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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obras completas. Narrativa

Cuando la República de las Letras era democrática y libre -  es decir, antes de que los mercados la dejasen reducida a una especie de sucursal dentro del  negocio general  que nos anega a todos, republicanos o no – los viejos maestros utilizaron su experiencia para  poner en circulación unas cuantas máximas que terminaron adquiriendo la categoría de ley. Una de ellas aseguraba que escribir una mala novela conllevaba como penitencia cinco años en el purgatorio de la  no publicación. Otra norma decía que tras recibir un palo demoledor por parte de la crítica, a la víctima no le cabía otra que mantener una actitud de dignidad similar a la que debe adoptar un marido cuando sale a la luz pública su condición de cornúpeta irredento.  Y se aseguraba asimismo que la longevidad vital era condición indispensable para acceder al Olimpo, sobre todo porque si sobrevivías a todos tus contemporáneos pasabas a ser el portavoz y único representante autorizado de tu generación.

 

El contrapartida, la experiencia les decía a los viejos maestros que, una vez muertos, los grandes hombres deben esperar veinte años en el limbo del olvido antes de ser objeto de un regreso triunfal que les otorgará en propiedad  el siento que en vida ya ocupaban en el Olimpo. Aunque también cabe la posibilidad de la estancia en el limbo del olvido pase a ser definitiva, como les ha  ocurrido a tantos prohombres que en su día retenían la atención de las multitudes y hoy son unos perfectos desconocidos. Por poner sólo unos pocos ejemplos, los Cela, Alberti,  Gil de Biedma, Ruidrejo, Barral, Benet y demás parecen haberse sumido en el compás de espera del que hablaban los viejos maestros, y al cabo del cual se sabrá si vuelven o no para quedarse (una vez adquirida la condición de clásico).

Sin embargo, la conversión de la industria cultural (el propio término lo dice) en un negocio ha distorsionado los usos y costumbres republicanos y  ya nadie respeta los plazos de espera antes de someter al juicio público una nueva obra, la dignidad de los silencios tras un sonoro fracaso o el preceptivo alejamiento antes del regreso triunfal.  Y todo ello viene  cuento de la aparición del tomo dedicado a la narrativa de Francisco Ayala que ahora presenta Galaxia Gutenberg en edición de Antoni Munné.  Que se sepa, nadie le dio nunca un palo demoledor por ninguna de sus novelas, y eso que escribió la primera, Tragicomedia de un hombre sin espíritu (aparecida en 1925), cuando sólo contaba dieciséis años. Entre ésta y  El filósofo y un pirata, su última obra de ficción (aparecida en 1999, cuando contaba ya 93 años) fue dando a conocer  novelas como Historia de un amanecer (1926), y El boxeador y un ángel (1929) y Cazador en el alba (1930), sus obras más vanguardistas . Los años convulsos que precedieron a la Guerra Civil y el desarrollo y desenlace de la misma (exilio, así como su peregrinar por diversos países de acogida antes de recalar definitivamente en Estados Unidos), le impusieron un relativo parón, ya que las difíciles circunstancias vitales no le impidieron llevar a cabo la parte más sustancial de su obra, como por ejemplo la colección de cuentos  Los usurpadores (1940, que incluye el que probablemente sea su relato más celebrado,” El hechizado”),o sus novelas más conocidas,  La cabeza del cordero (1949) y El jardín de las delicias (1971).

Si la perduración depende de la longevidad, Francisco Ayala la tiene asegurada puesto que murió en 2009, a los 103 años de edad. Y en cuanto a la espera antes del regreso, ya digo que las reglas de juego andan muy perturbadas y uno no sabe qué dirían los viejos maestros si levantaran sus venerables cabezas. Cuando regresó del exilio, en los años 60 del siglo pasado, la comunidad republicana no sabía bien donde ubicarlo. No era uno de los rojazos al uso que volvía victorioso después de unos años de ostracismo, pero en la derecha  tampoco era muy apreciado porque en  novelas como Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962) no hacían un papel muy lucido  las dictaduras. Y como tampoco era un hombre conocido fuera de los círculos profesionales, sólo  poco a poco se le fue recuperando (académico desde 1983, varias veces propuesto para el premio Nobel de literatura, etc). La publicación de sus Obras Completas, avaladas por el reconocido prestigio de Galaxia Gutenberg, es una buena ocasión para que el público de habla española conozca de primera mano la obra de este hombre ampliamente valorado por su ejemplar honestidad intelectual.   

