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El cronista miseria

El cronista miseria es uno de los grandes personajes en la fauna del periodismo narrativo.

El cronista miseria consigue fondos gracias a los bajos fondos.

Para el cronista miseria las cosas son simples: Para hablar de la miseria humana, se va a una villa miseria. Para decirnos que el mundo es una basura, se va a un basural con niños abandonados. Para confirmarnos que no tenemos salida, cuenta la historia de unos pobres en la cárcel.

El cronista miseria, debilidad de ONG´s y Fundaciones bien pensantes, escribe mal y amarillo.

El cronista miseria elige sus temas con la misma lógica con que responden las candidatas a Miss Universo: "Los problemas del mundo son la pobreza, el narcotráfico y las guerras".

Ideológicamente, el cronista miseria no se hace problemas: divide a las personas entre buenos y malos.

Aunque no sea su meta, el cronista miseria suele fomentar el pánico social y el avance policial. El cronista miseria es amigo de uniformados, y es conocido por los poderosos de cada barrio bravo.

El cronista miseria habla de periodismo narrativo y de lenguaje literario, aunque sus textos solo terminan siendo una crónica roja de larga extensión.

El cronista miseria es éxito en Europa. Disfruta metiendo sus textos en medios del primer mundo, o en revistas tercermundistas dedicadas al buen vivir: Miseria chic.

El cronista miseria piensa que las dobles lecturas son lo mismo que releer.

El cronista miseria cree que una buena crónica es narrar miserias que están a la vista, cuando en realidad se trata de revelar miserias ocultas.

El cronista miseria defiende su parcela, su nicho, su quinta de miseria, como si fuera una propiedad privada.

El cronista miseria nunca escribe de los poderosos, aunque conoce a muchos.

El cronista miseria no entiende la pornomiseria.

Algunos piensan que el cronista miseria es un invento del nuevo periodismo latinoamericano.

El cronista miseria se burla de quienes, piensa él, solo escriben de frivolidades. Seguramente, su risa también sea su gran triunfo: ha logrado frivolizar todas nuestras grandes miserias.

 

 

Publicado en etiquetanegra.pe

@menesesportatil

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21 de septiembre de 2011
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De la ciencia a la hermenéutica

El  uso  distorsionado, por ideológico,  de la teoría cuántica al que me refería en la columna anterior  no debe hacer olvidar que la Mecánica Cuántica es  una de las disciplinas científicas que mayormente ha contribuido tanto a   determinar el entorno natural   (a través  de una técnica que supone una revolución en el concepto mismo -heredado de los griegos- de   techné ) como a hacer inteligibles los mecanismos por los que se rigen las estructuras  elementales del mismo. La Mecánica Cuántica puede (como tantas otras cosas interesantísimas, el arte en primer lugar) jugar el papel de comodín para espíritus  perezosamente adictos a la esperanza, pero asimismo puede incentivar la inclinación a retomar la interrogaciones mayores del espíritu humano, aquellas que se fraguan en la transición de la in-fancia a la humanidad cabal, que los griegos archivaron y exploraron y que hoy constituyen el contenido legítimo de lo que damos en llamar Filosofía.

De ahí que el caso paradigmático de hermenéutica de nuestro tiempo sea el de las llamadas interpretaciones de la Mecánica Cuántica. Algunas de ellas se deben a los creadores mayores de la disciplina. Sin embargo ninguna  es fundamental a la hora de efectuar experimentos o avanzar protocolos que permiten innovaciones tecnológicas. Por decirlo con toda nitidez: la diferencia entre una u otra interpretación es irrelevante desde el punto de vista del progreso de la física.  ¿Quiere ello decir que es irrelevante simplemente? Todo depende de si  se considera que el hombre tiene como destino el control de la naturaleza o si lo suyo es más bien la interpretación de la misma  la cual se revela indisociable de una interpretación de su propio ser.   

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21 de septiembre de 2011
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III. El punto de fuga

Ir más allá de las posibilidades es siempre el gran desafío. ¿Cuál es el punto de fuga de la acción? Desafiar las leyes de la gravedad, romper con lo que ella llama "la frontera neurológica". El cuerpo tiene su propia gramática, sus sintaxis y su morfología. Hay que saber leer el cuerpo. Un libro suyo, donde explica su filosofía se llama "Cómo llegar a ser un héroe de la acción extrema".

