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"Un lieu nommé Oreille-de-chien" en Banon

La villa de Banon

La librería Le Bleuet en Banon

Oreja de perro en versión Gallimard Mi novela Un lugar llamado Oreja de perro ha sido traducida al francés por la estupenda narradora argentina Laura Alcoba, bajo el nombre Un lieu nommé Oreille-de-chien, para editorial Gallimard. Salió a la venta el 3 de febrero y hace unos días un lector de Moleskine Literario me regaló esta bonita sorpresa: Mi libro en la mesa de novedades de una librería preciosa en una pequeña villa francesa, Banon, creada en el siglo XIV, donde además del queso de cabra y la lavanda los libros son una prioridad. Su librería solo cierra una vez al año. Gracias a Luis Aspilcueta por el regalo.  

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15 de febrero de 2011
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Dos escritores impresentables, y un desconocido

La literatura vende, a veces Edward Docx es un escritor británico del que, muy probablemente, ud. no ha oído hablar, así como tampoco yo. Stieg Larsson y Dan Brown son dos escritores (uno sueco y otro norteamericano) de los que quizá ud. (y yo) ha oído hablar demasiado. De eso se trata el artículo de Doczx, de cómo la ficción popular, sin tener argumentos de gran calidad, termina opacando cualquier otra literatura. Dice la nota en The Guardian y traducida en la Revista Ñ:

Estoy entrando en aguas turbulentas. Con Larsson ahora muerto y siendo un tipo tan decente, ¿cómo me atrevo a subir a cubierta para empezar a explicar ?en medio de las tormentas publicitarias y los gritos de Hollywood y la catarata incesante de las ventas? que este trabajo no es muy bueno ni siquiera según los criterios de su género? Bueno, porque, en mi opinión, necesitamos recordarnos la diferencia ?a falta de una mejor terminología? entre ficción literaria y ficción popular; porque, parafraseando mal al ensayista literario Isaac D?Israeli, ?me parece una miserable compulsión nacional sentirse gratificado por la mediocridad cuando tenemos ante nosotros lo excelente?. Hay que discernir muy bien acá porque a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre este tema, el debate tiene mucho de teatralidad. Y esto sirve para ocultar (de ambas partes) una deshonestidad fundamental. Los defensores de la ficción popular no son sinceros en cuanto a las limitaciones, incluso de lo mejor de lo que hacen, siendo a la vez mordaces y falsos en cuanto a la ficción literaria (no hay historia, no pasa nada, etc.). Por su parte, los (igualmente poco sinceros) defensores literarios dicen: ?No nos culpen a nosotros, es culpa del editor ?son ellos los que ponen el rótulo a los libros y nosotros realmente no vemos la distinción?, o, peor todavía, adoptan la postura y el tono de malos actores recitando a Shakespeare y hablan de poesía y de profundidad sin que signifique demasiado ni convenza a nadie. Ambas posiciones son fraudulentas e indican algo (interesante) sobre la forma en que hablamos de literatura y cultura en líneas más generales. Vale la pena volver a abordar la diferencia, ya que todos parecen haberla olvidado o haberse vuelto cautelosos respecto de su articulación. Principalmente esto: que aun lo popular bueno (no Larsson ni Brown) es por definición una forma limitada de escritura. Existen convenciones y éstas limitan el material. Es la forma en que funciona la escritura y montones de personas que no escriben novelas parecen no entenderlo: si necesita un detective, si necesita que su héroe mate al maldito jefe de la CIA, si necesita bromas de compras falsamente feministas, fantástico; pero el correlativo de esas decisiones es una restricción en otras áreas. Si usted sigue las convenciones, un porcentaje significativo del pensamiento y la imaginación queda, entonces, fuera del ejercicio. Muchas decisiones ya están tomadas. De esto se desprende que lo popular tiende a depender de una psicología de lector más simple. Si usted tiene un cadáver en la primera página, la pregunta es: ¿quién lo mató y cómo llegó acá? Y la curiosidad estimula a los lectores durante el recorrido. Como lo hace, por ejemplo, una búsqueda del tesoro (Brown) o la injusticia (Grisham) o el formato de misterio de habitación cerrada (Larsson). Nada de esto significa que escribir buenas novelas de suspenso sea fácil. Sigue siendo difícil. Pero es más fácil. Esas también son las razones que hacen que un policial malo o una mala novela de detectives o de misterio parezcan mucho mejores que una novela literaria mala ?las razones de por qué puede incluso llegar a tener éxito. Aunque un libro popular sea malo, tenemos la curiosidad y la conciencia tranquilizadora de que el escritor finalmente se despachará en contra de las convenciones. La ficción literaria mala, en su mayor parte, carece de esas posiciones alternativas y por lo tanto es mucho peor. Para hacer una comparación: alguien puede decidir montar una gran cadena internacional de hamburguesas y vender millones de hamburguesas. O podría decidir abrir un solo restaurante que ofrezca una noche lasaña de anguila y al día siguiente codorniz bañada en regaliz. A todos nos gustan las hamburguesas y eso no tiene nada de malo. Pero seamos honestos: hay una gran diferencia tanto en la producción como en el consumo de las dos experiencias. Una vez más, vemos por qué la ficción literaria mala es mucho más aburrida que la ficción popular mala. Prestamos más atención al restaurante que afirma haber escogido cuidadosamente los ingredientes y que después empleó habilidad e imaginación para presentarlos en la mesa de una manera original, sorprendente, bella, inteligente y deliciosa. El fracaso en este segundo caso es por lo tanto mucho más irritante. Pero del mismo modo, si usted está en el negocio de la venta de hamburguesas, sus hamburguesas podrán parecer distintas ?puede condimentarlas? pero la verdad es que todas son esencialmente iguales; o se está en el negocio de las hamburguesas o no se está. Por eso los escritores populares no pueden afirmar que lo tienen todo. Pueden llevarse el dinero y las ventas y todo lo que los acompaña. Y podemos admirarlos sinceramente por hacerlo. Pero no habría que permitir que se salieran con la suya sugiriendo que estas cosas nos dicen algo sobre el valor intrínseco o el alcance de su trabajo. Tomemos por ejemplo al [best-séller] Lee Child hablando del tipo de sucedáneo de basura machista que confunde tanto la cuestión: ?El concepto de thriller es: por qué los humanos inventaron la narración hace miles de años. (¿Sí) El mundo era peligroso y estaba lleno de miseria, de ahí que quisieran la experiencia indirecta de sobrevivir al peligro. (¿De verdad?) Es el único género real y todo el resto se desarrolló al costado como lapas. (¿En serio? ¿Lapas?) Yo podría perfectamente escribir una obra de ficción literaria. (No, no podrías.) Me llevaría tres semanas (Seguro que no). Vendería unos 3 mil ejemplares (lo dudo) y sería por lo menos igual de buena que una de la competencia (De ninguna manera). Pero los autores literarios no pueden escribir thrillers. Pueden intentarlo a veces, pero nunca pueden hacerlo. (Crimen y Castigo)?. Me encantaría terminar este artículo abordando las falacias del relativismo, exponiendo los otros errores de concepto que rodean a la ficción popular y la literaria (hay que enfrentarse con la clase) y luego redondear todo con una serie de extractos de cualquier cantidad de buenos novelistas contemporáneos a los que amo ?Franzen, Coetzee, Amis, Proux, Ishiguro, Roth? para ilustrar nuevamente la feliz, rica y texturada diferencia. Pero no hay suficiente espacio. Nuestra cultura está cada vez más congestionada. Existe una enorme presión sobre los libros, una particular presión sobre la ficción y la mayor presión de todas sobre la ficción literaria. Y sin embargo, el idioma, no el fútbol, es nuestro mayor regalo al mundo. De modo que si queremos salvar nuestra excelencia en esta materia de su lenta extinción, simplemente debemos encontrar la forma de exponer más los mejores escritores del idioma a los vagones de gente de una punta a la otra del país que evidentemente siguen teniendo la voluntad y la capacidad de comprar novelas para el viaje. Porque en este momento ?mientras usted lee esto? están siendo sometidos a un intercambio atrozmente malo (y traducido) entre el personaje A y el personaje B en un barco sueco averiado sobre la creación de una industria polaca destinada a fabricar envases para la industria alimentaria. Merecen algo mejor.

