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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fluminalia

 

Desviar un río era una prestación de reyes. Lo hizo Gilgamés, tras su larga  búsqueda de la inmortalidad a través de la estepa, la amistad y las grandes hazañas. Desengañado, regresó a la ciudad de Uruk, la gran metrópoli de elevados baluartes, hizo desviar el Eufrates y, una vez que el lecho vacío quedó a la luz del sol, ordenó la construcción de su mausoleo en el fondo. Luego, se suicidó y fue depositado en su tumba. Por fin, los ingenieros reabrieron el cauce, el Eufrates volvió a fluir por su lecho y sumergió la sepultura bajo las aguas.

Yacer en el cauce de un río no solo es privilegio de reyes, sino también sueño de poetas. Cuatro mil quinientos años después de que Gilgamés se hiciera sepultar en el lecho del Eufrates, el soldado Ungaretti escribió a la vista del río Isonzo sus endecasílabos abdicados: 

Esta mañana me he tendido

en una urna de agua

y como una reliquia

he yacido.

El Isonzo fluyendo

me pulía

como una piedra suya.

Pero, aunque fuera vistoso y quedara épico, los reyes no siempre desviaban los ríos para suicidarse y ser sepultados en el cauce. También podían hacerlo por motivos menos elevados, como construir un puente. En la crónica del príncipe de Viana relativa al rey Sancho intitulado el Fuerte, se narra que en Tudela dicho rey “fizo […] la puente e trujo a Ebro de Mirapeix a pasar por eilla”. Hacer el puente para luego traer el río es una  acción admirable, aunque seguramente está resumida, porque primero se desviaría el Ebro en Mirapeix, para construir en seco los diecisiete arcos y trescientos metros de tablero, y luego se le haría regresar al viejo cauce. En la foto se puede ver el puente sobre el Ebro en 1899 y, al fondo, los promontorios de Mirapeix.

 

La pesca era, por lo visto, monopolio real: el nombre Mirapeix alude a la “piscaria” del rey. Una vez construido el puente y traído Ebro a la puerta de Tudela, se instaló una gran “saraya” —red de pesca en romance navarro, del griego bizantino exartia (aparejos), castellano jarcia, aragonés exarcia, occitano sarsyes, vasco sare— que pertenecía al rey, y cuyo beneficio solía arrendarse.

Ahora, construir un puente sin desviar el río ni apoyarse en el cauce, era un auténtico desafío de ingeniería, si el caudal y la anchura eran importantes. El puente de Reparacea, sobre el Bidasoa, constituye un ejemplo de máxima prestación pontifical románica. La dificultad mayor era construir el bastidor necesario para sostener la cimbra y la cantería,  y hacerlo por encima del nivel de riada. Cuando se construyó este puente, hace mil años, se utilizaban vigas de roble cruzadas en tijera. Hoy no habrá en el país una docena de ejemplares con los veintidós metros de fuste necesarios para hacer los banzos. La selva medieval estaría mejor provista, pero la dificultad para sobrevolar el vano con una estructura que sostuviera el arco tuvo que ser máxima para los carpinteros de la época. 

 

Esta venerable obra románica trajo la civilización al Bidasoa en el siglo XI y durante ochocientos años fue la clave de la ruta entre Pamplona y el mar Cantábrico. Así lo recuerda el nombre Reparacea (Real paraje) que alude a la propiedad  y custodia regia del paso. En los años republicanos del siglo pasado, funcionó junto al puente un hotel palacial “favorecido —Blanco y Negro del 18 de agosto de 1935— por varias visitas del rey Eduardo VII de Inglaterra y las ex Infantas de España”. El reclamo ningunea a un cliente egregio como Valle-Inclán, que no defraudó, y se fue sin pagar. El mismo anuncio reproduce una foto del puente de Reparacea al que subtitula “romano”.

 

La superación del puente de Reparacea y la consecuente modernización de la ruta no sucedió hasta 1846, y constituyó otra suprema hazaña pontifical que incluyó el ingenioso desvío del curso del Bidasoa, con lo que el nuevo puente de Narbarte se construyó sobre el cauce seco. 

 

Cuando se terminó, la carretera nueva accedía al puente a través de un tramo de quinientos metros de terraplén elevado sobre una antigua isla aluvial que ceñían dos brazos del Bidasoa. El antiguo cauce de Tipulatze, por donde fluyó el río mientras se construía el puente de Narbarte, quedó cerrado, pero de tal modo que se convirtió en el rebosadero que da seguridad al dispositivo. Cuando una riada alcanza los siete metros de altura y los setecientos metros cúbicos por segundo, el agua del Bidasoa fluye también por el brazo de Tipulatze y ese caudal ya no pasa bajo el puente de Narbarte, sino que desemboca justo aguas abajo. En siglo y medio largo de funcionamiento, la construcción proyectada y dirigida por el arquitecto Pedro Ansoleaga ha demostrado una eficacia infalible.

 

Este tramo era uno de los más difíciles e innovadores de la nueva  carretera de Pamplona a la frontera de Irún, y el arquitecto Ansoleaga demostró estar a la altura de los audaces constructores del puente de Reparacea que le precedieron en ocho siglos.

