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El papel de los intelectuales

?Hacer los muebles lo mejor que uno puede? (Franzen) Tres preguntas le ha hecho ?Babelia? a diversos escritores y críticos sobre cuál es el papel de los intelectuales y si existe o no el tema del compromiso literario. Autores como Cees Nooteboom, Fernando Savater, Jorge Volpi o Jonathan Franzen contestan el cuestionario. Aquí la respuesta, estupenda, de Franzen:

 Me siento un poco como alguien que trabaja en una fábrica y vienen a preguntarle cuál debe ser la función de los trabajadores hoy en día. Supongo que debe ser un rol parecido. En cada caso la respuesta debe ser la misma: ser un buen ciudadano, prestar atención a lo que sucede y votar. Hay algo que diferencia mi situación del que hace muebles y es que como ciudadano siento cierta responsabilidad para hablar de las formas de injusticia que son importantes para mí. No creo que los norteamericanos busquen consejos políticos de los escritores. Para los americanos esa es una idea ridícula, así como pedirle a un fabricante de muebles que arregle el mundo. Su respuesta sería: ?Así es como yo ayudo, haciendo los muebles lo mejor que puedo?. 

Por otro lado, Cees Nootebom respondió:

A lo largo de la historia, los intelectuales han cometido errores notables. Admiro a Foucault, pero creo que se equivocó al apoyar el retorno de Jomeini a Irán. Como recordarán promovió una gran manifestación en París. Knut Hamsun admiraba a Hitler. Neruda escribió una oda para Stalin. Solo me manifesté públicamente contra el bombardeo estadounidense de Camboya y el resultado de aquello fue el cese de los bombardeos y el comienzo del régimen sangriento de Pol Pot. Los intelectuales son ciudadanos como cualquier otro, lo que significa que nadie es infalible, pero deberían ser cuidadosos. No digo que tengan que callar. La libertad de expresión es un gran bien, pero uno debe estar informado lo mejor que pueda.

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1 de marzo de 2012
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Valeria Luiselli reseñada

Valeria Luiselli Y ya que hemos hablado de Valeria Luiselli en el post anterior, es bueno anotar que en la Revista Ñ Jorgelina Núñez reseñó la novela Los ingrávidos (Sexto Piso) recién llegada a Buenos Aires. La reseña comienza con tres adjetivos elogiosos: Complejo, profundo y moderno. ¿Qué más se puede pedir? Dice la reseña:

Los ingrávidos narra dos historias en dos tiempos. La primera es la de una mujer joven, casada y con dos hijos, que en el pasado trabajaba en Nueva York para una editorial independiente que le encomendaba encontrar buenos autores latinoamericanos para publicar. (?Consígueme un Bolaño?, le demandaba su jefe.) A falta de un émulo del chileno, encuentra en una biblioteca ciertos papeles del poeta mexicano Gilberto Owen, que también vivió en Nueva York a fines de los años 20 y fue amigo de Federico García Lorca. Pero eso no alcanza para entusiasmar el jefe. De manera que fragua un poemario inédito, le dice que fue traducido por otro poeta, Zukofsky; la estafa se dispara y el éxito editorial también. Pero, como en todo fraude, el primer estafado es el que lo consuma y llega a creerlo. Cuando la narradora ya no puede vivir en la mentira, abandona la ciudad y con ella su vida de entonces: el alcohol y algo de drogas, las amistades promiscuas, la vida a contramano. En el presente, de vuelta en México, lleva una existencia pequeña en una casa grande, junto a su marido y dos niñitos que no le dejan aire para respirar. Se refugia en la noche para escribir una novela (?una novela silenciosa, que no despierte a los niños?) que habla sobre Owen y sobre sí misma en otro tiempo y otro lugar, cuando ambos eran otros. Por las mañanas, el marido la inquiere sobre lo que ha escrito: ¿todo eso es cierto? Los dichos nunca del todo desmentidos van fracturando la pareja. Entonces aparece la voz de Owen narrando su propio crack up : el fin de su matrimonio, el alejamiento de sus hijos, la enfermedad que lo consume, los cuartos tristes en el Harlem donde a pocas cuadras se podía escuchar a Duke Ellington y en las plazas Federico y él se divertían ensayando aventuras vanguardistas. A medida que una se afantasma, se impone la voz del otro que hace rato es un fantasma para el mundo. Ese es el modo de existencia que los dos han elegido, la disolución lenta y las apariciones perturbadoras, dos seres habitados por identidades ajenas y respirando un aire que no les es propio. De allí que no sea raro que ella crea ver a Owen en los andenes de los subterráneos y Gilberto ya no pueda verse a sí mismo, tanto ha cambiado su aspecto. Compuesta como una colección de fragmentos de extensión diversa que dialogan entre sí, la novela avanza ceñida a su carácter episódico, anecdótico; cada fragmento es una pieza acabada, perfecta, y a la vez, germen de los que siguen. Un procedimiento que le permite el juego entre las voces, sin caer en la simplificación del paralelismo y, en algunos casos, conservando la suficiente ambigüedad como para crear la duda acerca de quién escribe. Pero acaso el más literario de los personajes sea el niño ?mediano?, una fuente inagotable de neologismos y juegos verbales. La transcripción de sus ocurrencias lo muestran como la versión más literaria de la madre. Luiselli es una escritora talentosa, algo notorio en la seguridad con la que define un estilo y consigue hacernos sentir el temblor de los personajes, las ironías con las que se maltratan y se distancian del mundo, la búsqueda de un amor donde poder anidar y dejar de ser ingrávidos fantasmas de sí mismos.

