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Arguedas, 100

José María Arguedas Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de uno de los autores fundamentales para entender al Perú y, también, a América Latina: José María Arguedas. Espero que este centenario sirva no solo para validar su figura como intelectual y como escritor, sino para lograr leerlo con nuevos ojos, una lectura que escape de los encuadrados límites del indigenismo (o neo-indigenismo, como se le llama en las escuelas) y logre entender esa obra compleja, llena de signos que no tienen que ver solo con la peruanidad o la identidad nacional, y que va desde el intimismo (Los ríos profundos) hasta la experimentación (El zorro de arriba y el zorro de abajo). Voy a ir buscando algunos artículos sobre Arguedas hoy para dejar en el Moleskine. La editorial de El Comercio no me convenció, por convencional y patriotera. Prefiero colocar esta nota en Ñ donde se resume lo que se espera para este aniversario:

Exposiciones, coloquios y homenajes reivindican esta semana, al cumplirse los 100 años de su nacimiento, la figura de José María Arguedas no sólo como escritor sino como uno de los que más trabajó por la cultura andina y para reivindicar lo que él llamó un Perú de ?todas las sangres?.Aunque la calidad de su prosa lo convierten en uno de los mayores escritores peruanos del siglo XX, el legado de Arguedas, un mestizo blanco con una sensibilidad netamente quechua que terminó suicidándose a los 58 años, va mucho más allá de lo meramente literario.Si con sus novelas y ensayos logró hacer visible y comprensible el mundo andino en un tiempo en el que la cultura occidental lo menospreciaba como salvaje y atrasado, sus aportaciones como etnólogo (fue un gran recopilador de tradiciones orales y artísticas milenarias) y antropólogo no se quedan atrás.Nacido en la andina Andahuyalas (sur andino) el 18 de enero de 1911, Arguedas fue el encargado de dar a conocer a la costa peruana, donde residía el poder político y económico, el valor de la cultura andina, que durante siglos había permanecido despreciada. ?Arguedas nombra el Perú de ?todas las sangres? (título de una sus novelas); apunta a representar un país donde las distintas culturas y clases se reconcilien bajo la igualdad?, señaló el profesor Victor Vich en una entrevista a la revista de la Universidad Andina Simón Bolivar.El autor de ?Los Ríos Profundos? recorrió la agreste geografía del interior de Perú recopilando música, que grabó para el Ministerio de Educación, y ayudando a salvar danzas y tradiciones, las mismas que logró llevar hasta plazas y teatros. ?Iba a los coliseos a decir cómo tenían que presentarse, sin avergonzarse del quechua, ni de sus trajes típicos que, por el contrario, eran causas de orgullo, parte de nuestra identidad cultural?, señala el reconocido interprete de charango (pequeñaguitarra andina) Jaime Guardia a la revista semanal ?Somos?.Todo este trabajo de Arguedas ha servido de referencia para artistas de todos los ámbitos, como siempre hace el pintor Fernando de Syszlo, máximo exponente del arte vanguardista peruano y uno de los mejores amigos del escritor, al recordar que fue él quien le hizo ver la importancia del arte popular andino.Para celebrar y reivindicar este gran legado se han preparado esta semana todo tipo de actividades, desde exposiciones colectivas como ?Arguedas Hoy?, que reúne creaciones de jóvenes artistas alrededor del tema de un Perú pluricultural, a coloquios como la mesa redonda ?Modernidad y tradición en la obra de José MaríaArguedas?, que se realiza el jueves en la Biblioteca Nacional.Los actos centrales, sin embargo, tendrán lugar mañana, cuando la plana mayor de la política peruana se reúna en el Congreso para un homenaje al que no faltarán el presidente de Perú, Alan García, la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, y el ministro peruano de Cultura, Juan Ossio.La ciudad de Andahuaylas, por su parte, no esperó hasta mañana para iniciar las celebraciones y desde ayer las autoridades locales lanzaron un largo programa de actividades que incluyen lecturas de la obra del escritor, una misa en quechua y manifestaciones culturales.Como colofón de fiesta, la plaza de armas de la ciudad será el escenario en la noche del martes de la serenata ?Todas las voces y todos los cantos?, una celebración con música y danza tradicional como las que el propia Arguedas frecuentaba para bailar, reír y contar chistes en quechua.

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18 de enero de 2011
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La arteria de la memoria

Hubiera tenido que darme cuenta mucho antes pero no reparé en el hecho hasta este último verano, durante un viaje por el noroeste de Sicilia que me llevó a la región asolada por el gran terremoto de 1968: en medio de las ruinas de las civilizaciones antiguas; en Grecia o el Asia Menor, por ejemplo, en las ciudades bizantinas abandonadas de Siria, o en la propia Sicilia, por los alrededores de Siracusa o en el valle de los Templos de Agrigento. Junto a las columnas, o abrazadas con la piedra quebrada de los frisos, aparecen robustas higueras de tronco retorcido y de apariencia tan antigua como los vestigios que custodian. Esta hermandad entre las ruinas y las higueras deambulaba por mi cabeza, sin haber adquirido forma fija, hasta que en ese reciente viaje siciliano se despertó la evidencia al contemplar el demolido trazado urbano de varios municipios sacrificados a la furia niveladora del seísmo.

 

Mis guías me condujeron hasta Santa Margherita di Belice y Poggioreale. En ambos casos la devastación había sido completa. Entre los esqueletos de los edificios irrumpían, además de la maleza, árboles crecidos a la sombra de cuatro décadas transcurridas desde el terremoto. Sin embargo, las reinas indiscutibles eran las higueras majestuosamente plantadas en el centro de lo que habían sido las calzadas de la ciudad, y ahora emergían como extraños espacios en los que se advertía el halo de misterio y el silencio que alimentan la tierra de nadie.

