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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La Feria Internacional del Libro de Trujillo

Plazuela El Recreo, antes de que se arme la Feria Internacional del Libro. Luego de un viaje reprogramado, al fin me encuentro en Trujillo para participar de la Feria Internacional del Libro que organiza la Cámara Peruana del Libro. Las actividades que realizo empiezan hoy en La Plazuela El Recreo y el Auditorio José Watanabe. Aquí el itinerario: SABADO 10 4:00 pm Moderaré la Mesa Redonda Nueva Narrativa Latinoamericana con la participación de Natalia Moret (Argentina), Juan David Correa (Colombia) e Irma del Águila (Perú) 8:00 pm Presentaré mi libro Un sueño fugaz (Anagrama) DOMINGO 11 6:00 pm Presentaré el libro de la escritora argentina Natalia Moret, Un periodista en apuros (Mondadori)



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10 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gaborio

1.

He compartido con García Márquez algunas pausas entre comités y ferias del libro. Alguna vez me he quedado a solas con él, y hemos podido charlar solamente de literatura. Recuerdo ahora una, a propósito del lenguaje narrativo dominante. Le decía yo que suele ser meramente informativo y no soporta una segunda lectura, perdida la tension del suspenso.  Es el lenguaje, dijo él, del periódico de ayer. Y añadió: La diferencia la hace la poesía. Me gustó que apareciera la poesía en una conversación sobre la prosa al uso (indistinta, abrupta y casual), pero Gabo no solamente sabe de memoria tiradas de Rubén Darío sino que cultiva una larga intimidad con la poesía. Darío, es cierto, nos lleva a Garcilaso, celebrado en su obra; y por esa vía nos devuelve a Petrarca; Delaura se llama, no en vano, uno de sus héroes amorosos. Esa cualidad poética es patente en la audacia de sus definiciones, el brío de la imagen, el ritmo  del recuento, y el carácter de epifanía feliz que tienen sus resoluciones. Eso que se llamaba "la carpintería" de un gran escritor es el taller secreto de su obra y revela, en la sabiduría del lenguaje fecundo, tanto el arte de la composición circular como el manejo preciso de la caracterización. Pero también nos descubre la comedia humanista de la escritura, entre letrados, lectores, misivas, pergaminos, canciones y cuentos del camino. Esa gran tradición sostiene su optimismo en la comunicación, su fe en la civilización del diálogo. Nos sentimos bienvenidos a esta historia de la lectura compartida.

2.

Cien años de soledad es un clásico moderno que nos pregunta, ¿qué es un clásico latinoamericano? Se puede responder: el texto que no cesa de proveer distinta información. Pero es también un clásico porque habla a través de nosotros acerca de nosotros mismos, de nuestro lugar en la saga de la lectura, en la que somos  lo que hemos leído. Nos devuelve el fervor de leer como si todo pudiese ser contado otra vez. Y da, así, la medida universal de lo que la novela es capaz de hacer  desde esta region del camino. No inventa a sus precursores, reconoce a sus lectores. La critica que acompaña a Cien años de soledad no es menos literaria, pero cuando es más literal resulta ser ligeramente disparatada.  No es extraño que sea asi porque esta novela es una ficcionalizacion, en primer lugar, de la lectura. El lector, en su lectura, corre la suerte de ser personaje él mismo de la novela.

3.

