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Alejarse de Aristóteles I

La mirada atrás de Erwin Schrödinger

En un momento de estas reflexiones evocaba al Erwin Schrödinger, profesor en el Trinity College de Dublin, que renunciaba  a  proseguir su curso de doctorado  en física a fin  de retomar la reflexión primordial sobre el término mismo que da origen a la disciplina. Lo designado por el término griego  Physis  ocupó entonces el pensamiento de Schrödinger, pero sorprendente no la  Physis descrita en sus rasgos universales y omni-aplicables por aquel que fue llamado El filósofo y  podría, como ya he señalado, ser quizás con mayor razón ser llamado El  científico. 

No es en Aristóteles en quien el físico cuántico busca claves para los interrogantes a los que le ha conducido su propio trabajo, a la vez teórico y experimental. Schrödinger busca más bien ayuda en aquellos de los que Aristóteles fue historiador y cuyo pensamiento vinculó de tal manera que el conjunto pudiera ser considerado como secuencia de eslabones precursores de un sistema. Aspecto este que ya plantea un problema, pues un sistema es algo que sólo puede ser construido en base a principios que no cabe asegurar que se dieran antes precisamente de que Aristóteles los erigiera en soporte del ser y del conocimiento (de ahí que el propio Corpus de Aristóteles, en el que se fragua la idea de sistema, no llegue como tal a constituir uno).

No es claro que puedan ser considerados como partes  de un sistema en embrión esos pensadores pre-socráticos en los que busca refugio  Schrödinger.   Quien como el físico austriaco  percibe que la naturaleza no  obedece realmente (no podría hacerlo) a aquello que nuestro deseo de certeza había erigido en regla (erigido en análogo al imperativo de los dioses)...no puede buscar confort en el legado de Aristóteles. No es a la Atenas luminosa que la mirada retrospectiva de Schrödinger se dirige,  sino a Elea o Éfeso...  e incluso a lugares más arcaicos. Schrödinger  retorna  a territorios del pensamiento  dónde no siempre lo que ahora es  marca lo que será, ni lo que parece advenir tiene necesariamente causa. No se trata de territorios de  la sinrazón, sino  por el contrario, territorios dónde la razón, liberada de ámbitos que la circunscriben, tiene la libertad de desplegar la pluralidad de sus epifanías, territorios  en los que  el pensar y el decir se entrelazan para recrear la naturaleza de las cosas. 

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8 de diciembre de 2011
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Asesinato de la amenidad

¿Aceptaría usted formar parte de la UE y aprobar el euro si se lo propusieran otra vez? Año tras año y hasta el infierno actual, la Eurozona ha brindado experiencias, positivas y negativas, pero llegado a este año, una década después de que la moneda única empezara a circular, la sociedad ha sufrido tantos accidentes mortales que la ha convertido en un nefasto emblema.

Puede que los burócratas y los tecnócratas de la eurozona no piensen lo mismo, pero ¿cómo ignorar que los ciudadanos han sufrido en las llamas de una inflación insólita? Una inflación tan devastadora como enmascarada, tan empobrecedora de la clase media que en nada se corresponde con los himnos de su alta cotización.

Más o menos, de una parte han ganado estatus los mandamases multiplicando su poder de nacional a supranacional, han ganado honores y euros en instituciones más o menos inextricables, a cual más ineficiente o dañina. De otra parte, millones de ciudadanos han pagado las decisiones de políticos y economistas megalómanos tan apartados de la realidad social que si antes nos parecieron déspotas ahora se revelan como zombis arrastrando su narcisismo sin dejar de hacer el mal.

Dinamarca, un pequeño país que se revolvió una y otra vez contra la moneda única, signo del pensamiento único, ha sido repetidamente obligada a volver a votar 'sí'. Campos, ganados, viñas, olivos, manzanos, producciones de toda especie, han sido sometidas al Saturno de la UE.

Este modelo común es más común que comunitario, más lecho de Procusto donde se cortan o estiran las peculiaridades para que se ajusten al patrón. El patrón que en los recintos de Bruselas han diseñado los jerarcas sin mirar al exterior. Una operación así, con buena o con torpe intención, ha desembocado al final en la tortura o la agonía de casi todos los países integrados. Y precisamente Grecia, cuya letra épsilon dio cara a la unidad cambiaria, es ahora la que ha recibido las más fuertes bofetadas.

Entre otros latigazos, los funcionarios serán reducidos en otros 30.000, se recortarán las pensiones a casi medio millón de jubilados, el PIB se contrajo en un 5% en lo que llevamos de año y el desempleo llega a ser tan alto como el de España. Como ha declarado el director de Doctors of The World, Nikitas Kanakis, Atenas se encuentra al borde de una crisis humanitaria.