 

Obras Completas. Narrativa

Francisco Ayala

Galaxia Gutenberg



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19 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mentar la bicha

Wen Jiabao lo hizo en su última conferencia de prensa como primer ministro del país más poblado del mundo. La evocación de la Revolución Cultural enerva la memoria de todas las generaciones chinas mayores 40 años. Hay sucesos en el pasado de los países que ejercen un magnetismo disuasivo durante largo tiempo: la construcción europea no se entiende sin las tres guerras entre Francia y Alemania entre 1870 y 1945; tampoco se explica el éxito de la transición española sin el trauma de la guerra civil; la actual vía argelina, sin revolución contra el régimen como en Túnez o Egipto, no se puede comprender sin la huella de la guerra civil terrible que asoló el país magrebí tras el golpe de Estado militar de 1991.

China es un caso especial, porque la bicha allí es la Revolución Cultural, los diez años de agitación y enfrentamientos internos entre los jóvenes guardias rojos y las estructuras del partido comunista, que dejaron un reguero de muertes y de dolor prácticamente en todas las familias. Mencionarla es acudir a una contradicción constitutiva del monopolio del poder comunista, puesto que fue obra del fundador de la actual dinastía roja, Mao Zeodong, que lanzó a los jóvenes chinos contra los cuadros y estructuras del partido para consolidar su poder personal entre 1966 y 1976, tras el desastre económico del llamado Gran Salto hacia Adelante, una política de colectivización e industrialización forzosas que, al revés de lo que su nombre indica, fue un tremendo retroceso para la economía y significó una catástrofe incluso demográfica. Los actuales dirigentes comunistas han sufrido todos en distintos grados las violencias y las deportaciones y castigos de la Revolución Cultural. El Gran Salto lo sufrió la población, pero las víctimas de la Revolución Cultural fueron también los revolucionarios. Es el caso de los príncipes comunistas, hijos de dirigentes de la generación de Mao, como Xi Jinping o Bo Xilai, dos personajes de destinos opuestos: el primero será el próximo presidente de China, en sustitución de Hu Jintao, y el segundo acaba de caer en desgracia esta semana. Todos conservan una pésima memoria de aquellos años, aunque Bo Xilai fundamentaba su línea más izquierdista en una cierta reivindicación del maoísmo. Wen ha requerido reformas políticas para asegurar la solidez de los avances económicos. En caso contrario, ha amenazado, "podría ocurrir de nuevo una tragedia histórica como la Revolución Cultural". No se le ha ocurrido en cambio mentar el auténtico tabú de la actual cúpula comunista, como es la pacífica y fracasada movilización juvenil de 1989, en la plaza de Tiananmen, que terminó en un baño de sangre. Eso es lo que temen de verdad los dirigentes chinos, y de ahí que cubran el puño de hierro con que acallan las protestas con el espantajo de una Revolución Cultural que regresa.



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19 de marzo de 2012
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Aprender a vivir de nuevo

El marco social es un taller de reparación. Los cristales rotos a menudo van acompañados de un sentimiento de orfandad, como cuando se nos rompe un jarrón y sentimos el impulso del llanto. De nuevo, lo urgente enmascara lo importante, porque un mundo averiado parece abocado a recolocar lo inmediato en lugar de proyectarse hacia delante, esto es: primero se requiere taponar la hemorragia laboral, repensar el derrumbe de la Seguridad Social, acallar los grandes déficits educativos y cubrir las necesidades de los nuevos pobres. Ya vendrá después el aprender a vivir. Hay un factor que tener en cuenta en el hundimiento del Estado de bienestar: el de una nueva recapitulación del consumo, que recupera el concepto de rentabilización frente al de novedad. Sí, se abre un nuevo ciclo en el que se pone en riesgo la llamada ansiedad de la caducidad tan bien acogida por una élite de consumidores que siempre habían ido en busca de lo nuevo y diferente, predispuestos a abrazar lo último entendido como un escalón para diferenciarse; que querían exhibir unicidad a través de algo milagroso como un quitamanchas de última generación o un deslumbrante bolso de Louis Vuitton personalizado. Como esos habitantes tan bien representados por Italo Calvino en sus ciudades invisibles, que cada día quieren estrenarlo todo, vender y comprar, intercambiar incluso sus recuerdos. Deshacerse con inmediatez del pasado, para explorar con regocijo lo diferente. Hoy, la búsqueda de la ilusión en las estanterías del supermercado se ha debilitado, incluso lo plus, lo extra y otros reclamos hiperbólicos que prolongaban la adolescencia -y parecían acentuar lo exclusivo- se han difuminado ante la necesidad de otro tipo de reclamos, curiosamente menos anglófonos: básico, esencial, necesario, resistente. Puro manual de supervivencia. Dos meses antes de morir, uno de los últimos grandes filósofos, Jacques Derrida, fue entrevistado en Le Monde, donde confesaba a Jean Birnbaum que seguía en guerra contra sí mismo, que se sentía más que nunca como un superviviente, un espectro ineducable que jamás había aprendido a vivir, pero también un hombre que no quería dejar de decir “sí” a la vida, apegado a la intensidad subversiva de la existencia. Derrida constataba que la filosofía, a diferencia de la medicina o la abogacía, goza de menor prestigio social, sin demasiado espacio para reflexionar sobre el verdadero aprendizaje del ser. Lejos de connotaciones epicúreas, ese aprender a vivir comprende el perseverar, el cultivar aquello que forma parte de uno mismo, el no renunciar a lo que nos conforma ni a lo que amamos. Un instinto de conservación que, ahora que la sociedad bracea en el desguace, el consumo declina y lo esencial se revaloriza, debería bastar para no dejar de decir “sí” a la vida. (La Vanguardia)