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1 de marzo de 2012
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Crescendo cuántico: dos asuntos sorprendentes

En este foro me referido en varias ocasiones  a la contradicción  en la que se encuentra el pensamiento cuando intenta hacer compatibles los indiscutibles logros de la física cuántica en lo relativo a la descripción y previsión de los fenómenos naturales con la fidelidad a principios que parecían inviolables; principios que a los ojos de un Einstein eran condición de posibilidad de poder hablar de ciencia física,  y que de hecho son la base de  nuestra confianza en que las cosas en nuestro entorno se desarrollen con  regularidad y no de manera puramente azarosa.

Sea simplemente la arraigada convicción de que una  cosa tiene propiedades objetivas mediante las cuales  difiere de las demás cosas, y  no se halla afectada por lo que pase a las segundas más que si se da un lazo de contigüidad entre ellas (no te afecta  la gripe del otro mas que si hay contigüidad, contagio si se quiere).  

Cabría mostrar que en esta convicción de doble vertiente se sustenta nuestra percepción convencional del mundo. Mas como la interpretación canónica de la mecánica cuántica la ponía en entredicho, Einstein aventuró la conjetura de que la contradicción quedaría resuelta si se daban ciertas variables que escapan al observador. En suma: las variables ocultas de Einstein garantizarían la validez de las descripciones cuánticas y garantizarían a la vez:

a) El poder atribuir  a una cosa  determinada propiedad P que sería suya  con independencia de que  sea o no observada, e indiferente a la existencia en esa cosa misma de otras propiedades, eventualmente incompatibles entre sí.   No se nos ocurre (mera analogía) considerar  por ejemplo que  la magnitud de una cosa  ha de verse  modificada en función de que esta cosa tenga color blanco o tenga color negro.

b) El poder  asegurar que una cosa tiene su lugar, en la que se halla a resguardo  de lo que le suceda a una cosa ubicada  en otro lugar (localidad).

Es de señalar que  ambos principios, por natural y evidentes que parezcan, se revelan simplemente incompatible con la física cuántica, de tal manera que, o bien renunciamos a los logros de tal disciplina o bien renunciamos a hacer de lo enunciado en ellos una ley general de la naturaleza. Pues bien: 

Lo enunciado en a) es puesto en entredicho por un teorema conocido como de  Kochen -Specker[1] El ataque a lo enunciado en el punto b) queda asociado al nombre del físico británico John Bell. De algunos desarrollos (curiosísimos por su enorme peso filosófico) del teorema  de Bell me seguiré ocupando, de manera (como dicen los físicos) cualitativa, o sea sin recurso a formalismos.

 


[1]    El  teorema llamado  de Kochen-Specker, se enmarca en las discusiones relativas  a  una teoría einsteniana que intentaba explicar las diferencias de comportamiento entre entidades aparentemente idénticas sosteniendo que en realidad no eran idénticas sino similares. De tal teorema se extraen consecuencias como las siguientes: la variable oculta que explicaría el valor fijo del observable físico A tendría que ser alterada  en función de si a la vez se está midiendo un segundo observable B, o si se está midiendo un tercer observable C, cuando se da la circunstancia de que  estos dos últimos observables, aunque compatibles con el primero, son incompatibles entre sí. Pues entonces,  si tras haber observado B se pasa a observar C, la variable  pasaría  de ser explicativa de la pareja A-B a ser explicativa  de la pareja A-C. Este  carácter por así decirlo dialéctico de las propiedades ocultas  de las cosas traiciona el espíritu mismo de la teoría

