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Vasconiana

 

Este apunte filológico y gramatical va en memoria de Alfonso Irigoyen, con quien discutí con mucho agrado y provecho de estas cosas, y está dedicado a los amables lectores que me preguntan por qué digo que la lengua vasca es, en esencia, latín hablado por aquitanos, pero niego que sea un romance. 

Los préstamos latinos conforman la mayoría del vocabulario vasco. Al mismo tiempo, la conjugación perifrástica, la invención del participio pasivo, la fonética, la morfología y la sintaxis de la lengua vasca se deben al latín. 

Un ejemplo de palabra vasca sin registrar en los diccionarios sería izkinu, la construcción circular de piedra seca, sin cubierta, y con apertura de entrada, utilizada para guardar las castañas con sus erizos. Deriva del latín ericinum, igual que kirikiño y triku, nombres del erizo en vasco, que ya Corominas señaló como procedentes del latín, contra el parecer de Michelena, quien prefería que fueran onomatopeyas. En cambio, una registrada sería bazka, que significa pasto, comida, y viene del latín pascam, que quiere decir lo mismo. Los nombres de las comidas (gosari, bazkari, afari…) presentan un sufijo derivado del latín escarium (comestible, concerniente a la comida). En cualquier dirección que se mire, aparece el latín.

Ahora, hay una diferencia medular entre los préstamos latinos en vasco y los presentes en las demás lenguas, incluyendo las romances. Todas las palabras latinas en vasco han sido originalmente importadas a partir del acusativo, mientras en las demás lenguas proceden del nominativo. Por ejemplo, bake (paz) no viene del nominativo pax, sino del acusativo pacem; errege (rey) no viene del nominativo rex, sino del acusativo regem, y así en todos los casos.

Y este es el momento de preguntarse por qué la lengua vasca derivó sus préstamos latinos a partir del acusativo. Pues lo hizo porque el latín, como sus parientes del linaje indoeuropeo, era una lengua donde resaltaba el acusativo,  que, a su vez, era un caso inexistente en aquitano. Es la prueba de que el aquitano  “veía” —entendía— el latín desde fuera. Porque el acusativo es muy acusado visto desde fuera, pero no desde dentro, donde es apreciado como un residuo, como el apéndice o las muelas del juicio, en trance de desaparición. La mayoría de las lenguas indoeuropeas lo han abandonado o van camino de hacerlo. En las romances y el inglés no existe prácticamente, y en alemán  y polaco apenas se nota un poco más. Cuando se hace precisa la distinción entre sujeto y objeto, se recurre a las preposiciones.

El aquitano no tenía acusativo, y ante el problema de distinguir el sujeto del objeto, ponía una marca en el sujeto, al contrario del indoeuropeo y la mayoría de las lenguas del mundo, que ponían y ponen la marca en el objeto. Esa marca en el sujeto es lo que se llama caso ergativo, y era una característica del aquitano, mantenida en el vascuence, que se distingue de las lenguas romances en que procede del latín sin acusativo hablado por los aquitanos, que mantenían la hechura fonética del caso, pero no su función.

 

 

 

 

 

 

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17 de febrero de 2012
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II. Paraísos que hacen agua

Hasta hace poco, Grecia e Islandia eran paraísos, cada uno en su propia dimensión. No se extrañe uno de los paraísos en Europa. Hay campesinos en Alemania o en Bélgica que recibe un cheque mensual del estado para que no cultiven alimentos y se dediquen a cuidar el paisaje que se extiende por los prados que atraviesan los trenes de alta velocidad y las autopistas; hace algunas décadas, cuando Grecia era un socio feliz de la comunidad europea, los agricultores cosechaban miles de toneladas de tomates que luego debían enterrar en zanjas abiertas con excavadoras, para que los precios no se desplomaran. Recibían un subsidio, pero se llenaban de frustración al ver cómo el fruto de su labor volvía de semejante manera a la tierra.

Islandia tiene poco más de 100 mil kilómetros cuadrados, y una población un poco mayor de 300 mil habitantes. Hasta antes de la crisis que se desencadenó a finales de 2008, el  ingreso per cápita era de cerca de 56 mil dólares, séptimo en la lista de los primeros diez países más ricos del mundo; ahora ese ingreso se ha desplomado a 38 mil dólares.

Lo que cuenta la historia aleccionadora es que en 2008 Islandia se declaró en bancarrota. Sobrevino una inflación galopante, la devaluación de la moneda, la insolvencia para pagar hipotecas y deudas de consumo.  Los banqueros habían desquebrajado las bases de la floreciente economía, floreciente de manera bastante artificial, como sucede siempre con esos booms basados en la especulación y en el engaño que hace que los ciudadanos se crean ricos, todos armados de una tarjeta de crédito platino, y dueños de tres automóviles, y casas de campo y casas de playa; éste último es sólo un ejemplo, ya se sabe que las costas de Islandia no son como para tenderse a tomar sol.

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17 de febrero de 2012
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Mentiras piadosas

Estamos de acuerdo en que la mentira viene a constituir el 50% de la política actual y que el otro 50%% no son mentiras sino tan sólo disimulos, camuflajes, ocultamientos. Los ciudadanos estamos ya maduros para pagar impuestos, pero no tanto como para resistir el peso de la verdad. Nuestros representantes nos evitan ese mal trago con amor paternal. Es pura caridad.

De acuerdo, pero ¿por qué falsean sus currículos los políticos? ¿Por qué se atribuyen títulos universitarios que no tienen? Los dos últimos, analizados y documentados por Santiago González, uno de los periodistas mejor informados de España (http://santiagonzalez.wordpress.com/), han sido Elena Valenciano del PSOE y Tomás Burgos del PP. Ambos han declarado oficialmente y por escrito estar titulados en licenciaturas que nunca llegaron a concluir.