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19 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Países de la flor naciente

 

Las televisiones, periódicos y blogs japoneses comentan a diario cómo va la floración de los cerezos. Dónde se abrirán hoy, en qué parque estarán en plena eclosión, qué comarca y ciudades alcanzará hoy el tsunami florido que asciende de sur a norte, desde marzo hasta mayo. Este es ya el segundo florerío radioactivado después de Fukushima y los entendidos no esperan grandes novedades entre el blanco nieve y el rosa arrebolado.  El primero de abril, bajo el auspicio de la floración, una quinta estación que dura ocho o diez días, en Japón los supervivientes se saludan como en año nuevo, muchas empresas inician su ejercicio anual y se reanuda el curso escolar.

También florecen los cerezos en la provincia china de Henan, doble de habitantes y seis veces más densamente poblada que España, donde la cadena del ministerio de justicia televisa cada sábado noche un reality show justiciero con edificantes entrevistas a los condenados a muerte justo antes de la ejecución. Ahora han  dejado de emitir el programa, porque ha sido noticia en la BBC, y el ministerio de justicia chino es partidario de la intimidad. 

Más noticias florales. Se constata una floración tardía del protestantismo en su tierra natal. Un pastor de la creencia asciende a jefe del Estado, después de haber pedido el preceptivo permiso a su obispo, y una hija de pastor no solo gobierna, sino que presume de su confesión ante el parlamento, y el llamado Círculo Evangélico de su partido celebró su 60º aniversario en Siegen con un servicio divino (sic) donde participó la cancillera, que habló de “misión evangélica”. También la ministra de la presidencia fue pastora —antes que fraila, iba a poner. Justo ahora que el protestantismo va socialmente a la baja y sus flores son más lacias que nunca. Porque los confesos luteranos no llegan ni siquiera a un tercio de la población, menos que los católicos, menguan más deprisa que estos, y van menos a la iglesia: apenas un 3%. Los protestantes tienen menos éxito en su propio círculo divino que en la política. Hubo un sociólogo exagerado, Plessner, que defendió la existencia de una tradición protestante que arranca en Lutero y se jalona en Federico el Grande y Hitler, una tradición que impedía la floración en virtud de la que los alemanes pasarían de súbditos a ciudadanos.



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18 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rodrigo Fresán sobre Denis Johnson

Carátula del libro Que nadie se mueva es la nueva novela de Denis Johnson, publicada en EEUU en el 2009, y recién traducida para la colección Rojo y Negro de Mondadori, con prólogo de Rodrigo Fresán. En ?Radar Libros? adelantan algunos párrafos del prólogo. ?El dios en el que quiero creer tiene una voz y un sentido del humor como los de Denis Johnson? dijo alguna vez Jonathan Franzen. Ni más ni menos. Dice la nota:

Que nadie se mueva empieza, en las afueras de Bakersfield, presentando a un tal Jimmy Luntz. No conforme con ser uno de esos típicos perdedores que suelen crecer y reproducirse como conejos sin pata de la suerte en el paisaje noir, Luntz ?además de haber sido un boxeador noqueado y ser un jugador compulsivo y más bien desafortunado? es miembro de uno de esos infames y bastante ridículos coros/cuartetos estilo barbershop. Ya saben: camisas a rayas, sombreros de paja, armonías a capella tan complejas como anticuadas, canciones supuestamente graciosas pero no tanto. Y Jimmy Luntz ?cuyo alias terreno y real, aunque no quiera condicionar la imaginación de nadie, bien podría ser Steve Buscemi? debe mucho dinero. Y ?sus acreedores han perdido su de por sí poca paciencia? ha llegado la hora de devolverlo. Y qué hacer. O qué deshacer. Y de repente alguien menciona que tiene la receta infalible para hacerse con 2.300.000 dólares que tal vez estén al alcance de la mano y tal vez no. Y empiezan los problemas. Muchos. Y, con ellos, llegan una vampiresa tan melancólica como peligrosa con sangre native-american (y con el inolvidable nombre de Anita Desilvera, y que se emborracha al treinta por ciento y es dueña de una sonrisa capaz de hacer perder la cabeza al mismísimo Jesucristo, y corrige a todo aquel que reduzca el botín a dos millones a secas, y hace el amor como una monja pasada de copas), sicarios muy pero muy pesados (alguno de ellos, se dice, con una particular propensión a comerse los testículos de sus rivales), una bolsa de dinero y una bolsa de colostomía, un juez corrupto, huesos quebradizos, un sediento camello de apellido Juárez (pero en verdad made in Arabia), una enfermera dedicada a robar fármacos potentes, humor oscurísimo, diálogos chispeantes e inflamables con sabor a Quentin Tarantino y/o Elmore Leonard, cadillacs ominosos y ambulancias aullantes, mañanas que se encienden como sopletes, un intimidante Hombre Alto que no se sabe si tose o se ríe y que tiene algún tipo de problema nunca del todo aclarado con su rostro/cabeza, y la venganza como plato frío, y etc. Y otras dos palabras: Hermanos Coen. (?) Y, aquí y allá y en todas partes, la música inconfundible de uno de los grandes estilistas en inglés y en activo. El título Que nadie se mueva ?páginas absoluta, total, completa y peligrosamente movedizas? sale, lo aclara Johnson en la novela, de aquel hit de aquel DJ y músico albino y jamaicano de nombre Yellowman. En un momento, Jimmy Luntz lo escucha en la radio: Nobody mov/ nobody get hurt?. ?Que nadie se mueva y nadie saldrá herido? son, está claro, las palabras típicas con las que un típico ladrón abre la melodía de un asalto. Así funciona lo que aquí empieza, están advertidos. Todos quietos, las manos arriba, sosteniendo este libro, abierto, y ?si saben lo que les conviene, y van a saberlo en unas pocas líneas? no cerrarlo hasta alcanzada la última página y el último big bang bang y las últimas palabras en las que el agua tan fría sigue con lo suyo, desde el principio de los tiempos, como si nada hubiera pasado y nada fuera a pasar, mientras se nada o se flota o te hundes hasta el fondo para ya no salir a la superficie o, quizás, simplemente, intentás sacudirte un poco de la mugre y bastante de la sangre que llevas encima. La muerte es un río que fluye. Y dos palabras más: THE END.



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17 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un texto inédito de Albert Camus

Albert Camus Un texto escrito por Albert Camus sobre el periodismo libre en tiempos de conflicto, censurado en 1939 por las autoridades de Argelia, fue encontrado en unos archivos en Aix-en-Provence. Miguel Mora comenta para El País el hallazgo:

El 25 de noviembre de 1939, cuando Francia empezaba a gangrenarse por el miedo a la invasión alemana y sus élites políticas y periodísticas se disponían a entregarse sin pudor al III Reich, Albert Camus escribió un artículo para Le Soir républicaine, el periódico de una sola página a dos caras del que era codirector en Argel. En Francia regía la censura, y el texto no llegó a publicarse nunca. Lógico, porque en apenas tres folios el autor de El extranjero bordaba un alegato por la libertad de prensa. Al defender la utilidad del oficio de informar en tiempos de guerra, Camus sostuvo el derecho de cada ciudadano a elevarse sobre el colectivo para construir su propia libertad, y definió los cuatro mandamientos del periodismo libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Son, casualmente, los puntos cardinales que inspiraron su obra novelesca y filosófica. El espléndido texto ha salido del agujero negro del tiempo gracias a una colaboradora de Le Monde, Macha Séry, que lo encontró en los Archivos Nacionales de Ultramar (Aix-en-Provence). El diario vespertino lo publicó este jueves en sus páginas culturales, y en el Salón del Libro de París todos hablaban del artículo y del último libro de Michel Onfray, El orden libertario, que traza una comparación entre Camus y Jean-Paul Sartre especialmente odiosa para el segundo. ?Es difícil evocar hoy la libertad de prensa sin ser tachado de extravagancia, acusado de ser Mata-Hari o siendo convencido de que eres sobrino de Stalin?. Así empieza el artículo, que enseguida sienta su tesis: la libertad de prensa ?es solo una cara más de la libertad tout court?, y la ?obstinación en defenderla? obedece a que, sin ella, ?no habrá forma de ganar realmente la guerra?. Camus aborda la injusticia de que los grandes medios nacionales pudieran publicar en aquellos meses artículos que en los diarios de ultramar eran sistemáticamente censurados. Y escribe: ?El hecho de que un periódico dependa de la competencia o del humor de un hombre demuestra mejor que cualquier otra cosa el grado de inconsciencia al que hemos llegado?. Con la sobria sagacidad del clásico, prosigue: ?Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión en Francia no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa. Es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede mantenerse libre. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo?. Los medios y condiciones para que un periodista independiente no pierda su libertad ?ante la guerra y sus servidumbres? son cuatro: lucidez, rechazo, ironía y obstinación. La lucidez, porque ?supone la resistencia a los mecanismos del odio de la ira y el culto a la fatalidad?. Según Camus, ?un periodista, en 1939, no se desespera y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o provocar desesperanza. Todo eso está en su poder?.



