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Corruptores y corruptos

No hago mucho caso de las cartas que circulan por Internet, pero estos días una de ellas llama la atención. Su encabezamiento es "Ley de Reforma del Congreso", y el remitente, como sucede a menudo, pide el reenvío del texto a conocidos que pudieran estar de acuerdo con el contenido. En sustancia se trata de proponer un cambio constitucional que delimite estrictamente el estatuto del diputado, modificando múltiples aspectos de la condición actual. El propulsor o propulsores de esta idea quieren que el "representante del pueblo" deje de tener unos privilegios y excepciones que -se considera implícitamente- han tenido consecuencias nefastas para la democracia. En lo fundamental se defienden medidas que limitarían draconianamente los juegos de intereses económicos en los que pueden verse inmersos los representantes de la ciudadanía. Se exige una radical transparencia. También el fin de la impunidad de los diputados, los cuales, durante su mandato, deberían responder ante los tribunales, como cualquier otro ciudadano, de aquellos delitos cometidos durante el ejercicio de su cargo. Se recuerda, por último, que el servicio democrático a la ciudadanía no es una profesión, de la cual deba sacarse rendimiento, sino una función honorable que debe ser ejercida con dignidad y siempre provisionalmente, es decir, con una fecha de caducidad que dé paso a nuevos representantes.

 

Curiosamente, me encontré con esta carta -bien redactada, concisa, clara- una tarde en que estaba releyendo el libro de C. M. Bowra La Atenas de Pericles, un estudio esencial sobre la génesis de la democracia ateniense en el que no dejan de encontrarse paralelismos con el presente. También Pericles, hombre culto y de elevados ideales, al que acompañaba una justa fama de incorruptible, advirtió tempranamente que la corrupción era el enemigo por antonomasia de la nueva libertad. Pericles quería que los representantes populares exhibieran una estricta honradez, ya que, precisamente, la deshonestidad y la codicia habían abortado los anteriores intentos de instaurar una democracia en Atenas. Quería, asimismo, que los elegidos en las votaciones pudieran ser juzgados en caso de transgresión y, él mismo, pese a su prestigio, no escapó a las críticas y a las multas por conductas, no deshonestas pero sí desacertadas.

Pericles intuyó lúcidamente lo que la carta sobre la "Ley de Reforma del Congreso" denuncia 2.500 años después: el desmoronamiento de la honorabilidad pública de los políticos ha sido catastrófico para la democracia y ha facilitado el advenimiento de una oligarquía que, en nuestra época, se enmascara en el burdo, y a la vez enigmático, dominio de El Mercado. Es inquietante, en el actual escenario, que los salvadores que tienen que rescatarnos de los desmanes y de las incompetencias de los políticos elegidos democráticamente sean tecnócratas que, como banqueros, estuvieron asociadosa los grandes especuladores que provocaron el colapso financiero de hace unos años. Esto, al menos, sucede en Grecia, Portugal, Italia y, si las informaciones de los periódicos son ciertas, también parcialmente en España.

En el llamativo caso de Italia, El Mercado ha conseguido echar al hombre más rico del país, el incombustible Berlusconi, frente al que la impotente oposición italiana había fracasado siempre. Inservible ya para los nuevos intereses, el corrupto Berlusconi ha sido sustituido por el tecnócrata Monti, del que se espera que sea honrado pero que procede del mundo de la alta especulación de Wall Street. La oscura paradoja está servida: hundida la honestidad de la clase política, juzgada corrupta en una mayoría alarmante de países, se ofrece la tarea de salvación a los corruptores, o a los que trabajaron al servicio de los corruptores. Atrapada en este círculo vicioso, no es posible la supervivencia de la democracia.

Esta, creo, es la advertencia que nos hace llegar la carta sobre la "Ley de Reforma del Congreso". Y el fármaco que ofrece, con el cual estoy por completo de acuerdo: únicamente restaurando la honorabilidad y confianza de los políticos democráticos podría romperse aquel círculo vicioso. Los corruptores nunca nos librarán de los corruptos, pero si lográramos acabar con los corruptos entonces, quizá sí, podríamos hacer frente a los corruptores. La solución, hoy, solo puede ser drástica y -aunque sea un ferviente admirador de Atenas- espartana. Los representantes del pueblo, los diputados y los integrantes de otras instancias, deben ser alejados, por ley, de toda imagen de privilegio, de toda percepción de corruptibilidad por parte de la ciudadanía. Sea como sea, hay que instaurar una nueva silueta del delegado popular, alguien al que se respete por su idealidad -independientemente de su ideología- y al que se reconozca la grandeza democrática de oponerse a los corruptores. Democracia u oligarquía de los mercados.