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1 de marzo de 2012
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Oswaldo Reynoso justifica a Sendero Luminoso

Oswaldo Reynoso Hace algunos años, durante la Feria del Libro de Santiago de Chile, Oswaldo Reynoso y yo compartimos una mesa redonda. Ahí, el declaró ante el público chileno que lo que había ocurrido durante los años de la violencia política en el Perú no fue terrorismo sino ?guerra popular?. Cuando le exigí que aclarase qué quería decir, ya que el término ?guerra popular? era usado por los mismos senderistas como justificación para declararse presos políticos, él dijo: fue ?guerra? porque murió mucha gente y ?popular? porque la gente era del pueblo. Es decir, Cantinflas. Escribí entonces un post rechazando su postura (que se ha quedado en la memoria caché del antiguo Moleskine Literario), así como lo hice durante la mesa redonda, lo que me ganó muchos insultos, acusaciones de envidioso, mafioso, soplón o ?criollo?, y el odio declarado de muchos escritores jóvenes que siguen a Oswaldo Reynoso y del mismo Oswaldo (a quien conozco personalmente desde hace décadas y quien me invitó a presentar un libro suyo cuando yo recién comenzaba mi carrera). Lo cierto es que Oswaldo Reynoso no es el primer escritor en hacer mil y un piruetas para justificar a Sendero Luminoso sin quemarse las manos o terminar en la cárcel (dado que aun existe la ley que incrimina la apología). Otros escritores de su generación (como lo he señalado siempre) han hecho lo mismo y lo seguirán haciendo. Ocurre que Abimael Guzmán, el fundador de Sendero Luminoso y el asesino serial más violento que ha tenido el país (cuya violencia se ensañó sobre todo contra los campesinos, a quienes pretendían defender), puso entre la espada y la pared a un grupo de autores maoístas que desde la década de los 70 defendían la ?guerra popular? y que, una vez instalada esta en el país, se vieron obligados a asumir una actitud frente al terrorismo. Y ante la incapacidad de pasar a la clandestinidad y asumir la guerra que tanto propiciaron desde sus revistas, o de quedarse callados y delatar que sus posturas ideológicas eran imposturas, empezaron las cantinfladas, los dobles discursos y las amenazas contra quienes no dudamos en señalar esas incongruencias. Bueno, Oswaldo Reynoso ha vuelto a declarar sobre Sendero Luminoso. Lo ha hecho en un medio virtual (la edición digital de Perú21) y aun con cantinfladas, como la de comparar a Barack Obama con Abimael Guzmán, pero esta vez sin medias tintas: dice que el paso del MRTA y Sendero Luminoso no fue negativo para el país, y les retira el adjetivo de terroristas.  Glorifica la figura de Abimael Guzmán además -como lo hizo Miguel Gutiérrez en La violencia del tiempo-  considerándolo un ?humanista? porque ?le agradaba la música, la literatura, la pintura? (es decir, el mundo está lleno de humanistas que escuchan música, leen y miran cuadros, aunque con su pensamiento no contribuyan a nada más que a un I LIKE en el Facebook).  Aquí están las declaraciones de Oswaldo Reynoso. Resulta muy curioso que el entrevistador, Jaime Cabrera Junco, haya querido salvar a Reynoso poniendo como titular un tibio: ?En el Perú hay muchos prosistas prosaicos? y sin mencionar en el gorro sus declaraciones sobre Sendero Luminoso, que bajo cualquier circunstancia y para cualquier periodista debería ser lo más subrayable por polémico y discutible. ¿Pretendía quizá Jaime Cabrera que discutamos qué es un prosista prosaico cuando Reynoso había soltado una bomba pro-senderista? Las declaraciones de Reynoso, además, llegan en un momento crucial para el país, pues justo hace unos meseses Sendero Luminoso intentó registrarse como partido político bajo las siglas MOVADEF (con la intención de, posteriormente, declarar ?presos políticos? a sus líderes encarcelados), y se valió para ello de la ignorancia de la juventud que no vivió los años de la violencia política y que no sabe qué fue Sendero Luminoso, y la carencia en las escuelas de cursos de historia que muestren al país lo que ocurrió en esos años lamentables y las consecuencias que aun pagamos. Oswaldo Reynoso no pecó de honesto ni de inocente ni el escritor maldito y políticamente incorrecto cuya imagen suele levantar para permanecer impune; esta vez fue más que imprudente y, como lo afirma Gustavo Faverón en un post al respecto (uno de los pocos que ha aparecido en las redes sociales, mostrando que la capacidad de indignarse de los peruanos solo pasa por el estómago), banaliza y justifica la violencia terrorista escondiéndose en juegos de palabras y declaraciones ambiguas (aunque esta vez queda poco para la ambiguedad). Siendo Reynoso un autor que suele ir a los colegios a conversar con los alumnos (como lo dice en la misma entrevista), y que aun mantiene un gran ascendente sobre los jóvenes escritores y lectores del país, sus declaraciones resultan tan dañinas y explosivas como una bomba de Sendero puesta rastreramente y bombardeando la memoria que tanto nos ha costado, y nos cuesta, reconstruir. Reynoso niega el pasado y, con ello, confunde aún más a los jóvenes desinformados u olvidadizos sobre esos años de violencia. Y además, para más dolo, muestra una imperdobable indiferencia y falta de respeto por las víctimas de los peores años que ha vivido el país.   