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17 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vallejo cumple 120 años

Vallejo al polo. Foto: Jorge Gobbi Un post en VANO OFICIO en ?El País? sobre el aniversario de César Vallejo y la polémica desatada por las declaraciones de Diego de la Torre en su columna de opinión en El Comercio.

El poeta peruano está de aniversario y su nombre, desde hace una semana, aparece en las redes sociales como nunca antes. Pero no se trata de una celebración anticipada. Lo que ha ocurrido es que Diego de La Torre, Presidente del Pacto Mundial en el Perú, escribió hace unos días en la sección Economía del diario El Comercio un artículo llamado ?Vallejo, Ribeyro, Montaigne? (lo pueden ver en esta página rebotado) donde alaba la calidad literaria de César Vallejo y Julio Ramón Ribeyro, pero los acusa de haber creado ?en el subconsciente colectivo peruano? una idea derrotista, depresiva, fracasada. El autor defiende la economía liberal y arremete contra la ideología izquierdista aplicando una cita de Montaigne, pero sobre todo pretende redactar uno de esos textos motivacionales que tantos empresarios, funcionarios o publicistas (bronceados bajo el sol de la idea de liderazgo que han leído en manuales de auto-ayuda o aprendido en talleres de coaching) han convertido en un dogma que debe inyectarse a la población como una dosis de optimismo que conduce a alcanzar el éxito económico y elevar la autoestima del país. El artículo ha resbalado en el fangoso estanque de las redes sociales, donde miles de pirañas esperan diariamente su ración de carne fresca para despedazarla a mordiscos (?para la celebración mutua de la incompetencia?, como dijo una escritora colombiana que cité en un post anterior), y el autor ha terminado empalado por tweets y comentarios en el Facebook con insultos y descalificaciones sin argumentos. Muchos de esos indignados no han leído, ni leerán, una línea de Julio Ramón Ribeyro o de César Vallejo, pero la simple crítica contra algo que representa ?lo peruano? es suficiente para encender antorchas y salir de cacería. Felizmente, también han aparecido lectores con la suficiente capacidad de argumentación, conocimiento y análisis para demoler el artículo demostrando no solo el error de su fundamentalismo liberal, y lo irónico de que la cita inexacta de Montaigne en realidad sostiene lo contrario a lo que el autor del artículo supone, sino lo desacertadas, en más de un aspecto, que resultan sus opiniones sobre Ribeyro y Vallejo. No solo sustenta una idea improbable, como decir que una obra puede dañar el subconsciente nacional, o prejuiciosa, como dar a entender entre líneas que los autores representativos deben escribir libros optimistas para favorecer la autoestima de sus países, sino que, además, ha leído de manera superficial y frívola los autores que menciona, y en especial a César Vallejo, quien está muy lejos de ser un derrotista incluso en cuentos (a mi modo de ver de mala calidad literaria) como el célebre ?Paco Yunque? que se menciona en el artículo. Y desde luego, tampoco lo es en poemas extraordinarios donde llama al despertar humano contra el dolor y la desesperanza, como ?Los nueve monstruos?, o poemarios que proponen el modelo de amor cristiano, aprendido de su madre, como piedra angular para la solidaridad universal, como España, aparta de mí este cáliz. Lo que no llega a entender Diego de la Torre es que todos los artistas crean sus obras a partir del descubrimiento de las fracturas del mundo. Mario Vargas Llosa ha explicado hasta el hartazgo que los escritores escriben para ?mejorar la realidad?, y que esa necesidad aparece cuando se quiebra la relación con el mundo y empieza una actitud crítica. La pregunta que se hace Zavalita al inicio de Conversación en la Catedral (?¿En qué momento se jodió el Perú??) es, por extensión, la pregunta que nos hemos hecho todos los que alguna vez nos hemos volcado a la escritura: ¿en qué momento se jodieron todas las cosas? Pero también los lectores de ficción son conscientes de esas fracturas y se hacen esas preguntas, para incomodidad de quienes preferirían lidiar con seres humanos sometidos y bovinos, que acatan cualquier orden establecido. Vargas Llosa nos recuerda que los gobiernos fundamentalistas, como las dictaduras o las colonias, prohiben las obras de ficción porque crean un espíritu crítico. Las aventuras del Quijote no se podían importar durante el Virreinato del Perú porque la historia de un jubilado que un día, justamente a causa de leer tantos libros, se subleva contra la mezquindad del mundo y decide ser un justiciero, podía crear mentes pensantes, discordantes, que luego se convertirían en subversivas. Es bizantino discutir si el Perú es un país lleno de fracasos y derrotas desde su origen como nación, y sus autores solo retratan ese estado permanente, o si son los autores los culpables de insertar en el peruano una idea distorsionada de su historia y de sus logros como país. Pero debe quedar claro que cuando César Vallejo escribe: ?Yo nací un día en el que Dios estuvo enfermo? no está expresando una idea derrotista sino su disconformidad frente al mundo, atestiguando que existe una idea de justicia implantada por un superior (llámese Dios o quien sea) contra la que se subleva. En ese poema la frase se reitera una y otra vez (de ahí el título ?Espergesia?) aumentando el nivel de indignación del poeta y llamando al lector a indignarse también. ¿Es eso un autor derrotista? Si desconocemos, además, el contexto en el que escribe su obra póstuma César Vallejo (quien vivía en París por entonces), es decir la época de la vanguardia, los años de entreguerra europea y la Guerra Civil española, de la que estuvo muy cerca, jamás entenderemos que mucho de lo que consideramos versos ?pesimistas? no son sino la respuesta a una época que produjo poemarios terribles y dolorosos como Caligramas de Apollinaire, Tierra baldía de TS Eliot o Residencia en la tierra de Pablo Neruda. El estilo de un autor es la suma de su visión particular, de su escuela literaria y de su época. El mérito de César Vallejo es advertirnos, en contra de la celebración ciega de la vida, el riesgo que acarrea esa ceguera: la gestación de un mundo a merced de las dictaduras y de los abusos contra la humanidad. César Vallejo murió en 1938, en París. ¿Es necesario recordar que Hitler inició su escalada de horror apenas unos años después? Estoy en contra de ese patriotismo de nuevo cuño que celebra solo victorias y cuya misión principal es elevar la autoestima de los ciudadanos. Tampoco acepto el oportunismo de expropiar caras de escritores y citar frases sin contexto (?Hay hermanos muchísimo que hacer?) para diseñar polos o billetes, y que sirven más como decorado para un folleto turístico que como inducción a la lectura o validación de un bien cultural. Hace 120 años nació César Vallejo y, por lo visto, la incomprensión que obtuvo de sus compatriotas contemporáneos (que lo hizo refugiarse en París y no regresar jamás) sigue vigente en este nuevo país puesto al servicio de la ?Marca Perú?. La poesía de César Vallejo, hermética, revolucionaria con el lenguaje, con un mensaje claro pero jamás condescendiente con el lector, sigue viva con el paso de los años y gracias a eso logra desmarcarse al mismo tiempo de quienes, como Diego de la Torre, quisieran convertirla en un slogan, y de sus irritados enemigos patrioteros de las redes sociales, lectores de tweets incapaces de dedicar quince minutos para intentar entender la profundidad humana y la genialidad de un poeta que es mucho más que un dibujo en una camiseta. * Lamento que este texto supere las 1,000 palabras ofrecidas.



