperanzasen la BBC1, y versiones radiofónicas de Historia de dos cuidades y Martin Chuzzlewiten Radio 4.

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30 de enero de 2011
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Narrativa italiana en Anagrama

Niccolo Ammaniti La relación entre Anagrama y la literatura italiana siempre ha sido extraordinaria. No solo tienen en su catálogo autores de enorme éxito comercial, como Baricco o Tabucchi, además de algunos premios Strega como Mazzucco o Veronesi, sino también escritores fundamentales como Claudio Magris, Roberto Calasso y en especial ese genio maravilloso que fue Gesualdo Bufalino. Ahora se aumentan dos autores a esa lista: Ammaniti y Faletti. Me envían esta nota de prensa:

Entre los títulos recién contratados por la editorial figuran tres novelas italianas de gran calidad y muchísimos lectores en su país: Appunti di un venditore di donne de Giorgio Faletti (B.C. Dalai), Io e te de Niccoló Ammaniti (Einaudi) yMomenti di trascurabile felicitá de Francesco Piccolo (Einaudi). En el caso de Niccoló Ammaniti, seguramente el novelista más reconocido y con mayor número de lectores en su país, Anagrama publicará cuatro títulos: en mayo de 2011 Que empiece la fiesta y en 2012 Yo y t, sus dos últimas novelas. Además rescataremos Te llevaré conmigo y No tengo miedo.

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29 de enero de 2011
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Un fantasma en las cumbres

No está porque no fue invitado. Y no fue invitado porque está procesado por la justicia sueca y pendiente de la británica sobre su extradición. El Foro Económico Mundial, que se reúne anualmente a finales de enero en los Alpes Grisones, ha conseguido mantenerse en forma durante 40 años precisamente porque en cada ocasión ha sabido invitar a los personajes más expresivos y decisivos de cada época. Pero esta ausencia no ha mermado la presencia de Wikileaks en los debates davosianos, la controversia sobre la idea de transparencia que tienen los militantes de este tipo de organizaciones y la discusión sobre las consecuencias de las filtraciones en la política, la diplomacia y el periodismo. Al contrario, ha sido un acicate estimulado notablemente por la publicación, justo en los mismos días, de un largo artículo del director del New York Times, Bill Keller, consagrado íntegramente a explicar sus relaciones con Assange.

