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Fluminalia

Por 1 de abril de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

 

Desviar un río era una prestación de reyes. Lo hizo Gilgamés, tras su larga  búsqueda de la inmortalidad a través de la estepa, la amistad y las grandes hazañas. Desengañado, regresó a la ciudad de Uruk, la gran metrópoli de elevados baluartes, hizo desviar el Eufrates y, una vez que el lecho vacío quedó a la luz del sol, ordenó la construcción de su mausoleo en el fondo. Luego, se suicidó y fue depositado en su tumba. Por fin, los ingenieros reabrieron el cauce, el Eufrates volvió a fluir por su lecho y sumergió la sepultura bajo las aguas.

Yacer en el cauce de un río no solo es privilegio de reyes, sino también sueño de poetas. Cuatro mil quinientos años después de que Gilgamés se hiciera sepultar en el lecho del Eufrates, el soldado Ungaretti escribió a la vista del río Isonzo sus endecasílabos abdicados: 

Esta mañana me he tendido

en una urna de agua

y como una reliquia

he yacido.

El Isonzo fluyendo

me pulía

como una piedra suya.

Pero, aunque fuera vistoso y quedara épico, los reyes no siempre desviaban los ríos para suicidarse y ser sepultados en el cauce. También podían hacerlo por motivos menos elevados, como construir un puente. En la crónica del príncipe de Viana relativa al rey Sancho intitulado el Fuerte, se narra que en Tudela dicho rey “fizo […] la puente e trujo a Ebro de Mirapeix a pasar por eilla”. Hacer el puente para luego traer el río es una  acción admirable, aunque seguramente está resumida, porque primero se desviaría el Ebro en Mirapeix, para construir en seco los diecisiete arcos y trescientos metros de tablero, y luego se le haría regresar al viejo cauce. En la foto se puede ver el puente sobre el Ebro en 1899 y, al fondo, los promontorios de Mirapeix.

 

La pesca era, por lo visto, monopolio real: el nombre Mirapeix alude a la “piscaria” del rey. Una vez construido el puente y traído Ebro a la puerta de Tudela, se instaló una gran “saraya” —red de pesca en romance navarro, del griego bizantino exartia (aparejos), castellano jarcia, aragonés exarcia, occitano sarsyes, vasco sare— que pertenecía al rey, y cuyo beneficio solía arrendarse.

Ahora, construir un puente sin desviar el río ni apoyarse en el cauce, era un auténtico desafío de ingeniería, si el caudal y la anchura eran importantes. El puente de Reparacea, sobre el Bidasoa, constituye un ejemplo de máxima prestación pontifical románica. La dificultad mayor era construir el bastidor necesario para sostener la cimbra y la cantería,  y hacerlo por encima del nivel de riada. Cuando se construyó este puente, hace mil años, se utilizaban vigas de roble cruzadas en tijera. Hoy no habrá en el país una docena de ejemplares con los veintidós metros de fuste necesarios para hacer los banzos. La selva medieval estaría mejor provista, pero la dificultad para sobrevolar el vano con una estructura que sostuviera el arco tuvo que ser máxima para los carpinteros de la época. 

 

Esta venerable obra románica trajo la civilización al Bidasoa en el siglo XI y durante ochocientos años fue la clave de la ruta entre Pamplona y el mar Cantábrico. Así lo recuerda el nombre Reparacea (Real paraje) que alude a la propiedad  y custodia regia del paso. En los años republicanos del siglo pasado, funcionó junto al puente un hotel palacial “favorecido —Blanco y Negro del 18 de agosto de 1935— por varias visitas del rey Eduardo VII de Inglaterra y las ex Infantas de España”. El reclamo ningunea a un cliente egregio como Valle-Inclán, que no defraudó, y se fue sin pagar. El mismo anuncio reproduce una foto del puente de Reparacea al que subtitula “romano”.

 

La superación del puente de Reparacea y la consecuente modernización de la ruta no sucedió hasta 1846, y constituyó otra suprema hazaña pontifical que incluyó el ingenioso desvío del curso del Bidasoa, con lo que el nuevo puente de Narbarte se construyó sobre el cauce seco. 

 

Cuando se terminó, la carretera nueva accedía al puente a través de un tramo de quinientos metros de terraplén elevado sobre una antigua isla aluvial que ceñían dos brazos del Bidasoa. El antiguo cauce de Tipulatze, por donde fluyó el río mientras se construía el puente de Narbarte, quedó cerrado, pero de tal modo que se convirtió en el rebosadero que da seguridad al dispositivo. Cuando una riada alcanza los siete metros de altura y los setecientos metros cúbicos por segundo, el agua del Bidasoa fluye también por el brazo de Tipulatze y ese caudal ya no pasa bajo el puente de Narbarte, sino que desemboca justo aguas abajo. En siglo y medio largo de funcionamiento, la construcción proyectada y dirigida por el arquitecto Pedro Ansoleaga ha demostrado una eficacia infalible.

 

Este tramo era uno de los más difíciles e innovadores de la nueva  carretera de Pamplona a la frontera de Irún, y el arquitecto Ansoleaga demostró estar a la altura de los audaces constructores del puente de Reparacea que le precedieron en ocho siglos.

 

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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