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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La sonrisa en la foto

¿Por qué debemos reír cuando nos hacen una foto? ¿Todavía debemos reír para que la foto triunfe?
Los fotógrafos podían haberse hecho ricos de haber cobrado en dinero el regalo de felicidad que han entregado con sus celuloides. Fuéramos o efectivamente agraciados, la foto tradicional se proponía agraciarnos. No sólo captando el ángulo más favorecedor sino, ante todo, plasmando el o contento. No estábamos tan contentos ni teníamos, fuera de la foto, motivos para reír así. ¿Nos reíamos entonces de la foto? Nos reíamos, sobre todo, de nosotros mismos con la risa histérica que provoca sentirse , expuestos y observados con tanta atención y duración. Avergonzados de nuestro propio narcisismo recaíamos -y recaemos- en un nerviosismo que hacía fácil la sonrisa o en algo más.
Pero, de otra parte, a mayor abundamiento, el fotógrafo nos incitaba a reír o sonreír como una condición indispensable para desarrollar su oficio. Venía y le pagábamos para fotografiar felicidad. Real o fingida. Nos impulsaba a fingir felicidad para la foto y durante unos minutos nos divertíamos.
Pero ¿no entrarían en ese aparato, forense en sí, las sombras y pliegues de nuestro interior triste? Los fotógrafos tradicionales o, mejor, la tradicional cultura de la foto popular se hallaba dirigida por la misión de rellenar el mundo con instantáneas felices. Porque ¿si haciendo esto iba logrando pespuntear la imagen del mundo de rostros gozosos para qué interrumpir su empleo más común?
Efectivamente la foto en blanco y negro fue la que, paradójicamente, se empeñó más en convertir todo en color. O bien, la foto en blanco y negro que o bien cumplía una extremosa función forense o, en el otro extremo una tarea feliz. Todos se fotografiaban, en la boda, en el parque, en el viaje, en los bautizos y condecoraciones para conservar momentos de felicidad imperecederos gracias a la revelación (el revelado) del cuarto oscuro. Un lugar donde efectivamente si el blanco se hacía negro y el negro se hacía blanco. Una inversión que simbólicamente conduce a reprensar el mundo adverso como potencial mundo propicio. La luz al final del túnel, la sonrisa al final y para siempre.
Todo esto dejó de ser tan simple cuando la foto se hizo crecientemente artística y, más que dedicarse a presentar gentes riendo, fue haciendo denuncias de calamidad, hambre, almas complejas y pieles con pústulas o arrugas. El mundo se doblaba progresivamente en los clichés y a estas alturas prácticamente cualquier suceso, todos los sucesos y sus protagonistas, se hallan censados por la cámara.
Desde esta superabundancia de la impresión actual a la secular intención referida a las caras alegres discurre un espacio mental que transforma, al compás de la tecnología, la naturaleza de la fotografía. No somos más o menos ante ella. Ella es ante nosotros siempre mucho más. La ley del fotógrafo manda. Mandaba antes cuando nos pedía sonreír y manda en todas las circunstancias y es tanto policía como artista, tanto delator como creador. Lo bueno, lo malo, lo regular, la injusticia o la explotación, la guerra o la ceremonia de la paz son motivos sustantivos para la foto.
Pero ahora. Todo es ya fotografiable y hasta podría decirse que ya todo es prácticamente foto. El menor indicio se halla potencialmente fotografiado antes que la cámara lo apunte ahora. Hacemos y nos hacemos fotos sin cesar, unos a otros e, insólitamente, también a uno mismo. Vamos pasando la exterioridad al interioridad por el circuito impertérrito del objetivo. Cualquier hecho, importante o no, más o menos oportuno o inoportuno, halla su ocasión ante la cámara.
Y hemos vuelto, incluso, a reír, según la antigua usanza, para ser captados. No es ya necesario o preceptivo ese gesto pero viene a ser una forma de reencontrase con una imagen que celebra algo: que no vive contra sí sino sin pesar, a pesar de todo. Risas y más risas regresan como si se tratara de la abundante fotografía inicial de bodas, comuniones y bautizos., Regresa a través del móvil y de los demás artefactos disponibles para volver a solicitar nuestra cara risueña. Miles de millones de risas y sonrisaza se colectan cada día y sin conocido porqué. La única razón es la razón de la foto.
La foto, en los análisis de Baudrillard, de Barthes o de Sontag es una operación que despoja al objeto de importantes caracteres (su peso, su olor, su tacto) y, con ello, lo mutila. Sin embargo, poco a poco, la foto como arte y la foto doméstica han hallado atributos que no hallándose originariamente en el objeto han sido incorporados en el amplio proceso del fotoshop. Y aún más: la cámara como máquina política, como máquina de justicia, como máquina de ventas, como artilugio inspirado en la inmortalidad. La cámara como producción de muerte o de embalsamiento. La cámara de incontables cromos, infantilizando todavía mediante la risa repetida, las ganas de verse encantado de vivir.



