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¿Alguien nos representa?

Aquí y allá, las mismas miradas, el mismo estilo, la misma energía. Nacidos entre 1985 y 1995, estos jóvenes no son nativos digitales, pero Internet se ha convertido en su patria y las redes sociales en su zona de encuentro. Como sus predecesores de 1848 o 1968, su enfrentamiento con el establishment es sobre todo emocional, pero la palabra "revolución" ha desaparecido de su vocabulario. Son rebeldes tranquilos, más preocupados por sacudir conciencias que por transformar a la sociedad por medios violentos.

Sus críticos dicen que nada los acerca, fuera de su pasión tecnológica; mientras unos se congregaron para protestar contra regímenes dictatoriales (de Túnez a El Cairo), otros lo hicieron para oponerse a los recortes al estado de bienestar (de Madrid a Bruselas), y otros más para revelarse contra los poderes financieros globales (de Tel Aviv a Nueva York). Aun así, comparten el mismo espíritu: un brutal desencanto frente al sistema implantado en el mundo tras el derrumbe de la Unión Soviética en 1991.  

Cuando el espacio comunista hizo implosión, los vencedores trataron de convencernos de que la Historia había terminado. Pero, derrotado el enemigo, a las democracias liberales ya no les pareció tan urgente demostrar sus conquistas sociales. Si el libre mercado había probado su eficacia, había que volverlo aún más libre, relajando al máximo la regulación de las instituciones financieras. La solidaridad dejó de ser un valor encomiable y el individualismo pasó a ser la postura ética dominante. Tras el 11-S, la Historia se reanudó, pero sólo para combatir a un nuevo enemigo, el terrorismo islamista. Y, mientras Occidente se empantanaba en una costosísima guerra en Medio Oriente, sus basamentos morales, políticos y económicos se volvían irreconocibles.

Los gobiernos democráticos habían prosperado por su capacidad para representar a los sectores sociales más diversos, pero esta virtud empezó a deslavarse. En todas partes, dos o tres grandes partidos se repartieron el poder, indiferentes a los deseos ciudadanos. Una vez elegidos, los políticos no dudaban en volverle la cara a sus electores: la oposición y el gobierno se volvieron casi intercambiables, toscamente imbricados entre sí, hasta conformar una clase política que recuerda a la antigua nomenklatura comunista.  

Durante una década, este modelo sobrevivió gracias a las tácticas del miedo expandidas por Bush y a la burbuja económica que permitió recompensar incluso a los sectores más críticos. Pero un buen día, el capitalismo no toleró más sus contradicciones -el imperio de la avaricia, la cultura del riesgo y la falta de representación-, y comenzó su propia implosión, análoga a la sufrida por la URSS. En 2008, reventó la burbuja inmobiliaria, cayó Lehman Brothers, y Estados Unidos y otras naciones decidieron rescatar a sus bancos (y a sus banqueros).  

Las élites surgidas durante los años de prosperidad han demostrado su torpeza a la hora de enfrentar la crisis. Por un lado, contamos con una inamovible burocracia económica que solo se preocupa por el déficit, descuidando las políticas de recuperación y de empleo -el "pleno empleo" soñado por Keynes- y, por el otro, con una clase política carente de representatividad, dominada por los partidos y sus intereses.  

Lo raro es que los movimientos de protesta hayan tardado tanto en reaparecer. Aquí y allá la queja es idéntica: contra políticos (demócratas o republicanos; socialistas o populares; priistas, panistas o perredistas) que no escuchan a sus ciudadanos; contra gobiernos impopulares (Obama y su tibieza frente al poder financiero; Zapatero y sus recortes; Calderón y su guerra contra el narco) y contra una oposición que genera la misma desconfianza (la teocracia del Tea Party, el conservadurismo de Rajoy, la corrupción del PRI).