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15 de febrero de 2011
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El mal de altura

Tardé años, desde los 10 hasta los 20 por lo menos, en resignarme a no ser nunca alto. Nunca. Otros crecían en la clase sin ningún esfuerzo y ante mi triste asombro. Me quejaba tanto de no llegar la altura de los más encimados que mis protestas provocaron  que mis padres me llevaran a varias consultas médicas, unas para que me recetaran vitaminas otras para que me engañaran prometiéndome una ganancia de tres o cuatro centímetros en los próximos dos o tres años. No hicieron efecto las vitaminas y las mentiras clínicas, a fuerza de repetirse, se hicieron mentiras cínicas. En todo este proceso yo veía en qué tremendo ridículo me colocaba puesto que no sólo declaraba públicamente el pesar de mi pequeñez sino la bochornosa vergüenza de soportarla. Este padecimiento que por la época parecía frívolo o incluso cruel,  respecto a la media de la población,  no era en consecuencia comprendido por nadie. No podía decir que me perjudicara demasiado en la relación con las chicas pero sí me llevaba a esforzarme en los apartes donde procuraba  sacar ventaja a través de la palabra. Una chica me confesó incluso que hablaba como si tuviera cinco o seis  años más. Era precisamente la cifra, más o menos, de los centímetros que me faltaban para presentar una figura elegante.  Poco a poco, sin embargo, basándome en la fatalidad y en las varias novias que había logrado, fui conformándome. Había mucos jugadores de fútbol que me sacaban un palmo pero era fácil en los años cincuenta admirar delanteros, extremos sobre todo, que medían lo mismo que yo.  No terminaba quedándome tranquilo por completo  pero estaba claro que mi rabia, mi envidia, mi resentimiento eran cuestiones que no debía cultivar. 

