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I. Elefantes que vuelan

En el video el elefante se acerca con paso pesado a la plataforma elástica, y no sin algunas dificultades sube a ella. Luego, comienza a saltar. Sus saltos son cada vez más enérgicos, y poco a poco va ganando altura. Ahora parece que vuela por los aires, más y más alto, y entonces se siente libre de hacer una pirueta de vuelta entera antes de volver  a caer, y cuando cae, se impulsa aún más alto y repite la voltereta, ahora doble, como si no tuviera peso, como si el grosor de su cuerpo y su torpeza hubieran desaparecido y fuera el más ágil de los seres, libre y feliz en su vuelo sin alas. Un elefante que vuela.

            La mujer que hace volar a los elefantes se llama Elizabeth Streb y ha venido desde Nueva York para una estancia de un mes en Villa Serbelloni, en Bellagio, que coincide con la mía, los dos parte de un grupo de residentes escogidos por sus dedicaciones diversas y disímiles, alguien como ella que puede hacer volar los elefantes de verdad, y yo, que si lo intentara, sólo podría lograrlo con la imaginación. Y por eso es que estamos aquí,  escritores, escenógrafos, científicos sociales, ambientalistas, ornitólogos, cineastas, haciendo cada uno lo suyo, hablando entre nosotros durante las comidas y a la hora de los recreos acerca de nuestros oficios diferentes, lo que en esta villa del siglo XVI, que se levanta en lo alto de una colina en medio de un espléndido parque, a los pies el lago de Como, se llama fertilización, un polen de ideas que va de una a otra cabeza.

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14 de septiembre de 2011
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Cosas que se pueden perder en una crisis

El trabajo, los ahorros, la pensión, el subsidio, los amigos, el sentido de la orientación, los nervios, la cartera, la cabeza, la cara, la mano, la vez, los estribos, el documento nacional de identidad, los papeles, las maletas, las ganas, la vergüenza, la decencia, la dignidad, la autoestima, y muchas cosas más.

Cuando hay crisis, hay mazo nuevo. Y también jugadores nuevos, porque los viejos salen expulsados con frecuencia. Pero quienes reparten las cartas no, suelen ser los mismos que repartían antes, los de siempre. Es una oportunidad, ciertamente. De donde deriva que no es mala época para quienes saben aprovechar las oportunidades, los oportunistas. Todo lo que se puede perder en una crisis se puede perder sin crisis. Pero en una crisis es más fácil perder todo esto y perderlo todo: cuestión probabilística. Lo único difícil de perder es el miedo. Cuando se pierde el mismo miedo es que se empieza a superar la crisis. El miedo a los efectos de la crisis es parte crucial de los efectos de la crisis. Los vendedores de miedo son los mejores agentes de la crisis. Ya actúan antes de la crisis como si hubiera crisis. Pero durante la crisis su actividad es más frenética porque su mercado se activa y se ensancha. En la subasta del miedo su acción se convierte en esencial, y abarca todos los ámbitos de la vida pública, para meter miedo de cara a unas elecciones o para meter miedo en la bolsa. En las crisis se vende, se compra, se contrata, se cancelan contratos, se despide, se reduce, se cierra. Como cuando no hay crisis, pero más. Y todo se hace barato, cada vez más barato. Y con frecuencia sin endeudarse, porque no hay quien preste y, sobre todo, porque no hay quien preste a quien lo debe todo. Por eso es el momento de las grandes oportunidades. Los vendedores de miedo viven en el paraíso, con su mercancía, el miedo, cotizando en máximos.

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13 de septiembre de 2011
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Nostalgia de lo cursi

Hay quien dice que hemos dejado de ser cursis de puertas adentro, y sólo desde fuera interesa el concepto o al menos la palabra, un infierno para los traductores, que a veces nos preguntan a los nativos y nos obligan a dar rodeos semánticos. El adjetivo cursi no se puede traducir, y el destino de las palabras intraducibles es ser eternamente glosadas.

      Los diccionarios apenas ayudan. Lo cursi se lleva en el alma o se detecta a flor de piel; nadie aprende a ser cursi, y por eso tampoco nadie posee el vocablo único para explicarlo. María Moliner, en su Diccionario de Uso del Español, dice de cursi que es lo que pretendiendo ser refinado resulta ridículo, y en términos similares se expresa la Real Academia de la Lengua en el suyo, que añade sin embargo una acepción literaria: "dícese de los escritores, o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados".

    No es eso, ¿verdad?, o no es eso sólo. Qué lástima que en el Renacimiento aún nadie fuera cursi, o no se tuviera conciencia de ello, pues nos gustaría contar con una definición de cursi en el incomparable Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias, publicado en 1611. En su interesante ‘La cultura de la cursilería' (Antonio Machado Libros, traducción de Olga Pardo Torío, Madrid, 2010), Noël Valis, profesora de literatura española en Yale, traza el origen de cursi a los años centrales del XIX, y lo precisa en Cádiz y a partir de la deformación un tanto legendaria del nombre de unas hermanas francesas, las Sicur, que iban siempre muy emperifolladas.    