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26 de septiembre de 2012
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Extraña coincidencia que el megapirata informático Julian Assange alerte sobre el peligro de Facebook, y de cómo sus usuarios le hacen gratis el trabajo a la CIA, justo cuando estalla el escándalo de que la red social ha dejado al descubierto miles de mensajes privados. ¿Qué está ocurriendo? Un día pensamos que el ser humano podría dominar la información con tan sólo un leve parpadeo digital, pero no se previó la direccionalidad del asunto. Localizados, expuestos, controlados; el 80% de las empresas observa a sus candidatos a través de las redes. Todo es posible: identificar a personas sin su consentimiento mediante un sistema de reconocimiento facial, averiguar por dónde pisan, conocer la hora a la que se levantan y se acuestan. Veamos si no qué ocurre con el WhatsApp y de qué manera sintetiza la ilusión del control en la palma de la mano: basta bajar la mirada y mover la yema de un dedo para saber cuándo apagó el teléfono tu pareja o si chateaba con alguien que no eras tú… Según los psicólogos que estudian la nomofobia (el miedo irracional a no estar conectado), se producen leves palpitaciones cuando, a través de la mensajería instantánea, sabes que aquella persona a quien intentas localizar desesperadamente está “en línea” y ni se ha dignado a decirte que respira. Tú puedes espiar sus silencios, también resolver que no eres la última persona a la que le ha dado las buenas noches. Encender el móvil representa un pequeño acto furtivo cuando el avión aún no ha aterrizado pero tememos que en su mudez hayamos podido extraviar oportunidades profesionales e incluso sexuales; el primer gesto globalizado al salir de una reunión. Ahí están las pupilas dilatadas cuando su luz brilla, o la vibración fantasma y psicótica, algo parecido al dolor del miembro amputado. Ese cling nos promete un pequeño estímulo aunque tan sólo alimente una realidad paralela nacida en ese otro terreno digital, donde parece que el compromiso de la palabra es más liviano. Incontinentes, originales o estoicos, la búsqueda de una identidad cristaliza hoy en el llamado “estado actual”, tal y como se presenta la gente en su tarjeta digital. Los hay que están “sempre a punt” o “físicamente imposible”; quienes van de ambiguos: “no sé” o “llama, que ya veré si contesto”; los que aprovechan la ocasión para proclamar “mi estado es federal”, o los sinceros como Andreu Buenafuente, que confiesan estar “durmiendo en el gimnasio”. Y es que hoy, las nuevas relaciones sociales creadas por las redes han llegado a modificar la forma en que funciona nuestro cerebro: ahora nos citamos por chat para preguntarnos si estamos “disponibles” cuando antes decíamos aquello de “¿estás libre?”.

(La Vanguardia)

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26 de septiembre de 2012
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I.Un testamento literario.

Federico en su balcón es el testamento literario de Carlos Fuentes, no sólo porque es el último de sus libros, que se publicará en breve póstumamente, sino porque la novela nos deja una lección definitiva para aprender lo que él fue como escritor, y lo que como escritor seguirá siendo en el futuro. Un retrato hablado suyo, y un retrato múltiple, porque como narrador se multiplica en todos sus personajes, infundiéndoles aliento y pensamiento, y creando entre todos ellos esa contradicción espiritual y filosófica que siempre bulló en el alma de Fuentes, una dialéctica múltiple que abre interrogantes múltiples, sin intentar respuestas aguafiestas. Es lo que siempre hizo a lo largo de su vida y de sus libros, interrogar, cuestionar, abrir la ventana, asomarse, agarrar las verdades establecidas por el rabo y hacerlas chillar.
La última obra narrativa de Fuentes es el cierre de un ciclo de novelas sobre el poder que despunta en 1958 con La región más transparente, una coral de la ciudad de México donde hablan en contrapunto los opresores y los oprimidos; alcanza una de sus cimas con La muerte de Artemio Cruz en 1963, un gran retrato del caudillo enriquecido, sorprendido por el novelista en su lecho de agonía; seguirá en 1985 con Cristóbal Nonato, el niño que comienza a ser testigo presencial de la historia de México desde que se halla en el vientre de su madre.

