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¿Todos de derecha?

El Demonio se ha convertido en un Monstruo Amable. Y ubicuo: gobierna en todas partes. No sólo en un Estado cada vez vas frágil y en un orden financiero cuyo poder excede al de cualquier gobernante, sino —lo que es peor— en la mayor parte de nuestras conductas, nuestras aspiraciones, nuestros gustos. El cambio ha sido tan sigiloso como profundo: aquí y allá el único discurso que se escucha —que se admite— es el del individualismo a ultranza, el bienestar individual, el narcisismo exacerbado. Un modelo de consumo que ha resultado mucho más influyente que el achacoso fantasma de la revolución. 

 

Tras casi un siglo en el cual los valores de la izquierda lograron imponerse —de 1870 a 1968, digamos—, hoy ésta se halla exhausta, sobrepasada en todas las esferas por la derecha en cualquiera de sus versiones, de la más autoritaria a la más liberal. Términos como “lucha de clases” u “hombre nuevo” o propuestas como la de una sociedad igualitaria se han extinguido en nuestro imaginario, sustituidos por conceptos omnipresentes como libertad personal o la preeminencia del interés privado sobre el público. El estrepitoso paso del welfare al wellbeing.

 Al menos estas son las conclusiones de Raffaele Simone en su reciente El monstruo amable. ¿El mundo se vuelve de derechas? (Taurus, 2011), cuyo título en italiano lo dice desde el punto de vista contrario: Por qué Occidente no va hacia la izquierda. Y, si bien algunas de las ideas del lingüista no parecen particularmente originales, parece acertar en su diagnóstico: todas las Grandes Ideas que persiguió la izquierda histórica, sea en sus vertientes comunistas o socialdemócratas, hoy suenan caducas cuando no impertinentes.

El descrédito producido por el derrumbe del imperio soviético arrastró al fango a toda la izquierda, sin que los partidos y dirigentes socialistas hayan sabido cómo remontar la catástrofe. Muchos de sus cuadros terminaron por incorporarse a la “tercera vía” proclamada por Anthony Giddens o al nuevo “centroizquierda”, aun cuando ambos de izquierda no guarden ya casi más que el nombre.

En todo el planeta —con la sola excepción de Corea del Norte, pues incluso Cuba experimenta incipientes señales de transformación— prevalece el mismo modelo económico y, lo que resulta más preocupante, el mismo modelo cultural de derecha: un escenario en el que los ciudadanos, transformados en clientes o en espectadores, no aspiran más que al consumo propio de la burguesía, al entretenimiento y al bienestar individual.

El triunfo de uno de los bandos ha sido tan apabullante que, para paliar el desánimo, muchos afirman que simplemente los postulados de la derecha y de la izquierda se han acercado. Simone no comparte esta visión. Para él, existen cinco puntos claros que diferencian —o al menos diferenciaban— a la izquierda de la derecha: 1. Frente al postulado que defiende la superioridad (“yo soy único, tú no eres nadie”), la izquierda ofrece la igualdad; 2. frente al postulado de propiedad (“esto es mío y nadie lo toca”), la redistribución; 3. frente al postulado de libertad (“yo hago lo que quiero y como quiero”), el interés público; 4. frente al postulado de no injerencia (“no te inmiscuyas en mis asuntos”), el derecho de injerencia por el interés general; y 5. frente a la superioridad de lo privado sobre lo público (“hago lo que me da la gana con las cosas de todos”), la natural primacía de lo segundo.

No deja de llamar la atención que la derechización del planeta sea tan evidente incluso hoy, cuando a partir de la crisis de 2008 tanto se ha hablado de la decadencia del modelo neoliberal y el regreso al Estado. Pero lo cierto es que, en casi todas partes, la izquierda se muestra resignada a gobernar tras el agotamiento de algún régimen de derecha (lo que muy probablemente ocurrirá en Francia este año), pero sin que ello conlleve una verdadera transformación del modelo económico y cultural vigente.

México no es ajeno a este proceso: el Monstruo Amable lleva gobernando al país ininterrumpidamente desde los años ochenta del siglo pasado, sea en su vertiente priista o panista: la distancia entre ambos, muy acusada cuando el PAN en la oposición era un defensor acérrimo de la legalidad y los derechos humanos, se han diluido cada vez más, y hoy día sus programas no se distinguen en absoluto (más que en la enemistad de sus seguidores).

Que en todas las encuestas los candidatos del PRI y el PAN se hallen a la cabeza —con más del 60% de los votos en conjunto—, prueba la vigencia de este análisis, a lo cual habría que añadir que, para colmo, en lo que se refiere a derechos individuales y de las minorías, el candidato “de las izquierdas” apenas se separa de sus adversarios. Malos tiempos, pues, para la izquierda, sobre todo cuando sus auténticos valores —la igualdad, la solidaridad, la redistribución, la primacía de lo público— se requieren más que nunca en un escenario tan caótico, en términos económicos y de seguridad pública, como el que actualmente vivimos.