Los héroes de Elizabeth vienen del mundo pop, de las páginas de las historietas cómicas, los superhéroes que todo lo pueden, desde levantar pesos descomunales, volar por los aires, escalar las paredes de los rascacielos o descender por ellas, como lo hemos visto hacer a ella misma en un video que la muestra bajando desde una azotea hasta la acera, piso tras piso de un edificio, un paseo horizontal en un plano vertical pendiente del cable de una polea.

Por eso mismo, sus héroes son también aquellos de carne y hueso que alguna vez asombraron por sus desafíos, como Houdini, el rey de los magos, y todo los demás quienes como él hicieron del espectáculo una acción extrema, lanzarse por el torrente de las cataratas del Niágara metidos dentro de un barril, caminar sobre la cuerda floja a enorme altura entre dos rascacielos, con el vacío a los pies, el vuelo solitario de Amelia Earhart sobre el océano Atlántico. Mohamed Alí más allá de todo y de sí mismo dentro del encordado.

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21 de septiembre de 2011
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La ciudad

Unos tipos de cabeza simple quieren acabar con las grandes ciudades. Efectivamente son mentes "naturistas" y exponen como sevicias de la gran ciudad sus aires tóxicos, la emisión de los automóviles y las calefacciones, los aires acondicionados y el humo de los que todavía fuman, aun en las terrazas o las aceras. Los detractores de la gran ciudad no le encuentran atractivos: concentración, prisas, agresividad, distancias, incomunicación, basuras.

Sin embargo una gran ciudad, desde Nueva York a Hong Kong, es una obra maestra de la historia urbana. Y de Toda la historia del arte. Una urber de estas características no se hace en una generación ni en cuatro. Esere sedimento de diversidad y misterio, de grandes construcciones y arquitecturas extraordinarias, anchas avenidas y callejones insondables, de mescolanza de razas y clases sociales, de metros atronadores cargados de promiscuidad, de ricos y delincuentes, de delincuentes y ricos, de supermercados y superalmacenes y superteatros y supermuseos, no se hace de la noche a la mañana. El máximo monumento de la modernidad es la gran ciudad. ¿Serán tan simples que desean peatonizarla, ajardinarla, des montar su modelo por un simulacro  campestre, entre  lo grotesco, estéticamente insoportable y los político, correctamente político para la más ignorante de la población?

Una gran metrópoli es una entidad se respeto. Si se quiere vivir aire puro,   prados y vacas existe el campo y sus muchas oportunidades de indudAble placer y recompensa pero ni ese placer es el mismo en el campo que en la ciudad a la que machaconamente se le opone. La ciudad es una cosa, una extraordinaria construcción de la humanidad y el campo, si se apura su idiosincrasia, una vana secreción de Dios.

La primera, se supone, también procede de Dios pero efectivamente de un Dios más culto, más complejo y mejor vestido. El campo queda como el modelo de una obra divina confundida con la perfección mientras la ciudad, de acuerdo con el desprestigio de la torre de babel, una fabricación maldita. Puesto que hoy todo lo fabricado es anatema y lo brotado de por sí una bendición.

Maldita es a, sin embargo, esta bastarda distinción. ¿Cómo puede compararse la riqueza de Londres, París o Chicago con las aldeas que las circundan? Gente rica y por lo general de mucho mundo, dicen querer regresar a la paz rural, pero la paz rural, en efecto, es como una residencia para la tercera edad, tan lastimosa de fuerzas como de perspectivas. No quiere decirse con ello que la urbe de millones de habitantes sea un reflejo del paraíso terrenal pero acaso sí es la mejor encarnación del imaginario infierno, si se tratara, en ambos casos, de perseguir similitudes míticas.

Pero ni eso. La Gran Ciudad tiende a la confusión, la aglomeración y el martirio o el crimen, paralelamente a la oferta de la diversidad, la individualidad y el goce estrambótico de su excepcional realidad.

En ningún otro lugar puede hallarse las nuevas estéticas y sus parodias, sus experimentos y sus aventuras. Es decir,  las nuevas maneras de vivir y de crear, de  morir, de amar o de apartarse. Las Grandes Urbes, condenadas oy como pozos de reptiles, equivalentes a pozos destructores  de la condición humana, asimiladas a la deshumanización y a toda clase de crímenes que hacen de la humanidad un producto depravado, incluso ahora cunado mas de la mitad del género humano es urbano.

¿No entienden nada? ¿Creen que la bendición se hallaba en la aldea y la pérduda del campanario ha "sonado" a más de media humanidad. En realidad no saben entender sino a estos pastores de ovejas que aman los riachuelos, los bosques de encinas y el gorjeo de los pájaros. Lo demás es vicio o calamidad. Son estos pensadores efectivamente, melancólicos y, a la vez reaccionarios, amantes de la vuelta atrás. Condenan los rascacielos, los aparcamientos subterráneos, el semáforo y el coche; propugnan el regreso a la cabaña, la paja  y la mula. No se puede ser más burros de vocación.