 

 

 



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1 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La novela más lírica de Lobo Antunes

carátula del libro Desde el título, ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?, editada por Mondadori,  podemos intuir que Antonio Lobo Antunes ha ido lejos, más lejos aún que en sus anteriores libros, en aquello de escribir una novela ?lírica?. Se trata de una reescritura de su clásico Manual de Inquisidores, que además incluye reflexiones sobre el arte de narrar. Metaliterario y poético. Darío Villanueva hace la reseña en El Cultural.  Dice:

Leer ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? encierra, efectivamente, una cierta dificultad por su condición de novela lírica, el sello de marca del escritor. La textura estilística de su prosa le confiere una limitada eficacia narrativa por el predominio de reiteraciones o refranes que marcan un ritmo recurrente, por el relato no lineal que las distintas voces narrativas desarrollan al arbitrio de sus respectivos flujos de conciencia y de los recuerdos, por la ausencia de una información trabada que, como en Faulkner, el lector ha de suplir con su cooperación diligente. En esta novela hay dos de aquellos refranes, que en la página 89 aparecen unidos en una misma frase. El primero es el que le da título, y posee un indudable empaque poético. Pero no menos reiterado es el segundo, ?qué tristes las casas a las tres de la tarde?, de alcance más modesto, pues parece apuntar a la monotonía de la vida de una familia tronada. Si en ello residen dos símbolos, la grandeza del primero no acaba de trascender la domesticidad del segundo. Porque para Lobo Antunes los personajes, lejos de contener sustancia en sí mismos, son un mero recurso para atraer al lector ?hacia símbolos más profundos? porque ?las grandes narraciones son siempre simbólicas?. Lo que no es tan dificultoso es identificar el esquema básico de la historia narrada y su estructura polifónica. En este sentido, estamos ante una reescritura del Manual de inquisidores, traducido en 1998. Allí todo se centra en el ministro salazarista don Francisco que agoniza en un hospital lisboeta. Al relato de esta especie de señor feudal que desde su quinta de Palmela ejercía una tiranía intemporal sobre todos cuantos lo rodeaban se añaden los de sus hijos y el ama de llaves. En ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?, contrafactualmente, la que agoniza es la sufrida esposa de un terrateniente, propietario de toros bravos, tarambana, mujeriego y jugador que ha dilapidado la fortuna familiar, y son sus cinco hijos los que desgranan los recuerdos, así como Mercília, la criada que los crió. La figura central de Manual de inquisidores se refiere a João, uno de los personajes polifónicos, como ?el imbécil de mi hijo?, y en esta última novela Joãozinho es asimismo el vástago marginado de la familia, papel que en otra obra de Lobo Antunes le corresponde a Francisco, outsider drogadicto y artista enamorado. Me refiero al Auto de los condenados (2003) protagonizada por otro despótico terrateniente, Diogo, que muere en su predio de Monzaraz mientras que un pueblo cercano se celebra una corrida de toros. También este motivo se trasladará a ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? donde, sin demasiada pertinencia, a lo que alcanzo, se titulan sus cinco capítulos centrales con las suertes principales de la lidia. Lo que da de pensar la lectura de la presente novela es la absoluta reiteración de todos y cada uno de sus componentes principales, tanto en lo referente a la historia narrada como a su desarrollo discursivo, incluida la dimensión metanarrativa y autorrefencial ya presente en Auto de los condenados. Ambas obras participan de una misma fenomenicidad ambigua. No son diarios, crónicas, ni tan siquiera un dossier o legajo. Los personajes cuyas voces y visiones alientan el relato de ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? hacen vagas referencias al acto de su propia narración, incluso por escrito, pero la novedad mayor consiste en que en vez de encomendarse, como antes, a la suprema autoridad de un autor demiurgo lo hacen a Antonio Lobo Antunes. Así escrito: con nombre y apellidos.



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1 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Leer una vez abierto el envase.- Esta noche a las 11.00 pm,…

Leer una vez abierto el envase.- Esta noche a las 11.00 pm, en la librería Eterna Cadencia, se presentará una edición limitada (solo 50 ejemplares) de la antología de escritores latinoamericanos El futuro no es nuestro. Lo original de esta nueva edición es que está impresa con una tinta que desaparece luego de 2 meses de abrir el envoltorio. La idea es que el libro despierte en el lector la urgencia de leer y juega un poco con el título del libro.



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31 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los perros de Valparaíso

Un perro de Valparaíso mordió a una amiga y no fue noticia. Ya sabemos que no es noticia que un perro muerda a una persona, pero lo que contó mi amiga merecería algo más de atención.

Mi amiga es alemana, estaba de paso por Sudamérica y fue a recorrer su ciudad favorita en Chile: Valparaíso. En eso, mientras subía y bajaba cerros, se metió por la calle equivocada y ahí aparecieron: media docena de perros bravos que comenzaron a ladrarle hasta que uno se le tiró encima y otro le mordió un muslo.

Que haya perros callejeros en Valparaíso tampoco es noticia. Que muchos de estos perros anden en pandillas (verdaderas jaurías que, cuando pasan al lado tuyo, es mejor ni estar cerca) tampoco es noticioso. Tan común es todo esto que, después del incidente, mi amiga fue al hospital, le pusieron una inyección y siguió recorriendo sin problemas.