  Gracias a las redes sociales, el descontento ha viajado de un extremo a otro del planeta. La primavera árabe se transformó en el 15-M español, que a su vez fue copiado por los indignados de Israel y Occupy Wall Street. Grupos pequeños pero bien organizados. ¿Cuál será la consecuencia de su aparición? Probablemente, no alterarán los resultados de las elecciones que se llevarán a cabo en varios países (España, Francia, México, Estados Unidos) pero, si se mantienen y proliferan, podrían contribuir a algo más importante: la derrota definitiva de la ideología neoliberal vigente en el mundo desde 1991. Es decir: podrían reimplantar el virus de la autocrítica en nuestras alicaídas democracias liberales para obligarlas a recuperar el espíritu social y representativo que las distinguió en otro tiempo.

Pese a la catástrofe que vive, México apenas ha sido contagiado por las protestas. El movimiento encabezado por Javier Sicilia fue, acaso, una primera llama. Pero las perspectivas electorales del año próximo son un excelente caldo de cultivo. Su eclosión tal vez podría modificar nuestro anquilosado panorama político, dividido entre los panistas que se empeñan en defender la guerra de Calderón y los priistas que aspiran a recuperar el poder sólo ante el desgaste del PAN, con una izquierda incapaz de servir como fiel de la balanza. La gran pregunta es: ¿en verdad serán estos partidos quienes habrán de representarnos? Esperemos que el espíritu de estos jóvenes permanezca en nuestras calles y logre asentar una idea tan simple como ésta: ya no podemos tolerar a los políticos que sólo se preocupan por sí mismos.

 

twitter: @jvolpi

 

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24 de octubre de 2011
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Tagore

Pocos se han acordado en España de conmemorar al primer asiático galardonado con el premio Nobel de Literatura, Rabindranath Tagore, que nació hace 150 años en Calcuta, capital del estado de Bengala, y allí murió, después de una larga vida viajera y comprometida, en 1941. El mundo anglosajón (por no hablar de la India, donde su figura es carismática, y entre los bengalíes venerada) lo ha celebrado de la mejor manera posible, reeditando muchas de sus obras y siendo, en las principales reseñas que he leído, imparciales con él: la poesía y el teatro de Tagore no han sido bien tratados por el paso del tiempo, pero su asombrosa versatilidad y su vocación de mentor y agitador social le dan un relieve que mantiene la capacidad de fascinar. Para mí fue una impresión muy gratificante, hace tres años, visitar en Calcuta la mansión familiar de Santiniketan donde él creó su hoy muy pujante centro de estudios y donde murió: un equilibrado remanso de civilización y belleza en la caótica y superpoblada ciudad. Y allí oí por primera vez la música de Tagore, una de las facetas más vigentes de su creación artística; es una lástima que las grabaciones de sus canciones líricas, interpretadas por grandes artistas clásicos del siglo XX como Hermanta Mukherjee, Prasad Goswami o Debabrata Biswas, tan asequibles en la India, apenas se conozcan en Occidente.

     Pese al olvido actual, Tagore tuvo una intensa y peculiar relación con España a través de Juan Ramón Jiménez, que se erigió en portavoz, traductor y hasta mejorador de su obra tras habérsela hecho conocer en 1913 Zenobia Camprubí, quien tres años después se casaría con el poeta onubense. Aún se debate sobre el reparto de papeles de la pareja en esa tarea de versionar a Rabindranath, siempre a través del inglés y no del bengalí en el que aquél escribía. En una de las pocas publicaciones ‘ad hoc' que han aparecido este año en nuestro país, la recopilación de aforismos poéticos ‘Pájaros perdidos' (Renacimiento, Sevilla 2011), el prologuista Arturo Ramoneda, que reconstruye con gracia un frustrado viaje de Tagore a España, parece compartir la inveterada sospecha de que, como en otros célebres matrimonios literarios, ella era la laboriosa y él el abajo firmante. Juan Ramón, sin embargo, con la petulancia que incluso sus más fervientes admiradores reconocen, le decía a su madre, en una carta, que "en las traducciones de Tagore [...] yo hago casi todo el trabajo, naturalmente".