      Tres o cuatro escritores del siglo XX, valientes ellos, quisieron adentrarse en el galimatías y nombrarlo. Y sorprenderá a algunos que fuese Don Jacinto Benavente, candidato él mismo a uno de los tronos de la cursilería escénica nacional, quien estrenó en 1901 una obra, ‘Lo cursi', que tiene, como tantas de este autor malquerido por la posteridad, sumo interés. Benavente hizo a menudo un teatro de ideas envuelto en los ropajes de la alta comedia, y así es en ‘Lo cursi', dedicada por cierto a Don Benito Pérez Galdos, otro hombre de ideas que cuando escribió teatro expresó vanamente sentimientos elevados, siendo por tanto, según sentencia la Real Academia, reo de cursilería. Los cursis y anticursis de la pieza de Benavente juegan con los significados como con el amor, en un vodevil conceptual sobre la infidelidad conyugal lleno de apotegmas: "es cursi tener celos", dice Carlos, el personaje más frívolo. Pero otro de esta misma obra, el sesudo Marqués, portavoz yo diría que a un 50% de las ideas del autor, se expresa con más contundencia al afirmar que la invención de la palabra cursi complicó terriblemente la vida de la gente: "Antes existía lo bueno y lo malo, lo divertido y lo aburrido, a ello se ajustaba nuestra conducta. Ahora existe lo cursi, que no es lo bueno ni lo malo, ni lo que divierte ni lo que aburre; es...una negación".

      Ortega y Gasset habló sociológicamente (en 1929) de la cursilería, según él endémica en un país pobre y carente de una sólida y asentada burguesía como era España. Pero fue Gómez de la Serna quien con más elocuencia se acercó a ‘lo cursi' en su breve ensayo de ese título, publicado en 1934 y más tarde (1943) ampliado para su segunda edición en libro. Ramón no es enemigo de la cursilería; la entiende demasiado bien como para despreciarla, y, maestro infalible de la paradoja, se burla a veces de ella y otras la ensalza. Así, en las páginas de su ensayo tanto puede leerse que "el repudio de lo cursi es lo que envenena la sociedad", como el silogismo siguiente: "La oratoria, que es lo que más mueve al mundo, es cursi. Castelar fue un gran cursi, y por eso llenó su época de vibrante repercusión". Siempre brillante en las greguerías, Ramón contrapone el ‘snob', "el que pide en un restaurante gallinejas", al cursi, "el que pide caviar en una taberna".

    ¿Qué sería hoy cursi, de seguir existiendo entre nosotros esa condición del alma o el cuerpo? El baremo de los sentimientos lo cambia, como cualquier otro valor inestable, el curso de los tiempos, y actualmente respondemos con una calurosa apreciación a lo que en los años 30 causaba el ramoniano "escalofrío cursicional", por ejemplo Charlot, "el genio de lo cursi", la "obra divinamente cursi" de Juan Ramón Jiménez o Don Quijote, que "plasmado en pintura o escultura es fundamentalmente cursi, hágalo quien lo haga". La coincidencia resulta fácil, por el contrario, cuando Ramón proclama que "es cursi la Virgen de Lourdes saliendo con túnica celeste claro de una gruta rococó".

      Personalmente, y aunque se me ocurre algún ejemplo reciente de novelas, películas y dramas de consumada cursilería, siento nostalgia del tiempo en que lo cursi abrigaba, con su ñoñez inocua y sólo tenuemente espectacular, ofreciendo, como escribe Ramón, un "gran cobijo". Mi recelo es que la decadencia de la cursilería ha producido el auge de afectaciones y pretensiones infinitamente peores, unas más indignas que otras, pero todas igual de irritantes.

     Gómez de la Serna, que a fuerza de agudeza tuvo dotes de augur, hacía en su ensayo citado una anticipación asombrosa de nuestro presente ferroviario: "Los primeros vagones de ferrocarril, los que recorrieron las praderas norteamericanas con coches-salón, eran vagones cursis, y por eso se veía mejor el paisaje y no había soledad en el viaje, puesto que se viajaba en el gabinete íntimo [...] Ese fue el encanto de los primeros viajes en tren, encanto que se pierde cuando se construye el vagón profesional, el vagón para viajantes". El párrafo debería radiarse al inicio de todos los trayectos de la Renfe, en especial los de sus grandes líneas, sus veloces trenes dominados por la marea acústica de la línea telefónica particular. No sólo Ramón. Hasta el remilgado Benavente denuncia por boca de Agustín, el protagonista de su comedia, "esta ferretería progresista tan antipática y tan cursi". Pocas cosas tan ridículas y agresivas hoy como el exhibicionismo vocal del yo a través de los aparatos llamados móviles, que convierte en petimetres y damiselas de una neo-Belle Époque impúdica y maleducada a sus usuarios, incapaces de distinguir las áreas de descanso entre lo privado y lo público. Las cursis de Cádiz, y sus especimenes posteriores, llevaban tocados inauditos y joyas chabacanas, pero su cursilería "se comprendía  -volvemos a Ramón-  a la hora de cerrar el landó, cuando sobre las bellas primas se cerraba la capota de atrás contra la de delante y se entraba en una oscuridad de baúl mundo".