El vecino que la ayudó a salir de la jauría le dijo: "Ya estamos acostumbrados". La enfermera que le puso la inyección le dijo: "No se puede hacer nada con los perros; todo termina en escándalo". La dueña del hostal donde se quedaba a dormir le dijo: "Los perros son intocables: ganaron la guerra".

La invasión canina en los cerros porteños tampoco es noticia. Mi amiga dice que se sintió en una ciudad dominada por perros callejeros y esa imagen me quedó dando vueltas. Una ciudad puerto dominada absolutamente por perros: con pandillas de perros, y guardias de perros, y bares de perros, y hoteles de perros. Una dictadura perruna, donde los porteños terminan siendo las mascotas y los mejores amigo del perro.

Entonces, la pregunta parece simple: ¿Ganaron los perros de Valparaíso?

Publicado en la revista Domingo, de El Mercurio de Chile.

twitter: @menesesportatil 



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30 de marzo de 2012
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II. Sigo maravillado

Callo, maravillado. Al partido en el poder, el de los guerrilleros, le fue mal en estas elecciones. Perdió más de cien mil votos, varios asientos en la Asamblea Nacional, con lo que queda en minoría, y muchas alcaldías importantes, empezando por la de la capital, a pesar de que su candidato Jorge Shafik Handal, lleva el mismo nombre de su padre ya difunto, una de las figuras emblemáticas del FMLN. Pero sus dirigentes no tardaron en reconocer el triunfo de ARENA, su viejo adversario de la derecha; y tras el mea culpa, prometieron que trabajarían para recuperar la confianza del electorado. Ya ven. Las reglas de la democracia, uno de cuyos supuestos esenciales es la alternabilidad, cumplidas al pie de la letra.
Y también las condiciones de la campaña electoral fueron justas. El partido en el poder no usó los recursos del estado para hacer propaganda, ni buscó comprar la voluntad de los votantes con prebendas y regalías, ni los empleados públicos fueron obligados a concurrir a las manifestaciones. Y como en las carreteras y avenidas aún se pueden ver las vallas de publicidad electoral, se nota que se hallan repartidas de manera equitativa. El FMLN no abruma a los demás partidos imponiendo sus colores ni los rostros de sus candidatos.
Y yo sigo maravillado.

 

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30 de marzo de 2012
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Tras la physis

Así como hay libros que describen vicisitudes por las que atraviesan los hombres,  libros que tratan de cuestiones relativas a la moralidad y las costumbres, libros que tratan de números o entidades abstractas como las figuras geométricas, hay libros que tratan de lo denominado por los griegos physis,  y que más o menos corresponde a lo que nosotros designamos por naturaleza. Algunos de estos libros simplemente describen cosas del entorno natural, pero tienen un original enfoque:

 En primer lugar buscan en la diversidad de las cosas naturales  rasgos invariantes o elementales, rasgos mínimos que quepa erigir en criterio para situar una frontera entre lo que puede o no ser designado como natural. Así (ejemplo no aleatorio) Aristóteles caracteriza a la entidad que es en razón de la naturaleza (physei), por  una intrínseca inclinación a hallarse en movimiento o hallarse en reposo, inclinación de la que estarían desprovistas  las cosas que son resultado de la técnica: Si una mesa (resultado del trabajo del técnico carpintero) se desplaza  es por un causa exterior a ella misma, mientras que un animal lo hace por naturaleza  (physei).[1]

Decir  natural equivale pues a decir intrínseca tendencia al cambio respecto al estatuto actual, en el bien entendido que este cambio puede ser mero desplazamiento, pero también alteración cualitativa (las mejillas del imberbe Alcibiades se cubren de vello, para más tarde mostrar indeseados arabescos), generación (la semilla se hace  planta) o corrupción (la planta, abandonada  a sí misma,  se marchita.

Decir artificial equivale a decir que el movimiento  del que la cosa es susceptible o bien es causado desde el interior -desplazamiento o destrucción- o bien, de ser propio, no corresponde tanto a la cosa misma como a sus componentes, fuego, tierra aire, agua. Menos aun que a las cosas artificiales cabe atribuir un principio interno de movimiento o de reposo a las entidades geométricas, la superficie de una cosa física por ejemplo. Baste con apercibirse de que podemos por ejemplo desplazar una mesa o inmovilizar un electrón, pero no podemos desplazar  la superficie de la silla ni detener la raíz cuadrada de dicho electrón.

En cualquier caso la condición común mínima para ser una realidad directamente física (fuego, tierra...animal o planta) o indirectamente física (silla) es ser susceptible del movimiento más neutro, movimiento según el lugar (kata topos) que no altera los rasgos cualitativos ni menos aún los rasgos esenciales o  definitorios. 

De tal manera que Aristóteles nos pone sobre la pista de aquello que más adelante se denominará cantidad de movimiento (la cual recubre el reposo como caso límite en el que la velocidad es nula), y que fue  considerado (al menos hasta la conmoción cuántica) como un predicado omniaplicable de las entidades físicas. Habrá otros predicados que jugarán un papel análogo y servirán también de  criterio a la hora de discriminar  lo que es físico de lo que no lo es,  y considerando el conjunto de los mismos, el observador humano procede a una segunda operación.