    He aquí un tipo de mentira muy particular. Ellos saben que en Europa es difícilmente digerible que un cargo de alta responsabilidad política vaya a dar a manos de alguien que no ha cursado estudios superiores. En consecuencia, mienten. He ahí un gesto de respeto hacia las clases superiores, una muestra de aceptación de las costumbres europeas, por muy estúpidas que nos parezcan. No somos europeos, pero hemos de simularlo. Hasta ahí todo correcto.

Es cierto que no es necesario tener un título universitario para hacer de político. Es incluso más cierto que en España suelen tener mejor acogida en los partidos aquellos que carecen de toda suerte de estudios, como Bibiana Aído o el impagable representante de la Cataluña ancestral, el señor Tardá, de Payasos sin Fronteras. En las ejecutivas abundan aquellos que a duras penas han logrado acabar el bachillerato, como el anterior presidente de la cámara catalana, el impresionante Benach. Incluso Carme Chacón durante unos días se compuso un título de Doctora. Todo ello es cierto. Entonces, si está tan bien visto carecer de estudios superiores para dedicarse a arreglar la vida del prójimo, ¿por qué mienten o falsean sus currículos? ¿Sólo por vergüenza ante las autoridades europeas?

    Creo que la razón más sustancial es que deben mantener la ficción de que la Universidad española sirve para algo. Es verdad que ellos no creen en absoluto en el valor de la Universidad. Es más, casi todos los falsificadores tienen un profundo resentimiento contra los verdaderos titulados, a quienes ven como señoritos parasitarios de las sabias burocracias del sindicato y el partido. Un doctor en algo es, para ellos, alguien indigno de confianza. Por eso han ido sustituyendo los técnicos de la administración por ideólogos con escasos conocimientos y abundantes convicciones.

    Sólo un absoluto desprecio por el saber, por el conocimiento, por lo que se supone que ofrece la universidad, puede llevar a falsear un currículo. Y así ha de ser ya que, si son partidarios de la mentira en la documentación oficial, ¿cómo van a admitir el valor de la verdad en la vida social? Es mejor que los contribuyentes no sepamos nada de nada, ya están ellos para arreglarnos la vida.

Si no recuerdo mal, a ese sistema político se le llamaba "despotismo ilustrado". Sólo que, en nuestro caso, incluso la ilustración está falsificada.

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16 de febrero de 2012
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Colombiano por un día

Puede parecer un experimento periodístico, pero en realidad es una historia de viaje. Todo transcurre en el mejor hotel de Senegal: el Sofitel de Dakar. Hay una conferencia de prensa de uno de los magnates de la moda globalizada. Estamos en África, pero en un lujoso salón de un hotel cinco estrellas, a pasos de bandejas de camarones y ostras, con el Atlántico asomado a los ventanales como una postal panorámica. Hay una veintena de periodistas, la mayoría mujeres: editoras y redactoras estrella de las principales revistas de moda del mundo.

La asistente de prensa del entrevistado, una rubia distante, nos da algunas recomendaciones. Hay vasos de agua, y fotógrafos que disparan sus flashes en la cara del heredero de una compañía con más de mil locales de ropa en todo el planeta. Todo lo que aquí se diga, mañana estará publicado en el mundo de la moda. Entonces, al partir la conferencia, la rubia asistente nos da una indicación: que digamos nuestro nombre y el país del medio que representamos.

Una chica de anteojos modernos -después supe que era editora junior de la Vogue hecha en París- partió diciendo su nombre y luego remató con el país: Francia. Pasaron diferentes editoras de Marie Claire y Vogue, que luego de su nombre decían o Italia, o Alemania, o Estados Unidos. Había varias japonesas, de diarios dedicados exclusivamente a la moda. Un noruego de anteojos oscuros. Una inglesa sacada de una vidriera de Prada. Entonces llegó mi turno. Estaba ahí por SoHo. Tomé el micrófono, y me escuché por los parlantes cuando dije:

-Juan Pablo Meneses, Colombia.

 Después de decir Colombia, hubo un pequeño silencio, y el resto de las caras comenzó a girar hacia mí. Tal vez fue un segundo, o dos, o seis, pero me pareció más tiempo. Como suele suceder en los viajes, ya me había tocado tener otras nacionalidades. Me han confundido con marroquí, o brasileño, o peruano. He pasado por andaluz, argentino, y hasta por chileno, mi verdadera nacionalidad. Sin embargo, esta era la primera vez que me presentaba como de Colombia, y la reacción había sido automática: todos se habían dado vuelta a mirarme.

 La conferencia de prensa duró lo esperado, las preguntas fueron las habituales, y las respuestas -incluido el breve discurso pro África- habían sido las típicas. Lo que no estaba en el programa, era que a partir del momento de presentarme, para el resto había pasado a ser un colombiano. Lo que no es cualquier cosa.

Cuando estás en un lugar así, y eres colombiano, te acostumbras a que siempre que giras la cabeza hay alguien mirándote: con más o menos disimulo. Tal vez por una cosa propia de los colombianos (aunque seamos los de un día) y que tiene que ver con cómo nos miramos, cuando uno es colombiano muchas veces te sientes más observado. Y a veces, crees que para mal. Al término de la conferencia hubo un coctel. Entre las bandejas y copas, se me acercó la francesa de Vogue y me preguntó por mi país. Luego, vino una alemana que quiso practicar su español:

-Tengo muchas ganas de conocer Colombia, -preguntó, y le dije un par de cosas que dejaron bien puesta mi nacionalidad falsa.