Como eran los últimos días de verano, en pleno septiembre, las higueras habían dado ya sus frutos y se podía oler el aroma intenso, como de cuerpos exhaustos tras el amor, de los higos aplastados contra la tierra. En medio de cada calle había, al menos, una de esas higueras benefactoras que había crecido entre la nada para compensar la desolación de los supervivientes. Y tal circunstancia se repetía siempre, en todos los pueblos destrozados por el terremoto de hace cuarenta años.

La única excepción a esta ley era Gibellina Vecchia (la anterior ciudad, arrasada por el seísmo, pues la Nuova Gibellina está alejada unos kilómetros de la urbe original). Ahí no había nacido ninguna higuera pues, en este caso, las ruinas habían sido convertidas en un gigantesco laberinto mediante la intervención, en los años inmediatamente posteriores al caos, del artista Alberto Burri, quien cortó a una misma altura los derruidos muros de las casas y encapsuló con hormigón los restos de la ciudad. Todo fue iniciativa de un ilustrado y extravagante personaje, el senador Ludovico Corrao, quien todavía hoy, a sus noventa y pico años, muestra ágilmente y con indisimulado orgullo el anfiteatro que hizo construir al pie de aquel laberinto espectral con el objetivo de representar, en las noches de julio, las grandes obras de la tragedia griega. De este modo, los espectadores convocados por Corrao -quien fue, durante años, alcalde de Gibellina- pudieron asistir a las sesiones dedicadas a Sófocles y Eurípides y al logro mayor de aquel teatro a la luz de la luna: la puesta en escena, completa, de la trilogía de la Orestíada.

La intervención de Alberto Burri, como otras de otros artistas que acudieron a Gibellina respondiendo al llamamiento de Ludovico Corrao, suscitó en su momento encendidas controversias. Hoy el visitante tiene la sensación de ir a la deriva en el interior de una colosal tumba, poderosa como escultura incrustada en la naturaleza pero ajena a toda idea de resurrección. Entre las ruinas sarcófagos de la desaparecida Gibellina, sin higueras que saluden con sus brazos retorcidos, el mundo parece doblemente muerto. Quizá fuera ésta también la impresión de uno de los artistas europeos convocados para luchar contra los efectos del terremoto, Joseph Beuys, el cual se situó en una perspectiva exactamente opuesta a la de Burri. Si éste había lacrado el ataúd donde yacía el cadáver, Beuys optó por la posibilidad simbólica del renacimiento.

Para conseguirlo el artista alemán ideó un bosque alargado en forma de sendero que unía los restos de Gibellina con el cementerio de la ciudad que, distanciado de ésta, sobre una colina había permanecido intacto, sin sufrir los estragos del seísmo. Aparentemente -pues no hay ningún documento que lo atestigüe- se trataba de crear una corriente que, siguiendo la ley de los vasos comunicantes, pusiera en contacto el depósito de pesado contenido en los sepulcros con el vacío del presente que siguió a la destrucción. Las funciones habituales se invertían, y era la morada de los muertos la que procuraba nueva existencia a la exterminada morada de los vivos. Si esta presunción es cierta el bosque de Beuys quería ser la arteria de la memoria que nutriera el renacimiento del corazón de Gibellina. Pero no podemos pasar de las conjeturas puesto que el proyecto de Beuys nunca se llevó a cabo. Esto no es obstáculo para que, una vez que te lo han relatado, encuentres la idea plenamente consecuente y el invisible camino del bosque aparezca con claridad entre el camposanto y la ciudad arruinada. O, al menos, esto es lo que me ocurrió a mí.

Visité el hermoso cementerio, a media mañana, bajo el sol tórrido del declinante verano siciliano. Las tumbas abarrocadas estaban abiertas con imágenes de santos y vistosos jarrones de flores secas. De tanto en tanto, algún mausoleo suntuoso con verjas y ángeles custodios. No era difícil imaginar el flujo del aura deslizándose por los muros del cementerio y, luego, a través del bosque invisible, hacia el valle, hasta inundar de recuerdos la destruida Gibellina. Cuando esto ocurra por fin no hay duda que una vigorosa higuera brotará en el centro de la gran ruina y renovará la tierra.

El País, 09/01/2011

 

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18 de enero de 2011
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Libertad en venta (1)

El poder no se desplaza sólo. Le acompañan y a veces le preceden la población, la riqueza, los ejércitos, la tecnología y, naturalmente, al final de todo, en cola, las ideas y los valores. Podemos observarlo en la actual y precipitada redistribución que se está produciendo en el mundo, tanto en el conjunto del planeta, en dirección a oriente y al sur, como en el interior de las sociedades e incluso en la sociedad global, con la aparición de nuevos poderes no estatales capaces de desafiar y subvertir las jerarquías y el orden establecido.