Estando la entidad física marcada por los referidos rasgos la descripción  de los cambios y sobre todo la previsión de los mismos es tomada como descripción y previsión de estado y comportamiento de la propia entidad. Entramos así en esa actitud respecto a la naturaleza marcada por la exigencia de conocimiento  que caracterizará a la ciencia física (sea o no matematizada), que  para algunos  supuso la más elevada muestra de una existencia marcada por la exigencia de veracidad, eso que para otros representa por el contrario una suerte de reducción de la verdad.


[1]  Una entidad artificial como la mesa es sin embargo objeto de movimiento autónomo pero no en razón de ser mesa, sino en razón de constituir una determinada proporción de los cuatro elementos, los cuales tienden a alejarse de la síntesis para alcanzar su lugar natural. Se trata  en este caso de ese movimiento  cómplice del tiempo que es la  corrupción- pthora.

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29 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tiempo de purga

El ascenso pacífico parece tocar a su fin. La violencia es consustancial a la acumulación de poder. Sobre todo cuando no hay contrapesos ni controles. La única forma para que un poder en expansión no se convierta en virulento es su fragmentación y su difusión: esos son los beneficios aportados exclusivamente por la democracia, el peor régimen exceptuados todos los otros. Así como nadie puede imaginar una superpotencia pacífica y benéfica que vaya imponiéndose exteriormente por aquiescencia de los dominados, menos cabe esperar la creación espontanea de consensos y arbitrajes internos por parte de quienes detentan desde siempre un poder sin reglas precisas y conocidas, sin contrapesos ni controles.

El consenso de Pekín, capaz de magnetizar a las élites económicas occidentales, acaba de recibir un duro revés en el interior del propio Partido Comunista de China, el segundo en un año. Primero fue el revés externo de las revueltas árabes, que erosiona la imagen y el prestigio del modelo autoritario y lleva a las autoridades a extremar las precauciones y controles para evitar la contaminación. Ahora el golpe es interior y se produce como resultado de una sorda y feroz lucha entre dos facciones del aparato comunista. Es el sino de los partidos únicos: la ausencia de pluralismo no impide la fragmentación interior e incluso la estimula, hasta convertirla en una guerra sin cuartel que termina con la liquidación de los vencidos. Stalin fue el maestro de estos combates, que le proporcionaron la palma de mayor asesino de comunistas de la historia: ni las dictaduras de derecha le superaron en la liquidación de sus camaradas de partido para imponer una y otra vez su poder. Ha caído en desgracia uno de los príncipes comunistas, Bo Xilai, 62 años, jefe del partido en Chongqing, 30 millones de habitantes y una de las cinco mayores ciudades, purgado justo cuando iba a entrar en el Comité Permanente del Politburó, donde se sientan los nueve hombres fuertes del régimen. Ahora está arrestado, así como su familia. Era hijo de Bo Yibo, uno de los ocho ancianos que garantizaron la estabilidad del régimen con Deng Xiaping en los años 80 y 90. Su caso no es extraño; el futuro presidente Xi Jinping es también un príncipe comunista, hijo de un camarada de Mao Zedong, y, como casi todos ellos, purgado por el fundador de la República Popular durante la Revolución Cultural. La purga de Bo Xilai tiene todos los componentes de un culebrón en el que se mezclan crimen y política. En noviembre pasado fue hallado muerto en un hotel de Chongqing un ciudadano británico de 41 años, amigo de la familia Bo, y sobre todo de su hijo Guagua. La versión oficial atribuía el fallecimiento al consumo excesivo de alcohol, pero el jefe de policía de Chongqing, Wang Lijun, acusó a la familia Bo y específicamente a la esposa del dirigente, Gu Kailai, de encargar su envenenamiento por una disputa de negocios. Wang realizó esta acusación en el consulado de Estados Unidos en Chongqing, donde buscó asilo a mitad de febrero huyendo, según su versión, de las represalias de su patrono, a quien acusó de otros crímenes y asesinatos. El incidente terminó en 24 horas con la entrega voluntaria del exjefe de policía a las autoridades chinas, pero sus efectos se notaron un mes después durante la reunión del Congreso Nacional del Pueblo, el órgano de representación parlamentaria del régimen. El primer ministro, Wen Jiabao, criticó de forma clara y concisa a Bo Xilai como máximo dirigente de Chongqing. Al día siguiente fue destituido de todos sus cargos y arrestado, al igual que varios miembros de su familia. Bo Xilai se hizo famoso por su lucha contra la corrupción y la persecución del crimen organizado, a cargo precisamente del jefe de policía que le traicionó. En su última campaña al frente del Gobierno local detuvo a casi 5.000 personas, empresarios, jueces y cuadros del partido, entre otros, acusados de gangsterismo. Muchos detenidos fueron torturados. Trece fueron ejecutados. Bo es un izquierdista, que resucitó la simbología maoísta para reivindicar las esencias igualitarias del régimen contra el enriquecimiento fraudulento, y ha sido vencido por la facción más liberal. Lo más relevante del caso son los instrumentos utilizados para dirimir los conflictos y competir por el poder. Las diferencias ideológicas se traducen en mutuas acusaciones de corrupción y de crímenes horribles entre las bandas rivales. La tortura y la pena de muerte terminan siendo la llave resolutiva. Amnistía Internacional ha dado a conocer esta pasada semana su último informe sobre la pena de muerte, en el que registra un lento declive mundial pero señala que la admirada China del crecimiento económico sigue llevándose la palma en número de ejecuciones, aunque en su caso no hay cifras disponibles por la absoluta opacidad de las autoridades.