Cada cual es lo que es: "nadie es mejor que tú  ni tú eres mejor que nadie" me dictó un canónigo que tenía entonces como asesor espiritual y, sobre todo, como modelo cerebral  gracias a las continuas muestras de una inteligencia superlativa. Era tan inteligente como divertido y tan divertido como afiladamente inteligente.  Era tan capaz de convertir lo bueno en malo o lo malo en bueno como si cambiara  el agua en vino y viceversa. Era capaz de revolver un argumento y deducir su contrario con una elegancia que me aficionó mucho a las tallas de la inteligencia y me parece que de ahí viene el que yo no siendo nunca más alto de lo que marcaba el metro supuse que sería acaso más inteligente de lo normal  y, por si faltaba poco, creí hallar una ventaja en mi estatura mediocre porque desde ella era menos fácil distraerse con la vulgaridad del exterior y más sencillo penetrar en los secretos de la mente que mi director espiritual me enseñaba a desentrañar como si partiera almendras.

Director espiritual y médico total. Nunca después he encontrado a nadie  que procurara más confianza ni distracción dentro del indecible tamaño del yo. ¿O sí? O lo que hizo no fue sino agrandar el ego para suplir los tres o cuatro dedos que me faltaban. Y acaso me faltaban precisamente en la frente.

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15 de febrero de 2011
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La velocidad de la revolución

No hay tiempo apenas para tomarse un respiro. Ni siquiera para mantener la atención sobre todo lo que está cambiando. El viernes a mediodía los más escépticos de los occidentales que partían de fin de semana no podían pensar que el lunes a la vuelta todo habría cambiado. Y sólo empezar la semana la oleada árabe sigue en Yemen y en Bahrein, después de golpear todavía muy ligeramente en Argelia, pero ya desborda su ámbito inicial. Hay que cambiar los rótulos: la revolución afecta ahora a los países islámicos, una forma como otra de poner a Pakistán en la perspectiva.

Los buenos conocedores aseguran que así es: el violento mundo del terrorismo islámico que ha crecido alrededor de las madrasas fundamentalistas nos hace olvidar que la demografía y la sociología de esta zona de Asia superpoblada está muy cerca del norte de Africa. Difícil que los jóvenes allí no quieran vivir mejor y vivir en libertad como los árabes y prefieran seguir sufriendo la manipulación fundamentalista. No será una revolución, pero lo que sea va a toda velocidad. Túnez y Egipto no tienen nada que ver, pero eso que se mueve ha derribado ya a dos dictadores y está dando muestras de toda la energía para no parar hasta incrementar la lista. Nada cambia ni nada va cambiar de fondo, aseguran los portavoces de los reflejos conservadores; pero no se conoce ni un solo gobierno de la zona, e incluso más allá, China por ejemplo, que no se haya movido a toda velocidad para amortiguar el descontento y evitar que le pille la oleada. Veremos en qué para todo esto, es verdad. De momento, tanto en Túnez como en Egipto, se ha producido una ruptura democrática. Es decir, las manifestaciones de los ciudadanos han obligado a que quienes detentaban el poder lo abandonaran sin atender a las reglas de juego trucadas que utilizaban para mantenerse en él. Recordemos que en España, tras la muerte de Franco, no hubo ruptura, sino una evolución desde la legalidad franquista hasta la legalidad democrática; una ruptura pactada, ahora podríamos decir una ruptura reformista. En Túnez, con una fuerte tradición constitucional, formalmente se mantiene la legalidad después de la huída del déspota; pero en Egipto ahora hay un gobierno militar de facto, que ha inutilizado la constitución y los procedimientos con los que Mubarak pretendía enredar. Es la diferencia entre lo que va de echar a un dictador a que el dictador se muera en la cama y se celebre el duelo oficial con toda la pompa, aunque luego el cava corra a ríos en bares y casas. No será una revolución, si tanto se empeñan los pesimistas que no creen ni en el cambio político ni en el protagonismo ciudadano del cambio; pero lo que sea tiene toda la alegría y el entusiasmo de una revolución. Además, en un momento especial: cuando el horizonte revolucionario se había eclipsado y todos creíamos, resignados unos y más que satisfechos otros, que los cambios políticos del futuro se realizarían todos después de los debidos conciliábulos en los altos despachos entre quienes saben de estas cosas. No es así. La historia no está escrita. La gente, el pueblo, la ciudadanía puede y debe intervenir en política. Y si vive bajo una tiranía está probado de nuevo, ahora recientemente y gracias a los tunecinos y a los egipcios, que tiene la oportunidad de derribarla. Es un mensaje deprimente para los dictadores y para los países sin libertades, del color que sea, que desborda el mundo árabe e islámico: China y Cuba, por supuesto, Arabia Saudita y Bielorrusia. Con una novedad, además, que la convierte en el primer fenómeno revolucionario del siglo XXI: su carácter vírico, producto de la velocidad con que se transmiten los mensajes a través de los móviles y de la redes sociales: sus efectos globales, producto de la tecnología, pero también de similares condiciones sociales y políticas; y su impronta juvenil, fruto de la demografía explosiva de toda esta zona del planeta. Esta argumentación tiene un corolario. Estos cambios de régimen y estas movilizaciones van a producir un cambio, en muchos aspectos revolucionario, en la forma de conducir las relaciones internacionales. Empezando por la primera superpotencia, cuyo papel, decisiones y estrategias están ahora mismo en revisión y son objeto de crítica por parte de todos los analistas. Un mundo nuevo va a salir de todo esto y una nuevas forma de conducir las relaciones internacionales, haciendo buena la premonición de Julian Assange, pero no aplicada exactamente a la filtración de Wikileaks: The coming months will see a new world, where global history is redefined.