 

twitter: @jvolpi

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30 de enero de 2012
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El rey pálido

En principio, rebuscar en los cajones del gran escritor recientemente fallecido y apañar con los fragmentos hallados un texto que permita sacar un rendimiento económico póstumo es una práctica deleznable y no por frecuente menos odiosa.El rey pálido entra de lleno en esta categoría, pero con importantes salvedades.
Como se sabe, David Foster Wallace sufría una depresión persistente y tan profunda que él mismo pidió ser ingresado en un centro donde le tuvieran vigilado las veinticuatro horas porque no estaba seguro de poder dominar sus tendencias suicidas. Por desgracia, y provechando un descuido de su esposa, David Foster Wallace se ahorcó el 12 de septiembre de 2008.
Es  probable que la propia certeza de que la muerte podía llegarle en cualquier momento le impulsara a disponer  –dentro de lo que cabe- el material que iba acumulando a fin de dar pistas acerca de cómo ordenarlo y darle la forma final.
Michel Pietsch, el encargado de editar El rey pálido reconoce en el prólogo que no tiene ni idea de qué hubiera hecho el propio Wallace, pues así como quedaron 12 capítulos (250 páginas) pulcramente ordenados y listos para su publicación, también quedaron varios centenares de páginas  que evidentemente hubieran sufrido un profundo proceso de reescritura y edición, aparte de que tampoco se sabe en qué orden  habrían quedado ubicadas en el texto final. En cuyo caso la pregunta es: ¿merece la pena echarse al coleto más de quinientas páginas de material inconcluso?
La respuesta es, rotundamente, sí. Junto con los Barth, Barthelme, Pynchon, Franzen y tantos otros, David Foster Wallace integra el nutrido pelotón de ilustres fracasados que, desconfiando de la capacidad del lenguaje para  contar el mundo con precisión, se han lanzado a la aventura de superar eso que la novelista inglesa Zadie Smith (otra que tal) denomina “el realismo lírico decimonónico de Balzac y Flaubert”, es decir, la narrativa tradicional con todos los aditamentos del posmodernismo,  realismo sucio y todo el resto de inventos ideados para vender lo mismo pero con un envoltorio diferente.
Al renunciar a las convenciones tradicionales de la  novela, Foster Wallace y muchos de los antes mencionados, se ven obligados a buscar sus fundamentos narrativos en valores que no son estrictamente literarios, pero que en cambio les dan resultados visibles. En el caso del autor de El rey pálido uno de esos fundamentos es un concepto del hecho narrativo desde la moral, o por decirlo en sus propias palabras, la producción de “una ficción apasionadamente moral, moralmente apasionada”. O también, por citar este  pasaje de una de sus Entrevistas breves con hombres repulsivos, “[…] la gran distinción entre el buen arte y el arte así así reside en  la finalidad del corazón del arte, la intención de la conciencia que se esconde detrás del texto. Tiene que ver con el amor. Con poseer la disciplina de hablar desde la parte de uno que es capaz de querer en lugar de la parte que sólo quiere ser querida….El lector deja atrás el arte verdadero con un peso mayor que cuando penetró en él. Está más lleno”.
Por volver a El rey pálido, el lector se va a encontrar con un texto caótico, desconcertante y en buena medida irritante, como esa sesentena larga de páginas (encima acribilladas a notas de extensión kilométrica) en las que sólo se describe el primer contacto de un personaje con lo que va a ser su lugar de trabajo en los próximos años. Medido en tiempo real, ese pasaje a duras penas abarca  un par de horas. O qué decir de las infinitas páginas dedicadas a describir morosamente el funcionamiento interno de la Agencia Tributaria norteamericana. O esos personajes que aparecen, son extensa y minuciosamente descritos y luego desaparecen para siempre sin que, en apariencia, cumplan una función en el conjunto del relato. Es decir que se trata de una novela que en lugar del desarrollo tradicional avanza por acumulación, y en ese sentido tiene razón el editor cuando reconoce que muchos de los fragmentos han sido colocados al azar: el orden en el relato se va formando en la mente del lector, que si tiene arrestos para seguir hasta el final va a ver recompensados de sobra sus esfuerzos. O para decirlo en palabras del propio Foster Wallace, saldrá con más peso que al entrar.   Y los incondicionales que ya hayan leído sus novelas anteriores van a encontrar gran parte de los temas y los tics habituales en este autor. Y también otra cosa: un agudo e indesmayable sentido del humor que atraviesa transversalmente el texto emergiendo a la superficie en los momentos más inesperados.

El rey pálido
David Foster Wallace
Mondadori

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30 de enero de 2012
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¿Quiénes son los malgastadores?

Hay preguntas que son más necesarias que nunca. Todos sabemos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que estamos en la hora de la gran tijera que todo lo recorta. Son momentos delicados, en los que la poda se lo lleva por delante todo, sin distinguir entre las ramas realmente superfluas y las que son necesarias para que el árbol vuelva a florecer y a dar frutos. Quien maneja la tijera debe intentar evitar esto último y preguntarse antes de cada tajo sobre las consecuencias que tendrá esta rama caída, algo que requiere frialdad de juicio y también autoridad para una decisión tan extrema. Hay, sin embargo, una pregunta previa respecto a los recortes que los podadores normalmente no pueden ni quieren plantearse y versa sobre la autoridad y el criterio para realizar el recorte. Por que como se está viendo, a la entera clase política española, con excepciones que se cuentan con una mano, a derecha e izquierda, los de arriba y los de abajo, los españolistas y los antiespañolistas, le faltan ambas cosas.