Comencé a sentirme sexy. Cuando uno es colombiano en el primer mundo -aunque sea dentro de un hotel africano- no solo se es exótico, sino que se suma una carga de sex appeal: esa mezcla de clichés for-export que juntan una guerra interna, fusiles, narcotráficos, caderas de Shakira, secuestros, todo mezclado en una juguera y servido en un coctel en el mejor hotel de Senegal, aparecía de una carga explosiva insospechada.

Al rato, hablaba como el más colombiano de todos. Mezclaba los ritmos de las anécdotas a la velocidad de la champeta: del "ustedes en Francia saben bien lo de Íngrid", pasaba al "tienes que probar el café colombiano, es una maravilla", de ahí saltaba al "si vas, no vas a parar de bailar. Te va a encantar la rumba", acortaba por "¿leíste algo de García Márquez?"; bajaba con "obviamente no todos somos como Pablo Escobar, esas son cosas de las películas"; para terminar con la frase que todo colombiano verdadero dice. Y la dije: "Pero sabes, tenemos muchas más cosas buenas que todas esas que dicen las noticias. Esos son lugares comunes, pero si vas verás que todo es diferente. Somos gente buena, y tenemos selva, Caribe, Amazonía, los Andes, y mar en dos océanos".

Había muchos temas de conversación. Cuando uno es colombiano en el extranjero puede hablar horas de horas, con un peligro latente: comenzar a escucharte como un orgulloso nacionalista. Entonces decidí frenarme, y escuchar. Escuchar, como un gentil colombiano, sus historias y opiniones de África, de la moda, de sus ciudades. Hasta el último momento traté de mantener en lo más alto la bandera del Pibe y Juan Valdez. Nunca les dije la verdad. Para ellas, seguiré siendo colombiano para siempre.

 

 

Publicado en la revista SoHo, Colombia.

 

 

 

Twitter: @menesesportatil

 

 

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16 de febrero de 2012
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Geopolítica árabe

Pocas regiones del planeta han soñado tan intensamente en la posibilidad de trascender los límites nacionales para fundirse en una unidad mayor y más auténtica. A diferencia del sueño de la unidad europea, respuesta a un continente dividido por la guerra, el proyecto panárabe surgió como reacción nacionalista a la dominación colonial y a sus fronteras arbitrarias. Llegó a concretarse en la efímera República Árabe Unida, que unió a Egipto con Siria desde 1958 hasta 1961 bajo la batuta de Nasser, y se reprodujo en otros intentos también fracasados, protagonizados casi todos por un coronel Gadafi ansioso por emularle.

A las ensoñaciones más sublimes les corresponden las realidades más toscas: pocas zonas del planeta se hallan menos integradas económicamente y más cuarteadas en lo político. No hace falta situar el foco sobre la disputa territorial entre israelíes y palestinos, entre el Mediterráneo y el Jordán, para tropezar con divisiones, controles, muros y bloqueos. En el Magreb, Marruecos y Argelia viven de espaldas y con la frontera cerrada, agarrotados por el conflicto del Sáhara Occidental. Y sin embargo, la capacidad de contagio de las revueltas ha venido a recordar, por si alguien lo había olvidado, las afinidades y sentimientos compartidos por los ciudadanos de la entera geografía árabe. Hay una especie de nuevo panarabismo, implícito y ajeno a los proyectos derrotados, alentado por las cadenas de televisión por satélite, con Al Yazira a la cabeza, que no se traduce de momento en la reconstrucción de los viejos ensueños de unidad. Y ha venido también a estimular la acción política internacional, después de recuperarla en la vida interior de los países en transición. A pesar de las utopías unitarias, o precisamente a causa de sus efectos perversos, esos países apenas se relacionaban entre sí y preferían vivir divididos en una relación individualizada de mutua protección mafiosa con las potencias occidentales de la que los autócratas extrajeron pingües beneficios personales. Ahora no tienen más remedio que hablar entre ellos, cerrar pactos y acuerdos, concertar acciones diplomáticas o militares y aprender a actuar juntos, algo que nunca supieron hacer, como demuestran sus guerras contra Israel, todas perdidas. La crisis política desencadenada por las revueltas estimula la acción multilateral y reaviva instituciones y proyectos de cooperación e integración. No siempre en la buena dirección, como demuestra la intervención militar en Bahréin de los países del Consejo de Cooperación del Golfo, dirigidos por Arabia Saudí, para acallar las protestas que empezaron allí hace un año. Las monarquías petroleras, encabezadas por la saudí, actuaron en marzo del pasado año como los soviéticos en la época de la guerra fría a través del Pacto de Varsovia, marcando las líneas rojas de la soberanía limitada de los países bajo su paraguas de seguridad, que es también parte del paraguas de Estados Unidos. Una tal actuación venía exigida por las bases militares estadounidenses en la región (en el mismo Bahréin, entre otros), por la amenaza nuclear iraní y, sobre todo, por la denegación de los derechos civiles a la población, principalmente la de religión chií. Las dos mayores oportunidades para la acción coordinada las han proporcionado las crisis libia y siria. Con la primera, la Liga Árabe patrocinó la creación de una zona de prohibición de vuelos para proteger a los rebeldes de los ataques de Gadafi, aunque luego quedó bajo la dirección europea. Con la segunda, la propia organización árabe es la que conduce la resolución de la crisis y promueve una fuerza de Naciones Unidas que frene la matanza de El Asad contra su población. Los principales impulsores de esta última iniciativa son paradójicamente las monarquías contrarrevolucionarias petroleras, que en esta ocasión apoyan la revolución siria como parte de su guerra fría contra Irán. La tracción integradora en el oriente árabe, el Mashrek, se dirige al cambio de régimen en Siria y a contener a Irán, y de ahí que tenga en la seguridad su concepto central. En la punta occidental, el Magreb, en cambio, un multilateralismo constructivo está empezando a mover piezas a iniciativa del país vanguardista que es Túnez. Su presidente, Moncef Marzuki, acaba de apalabrar en una gira por Marruecos, Mauritania y Argelia la celebración de una cumbre de la Unión del Magreb Árabe que resucite esta organización nacida en 1988 y sin vida útil hasta ahora. Su objetivo inmediato es construir un espacio magrebí con cinco libertades: de circulación de personas, residencia, trabajo, inversión y participación electoral en los municipios. La pulsión de unidad, lejos del añejo panarabismo, se expresa así en el Mashrek trenzando acuerdos de seguridad, al estilo de la OTAN en la guerra fría, y en el Magreb, buscando una cooperación económica y civil como en la UE.