Desearían al parecer la inversión del costoso camino hacia la creación de la Mobra maestra de la gran ciudad, sea Nueva York. Marid o París cotando con la premisa de que fuera eliminado este proceso civilizatorio y todos los demás. ncluso conglomeraciones como Kuala lampur, Abdis Abeba, Lagos o Nueva Delhi, cargadas de excrementos animales, deberían ser abolidas en nombre de la vida pastoril  donde las deposiciones de los animales se reciben en un cesto para abonar alelíes.

En todas estas capitales del tercer mundo, con un tercio de visión urbana, la vida pastoril ha querido insertarse por la fuerza de la tradición en las calles y, a la fuerza, como en Nueva Delhi, se ha convertido, en una pestilente astracanadas que han conve4rtido el espacio urbano en un caos mortal.

La ciudad es una cosa y el campo es otra. No hay punto medio. El movimiento del campo a la ciudad, puesto que se gana más pidiendo limosna en la Zona R0sa, que en cultivar maíz, es un ef4ecto de lo mismo.La ciudad no ha nacido para  liberas al campo ni el campo, ahora en el capricho de los alcaldes ricos se halla para liberar de la ciudad. Tanto uno como otro se han convertido en dos polos de la evolución y en tanto no establezcan entre sí una relación de tú a tú, sin complejos ni compromisos será imposible pensar en armonía con lo real.

Muchos de los habitantes de las grandes urbes desean la paz bucólica de sus antepasados. Pero nunca serán sus antepasados sino versiones teatrales de la vida en la antigüedad.

Igualmente muchos de los pobres campesinos que se establecen en la ciudad serán, a la fuerza, un pintoresco paisaje en ella. Ninguna integración verdadera es imposible. Vivirán hacinados en pisos patera, vivirán con unos pesos o dólares que invariablemente compararán (dolorosamente) con los precios de mercado en sus aldeas verdaderas.

La fusión raramente se produce. Hay ciudades, criminales, suicidas  que esperan para matar a sus emigrantes  a quienes deseen habitarlas sin su pasión natal. Como hay campos, a la vez, preparados de antemano para ser camposantos que guarecen a la  población advenediza.¿Zonas peatonales? ¿Para quién? ¿Para los pobres campesinos  cuyos sus ancestros ideológicos paseaban por la calle mayor o para quienes tener, además de los teatros y los antros, los excitantes y los parques temáticos, una alameda con albero apisonado  en remedo de los  escenarios en los que se hicieron novios y novias en aquel tiempo que el tiempo urbano ha clausurado aquí y allá?   

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21 de septiembre de 2011
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La burbuja soberanista

Un libro compuesto bajo el signo de la urgencia, cuando más duelen los golpes de la crisis económica, y sus consecuencias sobre el empleo, el bienestar o la cohesión social. Centrado, sin embargo, en los efectos más morales de una crisis que desborda a los actuales percances económicos y se extiende sobre la entera idea de sociedad y de ciudadanía. Y de todos los efectos morales, los que se sienten como más cálidos y pegados al corazón humano, los más dolorosos, por tanto: los que afectan a la identidad, es decir, a la lengua, la religión, la cultura, la imagen que cada uno de nosotros nos hacemos de nosotros mismos. El objeto que el autor ha escogido para armar su libro es también un antagonista: no quiere exaltar la identidad, sino combatirla; tampoco preservarla, sino fragmentarla y multiplicarla; y ni siquiera mantenerla como concepto, sino sustituirla por los de ciudadanía y pacto republicano, equilibrio de deberes y derechos entre iguales. Parte para ello de lo más próximo: las más recientes tensiones españolas a propósito y como consecuencia del Estatuto catalán y de sus avatares jurídicos; pero llega hasta lo más lejano, la fórmula de hierro que combina la impugnación de la política con un neoliberalismo extremo además de la politización de la religión y el rechazo del extranjero, tal como aparece en los populismos rampantes de Europa y Estados Unidos. Pensado desde unas referencias culturales y políticas inequívocas, las del catalanismo autonomista, este libro circula en dirección exactamente contraria a la deriva independentista adoptada por el catalanismo mayoritario pujolista y también en discordancia con el endurecimiento anticatalanista de la política española. En realidad, contra los dos nacionalismos catalán y español, que se reatroalimentan uno a otro incluso cuando se camuflan y no quieren aparecer como tales. Es también un envite valiente y contundente, desde la tolerancia y la lealtad, a favor de un nuevo entendimiento. ?La independencia no es para mí ni un somni (un sueño) ni un malsón (una pesadilla), sino un miratge (un espejismo?. Esta crisis que favorece a las identidades unívocas es también una burbuja, pero no hay que esperar pasivamente a que se deshinche sola sino que hay que pincharla. (Reseña del libro de Rafael Jorba ?La mirada del otro. Manifiesto por la alteridad?, publicada en Babelia el pasado sábado, 17 de septiembre)