Se trata, por eso, de una metalectura, cuyo operativo es borgeano y cuya estirpe es cervantina. En un principio Cien años de soledad produjo una lectura como asombro, característica de los discursos de fundación, de la abundancia y el mito. Se  habló de “realismo mágico,” un fácil oxímoron que nombra  lo que no tiene nombre. La novela excedía el campo de la mirada. No se sometía al regimen de la perspectiva, que privilegia al lector y su capacidad de apropiar el mundo. Como buen objeto americano, demostró una conducta híbrida, una escena heteróclita, un humor hiperbólico. A poco, se impuso su lectura política, porque la novela también es una crítica de la violencia fratricida y la expoliación colonial. La visión pesimista de la historia produjo, irónicamente, una opción aleccionadora de lo político. Más tarde, se ensayó una lectura de orden cultural popular, dado su fecundo repertorio carnavalesco, su gusto material, el banquete y la risa. Pero luego vino una lectura nostálgica, típica de los años 80, cuando después de la destrucción de las opciones reformistas, la Utopía fue rematada en el Mercado. Se leyó la novela como la celebración de la comarca perdida, casi como su canto de sirena. Más cerca del fin de siglo, tuvimos lecturas más formales y analíticas, animadas por la teoría cultural y el psicoanálisis. Cada generación de lectores ha producido su propia novela. En un gesto digno de Gracián, como si citar las fuentes memoriosas estableciera la actualidad, García Márquez novelizó su propio Arte de Ingenio con Vivir para contarla, sus memorias, que rescriben su obra desde su lectura de la misma. Mi amigo Gerald Martin ha dedicado la vida a demostrar la veracidad de esa vida imaginada. En su Biografía de García Márquez, como Pierre Menard, ha copiado la vida al pie de la letra. Pero como el otro Quijote, ha hecho más ciertas las novelas. 

 4.

Mientras otros grandes relatos de los años 60 consagraban la tradición de un origen traumático y un destino trágico, Cien años de soledad   postuló una identidad post-traumática, que se transforma históricamente, desde las voces del relato oral, a favor de la vitalidad mundana de la cultura popular, y en contra de la agonía de la identidad como carencia. Hay, más bien,  un exceso de identidad latinoamericana en esta novela. Pero no se trata de una tipología, está lejos del neo-primitivismo, y no se resigna al pintoresquismo. Es una identidad de lo disímil, fundada en la pertenencia que demanda el tercio excluído de la diferencia. La vehemencia de lo diferente presupone el valor de la interpretación heterogénea. De cada hecho hay varias lecturas, y aunque se imponga la más autorizada, cuando no la más autoritaria, no suele tratarse de la verdadera. Porque la verdad está en disputa, y la novela nace de esa radical puesta en duda. Nunca una novela que afirma tanto, lo ha tachado todo, con fervor parejo. Nos dice que la historia es ucrónica; la cultura, utópica; y la política, trágica. Pero si el lenguaje nos alberga es porque nos permite formular la inteligencia de la duda.

 

 

 
 

 



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10 de marzo de 2012
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IV. Perdón sin olvido

El presidente Correa alegó que actuaba como ciudadano en defensa de su integridad moral, y no como presidente del Ecuador. Pero son dos calidades que no pueden separarse, y
por tanto, la pretendida reivindicación de su derecho se convierte en un acto arbitrario
y excesivo. Un presidente democrático debe estar dotado de un juicio sereno y
de la estabilidad de carácter necesaria para no perseguir con sus escoltas a
quien lo insulta en la calle, o para clausurar un periódico porque alguien ha
escrito en sus páginas algo que le molesta, o lo indigna.

El capítulo haterminado con un perdón presidencial extendido a las víctimas, el periódico y
los periodistas. Al anunciar su magnanimidad, el presidente Correa se ha
cuidado en decir que se trata de perdón, pero no de olvido. Levanta la pena,
pero guarda el agravio.

Hubiera sido bueno que anunciara también, como parte de esa magnanimidad, que deroga la ley que establece que durante las campañas electorales, los medios de comunicación "se
abstendrán de hacer promoción directa o indirecta, ya sea a través de
reportajes especiales o cualquier otra forma de mensaje que tienda a incidir a
favor o en contra de terminado candidato..."

Otra vez la mordaza, compañera del palo en estos menesteres, una prohibición destinada a
imponer el silencio a partir de la próxima campaña, cuando el presidente Correa
va a presentarse de nuevo como candidato, dispuesto de nuevo a ganar,
escuchando solamente su propia voz, y el eco de su voz que le repetirá:
medianoche todavía.