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26 de septiembre de 2012
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El hablar de Crusoe III

El reino de las leyes

Antes de la aparición de Viernes, y como protagonista de uno de esos guiones rigurosamente construidos de los sueños a los que me refería, en la obra de Defoe hay ya para su héroe otro ser de palabra. Un ser que le visita en el entorno de la casa por él construida, cuando Crusoe se percibe a sí mismo sentado en el suelo en el exterior del muro protector, tal como lo había hecho, pese al furor de la tormenta, un día en que temía que, de permanecer en la casa, la repetición de un temblor de tierra le sepultara bajo los escombros.
Y en efecto, la tierra parece estremecerse de nuevo cuando el visitante, golpeando el suelo con su pie, habla a Crusoe, reprochándole su inconsistencia moral y alzando la espada de manera amenazante (1).

Poco tiene que ver este pasaje con las emociones pietistas, a las que ya me he referido, que en momentos de debilidad embargan a Crusoe. Pues el hecho mismo de que la forja del entramado de los sueños escape a toda voluntad consciente confiere a este visión de Crusoe una significación particular. No hay ser humano al que Crusoe pueda hacer daño, pero ello no otorga a Crusoe virginidad moral y no se trata tan sólo de los males que pueda haber inflingido en el pasado:
Pues el Crusoe que, en la emoción experimentada tras el naufragio, representaba esa afirmación del sobrevivir sin Dios (cara a Nietzsche, junto a tantos otros), no se sitúa sin embargo más allá de todo bien y todo mal. La voz de esta suerte de ángel implacable que Crusoe oye en el umbral de su propia casa parece recordarle que, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se de un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente y que, en el reino de las leyes, de ninguna manera todo está permitido.
Pero cabe suponer que Crusoe oye otras voces, como oímos cada uno de nosotros en ese ámbito dónde parece cristalizar todo lo que marca al ser humano que es el mundo de los sueños. ¿Oye asimismo en sueños su voz propia? Pregunta que cada uno ha de responder en función de la memoria des sus propios sueños, mientras perduren los cuales hay seguridad de que sigue habiendo en uno vida, pero sobre todo humanidad, seguridad de que toda la humanidad está aquí presente.

 

________________

1 "I thought that I was sitting on the ground, on the outside of my wall, where I sat when the storm blew after the earthquake, and that I saw a man descend from a great black cloud, in a bright flame of fire, and light upon the ground. He was over as bright as as a flame, so that I could but just bear to look towards him; his countenance was most inexpressibly dreadful, impossible for words to describe; when he stepped upon the ground with his feet, I thought the earth trembled, just as it had done before in the earthquake, and all the air looked to my apprehension, as if it had been filled with flashes of fire.
He was no sooner landed upon the earth but he moved forward towards me, with a long spear or weapon in his hand, to kill me; and when he came to a rising ground, at some distance, he spoke to me, or I heard a voice so terrible, that it is impossible to express the terror of it; all that I can say I understood was this: "Seeing all these things have not brought thee to repentance, now thou shalt die". At which words, I thought he lifted up the spear that was in his hand to kill me".

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25 de septiembre de 2012
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Shakespeare olímpico

Apagado el fragor de la competición y el brillo del metal, en Londres queda, incombustible, William Shakespeare. Qué país tan distinto al nuestro, que favorece el precio de las entradas de fútbol mientras penaliza a los ‘happy few' que quieren ir al teatro (y al cine) sin arruinarse del todo; Gran Bretaña, por el contrario, celebró con gran pompa su atracón olímpico, pero le quiso dar el espíritu de una Olimpiada Cultural muy centrada en las glorias del Cisne de Avon. El World Shakespeare Festival sembró la ciudad del Big Ben de montajes teatrales para todos los gustos (y en todas las lenguas), aunque yo, que rehuí los fastos de la quincena grande, me quedo con -y les recomiendo- la extraordinaria exposición ‘Staging the World' (‘Representando el mundo') que sigue abierta en el Museo Británico hasta el próximo 25 de noviembre.