No debe decirse crisis humanitaria sino de la humanidad, para entender lo que pasa. Los economistas y políticos siguen clamando que la solución no es menos Europa sino más Europa. Más purgación. En definitiva, una manera zombi de seguir caminando y caminando cuando la muerte ha ganado la liza y el hermoso proyecto europeo de la CECA tras la Segunda Guerra Mundial ha ido pervirtiéndose hasta obviar el sentido de su progresión. ¿Todo el mal es efecto del euro y la integración? Parece difícilque una divisa encierre tanta condena, pero ella, en cuanto signo de la política comunitaria de este siglo XXI, ha agravado la crisis hasta convertir Europa en el más desdichado y sucesivo cementerio desde las guerras de sucesión

Política que ha masacrado la vida, el sentido de los pueblos y la pequeña comunidad agropecuaria o industrial. Directivas que han abatido, en consecuencia, importantes señales de identidad, ataduras, con fuertes multas incluidas, que han impedido atender los problemas distintivos de una zona y unas gentes. Leyes que han aherrojado pueblos diferentes en un modelo de desarrollo que hoy, con toda evidencia, es lo opuesto a la biodiversidad y al bienestar de lo que ya estaba bien.

Prácticamente ninguna de las ideas que en estos momentos críticos se consideran pilares para tratar de construir un mundo mejor coinciden con el mostrenco temario de la UE. Y ninguna de las posibles acciones para construir una democracia real y un progreso de contenido humano coinciden con las doctrinas de ese proyecto unitario tan arrasador e inepto.

Lo que tanto celebrábamos hace 25 años, llenos de ilusión europeísta, se revela ahora como una maquinaria temible. Un artefacto grotesco en el mejor de los casos y, en casi todos, una fuente de error y de terror. ¿El mito de la Unión Europea? Mejor decir el timo de una formación precipitada y de tanta crueldad, localidad a localidad, como no se ha conocido en la Historia económica. En apariencia, no hay víctimas a la manera de las guerras mundiales dentro de Europa, pero ¿qué otra fuerza mutiladora podría parecerse más?

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8 de diciembre de 2011
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La conversación democrática

Sin conversación democrática no hay democracia. La vida política no puede reducirse al funcionamiento mecánico de unos procedimientos activados por la correlación de fuerzas, el reparto de votos y escaños. Mal asunto cuando la deliberación se convierte también en parte del procedimiento, pero sin contenido conversacional y argumental alguno. Un país adquiere textura y densidad política cuando es capaz de organizar una buena conversación democrática eficaz en la que todos se sientan partícipes. Por supuesto, las instituciones parlamentarias conforman el corazón de la deliberación democrática, y también los medios de comunicación, sus periodistas, los intelectuales, los lectores al fin.

La gracia de la conversación democrática es que empieza en el rellano de la escalera de casa y ahora además en twitter, facebook o eskup en el caso de los debates que organiza EL PAIS. Cuando el tema lo exige, el país entero se sumerge en ella. Llama positivamente la atención que un entrenador de fútbol, Pep Guardiola, haya querido señalar que es la Cumbre Europea que empieza mañana y no el llamado Clásico entre Madrid y Barça el acontecimiento que importa esta semana, para solicitar al menos un poco de atención de quienes viven sumergidos en la información deportiva y prefieren que su equipo vaya en cabeza aunque el euro se hunda en la miseria. La conversación de esta semana en todo el continente gira en torno a Merkozy, la unión fiscal, el estado de nuestras deudas y déficits, la dimensión de los recortes que sufrimos y el euro. Pero en el caso de la conversación española cabe señalar que llegamos mañana a la Cumbre sin que hayamos escuchado todavía en boca de nuestros presidentes, el saliente y el silente, qué, por qué y cómo vamos a defender los intereses de los ciudadanos españoles en la reunión donde se puede producir la mayor cesión de soberanía nacional desde la firma del tratado de Roma en 1957. La conversación tiene capacidad constructiva o debiera tenerla: hacemos Europa cuanto más nos preocupamos y discutimos los europeos sobre Europa, algo que ahora podemos hacer también a través de las redes sociales. Los periodistas tenemos un papel crucial en esta conversación, por nuestra capacidad para actuar de animadores a través de nuestras informaciones, análisis y, sobre todo, preguntas. El buen periodista es el que sabe trasladar al espacio de la conversación pública las principales preguntas que preocupan a los ciudadanos. Habrá que ver pues si somos capaces estos días de acribillar a nuestros responsables políticos con las buenas preguntas para que al final consigamos entre todos obtener las buenas respuestas a la crisis europea. Yo de momento quería utilizar todo este excurso para presentar y explicar al lector de este blog mi última conversación con Javier Solana, titulada ?Primaveras, terremotos y crisis?, publicada en forma de e-book y a la que los lectores podrán acceder libremente a través de este enlace. Se trata de una ampliación del libro de conversaciones que publicamos ahora hace poco más de un año, bajo el título de ?Reivindicación de la Política. Veinte años de relaciones internacionales?. En este caso, nos reunimos el pasado verano en un par de ocasiones para realizar un nuevo repaso panorámico por los principales acontecimientos ocurridos en el transcurso de 2011 desde el cierre del libro. Los tiempos tan acelerados y trepidantes no han permitido recoger el último tramo de la crisis europea, desde finales de septiembre hasta hoy. Está escrito, antes de todo esto. Pero quiere servir también para situarse un poco ante todo lo que vamos a vivir estos próximos días.