Basta con echar un vistazo a la lista de la infamia en el gasto público irracional a la que todos han colaborado y que algunos todavía tienen la desvergüenza de defender. Los edificios públicos monumentales vacíos, los trenes de alta velocidad sin viajeros, los aeropuertos sin aviones, los campeonatos del mundo de automovilismo y de motos subvencionados, las compañías aéreas quebradas, las cajas de ahorro hundidas, los museos, pabellones deportivos y auditorios sin visitantes, las televisiones autonómicas babilónicas, y para qué seguir, son los elementos de una burbuja política en la que se mezcla el clientelismo electoral, la financiación ilegal de los partidos y directamente la corrupción. Pues bien, quienes están ahora tijera en mano practicando el recorte son en su inmensa mayoría exactamente los mismos que han creado los niveles intolerables de déficit público y que ahora nos exigen los sacrificios que significan pagar más impuestos y recortar el Estado de bienestar. Esta confusión interesada de los podadores da pie a una confusión igualmente interesada respecto a los recortes. Si unos niveles mínimos de Estado de bienestar no son sostenibles, si no se puede pagar pensiones dignas, subsidios de desempleo a los parados, mantener los niveles de la educación y de la salud o proseguir con la política de dependencia, no es porque la sociedad española no pueda organizarse solidariamente para cubrir todas estas necesidades, sino porque sus representantes se han dedicado durante décadas a gastar el dinero que no era suyo en otras cosas perfectamente prescindibles y a favor de sus intereses electorales, partidistas o directamente pasándolo a su bolsillo en el caso de los corruptos. El activista conservador estadounidense, Grover Norqvist, ha conseguido que una gran mayoría de los congresistas republicanos firmen un juramento dirigido a sus electores en el que se comprometen a no subir los impuestos en ningún caso (Taxpayer Protection Pledge). Los conservadores europeos, sobre todo continentales, no podrían firmarlo porque nos están breando y van a seguir breándonos a impuestos, aunque antes de hacerlo algunos han procurado bajárselos a los suyos: lo hizo Sarkozy solo llegar al poder, lo ha hecho Esperanza Aguirre, y también lo hizo Artur Mas en Cataluña. Pero lo propio en la tierra del despilfarro no es un juramento contra los impuestos: los necesitamos y vamos a necesitar más para enderezar las economías europeas. Lo propio es evitar que sean precisamente los malgastadores quienes se dediquen a recortar, sabiendo como sabemos ahora que no tienen ni autoridad ni criterio para hacerlo. Antes de que un presidente, un ministro, un consejero o un alcalde nos vengan a recortar derechos sociales deberíamos conocer qué parte de responsabilidad tiene él y su partido en la fabricación del déficit mediante gastos inútiles socialmente pero políticamente rentables para sus intereses particulares. Después, además, deberíamos exigirle que nos firme también un juramento respecto al gasto público de nuestro dinero, para evitar que pueda tomar decisiones de gasto que todos tendremos que pagar luego pero solo beneficiarán a él y a su partido. Es evidente que estamos aprendiendo una nueva cultura de la austeridad. Pero los primeros que deben hacerlo son los responsables de las decisiones de gobierno que han llegado donde están gracias a la cultura del despilfarro. En realidad, esta crisis debería ser un estímulo para que los ciudadanos hiciéramos la criba, es decir, echáramos a todos los responsables de este desastre y buscáramos nuevos representantes capaces de empezar de cero con mayor respeto y atención a los ciudadanos y a su dinero.

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30 de enero de 2012
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Máquinas de reír

"Un principio y un fin para un libro es algo con lo que nunca estuve de acuerdo. Un buen libro puede tener tres principios enteramente diferentes y sólo interrelacionados en la presciencia del autor". Esta proclamación en el primer párrafo de la primera novela de Flann O´Brien, ‘At Swim-Two-Birds', da paso a tres estupendos arranques, distintos y contrapuestos, y a partir de ellos a una de las obras maestras de este autor irlandés cuyo nacimiento en 1911 ha sido, por una vez, bien celebrado en España gracias a Nórdica, la editorial madrileña que lleva años felizmente empeñada en darlo a conocer.

      Aunque muchos prefieran en el reducido ‘corpus' de O´Brien (muerto en 1966) su novela póstuma ‘El tercer policía', conviene resaltar lo que supuso en 1939 la aparición de ‘At Swim-Two-Birds' (titulada aquí ‘En Nadar-dos-pájaros'; mi preferencia de traducción libre sería ‘A nado-dos-aves'). Publicada en el mismo año que ‘Finnegans Wake' por este funcionario público y periodista mordaz de vida corta y trago largo, su filigrana verbal, menos cultista que la de Joyce, toma sin duda nota de la noción de juego fonético y paródico practicada por el autor del ‘Ulysses', si bien, a mi juicio, es otro compatriota de ambos, Sterne, el inspirador de la composición ‘destructiva' y entrecortada que O´Brien impone, sin aparente sistema, en todas sus obras. Y luego está la paradoja, que tanto habría disfrutado quien se mantuvo siempre anclado a su tierra natal -al contrario que los grandes expatriados Wilde, Joyce, Beckett, Yeats, Trevor-, de que su influjo, apenas perceptible en la narrativa anglo-irlandesa, es determinante en varios de los mejores novelistas norteamericanos ‘Modernist' y ‘Post-Modern' de los últimos cincuenta años.

      Como colofón del centenario, Nórdica ha sumado a sus cinco títulos anteriores ‘La gente corriente de Irlanda', una deliciosa antología de las mejores columnas humorísticas que O‘Brien, llamado en realidad Brian O´Nolan, publicó a lo largo de casi tres décadas en The Irish Times, usando otro seudónimo, Myles nagCopaleen, aunque sólo unos pocos de esos textos fueron escritos en su primera lengua, el gaélico. Antonio Rivero Taravillo, prologuista y traductor encomiable, es también responsable de la selección de textos, muy bien servida por los editores, generosos en las ilustraciones y hasta en el apéndice, que incluye algunos de los originales en inglés.