Dos han sido las mesas redondas directamente dedicadas a Wikileaks, ambas organizadas bajo las llamadas reglas de Chatham House (edificio londinense donde se aloja el Royal Institute of International Affairs), que permiten utilizar el contenido de las conversaciones pero no atribuir conceptos ni citar frases. La primera, una cena moderada por el editor (publisher) del New York Times, Arthur Sulzberger, en la que el gurú de los blogueros Jeff Jarvis solicitó infructuosamente la transparencia total y la anulación de la regla de reserva: lo cuento porque él mismo ya lo ha contado en su blog. Y la segunda, un taller de debate moderado por el periodista británico Nick Gowing, que abrió la sesión exhibiendo ostensiblemente el periódico con el artículo de Keller ante los asistentes: no le cito, meramente explico su gesto. Los títulos de ambas sesiones son suficientemente explícitos: 'Confidencialidad o transparencia: el dilema de Wikileaks' y 'La diplomacia en la era digital'. Veamos este último tema con un tercer elemento que ha venido a enriquecer el debate, al menos en Davos: el gran filtrador ya no está solo. La filtración de 1.500 documentos de todo tipo (mapas, minutas de conversaciones, powerpoints, protocolos?) sobre las negociaciones entre israelíes y palestinos a la cadena de televisión catarí Al Yazira y al diario británico The Guardian abre muchos interrogantes sobre las valoraciones realizadas por Assange sobre la trascendencia histórica de su labor. Entre los politólogos y diplomáticos presentes en Davos no hay muchas dudas sobre el pecado de exageración en que ha incurrido Assange, de forma que su cablegate puede que sea la mayor filtración de la historia en número, en variedad de los temas y en pluralidad de países afectados, pero no lo es en calibre político e histórico. Muchos son los que piensan que esta filtración palestina es la palada definitiva a un proceso de paz que ya estaba muerto y en todo caso un golpe para Mahmud Abbas del que difícilmente se recuperará. Recordemos el tweet de Wikileaks en el que anuncia la filtración histórica: ?los próximos meses veremos un nuevo mundo, en el que la historia global quedará redefinida?. Algunas valoraciones entran a fondo: no hay cambio alguno en las relaciones internacionales, tampoco en la política exterior estadounidense, y en todo caso sí los hay ?y estos de enorme calado? en la forma de conducir la diplomacia y en la comunicación entre los gobiernos y entre estos y los ciudadanos; pero incluso estos cambios son anteriores y más consistentes que una mera filtración, por masiva y trascendental que sea. Es muy interesante conocer de boca de ministros, secretarios de Estado y embajadores de todo el mundo cómo se comunican actualmente a través de móviles, sms o mensajes de texto; cómo estos nuevos medios influyen en las relaciones internacionales; hasta qué punto rebajan las barreras de seguridad ante el espionaje o la filtración; y, sobre todo, cómo contrasta el nuevo mundo digital con unas estructuras, normas de trabajo y hábitos modelados hace más de un siglo y medio. Es posible que los cables del Departamento de Estado representen un momento decisivo de toma de conciencia sobre este cambio, pero es amplio el consenso respecto a que no significa el momento del cambio mismo. Junto a las críticas a la exageración en las valoraciones y en las reacciones, hay que notar algo en lo que todo el mundo está de acuerdo, en Davos al menos, sin necesidad de ampulosas declaraciones históricas: las filtraciones han tenido un papel decisivo en el derrocamiento del dictador tunecino Ben Ali y en la ignición de la revolución democrática árabe. Regresemos ahora al primer tema, el dilema entre confidencialidad y transparencia, junto a la aparición de un nuevo actor, tan activo como Assange, aunque menos misterioso y polémico, como es el disidente y despedido de Wikileaks, Daniel Domscheit-Berg, que ha contado en Davos su proyecto de Openleaks. Domscheit está en el partido de la transparencia, enfrentado al partido del control clásico del poder (accountability). Los periodistas, en medio, defendemos el derecho a publicar las informaciones relevantes, algo que viene favorecido por la transparencia y contribuye al control del poder; pero con el filtro de la responsabilidad profesional. Sospechamos de la transparencia absoluta, defendida por el partido de la disrupción (eufemismo de moda por la subversión o la revolución de antaño), como de la defensa del secreto oficial por defecto (todo lo que no ha sido autorizado es secreto), defendida por el partido de la confidencialidad. Y sospechamos de quien no quiere aplicarse a sí mismo la transparencia que predica: Wikileaks y Assange, en concreto, como sucede con otras ONG, de otra parte. Domscheit pretende superar este problema con un instrumento para recoger filtraciones que sea neutro y no sometido a caprichos personales. Habrá que esperar y ver. No termina aquí el debate. Activistas y funcionarios quisieran conceptos cortantes: de transparencia absoluta los primeros o de reglamentación y ordenamientos detallados los segundos. Los intelectuales y los periodistas saben que la vida está hecha de negociaciones y de pactos: hay que optar entre valores y aceptar gradaciones del mal, en vez de la ambición arcangélica que se erige en defensora del bien absoluto. Y más en concreto: unos entienden que estos dilemas sólo afectan a los poderes públicos; otros, el estadounidense Jeff Jarvis por ejemplo, que a quien más afecta es a los consumidores ante las empresas privadas, las que menos practican la transparencia. Pero nadie como Bill Keller ha contado la actitud de los periodistas, en su extensa y extraordinaria narración sobre sus relaciones con Assange, leída con fruición por los davosianos implicados en el debate. Ahí está todo. Están los criterios y valores del periodismo, y más en concreto del periodismo estadounidense, celoso de la protección constitucional que goza y que lo ha convertido en el mejor del mundo y de la historia. Y ahí está también un nuevo y sabroso retrato de Assange, de imposible resumen en pocas líneas, pero que se sintetiza en su descripción como ?un personaje de las intrigas de Stieg Larsson, un hombre que podría aparecer como héroe o villano en una de sus novelas suecas donde se mezclan la contracultura hacker, la conspiración de alto nivel y el sexo como entretenimiento y como violación?. (Enlace con el artículo de Bill Keller. Este fin de semana el semanario Der Spiegel publica también su versión sobre los tratos con Assange. Anteriormente también lo había contado El País, en un artículo del director.)

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29 de enero de 2011
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