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1 de marzo de 2012
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Una solterona en un burdel

Acostumbro a meter un libro en mi bolso cada semana. Sé que las hay más originales, como mi colega Empar Moliner, que muy previsoramente lleva un sacacorchos en su it bag porque una buena catadora siempre debe estar preparada. Para quienes tenemos un alma proclive a la adicción del tecnoestrés, un poco de papel aporta una brizna del clásico sosiego. Vaya por delante que no comulgo con el pensamiento mágico, pero siempre he mantenido una complicidad física con los libros. La semana en que murió Wislawa Szymborska, llevaba en mi bolso su poemario Aquí, tan breve, quirúrgico, intenso. Y cuando transportaba la María Antonieta de Stefan Zweig, se hizo pública su carta de suicidio: dimitía de la vida desencantado ante una Europa agonizante y extraviada. El caso es que cuando abro un libro al azar, buscando algo sin saber qué, lo encuentro. Además de suerte, es necesaria cierta predisposición para dejarse sorprender porque cualquier libro puede llegar a funcionar como un I Ching. Como ahora, que buscando unas migas de pasado sobre la crisis del periodismo me encuentro con un texto de Karl Kraus, escrito hace más de cien años: “La Antorcha dejará de publicarse según todas las previsiones humanas. Aún así, fecho el ocaso del mundo en la instauración de la navegación aérea”. La carta no tiene desperdicio: “La cultura se queda sin aliento y al final yace una humanidad muerta junto a sus obras cuya invención le ha costado todo el ingenio que ahora le falta para aprovecharlas”. Kraus domina con inteligencia, sarcasmo y brillantez su profunda decepción. Y llega a referirse a la tragedia de la humanidad caída “que sirve menos para la vida en civilización que una solterona para un burdel”. Durante casi 37 años, el autor austriaco publicó la revista Die Fackel, tan incómoda como independiente, en que denunciaba la luctuosa degradación de una prensa incapaz de ejercer la autocrítica; también un progreso que enmascaraba los verdaderos objetivos. ¿Les suena? ¿Es la economía o el periodismo lo que representa hoy a una solterona en un burdel? El cierre de los periódicos ADN y Público, la pérdida de casi 5.000 puestos de trabajo en cuatro años, la precariedad rayana en esclavitud de los becarios cronificados o la pleitesía de la información a la diosa publicidad, la que en definitiva paga el papel ?porque en internet aún no cotiza lo suficiente?, marcan las horas bajas de esta profesión. Claro que no hay que dejarse barrer por la melancolía, ni por los velatorios chovinistas, sino vislumbrar las oportunidades que brinda el futuro: el mismo que invita a cualquiera, periodista o no, a informar gratis. Ese es el drama. Avanzamos en la identidad digital de la prensa sin saber hacia dónde vamos, ni los réditos que podremos recuperar para que este oficio sea digno y rentable. Los periodistas no gozamos de demasiado prestigio social, pero en esta crisis ?dicen que estructural y coyuntural, palabras tan de molde, tan frías?, hay que recordar que once países no reconocen la libertad de expresión y prensa (por fin ayer, el presidente Correa indultó a cuatro periodistas de El Universo sentenciados por injuriarle). O que 66 informadores ?16% más que en el 2010? murieron el año pasado cubriendo conflictos. Y hace una semana, una periodista con cara de periodista y un parche en el ojo izquierdo, Marie Colvin, moría destrozada por la metralla en Siria. Minutos antes acababa de ver cómo mataban a un bebé, e indignada quería contar qué estaba pasando. Dicen que siempre era la primera en llegar y la última en irse. Eso es la vocación, la de informar a pie de obra, sin importar el roce del miedo. Basta un aliento para seguir mirando, oliendo, escuchando y contando la realidad. Y eso, hoy en día, no es oficio para aficionados.