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7 de diciembre de 2011
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Rebeldes y burgueses

El vigilante de la sala parece un hombre tranquilo que mira a un punto fijo mientras Pedro Almodóvar, subido a unos tacones, y Fabio McNamara, con una chaquetilla de torero, cantan y chillan desde una pantalla gigante. La escena pertenece a un programa de La edad de oro, emitido por TVE. Y hoy forma parte de la nueva colección permanente del Centro de Arte Reina Sofía: De la revuelta a la posmodernidad (1962-1982). Veinte años en los que nos hemos hecho mayores a pesar de la omnipotencia infundada por el horóscopo, los yogures y las hormonas. Le pregunto al guardia si está entretenido. Me responde que ya son demasiadas repeticiones de la actuación como para interesarse mientras podría estar pensando: «Estas mamarrachadas». El número, musicalmente rudimentario, se deja admirar. Sorprende la irreverente frescura de aquellos modernos ochenteros, cuando, hace veinte años, dos hombres maquillados como mujeres en un escenario resultaban una provocación. Nada que ver con el prefabricado Marilyn Manson. La rebeldía era tierna, una pose frente al aburguesamiento que escapaba de los guiones clásicos. Un «que nadie nos diga cómo tenemos que gastar o malgastar la vida». El sentimiento más pujante ante la magnífica colección del museo orquestada por Manuel Borja-Villel procede de la evidente defunción de la neovanguardia. Aquello que fue tan rabiosamente novedoso hoy es antiguo; aun así, conserva la tozudez de provocar, la obsesión por ser absolutamente moderno. En la sala, la alarma de seguridad del muro de Sol LeWitt, un gorgojeo, se confunde con los trinos de las cotorras ?vivas? que protagonizan una instalación del grupo Tropicália y el visitante camina sobre arena de playa, en el centro de Madrid. No hay distanciamiento con la obra sino una desdramatización: no busques más allá del ahora, «lo que ves es lo que hay», un encuentro físico con el arte que desplaza la figura romántica del artista. La gente, más que mirar, se queda pensando, como si intentara desentrañar un jeroglífico. Hasta que percibe el grito que se amaga detrás de cada obra. «Los sesenta son algo más que la patria del inconformismo, son la plantilla comercial de nuestros tiempos, un prototipo histórico para la construcción de máquinas culturales que transforman la alienación y la desesperación en conformismo», escribe Thomas Frank en La conquista de lo cool. El libro llega a España más de una década después de su publicación, aunque su tesis sigue vigente: la revolución contracultural incentivó al mercado y provocó el nacimiento del consumismo moderno con un claro mensaje: «Si quieres ser único, compra lo mismo que los demás». En publicidad, hay ejemplos de cómo la transgresión se ha ido convirtiendo en docilidad: desde los eslóganes para que fumaran las mujeres, bien reflejados en la cuarta temporada de Mad men, hasta las canciones contra la guerra de Iraq en los anuncios de Nike. O Lennon, Dylan o Marley, que continúan sonando con ecos protestones, sólo que ahora envolviendo a mujeres de Madison Avenue. No hay más que ver la última iniciativa de El Corte Inglés: una planta dedicada al arte para vender obras a plazos, a fin de que todo el mundo pueda lucir un buen cuadro en casa y pagarlo como un electrodoméstico. Toda revolución cultural que se levanta para matar al padre e instaurar un arte puro acaba acomodándose y es adoptada como signo de estatus una vez que se ha desvanecido su vigencia. Incluso el espíritu asambleario de los indignados ya se ha contagiado y sirve para vender tarifas planas, eso sí, con épica: «La gente ha hablado y esto es lo que nos ha pedido», dice la voz en off de Telefónica, jugando con fuego.

(La Vanguardia)

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7 de diciembre de 2011
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I. Un inmigrante ilegal

Un niño extranjero, proveniente de un país remoto llega inesperadamente a los Estados Unidos, y como otros tantos que atraviesan clandestinamente sus fronteras, es un inmigrante ilegal. Llega solo, sin sus padres, que han muerto en un cataclismo; sin embargo, tiene la buena suerte de caer en manos bondadosas, la de una pareja de granjeros de un pequeño pueblo rural, Smallville, y pasa a llamarse Clark Kent, el hijo mimado de los señores Kent. Tiene una infancia feliz, crece sano y sin vicios, y se hace periodista  de El Planeta, el gran rotativo de la ciudad de Metrópoli, algo así como Nueva York.