     Fui en la adolescencia un lector deslumbrado de Tagore, de su teatro en particular (muy asociado al de Yeats, que le apadrinó y algo se dejó influir en sus propias piezas escénicas), pero ahora echo en falta en castellano nuevas traducciones de sus historias cortas y alguna de sus novelas como ‘La casa y el mundo', sin duda magníficas; Alianza Editorial mantiene en su catálogo media docena de sus títulos poéticos y dramáticos más conocidos (en las versiones de Camprubí/Jiménez), y Visor relanzó hace unos meses la antología ‘Últimos poemas', con traducción directa del bengalí revisada en castellano por el novelista Mariano Antolín Rato. La narrativa de Tagore inspiró además varias películas de otro extraordinario artista bengalí, Satyajit Ray, formado en la escuela de Santiniketan y en buena medida discípulo suyo. ‘Charulata', una de las obras maestras del cineasta, adapta maravillosamente ‘El nido roto', uno de los relatos más memorables del olvidado gran gurú.

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24 de octubre de 2011
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El guión

El guión, la hoja de ruta, el relato, la farsa incluso. El grueso de este debate no versa sobre hechos, sino sobre dichos, intenciones atribuidas por unos a otros, significados descifrados, palabras interpretadas, pactos secretos incluso. Hay desacuerdos radicales que son fundamentalmente semánticos: sobre el significado de las palabras, sobre el derecho a usar unas y no otras, sobre la fuerza narrativa del adversario. Y sin embargo, cuando se trata de la acción por las armas, la única realidad que importa es la que afecta a su uso y sus efectos, en forma de amenaza, de muerte, de dolor, de cárcel.

Las armas han callado. La gran mayoría cree que definitivamente. Los amenazados respiran de alivio. Los escoltas se reúnen para organizar un futuro en el que su protección será innecesaria. Pero nadie se fía de la palabra de quien las ha usado a placer desde hace tantos años. Hay motivo para no fiarse. Así, en general. En principio no es de fiar la palabra de quien tiene como dedicación primordial el acto homicida. Siempre puede quedar, además, una fracción disconforme con las palabras de paz y dispuesto a proseguir con las acciones de guerra. Esta vez sí, nos dicen. Las palabras definitiva e irreversible. El ahogo político y electoral: si matan de nuevo, se hunde el proyecto de relegalización y participación en las instituciones; ni cargos ni dinero. El cerco policial en Francia y España: apenas queda algo, pero dos años más así y no quedará nada. El aislamiento internacional: ya no hay Estados que echen una mano, y en la próxima ocasión ni siquiera encontrarán rincones de América Latina donde esconderse. Habrá que creerles, entonces, aunque con enorme prudencia. Sin hacer ni un solo paso en falso. Lo que importan son los hechos. Si entregan las armas será más fácil que se les crea. Si se disuelven, todavía más. Sabiendo que esta decisión es solo por interés, por su interés, sin arrepentimiento, sin dolor, incluso con la arrogancia de quien asegura que valió la pena y lo volvería a hacer en aquellas circunstancias. Hay otros hechos a los que habrá que atender. Los efectos de esos crímenes persisten y persistirán mientras siga vivo su recuerdo a través de los familiares y amigos de las 823 personas asesinadas. Va para muy largo. Es de desear incluso que vaya para largo, porque no merecen pasar página y el olvido. Ningún consuelo puede haber para su muerte y su ausencia, ni siquiera esta paz que ahora les prometen, tan difícil si antes no hay piedad, y después petición de perdón. No es una cuestión política, no. Ni debe serlo. Es algo mucho más complejo y personal, que afecta a cualquier víctima y de cualquier color: quienes han sobrevivido a un golpe del terror certifican con sus vidas que no valió la pena, que no debió suceder, que ninguna causa por inmensa que pueda ser justifica quitarle la suya a una persona. Hay que cuidar de ese dolor, procurar que nadie ofenda a quienes soportan su carga; que nadie se permita ignorarlo en los pasos que habrá que hacer en ese camino nuevo sin armas. Sobre todo porque ahí están, silenciosos, vivos, palpitantes, esos centenares de presos por terrorismo, esa masa decisiva para un futuro sin violencia. Ellos también son un efecto de los hechos: el retroceso del arma asesina, que hiere a quien la usa, destroza su vida en muchas ocasiones; las vidas de sus allegados también, hasta extender otro rencor distinto, pero igual de profundo, más retorcido, porque es un dolor culpable que no quiere reconocerse como tal. Lo que cuenta es el debate sobre los hechos. Es decir, las víctimas y los presos. La pelea por las palabras puede facilitar las cosas, pero es lo de menos. Las de Mayor Oreja sobre una negociación secreta entre Zapatero y ETA, una hoja de ruta soberanista, y esa paz-trampa continuadora de todas las trampas anteriores, insultan al gobierno y ahora incluso al PP, pero satisfacen a Otegi y a su capacidad de convicción sobre ETA. También esas ocurrencias extremistas tienen su función en este guión que por el momento está obteniendo el aplauso reticente pero a la vez unánime del público.