Aunque el poder suele desplazarse lentamente, desmintiendo incluso la capacidad de cambio de esos ciclos revolucionarios que terminan dando vueltas sobre sí mismos, las recientes modificaciones en su distribución a escala mundial llevan una aceleración fuera de lo habitual que las hace especialmente visibles en los grandes escenarios internacionales. Pero al final, como suele suceder en la vida misma, los últimos en darse cuenta de los cambios son quienes pierden el poder y quienes con él pierden sus propios valores e ideas. La procesión pasa, les deja solos y desposeídos, y ellos todavía siguen creyendo en las viejas jerarquías que pertenecen a su mundo desaparecido. Los combates de la historia proporcionan así amargas experiencias sobre los cambios y desplazamientos de influencia y poder, antiguas como la mitología, pero de las que difícilmente se aprende a tiempo. Ahí está el caso modélico del país poderosísimo que pretendía culminar y garantizar su hegemonía mediante un despliegue de fuerza y poderío sin parangón en la historia y al final, gracias a la hybris, la arrogancia de los griegos, sólo consigue herirse a sí mismo y acelerar su caída. Y allí está el desposeído y humillado de ayer, que se convierte de pronto en la potencia de hoy gracias a su tamaño poblacional, a su emplazamiento geoestratégico y probablemente también a su capacidad para encajar como pieza imprescindible en el engranaje de la nueva economía globalizada. Estas lecciones de siempre nos han sido impartidas una vez más en la última década, culminando una etapa de la historia del mundo que muchos interpretaron como la apoteosis de occidente. Eran tres los éxitos indiscutibles recién cosechados por los países occidentales: el hundimiento de la Unión Soviética y del bloque comunista, el asentamiento de la superpotencia única como conductora imprescindible del planeta y la prosperidad inherente a la globalización económica y tecnológica. El nuevo siglo iba a ser entero para Estados Unidos, al decir de los intelectuales neoconservadores, partidarios de utilizar el poder para ampliar y alargar la hegemonía ganada y mantenida durante el siglo XX. Quienes se asociaran a tal esfuerzo, los países europeos por ejemplo, podrían compartir gloria y riqueza, mientras que quienes se opusieran quedarían condenados a la irrelevancia. Al final de la primera década del siglo XXI todos sabemos que nada de esto ha sucedido y que nos dirigimos a toda velocidad hacia un mundo exactamente inverso al que habían diseñado aquellos osados revolucionarios de derechas a los que conocemos como neocons. El declive de la hegemonía estadounidense es evidente en todos los ámbitos, paralelo al ascenso desafiante de las nuevas potencias emergentes, encabezadas por China. No hay contrapeso alguno, puesto que Europa se halla más desunida que nunca y en situación todavía más declinante que Estados Unidos. Su modelo de cooperación multilateral y de soberanías compartida, exhibido en las últimas décadas como alternativa al mundo desordenado y en tensión de la multipolaridad ha dejado de ejercer su viejo magnetismo, sustituido por el modelo asiático de crecimiento económico sin libertades, del que la dictadura comunista china es el mejor y más perfecto paradigma. El periodista británico nacido en Singapur, John Kampfner, autor de ?Libertad en venta?, posee las mejores credenciales profesionales y los mejores instrumentos de observación y análisis para explicar las consecuencias de este desplazamiento de poder hacia Oriente y la progresión de nuevo paradigma de desarrollo que lo acompaña, en el que se combina el crecimiento económico y la prosperidad con la limitación de libertades individuales y el pluralismo político. Kampfner es director de Índice de la Censura, una de las más destacadas ong?s dedicada a combatir a favor de la libertad de expresión, especialmente las leyes antilibelo británicas. Su anterior libro, ?Las guerras de Blair?, es una acerada crítica a la arrogancia política y militar del primer ministro más belicista que ha tenido Reino Unido desde la Segunda Guerra mundial, Thatcher y Churchill incluidos. Kampfner ha sido corresponsal en el Berlín comunista anterior a la caída del Muro y en Moscú en el momento de la disolución de la Unión Soviética; también corresponsal internacional con el Financial Times y director del semanario de izquierdas británico News Statesman. Kampfner nos explica la nueva marcha antidemocrática del planeta por el buen funcionamiento de un pacto entre las elites y los ciudadanos, aplicado inicialmente con éxito en Singapur, imitado directamente por China y seguido posteriormente incluso por los países occidentales, que se habrían convertido así, por primera vez en la historia de la humanidad, en importadores en vez de exportadores de ideología. Su libro es una síntesis de análisis y de reportaje, con abundantes entrevistas personales, noticias precisas y observaciones sobre cada uno de los lugares visitados. Participa por tanto del ensayo periodístico y del viaje ideológico. Y tanto nos señala la dirección de marcha del mundo como nos sirve para entender los peculiares sistemas y sociedades de los distintos países que recorre en su periplo. (Este texto es la primera parte de la introducción que he escrito para la traducción española del libro de John Kampfner, que estará en las librerías en las próximas semanas. Mañana daré la segunda parte de dicha introducción, que en el libro lleva como título ?Escuela de mandarines?)

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18 de enero de 2011
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Del discurso sobre la creación a la creación efectiva

Entre el discurso sobre la creación y la creación en acto hay la misma -abisal- distancia que se da entre un discurso sobre las implicaciones de la ciencia y el acto de ver surgir tales implicaciones de una experiencia o de un concepto. Supongamos que un respetado interlocutor nos declara: "De la teoría de la relatividad se deduce que el continuo pasar de un tiempo en el que las cosas y nosotros mismos se hallarían inmersas constituye una suerte de espejismo, una ilusión mental." Hemos entendido el significado de la frase y ,dada la confianza que nos inspira quien la profiere, sentimos una especie de inquietud impregnada de curiosidad que nos llevará quizás a intentar la lectura del texto original de Einstein (1905) en el que la relatividad restringida se enuncia. Supongamos que nuestra formación matemática es escasa. Al ver sin embargo que las fórmulas no parecen encerrar excesiva complicidad simbólica, nos sentimos  animados y buscaremos la ayuda técnica (reitero que accesible) que nos permitirá la comprensión  del texto. Avanzando en éste llegará un momento en que se hallarán ante nosotros las fórmulas de las que se infiere la elasticidad de tiempo y espacio, su sumisión al contexto referencial en el que operan,   y en esta aprehensión  a través de un concepto propio de lo que está realmente en juego ...experimentaremos  la misma emoción que Einstein.