Pero este muchacho sencillo y tímido, tiene una doble identidad, y llega a ser famoso en el mundo entero por razones muy especiales, las de sus superpoderes. Siempre que se entera de que está a punto de cometerse un delito, o de que alguien amenaza a su patria adoptiva, se oculta de la vista de los demás y en un segundo deja sus ropas corrientes para aparecer vestido con su uniforme de combate que tiene los colores azul y rojo de la bandera de su país. No sólo puede volar raudo por los aires, sino que su vista atraviesa las más gruesas paredes, o puede sostener un puente a punto de derrumbarse. Es el hombre de acero, capaz de enfrentarse solo a una legión de malandrines, a los que derrota siempre. Ya habrán descubierto hace ratos que estamos hablando de Supermán.

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7 de diciembre de 2011
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Novelas de terror y resistencia

-las balas que vuelan no tienen convicciones.

carmen boullosa, La patria insomne

 

Durante la última semana no hice sino presentar libros en la Feria de Guadalajara. Todo transcurría con normalidad, o al menos con la ominosa normalidad de nuestro país, cuando me vi atrapado en un juego de espejos. Rosa Beltrán me invitó a presentar Efectos secundarios, un breve y sobrecogedor relato sobre un individuo que se dedica a eso: a presentar libros.

El vértigo pronto se acentuó. Porque, mientras el narrador de Beltrán se embarca en un sutil elogio de la lectura -y una acerada denuncia de la frivolidad literaria-, no deja de escuchar, en sordina, los ecos de la guerra que azotan a su ciudad. La situación se volvió lacerante: allí estábamos, en la presentación de un libro sobre presentaciones de libros, a solo unos metros del lugar donde días atrás fueron encontrados 26 cuerpos sin cabezas. A mis ojos, Efectos secundarios se convirtió en la mejor metáfora de esta feria: una ácida diatriba contra la frivolidad de la violencia.

Fue entonces cuando me pregunté qué clase de ficción estábamos viviendo. Y concluí que el México de hoy es una novela de terror. Tal vez en otro tiempo fue una novela-río, una novela político-policíaca (mientras reinó el PRI) o una novela negra. Pero hoy es una historia de miedo. Y ni siquiera una que remita a Lovecraft o a Poe, ni tampoco a Frankenstein -por más que el gobierno demuestre la arrogancia del doctor-, sino a las delirantes novelas de zombis que apasionan a los jóvenes.

            Una novela de zombis que, para colmo, no se ahorra la imaginería gore: cuerpos destazados, cabezas guillotinadas, vísceras esparcidas por el suelo, sangre a borbotones. Es obvio que al autor de la masacre ocurrida bajo los Arcos de Guadalajara no le importan las reglas de la verosimilitud. Y también es claro que no buscaba amedrentar a lectores y escritores -por la redacción de la narcomanta, deducimos que nunca leyó un libro-, sino emplear un siniestro sistema de márketing para asegurarse la difusión de su texto.

            En este escenario apocalíptico fue inaugurada la 25 edición de la FIL: no sólo la segunda feria del libro más importante del mundo, sino la actividad cultural -y social- más relevante en nuestro país de zombis y vampiros. El contraste no podía ser mayor: allá, bajo los arcos, una enfermedad que corroe a toda la nación; y acá, adentro de la Expo, miles de ciudadanos que, a través de la lectura -desafiando al miedo-, intentaban regresar a la vida. A la vida normal. A la vida cotidiana. A la vida sin zombis.

            Y es que la FIL refleja lo mejor de México: una pequeña feria universitaria que, gracias a la ambición y al coraje, pudo transformarse en una referencia global. Una empresa que, 25 años después, encarna un género literario indispensable: las novelas de la resistencia. Esos libros casi extintos que narraban las aventuras de los maquis durante la segunda guerra mundial. O que circulaban clandestinamente en la Unión Soviética, en samizdat, para desafiar al estalinismo. La FIL convertida, pues, en un centro de resistencia contra la apatía.

El que la Feria haya entregado su premio a Fernando Vallejo acentúa las coincidencias. El colombiano no sólo es uno de nuestros mejores prosistas, sino uno de los pocos escritores que todavía usan el lenguaje como arma de combate. Así, mientras los narcos descabezan a 26 personas a unas cuadras, el autor de La virgen de los sicarios -una obra maestra que, muy a su pesar, inaugura la llamada "literatura del narco"- empleó las palabras para sacudir conciencias, ridiculizar a los poderes establecidos, acentuar la polémica y denunciar la hipocresía.