      Por no hablar del registro chillón del reflejo mediático de la actualidad. Cuando en algún programa de archivo o documental se oyen ahora las voces del NODO, los noticieros cinematográficos franquistas, el engolamiento y la rimbombancia de la locución nos hace sonreír, por mucho que el mensaje implícito fuese generalmente tan siniestro. Pero, ¿qué decir de la tendencia de los telediarios actuales de todas las cadenas (a excepción, y no siempre, de los de TVE), a la adocenada y escandalosa exposición de los ‘sucesos'? La Sexta y la nueva Cuatro, que tan poco tiene que ver, tristemente, con la anterior, se igualan a menudo con las otras cadenas privadas, otorgando a las noticias -no hablo de las tertulias y los programas de cotilleo- el rango de accidentes o catástrofes. Y así, la cabecera de esos espacios informativos se deja llevar por el "impulso de la sangre" (lo mismo da que sea bélica que pasional), el predominio del "efecto" sobre el conflicto, del sensacionalismo sobre el decoro. El reino, pues, del ‘kitsch', según la definición certera y luminosa que, allá por los años 1930, le dio Hermann Broch. La vil ordinariez frente a la pompa fatua de la cursilería.

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13 de septiembre de 2011
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Catalanes, mediterráneos, europeos

Cataluña es el país más atractivo del antiguo Mare Nostrum, el lugar desde donde se ejerce la capitalidad de la región mediterránea, según palabras del presidente de la Generalitat, Artur Mas, en su primer discurso conmemorativo del 11 de septiembre, la fiesta oficial catalana. Este argumento, a veces poco visible, no admite mucha discusión. Barcelona y su área conforman la región económica e industrial más potente de toda la cuenca mediterránea, con un enorme poder de atracción de capitales, turismo y migraciones. También es evidente la vocación para ejercer la capitalidad mediterránea, por la que pelea desde 1995, cuando celebró la cumbre europea por la que se inició el Proceso de Barcelona hasta hoy mismo cuando intenta consolidar la Unión para el Mediterráneo, la averiada institución que debería ocuparse de las relaciones con nuestros vecinos del sur y cuyo secretariado se encuentra en el palacio de Pedralbes. Numerosas instituciones públicas y privadas, think tanks, universidades y empresas apoyan y desarrollan esta vocación que continúa y recupera un viejo y glorioso protagonismo medieval.

A pesar de la capitalidad indiscutible, el presidente Mas no tuvo ni siquiera una leve alusión a los acontecimientos que vienen conmocionando a la entera cuenca sur del Mediterráneo desde el pasado enero. Tres tiranos derrocados, un cuarto que sigue triturando a su pueblo durante siete meses ya, dos transiciones inicialmente pacíficas, una guerra civil con intervención internacional, cambios de gobierno, reformas constitucionales, medidas populistas para acallar las protestas y, sobre todo, una evidente desconfiguración del mapa geopolítico árabe, sin ningún diseño claro que organice esta zona crucial del planeta por sus recursos naturales, su demografía y los conflictos que alberga. Junto al desorden y a la incertidumbre que acompañan a las revoluciones, también hay indicios interesantes: estos cambios significan la incorporación de millones de personas a la nueva realidad global, primero en sus aspectos más políticos, pero ante todo en sus beneficios económicos. Algunos de estos países se hallan en excelente disposición para emerger como potencias económicas con vocación de liderazgo regional. Turquía e Israel ya lo son y lo serían más en un Oriente Próximo que consiguiera resolver satisfactoriamente la reivindicación palestina. Pero son varios los países, desde Egipto hasta Marruecos, con un enorme potencial de crecimiento si saben navegar por sus transiciones y sacan partido de sus enormes riquezas, como serían el caso de Argelia con sus reservas de gas y Libia con su petróleo. La capitalidad mediterránea hoy no es discutible. Todavía. Si el rumbo y el ritmo de las revoluciones árabes es similar al que tomaron los países del centro y del Este de Europa a partir de 1989 no es nada seguro que Cataluña pueda seguir reivindicando entonces el mayor atractivo de toda la cuenca y ni siquiera que Barcelona siga albergando las instituciones de integración regional. Por eso, atender a los cambios que se están produciendo en el sur no es solo una cuestión que afecta a la solidaridad democrática y a la estabilidad y seguridad de la región, sino también a los intereses estratégicos. Los europeos, seamos claros, hemos sido lentos de reflejos y hostiles y reticentes a los cambios, al principio, y obligadamente coadyuvantes, cuando nos hemos dado cuenta de que eran ineluctables; nuestras instituciones se han manifestado ausentes e ineficaces y solo muy lentamente han ido pensando en organizar su participación y su papel en la construcción del nuevo mundo árabe; y tampoco las sociedades se han mostrado a la altura, más preocupadas por la inmigración, las suspicacias respecto a los musulmanes, el precio de la energía y los hipotéticos problemas de suministro que por las necesidades de las transiciones políticas y del bienestar y la libertad de nuestros conciudadanos árabes. Probablemente, sería excesivo pedir que los catalanes y su Gobierno, a pesar de nuestros frecuentes tropismos narcisistas, fuéramos ahora más despiertos y mejores que el resto de los europeos y de sus instituciones.

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12 de septiembre de 2011
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Las nuevas plumas

Muchos autores aparecen tras ganar un premio. Se hacen conocidos, saltan, se tornan visibles gracias a un concurso. Pasa en la TV, pasa en las novelas.