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29 de febrero de 2012
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I. Constituciones como novelas

En América Latina, para entrar en los desafíos de la postmodernidad, tenemos que resolver
primero los de la modernidad. En términos políticos, y de organización social,
de parámetros de educación, de irrestricta libertad de prensa, no somos aún
modernos. Y la modernidad sigue siendo el sueño no resuelto de los fundadores
republicanos, cuando dieron a la independencia un sentido de progreso. Quizás
sería mejor decir que en lugar de resolver nuestro acomodo en el siglo
veintiuno, deberíamos terminar de entrar primero en el siglo veinte, que ya
pasó. Y algo más. Revisar nuestros sueños del siglo diecinueve, y hacer cuentas
de cuántos de ellos se quedaron en el papel. Legalidad, instituciones firmes,
respeto de los derechos individuales, a la opinión de los demás; la tolerancia
como norma del ejercicio del poder.

En el texto de nuestras constituciones decimonónicas tocamos con las manos la utopía
nunca resuelta. Podemos leerlas como novelas, fruto de la imaginación. Nuestras
mejores novelas. La modernidad se nos ofreció en el siglo diecinueve
en su parafernalia más atractiva, buenas constituciones, gobiernos
democráticos, educación para crear ciudadanos capaces de afrontar el progreso,
sociedades integradas hacia adentro, libertades públicas irrestrictas. Pensar,
escribir, aunque lo escrito cause disgusto a quien tiene el poder.

 

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29 de febrero de 2012
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Los papeles perdidos de Julian Assange

El patrono de Wikileaks ha perdido definitivamente los papeles. La última jugada de Julian Assange no se dirige ni a Putin ni a Hu Jintao, no denuncia a Bachar el Asad ni a Kim Jong-un, sino a un think tank privado, una sociedad de consultoría y prospectiva, que ha sido pirateada, atacada y robada con la excusa de que se trata de una especie de CIA privada, ?la CIA en la sombra? le llaman. Conozco el caso por dos razones: porque recibo los avisos como suscriptor de Stratfor, el site pirateado de donde han sido robados unos cinco millones de correos privados; y además porque hace poco más de un año prologué, a petición del editor español, el último libro publicado y traducido al español de George Friedman, el presidente de la compañía.

Nada puede justificar un asalto informático como el de Wikileaks contra Stratfor. No estamos ante una violación de las discutibles reglas de los secretos oficiales, por los que instituciones pagadas con los impuestos de los ciudadanos limitan el acceso de estos mismos ciudadanos a informaciones relevantes. No estamos tampoco ante casos de violaciones flagrantes de derechos humanos que justifiquen la violación del secreto legalmente protegido que las cubre.  No se entienden muy bien las acusaciones que desde Wikileaks se hacen a Stratfor para justificar el asalto. ¿Porque tiene suscripciones y subvenciones públicas? Las tienen muchos medios españoles en medida probablemente muy superior. ¿Porque realizan informes y estudios a petición de las empresas? Los hace The Economist. ¿Porque utiliza medios de espionaje? No se sabe que lo haya hecho Stratfor, de momento, aunque sí los utilizan los medios británicos, bien periodísticos, de Rupert Murdoch. ¿Porque se coordinan con servicios secretos? Más lo hacen los medios rusos afines a Putin, el patrón de patronos que ha contratado a Assange para su televisión internacional. Si Stratfor es una agencia de espionaje, entonces, ¿qué es Wikileaks? ¿Una rama periodística de Caritas? Nada puede justificar la violación del secreto de las comunicaciones privadas, una libertad fundamental protegida por las constituciones democráticas, por el solo hecho de que entre los clientes de Stratfor se encuentren servicios secretos, militares, departamentos de Defensa o multinacionales. Ni siquiera las acciones que pudieran ser objeto de censura de los suscriptores de una consultoría privada justifican que otros agentes privados, sin mandatos judiciales, se dediquen a requisar y luego publicar en bloque sus comunicaciones personales. Estamos ante una práctica que resume el fundamentalismo de la transparencia practicado por Assange y sus seguidores. En este caso, ni siquiera el contenido de los cables sirve para justificar su publicación. Son ante todo irrelevantes o redundantes cuando se trata de información pública, y perjudiciales e insidiosos cuando se trata de comunicaciones internas de la empresa hackeada. Pueden ser entretenidos e incluso divertidos, como es el caso del correo de la informadora que ha seguido una conferencia de Aznar en Georgetown, pero nada secreto o desconocido revelan. La idea de una sociedad totalmente transparente, en la que los hackers tengan derecho a interferir y publicar cualquier información que les merezca su atención es una monstruosidad en toda regla, muy próxima a las utopías totalitarias. Por la misma regla de tres que le permite a Assange perforar las comunicaciones de otros podría alguien hacerlo con las suyas, devolviéndole la pelota como ya le sucedió con todo el dossier sobre las presuntas violaciones en Suecia, que suscitaron la ruptura con The Guardian, porque este periódico no informó sobre el caso al gusto del fundador de Wikileaks. Bajo el concepto de inteligencia, en el que se mezclan la idea de información y la de espionaje, Assange intenta descalificar a Stratfor y justificar la perforación de sus comunicaciones. Su presidente George Friedman es, ante todo, un escritor y prolífico autor de informes y libros sobre prospectiva, mucho más alejado de la figura del espía que el propio Assange. Por cierto, conservador o muy conservador, pero en absoluto neocon, e incluso todo lo contrario de lo que es un neocon. Como está demostrando Wikileaks, las comunicaciones internas de Stratfor se producen como en cualquier empresa, sin normas especiales de seguridad, exactamente al revés de lo que sucede con Wikileaks, donde la regla es utilizar medios encriptados. El periodismo está mucho más cerca por sus sistemas de trabajo y de comunicación, e incluso por sus productos, de lo que hace Friedman en Stratfor que de Assange y Wikileaks. La idea de una empresa de espionaje privada, en cambio, se acomoda a la perfección con lo que hacen Assange y su gente. El mundo al revés, en definitiva. (Enlaces: con el site de Stratfor; con la filtración de Wikileaks; con la información sustraída a Stratfor sobre Aznar; con mi prólogo al libro de Friedman).