Cabe imaginar  a Einstein  estupefacto ante la evidencia conceptual de que tiempo y espacio no pueden ser lo que nuestro "sentido común" (que vendría determinado por  la intuición trascendental de Kant cuyo contenido- tiempo y espacio absolutos- sería la condición de posibilidad de la experiencia) nos indica. Esta emoción de Einstein no será nunca compartida por quien responde a la actitud genuflexa consistente en decirse:   "Einstein afirma que tiempo y espacio carecen de objetividad física, y que puede mi pobre sentido común  frente al decir del gran Einstein". Mas por el contrario el estupor  de la persona que ha superado la tiniebla de la mera opinión  para contemplar él mismo lo que a Einstein deslumbraba, el estupor de  la persona  que ha accedido a ese orden simbólico que pone en entredicho lo que la percepción inmediata sigue indicando (hay un marco absoluto y euclidiano en el que las cosas- incluída esa cosa que yo mismo constituyo- se insertan y devienen) no difiere en lo esencial del estupor del propio Einstein.

La misma emoción que Einstein en razón del contenido  que efectivamente, sin acto de fe, es ahora nuestro. Pero   quizás   más importante fue un momento anterior, aquel en el que nos decidimos a vencer la inercia que impide ver en la simbolización matemática un abismo que separa en lugar de un puente, que además tiene peso propio, vale por sí mismo. Esto se hace todavía más evidente cuando animados por la experiencia precedente y picados por una curiosidad aun mayor, nos decidiremos a enfrentarnos a la relatividad general, cuyas consecuencias para  la visión clásica o convencional de lo que es la naturaleza son aun  mucho más revolucionarias.

Aquí ciertamente  se constatará  de inmediato que la dificultad técnica es mayor, que la simbolización matemática exige ya- para el no familiarizado con esta disciplina- un esfuerzo que puede llegar hasta la ascesis. Aquí pueden contar muchas cosas, puede por ejemplo acudir a la mente el prejuicio del colectivo matemático conocido como Bourbaki, para el cual la capacidad de simbolización que exige la matemática está ya seria e irreversiblementemente diezmada a partir de los treinta años. Pero si perdura algún rescoldo de resistencia al reducionismo en el caso de los seres humanos, si se estima que medir el diente a un ser humano además de canallesco quizás sea inadecuado como método de evaluación, entonces las matrices, las métricas de Gauss y los tensores no serán irreductibles fortalezas, sino aliados cuya confianza hay que ganarse, y que nos permitirán (en la alianza de rigor  y belleza formal que la propia matemática constituye) aprehender en un concepto propio  que ni siquiera uniendo tiempo y espacio podemos considerar que alguna urdimbre tetra-dimensional   constituiría el marco finalmente vacío y euclidiano en el que las entidades de nuestro entono se desplegarían.

Y aquí el simbolizar será lo más preciado, en razón de que simbolizar cuando todo parece dificultar la simbolización es una manera fundamental de instaurar lo menos probable, es decir,   invertir el proceso que constituye lo esencial del tiempo. La situación es particularmente cristalina cuando la dificultad   por  simbolizar no depende de elementos nuevos de información, cuando se trata de hurgar en lo que ya se tiene con vistas a que emerja lo que aun no está presente. Pues  si se alcanza a pensar sin refuerzo exterior aquello que no se pensaba ( y que nunca se hubiera pensado si el espíritu se comportara como las entidades físicas inmediatas ) se está pasando de lo más probable (la situación de  infertilidad ) a lo  menos probable, y así venciendo la segunda ley de la termodinámica.

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18 de enero de 2011
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Las tarjetas postales de García Lorca

Letra de Federico García Lorca Tiempos anteriores al email, al facebook y al skype. Tiempo de postales. Ese fue el tiempo de García Lorca y, gracias a eso, podemos tener cerca de un millar de tarjetas con su hermosa letra dedicada a amigos y familiares. Angeles García comenta una exposición de las postales de García Lorca en ?El País?:

Federico García Lorca, como la mayor parte de sus contemporáneos, no pudo sustraerse a la fascinación de comprar una postal de los lugares por los que pasaba. En un tiempo en el que aún no existía la televisión y los periódicos solo reproducían ilustraciones, era muy difícil no dejarse llevar por la tentación de compartir con los demás los descubrimientos hechos en pequeños o grandes viajes. El espacio en blanco de la parte posterior permitía dar noticias escuetas o hacer breves comentarios de los más sorprendentes asuntos. Depende del destinatario y grado de confianza. Un millar de imágenes, escogidas por el fotógrafo Martin Parr entre el ingente material que custodian las fundaciones García Lorca y De los Ríos, se muestra en la exposición Geografía postal, que hoy se abre en Aranjuez, en la sede de la Obra Social de Caja Madrid y que después itinerará por otras ciudades españolas. Son postales escritas, enviadas y recibidas, dibujadas y coleccionadas entre los años 1910 y 1960; unas décadas en las que estas dos familias no dejan pasar casi ni un día sin ponerse una postal. Es un material recogido también en forma de libro (publicado por This Side Up Editorial) que da cuenta de una colección con testimonios inestimables de la obra de Federico, sus amistades, la guerra, el exilio, los viajes y las relaciones fraternales de dos familias que son todo un símbolo para España. Martin Parr, fotógrafo de la agencia Magnum y gran coleccionista, recuerda que la postal fue uno de los grandes inventos de la comunicación de comienzos del siglo XX. ?Elegir una imagen para enviársela a un amigo o a un pariente con un breve texto al dorso, parecía un acto inocente?, escribe. ?Sin embargo, ambas cosas, la elección y nuestras palabras, acaban por definirnos?. El escritor Enrique Vila-Matas confiesa en el libro que las tarjetas postales son una de sus debilidades. Coleccionista entregado, considera que son un ?fichero mental? del que emergen arquetipos o fantasmas milenarios y que puede ser considerado un museo de la huella humana. En el caso de Federico García Lorca y su entorno, la huella da cuenta de sus relaciones, vivencias y descubrimientos. Escoger entre tanto material es difícil. Martin Parr reconoce que esta maravillosa colección de postales ha sido una tarea complicada y ?estimulante?. Además de las divertidas tarjetas que se intercambian Lorca, Salvador y Ana María Dalí en un tono descarado y provocador, hay muchas tarjetas que dan cuenta de las preocupaciones domésticas de la familia. Para el comisario, lo mejor de la exposición es la sucesión de imágenes contenidas en las tarjetas: un avión de la TWA en pleno vuelo, un volcán en erupción o un hotel modernista neoyorquino junto a una iconografía más local, como los coloreados retratos de vírgenes, escenas rurales o plazas castellanas presididas por fuentes de un solo chorro. Ordenadas cronológicamente, las tarjetas expuestas permiten seguir los movimientos familiares y unos mensajes que, en general, no iban protegidos con sobres. La privacidad era escasa. Mientras Francisco García Lorca vive en París, envía numerosas postales a su hermano Federico. Con la torre Eiffel al fondo, en abril de 1924 escribe: ?Federico: hace días te escribí otra carta que no sé si habrás recibido porque no llevaba franqueo suficiente (han subido). Ahí va esa acusando señales de vida y de salud. El día 2 (mi día) espero carta tuya. ¡Nada! Van tres meses que no tengo de ti la menor noticia. Yo escribo poco, pero tú mucho menos. Si no escribes, no vuelvo a acusar señales ni de vida. Paco?. También desde París, el pintor Benjamín Palencia escribe a Federico en 1927. ?No te puedes imaginar lo interesante que es esto. He visto mucha pintura moderna y entre todo Picasso, Matisse, Derain y Braque son los que más me han gustado?. Otro pintor, Manuel Ángeles Ortiz, reclama la atención de Federico desde París con un lenguaje que al escritor le incomoda: ?Querido Federico: ya veo que tus propósitos de escribirme se desvanecieron al mismo tiempo que yo me desvanecí aunque esto ya lo sospechaba yo y no por eso he de dejar de enviarte mis recuerdos. Aquí he conocido a Bores y a Benjamín Palencia con su primo, esa especie de animal imbécil y de Zoroastro (en cuanto a Kultura) que tiene por primo; este dice ser muy amigo tullo[sic] pero ¿!!!Es posible!!!? Benjamín me parece un tontaina apaciguado, aún no he visto lo que hace, y muy amigo de Juan Ramón Jiménez? ¿Que el escribirte de esta manera te pone muy nervioso? No hagas caso?. El tono de Federico es siempre cariñoso, especialmente con su familia. En una postal de la Feria de Abril sevillana de 1935, les cuenta: ?El lunes me iré. Ya he aprovechado ver la feria, que no conocía. Lo he pasado muy bien y Sevilla está hermosísima. Un abrazo de vuestro hijo, Federico?. La correspondencia postal afecta también a los encargos profesionales: Buñuel le reclama participar en sus obras, otros le piden nuevas piezas teatrales o su opinión sobre cualquier acontecimiento político o cotidiano. Es un trasiego de noticias cuyo anverso da cuenta de los cambios más fantásticos ocurridos a principios del siglo pasado.

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17 de enero de 2011
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Negocio con nicotina

Imagen tomada de www.esacademic.com Las manos se mueven seguras, veloces, apenas tienen 30 segundos para colocar en la parte inferior de la mesa los tabacos que irán hacia el mercado negro. Dos cámaras panean el salón donde las olorosas hojas se enrollan y terminan en cajas con el nombre de Cohiba, Partagás, H. Upmann. Cada ojo de vidrio gira 180 grados, dejando ?por muy breve tiempo? una zona ciega, una estrecha franja de torcedores sin vigilancia. Buen momento para poner fuera de las vista de los supervisores aquel lancero o ese robusto, que después será vendido al margen del mercado oficial. Otro empleado se encarga de pagar a los custodios para lograr sacarlo del recinto y en veinticuatro horas su fuerte aroma ya estará en las calles.

Cuando mis estudiantes de español me preguntan sobre la calidad de los tabacos que se venden ?por fuera?, bromeo diciéndoles que en el interior de dichas cajas bien podrían encontrarse el periódico Granma enrollado. Sin embargo, también sé que una buena parte de esa oferta clandestina es sacada de los mismos lugares institucionales donde se confeccionan los que se exhiben en las tiendas legales. Tres de cada cinco habaneros, en caso de ser interpelados, se vanagloriarán de conocer a un verdadero torcedor que consigue puros auténticos y frescos. El negocio de la nicotina involucra a miles de personas en esta ciudad y genera una red de corrupción y ganancias de incalculable tamaño. Su reto es que el producto final se parezca al que comercia el Estado, pero cueste tres o cuatro veces menos. Entre las proposiciones más comunes que reciben aquí los turistas se escuchan aquellas de ?¡Mister, cigars!?, ?¡Lady, habanos!?que les lanzan en cada esquina. Al menos, no resulta tan chocante como cuando el proxeneta les susurra un catálogo que incluye ?Chicas, Chicos, Chicas con Chicos?. Así la secuencia que comienza en la fábrica, en esos 30 segundos en que el lente de la cámara mira hacia otro lado, termina en un extranjero pagando por veinticinco tabacos lo que de otra manera sólo le alcanzaría para comprarse un par. Todos salen felices: el torcedor, el custodio, el vendedor ilegal y ? ¿el estado? bueno? ¿a quién le importa?