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15 de febrero de 2011
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Cien años de José María Arguedas

 
 

El debate sobre los modelos de la modernidad, sus agentes y programas en un país multinacional y desigual como el Perú, tuvo en la obra de José María Arguedas (1911-1969) una lección creativa que es hoy más actual y, contra todas las apariencias, más universal. Ese debate se produjo en torno a dos ejes: las representaciones del país, debidas a las ciencias sociales; y las interpretaciones emancipatorias, elaboradas por la cultura política de la época. Sin las Utopías no habríamos tenido pasado.

El Perú remontó la crisis de la violencia terrorista y la represión militar (70 mil muertos en una “guerra sucia” que llevó al expresidente Fujimori a prisión); y debate, otra vez, su propia versión de lo moderno que es ahora más mestiza y compleja; y sólo en apariencia más legible desde el programa de una economía de extracción y exportación, cuyo horizonte es convertir la vida cotidiana en mercado. Aunque el país crece económicamente, la delincuencia, el narcotráfico y la corrupción son el otro lado del bienestar, tanto como la mayor desigualdad y la pobreza endémica. Esto es, los dilemas que Arguedas confrontó en su obra, nos siguen advirtiendo sobre la destrucción del medio y de la comunidad hecha por una modernización compulsiva.

En la obra de Arguedas el mestizaje celebrado se ha vuelto universal (migratorio, transfronterizo), y es  parte hoy de un pensamiento crítico que reconstruye el espacio cultural operativo (democratizador, dialógico) entre redes de estrategia asociativa y fuerza inventiva. Sus hipótesis son una agenda de futuro.

El Perú se define en su obra como el raro lugar donde un hombre no puede hablar libremente con otro. Pero no se limitó a las evidencias y trabajó las opciones: convocar las demandas del diálogo y ampliar los límites de la comunicación es su propuesta más creativa. Por eso, forjó una representación del mercado como el espacio de la interlocución donde sería posible reapropiar la función humanizadora del diálogo. En su obra mayor, Los ríos profundos, el mercado de las “chicheras” es un espacio de intercambio empírico, donde muchas voces regionales suman la celebración de lo vivo. Ese espacio está presidido por las mujeres, por las madres, quienes convierten al mercado en esfera cultural, en plaza pública del intercambio, la individualización y la comunicación horizontal. Estas vendedoras de comida y bebida son agentes mediadores entre clases y etnias y, como tales, propiciadoras de la música y las voces  del ágape y el banquete. Son ellas las que se rebelan contra el Estado protestando el monopolio de la sal, y son por eso perseguidas por el ejército. Si el pueblo confirma su carácter de espacio cerrado al estar situado dentro de una gran hacienda, el mercadillo abre por dentro la afirmación de la cultura popular como lenguaje alterno.

En cambio, en El zorro de arriba y el zorro de abajo un lenguaje profundamente dividido encarna en el habla del tartamudo, del pescador envilecido, del burdel degradante, del loco profético. Esta división ilustra las hablas de la migración, esa formidable agencia del nuevo poder de negociación cultural. El lenguaje es oral, y la oralidad es la forma del mundo reciente. Su actualidad es indeterminada y su habitat está en construcción. 

La prostitución sitúa a la mujer en la clandestinidad del mercado como centro de la violencia de la modernización. La misma naturaleza se ha prostituído en la economía de extracción (el boom town se debe a la industria de la harina de pescado), que genera la corrupción subyacente y fatal, donde el mismo lenguaje se fractura. La novela encuentra su mejor alegato en las voces rotas de los sujetos, en la conversación que reconstruye sus historias, sus heridas, horrores y agonía. El lenguaje no es una conciencia analítica sino una zozobra confesional, una gestualidad dramática, de emotividad cruda e incierta. “Lloraba y hablaba; lloraba y hablaba,” se dice de una prostituta.

La escena dantesca de los pobres de una barriada trasladando las cruces de las tumbas de sus muertos, dramatiza la reorganización del espacio de la ciudad desde la perspectiva de la muerte. Esta escena fantasmática es conjurada por el rezo de tres mujeres: “Dios, agua, milagro, santa estrella matutina...” La oración suma motivos de los varios lenguajes del migrante: el animismo quechua, el salmo católico, el castellano reciente. El imaginario de la migración se construye desde el habla como el trayecto de una subjetividad desarraiga. No demasiado distinta fue la lengua de Dante como metáfora del exilio (la peregrinación) y la intemperie (la caída).  