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9 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El derecho a hacer la guerra

Las revueltas en Siria y el programa nuclear de Irán renuevan el interés e incluso la necesidad del viejo pero siempre vigente debate sobre la guerra justa. ¿En qué condiciones puede alguien declarar la guerra contra el régimen de Bachar el Asad o contra el del ayatolá Ali Jameneí? El primero está perpetrando horribles matanzas entre su población, con uso de armamento pesado, ejecuciones sumarias y uso de la tortura. La dictadura clerical de Teherán, que ha amenazado a Israel y hace explícito su deseo de borrarlo del mapa, está culminando un programa de fabricación de uranio enriquecido que fácilmente puede darle acceso al arma atómica.

Hay una tabla de condiciones para empezar una guerra justa que, con pequeñas variaciones, puede fijarse en seis puntos: la causa debe ser justa, debe decidirlo la autoridad legítima, el objetivo debe ser correcto, hay que agotar todos los medios pacíficos antes de declararla, la acción debe ser proporcionada y hay que contar con altas probabilidades de éxito. Estamos hablando del derecho a empezar una guerra, que inmediatamente se convierte en el derecho durante la guerra, es decir, en resolver el problema de cómo librar una guerra justamente. Es la distinción escolástica, expresada en latín, entre ius ad bellum (derecho a la guerra) y ius in bello (derecho en la guerra), especialmente útil para la guerra de Afganistán, que se acomoda a los criterios de la guerra justa cuando se declara y no en cambio en su desarrollo posterior. Como la intervención de la OTAN en Libia, ajustada a los seis criterios cuando el Consejo de Seguridad autoriza la intervención aérea para proteger a la población y discutible a medida que la actuación internacional se dirige a vencer y derrocar a Gadafi. La teoría de la guerra justa estuvo especialmente en boga cuando George W. Bush decidió atacar a Sadam Husein esgrimiendo el peligro de unas armas de destrucción masiva que podían constituir una amenaza inminente para Estados Unidos y sus aliados. La de Irak en 2003 quedará como ejemplo de guerra injusta: no era justa la causa, no fue declarada por una autoridad legítima, no era correcto el objetivo, había mucho trecho a recorrer en la inspección de Naciones Unidas sobre las armas de destrucción masiva antes de declarar la guerra, no hubo un uso proporcionando de la violencia, y tampoco había altas probabilidades de éxito. Difícil de superar. Ahora se plantean dos nuevos casos, próximos geográficamente pero alejados en cuanto a las amenazas. Con Siria, la justeza de la causa es evidente: nada puede ser más justo que terminar con las matanzas de civiles. La primera dificultad se plantea respecto a la autoridad legítima: Rusia y China van a vetar cualquier resolución del Consejo de Seguridad que autorice el uso de la fuerza. Sin ella, la guerra carece de cobertura jurídica. El objetivo bélico, que no puede ser sino el derrocamiento del régimen, se acomoda a la tabla. También la siguiente condición: se han agotado todos los caminos diplomáticos. Las dos últimas condiciones, uso proporcionado de la fuerza y altas probabilidades de éxito, se podrían cumplir, porque los países implicados tienen los medios para hacerlo, pero solo en caso de que se cumplieran las anteriores. Cinco a uno. En el caso de Irán, en cambio, la primera discusión versa sobre la delimitación del peligro efectivo que supone el programa nuclear iraní. Para el Gobierno de Israel significa una amenaza existencial, que Netanyahu vincula a la repetición de un Holocausto como el que sufrió la población judía europea hace 70 años. Para muchos otros gobiernos, el de EE UU entre otros, la amenaza no es inminente, porque Irán no dispone todavía de la bomba y se halla tan solo entrando en la llamada zona de inmunidad, momento en que ya no es posible evitar que llegue a obtenerla. La exigencia de una autoridad legítima es un problema menor para Israel y también para EE UU, porque se consideran con plena legitimidad para actuar sin permiso ni cobertura de la ONU; lo que no es el caso de la mayoría de los países europeos. Está claro que acudir a la guerra no es el último recurso, y en este punto también divergen Washington y Jerusalén: Obama cree que la diplomacia tiene margen todavía, mientras que Netanyahu está ansioso por atacar. Parece fácil de cumplir que el objetivo, la destrucción de las instalaciones, sea el correcto; así como que el uso proporcionado de la violencia, ataques aéreos muy bien calculados, sea el proporcionado; aunque quedan dudas sobre las probabilidades de éxito: algunos expertos creen que solo la instalación de un régimen pro-occidental en Irán permitiría dar por anulada la amenaza. Cuatro a dos en el mejor de los casos y dos a cuatro en el peor. Y, sin embargo, lo más probable es que no haya guerra contra Asad y sí contra Ahmadineyad.