La tarea no solo no es fácil sino que roza con lo imposible, especialmente en países como España, particularmente cobardes en el momento de mirarse en el espejo de la historia y hacer autocrítica. Sin grandes traumas judiciales y sin restitución de los bienes robados hemos asistido, con notable apatía, a toda la gama posible de la corrupción. Se ha gritado mucho en las tertulias y se ha sido escasamente eficaz en las instituciones. En la tragicomedia no falta, casi, ninguna pieza. Hemos tenido directores de la Guardia Civil ladrones; presidentes de instituciones musicales, estafadores; capos autonómicos que expoliaban el patrimonio a la vista de todos; y, últimamente, como es sabido ad nauseam, un representante de la Familia Real que se ha dedicado presuntamente a cobrar durante años un impuesto revolucionario (o "monárquico") a quien se le pusiera por delante. Sin embargo, esto no sería nada, casos aislados que representarían el peaje que, a veces, hay que aceptar por la libertad, si no fuera por el clima de sospecha que se ha consolidado y que, en determinados países, entre ellos España, ha colocado a los políticos (democráticos) en lo más alto del listón de las preocupaciones ciudadanas.

Lamentablemente, la sospecha está fundamentada. Los principales partidos que aún rigen el país han albergado y amparado en sus huestes asombrosos casos de corrupción que casi nunca han denunciado con suficiente energía; como no denunciaron durante largos lustros la especulación inmobiliaria y bancaria que abrió las puertas de la catástrofe económica. El ciudadano sospecha con razón cuando ve el destino económico de tantos antiguos representantes del pueblo: bancos, consejos de administración, jubilaciones milagrosas, cátedras nacidas por generación espontánea, cargos fantasmales en fundaciones no menos fantasmales. Y se pregunta: ¿qué servicios se están pagando?, ¿qué informaciones se están cobrando? Incluida la pregunta más delicada: ¿dónde está la frontera que separa a corruptos de corruptores?

Tenemos que responder a esta vieja pregunta que, de algún modo, ya se hizo Pericles. Los tecnócratas o los que sirvieron a la corrupción nunca salvarán la democracia. Únicamente podemos salvarnos a nosotros mismos dando la espalda tanto a corruptos como a corruptores. Si no podemos, para que nos representen, elegir a los mejores -que sería, desde luego, lo conveniente-, elijamos, cuando menos, a los dignos. Y como ya no podemos ser ingenuos debemos dotarnos de leyes implacables que, al ahuyentar a los mercenarios de la política, aseguren tal dignidad.

El País, 22/01/2012

 

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5 de febrero de 2012
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El portátil de Cleopatra

La pregunta clásica versaba sobre la nariz de Cleopatra. Sin su bello apéndice nasal qué hubiera sido de la pelea entre Antonio y Octavio y del Imperio Romano. El viejo Plejanov, en una obra tópica de la vulgata marxista, formuló el mismo problema, al interesarse por el papel del individuo en la historia. En nuestro siglo XXI, alejados del siglo de los hombres fuertes y felizmente aquejados de falta de liderazgos, ya no cabe preguntarse sobre la nariz ni sobre el individuo, sino sobre la tecnología y más en concreto el papel de los teléfonos móviles y las tabletas en la historia.

Son agentes globalizadores, que intensifican la conectividad y aceleran el desarrollo de los acontecimientos. Permiten difundir un bulo, hacer una transacción financiera u organizar una revuelta con mayor rapidez y eficacia que ningún otro instrumento de comunicación en la historia. Sin ellos no se explican el Tea Party, los indignados o las revueltas en los países árabes, en Rusia o en China. Según el lenguaje que utilizan los especialistas, son tecnologías disruptivas, eufemismo para una vieja palabra: son revolucionarios. Rompen las viejas estructuras políticas, hunden los mercados tradicionales de los medios, desbordan las reglas de la propiedad intelectual, destruyen fronteras y colapsan sistemas de censura y de control. Pero no son la varita mágica tecnológica que convertirá las calabazas de nuestras viejas sociedades en las maravillosas carrozas del futuro. También son instrumentos para delinquir, origen de patologías sociales y fuente de desigualdades. Como tecnologías tienen su origen en la investigación militar, pero sus aplicaciones conducen a nuevos tipos de guerra a distancia y a constituirse ellos mismos como piezas de las ciberguerras que ya están actualmente en curso. También son los catalizadores de una economía financiera que conduce a un aumento de las desigualdades en el interior de los países, aunque sirvan a la creación de riqueza y a la disminución de la pobreza en el conjunto del planeta, tal como ha señalado acertadamente el economista Xavier Sala i Martin. Y contribuyen a la radicalización ideológica y a la polarización política. Las viejas estructuras reguladoras, la justicia, la diplomacia, los organismos de cooperación internacional, actúan a paso de tortuga, mientras que los disruptores irrumpen a la velocidad de la luz. Un viejo y conservador profesor de literatura canadiense llamado Marshall McLuhan, que estuvo de moda hace 50 años, supo anticipar entonces el protagonismo de las tecnologías de las comunicaciones en dos ideas: que el medio es el mensaje y que vivimos en una aldea global. El actual instrumento de cambio histórico no es la bonita nariz ni la personalidad de Cleopatra, sino su iPhone, con el que alcanza a toda la juventud egipcia y produce efectos y consecuencias en el entero planeta en transformación.

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5 de febrero de 2012
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¿Por qué hacen tanta bulla?