 

En las cartas de suicida que Arguedas incluyó al final de su novela herida, se puede advertir que encontró albergue entre los personajes. Se asumió como parte del peregrinaje peruano, que es la forma  de su migración; y lo hizo desde la conciencia trágica, y también paradójica, del suicida que se despide protestando su fe en nosotros, sus lectores.  Se excusa de su muerte,  y nos delega su vida.

La Biblia, fragmentos del libro de Isaías y al final una epístola de Pablo, alimenta con citas y alusiones, una inquietante persuasión cristiana. En primer lugar, este plano de alusiones parece darle sentido sacrificial al padecimiento sin discurso de las víctimas de la modernización. En segundo lugar, la vehemencia enunciativa de Isaías, que resuena también tras algunos poemas de Vallejo, se aviene a la lengua desasida y tremebunda del relato. Pero, lo que es quizá más importante, este lenguaje bíblico posibilita una mediación entre la vida sin sentido y la muerte sin discurso. Ya que la representación social se agota en su propia explicación, en las evidencias; y ya que el mundo es percibido desde la subjetividad alterada por la violencia moderna, esta dimensión mítico-religiosa posibilita articular la diáspora andina como un sacrificio patente y un renacer latente. Los indios que un antecesor de Arguedas (Guamán Poma de Ayala) llamó “los pobres de Jesucrito,” son en el mapa de la migración los nuevos cristianos primitivos.

"Con el Señor hablo bien, derecho," anuncia don Esteban, declarando su independencia de la práctica religiosa pero afirmando su estirpe cristiana. En su ojo, dice, hay candela que ataja a la muerte.  El habla se levanta "contra la muerte," a la que ha jurado vencer. Esta figura de rebeldía y sacrificio parece nutrirse de la teología de la liberación, que por entonces Arguedas ha empezado a apreciar desde su diálogo con el padre Gustavo Gutiérrez. Un capítulo se cierra con la epístola de Pablo: "Si yo hablo en lenguas de hombres y de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena…”

Por un lado se levantan los mercados de la muerte, por otro los discursos de linaje sacro y mágico, sus fragmentos, que confrontan a la modernización desnaturalizadora con su fuerza regenerativa y su utopía comunitaria. Una utopía capaz de recuperar para lo humano el espacio revertido: contra el desierto, tan peruano, del desvalor, Arguedas nos sigue prometiendo la casa acrecentada por el mutuo hacer y el bien decir.

La intimidad religiosa de ese proyecto utópico, recorre el espacio infernal convirtiendo al lector en “hombre dialógico”. Contra la moneda del mercado, la palabra es gratuita y compartida. Pero ese gesto no es “arcaico” o “premoderno;” es, más bien, un exceso de modernidad: su promesa medida desde sus incumplimientos. Lo más moderno es lo diverso, inclusivo y plural. Porque si hubiese una sola razón, una sola verdad, un solo discurso, América Latina no tendría lugar en este mundo. José María Arguedas le dedicó la vida a esa esperanza.

 

 

 

 

 

 
 

 

 

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15 de febrero de 2011
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De Goyas sin Larras

 

 

Hace años dejé de asistir a la gala de los Goyas. Un poco por aquello de Groucho Marx de que nunca me fío de un club en que me admitan. Y mucho más  por el aburrimiento que me producen las alegrías, emociones, llantos, amores domésticos, familiares,  profesionales o ñoños expresados desde un escenario y para mayor gloria de esa efímera fama de unos segundos de "éxito" televisado.

De la misma manera que me molestan los ganadores de felicidad en público, vestidos de incierto glamour de una noche, me sobran las tristezas, odios, cabreos y decepciones de los que creen que un premio les hace mejores de lo que son. Me agota el necesario disimulo, el aplauso falso y la general ignorancia de la tropa de asistentes. Ni han visto, ni les importa, la mayoría de las películas que se premian o ignoran. Es una de esas noches en que casi todo es de mentira. Y la mentira puede ser estéticamente hermosa y necesaria o previsible, tierna, cargante e impostada.

Yo, más allá de los aciertos y las gracias de Buenafuente, de las alegrías por ver premiar a quines se lo merecen, o del placer de ver las derrotas de algunos que tantos meritos habían demostrado para el olvido o el castigo, veo a la tribu del cine gustándose en su vanidad más desenfocada.

No soy gremial, soy académico, miembro de esa familia- son mis semejantes, no diría que mis hermanos pero casi mis primos- y me sentí muy contento con que la ganadora fuera un película como "Pá negre". Es verdad que me hubieran gustado algunos premios más para Icíar Bollaín y habría cambiado el destino de otros, pero nunca me siento cómodo con la puesta en escena. No tiene que ver con la realización, el escenario, el guión o el presentador, sino con los extras, con esa fauna variada que tiene una entrada para unas horas de ¿¿¿glamour??? a la española, autonomías históricas incluidas.