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16 de febrero de 2012
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La ley, viva la ley, siempre la ley

 

La historia de la promoción de la humanidad, o de cómo el hombre elevó al hombre hasta su status más noble, como si la condición humana implicara estar dotado de razón y dignidad, se puede resumir en dos pasos. El primero sucedió en Mesopotamia: mediante la domesticación de plantas, se pasó de la estepa al regadío, y de recolectar a producir, con lo que se proveyó de casa y pan a un altísimo número de gente por primera vez desde que el hombre se irguió y vaga sobre la tierra. Fue el dominio de los cereales lo que produjo el excedente que permitió hacerse ilusiones sobre la dignidad y la razón. 

El segundo paso fue la emergencia de la polis (plural poleis) griega. Este suceso acompañó a la difusión del alfabeto, y tuvo lugar durante el llamado Período Geométrico (900-700 a. C.), más en especial, a lo largo del siglo VIII a. C. Este segundo fenómeno ha conformado la condición humana tanto como el primero, e incluso más en lo tocante a la razón y la dignidad. 

Mientras escribo esto, tengo de cuerpo presente sobre la mesa los dos kilos y cuarto  de An Inventory of Archaic and Classical Poleis, edición de Hansen y Nielsen, publicado por Oxford University Press en 2004, con 1400 páginas, 27 introducciones, otros tantos índices, y 1035 entradas a cargo de una cincuentena larga de colaboradores. Tras lectura piadosa, no se detecta en el volumen atisbo de barrunto, ni siquiera olfateo cauteloso, de qué cosa era una polis. Se podrá avanzar la suposición caritativa de que es algo sobreentendido, o sea que todos sabemos que polis es ciudad y arreando. También se podrá sostener que una obra que presenta estadísticas de extensión de las diversas poleis, disquisiciones sobre el significado urbano y político del término, cronologías y otras particularidades, profundiza como nunca en la materia. Pero esa profusión no hace más que agravar la ostentación de la gran mácula ciega en el centro de su propia investigación, que ignora cuál era la característica definitoria de la polis y por qué era tan importante para los griegos vivir en una. 

Polis no quiere decir ciudad-estado, algo que, por otra parte, se inventó en Mesopotamia milenios antes. La esencia de la polis griega consiste en ser una unidad legislativa. Eso quiere decir que la polis posee un corpus legal propio, y que se lo concede, mantiene y aplica ella misma. Una polis puede estar gobernada por un tirano, un rey, una oligarquía o cualquier otra variante mandona, que incluso puede residir en otra polis; también puede poseer mucho o poco territorio y  albergar una o muchas etnias; pero nada de eso  afecta su esencia de polis, que consiste en ser unidad legislativa y primar el procedimiento legal en todas las interacciones humanas que tienen lugar en su seno. La polis puede adquirir su legislación de muchas maneras, puede contratar escribanos y gentes de leyes (como el caso del fenicista Espesintio, contratado por la polis de Datala), puede fichar a legisladores famosos (como Tales, fenicista de la polis de Gortina, fichado  como legislador y árbritro de la polis de Mileto), puede importar y adaptar códigos (como hicieron Atenas y Esparta por medio de Solón y Licurgo inspirados en la legislación cretense), o puede delegar en un consejo de ciudadanos, todo eso es secundario respecto a lo principal, que es la ley y su categorización por encima del individuo.

La polis griega nació al mismo tiempo que el alfabeto griego a partir del fenicio. El dato es crucial, porque el cargo legislativo más antiguo de la polis es precisamente el de fenicista o “hacedor de signos fenicios”, sucesor y sustituto del mnemon o “memorador”, que era el archivo y código viviente de la comunidad. El empleo escrito más antiguo conocido del término polis como abstracción que decide por encima de los ciudadanos se lee en el código mural de Dreros, en Creta, que data de mediados del siglo VII a. C., algo anterior al código también mural de Gortina, fechado a finales del mismo siglo.

Lo que la modernidad debe a los griegos es justo esa unidad legislativa y primacía del procedimiento que salvaguarda al hombre, al estar por encima de él en la creación y aplicación y de las normas que rigen su relación con los demás.

En la Odisea IX, 112-115 se puede leer el ejemplo de cómo viven los cíclopes, que no tienen polis y carecen de legislación: “no tienen asambleas del consejo, ni leyes […] cada cual manda sobre sus hijos y mujeres, y no se ocupan los unos de los otros.” Los cíclopes son  athemistoi  o sea, “sin leyes”. Palabra de Tales, el mayor legislador de su tiempo. En el tiempo de la guerra con Lidia, el mismo Tales propuso establecer un consejo en Teos, que pasaría a ser la sede de la polis de Jonia, mientras las demás poleis pasarían a ser demoi (distritos territoriales o comarcas). No hay noticias de que la propuesta,  descrita en Heródoto I, 170, se llevara a efecto; pero da una idea del prestigio y consideración del legislador el hecho de que, más adelante, ya en época de paz, Tales fuera nombrado ciudadano de todas las poleis jonias.