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17 de enero de 2011
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El mundo sin Sigfrido

Desde su cuarto piso sin ascensor, Sigfrido Martín Begué seguía como un diablo burlón la lenta marcha del mundo del barrio de Salamanca, sin necesidad de sobrevolarlo con escoba ni fisgar bajo los tejados pudientes de los edificios, como hacía aquel demonio clásico de Vélez de Guevara. Aunque tenía coche, y lo conducía con determinación, citando a la vez a Cocteau, fumando y posiblemente cantando un aria de Rossini, Sigfrido era un caminante de su ciudad, y por eso se cayó un día en una zanja de Jorge Juan, donde vivía y ha muerto, a los 51 años, en la mañana del día de San Silvestre. Contaba su percance sin inquina municipal, pese a la gran lata que le dieron, como a todos los vecinos de esa zona, las interminables obras subterráneas de la calle Serrano. Al caer en el hoyo mal señalizado, Sigfrido, que era un esteta hasta en las desgracias, se fijó -y así me lo descubrió- en la calidad floral, como de amapola mecánica, que tenían unos conductos de largo tallo pintados de rojo. "Flores del mal, sin duda".

   Le conocí en los primeros años 80, y me sorprendió que fuera autentificadamente madrileño. Ya es sabido que esta ciudad pertenece a sus periféricos (yo soy uno de ellos), lo cual le da sus señas de identidad más acendradas. Lo frecuente era, y aún sigue siendo, trabar amistad con castellano-leoneses, con andaluces, con el contingente elegíaco de los gallegos, y algún que otro vizcaíno desarbolado. Encontrar en medio del Madrid de la Movida a un nativo impecablemente vestido de inglés -aunque con calcetines de un color que ni Beau Brummell habría asumido- causaba desconcierto y daba consuelo: crecía entre nosotros, así pues, un dandy que pintaba cuadros con metafísica y tenía en su casa, siempre abierta, un florilegio de escenas de las peores películas de la historia montadas por él mismo en la cinta de modo que el ‘peplum', la astracanada española o los teléfonos blancos de la comedia italiana cobraban en el collage un surrealismo más hondo que el de los poetas automáticos franceses.

    Pintor, arquitecto, diseñador de objetos, muebles y exposiciones, he conocido a pocos artistas de su inmenso talento con menos pretensión de afirmarlo o ‘firmar'. Nunca me pude hacer con ninguna de sus alfombras o cómodas en forma humana, ya demasiado caras o agotadas cuando supe de ellas, aunque sí le encargué la portada de uno de mis libros, para alegría del editor, Jorge Herralde, que admiraba mucho la obra de Martín Begué y quiso en un momento dado comprarle cuadros y tenerle de portadista regular en Anagrama. El libro, ‘El cine estilográfico', salió con su estupendo dibujo del muñeco fílmico, pero el acuerdo, lo contaba hace pocos días Herralde, no se cerró, como a menudo no se cierran, por ‘nonchalance', estas cosas que uno, después de acabarlas, no encuentra la voluntad de vender. Los lectores memoriosos de El País Semanal recordarán sin embargo las preciosas ilustraciones que cada domingo hacía Sigfrido para acompañar los artículos de Antonio Muñoz Molina; dos temperamentos artísticos sin duda diferentes que adquirían en la página del suplemento la complicidad de los opuestos.

    Sus ilustraciones, sus exposiciones, sus publicaciones, sus decorados y vestuarios escénicos, su obra de pintor. Todo eso queda y será difundido o redescubierto. Lo que la muerte de seres tan especiales como él significa es la pérdida, más que de la persona, de la personalidad literalmente irrepetible, dotada de una ocurrencia constante, inteligente, que no impedía, por sardónica que fuera, la dulce y sabia entrega que sus amigos, sus amores y, en los últimos años, sus alumnos de la facultad de Bellas Artes de Cuenca, disfrutamos. Y se pasaba el tiempo tan bien a su lado. Su originalidad no se detenía ni en el antiguo reino de Valencia, por el que manifestaba un aprecio global difícil de entender en el septentrión. No sólo le gustaba mucho, incluso como concepto, Benidorm, sino que le llegó a encontrar un punto a Rita Barberá, aunque no creo que fuese el punto G.

    Su gente más cercana sabía lo impaciente que era, lo atropellado. Yo por ejemplo, habiendo estado toda mi vida rodeado de fumadores compulsivos, no recuerdo a nadie con un ansia de nicotina menos resolutiva que la suya; Sigfrido sostenía siempre el cigarrillo en la mano, sin llegar a fumarlo, por tener otras cosas en las que ocuparse, y causando así la desesperación de algunos propietarios de alfombras persas del siglo XVIII, sobre las que él, mientras peroraba incansablemente en cenas y fiestas de rango, iba dejando caer la ceniza ardiente del tabaco.

   Por desgracia, esa impaciencia, ese frenesí de apurarlo todo, se ha manifestado también en su muerte, escandalosamente prematura. Pero conviene que nos detengamos aquí. Seguir hablando de él podría ponernos trágicos, o huraños, y a Sigfrido hay que rendirle, ahora que ya no está, el honor merecido: el de su alma alegre y confiada.