La gala de los Goya es para la televisión. Desde mi butaca pude ver a los anónimos amigos de Alex de la Iglesia en la calle y gritando libertades bajo la lluvia- nada que ver con los que daban la cara en la plaza de El Cairo- dando la máscara. Todo el año es carnaval decía el mejor de los nuestros, de los periodistas, que a unos pasos de esa plaza se pegó un tiro cansado de nosotros, de su amor y un poco de sí mismo. Mariano José de Larra, muerto por su mano antes de cumplir los treinta años, fue sin embargo uno de los autores mejor pagados de su tiempo. Nadie le burló su trabajo. Ningún enmascarado le gritó por querer cobrar de su obra. Fue un dandi ilustrado. Un culto cabreado con tantas tonterías de un pueblo dado al grito, al cabreo y a darnos lecciones desde los púlpitos, mientras con otra mano están llevándose los réditos del cepillo. Hace años que vivimos en este lugar de Internet, no necesitamos que nadie nos de la bronca descubriendo que es el presente. Ni que el Mediterráneo está dónde se bañan Berlusconi y los del caso Gurtel. Hay cosas que hasta los periodistas que no somos presidentes de nada, e incluso los documentalistas que vamos por libre, lo sabemos sin que "señor, sí, señor" nos lo tenga que recordar desde un teatro irreal en una noche de baja comedia.

Pues eso, que soy un antiguo y me voy a una sala de cine a ver la de los Cohen.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

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14 de febrero de 2011
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Locke & Key: Bienvenidos al mundo de Gabriel Rodríguez

Descubrí el trabajo de Gabriel Rodríguez en la única tienda de comics de Ithaca. Buscaba novelas gráficas con tema fantástico y/o de horror para perfilar un personaje en la novela que estaba escribiendo, y el dueño de Comics for Collectors me recomendó Locke & Key. El guión era de Joe Hill, el hijo de Stephen King; no podía estar mal. Me la llevé a casa y quedé sorprendido: una historia de horror que sabía moverse entre el plano realista y el sobrenatural. Los dibujos de Rodríguez eran impresionantes en su minucioso detallismo; me alegré de saber que a un dibujante latino le iba muy bien en el difícil mundo del comic en los Estados Unidos.

Un par de meses después fui invitado a un congreso de literatura y cultura pop en Santiago; Mike Wilson, uno de los escritores que lo organizaba, me contó que iba a participar Rodríguez. Ha debido ser difícil ubicarlo, dije. Para nada, respondió Mike. Así me enteré que Gabriel era chileno y vivía en Santiago; que ni siquiera conocía en persona a Joe Hill, pues recibía los guiones por email y enviaba los dibujos por el mismo método. Lo cvi en el congreso y me acerqué a él con admiración; me fui a casa con el primer tomo de Locke & Key autografiado y con formatos de guiones que me ayudarían a situar al personaje de mi novela. Me entusiasma saber que Fox está adaptando Locke & Key para la televisión y que Gabriel está tan en demanda que tiene trabajo para los próximos tres o cuatro años.  

Hill es un buen hijo de Stephen King: tarda apenas seis páginas en meternos de lleno en la historia. El asesinato del padre de los tres hermanos Locke -Tyler, que lucha con sus sentimientos de culpa por la muerte del padre; Kinsey, responsable, protectora de su familia; Bode, el niño de seis años con experiencias sobrenaturales--- hará que ellos abandonen California junto a su madre alcohólica y se muden a Keyhouse, la mansión de la familia, en Lovecraft, Massachussets. El primer dibujo es el de una puerta cerrada con un felpudo en el que se lee Welcome; la imagen parece inocente, pero en realidad estamos presenciando gráficamente -el título ya lo anunciaba-- de qué va Locke & Key a nivel simbólico: de puertas que se abren y se cierran, de llaves convertidas en el elemento central de la mitología construida por Hill y Rodríguez.

El único error de Hill es el haber llamado Lovecraft a su ciudad ficcional (demasiado obvio). Por lo demás, sabe dosificar el ritmo de la historia, y su imaginación cinemática va llenando la trama de momentos de tensión y suspenso (Gabriel acompaña esos momentos con secuencias de páginas enteras en las que a veces no hay una sola palabra). Locke & Key ha sido planeada en seis arcos dramáticos (estamos por la mitad del cuarto): los hermanos ya saben que están luchando contra un espíritu maligno que quiere echarlos de Keyhouse, aunque todavía no saben por qué; en el transcurso de la narrativa, han ido descubriendo llaves con diferentes poderes: una permite cambiar de género, otra convertirse en gigante, otra reparar objetos... Las llaves son, literalmente, la puerta a lo fantástico (en "Juegos mentales", la llave de la cabeza permite que Bode se abra la cabeza y juegue con sus memorias y emociones; en "Corona de sombras", la llave gigante logra que Tyler se convierta en un gigante para luchar contra un ejército de sombras vivientes).

El mundo del comic no es cosa de broma, pero a veces lo parece gracias al talento de gente como Hill y Rodríguez. 

(La Tercera, 14 de febrero 2011)

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14 de febrero de 2011
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¿Teme Israel a las democracias árabes?