Vallejo es, sí, un artista del insulto, y qué refrescante oírlo arremeter contra panistas, priistas y perredistas por igual, exhibiendo su falsa moral y sus contradicciones (y qué patético ver a los priistas abandonando el auditorio o a los panistas atacándolo en redes sociales). No se trata de coincidir con las opiniones del novelista, por supuesto, pero su presencia en la Feria no podía resultar más saludable en nuestro país de zombis: alguien que no se conforma con recibir un Premio y permanecer en el "remanso de la cultura", sino que grita y vocifera. Y nos llama a no olvidar que el suelo que pisamos está entintado con sangre.

Candidatos y precandidatos también se pasearon por Guadalajara, muy orondos, llenos de palabras huecas, de simulacros de palabras. Ellos también escriben libros, también los presentan. Usan a la Feria como otro templete. Otro acto de campaña. Eso sí, sordos o indignados ante las imprecaciones de Vallejo. Ninguno de ellos parece haber comprendido que frente al horror sólo cabe la resistencia. Y que ésta sólo puede articularse con iniciativas que acentúen el cambio social, como la FIL. Inundar el país con proyectos culturales -y otros alicientes contra la inequidad y el miedo-, en vez de los soldados que esta vez no cesaron de patrullar en las inmediaciones de la Feria.  

 

twitter: @jvolpi        

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6 de diciembre de 2011
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Filosofía y derechos humanos

La  Organización de las Naciones Unidas para la Educación invitó el pasado 17 de noviembre  el día mundial de la filosofía. Con tal motivo me pareció útil recordar en un artículo del diario "El Pais",  el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos en el cual se precisa  que "la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad"

Lo difícil de todas las proclamas cargadas de buenas intenciones es que se den las condiciones sociales de su cumplimiento. Baste mencionar el articulado de la Constitución Española según el cual todo ciudadano tiene derecho a una vivienda digna. Sin embargo tratándose del evocado derecho universal  se da el problema añadido de que ni siquiera se toma realmente en serio lo que implica una educación integral, una educación que garantice el desarrollo efectivo de la personalidad.

 Pues bien, nada más adecuado al respecto que recordar  la tesis platónica según la cual la educación no ha de sustituirse a las capacidades innatas sino fertilizarlas, ayudar  a que  se desplieguen  las facultades intelectivas y creativas que caracterizan al ser humano entre las demás especies animales. Sin duda no todo ser humano puede consagrar su vida a la investigación científica o a la tarea artística, pero sin embargo todos y cada uno de los humanos se halla concernido por ellas, y tiene derecho a que se le ayude a reconocer que efectivamente es así, que lo que se dirime en estas tareas del espíritu  también es cosa suya.  Entre otras cosas, misión de la filosofía es recordar este derecho.

El motor de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo como restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes.  Para un investigador en física  los principios del formalismo cuántico pueden constituir algo sabido, pero el simple ciudadano al que se ha dicho que en tales principios  se pone  en tela de juicio la idea que nos hacemos del mundo, tiene todo el derecho a exigir una educación general que no los obvie, que le haga partícipe de lo que en ellos se juega.  

Afirmar la universalidad de la disposición filosófica  implica que las interrogaciones fundamentales, que tantos por circunstancias sociales se han  visto forzados a repudiar de sus vidas,  están al alcance de toda persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno. No se exige de entrada ser una persona culta y menos aun una persona eruditaLa filosofía tiene sus  problemas específicos, archivados en los grandes textos de  su historia, pero tales problemas son el resultado de que el ser humano  ha experimentado siempre una suerte de estupor ante la naturaleza y ante su propia existencia, estupor que le lleva a interrogarse, traduciendo sus vacilaciones y respuestas en conceptos y símbolos. 

Pues,  al igual que Descartes,  Kant,  Heisenberg o Einstein ¿quien no se ha preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras su eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, los cuales en apariencia  tienen una percepción de tal realidad coincidente con la suya? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas  y han sido esgrimidos como armas por algunos de los eruditos más importantes. Pero la pregunta sigue siendo elemental y toda persona  es susceptible de sentirse interpelada por la misma,  hasta el punto quizás de que, si su vida material  se lo permitiera, acuciada por tal interrogación, empezaría a dotarse de los elementos de información precisos para abordarla.  Cosa que  ya ha hecho alguna vez, al menos en una etapa tan ingenua como luminosa en la que la vida no estaba extraviada entre querellas evitables y expectativas ilusorias.