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28 de febrero de 2012
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Realizar la animalidad que nos es propia

Como todo animal, el hombre tiende a desplegar todas las capacidades con las que se halla dotado por naturaleza. El asunto es determinar bien cuáles son las que le caracterizan en el seno de la animalidad, pues si es frenado en estas, el eventual desarrollo de otras, no impedirá que ese animal quede mutilado en su humanidad.

Se ha dicho muchas veces que los niños dan muestras de gran curiosidad analítica  e inclinación a explorar y descubrir, las cuales a menudo quedan ulteriormente paliadas, o simplemente abolidas. Me atrevo a conjeturar que cuando mostraba tal disposición  el  niño no hacía otra cosa  que responder a su naturaleza , a esa modalidad propia de la physis, que al decir de Aristóteles le llevaba a eidénai, es decir a subsumir el entorno bajo conceptos y símbolos. Pues el animal humano tiende a nutrir  y desplegar sus facultades cognoscitivas, ni más ni menos  que como  el águila o el caballo tienden a activar sus capacidades de vuelo o de galope.

El hombre ha domesticado al lobo, canalizando y utilizando las facultades naturales del mismo hasta hacer un amigo y cómplice en  su lucha contra la adversidad del entorno. Pero  el lobo es ya negado  en su animalidad específica, reducido a una condición sin forma propia cuando deja de ser el agudo vigilante de las tierras o el rebaño para  ser confinado en un angosto espacio urbano y erigido en sustituto asténico de la compañía humana, en imposible paliativo  de esa soledad para la  que solo la complicidad en la palabra y el relevo de la misma en el ciclo de las generaciones constituye adecuada medicina.

Lo tremendo es sin embargo cuando tal reducción se efectúa con el propio ser humano.

Pues un hombre para quien ha desaparecido de su perspectiva, de su ámbito de vida, el objetivo de fertilizar y desplegar las facultades que le caracterizan como animal de razón y de lenguaje, es simplemente un hombre mutilado en su esencia. Pantes antropoi tou eidena oregontai physei...,  cada ser humano desea que se actualice su condición natural en el acto cabal de pensar. Luchar contra las trabas sociales que hacen de tal proyecto una utopía  es la primera de las exigencias éticas. Y desde luego no renunciar a la propia   práctica cabalmente filosófica; no renunciar, por lo que este foro se refiere a seguir explorando las paradojas cuánticas.  

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28 de febrero de 2012
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Un secreto bonito y verdadero de los vascos

 

El historiador Elio Ampridio, que escribió a principios del siglo IV las biografías de varios emperadores, dice en un pasaje de su Vida de Alejandro Severo (27, 3) que: “También fue expertísimo en aruspicina, y gran orneóscopo, tanto que superó a los augures vascones de Hispania y a los panonios”. Notemos que la aruspicina es la predicción mediante el examen de las vísceras de las víctimas. La orneoscopia, por su parte, no es el arte de fisgar el horno, sino la predicción del futuro a partir de la observación de los pájaros, y el orneóscopo es quien la practica. La encarecida comparación con los vascones de Hispania se refiere a esa última manera de predecir. No se conoce otro testimonio donde se mencione esa particular habilidad y tampoco los investigadores del vascuence han encontrado ningún indicio de haber sido lengua de augures pajareros.