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24 de octubre de 2011
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Julian Barnes y las falacias de la memoria

Julian Barnes acaba de ganar el Man Booker con The Sense of an Ending, una novela corta que vuelve a explorar los temas de la mortalidad, el envejecimiento y las falacias de la memoria, ya trabajados en sus más recientes libros de cuentos -La tabla limón (2004) y Pulso (2011)- y en sus memorias, Nada que temer (2009). Estos temas también agitan La viuda embarazada, la más reciente novela de Martin Amis, otro escritor de la magnífica generación de Barnes (que incluye a Ian McEwan y Kazuo Ishiguro). Sin embargo, Barnes y Amis no podían ser más diferentes: Amis se decanta por la sátira corrosiva y está sobre todo obsesionado por los efectos físicos del envejecimiento ("una película de horror en la que lo peor se reserva para el final"); en cambio, Barnes mantiene el tono refinado, reflexivo, de sofisticada ironía que es su marca desde la magistral El loro de Flaubert (1985), y ofrece una meditación elegante sobre los trucos de la memoria a medida que pasan los años.

Lo que uno recuerda, sugiere Tony Webster, el narrador de The Sense of an Ending, no siempre es lo mismo que uno ha presenciado. La novela puede leerse como la exposición de esa idea. Tony es un caso curioso: un narrador que no es digno de confianza a pesar de sí mismo; los hechos que oculta al lector también se los oculta a sí mismo. Si no cuenta algo no es por mala fe; simplemente, así funciona la memoria, y así nosotros aprendemos a contar nuestra historia, olvidando gran parte de lo ocurrido, seleccionando de lo que queda. Como dice Adrian, el amigo lector de Camus que admira Tony y en torno al cual gira la tragedia de la novela, "la historia es la certeza que se produce en el punto en que las imperfecciones de la memoria se encuentran con lo inadecuado de la documentación".

La novela se divide en dos partes: en la primera, el narrador recuerda sus años de juventud en los sesenta, marcados por la presencia fascinante de Adrián Finn y por el amor a Veronica, una mujer enigmática que pertenece a un escalón superior en el "amable Darwinismo social de la clase media inglesa", y que lo deja, para su profunda decepción, por Adrian (poco después, Adrian se suicidará bajo el aparente mandato de un argumento filosófico: la superioridad del acto sobre "la pasividad de dejar que la vida simplemente te ocurra"); en la segunda, Tony ya es un sesentón que ha llevado una vida ordinaria, sin mayores sobresaltos gracias a su falta de ambiciones y a su instinto de preservación, con los triunfos y los fracasos normales (promociones, divorcio). A esa vida de "sobreviviente" llega el sorpresivo legado de la madre de Verónica, que acaba de morir. Ese legado -500 libras y una carta- hará que Tony reconsidere ese amor de juventud truncado con Verónica, y su grado de culpa en el suicidio de Adrián.