Foto: Guido Asis Respuesta contra los ataques que ha recibido mi comentario en el blog de El País, donde declaré que no me gusta la comida peruana, para horror del nacionalismo parroquial que disfruta del ají de gallina sin necesidad de leer a César Vallejo (¿ese a quién le ha ganado?). A los no peruanos, y  a aquellos a los que esta discusión les parece absurda (me incluyo en el segundo gruopo) les pido que disculpen la interrupción.

Recuerdo que Julian Barnes se mostró sorprendido de que le otorgasen un premio nacional en Francia por haber escrito El loro de Flaubert. Si a un francés se le hubiera ocurrido escribir un libro llamado ?El loro de Dickens?, dijo, en Inglaterra lo hubieran lapidado. La anécdota retrata la susceptibilidad y vulnerabilidad con que algunos países asumen su identidad nacional. Ayer, de un momento a otro, me volví en la persona más buscada por la prensa nacional; en protagonista de las primeras planas digitales de todos los periódicos del país; en trending topic del Twitter limeño; en el blogger peruano con más comentarios en un día, casi 800 hasta donde conté; y en la persona más odiada del país. ¿Qué hice para merecer tanta bulla? ¿Maté a alguien, robé un banco, me ficharon para el Barcelona FC, me fotografiaron con Britney Spears? Peor que eso. Dije que la comida peruana era indigesta y que abusaba de los carbohidratos. Y encima no solo lo afirmé sino que cometí el pecado de ser ?categórico? al decirlo. Y ya para echar más leña al fuego, lo hice en un blog en España. ¡Vaya desmadre el que armé! Al parecer, la autoestima peruana solventada por el discurso gastronómico es un globo tan frágil que hasta un comentario menos filoso que una cuchara de bebé la hace estallar en mil pedazos. Y claro, después solo queda insultar hasta hundir al que osó destruir la zona de confort, convocar a los chefs del país para que declaren en mi contra, escribir miles de tweets y comentarios en FB para declarar que soy un Don Nadie, un escritor fracasado y un traidor a la patria. Mucha bulla para alguien sin importancia, digo yo. Me pregunto: ¿En ningún momento, en medio del fragor de los tweets, tomaron consciencia de que estaban haciendo el ridículo tomando como tema de interés nacional que a un peruano no le guste la Inca-Kola? ¿Se han enterado, por ejemplo, de que la mayoría de veinteañeros peruanos no saben lo que fue Sendero Luminoso y no reconocen las siglas MRTA? ¿No se les ocurre decir algo al respecto o mejor seguimos con el linchamiento contra Thays, que es más divertido? Si hay algo más indigesto que la comida peruana es el patriotismo de parroquia. Esta bulla mediática demuestra que el llamado ?boom? gastronómico peruano no es ese elemento unificador de halo místico, generoso, sentimental y mestizo que se nos ha querido vender sino, al contrario, un elemento marginador, que exacerba el peor nacionalismo y las reacciones intolerantes, machistas, homofóbicas y chauvinistas de los peruanos que firman sus comentarios como ?cholo soy?. Disentir de ese símbolo patrio recién parido que es la comida peruana merece el repudio y el amedrentamiento verbal, como solo se supone que debería ocurrir cuando uno arremete contra los símbolos patrios o religiosos en las dictaduras fascistas o el islamismo. ¿Es de eso de lo que los peruanos se sienten orgullosos? ¿De haber convertido al anticucho en nuestra esvástica? Hace poco me preguntaron qué importancia tenía para el Perú el que Mario Vargas Llosa hubiese ganado el premio Nobel. No supe qué responder. ¿Qué importancia puede tener ese premio en un país donde no hay suficientes bibliotecas ni librerías, donde impera la piratería libresca, donde no existen suplementos literarios y donde subsiste el índice más bajo de comprensión de lectura en América Latina? ¿Cambia en algo ese panorama el que Vargas Llosa gane el Nobel? Lo mismo pienso de otros orgullos nacionales epidérmicos. Aplauden a Kina Malpartida, a Sofía Mulanovich y a los hermanos Ccori, pero el Instituto Peruano del Deporte vive precariamente y todos ellos tienen que bregar duro para conseguir auspicios que les permitan participar de sus eventos; se enamoran de las portadas dedicadas al tenor Juan Diego Flórez, pero son incapaces de cambiar una asistencia a la ópera por una noche de ?hora loca? y 2x1 en la discoteca de su barrio; se ilusionan con que La Teta Asustada sea candidata al Oscar, pero olvidan que la mayor parte de películas peruanas se financia con capital extranjero y que los directores tienen que llorar lágrimas de sangre para evitar que los cines quiten sus películas luego de una semana de ser exhibidas, porque esos peruanos patrioteros han preferido ir a ver el blockbuster de turno. Esperan con banderitas peruanas en el aeropuerto a las estrellas de Hollywood que visitan Macchu Picchu para alinear sus chakras, pero desconocen casi todo de la cultura incaica que originó la fortaleza. Ese es el retrato del peruano snob y chauvinista que se siente afectado con mis comentarios y se ve llamado a defender el orgullo patrio insultándome, llamándome traidor a la patria o gay, lo mismo da, un marginado. Perdonen los esforzados comentaristas si les digo que me siento orgulloso de sus insultos. Si he sido capaz de poner patas arriba ese discurso hegemónico en torno a la cocina tan solo con decir que el Suspiro Limeño es demasiado dulce, y aglutinar a toda la horda de nacionalistas trasnochados e intolerantes en torno a un post que ni siquiera trata sobre la identidad nacional, creo que le he hecho un bien al país desnudando su talón de aquiles. Ningún peruano necesita de ese tipo de discurso facho-gastronómico para encontrar su identidad, sino discutir sobre ella basándose en hechos concretos, en ideas y argumentos, y no en histerias colectivas en Twitter ni en tacu tacus de 70 euros ni en la santísima virginidad de los chefs peruanos y sus fogones que hacen ?patria?. Seamos serios ¿realmente es la cocina peruana la única posibilidad de identificarnos como peruanos? Pues entonces hagamos a Gastón Acurio (y no a Rafael Osterling, claro, que es muy ?cosmopolita? para un tema tan sensible como este) Presidente, Premier y General del Ejército Peruano. Todo en uno. O quizá podríamos empezar por discutir, por ejemplo, qué implica para la imagen que proyectamos de nosotros mismos que el 2011, el año en que se cumplieron cien años del nacimiento José María Arguedas, uno de los más grandes forjadores de la identidad nacional y conocedor de primera mano de sus hondas fracturas, se prefirió celebrar el aniversario de cuando un gringo descubrió Macchu Picchu gracias a unos guías indígenas cuyos nombres se han evaporado de los libros de historia. Finalmente, quiero dejar en claro que de todo lo que han dicho sobre mí, lo más ridículo es la acusación de haber reseñado un libro que no he leído. Se nota que los lectores de El País adolecen demala vista o de mala leche. En mi post afirmo tajantemente que no he leído el libro y, por tanto, mi comentario está dedicado a la nota de prensa y el blurb publicitario. Asimismo, aunque me permito dudar sobre la posibilidad de que una novela sospechosa de oportunismo sea buena, jamás niego que pueda resultar al fin una obra notable. Nunca he reseñado una novela que no haya leído atentamente y si algún día me decido a reseñar la novela de Gustavo Rodríguez lo haré y uds. se enterarán, entre otras cosas, porque debajo del post encontrarán la palabra ?Reseñas? dentro del rubro Categorías. Si no aparece esa palabra, no estoy reseñando un libro. Así de sencillo Gracias, saludos y buena digestión.