     ‘La gente corriente de Irlanda', sugestivo título que Rivero Taravillo le da a lo que en inglés era ‘The Best of Myles', tiene, como toda miscelánea, sus altibajos, pero las alturas de buena parte de los textos son tan descollantes que el lector olvida y perdona sin esfuerzo las caídas de dos o tres secciones (‘El hermano', entre las más extensas, es una de ellas). ‘Myles' sufrió las penas del ingenio incansable; no pocas veces los correctores del reputado diario de Dublín corregían sus diabluras lingüísticas, creyéndolas erratas o faltas ortográficas, y el autor escribía entonces cartas al director corrigiendo a sus correctores con santa ira y ocultando su verdadera personalidad (la ferocidad satírica de los escritos impedía que el funcionario estatal y secretario personal de dos ministros se diera a conocer).

      Son absolutamente gloriosas las páginas (53 a 57 de la presente edición) dedicadas a la figura del manipulador profesional de libros, "una persona que manosee los libros de los arribistas iletrados, pero ricos, de forma que los libros parezcan haber sido leídos y releídos por sus propietarios"; el listado acaba con "Le Traitement Superbe", reservado a los multimillonarios, ya que requiere no menos de 550 horas de costoso manipulado. La comicidad más irresistible se encuentra, para mí, en la sección titulada ‘Gabinete de investigación', donde se detallan (con estupendos dibujos) las extravagantes máquinas que el escritor propone para el saneamiento social de sus conciudadanos. Entre otras se incluye el ‘nivómetro', capaz de responder a la pregunta del clásico "¿dónde están las nieves de antaño?", las ahorrativas farolas de gas mefítico y, en un capítulo magistral, los teléfonos de pega para la gente que ha de estar siempre conectada y constantemente ocupada; para ellos se prevé el modelo 2B, el más seguro de todos, pues da el tono de comunicando no importa el número que se marque. No se me ocurre un invento de tanta validez actual.  

                                               ________________

 

La gente corriente de Irlanda. Flann O´Brien. Traducción de Antonio Rivero Taravillo. Nórdica. Madrid, 2011. 405 páginas

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30 de enero de 2012
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Estado de shock

Cada día, millones de españoles acuden a su trabajo con un aguijón en el pecho. El sueño no ha sido capaz de ablandarlo, a pesar de esforzadas negociaciones consigo mismos. De nada vale que se refugien en lo microscópico de sus vidas, sea una taza de buen café o el beso con perfume de mañana. Gente paciente que se hace el propósito de celebrar todo lo que merece la pena, pero que nada más empezar la jornada muda definitivamente la sonrisa. El sentido común les dice que pertenecen a esa clase privilegiada que hoy tiene trabajo, pero ya decía Nabokov que el sentido común es, en el peor de los casos, tan sólo el sentido hecho común. Lejos de ser un acicate y frotarse las manos por tener una nómina, el peso de la responsabilidad los paraliza. Hace tiempo que se han acostumbrado a tener congelado el sueldo, cuando no a cobrar menos por lo mismo. A recibir órdenes contradictorias o a que sus jefes les hablen con la boca seca y las ideas extraviadas, como si lucharan contra un vapor que ni tiene entidad ni nombre pero cuya naturaleza proviene del miedo. Se anuncian cerca de tres millones de parados en Francia e Italia; y Montoro aventuraba en España 5,4, en un claro desafío para preparar psicológicamente al país. Acompañados por las continuas reformas estructurales anunciadas por Rajoy, y ante la insostenibilidad de los convenios, quienes tienen trabajo asisten resignados a la debacle del empleo de la misma forma que los barrenderos recogen las sobras del otoño. Porque lo acuciante son esos más de cinco millones de parados, pero no hay que perder de vista que una gran parte de la población activa vive en estado de shock. El paro entendido como enfermedad colectiva produce alarma y, al igual que las epidemias, suele preocupar más a quienes están sanos. ¿De qué manera puede remontar un país cuando apenas se aborda cómo podemos ser más creativos y más productivos? Cierto es que la incertidumbre amenaza cualquier proyección. Pero cuando se deja de mirar hacia delante, sin espejos ni estímulos, las ideas se achican. Leo un estudio en el que se asegura que las personas son más creativas cuando disfrutan de privacidad y libertad, y trabajan sin interrupciones ni amenazas. «La creatividad hoy se ha convertido en un proceso colectivo, a medida que los problemas se vuelven más complejos, es más necesaria la colaboración», afirma en cambio Jonah Lehrer en The New Yorker, a la vez que anuncian diferentes pruebas empíricas que demuestran la ineficacia de la «tormenta de ideas» por previsible y falta de crítica. «La creatividad consiste en esas chispas que genera la fricción humana», defiende el columnista. Repaso la familia de palabras en estas últimas líneas: productividad, creatividad, libertad, proceso colectivo? tan diferentes a las anteriores: parálisis, shock, desempleo? e inicio un brainstorming solitario. La primera palabra es «respira».

(La Vanguardia)

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30 de enero de 2012
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Lo quieren todo

El príncipe de Maquiavelo debe escoger entre ser amado y ser temido. Ya sabemos lo que le aconseja su valet intelectual. Pero el príncipe de nuestro tiempo, esos financieros que se han hecho con el poder efectivo del mundo, insiste en que quiere ser amado y temido al mismo tiempo. Poco puede decirse sobre el temor que despiertan ya no sus acciones sino la más leve de sus insinuaciones o gestos. Estamos en la economía del miedo, según nos cuenta Joaquín Estefanía en el libro que ha escrito bajo este título. En el triunfo del temor que ha sustituido a la política de la esperanza, según Timothy Garton Ash. Y sin embargo, estos vencedores de la crisis, mimados por los gobiernos y las instituciones internacionales, se sienten heridos e injustamente tratados.