En el periodismo narrativo sucede menos. Casi no hay concursos destinados a trabajos inéditos de autores nuevos. Aprovechamos, entonces, de anunciar que la Escuela de Periodismo Portátil y la Universidad de Guadalajara lanzan la segunda versión del premio Las Nuevas Plumas, un concurso de cónicas inéditas en español.

En esta segunda edición colaboran los diarios y revistas Gatopardo (Internacional), SoHo (Colombia), Etiqueta Negra (Perú), La Estrella (Chile), ADN, La Nación (Argentina), Quimera (España) y Emeequis (México).
 
El trabajo ganador de la primera versión - la del año pasado- fue Hombre que Nada, un perfil biográfico del escritor argentino Rodolfo Fogwill, de autoría de Federico Bianchini.

La convocatoria permanecerá abierta hasta el 30 de septiembre de 2011 y la ceremonia de premiación se realizará en el VI Encuentro Internacional de Periodistas, en el marco de la XXV Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Más información de requisitos y premios: http://nuevasplumas.medios.udg.mx/

El ganador será invitado, con gastos pagos, a la FIL de Guadalajara en diciembre 2012.

 

@menesesportatil

 

 

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12 de septiembre de 2011
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Denis Johnson: Elegía por un mundo que ya no existe

El nuevo libro de Denis Johnson, Train Dreams, no es tan nuevo. La nouvelle fue originalmente publicada el 2002 por The Paris Review, e incluso ganó un prestigioso premio O' Henry el 2003. Después fue publicada en Francia y Alemania. Solo ahora, sin embargo, sale en inglés en formato de libro. La editorial dice que se trata de una edición "levemente alterada"; yo diría que el énfasis es en "levemente". No importa: cada libro de Johnson es un regalo que debe celebrarse.   

En la aparente sencillez de su prosa (insisto: solo aparente), en su magistral capacidad para captar atmósferas, esta nouvelle recuerda a Hemingway. En su evocación elegiaca de un país que ya no existe, uno piensa en el Cormac McCarthy de No es país para viejos; sin embargo, al menos aquí, el espíritu de Johnson se halla lejos del de McCarthy. McCarthy lamenta un mundo que ha desaparecido, se enfrenta al mal que se ha instalado en el presente, y tiene razones concretas para explicar el por qué de la decadencia (las drogas, la violencia); Johnson persigue una visión más poética, quizás más pura. Se trata solo de celebrar aquel Estados Unidos más simple, más inocente que se fue; hay otras novelas para narrar la decadencia del país (por ejemplo, Árbol de humo).

El protagonista de Train Dreams se llama Robert Grainier. A principios del siglo XX, en el oeste de los Estados Unidos, es un obrero más en la construcción de los puentes por los que va a pasar el ferrocarril. Trabaja duro y solo sueña en ahorrar algo de dinero y volver a casa para encontrarse con su esposa y su hija. Carece de genealogía: no sabe quiénes han sido sus padres -lo ha criado un tío--, y ni siquiera está seguro de dónde ha nacido (puede ser Utah o Canadá). Rudo, primitivo, de pocas palabras, Grainier representa a esos hombres anónimos que "cambiaron el rostro de las montañas" e hicieron trabajos parecidos a los constructores de las pirámides del antiguo Egipto: en sus hombros descansa el monumental imperio americano del siglo XX.

 
Grainier vuelve a casa el verano de 1920 y se topa con la tragedia. A partir de ese momento, lo ha visto bien el crítico James Wood, el realismo de Denis Johnson alcanzará, como lo ha hecho en sus libros anteriores -sobre todo Hijo de Jesús-, un registro visionario. Grainier, que ya era un hombre sobrio y recto -jamás probó alcohol, carecía de tentaciones--, vivirá en el valle y se convertirá en una suerte de santo secular: alguien capaz de ver la trascendencia en torno suyo. Los espíritus de sus muertos lo visitan, y la naturaleza se reviste de belleza, "como si la tierra estuviera siendo creada en torno suyo". Hay para él un "fuego más fuerte que Dios".

Grainier no ha conocido el mar y nunca ha hablado por teléfono, aunque sí ha le gusta la televisión y ha viajado una vez en avión. Su muerte le llega como su nacimiento: en pleno anonimato (no dejará herederos). Es una cruel paradoja que sea conocido por todos en la región pero que, a su muerte pacífica en su cabaña, con más de ochenta años, nadie lo extrañe: su cuerpo se descubre seis meses después. Su vida se perderá como la de tantos otros, que no han dejado registro de su nombre en la historia a pesar de que esta avanza gracias a ellos. Johnson quizás exagera en la sencillez y pureza de la vida de Grainier, pero sus intenciones son claras: la literatura sirve aquí para revelar eso que está delante de todos pero que pocos ven, para dar cuenta de aquello que ya no es más y, a su modo, celebrarlo. Así, cuando se llega a las dos frases finales de Train Dreams, impacta toda la inmensidad de la ausencia: "Y de pronto todo se volvió negro. Y esos tiempos se fueron para siempre".