Cuando Tucídides (2, 16) narra el traslado forzoso de algunos atenienses desde la zona rural a la urbe de Atenas en 431 a. C., enfatiza que al dejar sus casas se sentían casi “como si dejaran su polis”.  Donde se muestra que la polis era para ellos un elemento protector, dignificante y esencial casi del rango de la casa. Heródoto (8, 61) refiere que, unos cincuenta años más tarde, antes de la batalla de Salamina, el general corintio Adeimanto se permitió ordenar callar a Temístocles por ser alguien apolis (carente de polis), queriendo decir que Atenas ya estaba tomada por el enemigo. Temístocles replicó que los atenienses poseían, con mejor título que los corintios, polis y tierra, y la mejor prueba era que habían armado doscientas naves con sus correspondientes tripulaciones. Al dejar Atenas, los atenienses no dejan su polis, sino que la trasladan a Salamina.

De ahí la costumbre impuesta y extendida por los griegos de añadir el nombre de su polis al suyo propio, con lo que indicaban su status de ciudadano. Que la formación de la polis fue un avance de suma relevancia en el progreso que va de la bestialidad a la humanidad y un paso decisivo hacia la civilización es algo consabido en los textos griegos clásicos desde Sófocles a  Platón y Aristóteles. Es famosa la definición de este último (1253a, 2-4): “El hombre es por naturaleza un animal de polis, y el que es apolis por naturaleza y no por circunstancias queda por debajo o por encima del hombre.” La idea está ratificada por la expresión griega andrapodismos conectada con la conquista de una polis, que significa literalmente “entrabar los pies de los hombres”, y quería decir que los hombres supervivientes a la conquista de la polis eran esclavizados junto a sus mujeres e hijos, como pasó en Mileto en 494 a. C., aunque también podía indicar que sólo eran esclavizadas las mujeres y los niños, y se mataba a los hombres adultos. Pero se ve que había muchos grados en la diferencia entre vencedores y vencidos, porque contando desde los primeros testimonios hasta el 323 a. C., se registran cuarenta y seis aplicaciones de andrapodismos, pero solo en cinco casos acarreó la desaparición de la polis, el resto siquieron floreciendo igual o más que antes, y hay incluso casos de poleis rehabitadas por supervivientes de andrapodismos.

El poeta Foquílides, que floreció en Mileto en el siglo VI a. C., dejó escrito que: “una pequeña polis bien situada en lo alto de una colina es mejor que la insensata Nínive”. En efecto, Nínive fue la mayor ciudad de su tiempo, de una  población y dimensiones ingentes, incluso para la actualidad. Foquílides emplea el adjetivo “aphrainouses”, que remite al verbo “phrazo”, que a su vez significa deliberar, idear, pensar. Es decir, la polis, prescindiendo de su tamaño y poderío, era un consenso, y la gran Nínive, no.

Por eso es razonable situar el fin de la polis en el momento del siglo III en que Diocleciano impuso la burocracia centralizada. Menandro de Laodicea (no el dramaturgo) escribía hacia el año 300 que todas las poleis romanas estaban gobernadas por una, que era Roma.

En fin, otro fallo del Inventory, que no desmerece sino que complementa de maravilla al anterior, es haber prescindido de los poemas homéricos y hesiódeos entre las fuentes escritas que tratan de las poleis, que es como escribir la historia de la penicilina prescindiendo de Fleming.


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16 de febrero de 2012
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De la ciencia de la lógica de Hegel… a la ciencia natural de nuestra época

Me refería en la columna anterior a entidades a las cuales la propiedad que se les atribuye y que debería caracterizarlas la comparten intrínsicamente con otra entidad, entidades que en consecuencia resulta difícil caracterizar como individuos. Sin duda no nos encontramos con cosas de este tipo en  nuestra vida cotidiana. Y sin embargo la referencia a estas cosas rarísimas, por meramente relacionales, no es extraída de uno de los fascinantes capítulos de la Ciencia de la Lógica de Hegel, sino de la ciencia natural  de nuestra época, y concretamente de la disciplina que está mayormente marcando ese mismo entorno cotidiano, el cual  se resiste a ser reflejo de lo que subyace, de tal manera que  la Mecánica Cuántica ( tal es su paradoja) efectúa  previsiones en base a hipótesis que contradicen no ya la apariencia (eso es clásico) sino   el entramado  mismo de aquello sobre lo cual efectúa previsiones.

En cualquier caso esos raros individuos que no pueden ser tales juegan un papel en el trasfondo, en ese universo larvado que constituyen  las partículas elementales.

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16 de febrero de 2012
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"Es nuestro privilegio como escritores el darle montañas a un pobre país que no las tiene."

Cees Nooteboom Como dice Verónica Chiaravalli, es un lugar común hablar de Cees Nooteboom y mencionar que es un bolo fijo para ganar el Premio Nobel de Literatura. El narrador holandés bromea con eso: ?Como dijo mi amigo Hugo Claus, el premio Nobel deberían dármelo ya, aunque sólo sea por razones humanitarias?. El ADN Cultura de la última semana le dedica su nota principal a Nooteboom, con un largo texto de Chiaravalli, una entrevista donde habla de sus últimos libros y de sus obsesiones de siempre. Dice la nota:

En 1992, durante un simposio organizado en Múnich con el título ?El giro de la literatura?, el escritor holandés Cees Nooteboom (que ante la solemnidad declina inevitablemente hacia el tedio y sólo revive por la alegría de una paradoja o la posibilidad de alguna amable ironía) invirtió los términos del problema propuesto y planteó: ?¿Creen ustedes realmente en la literatura? Porque, en ese caso, quizás habrían hecho la pregunta inversa: ¿En qué medida depende la realidad de la literatura???. Respuesta: ?Sin Homero no habría guerra de Troya, sin Balzac no habría burguesía francesa del siglo XIX, sin Joyce no habría Dublín, sin Shakespeare no habría Ricardo III, sin Musil no habría monarquía austro-húngara?. Sin Nooteboom, podríamos agregar, no habría montañas en Holanda (que la topografía niega pero allí están, en el título del libro En las montañas de Holanda ), ni un hotel con base en Shangri-La desde donde se puede ver la Estatua de la Libertad envuelta en la medianoche de Manhattan (el ?Hotel Nooteboom?, integrante de la cadena de relatos Hotel Nómada ); sin Nooteboom no habría conmovedoras resonancias socráticas en la muerte de un humilde profesor de griego y latín ( La historia siguiente , premio Grinzane Cavour), ni zorros nocturnos como heraldos de la muerte, zorros no del todo reales, acaso rojizos, metonimia del cabello de la hermosa mujer que en los últimos segundos de su vida siente por sí misma y por primera vez un amor lleno de compasión y serenidad ( Los zorros vienen de noche ). (?) Nooteboom visitó la Argentina en septiembre del año pasado, invitado para participar en el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba). Se quedó un mes y medio, viviendo en un departamento que alquiló en la calle Azcuénaga, en Barrio Norte. ?El espacio ha de ser conquistado, comoquiera que sea?, escribió en su libro de viajes Hotel Nómada . ?A orillas del Río de la Plata encontré dos piedras que me gustaron. Para hacerme un pequeño territorio en Buenos Aires, las puse sobre la mesa del departamento. A partir de ese momento, ese espacio fue mío?, dijo ante el público que colmó la librería Eterna Cadencia para escucharlo hablar sobre su obra y su vida, durante el diálogo que mantuvimos como parte del festival y que se actualiza en estas páginas. Después, en la privacidad apacible del whisky y el descanso, me habló del libro que estaba escribiendo: Cartas a Poseidón . Ahora, ya lejos de Buenos Aires, acaba de terminarlo. Este año se publica en Holanda y Alemania; probablemente también en Francia y en España, editado por Siruela. ?En febrero de 2008, mientras estaba trabajando en Los zorros? , visité Múnich y compré un libro de non fiction de Sándor Márai: Las cuatro estaciones -escribe Nooteboom desde la ciudad de Missen-. Los inviernos en esta parte de Alemania pueden ser muy fríos, pero era un día soleado y la gente estaba sentada al aire libre. Busqué un lugar para instalarme con mi libro recientemente adquirido, una especie de diario de notas, una por cada día, piezas cortas como yo solía escribir en los años sesenta, y de pronto sentí la urgencia de volver a escribir prosa corta, no para un diario, como antes, sino notas muy personales. Cuando levanté la mirada, descubrí que la terraza donde estaba sentado pertenecía a un pequeño restaurante de pescados llamado ?Poseidón?. Entendí eso como una suerte de signo y decidí aceptarlo: escribiría cartas al Dios del Mar, Poseidón. He tenido una educación clásica, en mi escuela secundaria, aparte de las tres lenguas modernas, francés, inglés, alemán, teníamos también griego y latín. A Poseidón, por supuesto, yo lo conocía de la Odisea y la Ilíada. ? (?) El corresponsal de Poseidón es un avatar de Nooteboom fácilmente reconocible (?una persona muy curiosa, rodeada de libros, pero también un viajero nómade?), que no hace promesas ni pide favores. ?Creo que durante mucho tiempo necesité alguien a quien escribir. El mundo está lleno de maravillas y algunas veces, las cartas contienen preguntas: ¿qué pasa cuando una ballena muere? ¿Leyó Poseidón a los filósofos griegos, leyó lo que Kafka escribió sobre él? ¿Cuál es la diferencia entre mortales e inmortales? ¿Por qué el Dios de los cristianos ha existido desde siempre, mientras que los dioses griegos son eternos en una sola dirección, puesto que han nacido en un momento determinado? En esas cartas hay cosas que trato de entender, como la teoría cuántica, la impredecible conducta de las partículas invisibles, mi relación con Orión, mi preferida entre las constelaciones del cielo, y su triste historia de amor.? (?) Las preocupaciones existenciales y metafísicas ocupan el centro de la narrativa de Nooteboom. Sus crónicas de viajes, sus relatos y sus novelas (su poesía, por supuesto) son reflexiones articuladas literariamente sobre problemas como la naturaleza del tiempo o el modo en que la muerte transforma las vidas. De los vivos y de los muertos. El último libro de Nooteboom que ha llegado a la Argentina se titula Los zorros vienen de noche (Siruela). ?Es un libro sobre el duelo, el luto y la memoria?, dice el autor. Los ocho relatos que conforman la obra se enlazan sutilmente por un mismo hilo argumental. Son vidas de muertos, hechos del pasado, convocados a la memoria por la contemplación persistente de alguna fotografía que oficia de médium en el ritual necesario para acceder al reino de lo inmaterial. ?Mi mujer es fotógrafa. Antes de conocerla a ella he escrito unos diez o quince libros de viajes, por todos los continentes, acompañado por un fotógrafo amigo. La fotografía siempre ha estado a mi lado, voy a las exposiciones y me interesa muchísimo, como ayuda memoria pero también en el sentido en que las fotos aparecen en este libro: como fuentes de las que siempre surgen las historias, ya sea porque alguien mira la foto de alguna persona que ha desaparecido o porque contempla su propio pasado en una foto de veinte años atrás.? En ese diálogo tabicado entre vivos y muertos (para los que aún respiran el discurso de los muertos es confusamente perceptible), Nooteboom despliega con regocijo su fantasía, no para crear el mundo de la eternidad sino para describir los últimos segundos antes de la disgregación definitiva. ?Ése es el privilegio de los escritores. Mire, Holanda es un país completamente llano, no tenemos montañas. Y sin embargo yo he escrito un libro que se llama En las montañas de Holanda. Y un amigo alemán, que se encontraba en Londres cuando allí apareció una crítica muy favorable de mi libro, lo quiso comprar, fue a la librería de Harrods y el vendedor, después de consultar el catálogo de la casa en el rubro Montañismo, le dijo que no lo tenía. En ese momento la ficción que yo había escrito se convirtió en realidad. Está muy bien, es nuestro privilegio como escritores el darle montañas a un pobre país que no las tiene. En Los zorros vienen de noche , la quintaesencia de uno de sus cuentos principales es que la mujer que lo protagoniza muere. Yo no creo en la vida después de la muerte, pero, como con las montañas de Holanda, hay que imaginarla. Y lo primero que se me ocurrió fue dotar a esta mujer de una poderosa sensación de extrañeza y de sorpresa, porque se encuentra con que no hay categorías cuando uno ha muerto. Ella aún quiere hablarle a alguien pero no puede porque lo que dice no significa nada para los mortales. Tampoco existe el tiempo en la muerte, y lo más sorprendente es que no hay otros. Porque tenemos la idea de que en el cielo hay otros, en el infierno hay otros; cuando Ulises baja a ver a Aquiles, hay otros. Pero la mujer de mi cuento descubre que no hay nadie, que la muerte es una soledad increíble, e intenta explicar eso sin las palabras que usamos habitualmente. Ella recuerda sus últimos segundos y siente, cómo decirlo, tal ternura hacia sí misma? y de pronto, en los últimos instantes de su vida, se enamora de su pelo, porque es muy hermoso, y luego muere. ¿Por qué no?? El tema había sido anticipado en La historia siguiente . ?Sí. En La historia siguiente un hombre se acuesta en su cama, en Ámsterdam, y se despierta a la mañana siguiente en Lisboa. Esto es imposible, pero subyace allí algo real, porque él, en verdad, está en su cama, en Ámsterdam, sufriendo un infarto, y toda la novela transcurre en esos segundos finales, tan mentados, en los que, como dice la sabiduría popular, puedes ver pasar tu vida como en un film. He usado una idea corriente, y durante todo el libro el hombre está soñando. Después de despertar, se embarca con otros siete personajes que también están en los dos últimos segundos de sus vidas y relatan el momento de su muerte a una mujer que, claramente, es distinta para cada uno de ellos. La idea detrás de todo esto es que hay que hacer un trabajo de memoria antes de que uno verdaderamente pueda dejarlo todo.? (?) También es un rito -mucho más luminoso, en este caso- lo que permite que evolucionen las páginas de Cartas a Poseidón : el hombre que escribe deposita sobre una roca cada carta, en la esperanza de que las olas al romper las lleven hasta el centro del mar, a los dominios del dios. Finalizada la tarea, Nooteboom la evoca con felicidad: ?Fue un enorme placer escribir este libro. Recuerdo haber estado en Buenos Aires, sentado en el café El Hipopótamo, pensando que iría a casa, mi departamento en la calle Azcuénaga, y le escribiría a Poseidón sobre ese lugar y que, siendo un dios con todos los privilegios que eso conlleva, él sería capaz del ir a El Hipopótamo y sentarse a una mesa sin que nadie lo viera. La vida es un juego, y entonces lo veo sentado allí, con tridente y todo, empapado, mientras le sirven un café negro .?