La atalaya que es el Foro Económico Mundial permite observar anualmente quiénes suben y quiénes bajan, las ideas que decaen y las que brotan o a veces resurgen de viejos manantiales del pensamiento, y también los sentimientos y estados de ánimo predominantes. El grupo selecto que se reúne cada año a finales de enero en Davos tiene un doble valor: es un colectivo a observar en sus comportamientos y es a la vez el grupo humano especializado en la observación del estado del mundo y de los comportamientos ajenos. No basta con escuchar lo que dicen y escriben, sino que hay que ver quiénes son cada año y cómo se relacionan y comportan para captar el estado de las cosas en el mundo global. En 2009, justo después del hundimiento de Wall Street, apenas hubo banqueros en las reuniones. Algunos de los que habían asistido en otras ocasiones tenían entonces problemas con la justicia de sus respectivos países. En una de las reuniones a puerta cerrada un famoso economista y financiero confesó y luego reivindicó sus bonos multimillonarios después de escuchar severas críticas a los excesos en los incentivos. El eclipse duró poco: los banqueros regresaron y nadie se acuerda ahora de que alguna vez se habían ido. El mundo de las finanzas está ganando la partida al de la política y nada indica que el resultado vaya a modificarse. De ahí la indignación con que ha sido acogido el discurso del Estado de la Unión de Barack Obama en los valles nevados alpinos, donde los príncipes de las finanzas soportan mal las críticas al capitalismo y las soportan peor cuando se dirigen a sus bolsillos. Todos ellos saltaron como un resorte ante las críticas a las desigualdades y a quienes apenas pagan impuestos, como el candidato republicano Mitt Romney. La fortuna, aunque no lo parezca, también tiene su corazoncito lastimero. De ahí que los vencedores de la crisis anduvieran sorprendidos en Davos con tantas dudas sobre el capitalismo y tantas críticas amargas a su benefactora avaricia. Ellos, a fin de cuentas, solo quieren el poder y la gloria, el amor y el dinero, el cielo y la tierra.

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29 de enero de 2012
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La eurozona, fábrica de miedo

Nunca se había visto nada igual. Esta es una crisis que no tiene parangón histórico. Las referencias del pasado tienen su utilidad, pero la que estamos atravesando desde hace más de cuatro años no tiene nada que ver con ninguna de las anteriores. Nada que ver con la crisis asiática de 1997 o la de la deuda latinoamericana en la década de los 80, que a pesar de los augurios y temores quedaron encapsuladas en sus regiones y no se extendieron más allá de sus límites naturales. Ni siquiera con la del 29, con las que comparte su carácter global y a la vez su profundidad en cuanto a cambio de modelo económico, pero las separa el desarrollo financiero y tecnológico. Esta es una crisis condicionada por la conectividad, emparentada así con otros fenómenos como son las revoluciones árabes, los movimientos de los indignados o la crisis de los medios de comunicación tradicionales. En un momento fuertemente conectado y acelerado por la tecnología, una crisis como la de la eurozona tiene una capacidad de contaminación y expansión temibles. Después de cuatro Davos sufriéndola se van perfilando así los diagnósticos y corrigiendo los errores, pero el resultado se resume muy bien en la observación distanciada y fría de Donald Tsang, el jefe del Gobierno autónomo de Hong Kong: ?Nunca había tenido tanto miedo como ahora como efecto de lo que está pasando en la eurozona?.

No es un argumento que valga únicamente para el diagnóstico. El tamaño también cuenta en esta crisis y la diferencia de todas las anteriores. El de la eurozona es formidable. Y nadie se atreve a seguir rezando el too big to fail, que no caerá esa breva porque es demasiado grande. Una crisis de gran potencial contaminante y de un tamaño tal requiere ese bazooka que nadie ha conseguido todavía, preparado encima de la mesa del Consejo Europeo, para intimidar y disuadir las inversiones que apuestan por la destrucción del euro. Quien debe fabricar esta poderosa arma es el Fondo Monetario Internacional, y debe hacerlo con aportaciones de todo el mundo porque no hay suficientes recursos dentro de la mayor zona de prosperidad de la historia que es, o era, la eurozona: los pobres ricos nos hemos quedado sin dinero en la caja. De ahí la importancia y necesidad del análisis, convertido en argumento. Los países emergentes que están sacando de la pobreza a sus habitantes y creando clases medias tienen un interés estrictamente egoísta en evitar la caída de la eurozona. Ahora mismo ya están notando los efectos de la crisis occidental sobre sus economías: la caída de un uno por ciento del PIB mundial se debe directamente a este efecto. El temor del señor Tsang no es la economía de Hong Kong, que también, sino una auténtica depresión global que afectaría a Hong Kong y a la entera China. Tiene motivos para hacer su aportación a esta empresa salvadora del euro. Los cinco últimos años, hasta llegar a la degradación de las deudas soberanas europeas, habían sido de transferencias de poder y de dinero desde Occidente hacia el sur y hacia el este, tal como reflejan los distintos ritmos de crecimiento: hasta el 15 por ciento en Asia y hacia el estancamiento en los países occidentales. Pero si no se para de una vez la espiral del miedo, en los próximos años veremos como Europa, después de perder poder ella misma, exporta sus problemas al resto del planeta. La cola mueve al perro. Así describe George Osborne, el canciller del Exchequer, la situación irresuelta de Grecia, que va arrastrando a todos los otros. Lo mismo habrá que decir de Europa, empequeñecida en la última etapa de la globalización, pero capaz de arrastrar al resto del mundo y a los emergentes si nadie pone remedio con urgencia. Por eso el señor Tsang era tan enérgico y a la vez levemente amenazante: ?Deben tomar decisiones de gobierno, rápidas, con urgencia, sin vacilar. Este 2012 será un año crítico. Debemos protegernos y proteger a nuestra gente?. Si Europa no resuelve de una vez, se producirá una reacción defensiva, altamente perjudicial para todos. ¿Bastará el bazooka? Si se va hasta el fondo en la respuesta abrimos todavía más el campo de la incertidumbre, que es la madre del miedo. De nuevo es el clarividente señor Tsang quien distingue entre la resolución de los actuales problemas de liquidez, corto plazo, y la superación de la insolvencia de algunas economías, que tiene que ver con el largo plazo y con la competitividad. Ahí se escucha la voz documentada, intencionada, del columnista del FT, Martin Wolf, aclarando que la competitividad es un criterio comparativo. Podemos convertir en eficiente a una economía que no lo es, pero seguirá sin ser competitiva si está en la misma zona monetaria con los países más competitivos del mundo. Sólo hay dos salidas de este pasillo argumental con el que ha terminado esta mañana una estimulante sesión de debate sobre las perspectivas de la economía mundial. O la zona euro se parte en dos, expulsando de su núcleo duro a los menos competitivos, o se crea la unión de transferencias que los alemanes rechazan una y otra vez. No hay tercera vía. La comunidad internacional parece dispuesta a echar una mano a Europa si Europa se ayuda a sí misma, en vez de seguir peleándose. La ayuda más importante es que tome una decisión, rápida, drástica, ya. Sin decisión, caerá el euro, caerá Europa y caerá la economía global. Así de tajantes y tenebrosas se ven las cosas en el cuarto Davos en crisis.