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16 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un arte que agoniza

Anatomía de la influencia es un tratado sobre los autores eminentes que pueblan el olimpo de la literatura occidental. Aunque en esta ocasión Harold Bloom es elegíaco y celebra sus 80 años con un testamento: "Ya no lucharé contra los Resentidos. Nos uniremos todos en nuestro polvo común".

Bloom reitera en esta larga meditación su teoría sobre la ansiedad que corroe a los grandes escritores, nos contagia el fervor religioso por la lectura, nos introduce en la sutileza de su discurso hermético y nos remite al origen de su veneración: al inolvidable asombro que producen las grandes obras cuando se leen por primera vez.

Lo excepcionalmente notorio en Bloom es la persuasión de su estilo y cómo elude el tedioso razonamiento académico. Pero no es fácil seguirle: su celebración de la literatura exige una solvente familiaridad con los libros supremos y saberlos de memoria tras una lectura tan extensa como profunda.

La ansiedad y la influencia son el secreto de la imaginación literaria y sin esta energía el escritor deambulará sin nada que hacer. Bloom es un déspota muy ilustrado y sus razones se sancionan a sí mismas como profecías. Traza el mapa de los senderos que unen a cada escritor eminente con todos los demás y menciona la influencia que algunos han llegado a tener sobre sus antepasados. Una conjetura que perturba la buena fe de sus lectores. 

Bloom es elocuente, reiterativo, insistente, pues considera que nada ha sido cabalmente entendido. Las obras maestras, advierte, están por encima de nuestra comprensión. Salvo que nos propongamos leerlas una y otra vez durante toda la vida.