Hay una pregunta que muchos se formulan, pero pocos osan plantear en público y todavía menos responder. ¿Pone en peligro la seguridad de Israel la actual revolución árabe en marcha? La respuesta es afirmativa si escuchamos las declaraciones del actual Gobierno, alarmado por una eventual ruptura del Tratado de Paz con Egipto, y si tenemos en cuenta también las gestiones para apuntalar a Mubarak y sobre todo garantizar que Estados Unidos seguirá apoyando incondicionalmente a Israel, sea cual sea la evolución política que se produzca en Oriente Próximo.

Pero también hay voces israelíes, pocas, es verdad, sobre todo en la izquierda, que solo se han preocupado de expresar su satisfacción por los movimientos de protesta contra las dictaduras que se extienden por toda la geografía árabe. Si somos justos, reconoceremos que son las voces más genuinamente judías que pueden oírse en Israel, concebido por sus fundadores como un Estado que sería "una luz entre las naciones". La única democracia durante décadas en un mar de dictaduras árabes debía ser el faro que algún día condujera a todos los vecinos a la instauración de sociedades más libres y más prósperas. En esta idea se inspiraron los acuerdos de Oslo, que debían convertir el proceso de paz en algo similar a la reconciliación franco-alemana y a la unidad europea. De momento no es Israel quien directamente se dedica a promover la democracia, aunque mucho puede hacer en el futuro para echar una mano. Y si atendemos a las primeras encuestas, no parece que los egipcios estén por romper el tratado de paz ni que el islamismo radical esté en auge, al contrario. La ola democrática, que alcanza en una medida mayor o menor a todos los países desde el Atlántico hasta el Golfo Pérsico, abre un horizonte más claro y seguro para Israel, si los israelíes saben encarar este cambio político adecuadamente. La teoría nos ha dicho hasta ahora que no hay guerras entre democracias. Demos, pues, la bienvenida a las democracias árabes. La demografía nos dice que entre el Mediterráneo y el Jordán habrá una mayoría árabe dentro de pocos años. ¿A qué esperan, pues, los israelíes para hacer la paz? Lo que necesitan cuanto antes es la creación de un Estado palestino democrático, que será la garantía más sólida y más estratégica para que Israel siga siendo también un Estado judío democrático y seguro. La pregunta inicial esconde otra: ¿favorece la actual revuelta al proceso de paz y a los palestinos? Se puede responder con otra pregunta: ¿no habría sido mejor llegar a este punto con el acuerdo de paz ya cerrado? El único Israel que teme a la democracia árabe es el de los colonos intransigentes, el de la limpieza étnica y el de la limitación de derechos a los ciudadanos árabes. Serio problema: ¿no es acaso el del actual Gobierno? Veremos qué hacen.

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14 de febrero de 2011
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Poniéndose ya el abrigo

 

Hace ya unos años cayó en mis manos de forma totalmente fortuita una novela titulada El monumento en la que se narraba una apasionada y trágica historia de amor entre Justin, un chico de dieciséis años perteneciente a una acomodada familia londinense, y Úrsula, una aristocrática  dama de origen húngaro, casada y diez años mayor que su fogoso amante. Aunque la novela se leía con gran facilidad porque enganchaba al lector desde las primeras líneas, estructuralmente era muy compleja debido a factores estrictamente literarios, pero también a diversas circunstancias que no tenían relación con la literatura. La primera y más llamativa de tales circunstancias extra literarias era que se trataba de una historia real, con el añadido de que Justin, el adolescente apasionado, era el hermano menor del narrador, once años más joven que éste. Por lo tanto, muchos de los personajes del relato eran asimismo reales  (Anthony Blunt, Bruce Chatwin, Patrick Leigh Fermor y un largo etcétera) y a ellos se unían  otros protagonistas despreocupadamente ocultos tras nombres ficticios. Ello daba motivo a un juego constante entre realidad y ficción, a lo cual se añadía el hecho (este puramente literario) de que de la narración se encargaban tres voces consecutivas, las tres plenamente autorizadas  pero no siempre coincidentes: una, la principal, era la del narrador, que contaba hechos en principio históricos pero condicionados por sus propias opiniones, a las cuales se unían las experiencias  de otros personajes asimismo históricos y que conocieron a los protagonistas, aunque sus recuerdos muchas veces diferían de los testimonios de los demás.  La segunda voz narradora era la de Justin, que dejó un texto autobiográfico titulado Estilo en el que trataba de explicarse a sí mismo y a los demás su experiencia con Úrsula, la mujer que lo dejó todo (esposo, seguridad económica, posición social, nacionalidad)  por vivir una apasionada historia de amor devorada hasta sus más profundas raíces por su miedo obsesivo al paso del tiempo (destructor de la belleza física) y el  inevitable recurso a la muerte como escapatoria a la degradante humillación que entraña la decadencia física. Ella era la tercera de las voces narradoras gracias a las extensas citas de un texto titulado El monumento y que escribió  antes de infligirse una muerte horrorosa.