    No se trata de una muestra sobre la vida del genio, de la que los eruditos, una raza genéticamente creada para la duda sistemática, siguen debatiendo, quitándole autorías, achacándole incorrecciones políticas de toda laya y rechazando algunos hasta su existencia real. Fuera quien fuera Shakespeare, si lo hubo, los abrumadores restos de su talento sirven de cañamazo a los comisarios de la exposición, Jonathan Bate y Dora Thornton, para presentar de modo amplio y original algo así como la temperatura social de la que surgió y la huella que dejó en el teatro del mundo, donde, obstinadamente, seguimos deseosos de escucharle al cabo de más de cuatro siglos.

    En las salas de la legendaria Sala Redonda de Lectura del British Museum, hoy sin libros ni pupitres, están los cuadros, pero no los retratos del propio autor de ‘El rey Lear', también sospechosos de inautenticidad, sino otros de contemporáneos suyos, entre los que destacan los realizados por el gran miniaturista Isaac Oliver y los de Marcus Gheeraerts el Joven, excelente artista de origen flamenco que pintó en la corte isabelina. ‘Staging the World' no es, sin embargo, una exposición pictórica, básicamente, tampoco literaria. Sus argumentos tienen más alcance, y su radio de atención iconográfica depara muchas sorpresas e iluminaciones en el recorrido. Es estupenda, por ejemplo, la sección segunda, dedicada a la melancolía renacentista, que los organizadores se encargan de hacer trascender más allá de los versos de ‘Como gustéis', su comedia de tintes crepusculares. Y tomando de punto de partida a uno de los mayores personajes femeninos de la literatura, la Cleopatra de ‘Antonio y Cleopatra', la figura histórica reverbera en sus recreaciones, así como los artilugios de hechicería mostrados se relacionan metafóricamente con la ‘obra bruja' de Shakespeare, ‘Macbeth', de la que ningún inglés cultivado osa decir el nombre, por el mal fario que se le atribuye; en la propia exposición es llamada, según costumbre, "la obra escocesa".

    Sentimentalmente, me quedé prendado de unos chapines venecianos en el apartado del influjo italiano, tan importante en el dramaturgo, y aún más de la gorra de lana expuesta, ejemplo muy modesto de la prenda que a partir del año 1571 se hizo de obligado uso en domingos y festivos para todos los varones del reino mayores de seis años. Y hay un cierre político memorable: el ejemplar en papel barato de las obras completas de Shakespeare que Nelson Mandela pudo leer en las largas horas de prisión en Robben Island. Su anotación firmada aparece junto a unos famosos versos dichos por el protagonista de ‘Julio César': "Los cobardes mueren muchas veces antes de morir".

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24 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La breve y maravillosa obra de Junot Díaz

El nuevo libro de cuentos de Junot Díaz se llama This Is How You Lose Her. Es el segundo en dieciséis años. Nadie puede decir que es un autor apurado; son dieciocho los cuentos que ha publicado en toda su carrera, de los cuales entre doce y quince son de antología. Aparte de eso, esa obra maestra que es la novela La breve y maravillosa vida deOscar Wao.

El personaje principal de This Is How You Lose Her es Yunior, un inmigrante dominicano en los Estados Unidos, un simpático nerd que también aparece en los cuentos de Negocios y es el narrador de Oscar Wao. Yunior sostiene todo el andamiaje de la obra de Días gracias a su mezcla equilibrada de cinismo y ternura, su humor insolente y sus observaciones certeras sobre las limitaciones del sueño americano. Todos los cuentos giran en torno a su educación sentimental, que más bien parece una falta de educación: a Yunior le cuesta aprender que no hay que engañar a sus parejas, y por eso fracasa continuamente en sus relaciones. Los ejemplos de su padre y su hermano no son de los mejores; parecería atado al ciclo determinista del machismo latinoamericano. El último cuento, "The Cheater's Guide to Love" (uno de los mejores del libro), insinúa una madurez.