El viejo crítico Bloom dedica un último desdén a los resentidos -los melifluos, torturados y hostiles resentidos- y con alegría adolescente vivifica el entusiasmo de la primera lectura. Bloom expande este espíritu insolente, lo incrementa, lo santifica.

Los grandes escritores han sido conmovidos por una envidia sagrada, dice, pero nadie escoge al maestro de su veneración. Cada autor eminente ha sido elegido por su precursor literario. O aceptamos esta violenta premisa o la rechazamos. No es objeto de discusión. La influencia produce ansiedad y ésta obliga a evocar, imitar, saquear y suplantar al autor predilecto. Pero sin la complicidad del antepasado ilustre, la obra literaria sólo será un simulacro.

Bloom, que se considera un laico de inclinaciones gnósticas, un esteta literario que idolatra a Shakespeare, un hereje judío, un lector esotérico, un crítico longiano que celebra lo sublime como la suprema virtud estética, afirma que la gran literatura existe y que es posible apreciar "el brío de una energía sobrenatural en su vigor lingüístico". Bloom ha resultado ser un arconte de esa Religión Americana cuyo único dogma es la Seguridad en Uno Mismo. Una especie de entereza o unión de cada hombre con el sí mismo desconocido.

Si alguno necesitara abreviar los libros de Bloom en un único párrafo, quizá podría conformarse con lo siguiente: "Shakespeare, que no profesa ninguna creencia y que es sabio sin énfasis ni agresividad, posee su propio método de conocimiento y es el precursor de todo el mundo: Walt Whitman, James Joyce, Herman Melville, William Blake, Emily Dickinson, Sigmund Freud, Marcel Proust, Samuel Becket, Franz Kafka, Pessoa, Borges...".

¿Por quién se siente elegido Bloom? A ratos por Ralph Waldo Emerson y en otras ocasiones por Samuel Johnson. Aunque esto debería decirlo él, y no yo. Cuando Bloom recuerda al que ha sido considerado el primer filósofo americano da la sensación de estar hablando de sí mismo: "Leer a Emerson resulta a veces desconcertante, en parte porque es un aforista que piensa en frases aisladas. Sus párrafos resultan a menudo espasmódicos, y su mente incansable está siempre en alguna encrucijada".

Bloom es una figura señera de nuestro tiempo que acude en socorro del lector agobiado por la trivialidad contemporánea y le anima a frecuentar sin complejos los grandes monumentos literarios. Bloom afirma que leer, releer, evaluar y apreciar es el verdadero arte de la crítica literaria en un mundo en el que los libros malos desplazan a los buenos y leer es un arte que agoniza.

¿Cuál es la influencia de Bloom en España? Anagrama, Taurus, Páginas de Espuma y otros editores lo mantienen en sus catálogos pues ha conseguido una considerable atención entre los lectores que aceptan su gran epigrama: sólo por las grandes obras literarias llegaremos a saber quién somos -y la sentencia inversa sigue siendo cierta.

¿Cómo modifica Bloom la conciencia que la literatura tiene de sí misma? Su credo irónico, y ciertamente melancólico, consagra la rivalidad entre los dos grandes impacientes de nuestro tiempo: el escritor que quiere ser el Yo de sus lectores y el autor que quiere ser el Yo de sí mismo. No sólo dos modos de entender la literatura sino dos maneras de estar en el mundo, dos estilos de vida. El escritor que se ha propuesto contar historias sale al encuentro de los hombres; el autor que las concibe, los espera con recelo. Mientras aquél escribe para un público vehemente; éste lo hace para una mentalidad. Mientras uno intuye con habilidad el gusto de la multitud; el otro cultiva lo que no ha sido degustado. Uno celebra la fama; el otro sólo teme al destino. El escritor se deleita con su éxito; el autor se pondera con perplejidad. Uno es narcisista; el otro, solipsista. Uno es el fruto de la admiración popular; el otro lamenta la suerte de no serlo.

Dos estirpes, podría decirse, condenadas a una perpetua porfía, forjan cada una a su manera, con destreza narrativa y ensimismamiento sapiencial, el arte de la ficción que hoy nos entretiene o nos desvela.