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20 de septiembre de 2011
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Ondulante socialdemocracia

Justo cuando parece culminar el declive en el sur apunta un nuevo renacimiento en el norte. Las elecciones danesas han desalojado al centroderecha del Gobierno, no tanto gracias a su ascenso como al de la izquierda en su conjunto, mientras que en Berlín, ciudad simbólica de la nueva Europa unida y puente multicultural donde los haya, su alcalde socialdemócrata Klaus Wowereit ha revalidado por tercera vez su mandato, ha engarzado la sexta derrota de la coalición de centro derecha que gobierna bajo la batuta de la Angela Merkel e incluso se ha situado en posición inmejorable para aspirar a la candidatura socialdemócrata en la contienda de 2013 para el Bundestag y la cancillería.

Todavía no ha terminado el declive de la socialdemocracia en el sur de Europa, aunque la fecha del 20 de noviembre aparece como el hito más que probable en que tocará suelo, y ya apunta en el norte y en el mismo centro con un lento pero ya evidente despertar. La derrota sufrida por los liberales alemanes, que ni siquiera han podido superar la barra del 5 por ciento para entrar en el Senado regional de Berlín, hace temer incluso por su continuidad en el gobierno de Merkel y disparan las especulaciones sobre una súbita disolución o una recuperación de la fórmula de la gran coalición con el SPD muy acorde con el rumbo alemán más europeísta que reclaman los socios del sur. En ninguno de los casos puede afirmarse que se esté produciendo un radiante renacimiento de la socialdemocracia, aunque sí una fuerte erosión de las derechas, empezando por las más populistas, sobre todo en el norte de Europa, y un reforzamiento del conjunto de la izquierda, algo que casa perfectamente con las facturas electorales que pasa la crisis a quienes gobiernan, que son abrumadoramente las derechas. Ninguna de estas noticias desmiente la tendencia a la fragmentación ni la erosión que vienen sufriendo los grandes partidos. Al contrario: la confirman el ascenso de los Verdes, en pista para ocupar el espacio de los liberales como partido bisagra, y la entrada como fuerza parlamentaria del partido Pirata. Y permiten intuir que la crisis sufrida por la socialdemocracia en los últimos años también está pegando fuerte a las derechas convencionales: vamos a ver qué sucede en Francia e Italia en los próximos meses. Las elecciones presidenciales pueden colocar a un socialista en el Elíseo y la agonía de Berlusconi puede abrir las puertas de nuevo a algo parecido a la izquierda en Montecitorio. Al inquilino de La Moncloa, solitario europeo con sus raídas banderas socialdemócratas puede sucederle otro solitario con sus propias raídas banderas conservadoras. Veremos.

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19 de septiembre de 2011
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Los enamoramientos de Javier Marías: un diálogo platónico

 

¿Podríamos considerar los diálogos platónicos como uno de los orígenes de la novela moderna? No faltarían razones: personajes que, en más de una ocasión, no son simples pretextos para exponer un argumento; voces cruzadas; destinos que se trastocan a partir del intercambio de ideas. Si ello fuera así, podríamos considerar que Los enamoramientos, la pieza narrativa más reciente de Javier Marías, es el último eslabón de una cadena que se inicia con El banquete. En efecto, el libro del español es una dilatada y fascinante inmersión en el enamoramiento -que no en el amor mismo-, como si buscara adentrarse en los resquicios de una conversación que no concluyó, dos mil quinientos años atrás, su predecesor griego.

            Javier Marías ha escrito un emocionante diálogo entre dos personajes que se llaman, justamente, Javier y María. La coincidencia onomástica no puede ser casual, por más que a ningún crítico le haya parecido relevante. El autor intenta desdoblarse en dos voces paralelas: una femenina, encargada de contar e interpretar los hechos -y que no esconde su parentesco con otros narradores de Marías-, y otra, masculina, que sólo apreciamos a través del prisma de la primera. María está fatalmente enamorada de Javier, quien a su vez, como en cualquier triángulo sentimental clásico, se halla fascinado por una tercera que, como mero objeto de deseo, luce apenas como un espectro.

