Juan Pablo Meneses
En Dakar, el deporte más popular no es el rally.
En Dakar, como en todo el resto de Senegal y parte de Gambia, lo que llena las páginas deportivas de los diarios es la lucha senegalesa. El campeonato de "lutte", como se llama en este país francófono (o laamb para los que hablan en wolof), tiene seguidores fanáticos y programas de televisión especiales y afiches por la ciudad y luchadores elevados a la categoría de estrellas pop.
Mientras en Sudamérica se corre el Dakar 2012, que pasará con su caravana de tuerzas y mecánicos y motores y aceites y ruedas por Argentina y Chile y Perú, en la capital de Senegal los luchadores se preparan para la próxima pelea. Que son luchas reales. A diferencia de los combates entre escritores, donde el trofeo es por algo tan simple como el prestigio, aquí la batalla es a golpes de nudillo que rompen narices y sacan sangre.
Una buena forma de conocer un país es ir a ver un partido de su deporte más popular. Salí del hotel, le pregunté al taxista si la lucha quedaba cerca, me dijo que sí. Era fanático. Me hizo un precio por llevarme, entrar al estadio conmigo, ver "la lutte" y regresar al hotel.
Cuando llegamos al estadio Stade Demba Diop, la lucha ya había comenzado. La boletería estaba vacía, y les pasamos nuestros tickets a unos militares con metralletas. Avanzamos hacia el estadio, mientras aumentaba el volumen de los gritos del público. Al entrar, había unos tres mil senegaleses moviendo los brazos, gritando, mientras dos tipos con taparrabos se abrazaban en la pista de arena y se empujaban y se daban golpes de puño y uno sangraba y todo era acompañado por una orquesta de seis músicos con tambores africanos.
Todo el perímetro de la lucha estaba rodeado de militares armados. Un canal de televisión trasmitía en directo. Entre el público había dos hinchadas de adolescentes senegalesas, miembros del clubes de fans de distintos luchadores. Mientras los dos competidores se golpeaban en el centro del estadio, por alrededor de la pista saltaban y elongaban y se movían los otros.
Dentro del lugar no había turistas. Se vivía una tradición local, difícil de entender. El fanatismo era como el de las hinchadas de fútbol. Por cierto, la gracia de la lutte sénégalaise no estaba sólo en los golpes: el espectáculo empieza antes, cuando el luchador se pasea seguido de sus asistentes por la pista, para presentarse y desafiar al grupo rival. Es una danza, un espectáculo, donde tienen mucho que ver el honor y la música de fondo: tambores en vivo.
En mitad de la última pelea, el taxista me hizo una seña para irnos. Al igual que en futbol de por acá, era una buena idea evitar los líos de la salida. El día siguiente, todos comentaban la jornada de lucha. El gladiador que mejor golpeó el domingo aparecía en la tapa de los diarios el lunes. Todos hablaban de ellos. En Dakar, definitivamente, poco importa en rally.
twitter: @menesesportatil