(La Tercera, 10 de septiembre 2011)

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12 de septiembre de 2011
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Daisy Sisters

 Por alguna razón, Daisy Sisters ha tardado bastantes años en ser traducida, primero al alemán, luego al inglés y ahora al castellano. Pero no se trata del clásico rescate de una obra guardada en un cajón y que sólo sale a la luz para aprovechar el tirón posterior del autor. En el  caso de Mankell, el “tirón” se calcula en unos 20  millones de libros vendidos en 40 lenguas de todo el mundo a razón de más de un millar de libros diarios. Según sus biógrafos, Daisy Sisters surgió a raíz de una reunión de mujeres operadoras de grúas celebrada en la localidad de Borlänge, y en la cual se estudiaron los problemas y la situación personal de las mujeres trabajadoras en el arranque de la década de 1980. Para responder a la pregunta de qué se le había perdido a Mankell en semejante lugar, y con aquel motivo, habría que preguntarse de paso por qué, siendo ya un un autor de fama universal, Mankell continúa pasando la mitad del año en Maputo, capital de un país como Mozambique con un analfabetismo que afecta al 75 % de la población, cosa que no le impide programar en el teatro que allí dirige obras de Strindberg, Darío Fo o Lorca, entre otros. De paso cabría preguntarse por qué entrega la mitad de sus considerables ingresos a organizaciones de solidaridad humana o qué hacía –hace apenas un año – a bordo de la flotilla que se dirigía a Israel para ayudar a los palestinos en la lucha por su dignidad como pueblo. O sea que se trata de una pregunta compleja y que sus biógrafos se suelen despachar diciendo que “se trata de un hombre con profundas convicciones sociales”.

En Daisy Sisters el lector que haya seguido las aventuras (o quizás mejor, desventuras) del comisario Kurt Wallander  va a encontrar muchos de los rasgos que caracterizan a Mankell como narrador, en especial una marcada irregularidad en el desarrollo de la acción. Cuando parece que ésta, la acción, se va a centrar en las dos amigas que marcan el arranque de la novela, una de las dos desaparece y la atención se focaliza en la otra, que sólo un par de capítulos más tarde va a ceder el protagonismo a su hija, que tampoco es una heroína clásica (ninguna de las dos mujeres lo es) en el sentido de que no asume la responsabilidad de su vida y sus actos con vistas a alcanzar un objetivo que bien podría ser la pura y simple supervivencia. En su pasividad, madre e hija son como dos catalizadores, o conductores, que posibilitan  la circulación de las fuerzas vitales constitutivas del entramado social. Ello con la particularidad de que el hecho primigenio que desencadena la interacción de dichas fuerzas sociales son los embarazos, generalmente por el expeditivo medio de la violación.

Porque ése es quizás otro de los rasgos narrativos más sobresalientes (y perturbadores) de Daisy Sisters: Mankell adopta el papel de notario meticuloso y objetivo de los acontecimientos y no lo abandona ni siquiera durante los momentos más emotivos. No hay juicios éticos que determinen el  carácter de unos hechos que sólo tienen importancia de acuerdo con las consecuencias que tienen para el sujeto pasivo de los mismos. Y en ese sentido, la trama no puede ser más cotidiana: dos amigas que sólo se conocen por carta encuentran la forma de pasar juntas unas vacaciones en bicicleta. Al regreso a casa resulta que una de ellas ha quedado embarazada y tras un desgraciado intento de resolver el problema a las bravas decide asumirlo hasta el final, cosa que marca decisivamente la vida de esa hija de obreros obligada a salir adelante con una criatura que condicionará decisivamente su futuro. Con el tiempo, la hija no deseada alcanza la edad de meterse en sus propios líos y la narración se centra en sus propias tentativas por crearse una vida propia que se verá decisivamente condicionada por los sucesivos embarazos (tres) a los que se añade el de la madre, que decide volver a embarazarse coincidiendo con una de las gestaciones de su propia hija. Los sucesivos encuentros y desencuentros de ambas mujeres con sus respectivos destinos se desarrollan contra el fondo de las  condiciones laborales de Suecia desde la Segunda Guerra Mundial hasta las crisis económicas de finales de la década de 1970.

Pero, como queda dicho, Mankell es un notario escrupuloso y al levantar acta de los acontecimientos no oculta ni por un momento el lado sórdido de los mismos, con toda la brutalidad, la violencia y la mezquindad que cabe imaginar en unas clases trabajadoras sometidas a unas condiciones laborales y sociales bestiales. Lo que ocurre es que, además de escrupuloso también es objetivo y si no perdona uno solo de los aspectos  sórdidos de la conducta de los personajes, tampoco oculta los aspectos generosos, solidarios y afectivos que el ser humano es capaz de mostrar junto con su lado más oscuro. Y en ese sentido Daisy Sisters  es una narración muy completa. Irregular, pero comprehensiva de la conducta humana.

 

Daisy Siters

Henming Mankell

Tusquets

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12 de septiembre de 2011
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¿De quién es mi lengua?

Como ampliación a la entrada anterior, adjunto el breve texto que publicó El País el pasado domingo sobre la próxima guerra carlista.

 

***

 

Fama tienen los nacionalistas catalanes de ser políticos astutos y esquinados. Resultan graciosas las palabras que a ellos les dedica Azaña en sus memorias porque parecen escritas antes de ayer. No han cambiado ni de peinado.

    En el asunto de la resolución constitucional el interés del gobierno catalán estriba en llevarlo al terreno metafísico de los derechos de las lenguas, como si Cataluña fuera un lugar poblado por diccionarios y no por ciudadanos. Con ello quiere evitar el conflicto verdadero que es el siguiente: ¿deben los políticos catalanes someterse a los tribunales españoles? Esa es la cuestión y no otra.