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15 de febrero de 2012
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Ornitorrincos ejemplares latinoamericanos

Perry, el ornitorrinco Dos libros: Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara) antologadas por Darío Jaramillo y Mejor que ficción. Crónicas ejemplares (Anagrama) elegidas y prologadas por Jorge Carrión, confirman para Javier Rodríguez Marcos el buen momento de la crónica periodística.  Dice:

La selección preparada por Jaramillo incluye 53 crónicas y, además, ocho textos teóricos que dan cuenta de uno de los deportes favoritos del cronista (o su condena): definir continuamente su oficio. Entre esas definiciones destaca una ya clásica de Juan Villoro: si el ensayo es un centauro, la crónica es un ornitorrinco construido con la capacidad narrativa de la novela, los datos del reportaje, el sentido dramático del cuento, la argumentación del ensayo y la primera persona de la autobiografía. Villoro, mexicano, ocupa un lugar preferente en el ?santoral? ?el término es suyo? de Jaramillo junto al chileno Pedro Lemebel, el colombiano Alberto Salcedo Ramos, el peruano Julio Villanueva Chang y los argentinos Leila Guerriero y Martín Caparrós, para el que ?la magia de una buena crónica consiste en conseguir que un lector se interese en una cuestión que, en principio, no le interesa en lo más mínimo?. En las páginas de la Antología esa cuestión puede ser Bob Dylan, un mago manco, uruguayos que se llaman Hitler, una cárcel mixta en Colombia o un local de intercambio de parejas en Barcelona. No inventar lo sorprendente sino descubrirlo, dice Salcedo Ramos. De lo real maravilloso a lo maravilloso real. Como Darío Jaramillo, Jorge Carrión reconoce lo injusto de toda antología. Su prólogo ?que también cita el ornitorrinco de Villoro? es un ensayo muy bien trabado que trata de mitigar la injusticia con 30 páginas de apéndice en forma de Diccionario abreviado de cronistas hispanoamericanos. Su selección (21 textos) comparte muchos nombres con la de Jaramillo (el santoral, Cristian Alarcón, Gabriela Wiener o Fabrizio Mejía Madrid, que acaba de publicar Días contados en Debate) y añade con acierto al puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá (en las dos se echa de menos a Sergio González Rodríguez). Además, incluye autores españoles. Eso sí, tímidamente: Jordi Costa y Guillem Martínez. Usar el criterio lingüístico y no el geográfico tiene todo el sentido, pero produce su propio centauro: un panorama cabal de la crónica escrita en América que no tiene su equivalente en el caso de la escrita en España pese a que se reconozca singularmente la importancia de un libro como Raval (Anagrama, 2000), firmado por Arcadi Espada, de la misma generación de Caparrós, Lemebel y Villoro. Lo pretenda o no, toda antología tiene algo de propuesta canónica: imposible no reparar en las ausencias. Como propuesta de lectura, no obstante, las dos selecciones son una buena entrada a un género al que solo la perezosa identificación entre narrativa y ficción se atrevería a llamar menor