Es un desprecio a los ciudadanos considerar  la vida del espíritu como cosa de minorías exquisitas y designar para el común la alternancia entre un trabajo puramente mecánico (cuando lo hay) y un ocio estéril. Obviamente asunto tiene  implicaciones políticas y por eso el mero hecho de reivindicar una educación que empuje a una actitud filosófica es ya  una cuestión de compromiso. Cuando hace unos meses un importante Consejero de  gobierno autonómico   promulgaba una educación superior pública adaptada al mercado,  explicitando que el propenso al estudio de la cultura griega habría de "pagarse el lujo",  no sólo estaba despreciando a Eurípides y Aristóteles, sino también a Euclides, es decir, la matriz de nuestra cultura. Curioso contraste con la actitud que pude percibir recientemente en Brasil, país en el que  se piensa como comprador potencial de deuda y refugio para diplomados víctimas del desempleo en la Europa meridional, pero en el que un congreso dedicado a la recepción de la cultura helena reunía a 900 universitarios de todo el país. Brasil con  la cuna de la filosofía, cabría decir, en un momento en que Grecia sólo es evocada para repudiar su pretendida falta de rigor en la aplicación de los dictados del poder de las finanzas. 

Por cierto que en un paseo junto   cercano al barrio cariota de Catete, se  despliegan a intervalos,  en paneles fijos, los artículos fundamentales de la declaración de derechos humanos,  incluido el referente a la educación al que arriba aludo. Desgraciadamente en Brasil tampoco se cumpla tal articulado. La misma ciudad de Río no sólo mantiene bolsas gigantescas de indigencia material, y con ello inevitablemente espiritual, sino que se halla amenazada por el espejismo -vinculado a acontecimientos deportivos- que convirtió en su día a Barcelona en uno de los faros mundiales de la especulación,  pero     el mero hecho de que  se recuerde en una vía pública incita quizás a la resistencia, resistencia a un mundo que esclaviza,  empantana en problemas sin sentido (agigantando por ejemplo lo aleatorio de un resultado deportivo) y excluye de nuestras vidas las interrogaciones esenciales.

Lo democrático de la filosofía reside la tesis, enunciada por Aristóteles, de que todos podemos instalarnos en la actitud interrogativa, a poco que nos liberemos de las barreras sociales que lo dificultan y que impiden realizar nuestra naturaleza de seres tallados por la razón y el lenguaje.

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6 de diciembre de 2011
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Desgracia y muerte de Pilar Donoso

 

El único diario personal que vale la pena creer es el que ha sido escrito para no ser publicado. Los dietarios, las memorias, las confesiones que vemos anunciadas como la obra de un autor decidido a compartir su intimidad pueden ser excelentes piezas literarias pero por lo general tan sólo prolongan el simulacro narrativo de una invención. En lugar de elaborar ficciones con argumentos imaginarios, el dietarista deja por un momento de escribir novelas y se encubre bajo una máscara que siempre tiene algo de noble y elegante. Es la moderna ficción del yo que tantas identidades ha salvado en este mundo voraz y descreído.

El dietario verdaderamente personal, íntimo, discreto, es el que escribe un autor para saber de sí mismo, para explorar los confines de una personalidad desconocida. No hay afán artístico en un ejercicio de escritura concebido como cirugía, como inquisitiva búsqueda de lo más extraño que hay en uno mismo.

Un texto elaborado en estas condiciones de ocultamiento nunca se envía al editor y no tiene por qué ser virtuoso ni loable. Al contrario. Siendo el lugar de la confrontación de un hombre con sus miedos, miserias y fantasmas, odios y avaricias, el dietario suele mostrarnos el lado oscuro y tenebroso del autor. Esta confesión suele ser compatible con sus logros sociales, el atractivo de su figura y la reputación de su nombre, pero precisamente por eso es perturbadora.

José Donoso escribió durante décadas uno de estos dietarios verdaderos, sin censurarse los sentimientos que brotaban de su mente convulsa, desconfiada, recalcitrante y hostil. La más ruda sinceridad rige esta conversación y nada parece deslizarse para consolar o mejorar la idea que Donoso tiene de sí mismo. Los juicios que profiere no son agradables y son muchos los personajes citados (empezando por su esposa y su hija Pilar) que se descubrirán con decepción en la memoria del que trataron como familiar, amigo o colega.

Un par de años antes de abandonar para siempre la redacción de estos voluminosos cuadernos de bitácora -que relatan el viaje de un espíritu al fondo de los infiernos-, Donoso imagina el argumento para una novela que nunca escribió: un escritor lega sus diarios a la universidad y fallece, la hija los recupera, los lee, e incapaz de soportar lo que su padre pensaba de ella, se suicida.

Pilar Donoso, la hija adoptiva de José Donoso, leyó, efectivamente, los diarios de su padre y redactó un libro para exorcizar los demonios de odio y rencor que la torturaban. Creyó que sólo podría liberarse de la descarnada brutalidad del padre, de sus escalofriantes confidencias, si compartía con el mundo su turbación.