            Con voluntad de novelista, Platón fabula que en tiempos ancestrales los humanos éramos hermafroditas hasta que la ira de un dios perverso nos dividió en mitades complementarias u antagónicas, odiosamente condenadas a perseguirse desde entonces. En esta novela, Marías se arriesga a lo imposible: al cederle su voz a una mujer, aspira a recuperar esa condición dual sólo para constatar que la ansiada reconciliación entre sus dos mitades -entre Javier y María- es, en efecto, inalcanzable.

            No pretendo decir que la novela se contente con narrar el enamoramiento no correspondido entre una y otra mitad de Javier Marías, pero si somos capaces de leer Fin de partida de Beckett como el coloquio esquizofrénico entre las distintas porciones de un mismo individuo, ¿por qué no habríamos de tolerar que un autor juegue a desdoblarse y a rastrear, así, las razones de sus inclinaciones o de sus desafectos?

            La naturaleza del enamoramiento, su calidad de pasión o de tortura, los dolores y anhelos de quien lo sufre o lo padece, y los crímenes o los sacrificios que se cometen en su nombre, constituyen el verdadero sustrato del relato. La voz de María (de Marías), como la de Platón, engloba a todas las otras, y a continuación las analiza, las desmenuza, las observa a través de las inagotables digresiones a que nos tiene acostumbrados.

No quiero decir con ello que la trama sea irrelevante -aunque, como en Platón, a veces parezca casi un pretexto-, ni que a los personajes les falte densidad psicológica o una identidad lingüística clara -aunque, en efecto, todos hablen como María (como Marías)-, pues su autor conoce perfectamente la tradición de la novela moderna como para limitarse a escenificar un mero drama filosófico. Pero, incluso en sus momentos más novelísticos -la chispeante intrusión del profesor Rico o el momento en que, tras bambalinas, María descubre la cara oculta de su enamorado, una suerte de escena del pañuelo de Otelo vuelta de revés-, Los enamoramientos apunta más bien hacia conflictos íntimos: tan íntimos, acaso, como los que sólo ocurren en el interior de una mente obsesionada consigo misma.

            María observa a diario, en una cafetería madrileña, un enamoramiento ideal (en el sentido platónico): el que liga a una pareja de desconocidos que se citan a diario para el desayuno y a quienes sólo más tarde identificará con los nombres de Miguel Desvern o Deverne y su esposa, Luisa. Como si fuera una celosa estudiante de la Academia, María Dolz (es decir, Dolҫ, "dulce" en la tradición del amor cortés) no sólo los observa embelesada, sino que los estudia y analiza como si el vínculo que los une sólo pudiese ocurrir fuera de este mundo y su propia vida de correctora en una editorial madrileña no fuese, en cambio, más que una burda apariencia.

            María (Marías) alcanza a entrever ese enamoramiento y no puede sino envidiarlo. Que quede claro: no codicia el amor que Deverne o Desvern demuestra hacia su mujer, y ni siquiera parece desear nunca a aquel hombre devoto e intachable, sino el estado beatífico y sobre todo permanente que existe en esa pareja, cuando el enamoramiento -todos los sabemos- suele estar condenado al ardor breve y al pronto agotamiento. Y, en efecto, como si la mirada intrusa de María fuera la responsable de desatar la tragedia, aquella perfección se quiebra de pronto a causa de la fatalidad (o, no tardaremos en saberlo, de otra envidia equivalente): Desvern es asesinado a cuchilladas por un "gorrilla" -un milusos enloquecido que lo culpa de la prostitución de sus hijas- y el mundo ideal, al menos para María, se quiebra en pedazos.

            Pasado el tiempo, ella no pierde la ocasión de expresarle sus condolencias a la viuda cuando vuelve a encontrarla en la cafetería: ésta, conmovida, la cita en su casa, como si necesitara darle más pruebas del enamoramiento que la ató a su marido hasta el último día de su vida. Entonces hace su aparición un amigo de la familia, Javier Díaz-Velez, acompañado del excéntrico profesor Rico. No se necesita más: como si se tratase de un conjuro, o más bien del torpe reflejo en el mundo sublunar de la armonía de las esferas, María se enamora del recién llegado. Resulta irrelevante decir que no tiene razones para ello: el corazón, lo sabemos, no las necesita.