El mismo periodista ha escrito un post donde se pregunta si hay un boom de la crónica latinoamericana actual. Dice ahí: ? (?) la palabra boom huele. ¿Lo dejamos en ?explosión controlada de la crónica latinoamericana?? Lo dejamos. Pero también diremos que en los últimos años han proliferado en América Latina las revistas, las colecciones, los talleres y hasta los premios dedicados a la crónica?.

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15 de febrero de 2012
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Lo nuevo de Santiago Roncagliolo

Santiago Roncagliolo Una historia de amor homosexual entre el poeta Federico García Lorca y el millonario uruguayo Enrique Amorín es el telón de fondo de la nueva obra de Santiago Roncagliolo, una crónica titulada El amante uruguayo. Una historia real, titulada por la editorial Alcalá.  Dice la nota de Carmen Sigüenza:

La leyenda de Lorca y su muerte no tiene fin; todavía no se sabe donde están sus restos, y ahora el redescubrimiento, por parte del escritor Santiago Roncagliolo, de Enrique Amorín, un millonario que fue amante del poeta cuando estuvo en Uruguay, deja en el aire si éste pudo robar su cadáver. Una apasionante historia que el peruano Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) ha plasmado en ?El amante uruguayo. Una historia real?, publicado por editorial Alcalá; una monumental investigación por el Buenos Aires de los años treinta, la guerra civil española y el París de posguerra, y por la historia de los máximos creadores del siglo XX, como Picasso, Chaplin, Neruda o Borges. Y una investigación que empezó con el interrogante de saber si sería verdad que Enrique Amorín, un escritor seductor, comunista, homosexual casado, y uruguayo y argentino a partes iguales, había robado el cadáver de Lorca, como él mismo dijo tras haber hecho un homenaje en 1953 en Salto, a orillas del río que separa Uruguay de Argentina ante multitud de gente, para enterrar una caja blanca -que se supone que contenía sus huesos- y levantar un monumento al poeta. ?Cuarenta y ocho años después, el monumento y su misterioso contenido siguen ahí, intactos?, dice a Efe Roncagliolo, ?pero nadie quiere decir ni una palabra sobre si es verdad o no?. Cierta o no, la historia le pareció fascinante al escritor peruano porque, a raíz de la misma, descubrió que detrás existía un personaje de novela total, y se puso en marcha para investigar todo su legado. ?Amorín era un escritor, bueno, más personaje que escritor -dice el autor-, con 40 libros escritos pero con poca memoria de ellos, que se sabía todos los secretos de los artistas del siglo XX. Su vida era su mejor obra. Sabía mucho y no lo podía contar, porque en los 50 no se podía hablar de la homosexualidad de Lorca o de Jacinto Benavente, o de los dudosos manejos del partido comunista, en el que él mismo militó?, argumenta el autor de ?Abril rojo?. Y es que Roncagliolo cree que Amorín, al que todos los artistas le pedían dinero, entre ellos Picasso, aunque luego se lo cobraba caro, dejó un vasto material para que alguien escribiese su vida. ?Y me tocó a mí -reconoce el escritor-, aunque en realidad su vida está llena de enigmas?. ?Si los restos de Lorca están donde dice él que los dejó, es un hecho histórico; pero, si no, es su última burla del mundo intelectual que nunca le tomó en serio?, subraya. El libro, que se lee de forma trepidante y está plagado de anécdotas y descubrimientos, cuenta que Amorín y Lorca fueron amantes este último estuvo en Argentina y en Uruguay, y un tiempo en Madrid, con cartas que hablan de una relación muy cómplice y muy pícara. ?Es difícil saber cómo fue de íntima esa relación -explica Roncagliolo-. Gibson cuenta que Lorca tenía mucha gente que se enamoraba de él y a la que olvidaba rápidamente, pero yo creo que Amorín llegó a creer que su amor fue mucho más intenso, incluso pensaba que a Lorca lo mataron por su culpa, por haberles pillado una conversación en la calle en la que ellos admitían sus filias y sus fobias políticas?. Todo un material, con cartas, fotos, documentos, que el autor de ?Tan cerca de la vida? ha rescatado, en gran parte, de la biblioteca de Amorín en Uruguay, que su mujer custodió durante años, y del libro de sus memorias. Cartas con momentos memorables como el que recoge el libro sobre la reunión secreta que tuvieron Chaplin y Picasso. ?Chaplin no quería que se supiera que había habido esa reunión porque le perseguían en Estados Unidos por comunista y Picasso era un reconocido comunista. Se encontraron en secreto y Amorín estaba allí?, comenta el autor. ?Pero Chaplin no menciona que Amorín estuviera allí, solo dice que estaban Picasso, él y Jean-Paul Sartre, y la descripción que hace de Sartre es la de Amorín, y es que Amorín se hizo pasar por Sartre. Me encantó. Me dije ¿pero qué personaje es éste??. El resultado de este libro no es saber si nos podemos fiar o no de Amorín. Para el autor, ?en cualquier caso, nos ha dejado un retrato del siglo XX, el de alguien que estuvo en todo y con todos, pero que no estuvo en la foto?, concluye Santiago Roncagliolo.

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15 de febrero de 2012
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El Boomeran(g)
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