Dijo Pilar Donoso en el prólogo a "Correr el tupido velo" (podría haberlo titulado "Descorrer el tupido velo") que no se había cumplido la profecía de su padre: "al parecer he logrado zafarme del fatal destino que él me asignó en su diario del 23 de abril de 1993. Aunque nadie sabe si uno es realmente un personaje y ese designio es insalvable".

A Pilar Donoso la encontraron muerta en su apartamento de Santiago de Chile hace dos semanas. Tenía cuarenta y cuatro años. Después de haber publicado el libro, Pilar se separó de su marido y sus tres hijas. La prensa dice que fue una de ellas la que encontró el cadáver de la madre. Pero el diario La Segunda cuenta que fue su tía Luz Larraín, "hermana de Lucha, su suegra", la que entró en la casa, pues era la única que tenía las llaves. "Estuve por lo menos una hora y media sola, sentada en el apartamento", le dice Luz Larraín al periodista.

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5 de diciembre de 2011
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Autómatas

Desde niño me han fascinado los autómatas, esos parientes lejanos de los robots. El autómata de Hugo, la nueva película de Scorsese, es un muñeco de bronce, menor en tamaño a un ser humano promedio. Es una de las pocas cosas cosas que a Hugo, el niño huérfano, le quedan de su padre, y por ello hace todo por repararlo; cree que en el autómata se cifra un mensaje de su padre. En uno de los momentos más inquietantes de la película, Hugo tiene un sueño en el que se ve a sí mismo como un máquina, un autómata con un mecanismo de relojería en el lugar del corazón; el autómata es lo uncanny, aquello que se parece tanto a nosotros que se convierte en algo que produce temor (Freud desarrolló su teoría de lo uncanny a partir de "El hombre de arena", un relato gótico de Hoffmann que trata del amor de Nathanael por Olimpia, de la que él no sabe que es una autómata).

Hugo me hizo pensar en Eduardo Holmberg, un escritor argentino precursor de la ciencia ficción en el continente y autor de uno de los primeros cuentos latinoamericanos que giran en torno a la figura del autómata (no es que haya muchos). Nacido en 1852, publicó "Horacio Kalibang o los autómatas" en 1879. Cuando Horacio Kalibang aparece por primera vez en el relato, su rostro es descrito como si acabara de "salir del molde de una fábrica de caretas... Sus pupilas no se alteraban como el punto de mira; eran como la de esos retratos que fijan al frente y que tanto pavor causan a los niños que por primera vez los observan". Aparte de ese rostro de espanto, el personaje tiene la peculiaridad de desafiar las leyes físicas: carece de centro de gravedad, por lo que su cuerpo puede inclinarse sin problemas mientras camina. Todo es extraño, pero su parecido a un ser humano es tan sorprendente -tan uncanny-- que nadie sospecha que es un autómata fabricado por el constructor Oscar Baum. Holmberg, sin embargo, no es un escritor sutil, por lo que desde el principio sabemos que el cuento se dirige hacia el descubrimiento de la verdadera identidad de Kalibang. En una escena brillante en un salón poblado de autómatas, estos se ponen a hacer cuadros de todo tipo, imitando batallas, bailes, escenas amorosas, etc.

Hay sugerencias interesantes en el cuento de Holmberg. Por un lado estos simulacros han alcanzado un grado de perfección tal que andan por todas partes reemplazando al hombre ("Tengo el mundo en mis manos", dice Baum, "porque lo manejo con mis autómatas"). Esto suena mucho a Philip Dick, aunque los autómatas de Holmberg todavía no son capaces de pasar la prueba moral (si un guerrero huye o un patriota engaña, son pruebas contundentes de que se está lidiando con son autómatas). Por otro lado, en el positivismo furioso de la época, el hombre también llega a ser entendido como una máquina: "¿Qué es el cerebro, sino una máquina, cuyos exquisitos resortes se mueven en virtud de impulsos mil y mil veces transformados? ¿Qué es el alma sino el conjunto de esas funciones mecánicas?" El problema no es que el el autómata se parezca al hombre, sino que el hombre se parezca al autómata.  

En la película de Scorsese, el autómata vuelve a funcionar y escribe y dibuja mensajes (la clara inspiración es Pierre Jacquet-Droz, que a principios del siglo XVIII creó autómatas de más de seis mil piezas, capaces, entre otras cosas, de dibujar y escribir en inglés y francés y mover los ojos). Hay en Hugo una visión benigna de la tecnología, que permite la comunicación entre los hombres, el desarrollo de la creatividad y la magia. Los hombres no son máquinas; son mejores gracias a ellas. Homberg podía pensar de igual manera y era capaz de imaginar a un autómata amable, al servicio del hombre ("esa máquina  humana les enseñará... lo que deban aprender... Aunque con forma de hombre, es un libro"). Sin embargo, su cuento también pertenece a la familia de esas distopías del siglo XX que insinuaron que gracias a la tecnología algún día sería posible la peligrosa confusión entre el hombre y la máquina ("si son ellos los autómatas o si lo somos nosotros, no lo sé"), y que eso podría producir resultados nefastos. Ese "algún día" está cada vez más cerca.