            Lo terrible -e inevitable en esta escritura heredera del mundo griego- es que Javier no puede corresponderle porque él no es, tampoco, un hombre libre. Aun siendo el mejor amigo de Desvern, o quizás por ello mismo, él se halla a su vez irremediablemente enamorado de Luisa. Javier no puede ser, pues, el complemento de María, sino su reverso especular: otro enamorado incomprendido como ella misma. Ello no impide que ambos se vean arrastrados en una relación que jamás será recíproca -él sólo la desea, ella está enamorada-, ni que a la larga la narración se desvíe en la ambigüedad entre un posible crimen o un acto de lealtad inconfesable. A la larga, María callará sus dudas y no se decantará por una justicia tan brutal como expedita -la que Athos, en Los tres mosqueteros, aplica a su esposa-, sino que preferirá convertirse en cómplice de un acto cuya verdadera naturaleza se le escapa.  

            Desaparecido el Ideal, los demás son burdas copias. Javier, un criminal o casi un santo, hará hasta lo imposible para apoderarse de la voluntad de Luisa -el enamoramiento no es otra cosa-, mientras que María deberá conformarse con una pasión tan poderosa como inútil. En El banquete, Platón le hace decir a Diótima que el amor que anima a los hombres no tiene otra fuente más que la "sed de inmortalidad". En esta novela, Javier Marías parece concluir que el enamoramiento es, en cambio, una carga o una condena pasajeras. Fuera del mundo de las ideas, lo es tanto para quien lo sufre y no es correspondido (María) como para quien al fin consigue lo que busca (Javier).

En la brillante escena final de la novela -no leer lo que sigue si se prefiere la sorpresa-, María, que parece haber perdido ya la fe en el enamoramiento y tiene un marido como tantos (Jacobo, otro de los nombres con los cuales Marías se reviste), de pronto se topa en un restaurante con Javier y Luisa, por fin reunidos. El círculo parece cerrarse: ella ha vuelto a ser la Joven Prudente -como la llamaba Luisa al principio- contemplando un enamoramiento tan conmovedor como el primero. Pero se trata, por supuesto, de un engaño: todas las páginas de la novela, meticulosamente narradas por ella, no han tenido otro objetivo más que poner en duda la perfección de ese reencuentro. Porque Los enamoramientos también es, a fin de cuentas, un tratado sobre el reverso del enamoramiento: el despecho.  

 

twitter: @jvolpi 

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19 de septiembre de 2011
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De la pantalla al cielo

Un joven no es hoy tan sólo un joven  biológico. En un reportaje de  El Mundo  a mediados de septiembre de 2001 se hablaba del fin, la desaparición o de la confusión de la edad: los de  12 años eran como jovencitos, los de veintitantos adultos, los de treinta y tantos "viejitos", los de 50 jovencitos y los de 70 maduritos.

No resisto a presentar esta clasificación porque, efectivamente, significa algo más que una denominación ocurrente y de circunstancias. Son las estructuras de la familia, los nuevos valores y el orden del trabajo actual quienes han trastornado las clasificaciones y sus inseparables significados. ¿Cómo no iba a ser así en este asunto cuando lo es en tantos otros, desde la pintura al porno, desde el sexo a la alimentación? 

La religión ha pasado, a su vez, de ser la incuestionable verdad  de la fe, siempre interior, subjetiva rural y garbancera a convertirse en oro puro para ayudar o triunfar.

No es la ciencia pero sí su complemento, no es la ciencia pero a menudo su rival puesto que la enseñanza de la fe, en los colegios norteamericanos o no, contrarios al evolucionismo y partidarios del creacionismo, contrarios a los efectos de la medicina y partidarios de los curanderismo, han engalanado el prestigio de la vetusta  fe.

 Fe en la curación del cáncer a través del Opus Dei,  fe en el éxito profesional como camino hacia el trono de Dios, la fe en uno mismo como taumaturgo de nuestra personalidad multiplicada por mil,  la fe en los logros como la fórmula más  eficaz para lograr cosechas de primera.

 Efectivamente desde la ciencia a la fe y desde la fe a la ciencia hay más pasadizos de los que ante se suponía y de hecho, sólo el cerero sería capaz de dar cuenta entre los seres humanos de esta estrecha y mística relación. Pero también en las máquinas habrá una creciente presencia del pensamiento individual, un oleaje mental que como un tecnicolor de poder las moviliza. Uniones de cuerpos y máquinas en una conexión, ya sea íntima mediante un  más o menos visible y remoto.