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28 de enero de 2012
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El molesto factor humano

En la primavera pasada oí una conversación en un pub londinense que me ayudó a comprender lo que está ocurriendo en la actualidad mucho más que las herméticas páginas económicas de los periódicos o los confusos discursos de tantos políticos. Era un pub situado en la City, a dos pasos del Támesis, y la animada conversación tenía como protagonistas a tres jóvenes ejecutivos, de no más de 30 años, que consumían cervezas sentados en taburetes improvisadamente colocados en la acera, sin duda con el ánimo de gozar de la calidez inusual de la tarde.

Como hablaban alto era fácil escuchar lo que decían con un tono desenfadado y alegre. Cuando yo presté atención estaba languideciendo el tema de las mujeres, vinculado al inmediato fin de semana, y se introducía la cuestión del fútbol, con dos seguidores del Chelsea y otro del Arsenal. En cualquier caso, los tres jóvenes estaban más interesados por los negocios del fútbol que por el juego propiamente dicho, y el nombre de Román Abramóvich, o el de un eventual comprador del Arsenal que no logré descifrar, eclipsaban a los de los futbolistas.

Luego, sin abandonar el tono festivo, hablaron de cosas serias: del pasado y del presente, dado que el futuro parecía importarles más bien poco, al menos aquel día. Era claro que los tres contertulios se consideraban aspirantes a dueños del mundo y, en consecuencia, trataban al mundo como si fuera el jardín de su casa, con libertad absoluta para arrancar o plantar árboles donde les diera la gana. Era curioso estar al lado de estos propietarios del mundo, disfrutando, como ellos, de las cervezas y el cálido atardecer.

No se necesitaba mucha imaginación para entender que el poder que se otorgaban aquellos hombres no era fruto ni de ejércitos ni de grandes empresas imperiales -algo indispensable para sus abuelos- sino de la audacia, un poco alocada, y de la especulación. Tenían ideas muy claras y las expresaban con gran nitidez discursiva, lo que, con posterioridad, me facilitó la reconstrucción de los argumentos que aquellos tres bebedores de cerveza se habían comunicado, sin demasiadas disensiones y con una gran complicidad.

Para decirlo brevemente mis compañeros de pub aspiraban a una existencia en la que la ley del más fuerte se pudiera desarrollar sin trabas. No obstante, todo se producía pulcramente, civilizadamente. A diferencia de épocas remotas en que era necesario saquear ciudades o masacrar comunidades enteras, en la nuestra, afortunadamente, no debía realizarse un esfuerzo tan colosal. De hecho, en un momento determinado, uno de los tres bebedores se refirió displicentemente a su padre, que había heredado una gran empresa en Manchester y que había malgastado su vida tratando de conservarla y luego, en plena quiebra,

pactando una y otra vez con aquellos obreros a los que, finalmente, debió despedir entre huelgas y malas maneras. Este desgraciado empresario de Manchester, y sus desgraciados trabajadores, eran, en definitiva, los ejemplos de lo que debía evitarse a toda costa.

En sentido contrario, según creí comprender, el verdadero emprendedor de nuestros días es aquel que concibe su negocio sin el lastre de tener una empresa y, ya no digamos, unos trabajadores que quieran contratos y derecho de huelga, y a los que se debe echar entre desagradables malos modos. El emprendedor actual es un ser etéreo y casi invisible que anhela la pureza absoluta del beneficio sin ataduras de ningún tipo: sin una empresa repleta de inútiles trabajadores, sin patria que reclame bondades nacionales, sin religión que apele a inservibles comuniones, sin moral que proclame trasnochados imperativos. A ese negociante que pasea sus ávidos ojos por el planeta le basta con manejar a su antojo el sismógrafo de los beneficios y de las pérdidas. Ni siquiera debe pecar porque no debe darse por enterado de las consecuencias de sus acciones, sean estas el cierre de no sé cuántas fábricas o el desencadenamiento de no sé cuántas guerras.

De dar crédito a lo que oí en el pub de la City, el emprendedor ideal de nuestra época es, casi, un habitante del mundo de las ideas platónico: encarna la idea del beneficio sin límites, del utilitarismo sin concesiones, de la eficacia sin la coacción de una moral, y en especial de aquella rancia moral burguesa en la que los empresarios simulaban estar preocupados por el bien común de las naciones y por el destino de sus trabajadores.