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29 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Estética de la huelga general

Tanto la huelga general como la huelga de hambre son temibles e importantes en tanto que la naturaleza de su fuerza es igual a la negación total. Fueron armas revolucionarias que representaban la refutación de lo existente. Oponían al sistema no ya el antisistema inmediato sino la desaparición del sistema. El punto cero de la revolución.

Pero todo ello ha perdido valor. Ni la huelga de hambre se hace efectivamente sin ingerir absolutamente nada, ni la huelga general lleva a la completa paralización del trabajo. De la primera huelga raramente se muere y de la segunda, raramente conlleva una plena abolición. Tanto un caso como otro son ahora teatralizaciones que recrean, como en las fiestas populares, momentos heroicos del pasado. Sea ese pasado perteneciente a la lucha de la clase obrera, sea remedo de los procesos en los que el individuo se inmolaba ebrio de su ideal.

El contenido de la huelga general, el fauvismo de la organización obrera o del ser humano que no cede al chantaje de sobrevivir, pretenden manifestar, en la ciudad o en la celda, la amenaza de producir un vacío pavoroso o un "no" demoledor. El capital posee el patrimonio, los órganos repletos, , mientras la clase obrera posee nada menos que la nada. A la bomba atómica que todo lo destruye se opone la bomba de neutrinos que deja las instalaciones intactas y ayunas de función.

Cabalmente, para que la huelga general alcance su excepcional categoría debe hallarse libre de cualquier excepción. Pueden seguir funcionando los servicios de salud hasta el grado en que no pueda imputársele ningún parecido terrorista pero ni un paso más. De ese modo, las fábricas, las calles, los comercios, los transportes ingresan en la desolación y se exponen como fantasmas, versiones del Manifiesto Comunista desfilando, como zombis, por la superficie de la sociedad.

No hay actividad, no hay movimiento, no hay nada. Que el seguimiento sea del 70 o del 80 por ciento no hace triunfar una huelga general. Ni siquiera un porcentaje mayor lo lograría porque así como una columna si no llega al techo es irrelevante la altura que tenga, la huelga general pierde toda su función, bélica y estética, si hay servicios mínimos en otro sector que no sea la sanidad.

Más aún: el servicio mínimo es la victoria del capital incrustado entre las filas del proletariado o del inmenso "precariado" actual. Con alguien respetando los horarios laborales en plena huelga general su condición pierde sentido. Su estampa se verá salpicada de esquiroles y perjudicada por la racional servidumbre a las necesidades que el Estado ordena. De este modo, la huelga general en vez de protagonizar la máxima escena de la "improducción" subversiva deriva en el aspecto urbano de una festividad.

Se parecerá pues, a los domingos, por ejemplo, y con ello lo que aspiraba a ser un arma del "esclavo" se transforma en un día del Señor. O lo que es lo mismo, se presentará como una jornada dentro de la semana laboral y su propósito aniquilador mutará en un efecto inocuo o testimonial. De ahí que el presidente del Gobierno pueda calificar a la próxima huelga general de "vana". Los mismos convocantes saben de antemano que esa acción no hará cambiar lo preexistente. La Ley no será alterada por turbulencia de la inacción (la inanición) sino que asumirá el suceso como otro dato contable y sin necesidad de revisar la vigente de contabilidad, sus recortes, sus normas y su arqueo criminal.

Con una huelga general los gobiernos quedaban antes "tocados" o malheridos. Ahora, sin embargo, quedarán incluso saneados: sea ante la Unión Europea que valora las extremas medidas adoptadas contra el déficit maligno, sea ante la misma sociedad que, muerta de miedo, sabe que ya no puede emplear, como un arma eficiente, morirse todavía más.



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29 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ulises Gutiérrez entrevistado

Ulises Gutiérrez. Foto: Rubén Grández Lo he dicho varias veces: para mí Ojos de pez abisal es el mejor libro peruano publicado en el 2011. Le costó mucho abrirse paso, pero veo que lo está consiguiendo. Hace unos días, Carlos Sotomayor lo entrevisto para el blog ?Letra Capital?. Algunas respuestas:

¿Cómo surge la novela? Como historia ya la tenía concebida más o menos. Quería contar la historia de alguien que hablara de esa época. La idea nació, creo, cuando mi madre me narraba la historia de una amiga. Yo viví la infancia en Colcabamba, un pueblito en Huancavelica, que vendría ser Samaya de la novela. La historia de Colcabamba durante esos años era bastante extraña, porque en todos los pueblos de los alrededores habían matanzas, menos en Colcabamba. Con los años, me preguntaba por qué había sucedido esto, por qué el terrorismo no entró allí como sí lo hizo en el resto de pueblos. Claro, uno sabe luego que quizás era la geografía que la hacía difícil de atravesar. Hasta que un día mataron al hijo de una de las familias más conocidas del pueblo. Y comenzó toda aquella habladuría de que por fin entraba Sendero. Recuerdo haber visto las hoces y el martillo titilando en la noche. El pueblo entró en pánico. Los rumores gobernaban todo. Decían: mañana muere tal. Hasta que apareció el hijo de este señor. Y cuya muerte le provocó tanto dolor a su familia que su madre prometió nunca más volver al pueblo y nunca más lo hizo. Pero lo que recuerdo más es el hecho de que mi papá le dijera a mi mamá que no vaya al entierro porque había habladurías de que todo aquel que fuera al entierro iba a ser asesinado. Y como las mujeres, mucho más valientes que los hombres, fueron al entierro. Es  a partir de allí que nació la idea. ?La novela toca el tema de la violencia política que padecimos? Creo que era inevitable. Hay muchas historias de suspenso o de mucho dolor para todos que, de algún modo, nos ha tocado esa guerra. Muchas cosas que cuento en la novela han pasado realmente. La historia de Nemesio, la he narrado tal como pasó. Un día apareció en mi pueblo un hombre que había atravesado la cordillera más alta que separaba a Colcabamba de Huanta y nadie le creía. Llegó con su mujer y su hijo y contó todo lo que se narra en la novela. Y claro, lo que me pasaba a mí. Estudiaba en Lima en esos años, mi familia vivía en Huancayo. Cada vez que tenía que viajar a Huancayo, o venir a Lima, era un juego a la ruleta rusa, pues tenías que pasar por tres o cuatro controles militares, y en cada uno te bajaban, te interrogaban, te amenazaban; y por ambos lados. ?La desaparición de su hermano acelera la debacle familiar. Claro, porque duele menos que muera tu padre o alguien de más edad, pero que un joven muera, en la plenitud de su vida, es mucho más doloroso. Entre los amigos que han perdido familia en esa guerra, el dolor más indescriptible que me han contado ha sido la muerte de un hermano, un primo, alguien de tu edad. Y al momento de escribir la novela iba por allí la cosa. ?Una de las partes más interesantes de la novela es este encuentro entre el protagonista y el asesino de su hermano. Ese fue el capítulo más difícil de escribir. No quería que la novela se convierta en un Zancudo como Sherlock Holmes buscando al asesino. No quería que terminara siendo una novela policial. Cuando les contaba esa parte a unos amigos, me decían: esto no te lo creo porque no sucede así. Mi amigo Mario León, que vendría a ser el Cayo de esta novela, me decía: si yo caminando en las calles de Tokio me encontré con Mabel. Kioto tiene 18 millones de habitantes y era improbable que se pudieran cruzar, y sin embargo sucedió.

Asimismo, ayer  Ghiovani Hinojosa lo entrevistó en La República donde cuenta, además, la historia detrás de la historia: cómo un ingeniero sanitario se convierte en escritor. Todo tiene que ver con un extintor y un informe burocrático. Dice la nota:

Todos habían salido a almorzar. El salón, una amplia red de cubículos de madera que fungían de oficinas, estaba en calma. El ingeniero Ulises Gutiérrez ocupaba su metro cincuenta cuadrado con estoicismo: agarrotado sobre su computadora, procesaba sin chistar planos, cifras, memorandos. Cientos de documentos formaban rascacielos de papel a su alrededor. Maldito sea el mal de estómago que nos indispone a la hora del almuerzo.

Mientras tecleaba su máquina, Ulises sintió un olor a quemado. Se detuvo. Salió a inspeccionar el ambiente. Hurgó en los pasillos de ese laberinto de escritorios que es la oficina de proyectos de Sedapal. No encontró nada. De vuelta a su cubículo, alzó por azar la mirada y vio cómo de uno de los focos del techo caían gotas de plástico derretido. El material incandescente prendía en pocos segundos la alfombra, la mesa, los papeles. Ulises se abalanzó hacia uno de los extintores que había en la pared y disparó contra el fuego como pudo. Luego de unos instantes de combate, abrió los ojos. Una densa humareda cubría el salón. Había apagado el volcán.

Uno de los guachimanes de la planta La Atarjea, donde quedan las oficinas, corrió a asistirlo. Le preguntó al ingeniero qué había pasado. Ulises Gutiérrez, cubierto de polvo, le contó que las gotas encendidas que cayeron de un foco causaron el incendio. Después vino su jefe inmediato, y le tuvo que explicar a él también lo ocurrido. Igual con el encargado de seguridad. Y con el gerente general. Y hasta con el presidente del directorio. Todos elogiaban el coraje del hombre que había vencido solo al fuego. Le dieron el día libre.

A la mañana siguiente, le pidieron redactar un informe sobre el incidente. Ulises, que solía crear cuentos inspirados en su experiencia como supervisor de obras de Sedapal, optó por un tono literario para el texto. Escribió: ?Cuando atravesaba el pasadizo central, vi que unas gotas blancas caían desde una de las luminarias del techo como las lágrimas de una vela derretida. Dudé de lo que veía. Me acerqué y cuando estaba a unos metros, las gotas se hicieron más menudas y se encendieron en llamas. Se transformaron en una lluvia de fuego que encendía todo lo que tocaba?. Por la tarde, le devolvieron el informe. Las hojas traían un post-it fosforescente de su jefe que decía: ?Sin duda usted fue el héroe de la jornada; sin embargo, para efectos de elevar el informe a nuestra Gerencia, remítase al Formato RPG0023?. Las dos dimensiones de su vida, la ingeniería y la literatura, habían colisionado abruptamente. La esquizofrenia de ser un ingeniero sanitario de ocho a cinco, y un escritor afiebrado de cinco a más, había tocado techo.