La prosa de Junot Díaz es de un inglés elástico, generoso, capaz de incorporar de manera fluida y agresiva palabras y giros idiomáticos, incluso a veces cierta sintaxis, del español. La franqueza sexual y el lenguaje obsceno ayudan a construir la voz de Yunior como narrador: sus metáforas coloquiales, callejeras, establecen perfectamente su identidad juvenil en un barrio latino en New Jersey, con gestos pícaros, irreverentes, que lo meten en problemas pero también lo ayudan a enfrentarse a los contratiempos (el padre ausente, el hermano enfermo de cáncer, el espectro del país que dejó atrás, la vida precaria cerca de un inmenso y maloliente vertedero de basura). Las descripciones más evocativas de los cuentos están reservadas a las mujeres que aparecen en sus páginas, todas de una poderosa sexualidad: Alma, Nilda, Pura, Verónica, Miss Lora. Yunior puede ser tierno con ellas y reconocer sus virtudes, pero su mirada lo limita a verlas sobre todo como presas para la conquista.

En algunos de estos cuentos hay un maravilloso dominio de la segunda persona, forma de narrar que no suele ser muy usada, quizás porque con ella se tiende fácilmente al artificio. Algunos escritores del nouveau roman la trabajaban para distanciar a sus personajes de lo narrado; Carlos Fuentes es el que mejor ha sabido utilizarla, en La muerte de Artemio Cruz, para crear una voz de la conciencia imperativa, acusadora. Díaz consigue los efectos opuestos: su segunda persona nos acerca al narrador, nos mete en su intimidad. "Alma", "Miss Lora" y "The Cheater's Guide to Love" serán los cuentos responsables de que una futura generación de talleristas abuse de esa segunda persona.

Los cuentos se leen muy fácilmente y son un antídoto para los que creen que la alta literatura tiene que costarle al lector. Algunos, como "Alma", parecen el trabajo de un cómico de stand up, pero eso debe verse como una virtud: cuesta que funcione el humor en la  escritura. Se privilegia la intimidad de los personajes ("Flaca"), aunque Díaz tampoco descuida la mirada panorámica, la aguda observación del conflicto social ("Invierno"). This Is How You Lose Her se disfraza a ratos de obra menor, pero al final no quedan dudas: es un gran libro.

(La Tercera, 22 de septiembre 2012)



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24 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los amos del universo

Exasperados, los ejecutivos no pueden creer que esos burócratas los hayan abandonado a su suerte, permitiendo que el tercer banco de inversión más grande del mundo se desvanezca de la noche a la mañana. Es casi la una de la tarde del 16 de septiembre de 2008 y Henry Paulson, Ben Bernanke y Tim Geither, secretario del Tesoro, presidente de la Reserva Federal y presidente de la Reserva Federal de Nueva York, acaban de confirmarles que el Gobierno no acudirá en su rescate. Punto. Su última opción, luego del traicionero pacto entre Bank of America y sus odiados rivales de Merrill Lynch, era la oferta de Barclays pero, desoyendo las súplicas de la administración Bush, el Banco de Inglaterra se ha negado a avalar la operación. No hay, pues, alternativa. A la 1:25 de la tarde sus abogados inscriben la bancarrota en la Corte de del Distrito Sur de Nueva York. Con más de siglo y medio a sus espaldas, Lehman Brothers ya es historia.

            Hace casi cuatro años justos de este episodio, recreado en el intenso thriller Margin Call (2011) y en la más literal Demasiado grande para caer (2011), basada en el fascinante libro de Andrew Ross Sorkin (2009), y los análisis y las especulaciones en torno a su origen y consecuencias continúan proliferando en la medida en que el derrumbe de Lehman Brother es percibido como el punto de quiebre -real o simbólico- de la Gran Recesión que aún aqueja a la mayor parte del mundo desarrollado.

¿Hubiese sido todo distinto si Paulson, antiguo patrón de Goldman Sachs, hubiese impedido la caída de sus antiguos competidores? Probablemente no: para entonces Wall Street se hallaba tan contaminada por los llamados "activos tóxicos" (las metáforas biológicas no son gratuitas) que la suerte de los cinco grandes bancos de inversión estadounidenses, interconectados con todas las instituciones financieras internacionales, parecía echada. Tras más de una década de "exuberancia irracional" -el término es de Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal por 20 años y responsable de no anticipar la crisis-, el capitalismo contemporáneo ya no parecía capaz de evadir la catástrofe incubada durante la burbuja.

Muchas fueron las causas que dieron lugar a esta "tormenta perfecta". En primer término, el triunfo de la ideología neoliberal -y la teoría de los mercados eficientes- tras la desaparición del campo comunista. Puestas en práctica por Margaret Tatcher y Ronald Reagan, y copiadas por políticos de todas las latitudes (Salinas en México), las ideas de los economistas de la Escuela de Chicago, como Milton Friedman o Eugene Fama, condujeron a una época de brutal desconfianza hacia el Estado, siniestra desregulación financiera y una glorificación del individualismo cuyo espíritu quedó resumido en la frase de Gordon Gekko en Wall Street (1987) de Oliver Stone: "La avaricia es buena".

