Vicente Verdú
Unos tipos de cabeza simple quieren acabar con las grandes ciudades. Efectivamente son mentes "naturistas" y exponen como sevicias de la gran ciudad sus aires tóxicos, la emisión de los automóviles y las calefacciones, los aires acondicionados y el humo de los que todavía fuman, aun en las terrazas o las aceras. Los detractores de la gran ciudad no le encuentran atractivos: concentración, prisas, agresividad, distancias, incomunicación, basuras.
Sin embargo una gran ciudad, desde Nueva York a Hong Kong, es una obra maestra de la historia urbana. Y de Toda la historia del arte. Una urber de estas características no se hace en una generación ni en cuatro. Esere sedimento de diversidad y misterio, de grandes construcciones y arquitecturas extraordinarias, anchas avenidas y callejones insondables, de mescolanza de razas y clases sociales, de metros atronadores cargados de promiscuidad, de ricos y delincuentes, de delincuentes y ricos, de supermercados y superalmacenes y superteatros y supermuseos, no se hace de la noche a la mañana. El máximo monumento de la modernidad es la gran ciudad. ¿Serán tan simples que desean peatonizarla, ajardinarla, des montar su modelo por un simulacro campestre, entre lo grotesco, estéticamente insoportable y los político, correctamente político para la más ignorante de la población?
Una gran metrópoli es una entidad se respeto. Si se quiere vivir aire puro, prados y vacas existe el campo y sus muchas oportunidades de indudAble placer y recompensa pero ni ese placer es el mismo en el campo que en la ciudad a la que machaconamente se le opone. La ciudad es una cosa, una extraordinaria construcción de la humanidad y el campo, si se apura su idiosincrasia, una vana secreción de Dios.
La primera, se supone, también procede de Dios pero efectivamente de un Dios más culto, más complejo y mejor vestido. El campo queda como el modelo de una obra divina confundida con la perfección mientras la ciudad, de acuerdo con el desprestigio de la torre de babel, una fabricación maldita. Puesto que hoy todo lo fabricado es anatema y lo brotado de por sí una bendición.
Maldita es a, sin embargo, esta bastarda distinción. ¿Cómo puede compararse la riqueza de Londres, París o Chicago con las aldeas que las circundan? Gente rica y por lo general de mucho mundo, dicen querer regresar a la paz rural, pero la paz rural, en efecto, es como una residencia para la tercera edad, tan lastimosa de fuerzas como de perspectivas. No quiere decirse con ello que la urbe de millones de habitantes sea un reflejo del paraíso terrenal pero acaso sí es la mejor encarnación del imaginario infierno, si se tratara, en ambos casos, de perseguir similitudes míticas.
Pero ni eso. La Gran Ciudad tiende a la confusión, la aglomeración y el martirio o el crimen, paralelamente a la oferta de la diversidad, la individualidad y el goce estrambótico de su excepcional realidad.
En ningún otro lugar puede hallarse las nuevas estéticas y sus parodias, sus experimentos y sus aventuras. Es decir, las nuevas maneras de vivir y de crear, de morir, de amar o de apartarse. Las Grandes Urbes, condenadas oy como pozos de reptiles, equivalentes a pozos destructores de la condición humana, asimiladas a la deshumanización y a toda clase de crímenes que hacen de la humanidad un producto depravado, incluso ahora cunado mas de la mitad del género humano es urbano.
¿No entienden nada? ¿Creen que la bendición se hallaba en la aldea y la pérduda del campanario ha "sonado" a más de media humanidad. En realidad no saben entender sino a estos pastores de ovejas que aman los riachuelos, los bosques de encinas y el gorjeo de los pájaros. Lo demás es vicio o calamidad. Son estos pensadores efectivamente, melancólicos y, a la vez reaccionarios, amantes de la vuelta atrás. Condenan los rascacielos, los aparcamientos subterráneos, el semáforo y el coche; propugnan el regreso a la cabaña, la paja y la mula. No se puede ser más burros de vocación.
Desearían al parecer la inversión del costoso camino hacia la creación de la Mobra maestra de la gran ciudad, sea Nueva York. Marid o París cotando con la premisa de que fuera eliminado este proceso civilizatorio y todos los demás. ncluso conglomeraciones como Kuala lampur, Abdis Abeba, Lagos o Nueva Delhi, cargadas de excrementos animales, deberían ser abolidas en nombre de la vida pastoril donde las deposiciones de los animales se reciben en un cesto para abonar alelíes.
En todas estas capitales del tercer mundo, con un tercio de visión urbana, la vida pastoril ha querido insertarse por la fuerza de la tradición en las calles y, a la fuerza, como en Nueva Delhi, se ha convertido, en una pestilente astracanadas que han conve4rtido el espacio urbano en un caos mortal.
La ciudad es una cosa y el campo es otra. No hay punto medio. El movimiento del campo a la ciudad, puesto que se gana más pidiendo limosna en la Zona R0sa, que en cultivar maíz, es un ef4ecto de lo mismo.La ciudad no ha nacido para liberas al campo ni el campo, ahora en el capricho de los alcaldes ricos se halla para liberar de la ciudad. Tanto uno como otro se han convertido en dos polos de la evolución y en tanto no establezcan entre sí una relación de tú a tú, sin complejos ni compromisos será imposible pensar en armonía con lo real.
Muchos de los habitantes de las grandes urbes desean la paz bucólica de sus antepasados. Pero nunca serán sus antepasados sino versiones teatrales de la vida en la antigüedad.
Igualmente muchos de los pobres campesinos que se establecen en la ciudad serán, a la fuerza, un pintoresco paisaje en ella. Ninguna integración verdadera es imposible. Vivirán hacinados en pisos patera, vivirán con unos pesos o dólares que invariablemente compararán (dolorosamente) con los precios de mercado en sus aldeas verdaderas.
La fusión raramente se produce. Hay ciudades, criminales, suicidas que esperan para matar a sus emigrantes a quienes deseen habitarlas sin su pasión natal. Como hay campos, a la vez, preparados de antemano para ser camposantos que guarecen a la población advenediza.¿Zonas peatonales? ¿Para quién? ¿Para los pobres campesinos cuyos sus ancestros ideológicos paseaban por la calle mayor o para quienes tener, además de los teatros y los antros, los excitantes y los parques temáticos, una alameda con albero apisonado en remedo de los escenarios en los que se hicieron novios y novias en aquel tiempo que el tiempo urbano ha clausurado aquí y allá?