?Tengo que reconocer que me equivoqué de profesión? dice Ulises sobre una taza de té.

Ulises Gutiérrez era un niño sin mucho miedo al error. Vivía con sus padres y sus cinco hermanos en el pueblito huancavelicano de Colcabamba. Esta aldea era, según sus palabras, como ?un estadio gigante y vacío. El valle era el gramado; los cerros, las tribunas?. Por aquellos años las casas no tenían televisores, por lo que los pequeños debían salir a buscar aventuras a la calle. Una de las empresas favoritas era espiar a los amantes.

Cierto día, Ulises husmeaba a la chica más bonita del lugar mientras se prendía del torso de su enamorado. Lo hacía sin preocuparse por las eventuales represalias del novio. Estaba acompañado por dos de sus amigos, tan fisgones y osados como él. Los tres bordeaban apenas los nueve años. Tras un momento de deleite silencioso, uno de ellos no pudo contener la emoción y dijo algo. El chico observado volteó la cabeza. ?¡A ver, vengan pa? acá!?, gritó. Y, dirigiéndose a su amada, emitió una orden insólita: ?Dale un beso a cada uno y que se larguen?. Y así fue. Rufilia, la chica, contentó a los niños, y los niños se largaron para siempre.

Esta escena quedó grabada en la memoria de Ulises Gutiérrez. En el futuro, aparecería relatada en su primera y única novela, Ojos de pez abisal. Luego de acabar la primaria, el pequeño Ulises fue a Huancayo a seguir sus estudios. Allí vivió con su hermano mayor, Jaime, de quien aprendió casi todo. A pasarse el domingo completo leyendo un libro, a trasladar canciones de longplays a cassettes, a estudiar hasta quemarse las pestañas. Jaime le habló por primera vez de Jorge Isaacs y de Supertramp, de Víctor Hugo y de The Beatles, de Emilio Salgari y de Led Zeppelin. Quién sabe si hasta le dictó sin querer la profesión que debía seguir: ingeniería. Entonces Jaime era un afanoso estudiante de mecánica en la Universidad del Centro.

Tal vez Ulises cayó en la tentación de ?novelar? el informe técnico sobre el incendio porque ya varios de sus relatos habían sido celebrados por sus compañeros de trabajo. En cierta ocasión, lo enviaron a Londres a exponer en nombre de Sedapal sobre sistemas privados de agua en pueblos jóvenes. A su regreso, redactó el típico informe institucional sobre el viaje, acartonado y farragoso. Pero, a la vez, hizo un cuento sobre la travesía. ?Repaso los discos que he comprado como un ladrón que vuelve a contar su botín?, escribió. ?Morrissey, The Smiths, Muse, Dire Straits, The Human League? Miro las calles y me pregunto qué tiene esta ciudad, este país que, para mí, ha producido los mejores músicos por kilómetro cuadrado?. Por esos días, se encontró con el presidente del directorio en el ascensor. Tras las reverencias de rigor, este le dijo con tono confidencial: ?He leído tu informe, pero más me ha gustado tu correo?. Los e-mails con los cuentos de Ulises eran un clásico en La Atarjea.

Los textos del ingeniero siempre se han basado en la realidad. Como supervisor de Sedapal, ha visitado los lugares más áridos y precarios de Lima (que son, a la vez, los más fecundos para un narrador). Algunos de estos escenarios nutrieron su libro de cuentos The Cure en Huancayo (2008), que fue incluido como lectura recomendada en los colegios de esa ciudad.

Ulises Gutiérrez se ha topado con historias fascinantes. Por ejemplo, la de esa anciana que había terminado de estudiar enfermería a los 80 años y, no contenta con ello, empezó a estudiar computación. La mujer vive en un cerro de Independencia, en una calle que figura en los planos con el nombre de ?Rómpete el alma?. ¿No es acaso real maravilloso?

?Debí haber estudiado literatura? dice Ulises sobre una taza de té. El agua hirviendo le devuelve el reflejo de un hombre apenado. El ingeniero está atrapado en su propia ficción. Si hubiera pasado la vida sólo entre libros y carpetas, no tendría nada de qué escribir.



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28 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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ABC Callejero

 

 

 

Aceras

Hay una que te aguarda.  Cada ciudad se define en la varia oferta de sus calles, entre las que el caminante decide su suerte, construye un mapa, su memoria provisoria. Cada ciudad es otro idioma, y la calle una distinta entonación de sus voces. En español, todos tenemos varios registros verbales, de acuerdo a las ciudades que hemos frecuentado y las calles que las resumen, gracias al idioma que las despierta.

Prosa

No todas las calles son la Calle porque  cada una refuta en cada paso  la autoridad del alemán intraducible. Quien piensa es quien pasea.  Pasa en el pasar, pasajero. No porque discurra aquí y ahora, esa falacia sin tiempo ni lugar, sino porque viene de lejos y prosigue sin acabar de llegar, de modo que camina el futuro en el pasado. Caminando sigue de largo, se diría, o como en la lengua original: viene viniendo. Lllegando prosigo. Carece de principio o final porque no está aqui ni ahora: cada paso va en el sentido contrario.