Paradójicamente, no fueron los Bush, padre o hijo, quienes mejor sirvieron a los intereses de este brutal laissez-faire, sino el demócrata Bill Clinton: en pleno enredo con el vestido de Monica Lewinsky, firmó la legislación que dio muerte a la legendaria Ley Glass-Steagall que prohibía que los bancos de depósitos fuesen, al mismo tiempo, bancos de inversión. Gracias a este pequeño favor, así como a la eliminación de la normatividad sobre los nuevos derivados financieros, instituciones como Goldman Sachs, Merrill Lynch, Lehman Brothers, Morgan Stanley o Bear Sterns tuvieron las manos libres para arriesgar miles de millones de dólares sin rendirle cuentas a nadie.

La proliferación de estos arcanos derivados financieros, o más bien la falta de reglas sobre los mismos, acabó por desestabilizar al sistema. Desarrollados por matemáticos y físicos (llamados quants por sus colegas), estos instrumentos buscaban diluir o de plano eliminar el riesgo -por ejemplo, el de las hipotecas-, pero a la larga hicieron lo contrario: contagiarlo sin fin hasta que todo la economía estuvo enferma. Si a ello sumamos la voracidad de los altos ejecutivos, quienes se asignaron antes y después de la crisis compensaciones estratosféricas, y a la imprudente concesión de créditos a quienes jamás podrían pagarlos, las condiciones estaban dadas para la catástrofe. 

Cuatro años después de la caída de Lehman, todavía padecemos sus estertores. Pese al gigantesco rescate operado por Bush Jr. y Obama -muy mal gestionado, según narra su antiguo supervisor, Neil Barofsky, en Bailout (2012)- y las incipientes medidas de estímulo de los demócratas, la economía estadounidense no termina de recuperarse, mientras que las de otras naciones, como Grecia, Portugal, Irlanda o España, se hallan al borde del abismo. Pero lo peor es que la lección no parece aprendida: los mismos "amos del universo" que con su codicia produjeron la catástrofe son, en todas partes, los encargados de recomponerla. Como resumió un analista: "nunca tan pocos hicieron tanto contra tantos".

 

twitter: @jvolpi



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24 de septiembre de 2012
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Las tetas asombradas

De fuente de vida o llave de la inmortalidad a atributo sexual y tabú, la evolución del significado del pecho femenino en nuestra sociedad certifica, a tenor del topless robado de la duquesa de Cambridge, que aún no hemos resuelto nuestro conflicto con las tetas. Claro que viene de antiguo, según el mito griego, a causa de los pechos de Helena ardió Troya; y la República Francesa fue representada por una mujer cuyo seno alimentaba al pueblo. La paradoja es magnífica: desde el pecho sagrado de la antigüedad, al psicologizado pecho freudiano o al político en los años sesenta, no hemos dejado de exaltar esa parte del cuerpo como foco caliente de la feminidad occidental. Las prótesis son el sueño de millones de jovencitas rasas y los anuncios de sujetadores que levantan y separan resultan ya tan domésticos como los de Avecrem, pero cuando un paparazzi fotografía el topless de la futura reina de Inglaterra, el mundo arquea las cejas con impávido asombro y reactiva el debate entre el derecho a la intimidad y el derecho a la información; eso sí, sin dejar de observar las proporcionadas glándulas mamarias de Catalina. Ahí está, implícitamente silenciado, el pecho erótico y los aperreados afanes sociales para ejercer control y poder sobre él. El mohín cohibido de la hipocresía cuando a una actriz se le asoma el pezón. O el malestar estético que para algunos aún supone la visión de una mujer amamantando a su hijo en un lugar público, mientras en playas, fiestas y beach clubs son bienvenidos con y sin camisetas mojadas. “¿A quién pertenecen realmente esos pechos? ¿Son para los hombres o para los bebés? ¿Son de Kate o pertenecen a internet?”, se preguntaba The Guardian, comparando el grado de vergüenza social ante el pálido trasero del príncipe Enrique -ventilado con cuatro risotadas- con el producido por la exhibición de la duquesa. El revuelo, según la prensa británica, desempolva el trágico fantasma de lady Di. La casa real británica ha declarado que se ha cruzado una “línea roja”. Pero en esa turbación pública también está presente el halo sacro que pervive en el imaginario colectivo y que aún resuelve mal su disociación: que el pecho represente a la vez la ternura maternal y el erotismo. “Hoy, lo que ha llevado a la mujer a una plena posesión de sus pechos ha sido el cáncer de mama. Ha aprendido, con la conmoción que supone una enfermedad que amenaza a la vida, que sus pechos son realmente suyos”, sostiene la profesora Marilyn Yalom en su exhaustiva Historia del pecho (Tusquets). Sin duda, una conclusión implacable: ante el sentimiento de pérdida aumenta el de propiedad. Mientras la mayoría de mujeres anónimas oscilan entre la disconformidad y el orgullo de sus atributos, “mis pechos son míos”, los de Kate Middleton, en la sociedad más voyeur de la historia, ya son de Google.