    Yo diría que los nacionalistas (término que en la actualidad incluye a los socialistas del PSC para perplejidad de la gente sensata) no creen que deban obedecer las sentencias de los tribunales españoles y de hecho nunca las han obedecido en materia de enseñanza. De ahí la frase de Artur Mas, tan categórica, de que los jueces españoles "le están tocando las narices". No hay que ser un lince para adivinar que cuando los nacionalistas hablan entre ellos sobre los jueces españoles se refieren a unos empleados que bien podrían trabajar para la corona noruega.

    Me parece prudente no hacerse ilusiones. Los nacionalistas actúan ya como si fueran un estado independiente y en ello tienen una deuda notable con el actual presidente de gobierno. La verdad es que si yo perteneciera al círculo de poder y de intereses de los nacionalistas haría lo mismo. ¿Quién me va a detener? Si digo a todo que sí y hago luego lo que me viene en gana y nunca ha habido consecuencias, como hasta ahora, ¿las va a haber mañana? Si digo, como vengo diciendo, que las resoluciones de la justicia española son para mí como las de la justicia belga, ¿me van a enviar a la guardia civil?

    Yo diría que en este asunto la administración española ha perdido todo poder sobre Cataluña y también toda autoridad. Más sencillamente, la administración española, de hecho, tiene en Cataluña una vida ancilar. No hay que engañarse: a nadie importa, dentro de ambas jerarquías, en qué lengua hablan los súbditos. Lo importante en una democracia tan imperfecta como la nuestra es quién manda sobre esos súbditos, quien es el amo, de quién son esos súbditos. Y en este particular las cosas están cada vez más claras.

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12 de septiembre de 2011
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Imaginario del 11-9

 

A las 9:41 y 15 segundos de la mañana del once de setiembre de 2001 el fotógrafo Richard Drew, que miraba las Torres Gemelas del Centro Mundial del Comercio, coronadas de llamas, exactamente como en un poema de Adonis sobre Nueva York, vio a un hombre que se lanzaba al vacío desde uno de los últimos pisos de la Torre Norte. Levantó su cámara y tomó la foto. 

Hay 12 fotografías de este hombre en el vacío.  La fuerza del viento le fue arrancando las ropas, y de pronto se vio que llevaba una camiseta naranja. Dondequiera que el viento lo haya llevado, en la foto se detiene su caída.

Saltaron de las Torres 200 personas a su muerte esa mañana. El hombre de la camiseta naranja es el único que conocemos gracias a que la foto nos obliga a imaginarlo.

Wendy, su hermana, estaba viendo el horror en su televisor cuando el hombre que caía fue captado por las cámaras, y ella creyó reconocerlo. "Es mi hermano", se dijo, y corrió al teléfono. Era él, en efecto, Jonathan, de 43 años, empleado del restaurante Windows. A propósito de su agonía, ella aparentemente dijo: “Espero que no estemos tratando de saber quién es él, más de lo que estamos tratando de saber quienes somos mientras lo vemos caer.” Ningún otro pensamiento resume mejor el drama de haber sido testigo presencial de la tragedia.

Pocas veces en una tragedia los hechos  tenían la inmediatez de las imágenes y éstas, inmediamente, requerían de las palabras. El documento revelaba el asombro del testimonio y  un país se sintió obligado a pronunciarse como testigo.  Ese proceso de la conciencia trágica ponía a prueba la parte del tú en el yo.

Ante la desmesura del acontecimiento también el lenguaje parecía perder piso, le costaba aterrizar, poner pie a tierra. Varios modelos del discurso nacional norteamericano hablaron a través de sujetos que reforzaron mecanismos defensivos y prejuicios. La conciencia trágica impuso la cara del enemigo como una pregunta.  Las respuestas siguen siendo contrarias, y todavía contrariadas, diez años después.

Susan Sontag, en su testimonio, aprovechó para culpar a sus compatriotas. No son cobardes, aseveró, sino valientes quienes se inmolan por sus ideas.  Pero, diez años después, los bomberos que sacrificaron sus vidas subiendo las escaleras de las torres  son concebidos como ejemplo del valor mayor: el coraje.  La virtud gracias a la cual la idea del bien es posible.

Las catástrofes históricas cuestan mucho al futuro, y ésta de las Torres Gemelas se ha tomado diez años en asumirse como conciencia nacional trágica. Aun si hay individuos condenados al mal gusto moral, que  justifican los métodos de tortura y los abusos contra los derechos civiles, también hay gente decente que ha sabido excusarse por su apoyo a la guerra más autodestructiva que ha habido. Hace unos años, Don DeLillo  expresó muy bien el derroche de sinsentido de la catástrofe: la guerra, el odio a los musulmanes, Guantánamo, el espionaje, eran la verdadera derrota del país. Escribió, con evidente pesimismo: “No hace mucho el novelista podía creer que tenía un papel en la conciencia del terror; hoy quienes influyen y dan forma a la conciencia humana son los terroristas.”  Diez años más tarde, más bien los terroristas, casi en todas partes, han perdido credibilidad, apoyo y futuro.  Cualquiera de sus víctimas es más digna que cualquiera de ellos.

