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¿Alguien nos representa?

Por 24 de octubre de 2011 Sin comentarios

Jorge Volpi

Aquí y allá, las mismas miradas, el mismo estilo, la misma energía. Nacidos entre 1985 y 1995, estos jóvenes no son nativos digitales, pero Internet se ha convertido en su patria y las redes sociales en su zona de encuentro. Como sus predecesores de 1848 o 1968, su enfrentamiento con el establishment es sobre todo emocional, pero la palabra "revolución" ha desaparecido de su vocabulario. Son rebeldes tranquilos, más preocupados por sacudir conciencias que por transformar a la sociedad por medios violentos.

Sus críticos dicen que nada los acerca, fuera de su pasión tecnológica; mientras unos se congregaron para protestar contra regímenes dictatoriales (de Túnez a El Cairo), otros lo hicieron para oponerse a los recortes al estado de bienestar (de Madrid a Bruselas), y otros más para revelarse contra los poderes financieros globales (de Tel Aviv a Nueva York). Aun así, comparten el mismo espíritu: un brutal desencanto frente al sistema implantado en el mundo tras el derrumbe de la Unión Soviética en 1991.  

Cuando el espacio comunista hizo implosión, los vencedores trataron de convencernos de que la Historia había terminado. Pero, derrotado el enemigo, a las democracias liberales ya no les pareció tan urgente demostrar sus conquistas sociales. Si el libre mercado había probado su eficacia, había que volverlo aún más libre, relajando al máximo la regulación de las instituciones financieras. La solidaridad dejó de ser un valor encomiable y el individualismo pasó a ser la postura ética dominante. Tras el 11-S, la Historia se reanudó, pero sólo para combatir a un nuevo enemigo, el terrorismo islamista. Y, mientras Occidente se empantanaba en una costosísima guerra en Medio Oriente, sus basamentos morales, políticos y económicos se volvían irreconocibles.

Los gobiernos democráticos habían prosperado por su capacidad para representar a los sectores sociales más diversos, pero esta virtud empezó a deslavarse. En todas partes, dos o tres grandes partidos se repartieron el poder, indiferentes a los deseos ciudadanos. Una vez elegidos, los políticos no dudaban en volverle la cara a sus electores: la oposición y el gobierno se volvieron casi intercambiables, toscamente imbricados entre sí, hasta conformar una clase política que recuerda a la antigua nomenklatura comunista.  

Durante una década, este modelo sobrevivió gracias a las tácticas del miedo expandidas por Bush y a la burbuja económica que permitió recompensar incluso a los sectores más críticos. Pero un buen día, el capitalismo no toleró más sus contradicciones -el imperio de la avaricia, la cultura del riesgo y la falta de representación-, y comenzó su propia implosión, análoga a la sufrida por la URSS. En 2008, reventó la burbuja inmobiliaria, cayó Lehman Brothers, y Estados Unidos y otras naciones decidieron rescatar a sus bancos (y a sus banqueros).  

Las élites surgidas durante los años de prosperidad han demostrado su torpeza a la hora de enfrentar la crisis. Por un lado, contamos con una inamovible burocracia económica que solo se preocupa por el déficit, descuidando las políticas de recuperación y de empleo -el "pleno empleo" soñado por Keynes- y, por el otro, con una clase política carente de representatividad, dominada por los partidos y sus intereses.  

Lo raro es que los movimientos de protesta hayan tardado tanto en reaparecer. Aquí y allá la queja es idéntica: contra políticos (demócratas o republicanos; socialistas o populares; priistas, panistas o perredistas) que no escuchan a sus ciudadanos; contra gobiernos impopulares (Obama y su tibieza frente al poder financiero; Zapatero y sus recortes; Calderón y su guerra contra el narco) y contra una oposición que genera la misma desconfianza (la teocracia del Tea Party, el conservadurismo de Rajoy, la corrupción del PRI).

  Gracias a las redes sociales, el descontento ha viajado de un extremo a otro del planeta. La primavera árabe se transformó en el 15-M español, que a su vez fue copiado por los indignados de Israel y Occupy Wall Street. Grupos pequeños pero bien organizados. ¿Cuál será la consecuencia de su aparición? Probablemente, no alterarán los resultados de las elecciones que se llevarán a cabo en varios países (España, Francia, México, Estados Unidos) pero, si se mantienen y proliferan, podrían contribuir a algo más importante: la derrota definitiva de la ideología neoliberal vigente en el mundo desde 1991. Es decir: podrían reimplantar el virus de la autocrítica en nuestras alicaídas democracias liberales para obligarlas a recuperar el espíritu social y representativo que las distinguió en otro tiempo.

Pese a la catástrofe que vive, México apenas ha sido contagiado por las protestas. El movimiento encabezado por Javier Sicilia fue, acaso, una primera llama. Pero las perspectivas electorales del año próximo son un excelente caldo de cultivo. Su eclosión tal vez podría modificar nuestro anquilosado panorama político, dividido entre los panistas que se empeñan en defender la guerra de Calderón y los priistas que aspiran a recuperar el poder sólo ante el desgaste del PAN, con una izquierda incapaz de servir como fiel de la balanza. La gran pregunta es: ¿en verdad serán estos partidos quienes habrán de representarnos? Esperemos que el espíritu de estos jóvenes permanezca en nuestras calles y logre asentar una idea tan simple como ésta: ya no podemos tolerar a los políticos que sólo se preocupan por sí mismos.

 

twitter: @jvolpi

 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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