Aquel relato trasmitía una fascinación mezclada de misterio porque su autor, Tim Behrens, parecía haber llevado a cabo una operación de borrado de huellas tan eficaz que ni siquiera el sabelotodo  Google sabía apenas nada de él: que era un pintor inglés de nacimiento, que de joven había pertenecido a la Escuela de Londres (Francis Bacon, Lucien Freud, etc) y que tras expatriarse  y deambular por varios países durante bastantes años, había terminado por recalar en  Galicia. Tampoco la editorial, pese a un par de intentos al respecto, ofrecía mucha más información.

Ahora acaba de aparecer su segunda incursión en el campo de la narrativa, Poniéndose ya el abrigo, y en esta ocasión Behrens ha optado por contar su propia experiencia vital-profesional-matrimonial en la forma de una búsqueda de sí mismo simbolizada en la continua (y por lo general desgarradora) tensión entre su voluntad de expatriarse y su necesidad de dar con un lugar donde le resulte verosímil aceptar que podrá esperar con dignidad la llegada de lo inevitable. A ratos es una autobiografía. Durante muchas páginas es un libro de viajes, y en este sentido su buen ojo para combinar colores le permite llevar a cabo unas magníficas descripciones de paisajes, ambientes y personajes. Lógicamente, no puede dejar de juzgar y muchas veces consigue transmitir la curiosa sensación de extrañeza que produce el verte juzgado por un forastero que encima sabe de lo que habla. Y también es una reflexión sobre ese curioso espécimen humano que es el expatriado, un animal aficionado a formar colonias mucho más duraderas de lo que cabría esperar de su pintoresquismo. Pero sobre todo, y el autor lo dice claramente desde el principio por más que lo califique de "libro de relleno", es un extenso y doloroso ejercicio de reflexión moral.  El monumento era un relato tensionado por la muerte más trágica que les cabe a dos amantes (la que ellos mismos se infligen ante la evidencia del fin de su amor). En esta ocasión la tensión surge de un dolor imposible incluso de objetivar, siquiera sea simbólicamente: si ya de por sí es un escándalo que los hijos mueran antes que los padres, que encima se vayan por su propia voluntad resulta devastador porque pone en cuestión la existencia entera de una persona, pues qué era eso tan importante que le ocupaba y le impidió estar allí cuando él ( en este caso ella, una hija llamada Soph) decidió quitarse la vida. No se vuelve a mencionar el hecho y ni siquiera se da cuenta del nacimiento o las circunstancias de esa desgraciada criatura. Pero su presencia impregna todas y cada una de las páginas del relato y confiere una dimensión insondable a los amores, las borracheras, las búsquedas y los innumerables paisajes que atraviesa quien habla sin parar, yendo de aquí para allá como quien huye. Y todo, curiosamente, para acabar anclado cerca de La Coruña.

 

Poniéndose ya el abrigo

T. Behrens

Ediciones del viento   

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14 de febrero de 2011
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Las memorias de Charles Simic

Charles Simic Charles Simic es un gran poeta, quizá el mejor de lengua inglesa de la actualidad. Pertenece (como Nabokov o Conrad) a la estirpe de los emigrados, los que adoptan un idioma. Nació en Belgrado y sus memorias, al parecer escritas con sentido del humor y precisión poética como toda su obra, tituladas Como una mosca en la sopa, han sido editadas en España por Vaso Roto ediciones. Dice la reseña de Luis Muñoz en Babelia:

Su poesía establece relaciones directas entre las cosas y lo que podríamos llamar su representación imaginativa. Los poemas son recuerdos construidos con materiales de la imaginación, ideas confeccionadas con retales de recuerdos o estados de conciencia ilustrados con imágenes. Pero son, sobre todo, el laboratorio en el que cristalizan algunas certezas y en el que las sensaciones y las experiencias de la fantasía se convierten en formas primordiales de conocimiento. Su acercamiento a la realidad es abierto, expectante, poroso, el de alguien que, como Simic escribe a propósito de una serie de poetas de su preferencia, no ha decidido aún qué es la realidad. El primer acierto de Una mosca reside en su tono. Los avatares familiares, la distante relación entre los padres, los juegos a la guerra en plena guerra, los intentos de escapar del país, el paso por distintas cárceles, las largas colas en París para obtener un permiso de residencia, la aventura americana, la recuperación de la figura del padre, los ejemplos de relación directa entre la alegría y una buena comida, el descubrimiento del amor, el jazz, el cine y la poesía, están contados como una charla tranquila con lectores en una sala pequeña. Parece echar a rodar a su memoria y a sus pensamientos delante de nosotros y la voz que escuchamos es la de un confidente brillante y sereno que elige, gracias a la perspectiva de los años vividos, con qué se queda. Si ponemos frente a frente Una mosca y sus poemas, la operación resulta fascinante: encontramos observaciones, imágenes, fraseos, misterios comunes y, en unas pocas ocasiones excepcionales, dos versiones de los hechos, que darían para un enjundioso estudio sobre las fronteras entre los géneros literarios. Pero lo que sobresale es el poder de propulsión vital y la coherencia de un mundo poético que no ha dejado de explorar en los estímulos secretos, en la energía palpitante de lo que le rodea.

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13 de febrero de 2011
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El Boomeran(g)
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