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3 de febrero de 2012
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II. Sacarle el agua al pez

De alguna manera muchos de esos asuntos fueron tocados en la discusión, pero donde el debate se concretó mejor fue en el asunto del narcotráfico.  Siempre he tenido presente mi aleccionadora participación como miembro de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia que encabezaron los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso de Brasil y César Gaviria de Colombia, que resultó para mí en un verdadero curso de altos estudios sobre la red criminal de estupefacientes que se extiende por todo el mundo, y de donde salí convencido de que no hay otro remedio para poner fin al poder clandestino de los carteles y su brutalidad despiadada, que la despenalización de las drogas. Y fue lo que sostuve.

Le dije al presidente Santos, amigo de muchos años, que seguramente él, dada su investidura, no podía expresar esa opinión que yo, como escritor, y ciudadano común y corriente no tenía ningún impedimento en dar; y él respondió que claro que podía hacerlo, estaba de acuerdo en la despenalización, siempre que se tratara de una medida adoptada por todos los gobiernos sin excepción, algo en que todos en el panel estuvimos de acuerdo. La despenalización significaría sacarle el agua al pez venenoso que es el narcotráfico, la empresa financiera y comercial global más poderosa que ha conocido la historia de la humanidad, con innumerables tentáculos y absoluto desprecio a la vida.

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3 de febrero de 2012
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Cosas de nosotros mismos que habíamos olvidado

 

Es el más europeo de los escritores norteamericanos. No en balde fue traductor de poesía francesa. Paul Auster, que vive en el acogedor barrio de Brooklyn, posee una extravagante imaginación literaria. Es el creador de un mundo narrativo en el que quieren vivir sus numerosos lectores. Esto no es algo que pueda decirse de cualquiera.

Sus obras son elogiadas por una tribu cada vez más adicta. En España se le celebra y festeja. Tiene algo de ídolo y sus lectores se comportan como idólatras. Se le quiere más que en Estados Unidos. Pero Auster es un escritor prisionero. Sus seguidores tan sólo esperan leer una nueva versión de su anterior novela. Son insaciables.

Su editorial española, Anagrama, publica ahora el primer esbozo de su autobiografía. Por lo visto Auster tiene miedo de hacerse viejo ("Has entrado en el invierno de tu vida") y se ha propuesto recordar algunas cosas. Su Diario de invierno es un autorretrato. Mal acogido por los críticos -y no lo entiendo. Al fin y al cabo ¿para qué escribe un hombre su autobiografía? Para comprenderse mejor y para darse a conocer. Una especie de inventario: ¿realmente existo tal y como me parece? Decídmelo, por favor. El ejercicio es una pausa en la fábrica narrativa. Es una confesión. Hay que hacer caso a los escritores que tienen necesidad de verse en el espejo del recuerdo. ¿No hay aquí algo de ternura, de compasión? Compartirla no puede ser tan malo. Aunque a veces los pensamientos carezcan de grandeza y se limiten a reproducir lo que de otra manera no podría decirse. Si amas a tu mujer y te gusta abrazar a tus hijos y has vencido cualquier pulsión equívoca al respecto, ¿qué otra cosa puedes decir? Salvo el temor a la muerte y a la pérdida de los tuyos, claro.