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8 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La humanidad como negocio

Las palabras, no nos engañemos, son importantes y, a menudo, son más valiosas que mil imágenes. Y cuando las palabras ocupan el escenario público hay que estar muy atento porque pueden representar un espejo de la época en el que, voluntaria o involuntariamente, nos reflejamos todos. Yo, por mi parte, estoy fascinado con esa terminología, cada vez más inevitable, que invita a considerar a la humanidad como una pura mercancía. No es que crea que en otras épocas era diferente, pero religiones, ideologías y doctrinas políticas convertían en brumoso lo que ahora se presenta como nítido y sin tapujos. Las cosas están claras, al menos si atendemos al significado de las palabras.

A este respecto, hace poco, me llamó la atención que el nuevo gobierno del Partido Popular se lanzara en tromba a defender la honorabilidad de los deportistas españoles, frente a los sarcasmos de un programa de la televisión francesa, no apelando a las esencias patrias, como hasta hace poco hubiera correspondido a un gobierno conservador, sino defendiendo la "marca España". Varios ministros, y me parece que también el presidente del gobierno, se mostraron preocupados por las repercusiones que podían tener estas insidias en el aprecio de la "marca España" en el extranjero, y proclamaron la arbitrariedad de los tribunales deportivos internacionales, en los mismos días, todo hay que decirlo, en que se manifestaba el apoyo al criterio de los tribunales nacionales en el asunto Garzón. Gracias a la apología del deporte español nos enteramos que los Contador, Nadal, Gasol, etc., eran los embajadores de la "marca España", y que cualquier atentado a su dignidad se transformaba automáticamente en un desastre para todos los ciudadanos. No sorprendía, por supuesto, la ausencia de científicos o artistas, algo a lo que estamos acostumbrados, sino la insistencia en la marca registrada.

Obviamente esto no es una exclusiva del gobierno conservador. Como barcelonés estoy harto de escuchar hablar del éxito mundial de la "marca Barcelona", algo a lo que se alude con gran complacencia, aunque sea la señal inequívoca de que hemos sustituido la ciudad por un reclamo comercial. A raíz de la nueva singladura olímpica que se pretende, y en medio de la incertidumbre y el escepticismo económicos, he leído repetidamente que el esfuerzo afianzará la "marca Madrid", aunque la ciudad no consiga ser elegida sede de las olimpíadas. En definitiva, no vivimos en países y ciudades sino en el interior de marcas registradas que deben ser potenciadas en el mundo como cualquier negocio. El lenguaje de las naciones ha sido sustituido, ya sin disimulo, por el lenguaje de los negocios.

 

Esto casa perfectamente con la idea de que el ser humano -e incluso ese ser humano dignificado por la libertad que es el ciudadano- es un mero átomo del universo comercial. En la misma medida en que hablamos del Mercado (así, en mayúsculas) como si habláramos de un dios que todo puede decidirlo o de un ente suprahumano del que todo depende, también hablamos de los seres humanos como criaturas emanadas de aquella instancia todopoderosa. A nadie se le ocurriría en la actualidad algo tan rancio como escribir que China está poblada por 1.200 millones de almas y, no obstante, leemos todos los días, sin inmutarnos, que los chinos son 1.200 millones de eventuales consumidores. Hasta hace poco emigraban personas o, en ocasiones, "cerebros"; la actual sangría de miles de universitarios que buscan trabajo en otros países es calificada, una y otra vez, de pérdida de "capital humano". El lenguaje del negocio ha invadido todas las otras esferas, de modo que la propia humanidad en su conjunto es un mero negocio.