Como en un relato de suspenso en el que lo que se persigue es el verdadero peso de las emociones, Tony irá descubriendo qué fue lo que hizo antes del suicidio de Adrián y que creía haber olvidado por completo: "¿Quién dijo que la memoria es lo que pensábamos haber olvidado? Y debería ser obvio que el tiempo no fija las cosas sino más bien es un disolvente". Llegará, entonces, el dolor ante el descubrimiento del autoengaño: "nuestra vida no es nuestra vida, es solo la historia que hemos contado de nuestra vida. La hemos contado a otros, pero sobre todo a nosotros". Barnes todavía se reserva un golpe de efecto para las páginas finales: algunos lo encontrarán efectista e innecesario, otros (me encuentro entre ellos) temblarán ante la revelación. The Sense of an Ending es una reflexión lúcida sobre la memoria y sus engaños, un gran ejemplo de cómo la narrativa puede ayudarnos no solo a contar nuestra historia sino también a esconderla.

(La Tercera, 22 octubre 2011)

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24 de octubre de 2011
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El valor del combate literario

El escritor adquiere una gran autoridad cuando habla de sí mismo. Es irrefutable y nadie puede desmentirlo. Lo mejor es creer en él a pies juntillas. Sólo así conoceremos su inabordable punto de vista. 

Ciertos autores, que no nos atrevemos a citar, maltratan esta curiosidad y se recrean en una petulante fantasía autobiográfica. Se citan con la misma contundencia, se aluden con forzada modestia. Pero algo en su tono de voz los traiciona. No siempre lo percibimos. No siempre nos ofende.

Otros, sin embargo, son más parcos y por ello merecen nuestro agradecimiento.
John Banville declara en El País su arrogante desprecio por Franzen pero se
deleita en una singular confesión: escribir literatura supone saber que serás
derrotado.

¡Cuánta energía reverbera en esta frase! ¡Cuánto arrojo!

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23 de octubre de 2011
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Andrea Jeftanovic en Lima

Andrea Jeftanovic. Foto: Julia Toro La Feria del Libro Ricardo Palma, que se desarrolla en Miraflores hasta el 1 de noviembre, superando los escollos del año pasado, es una feria tradicional, de barrio. Una feria donde sobre todo se compran descuentos, aunque no hay que descartar las novedades. Hay varias novedades que se presentarán en los días siguientes (les dejo el enlace con las actividades) y entre ellas quiero destacar la presencia de la narradora chilena Andrea Jeftanovic, quien esté lunes 31, a las 7:00 pm, presentará el libro de cuentos No aceptes caramelos a extraños (Uqbar editores) En Página 12 la entrevista Silvina Friera respecto a su obra y este libro en particular:

?¿Por qué las voces narrativas son más bien impertérritas: no pontifican ni condenan? ?Prefiero contar la crudeza sin lástima, sin emociones ?casi?. Intenté crear una sintaxis psíquica y emocional; y a veces ese relato está hecho de escenas crudas que prescinden de juicios morales, una sintaxis que registra esa delgada línea entre el eros y el tánatos, con imágenes bellas pero que golpean, frases reiterativas como el movimiento de una marea. El niño que se da cuenta de que la madre está viviendo una depresión post natal feroz siente que ese bebé arruinó la familia. El lugar común es que llega un bebé y trae la alegría al hogar. A mí me gusta, en cambio, ver el revés de esa trama. Un bebé es una alegría, pero en algunas circunstancias no. Hay gente que me dice ?¡Ay, qué horror!? (risas). Pero no son relatos autobiográficos. La literatura es un espacio de libertad moral para indagar en la psiquis humana. ?En los cuentos, los cuerpos de los personajes tienen un protagonismo central; están siempre en un primer plano. ¿Las tramas empiezan por los cuerpos? ?Trabajo el cuerpo y el erotismo cruzándolos con la violencia y con un proyecto político, como hacía el Marqués de Sade. O sea que el escándalo es para llamar la atención porque el cuerpo es una plataforma de dominación que tiene incrustada la dialéctica del amo y el esclavo. El cuerpo es un lugar de dominación, de humillación del otro, hasta incluso de aniquilación, como lo trabajó Pasolini. Pero creo que parto antes del cuerpo. Quizás en el deseo, pero en un deseo errático, angustiado, por excesiva soledad y no por morbo, que no me interesa mucho. No debería haber libido en una pareja que se reencuentra a raíz del accidente grave de su hijo; entre una madre que pierde a una hija y la busca por todo Santiago; entre dos mujeres que descubren que comparten el hombre; en una niña que relata al terapeuta y al juez su pasado de abuso y rivalidad con su hermana; en unos vecinos que tienen un ritual erótico a la distancia, hasta que un día presencian un suicidio; en un hijo que se rebela al compromiso político de sus progenitores; en una hija que acompaña a su padre moribundo fumando marihuana en un hogar de ancianos y mirando las estrellas. A veces es la inminencia del peligro; otras, el abismo de la normalidad. Y siempre el cuerpo como escenario ineludible. ?No aceptes caramelos de extraños sale justo cuando el cuerpo de la sociedad chilena está convulsionado por el movimiento estudiantil. ¿Cómo está viviendo este momento político? ?El movimiento supera a las aulas; es algo ciudadano, transversal. Los chilenos nos estamos preguntando cómo hemos estado dormidos tanto tiempo, como si nos hubieran anestesiado bajo la lógica brusca de la dictadura del mercado. En estos meses en las marchas han entrado en contacto cuerpos extraños, y en una sociedad segregada como la chilena eso no es lo habitual. De algún modo, con este movimiento se ha reconstruido el tejido social destruido por la dictadura, un tejido de ciudadanos que quieren sentirse parte de una comunidad. El sistema neoliberal caló hondo en la sociedad chilena y ha impuesto un individualismo alienante, una sociedad de castas y, con justa razón, mucho resentimiento. Para mí ha sido esperanzador el apoyo transversal de esta causa. Si bien se han perdido varios meses de clases regulares, creo que hemos tenido una clase magistral de educación cívica y ética. Es muy interesante la actividad política y cultural que se ha dado en los campus en paro o en toma; los foros de discusión, las lecturas literarias, los conciertos de música. Y también ha sido una lección de humildad, en la que los políticos y ciudadanos adultos estamos aprendiendo de estos jóvenes. ?En esa clase magistral de educación cívica y ética sobresale Camila Vallejo, entre otros líderes. ?Es cierto, mención aparte merece este grupo de líderes, por su rigurosidad y ponderación, por su capacidad de trabajar en equipo y preocuparse de ser representativos, por su modo de desenvolverse en los medios y responder con agudeza y calma a los conductores políticos con experiencia que siempre pierden los estribos. Y, en especial, por su generosidad. Ellos no luchan por ellos, casi todos están a punto de egresar, sino que lo hacen por las generaciones futuras. Si logran lo que demandan, será un punto de inflexión en la historia del país.

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23 de octubre de 2011
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Una historia sin parteras

La partera todavía anda muy atareada en estos tiempos. Recuerden al viejo Marx: ?La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una sociedad nueva?. En Europa se le acabó la tarea, al menos hasta los glacis de Rusia. Debió acabar mucho antes. Por ejemplo, a partir de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín y regresó la libertad para los países atornillados por Moscú al extinguido pacto de Varsovia. No pudo ser: prendió en los Balcanes primero, rebrotó en el Caúcaso y todavía mantiene algunos rescoldos en Ucrania, Bielorusia y Moldavia.