Auster relata historias de sí mismo, imágenes sueltas en las que se ve haciendo y diciendo cosas que había olvidado. ¿Subsiste este hombre en mí mismo? No importa que me sienta orgulloso o avergonzado de él. ¿Qué puede quedar de él? Auster nos cuenta algún hallazgo imprescindible, quizá tardío: "ignorar lo que dice la gente es beneficioso para la salud mental de un escritor". No hay elipsis ni estrategia: son hechos. Exentos, espero, de imaginación artística. No hay ficción en el hombre que se retrata sin engaño. Podrá haber mala memoria y a veces, algo de pudor. Pero el resto debe ser cierto. Eso espero al menos.

Auster hurga en su memoria para saber algo más de sí mismo y para darse a conocer. ¿Qué puede sacar de todo esto? ¿Qué le impele a ponerse en cuestión de este modo?

"Cuando trabajabas como miembro de la tripulación del buque Esso Florence, amenazaste con golpear e incluso matar a uno de tus camaradas de a bordo por acosarte con insultos antisemitas. Lo agarraste de la camisa, lo incrustaste en la pared y le pusiste el puño en la cara, diciéndole que dejara de insultarte o se atuviera a las consecuencias. Martínez se retractó inmediatamente, pidió disculpas, y no tardasteis mucho en haceros buenos amigos".

Recuerda las sucesivas penurias de su prolongada juventud:

"Aun cuando os advirtió que la casa no estaba en condiciones primorosas, ninguno de los dos imaginó que os esperaba una chabola en ruinas".

Se sorprende al descubrir episodios de una ingenuidad que probablemente todavía se estén incubando en la misma cáscara:

"Entonces fue cuando hiciste la pregunta, pronunciando las desatinadas palabras que demostraban tu absoluta necedad y el hecho de que seguías sin entender nada del pequeño mundo en que por casualidad estabas viviendo. "¿Habéis llamado a la policía?" John sonrió. "Por supuesto que no", contestó. "Los chicos lo han molido a palos, le han roto las piernas con bates de beisbol y lo han metido en un taxi. Jamás se le ocurrirá volver al barrio; si es que quiere seguir respirando". Así fueron tus primeros tiempos en Brookyn."

Paul Auster habla con su difunto padre en sueños:

"Lleva ya muchos años visitándote en una habitación a oscuras al otro lado de la conciencia, sentándose para mantener largas conversaciones contigo, sin prisas, tranquilo y circunspecto, tratándote siempre con amabilidad y buena voluntad, siempre escuchando con atención lo que tienes que decirle, pero en cuanto se acaba el sueño y te despiertas, no recuerdas una sola palabra de lo que cada uno de vosotros ha dicho".

Y así subsiste la vida de un hombre en su memoria.

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2 de febrero de 2012
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El mal gratuito infringido a Tony Nicklinson

 Lo que la ley podría hacer por Tony Nicklinson.

Leo en El País del 3o de enero  una  punzante crónica  de Walter Oppenheimer sobre Tony Nicklinson, ciudadano británico que en 2005 sufrió un derrame cerebral que le provocó una parálisis  de cuello abajo. Como el lector adivina, la crónica nos invita una vez más a una reflexión sobre la eutanasia. Pero desde luego no tendría un efecto tan incisivo si Oppenheimer no describiera el asunto con tal honradez  que   el caso de Nicklinson se convierte   en imagen verídica no ya de la tragedia que siempre se cierne sobre la especie humana, sino asimismo-y sobre todo- de los sombríos tintes sobreañadidos por  el cúmulo de simulacros, construcciones edulcorantes de nuestra condición, artificiosas obligaciones "morales",  y desde luego resentimiento e implacable odio contra  quien de signos de resistencia, que convierten a la sociedad en un fétido entramado de mentiras, y eventualmente en un marco de complaciente tolerancia con prácticas rayanas a la tortura.

Lo que acerca el caso de este hombre de admirable lucidez a la situación potencial de cada uno de nosotros son las tremendas declaraciones de su mujer que aquí reproduzco:

"Mucha gente cree que Tony quiere morir mañana, pero no es eso lo que quiere. Sabe que  llegará el momento en que su vida se convierta en algo insoportable y que quiera acabar con eso. Quiere saber que, cuando llegue el momento, será capaz de hacerlo. Porque ahora no puede...[tras un gesto de su marido] quiere saber que en el futuro podrá acabar con su vida".  Obviamente ahora no puede porque depende de otro para sus más elementales necesidades y hasta para decir si quiere o no vivir, y precisamente protesta por esta limitación respecto a lo que considera un derecho esencial.  La sociedad no puede curarle de su enfermedad, pero sí puede  abolir la discriminación  en la que se encuentra  respecto a la posibilidad de acabar o no acabar con su vida. Volveré luego sobre este tema central. Ahora transcribo las palabras del  propio Nicklinson:

 

El plan B) de Tony Nicklinson

"Para mí  los cuidados paliativos no significan nada...Mis opciones son limitadas. Puedo seguir así hasta que  muera (porque el estado me dice que tiene que ser así: plan A). Puedo dejarme morir de hambre [en realidad posiblemente tampoco le dejarían], una forma especialmente horrible de de marcharse y angustiosa para mi familia. Puedo ir a Dignitas  [institución suiza que facilita la muerte...si puedes pagártela], pero no tengo las más de 10000 libras que costaría. 