Todo esto carecería de importancia si no fuera porque las palabras siempre son significativas de la existencia que las rodea. En el momento en que aceptamos la reducción del lenguaje al lenguaje comercial se destruye por completo nuestra libertad de crítica y lo que, en circunstancias medianamente serenas, podría parecer alarmante y grotesco se convierte en lógico y natural.

Estos días estamos asistiendo a un espectáculo que demuestra lo anterior hasta límites insospechados. Barcelona y Madrid, o la "marca Barcelona" y la "marca Madrid", se han lanzado a una esperpéntica pugna por conseguir que se instale en sus dominios una suerte de Las Vegas europea. Para conseguir el negocio, que tiene que generar no sé cuantos millones de puestos de trabajo, las autoridades de ambas marcas no dudan en tratar a cuerpo de rey y llenar de deferencias a un tipo que parece salido directamente de las películas de Scorsese, llamado Sheldon Adelson, del que hemos aprendido que es el gran magnate de los casinos. Cuando nos fijamos en la letra pequeña también nos enteramos que el señor Adelson, presidente del conglomerado Las Vegas Sands, es un individuo inquietante, sospechoso de relaciones mafiosas e investigado por las autoridades federales norteamericanas. No se necesita ser un genio de la ética ni haber residido una temporada en Las Vegas ni ser un experto en cine negro para sacar conclusiones sobre el mundo construido por ese personaje que tan bien quedaría en un film de Scorsese o en la trilogía de Coppola.

Sin embargo, nuestras autoridades se niegan a sacar conclusiones y con una demagogia propia de los antiguos tribunos de la plebe, y no de los representantes democráticos de los ciudadanos, apelan únicamente al sinnúmero de puestos de trabajo que nuestra Las Vegas local va a proporcionar. Los argumentos son los mismos que los que se han utilizado para empujar a poblaciones azotadas por el paro para que se sientan satisfechas al lado de cementerios nucleares o escudos antimisiles. Sólo que en este caso todo es más perverso y a lo grande. La "marca Barcelona" y la "marca Madrid", los territorios más potentes de la "marca España", en lugar de afrontar el real desafío de fomentar el trabajo mediante la creatividad y el conocimiento, se deslizan por lo más cómodo, por lo que puede fomentar más fáciles expectativas y, con una ceguera propia de demagogos, por lo inmediatamente más rentable, sin contar para nada la experiencia reciente de nuevoriquismo y corrupción. La orgía de la construcción, por cierto, proporcionó centenares de miles de puestos de trabajo, luego destruidos de manera multiplicada.

Ya hubo un Las Vegas nonato en Los Monegros y otro, fallido, en La Mancha, pero ahora la militancia en el seno del esperpento es tan grande que incluso -se dice- se piensan modificar leyes, o hacer excepciones, para contentar al emperador de las tragaperras, el cual exige, en un gesto muy norteamericano que hubiera encantado a Graham Greene, que las poblaciones muestren entusiasmo hacia su bondadoso proyecto. Y verdaderamente algunos políticos han demostrado tanto entusiasmo que ya no solo ven al personaje de Scorsese como el más imprescindible de los filántropos, creador de innumerables puestos de trabajo, sino un auténtico adalid de los valores tradicionales, algo que se demuestra con la aportación de 10 millones de dólares que el señor Adelson ha realizado para la campaña electoral del reaccionario Newt Gingrish. De acuerdo con estas voces los casinos, como todo el mundo sabe, ya no están vinculados a la mafia, la droga y la prostitución sino a dulces excursiones familiares en la que los niños aprenden a jugar bajo la cómplice mirada de los progenitores. Quizá no tendremos buenos científicos pero tendremos maravillosos crupiers. Hagan juego, señores, hagan juego.

 El País, 4/03/2012

 



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8 de marzo de 2012
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La esclavitud y la tragedia

La tragedia es  aquello en lo que los espectadores del teatro griego se reconocían, simplemente en razón de que tras la trama aparente traslucía algo  a lo que, en todos los casos, se halla confrontada la humanidad. En el escenario trágico se hacía presente  lo indisociablemente tremendo y magnífico de la condición humana; se recreaba la matriz de esa tensión, esa insatisfacción en lo dado, esa   exigencia subjetiva de romper límites que, en condiciones de libertad  conduce al hombre a bscar una fórmula que haga inteligible lo hasta entonces oscuro, a forjar  una frase nunca antes pronunciada o a generar  una forma nunca antes percibida.