Lo mismo sucedió en España. Pudo y debió ser en 1978, cuando los españoles se dotaron de su regla de juego. Y hubo luego más oportunidades: al terminar la guerra fría, con la paz en el Ulster, ante la polarización de un megaterrorismo demoledor y sin límites... Nada convenció a la vieja matrona ensangrentada, empeñada en permanecer en el que fue el más violento continente de la historia y ahora se ha convertido en todo lo contrario. Una historia que por nada del mundo quiere transcurrir con partos de dolor y de muerte, eso es Europa. El relato de la libertad que excluye a quienes saben tomar ventaja de la violencia. Por eso el mismo día en que se retira avergonzada de la península ibérica, encapuchada y arrogante en su derrota, muestra en Sirte su ferocidad magistral. A esa vieja sanguinaria e injusta le complace de vez en cuando dar a cada uno su merecido, en proporción a la crueldad de su resistencia al cambio. A Ben Ali, que aguantó poco, el exilio. A Mubarak, que se resistió hasta el último día a tirar la toalla, la cárcel. A Gadafi, que redobló sus instintos asesinos para acallar las protestas, la guerra civil, la derrota y la muerte.Mucho les costará a los árabes expulsarla de su territorio. Aunque sus servicios sean indeseables, fácilmente se cuela en las casas y se instala con su guadaña entre la gente. Ahora gracias a los móviles y a las redes sociales, nos llegan en tiempo real las imágenes repugnantes de su siega sangrienta. Ya sucedió en 1989, con la filmación del juicio irregular y fusilamiento del matrimonio Ceaucescu en Bucarest; como ahora desde Sirte con esas imágenes captadas por los móviles del apresamiento, vapuleo y tiro en la sien al tirano.

La nueva Libia nace con ese tiro descerrajado a Gadafi, prisionero y herido, ante las cámaras. Como muere un perro. O una rata. Los animales que le gustaba evocar al dictador para despreciar a sus enemigos. Este nuevo mundo sigue alumbrándose en la sangre y el dolor. Como siempre. Un punto de partida difícil para que los libios se den libremente una regla de juego que a todos les pacifique e incluya. Y un mal presagio para las transiciones tranquilas. Los árabes, como los europeos, merecen también una historia sin parteras.

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23 de octubre de 2011
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Boda de una crónica

 

En la capilla de la calle de la hija que tienen los franciscanos al final de la Cabeza se celebró ayer la boda de la señora Conpombidea Cecina con don Alberzal Primitivo. Bendijo la unión de los sollozos, en medio de los nuevos cónyuges de la madre doña Chús Cale Ría, el chispeante obispo Maté Peropoco y fueron padrinos el respetable poeta festivo Mató Porqueramoda y la elegante diócesis de Linde Pendencia. Firmaron como carabineros el probo primo Somuna Nasio capitán de testigos y el Perfecto funcionario de Lacucha en situación de Cándido. Encantó al auditorio el reputado Canso Aurescu  pateando con gran ceremonia el santuario que tienen los franciscanos en el órgano. Y terminada la misa de lágrimas durante la cual se le saltaron las nupcias a la novia, el párroco don Diosés Caldún dirigió a los lugares una robusta llena de contrayentes comunes que, sin concurso, animó al embargo. Después de los abrazos de la madrina doña Equinchar Matúa, toda la luna emocionada expresó a los nuevos deseos los más vivos esposos de que tuvieran una larga concurrencia de miel.

Todo el santuario con mundo firme salió del paso y la mayoría de los pies se dirigió a devorar la suculenta madrina mientas los novios fueron objeto de un gallo natural en menos que canta un fotógrafo. ¡Qué bonito banco! Ella estaba sentada en un marido rústico y su codo mirándola de retrato, puesto de reojo, mientras ella dejaba asomar una leve nariz, ¿qué tiene de extraño que a la pobre postura se le cayera la madrina contemplándolos con aquella baba en tanto sonaba la chalapa harta? 

Todos los concurrentes emparedados por ella misma tomaron servidos de jamón y rodajas de novia que les daba la lengua con galantina y toda clase de dulces procedentes de un derribo que se halla frente a la confitería Gas Teche y cuyo anuncio no cito para que no se crea que esto es un dueño disimulado. Al descorcharse el matrimonio, comenzaron todos a brindar por la felicidad del nuevo chacolí. Pasaban de comedor los amigos reunidos en el ciento y para todos tuvo la elegante frase una copa ingeniosa y una señora de licor.