La gente no se da cuenta de lo que es tener un plan B (la capacidad de decidir dónde, cuándo y cómo morir). Sufro una constante y extrema angustia mental sabiendo que no tengo un plan, una vía de escape realista para el momento en que la vida se me haga insoportable   "

Es simplemente tremendo. Las de por sí duras condiciones de vida de Tony Nicklinson se ven agravadas por la imposibilidad en la que se encuentra de decidir si así la vida vale o no la pena, y actuar en consecuencia. Como él mismo dice  el conocimiento de esta impotencia le produce una permanente desazón, quizás tanta como la que la provocada por  su propio estado físico. Si la ley cambiara, este sufrimiento sobreañadido no se daría. Quien sabe si no es precisamente este suplemento contingente de su mal el que le impide reconciliarse con la vida. Sí, me atrevo a avanzar esta hipótesis, obviamente no científica,  pero desde luego filosófica en el sentido de que su verosimilitud nos concierne a todos: una sociedad que facilitara la muerte en condiciones de  dignidad, facilitaría la reconciliación con la vida y en consecuencia con la sociedad; haría pues menos omnipresente y obsesiva la idea de escapar a la vida.

 

Capataces del infierno

El infierno de Tony Nicklinson reside quizás en la ley que le impide salir del infierno. Los   defensores de la ley quieren que no cese la "extrema angustia mental" de este hombre. Entre tales "hombres de voz dura" no cuentan los miembros de  su familia . Todos están de acuerdo en que Tony comparta con ellos su vida mientras, pese a su estado, le parezca que vivir es bueno.

Los capataces del infierno son otros. Lo hacen en nombre de la sociedad (en ella vives  y no tienes derecho a evitarla), del  amor de los suyos, o del amor de Dios, sobre todo quizás del amor de Dios: El Señor otorga ...el Señor retira . Alabado sea el Señor.  Pero se da el caso de que Tony no se siente en deuda con tal Señor,  simplemente porque nunca ha creído en el mismo.  Pero son los que sí creen los que (quizás precisamente en razón de su obediencia)...mandan. Mandan incluso por mediación de aquellos que pretenden no creer, pero que "respetan" los principios sociales de los creyentes, hasta el punto de hacerlos propios e imponerlos a los demás bajo modernos ropajes. Y así las sociedades laicas de Europa siguen tolerando miles de casos como el del lúcido y valiente Tony Nicklinson.    

 Se ha anatematizado mil veces  el régimen de los khemeres rojos (y en general  todas las formas de estalinismo) por el hecho de anteponer un ideario abstracto a los deseos de las personas que deberían encarnarlo. Mas también entre nosotros la ideología del pretendido bien   prima  sobre aquello que, sin ser lesivo para nadie , uno considera un bien propio, o al menos un mal menor. El ideario del carácter sagrado de la vida pesa como una losa sobre lo que de vida humana propiamente dicha le queda a Tony Nicklison, con cuya visión de la sociedad que constriñe su libertad, sólo difiero en un extremo importante:

Nicklison afirma sentirse discriminado en razón de que por su incapacidad física se le impide la libre y consciente elección de dejar la vida. Pues bien, también los que no sufren incapacidad física  están discriminados. Aun obviando los casos de confinación en cárceles, hospitales, manicomios etcétera  (hay centros de detención en el mundo dónde las paredes son acolchadas para que el torturado no pueda destrozarse contra ellas), el potencial suicida no tiene libre acceso a la forma de muerte voluntaria que despierta en menor medida sus fantasmas conscientes o semiconscientes de mutilación.

El ser de palabra imagina su muerte, y esa muerte, que precisamente por ser imaginada nada tiene que ver con lo absoluto de la misma (imaginar la muerte propia equivale a intentar ese imposible que sería ser testigo de la propia ausencia). Mas lo cierto es que este despliegue imaginario serena o suscita fobias,  y ello no siempre  de manera coincidente en los diferentes individuos. Para uno es insoportable la idea de estar esperando a que produzca su efecto la dosis de barbitúricos, mientras que para otro, lo insoportable es la imagen de quiebra del entero cuerpo al arrojarse a un precipicio. No hay quizás buena muerte pero hay muerte menos mala según los casos. El ciudadano deseoso de acabar, al que se le excluye de la medicación sedativa, puede sentir tremenda desazón sabiendo que quizás se vea abocado al primer tóxico a mano, lo que podría denominarse complejo de Madame Bovary.