Hace 40 años que vivo en Estados Unidos pero no me atrevería a definirlo de uno u otro modo porque, por un lado, hay pruebas para una u otra respuesta; y, por otro, un país que ha sido capaz de enterrar a sus muertos y construir su memoria como la salud del futuro posee reservas de ciudadanía moderna como para remontar las catástrofes (la guerra civil, el racismo, el imperialismo, el macartismo, el 11 de setiembre chileno… ), aunque todavía está por verse cómo procesarán políticamente la actual crisis de deuda, papel del estado, e inclusión de los más pobres.  Felizmente, uno siempre cuenta con el amigo español que viene de visita y te asegura una rotunda explicación de este país.

Pero es en la literatura y las artes donde la conciencia trágica se hace nacional como la metáfora que humaniza la violencia, para que no sea un derroche, para que la conversación prosiga entre nuevas dudas.

Aunque hay todavía pocas novelas que trabajan directamente la materia residual de las Torres (cuya alegoría de la ambición humana no deja de caer en la historia literaria), algunas exploran, más que los hechos, sus consecuencias. En Extremely Loud and Inaudibly Close (1977), Jonathan Safran Foe parte de un niño de 9 años cuyo padre ha muerto en el ataque a las Torres; convirtiéndose en una herramienta de leer el tema, la novela despliega diversas direcciones de su historia,  incluye imágenes y fotos, y su montaje fragmentario sugiere una lectura en trabajo. Es probable que la idea actual de que hay que inventar al lector, tenga que ver con esta dimensión de la nueva narrativa: sólo con un nuevo lector se puede compartir lo que ya no es mera opinión.  En Falling Man (2007) de Don DeLillo, Keith, un abogado de 39 años sobrevive el ataque a las Torres y al bajar las escaleras se encuentra un maletín abandonado por una victima; al devolverlo a la esposa, termina de amante suyo. La metáfora del hombre que cae se multiplica: la ve incluso en un artista del trapecio, e incluye su propia vida. La intimidad de la víctima, esa zozobra, se prolonga, así, en el drama de la sobrevivencia. David Foster Wallace, en cambio, prefirió dedicar uno de sus  documentados ensayos a la ironía comparativa de que 40 mil personas mueran cada año en las carreteras de Estados Unidos a nombre de la libertad de conducir. Vendrá la muerte, parece decirnos, y tendrá tu coche.

Extraordinariamente, la mejor novela sobre la tragedia de las Torres Gemelas la ha escrito un peruano, César Gutiérrez (1966),  poeta, periodista y viajero, cuya novela, performance, espectáculo, y proeza formal, Bombardero (Lima, 2007; ver http://80m84rd3r0.blogspot.com/), se origina en la acampada del autor en la Zona Cero durante varias etapas de su escritura. Gutiérrez convirtió las ruinas en un taller de escritura y ha hecho de su libro un peregrinaje literario que lo ha convertido en el producto de su propia novela, la que ha seguido transformando en el Internet, el videoarte, la lectura high-tech; y, al final, en un acto de fe literaria sólo paralelo al de Joyce en el “Work in progress”, al de Julián Ríos en Larva, a la novela desvelada bajo las de Perec.  Novela-flujo, historia- diagrama, libro-wifi, está animada por la capacidad de sobrevivencia de una generación joven cuya calidad creativa es el ensayo de un mundo hiper-conductivo, hecho en la información crítica y el trabajo celebratorio. Aunque está más cerca de Pynchon, esta suma de novelas no hace sino regresar al mito de su propio origen, que es la metáfora del fin del mundo y del nacimiento de la literatura, ese encuentro del Modernismo y la Tecnología, donde la sobrerepresentación contemporánea pasa por su feliz tachadura.  Contra la Diosa del Aburrimiento, que produjo la Dunciad, este Bombardero produce una saga irónica paralela. Bien visto, su apoteosis apocalíptica sólo podía ser posible ex-céntricamente, fuera de los centros dictaminadores de la lógica productiva del discurso y en los márgenes de una resta fecunda. El hombre que cae reiteradamente a lo largo de esta saga poética, liberado ya de la tragedia, se convierte en el primer signo de una nueva lectura.  La novela de Gutiérrez empezará a navegar pronto en francés y en inglés. La primera edición, compuesta por el autor, de mínima tirada e impresa en Arequipa, ha sido seguida por la edición en tres tomos de la editorial Norma (2010).

Este décimo aniversario de la caída del 11-9 ha sido testimoniado por una exhibición de fotografías del artista catalán Francesc Torres en el Instituto Internacional de Fotografía, en Nueva York. Torres ha dedicado varias muestras a explorar la violencia contemporánea, y hace unos años, con ayuda de Antonio Monegal, montó en. el Centro de Cultura Contemporánea, en Barcelona, una gran muestra multimedia sobre la Guerra.  Esa memoria visual de la guerra la convertía en  una contracorriente de la modernidad, en parte puntual del programa moderno. Esta vez las fotos fueron hechas por Torres en los depósitos de restos y residuos de la catástrofe, antes de que vayan a parar al Museo del 11 de Setiembre, que albergará la nueva Torre.Impecablemente, esas fotos nos comunican la intimidad de la destrucción como una nueva forma de la materia, no prevista por la arquitectura.  Testimonian, por ello, una dimensión conceptual de la forma límite, aquella que se doblega en sus propios términos,  ya no como material de construcción sino como forma histórica de destrucción, más nuestra y actual.