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17 de enero de 2011
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True Grit, entre el western y su parodia

Todavía no he visto True Grit (Valor de ley), la nueva película de los hermanos Coen, pero las reseñas elogiosas y los comentarios me llevaron a una librería en busca de la novela en la que se basa, publicada originalmente en 1968. El autor, Charles Portis, había sido descrito en el New York Times como "el escritor de culto de los escritores de culto"; muy leído en los años setenta gracias a una versión de True Grit (1969) con la que John Wayne ganó su único Óscar, fue luego olvidado por el gran público a pesar de que hubo siempre escritores y críticos dispuestos a defender su obra. Gracias a los hermanos Coen, las cinco novelas de Portis han vuelto a ser editadas.

Aunque algunos críticos han leído True Grit como una parodia del western, lo interesante de esta novela es que también se defiende y se sostiene dentro de todas las convenciones del género. Mattie Ross es una chiquilla de catorce años dispuesta a vengar la muerte de su padre, asesinado cobardemente por Tom Chaney; para ello consigue la ayuda de Rooster Cogburn, un alguacil conocido por su crueldad. Que Chaney tenga el rostro marcado y que Cogburn sea tuerto son algunas de las tantas bromas de Portis (su humor lacónico, de situaciones, fue probablemente el que atrajo a los hermanos Coen); eso no quita nada del carácter épico de la historia narrada.

De una manera simple, casi como si se tratara de un mito fundacional, True Grit cuenta una búsqueda y un viaje. Mattie, ya una anciana, narra esta historia ocurrida en 1870, poco después de la guerra civil. Su búsqueda es obsesiva y nada la detiene ni la distrae; cuando un Ranger le dice que le deje Chaney a él, que lo hará pagar por un crimen cometido en Texas, Mattie responde que no es lo mismo: "Quiero que Chaney pague por matar a mi padre". El viaje es el de Mattie, Cogburn y ese mismo Ranger en busca de Chaney: los tres se internarán en el Territorio, una región peligrosa porque, al hallarse en ella varias naciones indias, los estados no tienen jurisdicción (lo cual es aprovechado por muchos bandidos y asesinos para esconderse allí).

Se ha comparado a Mattie con Huckleberry Finn. La novelista Donna Tartt, una de las grandes defensoras de Portis, sugiere que hay diferencias importantes: mientras Huck es despreocupado y carece de "civilización", Mattie es "el puro producto de la civilización tal como la definiría un profesor de estudios de la Biblia en el siglo XIX en Arkansas: es evangélica, presbiteriana, ordenada... el soldado perfecto". Sin embargo, Mattie también carece de compasión, jamás duda y nunca sonríe. Uno de los grandes aciertos de Portis es hacer que ella sea la narradora: puede ver ahorcamientos y caer (literalmente) en una cueva llena de víboras, pero jamás se despeina. El efecto general de la novela, de comedia trágica, tiene que ver con la forma neutral en que Mattie narra las situaciones más absurdas y violentas.

Pero no todo es comedia en Portis. Si Mattie elige a Cogburn como acompañante es por su conocida crueldad: en su pasado está el haber formado parte de la banda de Quantrill, responsable de la peor masacre de la guerra civil. A lo largo de la novela, Cogburn crece como personaje y se muestra capaz de piedad, de compasión, incluso de ternura; eso no impide que, en procura de administrar justicia en su nuevo rol de alguacil, sea capaz de disparar a hombres desarmados. Estamos en el Lejano Oeste: han llegado la ley y el orden, pero no terminan de imponerse. O mejor: se imponen en base a violencia.

True Grit termina con un guiño metaficcional, con la historia de Cogburn convertida en mito y en parte del show business. Es un final perfecto para una novela tan buena que algunos admiradores han quedado resentidos: dicen que su perfección formal opaca injustamente a las otras novelas de Portis, quizás no tan redondas pero aun así mejores. Por lo pronto, este lector se alegra de saber que le quedan cuatro novelas por recorrer.

(La Tercera, 17 de enero 2011)

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17 de enero de 2011
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Otra vez, otra más

Ha debido de ser un lugar común desde la aparición de las primeras aglomeraciones humanas, quizás en Babilonia, habrá que preguntarle a Gil Bera. Aunque el éxito internacional se lo lleve el Beatus Ille horaciano, seguro que le venía al latino de mucho antes. Ya debieron darle el peñazo sus abuelos y bisabuelos, ¡qué quietud, qué armonía, este fin de semana en la quinta de Etruria, qué aire finísimo, qué aroma a resina! ¡No entiendo cómo aguantas en la Urbs!

Será que es verdad, que para quienes vivimos en ciudades la vista del campo bien arado (no es necesaria la selva ni el espeso bosque), del firmamento un punto nuboso, de algo viviente que vuela, salta o se arrastra, nos apacigua. Y para el herido, no hay mejor bálsamo.

El mes de enero es el más admirable del año en esta parte. Duerme la dura tierra cubierta por una pelusa que cada mañana aparece escarchada, los escasos canales apenas mueven agua, en el valle hay siempre una columna de humo leve que se aplasta contra el suelo y forma cendales entre las cañas, las piedras lucen líquenes sulfurosos, todo está quieto, el silencio es absoluto, no hay nadie, ni labradores, ni turistas.