Pero no hay más que fijarse en el latín sortiri (sortear, obtener por suerte) de donde procede el vasco zori, que significa suerte. Pájaro, por su parte, se dice en vasco txori, que es diminutivo de zori (igual que txerri es diminutivo de zerri, cerdo). De manera que en vasco al pájaro se le llama  “suertecilla”, que no me digas que no es bonito y además concuerda como un vuelo de tordos con la reputación de orneóscopos u ornitomantes que, según Ampridio, se atribuyó en la antigüedad a los vascones de Hispania.

Otro indicio, más antiguo y problemático, de que la preocupación por la suerte y el destino viene de lejos, es el nombre Silex, que aparece repetidamente en inscripciones de la Aquitania romana. Se refiere a una identidad femenina, sea humana o divina. El derivado vasco de la Silex aquitana es sirats —un ejemplo similar de paso del aquitano al vasco con la transformación del grupo cs en ts sería ocson (lobo en aquitano) del que deriva otso (lobo en vasco)—. Sirats, que está documentado en el dialecto suletino situado más cerca de donde se hallaron las inscripciones aquitanas de Silex, significa suerte, destino, y da la impresión de haberse solapado y finalmente retrocedido ante el pujante sinónimo zori.

Cumple recordar que la lengua aquitana desapareció tras la conquista romana en el siglo I a. C., y que todo lo que sabemos de ella procede de las inscripciones funerarias y votivas de época romana, donde se leen algunos nombres de personas, y de fuentes literarias y epigráficas, donde se documentan algunos nombres de lugar.

En Silex llama la atención su final aparentemente calcado de Opíleks, la diosa griega de las culebras y del destino —que la x final de Silex es una consonante doble equivalente al final de Opíleks se puede ver en sus formas declinadas Silexconis (genitivo) o Silexsi (dativo)—. ¿Es posible que se hubiera dado en la antigüedad prerromana un contacto greco-aquitano? Representaría una novedad notable, porque la historia ha dicho hasta ahora que la expansión griega durante los siglos VIII-VII a. C. no rebasó el Mediterráneo en su extremo occidental.

Precisamente a este último extremo le toca revisión. Porque Olisipo, el nombre original griego del poblado que estuvo situado en la colina y la pendiente del Castelo de São Jorge y que fue antecesor de Lisboa, es opiléxico de toda evidencia (o sea, es una variante anagramática de Opíleks, que era tabú y no se podía decir ni escribir) igual que Posilipo en Nápoles, otro jalón mediterráneo de la expansión opiléxica.

Así que ahora nos preguntamos si, además de fundar una colonia en la desembocadura del Tajo, los griegos llegaron, por ejemplo, a la del Garona.

Si, en efecto, Silex fuera un préstamo griego en aquitano derivado de Opíleks, ¿dónde estarían las típicas manipulaciones para sortear el tabú de nombrar rectamente a la diosa, como alteraciones del orden de las letras o desviaciones fonéticas? Aquí, la manipulación consistiría en ser un híbrido de dos lenguas, de modo que se nombra, pero no rectamente. Y dada la aparente importación íntegra del final -ilex, quedaría por explicar la inicial s-.

Así como en Opíleks se aprecia en opi- el radical dórico que significa culebra, en Silex ese mismo cometido lo desempeñaría la inicial s- de suge culebra, en vasco.

Ahora, ¿cómo sabemos que la s- inicial del híbrido Silex no puede ser latina y corresponder, por ejemplo, a serpens? Primero, porque serpens (reptante) ya es un eufemismo utilizado para no decir anguis (culebra), de modo que el latín ya carga a su modo con el tabú y no necesita importar híbridos. Segundo y más evidente, la coincidencia con el latín silex (sílex) haría inviable el préstamo. Tercero y terminante, Silex aparece como un barbarismo incrustado solo en algunos textos latinos procedentes de inscripciones halladas en la Aquitania romana y en ningún sitio más.

La mayor objeción sería que no sabemos cómo se decía culebra en aquitano y solo podemos suponer que el término no sería muy distinto de suge, palabra donde no detectamos indicios de ser préstamo latino, celta, ni lusitano, que son, aparte del aquitano, los principales orígenes de las palabras vascas.