Vueltos a sus coches Simbon Balapa los caballos al domicio tirado por dos novios alazanes, comenzó a servirse la viuda de don Calebo Roca dirigida por la propia merienda y luego hubo sol en el salón hasta que se puso el baile. Venturas pedimos y adiós que los harte de nosotros y nos dé también una buena muy consorte y, por formalidad, nos devuelva la añadidura que nos falta.

 

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23 de octubre de 2011
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Síntomas de confusión moral

 

La primera plana de los periódicos nos obsequia hoy con dos manifiestos estropicios morales. En el primero de ellos se celebra la muerte de Gadafi sin aclarar cómo se le ha linchado después de ser detenido vivo. Las crónicas no lamentan el espectáculo de un hombre cazado, arrastrado y asesinado por sus sonrientes perseguidores. Esta extravagante omisión difunde además una vieja y tenebrosa sospecha: hasta qué punto puede seducirnos la venganza cuando se comete con visos de impunidad.

El segundo chirrido moral nos lo proporciona el anuncio del fin de ETA. La lectura del comunicado difundido por la banda de pistoleros vascos suscita múltiples interrogantes pero el más notable, y quizá al que menos atención se presta, es cómo podemos ser los interlocutores de unos encapuchados. En principio, la parafernalia de estos imitadores del Ku Klux Klan debería hacernos desconfiar de una paz promocionada con tanto fervor como misterio. Realmente, resulta difícil entender que Kofi Annan o Jimmy Carter se conviertan en valedores de la banda furtiva que ha amedrentado, acosado, cercado y asesinado a tantos ciudadanos indefensos. A esta cacería inmisericorde de más de cuarenta años, los mitógrafos de la banda la llaman "confrontación armada". Algo que parece creer a pies juntillas el grupo de notables amparados por ese prestigio que en España tiene todo lo que habla inglés. Pero lo más chirriante de lo publicado es precisamente lo que no se publica: que no se traduzca al español, ni por supuesto al inglés, la consigna con la que se despiden los tres enmascarados de ETA: Jo Ta Ke..., dicen al final de su soflama. Que vendría a ser algo parecido a decir golpea, da fuerte, una y otra vez, hasta ganar.

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21 de octubre de 2011
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Esas camisas

 

El capitán de de gendarmes Médard Bonnart, que vino a España en 1812 para auditar las cuentas de la gendarmería, narró su estancia en San Sebastián en un libro de memorias. Una de sus impresiones más vivas es la celebración del Oficio de Tinieblas en la iglesia de San Vicente. Al apagarse las luces, los fieles donostiarras se pusieron a patalear y aporrear con piedras y palos el suelo, los bancos, las puertas y los confesonarios. El estruendo, decían, representaba el trueno que se oyó cuando Cristo murió en la cruz. Así nació la tamborrada, esa celebración admirable. También anotó observaciones sobre la conducta de la población que demuestran la ejemplar solidaridad vasca: por las mañanas las mujeres sacuden las pulgas y chinches de las sábanas sobre los transeúntes, de modo que no hay donostiarra ni visitante que no ostente rastros de andar comido de parásitos.

En 1843, Victor Hugo visitó el admirable pulguero donostiarra y escribió a su esposa y su hija Leopoldine: “La señal de los proyectiles en todas las casas, las huellas de las tempestades en todas las rocas, el rastro de las pulgas en todas las camisas: he ahí San Sebastián”.

No estaría mal un poco de higiene, queridos vascos, porque si bien las viejas sábanas han sido sustituidas por enseñas tricolores que generosamente sacudidas infunden entre los viandantes la maravillosa conciencia de ser una raza envidiada, un pueblo admirado a causa de su latín hablado por aquitanos, y su disfrute de un conflicto secular, aproximadamente desde el neolítico, hoy más que nunca salta a la vista el rastro de sangre y cagadas de pulgas en todas las camisas.


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21 de octubre de 2011
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