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16 de marzo de 2012
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II. Una ciudad de alucinaciones

El comodoro Cornelius Vanderbilt encontró que la ruta más fácil y segura era a través de Nicaragua, y no yendo hasta el sur, para bordear el Cabo de Hornos, ni a través del territorio continental de Estados Unidos, infestado de tribus de indios hostiles, ni tampoco a través de Panamá, infestado de pantanos y fiebres letales. Nicaragua. Un río, un gran lago, un pequeño istmo en la costa del Pacífico fácil de atravesar por las diligencias tiradas por caballos. Mark Twain, entonces un joven periodista, atravesó esa ruta hacia California y describió en una crónica el milagro de ver el sol encendido sobre una de las riberas del río, y la cortina de lluvia cerrada cayendo sobre la otra. Vanderbilt se hizo millonario y tras sus pasos llegó el filibustero William Walker a apoderarse de Nicaragua.
Más tarde, las dragas comenzaron a alzarse y luego a oxidarse sin remedio en el estuario del puerto de San Juan del Norte ─Greytown para los ingleses que querían para ellos ese territorio─, la puerta del canal desde el mar Caribe, y una ciudad de alucinaciones se alzó entonces allí como el decorado de aquel sueño perverso, palacios de columnas dóricas y pisos de mármol, un tranvía, hoteles con barandas floridas, lupanares regentados por madamas francesas, cementerios para irlandeses, judíos, alemanes, de los que hoy sólo quedan las lápidas rotas entre la hierba crecida.
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16 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las branquias del mundo

He aprendido en el último número de la revista Yorokobu (marzo, 2012) una palabra que da cuenta de la realidad actual con extraordinario tino.

La palabra es "exaptación" y se emplea en biología para referirse a una estructura orgánica que hallándose dirigida originariamente a cumplir una función, el paso del tiempo la modula para desarrollar otra. El ejemplo que se cita es el del oído de los antiguos vertebrados: de estar destinados a registrar los sonidos fueron evolucionando hasta convertirse en branquias.

El punto final parece no tener nada que ver con el principio, pero una línea sutil une sus funciones y sus almas. Del oído que actúa, digamos, como un sumidero del ruido y le otorga sentido volcándolo en el interior de la cabeza, se pasa a la branquia que es como el aspirador de un exterior filtrado dentro de la cabeza como material decisivo.

A otro nivel, los fármacos han sido especialmente ejemplares en cuanto a la "exaptación". Dilatores vasculares contra la hipertensión como el Minoxidil o la Viagra se emplean ahora no para bajar las medidas sino para incrementarlas en el terreno de la alopecia y la sexualidad.

Parecería imposible que algo deprimente fuera capaz de mutar en un quehacer exultante pero la "exaptación" proporciona esta paradoja que o bien regala un producto añadido o bien crea un artefacto tan impensado como benéfico.

Toda la teoría económica y moral del reciclaje se relaciona con este fenómeno, insignia central de nuestro tiempo. Los miles de millones de basuras que se producen en el mundo y se dirigían antes hacia la nada dan la vuelta y regresan transformadas en elementos más o menos familiares o abstrusos, que alteran la fisonomía y el saber del mundo.

El plástico que vuelve hecho bolsa de plástico desde otra bolsa de plástico hace patente la tremenda idea de la reencarnación. El neumático que reciclado vuelve en forma de cinturones y bolsos de moda expresan el potencial redentor que encierran aun las cosas más modestas.

Por otra parte, de esta misma naturaleza redentora son todos los movimientos ideológicos que rebuscan en los contenedores para obtener limpio provecho del desecho. Y de este carácter ético y hasta revolucionario fueron los cachivaches que impulsó Ivan Illich en su centro de Cuernavaca y que sirvieron para hacer ver, hace más de cincuenta años, el enorme valor que podía extraerse de las pérdidas.

El ojo que se anega de opulencia perece en la masa de lo mismo. El ojo que intencionadamente mira en los residuos y fisuras halla, sin embargo, un mundo de intrigas prácticas o inteligentes. En los tiempos de erección (del pelo, del pene, del beneficio empresarial) no hacía falta mirar mucho más allá. Los elementos se comportaban de acuerdo a las expectativas.

Sin embargo, el fallo inesperado delata la posible existencia de una mina interior. En el fondo de esta Gran Crisis yace, efectivamente, una mina fatal, una causa imposible de analizar cuando el orden provoca opacidad y resistencia. Todo fallo, todo desorden, cualquier disfunción plantea siempre una pregunta al sistema. Y a la farmacología y al ingenio. No podemos saber en qué se convertirán nuestros actuales fracasos como tampoco pudo predecirse en qué irían a parar los oídos de los primeros vertebrados, pero una esperanza parte de estos destrozos, alguna presencia nueva nace de la evanescencia.

De hecho, los muchos movimientos de bricoleurs actúan hoy como patrullas de un bricolage mundial que recuerda el avance histórico de los pueblos observados por Lèvi-Strauss. Del informe montón de escombros surge, mediante la necesidad motora, una nueva ciudad, un nuevo hogar, un sentido nuevo.

Será pues vano desesperar ante la hecatombe. Una fuerza interna, conectada con la energía de nuestra pobre y firme especie humana, convertirá el derrumbe en edificio, la disfunción en erección y la sordera en una branquia transversal por donde respirará y nadará el mundo.



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16 de marzo de 2012
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El Boomeran(g)
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