Para aquellos tres alegres bebedores de cerveza, la crudeza, e incluso la gélida belleza, del beneficio puro excluía cualquier atención al factor humano. No debería negarse la posibilidad de que aquellos tres antiguos alumnos de una buena escuela de negocios hubieran coronado la fantasía de suponer que en el mundo de los grandes números los hombres habían acabado siendo una sombra superflua.

Todo eso podría parecer exagerado, las palabras un poco ebrias de tres jóvenes ejecutivos ambiciosos y sin demasiados miramientos, si no fuera porque la molestia que supone el factor humano parece anidar en la mayoría de las declaraciones a las que hemos asistido últimamente. Los hombres, con sus dolores y placeres, han desaparecido de la escena, y en su lugar han aparecido las cifras, acompañadas por un lenguaje esotérico, a menudo incomprensible para los propios que lo utilizan, que siempre tiene como objetivo justificar la sustitución de los seres humanos por los números. Los destinos individuales se desvanecen para dar paso a la eclosión de las magnitudes. Y naturalmente han surgido por todos lados profetas de las magnitudes, tipos que nos informan de lo que es eficiente y útil, y simultáneamente nos amenazan con el advenimiento de catástrofes apocalípticas, causadas siempre, no por la codicia y la especulación, sino por un abuso exagerado del factor humano por parte de individuos que cometieron el error de considerarse individuos en lugar de componentes de una cifra. Que los profetas de las magnitudes -o los catedráticos de Economía- actúen en esta dirección puede formar parte del espectáculo al que nuestra época es tan aficionada; más grave es que los denominados representantes del pueblo se hagan eco de sus profecías.

Y eso es exactamente lo que sucede. No pasa día sin que nuestros políticos, de cualquier ámbito, fustiguen nuestros vicios mientras alaban las virtudes de la eficiencia universal que se encarnan en el todopoderoso y endiosado mercado. Tenemos que arrepentirnos porque estamos al borde del precipicio. Puede ser cierto. Pero los súbditos del mercado que de tanto en tanto aspiramos a ser ciudadanos aún esperamos una explicación democrática de por qué somos o seremos precipitados al abismo.

Es verdad que, como nos aseguran, somos culpables de haber querido vivir demasiado bien, sin que el mundo esté hecho para esos lujos, pero quisiéramos que se nos hablara asimismo de la inmensa codicia, corrupción y torpeza que nos ha llevado adonde estamos. Los que deberían hablar callan porque no están en condiciones de decir la verdad que les hundiría. En este sentido, prefiero a los tres alegres bebedores del pubde Londres porque eran perfectamente sinceros a la hora de proclamar su falta de escrúpulos.

 El País, 17/12/2011

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28 de enero de 2012
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¿Es Davos incompatible con el Islam?

Hay una solidaridad entre las élites que supera ideologías, fronteras y religiones. Nada puede inquietar más a quien siente el espíritu de cuerpo de los elegidos que la súbita caída de uno de los suyos. Las élites son hostiles a las revoluciones, con independencia del color político e incluso las simpatías. No es extraño que el camino elitista de Davos sea de difícil tránsito para los nuevos gobernantes árabes, islamistas casi todos ellos, que están sustituyendo a las viejas élites corruptas y dictatoriales. Las dificultades vienen de todos lados. Les cuesta a los nuevos gobernantes árabes hacer llegar su mensaje. Y a los asistentes al Foro les cuesta atender con el debido entusiasmo la llegada de un nuevo grupo de líderes en el momento en que inician sus transiciones democráticas y la construcción de un nuevo sistema de selección de sus élites. La desconfianza es mutua y tiene profundas raíces: el antioccidentalismo de un lado y del otro una islamofobia suscitada por la malintencionada identificación de una entera religión con la violencia terrorista.