La ciencia nunca ha alcanzado su nivel más alto y justamente, cuando allí se encuentra ahora, su desplome (como en la Gran Crisis) parece mucho mayor. Y no tanto para convertirla en escombros sino para ponerla al nivel de otros conocimientos afectivos, emocionales o intuitivos que complementan, igual que en el cuerpo humano, la relación   psicosomática, siendo el soma la ciencia y el psico la conciencia. Siendo la conciencia la fe y el cuerpo el artefacto, dicho sea para salir del paso.

De parecida manera, se puede pensar en el fenómeno aparatoide de la juventud actual.  Apenas se concibe un joven sin aparato, sea una pantalla, un móvil,  una tableta o un ordenador. El joven pierde su carácter y hasta su fisonomía si discurre conectado a estos aparatos. Conectado e interrelacionado no de vez o de vez en cuando sino apegado a sus acciones y expresiones como una forma de ser y vivir la juventud.

¿O es que puede imaginarse una juventud contemporánea sin estas tecnologías de la comunicación? Muy lejos de ser tratadas como herramientas de quita y pon, para  el tiempo de trabajo o de recreo, se han portado como acompañantes inseparables de la juventud.

 No son órganos en el sentido de la biología pero son órganos en el sentido de la biónica lo que significa una delgada distinción.  Los jóvenes reciben la vida a la antigua usanza. Son fecundados mediante la copulación, se desarrollan dentro de una placenta y llegan al alumbramiento, más o menos como en el principio de los tiempos.

Sin embargo   tan pronto traspasan este expediente, su vida se concreta en la relación con las pantallas, nodrizas, maestras, amigas, amantes. Aman, sufren, se divierten, los despiden, se excitan o se apenan en un traslúcido espacio creado a través de las pantallas.

No es un asunto secundario, ni tampoco marginal. Los muchos mundos se hallan en estos lugares de la red y el mundo en general es ya inconcebible sin este universo.  La fe regresa convertida en la fe bíblica.  Confiamos en el más allá del comunicador sin verle la cara, sin conocer  sus reales intenciones, sin saber apenas de su catadura.

Por el arco de la ciencia se dispara la flecha de la fe; por el mundo saturado de complejos artefactos regresa la imaginación artesana que promovían las iglesias. La fe más simple se filtra entre los circuitos más complejos.

La informática y sus derivaciones ha procurado el gran milagro (¿milagro?) de regresar desde la abstracta globalización a la ermita de adobe y desde el firmamento del 2.O al rudimentario cielo de Dios.

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19 de septiembre de 2011
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Calila y Juan

No he conocido en mi vida a dos personas tan distintas como Carmen Martín Gaite y Juan Benet, que estuvieron muy próximos en una época de sus vidas (los centrales años 1960), después se vieron menos y se alejaron, con un cierto resentimiento por parte de ella, muriendo el más joven, Benet, en 1993, a los 65 años de edad, y la autora de ‘Nubosidad variable' en el 2000, con 75. El volumen que recoge su correspondencia (cartas de ambos, postales, telegramas y algún dibujo) es una pequeña maravilla de algo más de 200 páginas, todas ellas sin desperdicio y en un libro editado primorosamente por Galaxia Gutenberg/Circulo de Lectores bajo el cuidado de un meticuloso y atinado compilador, José Teruel.

    Fui amigo de los dos, aunque apenas los vi juntos, pues en 1968, cuando un grupo de jóvenes escritores (o todavía aspirantes a serlo) leímos asombrados la novela ‘Volverás a Región' y visitamos al autor en su piso de la calle Serrano de Madrid para -como él mismo contó años después- descubrirle y ‘lanzarle', Martín Gaite y Benet ya se comunicaban menos (de las 67 misivas incluidas, 54 llegan hasta el año 1968, siendo las restantes de menos calado y más espaciadas, hasta la última, de 1986). A Benet le traté en la intimidad de una para mí fundamental amistad personal y literaria (compartida, entre otros compañeros de generación, por Javier Marías, Pere Gimferrer y Félix de Azúa) hasta el mismo día de su muerte; a Carmiña o Calila, que ambos nombres le gustaba usar a Carmen, la veía en actos librescos, en cenas, que solían acabar con su transida interpretación vocal de boleros y coplas de la Piquer,  y en el teatro, al que era muy aficionada, aunque -siempre franca y desinhibida- no resultaba raro oírla patear en el estreno de alguna función de postín.