Asumir el conflicto inherente al ser humano en toda circunstancia y que la agonía trágica representaba paradigmáticamente es algo que no puede confundirse con la mera lucha por la subsistencia. Las expresiones de lo cabalmente humana surgen, nos dice Aristóteles, cuando está resuelto todo lo relativo no sólo a la subsistencia, sino también al ornato de la vida; asegurado  pues  aquello que hoy denominaríamos dignidad del entorno, empezando por la propia casa.

Por ello en la Grecia que mantenía tremendas jerarquías sociales la frontera entre el hombre de condición humilde y el que por su situación de esclavo se hallaba deshumanizado, pasaba por hallarse o no excluido de la asistencia al teatro. Hace tiempo tuve ocasión de citar aquí el siguiente párrafo (los subrayados son míos)  del extraordinario libro de Max Pohlenz, La libertà greca:

La sociedad de formación natural ofrece al individuo no solo el espacio vital,  sino también un contenido de vida,. El campesino ático que cultivaba campos y viñas lejos de la ciudad, rara vez podía encontrar tiempo para asistir a la asamblea popular. Eso no quita que politicamente fuese no, digamos, de Maratón o Arcadia sino un Ateniense, tuviese el conocimiento que le permitía (en las elecciones importantes, que le concernían personalmente porque afectaban a todos) aportar su contribución de hombre libre. La ciudad de Atenas, además no era para él simple mercado para sus ventas y sus compras: allí sobre la Acrópolis dominaba Palas Atenea, que protegía con mano fuerte,su polis y a él mismo. Y ni siquiera el campesino más simple se descuidaba de asistir a las representaciones del teatro de Dionisos, gloria de su ciudad patria"

 

Es obvio que esta exigencia de una vida cabalmente humana, una vida sustentada en  la asunción de nuestra  condición indisociablemente festiva y  dolorosa es algo que  puede sonar a capricho, cuando no a sarcasmo, en un marco social en el que un trabajo mecánico de doce horas, siempre  bajo la inquietante amenaza  de la pérdida del mismo, es considerado un bien y hasta un privilegio.

El tiránico orden social que posibilita tal cosa no es in-humano (sólo los humanos son susceptibles de forjar prisiones físicas o espirituales) sino  literalmente des-humanizador,  una máquina para impedir que  los humanos sean cabalmente tales.

La tesis que estoy defendiendo es muy clara: el arte, la ciencia y la filosofía como fertilización conceptual de lo que en ambas prácticas se forja son algo de lo que nadie puede hallarse privado sin verse amenazado en su humanidad.

Por eso es tan urgente denunciar las teorías pragmáticas que presentan como  único bien al que colectivamente podamos aspirar la posibilidad de que una reducción de la amenaza laboral alivie un tanto el ofensivo terror al que los trabajadores se ven sometidos. Hemos de denunciar lo insoportable de la situación laboral actual, porque reduciendo a los humanos a la esclavitud, impide precisamente la asunción de la condición trágica en la que consiste el ser ciudadano. Es simplemente insoportable que la dialéctica trabajo embrutecedor- pavor a perder tal vínculo esclavo se haya convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia

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8 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una distopía sueca

Karin Boye Karin Boye es una poeta sueca, poco conocida en castellano pero una celebridad en su idioma, que murió en 1941. Testiga de los peores años de Europa, se animó a publicar la novela Kallocaína (Gallo Nero), una distopía que, según la reseña de Sergio Rodríguez Prieto en El País, se une a otras novelas distópicas como La metamorfosis, Un mundo feliz, 1984, El señor de las moscas, La naranja mecánica o Fahrenheit 451. La reseña viene acompañada de una estupenda fotogalería de novelas distópicas. Dice además:

El planteamiento de Kallocaína es sencillo: en un regimen totalitario un científico ?Leo Kall- da con una sustancia ?la Kallocaína- que una vez inyectada obliga a decir la verdad. Lo que no es tan sencillo, por supuesto, es el dilema ético que se deriva y que entronca directamente con uno de los principales temas de la poesía de Boye, la afirmación del individuo ante Dios y ante los demás (no en vano fue una de las autoras que abrió la veta de la poesía social y existencial que años después caracterizaría a la generación inmediatamente posterior, con figuras como Gunnar Ekelöf, Erik Lindegren o Karl Vennberg). Es ahí cuando gracias a esta sensibilidad de poeta que la novela engrosa las listas de la literatura referidas a las distopías, un género que tuvo su edad de oro entre el periodo de entreguerras y los primeros años de la guerra fría y que estuvo muy politizado. ¿Qué mejor antídoto contra el hechizo ideológico del ?enemigo comunista? que trasladar a escenarios de pesadilla cualquier proyecto de sociedad igualitaria? A través de la denuncia de los maldades del otro, la ficción servía como propaganda del mundo libre contra la amenaza roja, cumpliendo una doble función de exorcismo de los fantasmas del capitalismo (explotación, represión, discriminación?) y de legitimación del ?menos malo de los sistemas de gobierno?. Afortunadamente, los aciertos del enfoque de Karen Boye superan esta dicotomía y abordan problemas que hoy siguen vigentes: la dialéctica de dominación/sumisión que opera en toda manipulación química del cuerpo humano, igual que la importancia del secreto como último reducto frente a la presión del colectivo, hacen que sesenta años después de ser escrita la historia de Leo Kall no resulte para nada ajena. Posiblemente porque es el producto de la especial sensibilidad de una escritora homosexual a la que le tocó vivir en una época y un país donde la rígida sociedad protestante empezaba a desplegar mecanismos cada vez más sofisticados de control social. (?) Literatura que va directa al hueso porque se ceba en el conflicto entre individuo y colectivo, profundizando en el viejo dilema igualdad contra libertad que acabaría provocando el eclipse de las luces y bañando en sangre la revolución francesa. Quizá la utopía tenga que seguir siendo eso, el lugar que no existe, pero que sirve como horizonte para el gran proyecto común que es la política con mayúsculas, un elemento esencial para la regeneración del imaginario social. Ya lo dijo Cioran en una frase hoy célebre de su libro Historia y Utopía (1960): ?Sólo actuamos bajo la fascinación de lo imposible: esto significa que una sociedad incapaz de dar a luz una utopía y de abocarse a ella, está amenazada de esclerosis y de ruina?.



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8 de marzo de 2012
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?Mademoiselle non plus?