El pasado Foro de 2011 se celebró ya bajo el signo de una revolución triunfante, la tunecina, que despidió al tirano el 14 de enero, y de otra en plena erupción, la egipcia, iniciada el 25 de enero, con una manifestación en la plaza de Tahrir, el mismo día en que empezaban las reuniones. Nada estaba previsto en las discusiones ni nada se improvisó a propósito de aquellos súbitos cambios. Saif el Islam, el hijo universitario de Gadafi hoy en prisión, se hallaba entre las personalidades esperadas hace un año en aquella reunión entre cumbres nevadas. Davos no supo ver entonces el acontecimiento definitorio de la época. La jornada del viernes escenificó de nuevo el desencuentro entre las fuerzas que pugnan por el cambio en el mundo árabe y las élites mundiales que se reúnen en Davos. La intervención inaugural corrió a cargo del primer ministro tunecino, Hammadi Jebali, en el gran auditorio, frente a dos salas donde se celebraban sendos seminarios, uno dedicado a Irán y su proyecto nuclear, en el que intervino el ministro de Defensa de Israel, Ehud Barak, y otro dedicado a discutir sobre el siglo XXI con el columnista Thomas Friedman. El enorme auditorio se hallaba casi vacío, pero había colas para entrar en las otras dos salas. Jebali, militante del partido islamista En-Nahda, barba y callo de devoto islámico en la frente, es el primer gobernante árabe que sale de una elección democrática y el primero en comparecer aquí. Su discurso fue para ?jurar la Constitución?: cumplirá todos los requisitos exigibles desde la Unión Europea. También para situar el desafío central de la nueva democracia en la creación de puestos de trabajo y la disminución de la pobreza. Señaló que Túnez tiene una élite profesional bien formada, clases medias y ahora un Gobierno de coalición, abierto y moderado. Predicó la libertad de mercado, la independencia judicial y de los organismos reguladores, condiciones para las inversiones extranjeras. Y no tuvo empacho en enumerar los sectores donde los tunecinos cuentan con mejores bazas, con el objetivo explícito de atraer algo del flujo de dinero que circula por los bolsillos presentes en Davos. La cadena televisiva de capital saudí Al Arabiya organizó el debate que se celebró a continuación, enteramente en árabe con interpretación simultánea, en un escenario donde rige el inglés. Participaron el primer ministro marroquí, Albdelilá Benkirán, de nuevo el tunecino Jebali y los dos candidatos presidenciales egipcios, Amr Moussa y Abdel Monein Aboul Fotouh. Marruecos y Túnez son la vanguardia del cambio, el primero reformista y el segundo revolucionario, pero ambos con dirigentes islámicos al frente de sus respectivos Ejecutivos, mientras que Egipto, todavía en efervescencia, es la almendra donde se juega el futuro del cambio político árabe en su conjunto. Benkirán calificó el proceso marroquí de ?una revolución más tibia?, que no se hace en la confrontación con el rey y tiene sus orígenes en las reformas anteriores emprendidas por Mohamed VI. ?¿A quién le importa que nuestros Gobiernos sean islámicos o no? Lo que interesa es que estos Gobiernos son democráticos?, añadió en respuesta a las preocupaciones europeas. Amr Moussa señaló que ?Occidente quiere elecciones democráticas, pero también que ganen sus partidos preferidos?. ?Todos somos ahora demócratas?, añadió, ?pero el problema es saber si Occidente sabrá negociar con una democracia que es árabe?. Shadi Hamid, director del centro de Doha del think tank estadounidense Brookings, en otro debate sobre el papel del islam en la política, señaló que ?la democracia es el derecho a equivocarse, de ahí que lo único que importe ahora es encontrar el camino para trabajar con quienes están en el poder, nos gusten o no?. Para el egipcio Fotouh, Davos es uno de los símbolos de la connivencia occidental con las dictaduras. La cuestión crucial es saber si las nuevas élites que están llegando al poder en el mundo árabe serán plenamente aceptadas en la escena internacional de Davos. Se verá en el Foro de 2013.

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28 de enero de 2012
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La salud del espíritu

En los años en que yo era estudiante de filosofía en la Sorbona  se editó en edición de bolsillo un libro que contraponía un  texto  del anarquista Pierre Joseph Prudhon a otro de Carlos Marx. Frente a la Filosofía de la miseria del primero...Miseria de la filosofía del segundo. Tras el juego de palabras, una radical diferencia conceptual  sobre la esencia de la filosofía, su función social  y las condiciones de posibilidad de que la filosofía alcance legitimidad.

Yo era entonces de aquellos que simpatizaban más bien con la actitud de Marx. Era corriente oir e mi entorno que  las reflexiones de Proudhom eran utópicas y un tanto lacrimógenas, pero a mi me parecía sobre todo que  pecaban de una especie de reducionismo grosero, limitando la capacidad de razonar a la facultad de síntesis y análisis ("rien de plus", no hay nada más,explicita) y afirmando que "estudiar la leyes de la economía social es hacer  teoría de las leyes de la razón y crear la filosofía".

Lector de Aristóteles, tenía yo otro concepto de la exigencia filosófica, más cercana en todo caso a la asunción por el hombre de ese "problema total de la existencia", al que se refiere Marx en sus  Manuscritos del 44.

La sfease  miseria de la filosofía  de Marx me parecía apuntar sobre todo a la  actitud,  efectivamente indigente, de aquel que, pasivo ante un orden social generador de esclavitud, y en consecuencia esclavo él mismo, encuentra imaginario refugio en un pensamiento supuestamente independiente de  la vida social y material, pretendiendo como el estoico que en su esclava obediencia es rey.  No he cambiado en exceso respecto a esta dialéctica entre Prudhom y Marx. Y sin embargo...

Hay párrafos extraordinarios en el texto de Proudhom que pueden ser erigidos como armas frente a la concepción nihilista hoy imperante que considera natural,  y por consiguiente legítima,  la reducción de la inmensa mayoría de los  humanos a  animales cuyo destino es la lucha por la subsistencia. Así al denunciar una educación basada en el sistema social que escinde la inteligencia y la actividad práctica, convirtiendo al hombre sea en ser abstracto sea en máquina, propone una educación alternativa en la cual  "Todo el mundo conociendo la teoría sobre algo poseería por ello mismo la lengua filosófica. Podría  entonces, ya fuera una vez en su vida, crear, modificar, perfeccionar, mostrar capacidad de inteligencia y comprensión, producir su obra maestra, en una palabra, mostrarse como un ser humano"

Para los hombres y mujeres forjados en esta educación alternativa "La desigualdad en  las adquisiciones de la memoria no cambiaría nada respecto a la equivalencia de las facultades, y el genio se mostraría al fin como lo único que realmente es, a saber, la salud del espíritu".

Podría multiplicar las citas pero quiero retener la noble tesis que encierra el final de ambos párrafos: mostrarse como ser humano exige fertilizar la capacidad intelectiva y creativa, y tal restauración de la salud del espíritu ha de ocurrir al menos "una vez en la vida". Condición de ello es obviamente que las estructuras sociales que impiden la restauración en cada uno de su humanidad sean primero denunciadas y en segundo lugar efectivamente abolidas. Tanto como decir que  la praxis política es en sí misma  un gesto filosófico. Seguiré aun con este tema antes de retornar a problemas filosóficos relativos a nuestra representación del orden natural en los que  hace unas semanas estaba embarcado. 

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27 de enero de 2012
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El Boomeran(g)
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