 

Muchedumbre

La muchedumbre es una creación urbana.  Tiene su historia emotiva pero sólo ocurre como presente dilatado, desbordando su tiempo, liberada de la cronología. Representa la incertidumbre del futuro, cuyas sanciones disputa. Las calles se despliegan en avenidas que a su vez se abren en plazas al paso de la multitud. Viene de ayer, devora  el ahora,  es un evento del porvenir. 

 

París

Walter Benjamin vio en los letreros y señales de las calles  de Berlín el comienzo de un nuevo lenguaje: la construcción de la memoria moderna. Entendió que el paseante de la París de Baudelaire recorría los bulevares  como el consumidor privilegiado por la mercancía de lo nuevo.  La muchedumbre que había tomado la Bastilla tomaba  ahora las Galerías: la mercancía producía la subjetividad y su forma.  El poeta Philippe Soupault dijo que el acto surrealista por excelencia sería salir a la calle y disparar a la muchedumbre.  No imaginó que la muchedumbre parisina lo incluía en voz alta. Mayo del 68 sumó a todas las muchedumbres. La remplaza hoy París con las hordas feroces del turismo.  Uno sale del metro y pertenece a otra causa perdida.

 

México

Esperar en una esquina que cambie la señal del tráfico para cruzar la acera es aquí un acto ritual.  La acera se va llenando de gente hasta que, pronto, eres parte de una muchedumbre que espera que cambie la luz. Cuando la luz cambia y la gente se precipita, uno cree que al llegar a la otra acera la realidad tendría que ser distinta. De pronto,  formas parte de una tribu fundadora cuya migración arriba a tierra firme y otra ciudad te asombra.

 

Convergencias

Julio Cortázar soñó que su piso de París daba a una calle de Buenos Aires, y de esa interpolación de dos espacios nació Rayuela. Esa convergencia forma parte de la metodología de la migración. Los que vivimos en el extranjero sabemos que al doblar una esquina podemos dar a otra calle como quien remonta un abismo.  Hay ciudades que nos confirman fielmente. Al volver a Barcelona, la memoria de la ciudad va despertando calle tras calle, como si  reconociera al caminante. Por eso, Rayuela es todo lo que nos queda de París. Al alejarse de las avenidas del turismo, uno termina en las callejuelas de la novela. Y es recuperado por esa arqueología afectiva. Ya Tristram Shandy en una calle parisina ve a una chica que caminaba en la dirección contraria, y se dice a sí mismo que si se mueve  para dejarla pasar de pronto choca con ella y terminan  amándose. La novela, desde sus orígenes, asume la calle como el espacio indeterminado por el diálogo favorable.

 

Variaciones

 

Un amigo me contó que en su primer viaje a México esperaba un tren en la estación.  Cuando el tren llegó, desembarcó una muchedumbre. Mi amigo se preguntó, incrédulo, cómo era posible que tanta gente podía haber cabido en ese tren. Subió, por fin, y se encontró con que estaba lleno . Alarmado, entendió que vivía su iniciación en la multitud mexicana.  En Nueva York, al volver la mirada, uno advierte, no sin zozobra, que detrás tiene a una muchedumbre colorida y apremiada. Uno apura el paso no por temor a ser arrollado sino por pánico de convertirse en el lider de una nueva secta. Y a cierta edad un caballero no puede cambiar de hábitos. No es casual que en el cine mudo la metáfora social sea la de un hombre que corre perseguido por una multitud de policías iguales.

 

El poeta de las masas

 

El título podría corresponder a Victor Hugo o a Walt Whitman, pero en español probablemente corresponde a Pablo Neruda. No sólo porque debe haber presidido los recitales más populosos sino porque su poesía, creo yo, se debe a la práctica de la lectura pública. Su público, estudiantil, sindicalista, partidista, esperaba y celebraba una poesía oral, recitativa, salmódica, una suerte de misa laica. Hasta cuando logra ser íntima, esa voz sentenciosa ocurre dentro de la multitud. Nadie le diría a su novia “Me gustas cuando callas.” Pero dicho en un recital es más verosímil: no conversa con una mujer sino con la Musa.

 

Memoria de ocupaciones

Cuando leí en las memorias de Elías Canetti que se había hecho escritor al vivir de joven la experiencia de la muchedumbre que protesta, entendí, creí entender, que a muchos nos había ocurrido otro tanto. De estudiante, cuando empezaba a escribir en el diario de mi pueblo, una invasión de pobladores  terminó siendo desalojada por la policía. El jefe de redacción me había pedido  una crónica sobre los hechos, y fui sin saber muy bien qué hacer. Una muchedumbre de mujeres enfrentaba a gritos a la policía.  Creían ellas que si salían a la calle, la policía no cargaría por tratarse de mujeres. Esa fe política en la maternidad  fue ilusa porque la policía cargó con furia. De pronto, unas mujeres me rodearon. “Cuenta lo que has visto,” demandaron. Su viva indignación me conmovió. ¿O fue el valor que descubría en sus palabras? Más tarde,  encontré que a otros escritores les había ocurrido otro tanto.  El dolor o la indignación de quienes Vallejo llamó “los suaves ofendidos,” ha sido un bautizo público en la escritura.

 



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28 de marzo de 2012
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El Boomeran(g)
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