En nuestro diccionario, el que pagamos entre todos, el de la RAE, ocurren cosas como estas: gozar: «Conocer a una mujer carnalmente» ?definición de la cual se comprende que el individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles puede gozar, sí, pero sólo si entra en contacto carnal con otra?. En cambio marujear no implica la necesidad de recurrir al lesbianismo: «Tener comportamiento de maruja», esto es, de «ama de casa de bajo nivel cultural», pero sí cuestiona la sexualidad de los hombres que marujean ?haberlos haylos?, excluidos del verbo. Pero la simple definición de hombre, según me han referido muchos varones ?en especial aquellos a quienes les impresiona la sangre, tienen miedo a las arañas o cambian de opinión como suele hacer la gente inteligente?, de tan excelsa, resulta amenazante: «individuo que tiene las cualidad consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza». Cierto es que la condición masculina se confunde con lo humano como una categoría sin fisuras, mientras que en lo femenino siempre hay un matiz de incompletud. El lenguaje nos vincula y nos representa, y a menudo se ha esmerado en reciclarse para que en aquello que nombra no subyazca degradación ni injusticia. Ya hace demasiado tiempo que ellos pueden ser fáciles o zorros a mayor honra, mientras que ellas mejor evitarlo; además, del riesgo de ser consideradas lobas, panteras, leonas, focas o víboras, analogías mucho más perversas que tiburones, gallitos o toros. En cuanto a la definición de mujer: «que tiene las cualidades consideradas femeninas por excelencia», no hay sustantivos que las expliciten. En ese silencio del diccionario subsiste un espíritu añejo. No quiero imaginar qué cualidades invocan los académicos y subyacen en la estructura profunda de la definición: ¿ternura, curvas e instinto maternal? ¿Hemisferio izquierdo del cerebro más desarrollado o incontinencia urinaria? El sexismo sigue regio en el diccionario, acaso más que en la calle. No me refiero al extenuante desdoblamiento os/as, que cuestiona el uso del masculino como género inclusivo porque invisibiliza lo femenino, ni a esas intromisiones malsonantes de miembras, personas becarias y demás ocurrencias, aunque las filólogas reivindicativas aseguren que también sonaba mal abogada cuando sólo había abogados. Hace unos días los miembros de la Real Academia han suscrito un informe contra las guías sexistas: «No es sexismo, es lenguaje», sostienen. Vaya por delante un aplauso, por el detenimiento e interés que ha concentrado el asunto, y ojalá más allá de la pataleta ?porque, aseguran, el intrusismo feminista se ha colado en los renglones lingüísticos? sirva para revisar aquellas definiciones que huelen a alcanfor. En Francia, el Gobierno acaba de atender una vieja reivindicación de las mujeres: que la soltería deje de ser un grado. Se acabaron las mademoiselles. Ya no habrá distinción en los formularios de la administración pública entre señoras y señoritas; estén casadas o no, todas serán señoras. Vean si no cómo en España se utiliza el término: cuando una mujer es ejemplar, se dice que es toda una señora. Cuando no alcanza tal grado, no es que sea una señorita, sino una petarda e incluso una choni. El señoritismo femenino tuvo buena cobertura en el nodo. Nada que ver con las mademoiselles emancipadas, como Mademoiselle de Scudéry, que escribía bajo el nom de plume de Safo. Ahí está aún, impreso en los perfumes, el nombre de Mademoiselle Coco. Porque hubo un tiempo en que las ancianas solteras de ochenta años eran mademoiselles, y si eran ricas o célebres, se merecían la mayúscula. Algunas eran, además, brujas: «Mujer fea y vieja», dice la RAE. Mientras que los brujos, ah, esos hechiceros con poderes mágicos… (La Vanguardia)

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7 de marzo de 2012
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III. El intento de matar un periódico

El caso más reciente de atropellos semejantes es el del Ecuador, donde el periódico El Universo, uno de los más antiguos del país, que se edita en Guayaquil, fue víctima de un juicio por calumnias promovido por el propio presidente de la república, Rafael Correa, en el que,
por supuesto, resultó victorioso en todas las instancias judiciales. La
sentencia establecía penas de cárcel a los directivos y una multa de cuarenta
millones de dólares, suma que supera el valor de los activos del periódico, con
lo que se vería obligado a cerrar. Éste parecía ser el objetivo último de la
demanda, quitarse de encima a un medio independiente y crítico. Carlos Pérez
Barriga, el director, tuvo que asilarse en la embajada de Panamá en Quito. 

Todo empezó a raíz de una columna escrita en febrero de 2011 por el editorialista Emilio Palacio, que también buscó refugio, en Estados Unidos, sentenciado también a prisión, en
la que juzgaba los hechos de la sublevación policial del año anterior, cuando
el presidente Correa fue hecho rehén en las instalaciones de un hospital
militar y de manera dramática se abrió la camisa desafiando a los amotinados a
disparar.

Al presidente le disgustó que en la columna se afirmara que él había "ordenado fuego a
discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente
inocente". Es una aseveración atrevida, parte de un texto escrito con dureza,
en el que a cada paso se le llama dictador. Pero no por eso un jefe de estado
va a procurar la muerte de un periódico usando de todos los recursos de su
poder, un poder omnímodo que alcanza a los tribunales de justicia, como en
otros países de América Latina que se rigen bajo la doctrina del socialismo del
siglo veintiuno creada por el presidente Chávez de Venezuela.

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7 de marzo de 2012
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El Boomeran(g)
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