El caballazo del vecino se me acerca a curiosear cabeceando, seguramente muerto de tedio. Incluso se deja halagar los ollares, algo inadmisible en temporada, cuando los niños le atormentan con sus chillidos, pobres críos que no pueden entender la delicadeza de este bruto de orejas temblorosas. Al caminar vuelvo una y otra vez la cabeza por ver si me sigue el podenco. No hubo suerte. Ni siquiera puedo saber si vive o ya está en su paraíso, con las podencas, en beatífica contemplación del Supremo Can mirífico y compasivo. Me lo imagino coronado por un círculo con los colores del arco iris y el largo morro a modo de compás celeste, todo ello gótico.

Las urracas se dejan caer en el vacío dibujando perfectas sinusoides de Hogarth. En el tendido eléctrico, al gavilán de cada año se le ha añadido una pareja más pequeña que se mantiene a distancia de dos palos en estoica vigilancia sobre su parte de cuneta, cañada real de ratones, lirones, musarañas, topillos. Un brillo verde en el camino anuncia al pito real, ahora conspicuo gracias al escaso follaje. A veces baten alas los pinzones que levantan el vuelo siempre en grupo con gran alarma y cuando ya estás sobre ellos.

Y hoy, además, se puede oír el leve grito de la gran paridora: los almendros están echando sus primeras flores. Débiles, canijas, esmirriadas, dispuestas a morir con el primer frío, pero pugnaces e irredentas. A su llamada acuden unos abejorros gordos y eróticos que dan su toque bufo al inexorable mes de enero. Como en Shakespeare, los bufones admiramos embobados las tiernas criaturas del año. Nos costarán la vida.

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17 de enero de 2011
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El miedo de unos es la esperanza de los otros

Los pueblos árabes consiguieron sacarse de encima a sus colonizadores. Pero hasta esta pasada semana nadie en un país árabe había conseguido sacarse de encima a sus propios déspotas. No es fácil. Tampoco lo conseguimos los españoles, que tuvimos que esperar a la muerte del dictador en 1975 para que empezara la transición democrática. Los tunecinos han sido más espabilados y valientes, o el régimen más débil y corrupto todavía, porque la dictadura ha sido liquidada en un mes de manifestaciones callejeras.

El prestigio y la seguridad de los déspotas árabes son hoy un poco más frágiles. Se les puede echar. No son eternos. No hay que permitirles que conviertan en hereditarios los Estados que han ocupado y sometido a pillaje. Desde Marruecos hasta Arabia Saudí corre un tweet que recoge a la perfección este estado de ánimo: ?Todos los líderes árabes observan Túnez con miedo, todos los ciudadanos árabes observan Túnez con esperanza y solidaridad?. La revuelta de Túnez es el fin de una maldición: el despotismo no es una obligación árabe, los árabes pueden ser libres, nadie está condenado a la privación de la libertad. La tradición dictatorial de los árabes se basaba en la dureza represiva. No se entiende que pueda haber autoridad sin un ejercicio cruel y desmedido de la violencia sobre el pueblo. Esto también va a terminar. Debe terminar. No extraña la solidaridad de la familia real saudí con el dictador Ben Ali y su clan familiar. Defienden lo suyo, su autoridad, su idea del Estado como bien privado familiar y la utilización de la policía y el ejército como instrumentos de dominación sobre sus pueblos. Este sistema no funcionaría sin la aquiescencia y la complacencia de los países occidentales. Ni Europa ni Estados Unidos han movido un dedo para llevar la democracia y la libertad al mundo árabe. Al contrario, han preferido contar con regímenes represivos, capaces de controlar a sus poblaciones, garantizar el suministro energético y limitar la inmigración y el contrabando. Los mejores colaboradores de Estados Unidos y Europa han sido los jefes de policía árabes, perfectos en la lucha contra el terrorismo, pero más perfectos todavía en la opresión de sus conciudadanos y en el pillaje del erario público. La reacción que mejor recoge el cínico realismo con que los occidentales hemos tratado al mundo árabe es la que ha tenido el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a quien sólo le preocupa la estabilidad de su vecindario y considera que lo sucedido en Túnez demuestra las dificultades para firmar y mantener un acuerdo de paz en una región tan inestable. Netanyahu dice claro y en voz alta lo que todos los gobernantes occidentales piensan y dicen en voz baja. Les preocupa la estabilidad y les importa muy poco la libertad de los pueblos árabes. En algún caso, incluso, la temen. La actitud de los tres países europeos más directamente vinculados al Magreb no ha sido mejor. Nada justifica la vergonzosa cautela diplomática de España, Francia e Italia ante la primera revolución democrática magrebí. Desde Europa se ha comprado la amenaza islamista fomentada y armada por los déspotas como sistema de chantaje ante los europeos. Al igual que los saudíes fomentaron la guerrilla islamista contra los soviéticos en Afganistán, han seguido luego fomentando el fundamentalismo islámico como última trinchera para evitar que sus pueblos alcancen la libertad y la democracia. Los tunecinos han terminado también con esta monserga, que conducía a que las democracias europeas apoyaran golpes militares para evitar la llegada de regímenes islamistas. Está por ver todavía si Túnez podrá encarar la transición democrática o se encontrará con fuertes resistencias para que regrese a la dictadura. Ya sabemos quiénes van a intentar cerrar el camino de la libertad. Sería una vergüenza redoblada que los gobiernos europeos no se pusieran inmediatamente al lado de la democracia y en contra de quienes quieren mantener los viejos regímenes policiales. De momento, sólo hemos visto declaraciones tardías y torpes, y malas y vacilantes palabras. Faltan gestos contundentes y decisiones de estímulo, apoyo y ayuda al nuevo Túnez libre.

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17 de enero de 2011
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El Boomeran(g)
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