    Es un libro íntimo y a la vez altamente literario, dominado por el humor que Benet imponía a todo y Calila aceptaba gustosa como modo de réplica (hay un ‘pastiche' suyo benetiano absolutamente delicioso). Establecido el intercambio epistolar como un juego dotado de unas reglas que los dos amigos acotan, Martín Gaite es la más persistente (aunque muchas de sus cartas no se han conservado), quejándose a veces de la inconstancia de su amigo a la hora de contestarle. Los momentos de depresión o tragedia (la separación de ella de su esposo, Rafael Sánchez Ferlosio, la muerte en accidente de carretera de Paco Benet, el hermano y mentor de Juan) son evocados de modo indirecto, ajeno a sentimentalismos, prefiriendo casi siempre los dos, a instancias de Benet, la broma, la ironía y hasta la bufonada, como en la creación por parte de Carmiña de un heterónimo, el falso abogado Ernesto Ruiz-Cañete, que escribe a Benet comunicándole que la señora Gaite anda quejosa de que el ingeniero-escritor manche su "inmaculada reputación" propalando que está ligada "por vínculos pasionales y pecaminosos" ni más ni menos que con Don Julián Marías. En una carta anterior, y respondiendo al entusiasmo con que Calila le habla de sus lecturas de ‘La revolución sexual' de Wilhelm Reich, Benet se mofa: "lo último que hace falta es una revolución sexual", confesándole a su amiga que "antes que al acto sexual habitual prefiero subscribirme al ABC". Pero hay también en el volumen consideraciones sobre la narración, el estilo, el amor y los dogmatismos que acreditan la original y poderosa personalidad de estos dos grandes escritores tan opuestos.

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19 de septiembre de 2011
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La Verdad es una sensación

Estás tratando de resolver un problema matemático y te esfuerzas para poner en orden los algoritmos de manera que te conduzcan a la solución, pero el resultado que obtienes es falso, no coincide con lo que buscas. Vuelves a mirar los números y las letras tratando de localizar el error. De pronto un Coseno salta de un quebrado a otro, de arriba pasa abajo, los guarismos bailan un cha-cha-cha y todo se ordena. Sientes algo así como la visión inmediata de que aquello es verdadero, está completo y no le falta ni le sobra nada, es perfecto. Apenas ha cambiado un mínimo detalle, pero ahora todo tiene sentido y te complace, ha desaparecido la inquietud.

No es una emoción distinta de la que te asalta cuando ves a la mujer que amas, una visión que al instante te libera de toda zozobra, y seguramente es la misma que reflejan las palabras de Yahvé cuando al acabar cada jornada de la Creación, viendo lo que ha conseguido afirma: "Está bien". La aprobación placentera no es sino lo mismo que dice el ebanista al terminar la cresta de una sillería con un suspiro de "muy bien", el músico cuando elimina una parte del clarinete y dice "ahora sí", o el pintor que añade una sombra azul debajo de la raya verde y afirma "esto es". Mínimos cambios que pueden parecer triviales a quien no está metido en harina, y que para el autor son decisivos porque le apaciguan y llenan de satisfacción. "Dios está en el detalle" decía Aby Warburg cuando se hundía en la locura.

El problema matemático es comprobable. Todo lo otro no lo es. Sin embargo la sensación de plenitud es la misma y lleva a una confusión entre bueno, bello y verdadero que fatalmente acaba por condenar a las sensaciones como algo frívolo y engañoso. Las sensaciones son indignas porque nacen igualmente robustas de lo constatable o falsable y de lo incomprobable e ilusorio. Por lo tanto, no pueden ser garantía de ninguna verdad.

Son condenables, pero ineludibles:

 

"De pronto me sentí perfecto, completo, las ideas caían sobre mi como la nieve, bajo el impacto de la posesión divina me tomó un frenesí coribántico y al instante ignoré todo lo demás, el lugar, la gente, el pasado, el presente, yo mismo, todo lo que se había dicho, todo lo que se había escrito. Así vinieron a mi la expresión, las ideas y el deleite de la vida, la visión acerada y una deslumbrante claridad cristalina en todos los objetos, como la que pueden disponer los ojos en su más exigente capacidad"

 

Así describe Filón de Alejandría la emoción de concebir una frase perfecta, en su tratado sobre el viaje de Abraham de Ur a Canaán. Así debía de sentirse Rimbaud cuando escribía las Iluminaciones.

Dicho en contrario, si no te sobrecoge esa sensación, lo que estás haciendo puede que no sea verdadero y no valga un adarme, puede que sea simplemente correcto, bonito, popular, elegante o provechoso. También puede suceder que ya no la ames.

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19 de septiembre de 2011
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El Boomeran(g)
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