Estas son otras muestras de arte que en Nueva York prueban que la memoria trágica no reabre las heridas del pasado sino que, al contrario, les da un sentido  moralmente adulto, capaz de mejorar las preguntas por la comunidad:

American Folk Art Museum9/11 National Tribute Qui 

Aperture Foundation: What Matters Now? Proposals for a New Front Page

Brooklyn MuseumTen Years Later: Ground Zero Remembered

Charles West GalleryMy 9-11: One Man's Journey Through the Unexpected Events

DC Moore Gallery9/11: Through Young Eyes, Sep 8–Oct 8

Ernest Rubinstein GalleryEmbodied Light: 9/11 in 2011, Tobi Kahn, Sep 9–Nov 23

Edwynn Houk GalleryAftermath by Joel Meyerowitz, Sep 10–17

Kerry Schuss ArtPaintings from the Perimeter by Sally Pettus, Sep 1–17

Lower Manhattan Cultural CouncilInSite: Art Commemoration, Aug 11–Oct 11

Metropolitan Museum of ArtThe 9/11 Peace Story Quilt, Aug 30, 2011–Jan 22, 2012

MoMA PS1September 11, Sep 11, 2011–Jan 9, 2012

Museum of the City of New YorkThe Twin Towers and the City: Photographs by Camilo Jose Vergara, Sep 3–Dec 4

National September 11 Memorial & MuseumWorld Trade Center Memorial

New Museum[Swi:t] Home: A CHANT by Elena del Rivero, Sep 7–Oct 2

New York Historical SocietyRemembering 9/11, Sep 8–April 1, 2012

New York University Open HouseAftermath by Joel Meyerowitz, Aug 20–Oct 13

92nd St. YJoel Meyerowitz: Remembering 9/11 10 Years Later, Sep 11

Pace University, Center for the ArtsWitness to Tragedy and Recovery, Sep 8–24

Paula Cooper GalleryFalling Leaves: Memorial by Bruce Conner, Aug 30–Sept 24

Power House ArenaTen Years after 9/11: Searching for a 21st Century Landscape, Aug 20–Sep16

School of Visual Artshere is new york: Revisited, Sep 6–17

Saint Peter's Church, Narthex Gallery9/11 Elegies by Ejay Weiss, Aug 20–Sep 25

Woodward GalleryCharting Ground Zero: Ten Years After, Sep 7–Oct 23

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 
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12 de septiembre de 2011
Blogs de autor

El ojo velado del terror

No hay quien borre esas imágenes. Han pasado diez años, pero pueden pasar muchos más. Entre quienes las vieron aquella mañana clara de septiembre no habrá quien las elimine de sus memorias. No hablemos ya de quienes sufrieron y sobrevivieron a aquellos ataques fulgurantes que destruyeron los símbolos más altos, físicamente incluso, del poder del dinero y de la fuerza militar. La huella devastadora en los cuerpos de miles de personas y en las mentes de millones tiene la fuerza de una guerra entera de exterminio. Y así lo entendieron Estados Unidos y el mundo. Con un ataque terrorífico a las dos metrópolis, política y económica, americanas, que es como suelen terminar las guerras, empezó la que George W. Bush declaró al terrorismo, con el propósito de restaurar su capacidad disuasiva en el mundo después de sufrir en su territorio lo que era la mayor afrenta militar de su historia, jamás osada anteriormente, ni por Japón y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, ni por supuesto por la URSS durante la guerra fría.

Mucho se ha visto y se ha contado de aquellas horas de conmoción. Sabemos cómo lo vivieron los principales responsables del Gobierno de Estados Unidos. Centenares de testigos han explicado su experiencia. Todos hemos narrado en un momento u otro qué estábamos haciendo en aquellos instantes lúgubres. Centenares de libros, reportajes y películas nos han explicado minuto a minuto aquella agonía y el terror de los días que siguieron, cuando se fue ensanchando la herida en nuestras mentes y los principales responsables de la Casa Blanca temieron vivir sus últimas horas de vida antes de un ataque de mayores dimensiones. Decenas de teorías para todos los gustos han intentado explicar lo que no cabe en una mente humana, la razón para tanto dolor, los motivos para el nihilismo hipnótico que movilizó a los suicidas. Conspiraciones paranoicas, fobias racistas y religiosas, profecías y viejas inscripciones en textos sagrados aliñan muchas de esas explicaciones que nada explican. Y sin embargo, diez años después, sabemos mucho, casi todo, de Al Qaeda y de su disminuida estructura, en buen parte físicamente liquidada y políticamente derrotada, después de que consiguiera alcanzar con su zarpa todos los continentes. Pero la idea de un ataque simultáneo y a gran escala a los corazones financiero y militar del mundo será difícil que deje de golpear en la mente de quien todavía hoy intente penetrar en el significado de aquellas imágenes increíbles del horror que cambiaron la historia. El 11-S es todavía un ojo ciego que nos mira, la cuenca vacía de una calavera que nos sonríe, en la que podemos vernos a nosotros mismos, los humanos de todas las razas y religiones, con toda nuestra capacidad de fanatismo y de destrucción.

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11 de septiembre de 2011
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El Boomeran(g)
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