(La Vanguardia)

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24 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cuestión del gusto

Uno de los síntomas de la crisis es la pérdida del riesgo. Lamentablemente, los escritores, los agentes culturales, y a veces los periodistas, retornan a sus hábitos más conservadores. Pocos son los que asumen que no hay modo de remontar la crisis (la pérdida de públicos, la irrelevancia de las opiniones personales, la redundancia semanal de los mismos nombres ) sino explorando fuera de su cubículo y más allá de las resignaciones.  Si la duda es el método para procesar la crisis, no deberíamos hacernos indudables; y, más bien, tendríamos que empezar poniendo a prueba el mecanismo defensivo de las convicciones hechas hábito.

 

No extraña que algunos comentaristas puntuales, igual a las golondrinas que de todos modos volverán, teman ponerse a prueba en los desafios y se refugien en una modesta subjetividad. Uno de esos nidos tibios es el del gusto personal. Dudoso gusto entre  nichos y anidados.

No es para menos. Según la lección clásica, en una situación excepcional, cuando no sabemos cómo reaccionar, es que somos nosotros mismos. La crisis  es hoy un verdadero retablo de las maravillas.

El gusto es el último refugio de la buena conciencia. De todo lo demás uno es responsable: de su mala información, desigual educación, capacidad de descreimiento...Del propio gusto, en cambio, uno es ibéricamente irresponsable. Porque me sale de las entrañas, porque lo digo yo, porque lo siento en la piel.  

De las doce acepciones de “gusto” que documenta la RAE, ésta lo dice todo: “Propia voluntad, determinación o arbitrio.”  Claro que es una definición hecha con muy buen gusto. Porque el alarde del ego en el gusto obsceno que declara su disgusto feroz, es un abuso de confianza. Al final, más demótico que civil.

Bien vista, la tribu del gusto encarnizado revela el desbalance afectivo, esa deuda impagable de las uvas agrias en las sociedades arcaicas, de autoridad patriarcal. Es la obediencia inculcada la que conduce a la resignación del gusto restitutivo, esa oscura venganza personal. Más teatral es el gusto misantrópico, que es el disgusto de quienes al dudar de la calidad de la especie humana, prefieren descartarla.

La crisis, en efecto, demanda un ejercicio crítico que empieza por nuestros hábitos. Nos pone en duda, desnudados por la violencia de lo más evidente: nuestra propia irrelevancia.

La prensa amarilla es hoy aquella que reproduce la moneda falsa de las opiniones contrariadas, irreflexivas, sentimentales o patéticas. Allí donde huelen un supuesto escándalo se precipitan con hambre.  Nos someten a sus opiniones pero esperamos en vano por sus argumentos.  

Nos habiamos habituado a ser los personajes de nuestro discurso, y cómodamente discurríamos en la prosa diaria de una tribuna bien pagada de si.  Hasta ir al cine podía merecer nuestra opinión y la ejercíamos con el pataleo del gusto más personal. ¡Teníamos tánto que putear! 

En cambio, hoy la crisis nos impide la autocomplacencia y pone en duda nuestra paga de opinador casual. Larra al menos ponía en duda los hábitos sociales y no le parecía inocente el deporte de dispararle a los pichones. Y Juan Valera se quejaba de que la paga por escribir no le permitía comprar un traje a su señora. Es que somos unos miserabes, concluía. En cambio, entre los nuestros no faltó quien, al comienzo del retablo de las maravillas proclamara: “He cobrado un millón de pesetas por mi pregón en  Monte del Olvido.” En esa lógica de quien cobra más derechos, más sueldos o más premios, la economía ilusoria devoró todos los presupuestos. Se llegó a decir que si la cultura dejase de ser financiada, desaparecería.  Bien visto, son ese derroche y esa insensibilidad ética lo que hoy impide que los jóvenes profesionales no tengan lugar en un sistema de distribución sin competencia, mérito y evaluación, sin relevo ni justicia.   