La sociedad en que proliferan cárceles, manicomios, industrias contaminates y esclavizadoras de sus operarios, trabajo embrutecedor y temor al paro...la sociedad de la nueva y de la vieja miseria considera ilegítimo que alguien pueda con lucidez y hasta serenidad decir que se acabó. Los que, como a tantos otros, niegan a Tony Nicklinson  el principio de elección sobre su propia muerte, están posiblemente cegados por alguna de esas ideologías de la salvación que engrasan este edificio de la infamia y la mentira, son de alguna manera voluntarios capataces de una causa, pero en este caso el capataz carga en exceso la suerte, se gusta en esta su función de capataz del infierno.   

 

Postscriptum

Me había propuesto retomar la reflexión interrumpida hace unas semanas sobre cuestiones vinculadas  a lo que en otro tiempo se llamaba filosofía natural; cuestiones que aquí he reivindicado muchas veces como expresión de  un tipo de interrogación inherente a la condición humana y  que sería parte de la atmósfera espiritual de todo ciudadano, si simplemente las condiciones sociales no lo impidieran.

Tenía escrito ya incluso el primer texto, pero una bien comprensible reacción a la lectura de la crónica de Oppenheimer me obligó a postergar el asunto, esperando que no sea algo permanentemente diferido. De hecho ya planteaba, sin conciencia de ello, la alternativa cuando, en una de las columnas anteriores, por un lado decía que nadie debería renunciar a su capacidad de reflexión sobre el entorno natural y el propio ser del hombre, y por otro lado me refería a la praxis en contra de la alienación social como primer paso de la actitud filosófica. Efectivamente en misa y repicando, en la exigencia conceptual y la denuncia de la mentira que, fruto posiblemente de la cobardía, da lugar a la parodia de polis, que constituyen nuestras sociedades en las que la actitud filosófica es el enemigo, precisamente porque se mantienen precisamente en base a reprimir en cada uno de nosotros la irrenunciable aspiración a ser lúcidos. Exactamente la situación por la que el restaurado régimen democrático de Atenas era incompatible con Sócrates.

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2 de febrero de 2012
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Cuatro preguntas sobre la próxima guerra

Será en verano, época guerrera por excelencia. En mitad de la campaña presidencial, con Obama y Romney enzarzados en la pelea decisiva. Un tiempo de transición, por tanto, en el que se abren las ventanas a iniciativas inusuales. Todo será muy rápido, con bombardeos de precisión realizados por aviones no tripulados y por superbombaderos cargados con obuses perforadores. Después vendrá la respuesta, que puede convertirse en guerra. Cuando todo termine, nada será como antes. Para dilucidar la consistencia de esta historia, que muchos quieren evitar, hay que responder a varias preguntas:

1.- ¿Es Irán una amenaza? Lo es, sin duda, a pesar de todas las protestas iraníes sobre el carácter civil de su industria nuclear. El desarrollo nuclear civil conduce a un umbral tecnológico, denominado zona de inmunidad, a partir del cual ya no hay retroceso. A pesar de las guerras secretas del Mosad contra Irán y de la presión diplomática y los embargos, muchos indicios señalan que ya se ha llegado al punto crítico, de forma que si se supera, habrá que contar con una nueva potencia nuclear en Oriente Próximo. Israel considera esta eventualidad como ?una amenaza existencial?. Para la monarquía saudí es un desafío intolerable a su hegemonía en la región del Golfo. Y desde el punto de vista de la proliferación nuclear, la bomba iraní sería la invitación a que otros países de la región, como Egipto, Turquía o Arabia Saudí, siguieran el mismo camino. 2.- ¿Es posible eliminar el peligro nuclear iraní? Hay teorías para todos los gustos, aunque ninguna considera posible su eliminación definitiva sin cambiar el régimen. Los iraníes han aprendido de los bombardeos realizados por Israel sobre los reactores de Irak y Siria, en 1981 y 2007, respectivamente, de forma que sus instalaciones se hallan muy dispersas, protegidas y en algunos casos a unas profundidades inalcanzables ni siquiera por las megabombas antibúnker. Los más pesimistas consideran que se retrasaría el programa nuclear en unos pocos meses, quizás un año, y los más optimistas en dos. Los proliferadores han aprendido de Sadam Husein: la mejor forma de evitar que te ataquen por proliferar es que ya tengas la bomba; si no la tienes, como le sucedió al dictador iraquí, te van a atacar e incluso invadir: un argumento más para atacar ahora. 3.- ¿Qué resultados puede obtener Israel con un ataque preventivo? Esta es la pregunta donde el espacio de incertidumbre es mayor. La capacidad de respuesta bélica iraní probablemente es menor de lo que sus declaraciones y gestos pretenden mostrar. Pueden intentar cerrar el estrecho de Ormuz, realizar ataques con misiles contra Israel o lanzar una campaña de atentados en todo el mundo. El precio del petróleo se verá afectado. Fácilmente debilitará a la oposición iraní, obligada a cerrar filas con el régimen en un tema que pone en juego el orgullo nacional. Se inflamará de nuevo un cierto antiimperialismo que la primavera árabe había amortiguado. 4.- ¿Qué efectos producirá en el mapa geopolítico? Si es grande la incertidumbre respecto a los resultados inmediatos de un ataque, mayor es todavía respecto a los efectos sobre la geopolítica de una zona sometida a un terremoto de cambios. Israel se halla en un momento crucial para su futuro, en un aislamiento internacional insólito y pendiente del rumbo de Egipto, así como de la posibilidad de ruptura o modificación del tratado de paz de Camp David, que le ha garantizado más de 30 años de estabilidad en la frontera occidental. También en Jordania pueden precipitarse los acontecimientos en dirección a un endurecimiento de las relaciones con Israel. Su única seguridad es la inquebrantable amistad expresada por Obama, a pesar del mal trato que le ha dado Netanyahu. Israel necesita restaurar plenamente la disuasión militar en la zona, después de dilapidarla en la guerra de Líbano y recuperarla solo parcialmente en Gaza. Sabe que más pronto que tarde deberá negociar con Gobiernos islámicos salidos de las urnas en Egipto y Jordania, al menos, quizás también en Siria, y bajo las nuevas e insólitas condiciones de unos electorados y opiniones públicas árabes que expresarán libremente su enemistad. El ataque preventivo contra Irán puede ser entonces la demostración de fuerza previa a una negociación con los nuevos agentes de la historia en Oriente Próximo.