La arqueología tiene noticia de relaciones de los aquitanos del valle medio del Garona con el mundo griego occidental en la fase 625-475 a. C. Pero no es posible decir si se trata de utillaje procedente del foco masaliota o de una llegada griega a la costa atlántica.

La hipótesis de que Silex sea un híbrido aquitano-griego tiene un grado razonable de probabilidad, pero su consolidación depende de más hallazgos filológicos y arqueológicos.

 

 

 

 

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28 de febrero de 2012
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La biblioteca de mi padre

Tenía once, doce años y nada me interesaba más que explorar la biblioteca de mi padre. Abría un libro al azar y lo comenzaba a leer y si me enganchaba podía continuar por horas. Todo muy diferente de estos tiempos en que llego a los libros después de leer múltiples reseñas y escuchar las recomendaciones de amigos en quienes confío. Son tantos los libros y no quisiera perder mi tiempo con algo que no me va a gustar. Quizás he ganado en el porcentaje de libros leídos que admiro, pero he perdido un poco de la capacidad para la sorpresa de mis inicios.

Los escritores inventamos nuestra biografía intelectual y nos creamos un linaje en la que solo están las cumbres. Mencionamos entre nuestros mentores a Borges, Vargas Llosa, Coetzee, Bolaño, Woolf, Lispector, y nos olvidamos de esos otros libros menores o populares que leímos y que quizás nos influyen de una manera más profunda que los grandes. Todavía recuerdo con claridad el sacudón que fue para mí leer Ficciones a los catorce años, ese momento fundacional en que me dije que si eso era la literatura entonces quería ser escritor; a esa misma edad me deslumbraron Cien años de soledad y Lolita, que descubrí de casualidad en la biblioteca de un tío en Santa Cruz; sin embargo, reconozco que hoy no sería el que soy sin esos otros libros que leí en un momento en que mi capacidad para absorber lo que caía en mis manos estaba en su punto máximo.

En la biblioteca de mi padre encontré los libros de Erich von Däniken. Este reduccionista suizo defendía la idea de que los extraterrestres habían estado aquí antes que nosotros y eran los verdaderos creadores de nuestras principales civilizaciones, responsables tanto las líneas de Nazca como de las pirámides egipcias y las estatuas de la isla de Pascua. Leía y veía las fotos que apoyaban las teorías y no sé si me lo creía todo pero al menos estaba dispuesto a dejarme maravillar y no descartarlas. Con los años se ha demostrado que von Däniken falseó muchas cosas -por ejemplo, contrató a un alfarero para que hiciera vasos de cerámica mostrando imágenes de platillos voladores, y presentó esos vasos como si hubieran sido descubiertos durante excavaciones arqueológicas- y que sus ideas eran un refrito de El retorno de los brujos, un libro muy popular en los años sesenta que exploraba entre otras cosas la conexión entre el nazismo y el ocultismo y sostenía que los primeros astronautas en la tierra fueron visitantes extraterrestres. No he vuelto a leer a von Däniken, pero hoy me asombro ante la capacidad de la literatura para imponer sus ficciones a la realidad: algunos críticos de El retorno de los brujos señalan que el libro le debe mucho a algunos cuentos de Lovecraft, con lo se puede concluir que mis padres y yo, al leer a von Däniken y creer en sus teorías, éramos lovecraftianos sin saberlo. Y ni qué decir de un par de generaciones en los años sesenta y setenta.

A mi papá también le gustaban los best-sellers de ese entonces: leía a Sidney Sheldon y a Irving Wallace con placer. Yo me saltaba las páginas buscando las escenas seudoeróticas, que eran muchas (en esa misma época, gracias a otro tío, descubrí las memorias verdaderamente pornográficas de Xaviera Hollander y me olvidé de Sheldon y Wallace). Las novelas policíacas eran otra cosa: había estantes enteros dedicados a Agatha Christie y Erle Stanley Gardner. Podía leerme novelas enteras de la Christie en un solo día, tomar notas para descubrir quién era el asesino antes que el detective Hercules Poirot, y eso preocupaba a mi madre. Decía que me crearían una mente morbosa. Para contrarrestar la influencia nociva de Asesinato en el Orient-Express y El misterioso caso de Styles, me compró las obras completas de Shakespeare, que leí entusiasmado: el autor de El mercader de Venecia era más morboso que la Christie.

Había otros libros en esa biblioteca. Política e historia bolivianas, y también literatura clásica. Pero de esos no me acuerdo tanto como de von Däniken y Agatha Christie. Debe ser por algo.

(La Tercera, 25 de febrero 2012)   

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27 de febrero de 2012
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