Hoy sabemos que el gusto personal es otra prueba de nuestra fugacidad.  La historia literaria es, por ello, una economía del olvido: sólo recordamos gracias a lo mucho que olvidamos.  De allí el melancólico espectáculo del desengañado escribir: trabajan para el olvido, no sin tezón, legiones de opinadores encarnizados en la precariedad.  Sin ironía, enfatizan, además, su tránsito al reafirmar su gusto como  medida de  autoridad, esa nadería.  

 Por eso, las antologías son el periódico de ayer de la literatura: como los premios, los best-sellers y la moda, las anima su ardor de olvido. Nada más patético que una antología que cree ser un ladrillo del porvenir. Documentan, más bien, el cambio acelerado del presente cultural; y, por eso, las mejores son aquellas que  pronto son remplazadas.

Al final, el gusto artístico es una de las formas de la temporalidad, y es bueno reconocerlo para mejorar la conversación. También, para apreciar mejor la obra que nos dejan los autores cuya frecuentación nos ha acompañado, sin reclamo ni admonición. Esa intimidad del gusto de leer es de lo poco gratuito que nos va quedando. 

  

 

 



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24 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Elogio de la transición

La española fue muy elogiada en su día. No ahora, cuando ni siquiera quienes la hicieron se atreven a reivindicarla. Véase a Jordi Pujol, que da por hecho que se equivocó. Ya que no podemos elogiar la nuestra, hagamos lo propio con la de Birmania, aunque todavía no haya desembocado en la democracia. Cae muy lejos, interesa poco y hay que esforzarse para encontrar paralelismos. Nadie va a reprochárnoslo.

Los paralelismos, que los hay, son de orden más moral que político y se personifican en la frágil y a la vez gigantesca figura de Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz en 1991, ahora líder de la oposición, pero durante muchos años bajo arresto domiciliario dictado por la feroz Junta Militar que manda en el país desde 1962.

Suu Kyi es la hija del general Aung San, héroe de la independencia asesinado en 1948 cuando ella solo tenía dos años. Desde 1988 encabezó la oposición a la Junta Militar y al año siguiente ya estaba bajo arresto, prolongado hasta 2010 salvo cortos periodos de interrupción. Al frente de la Liga Nacional para la Democracia, ganó en 1990 unas elecciones que la Junta Militar anuló. Y venció de nuevo y muy ampliamente en abril de 2011 en unas elecciones parciales, las primeras de la apertura democrática, en las que se jugaban 45 escaños sobre 600.

Suu Kyi tira de la cuerda cuando conviene, pero a la vez también echa una mano al gobierno tutelado por los militares al que se opone. En Estados Unidos ha sido recibida esta semana por Obama, Hillary Clinton y el Congreso como lo que es, una heroína de la libertad. Aunque encabeza la oposición, ha pedido en Washington que se levanten las sanciones contra su país. Como hacen los líderes responsables, actúa ya como si gobernara. Desde la epopeya de Mandela no se había visto nada igual.

De la ley a la ley. Sin rupturas. Con el consenso como método, ?hasta conseguir que forme parte de la cultura política de Birmania?, según sus propias palabras. Así se hace camino, no con la remontada de los extremos que conocemos en Europa y en Estados Unidos, la denigración del adversario o la abominación del consenso y de las posiciones moderadas.

Suu Kyi es una mujer paciente y reformista, preparada siempre para el compromiso y el diálogo. Sin estas virtudes, nada hubiera conseguido. Y ha sabido aprovechar la aparición de una figura clave, el exgeneral y ahora presidente U Thein Sein, un moderado dispuesto a dirigir el país hacia una apertura democrática. Siempre es cosa de dos, al menos. Nadie puede abrir el baile de una transición desde el poder sin la pareja al otro lado con la que emprenderá unas complejas relaciones de pacto y de pugna, como sucedió entre nosotros con Suárez y Carrillo.



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23 de septiembre de 2012
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El Boomeran(g)
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