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2 de febrero de 2012
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Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo

Marc Rothko. Ocre y rojo PosibilidadesPrefiero el cine.Prefiero los gatos.Prefiero los robles a orillas del Warta.Prefiero Dickens a Dostoievski.Prefiero que me guste la gentea amar a la humanidad.Prefiero tener a la mano hilo y aguja.Prefiero no afirmarque la razón es la culpable de todo.Prefiero las excepciones.Prefiero salir antes.Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.Prefiero lo ridículo de escribir poemasa lo ridículo de no escribirlos.Prefiero en el amor los aniversarios no exactosque se celebran todos los días.Prefiero a los moralistasque no me prometen nada.Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.Prefiero la tierra vestida de civil.Prefiero los países conquistados a los conquistadores.Prefiero tener reservas.Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico.Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.Prefiero los perros con la cola sin cortar.Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.Prefiero los cajones.Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionadoa muchas otras tampoco mencionadas.Prefiero el cero soloal que hace cola en una cifra.Prefiero el tiempo insectil al estelar.Prefiero tocar madera.Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidadde que el ser tiene su razón. Wislawa SzymborskaDe ?Gente en el puente? 1986        Versión de Gerardo Beltrán

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1 de febrero de 2012
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Lo nuevo de Janet Malcolm

Janet Malcolm No creo que exista un libro de crítica más agudo, y al mismo tiempo mejor escrito, sobre Anton Chejov que el que le dedicó la reportera de The New York Times Janet Malcolm. Y otros autores, como Sylvia Plath, han sido beneficiados por su inteligencia. Ahora, Debate anuncia un nuevo libro suyo, Ifigenia en Forests Hills y El País adelanta las primeras páginas. Imprescindible. Dice además:

En este caso, el asunto abordado es el juicio por asesinato en la cerrada comunidad de judíos bujaríes en Forest Hills, en el distrito neoyorquino de Queens. El muerto es un hombre llamado Daniel Malakov. Y la acusada, casi convicta antes de comenzar el proceso, es su exmujer, la joven doctora Mazoltuv Borukhova, sospechosa de contratar a un asesino para acabar con su Malakov, en presencia de la hija de ambos. Es la vuelta de Malcolm, veinte años después, al tema judicial, el caso MacDonald contra McGinniss que nutrió el que acaso sea su mejor libro, El periodista y el asesino (Gedisa), elegido entre los 100 mejores títulos de no ficción del siglo XX por la Modern Library, una historia que le dio fama, en parte, por la antológica frase que lo abre: ?Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible?. La reportera se vio presa de aquella reflexión que aún le persigue y que convirtió a Malcolm en una controvertida figura siempre dispuesta a desenmascarar los vicios de la profesión. Entre un tribunal y otro, la escritora se ha dedicado a algo que hace insuperablemente: el reportaje de largo aliento sobre asuntos más o menos culturales: la relación entre Ted Hughes y Sylvia Plath (La mujer en silencio, Gedisa); la literatura de Chéjov (Leyendo a Chéjov, Alba); la peripecia de Gertrude Stein y Alice B. Toklas (Dos vidas, Lumen) o el enrarecido mundo de los ortodoxos del psicoanálisis (En los archivos de Freud, Alba). Este último y brillantísimo ensayo le valió a Malcolm sentarse en el banquillo de los acusados cuando Jeffrey D. Masson la acusó por libelo en un proceso que terminó en el Tribunal Supremo de EE UU en 1994 y obtuvo resonancia nacional. De ahí que esta Ifigenia en Forest Hills, con título de resonancias mitológicas, resulte un añadido tan excepcional a la muy excepcional obra de Malcolm. El caso contra Borukhova, al que fue enviada por la revista New Yorker, sirve a la reportera de punto de partida para otro de sus ajustes de cuentas: con el periodismo hecho a la ligera, con las falacias del sistema penal estadounidense y, finalmente, consigo misma.

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1 de febrero de 2012
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El Boomeran(g)
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