(La Tercera, 3 de diciembre 2011)

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5 de diciembre de 2011
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El viaje de Mastorna

En 1965 tuvo lugar un sincero pero fallido intento de colaboración entre Dino Buzzati y Federico Fellini.  Pese a la fama universal que le había valido su novela El desierto de los tártaros (1940), el primero continuaba siendo un hombre huraño y extrañamente reacio a ser considerado un escritor. “Sólo cuento historias”, solía decir. Una de ellas, El extraño viaje de Domenico Nolo, era la que había atraído la atención de Fellini y la causa del fallido intento de colaboración.

 

Pero se trataba de un proyecto maldito y desde el primer momento dio lugar a situaciones imposibles. Aunque visualmente los universos de Buzzati y Fellini sean opuestos, hay una extraña lógica en el planteamiento vital de ambos: para los dos, el mundo es un extravagante lugar regido por una misteriosa ley universal que puedes cuestionar e investigar, y que permite incluso intuir sus mecanismos, pero da lo mismo porque la suerte está echada y el desenlace final se escapa a todo intento de  control”. Sin embargo, y pese a la coincidencia de fondo, la concreción de las peripecias de Domenico Nolo, al que Fellini le cambió el nombre por el de Guido Mastorna, se revelaron imposibles de compaginar y el novelista se retiró.

También hubo una extraña interrupción de la colaboración con Tullio Pinelli, el compinche con el que Fellini había urdido todas sus películas, desde ”I Vitelloni" (1953) hasta “Giulietta de los espíritus”, de ese mismo año 1965. Por alguna razón no bien explicada, tan fructífera colaboración se interrumpió para siempre. Fellini mientras tanto estaba tan  lanzado con el proyecto que embarcó a Dino de Laurentis para que construyese todos los escenarios donde tendrían lugar las diferentes secuencias de la película para la que llegó a estar  contratado Marcelo Mastroianni. Para dar una idea de a qué nivel iban los dos, en algún estudio de Cinecittá ha persistido una piscina repleta de aviones hundidos, uno de los cuales lleva el nombre de “Mastorna”.

Por eso, cuando por alguna otra razón tampoco bien explicada (la leyenda más repetida asegura que una vidente vaticinó a Fellini que moriría si pretendía realizar la película) el cineasta se negó a culminar el proyecto De Laurentis se lo tomó muy a mal y a resultas del juicio subsiguiente Fellini vio embargados todos sus bienes. Años más tarde el dibujante Milo Manara hizo una versión en cómic que está muy bien en sí misma y tuvo mucho éxito, pero que apenas si tiene nada que ver con la idea original porque las muy eróticas y estilizadas figuras femeninas del dibujante son lo más opuesto que se puede imaginar a esas mujeres desbordantes de carnes y deseos que tanto gustaban a Fellini.

Ahora Backlist reedita el guión de esa película maldita, ligeramente reelaborado para que se pueda leer como una novela. Y es “un fellini” en estado puro. Una vorágine de procesiones de  obispos encabezadas por el papa, saltimbanquis, forzudos, mujeronas inmensas y demás personajes habituales encadenando escenas en las que todo lo que se dice en ellas es de inmediato negado por la “realidad “ posterior. “Volábamos sobre los Alpes”, dice uno de los pasajeros del avión de la secuencia inicial. “Pero hemos aterrizado ante la catedral de Colonia”, dice otro. “¿No íbamos a Florencia?”, remata un tercero. La vida, la muerte, el deseo, el sueño y la obsesión por el destino se entrecruzan en un lenguaje cinematográfico que recuerda mucho a lo que Fellini hizo después en “8 y medio”.  Y el texto está  entreverado de frases en las que resuena una extraña sinceridad: “La verdad es una aprehensión directa: no se llega a ella subiendo por una escalera de conceptos mentales”, dice uno de los muchos alter egos del narrador. El mismo que poco antes, hablando de su ex mujer, ha dicho  con irreverente respeto:  “ Una mujer excelente, pobrecilla, sigue dando clases de Historia de las  Religiones, pero en la cama, me cago en la leche, era como el Mesías, nunca llegaba”.

Que, después de tantas pistas falsas  y situaciones imposibles (por ejemplo el avión en el que escapa, atado con alambres y conducido por una niñita china) el bueno de Guido Manara culmine su destino y termine donde debía y haciendo lo que se disponía a hacer es uno más de los muchos guiños con los que Fellini, un maestro de las situaciones desesperadas, dirige al lector para tranquilizarlo. No es más que un cuento, parece decir el bueno de Federico.

 

El viaje de Mastorna

Federico Fellini

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5 de diciembre de 2011
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