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Parar el tiempo

Paso una tarde en casa de Cristina García Rodero viendo sus fotos y navegando entre sus archivos, sus viajes, varias décadas. Hay penumbra, bombones, un historiador americano que estudia su obra y dos jóvenes assistants. Buscamos algo tan absoluto y a la vez etéreo como la ingravidez: cuando la vida no pesa. Acaso porque no se nos ocurre una expresión más certera para representar lo inasible, aunque universal, como la felicidad. El trabajo de García Rodero contiene la enormidad del fotorreporterismo y de la expresión artística: todo es real aunque no lo parezca.

Como esta mujer bajo el agua. Podría parecer una imagen pensada, posada, igual que sucede en las ficciones de los editoriales de moda donde lo que importa es el artificio y la tendencia además de provocar una actitud. Pero no lo es. Se moja vestida, con la mano en ofrenda, extasiada. En las fotos de Cristina hay una testaruda conciencia de rozar ese momento de gracia que despega al ser humano de la tierra, como si tuviera alas, y por unos instantes penetrara en una intimidad luminosa. La única profesional española que forma parte de la agencia Magnum, archipremiada, no se parece a nadie. Crea composiciones bellas, misteriosas, también incómodas. Y asegura que lo que le gusta es parar el tiempo «porque a veces hay un detalle que significa algo, una acción que quiero conservar, un sentimiento o emoción que quiero transmitir?». García Rodero ha cruzado el mundo a fin de transmitir el vértigo, la fuerza, la poesía, la que habita en los pliegues de la existencia. Ese horizonte vital por el que cada día nos levantamos de la cama y aspiramos a algo más. No necesariamente grande, ni lujoso, ni absoluto. Más bien minúsculo, pero que se engarza con una cadena de pequeños actos, gestos y latidos por los que la vida cobra sentido. El tiempo que nos ha tocado no se hace proclive para volar, todo lo contrario. Los lastres diarios nos aherrojan. La sociedad que conocimos, la que llevaba adjunta la promesa de prosperidad, da paso a una incertidumbre ante la que debemos modificar valores y patrones. Afecta a nuestra forma de consumir, de relacionarnos, de viajar, de estar en la vida. Pero también nos brinda una daga para replantear nuestro modelo individualista, el de ser siempre caballo ganador. Ahora no hay otra opción que aprender de la cultura del fracaso; no en vano, todo éxito lo trae implícito. Conceptos como la resiliencia, la capacidad de sobreponerse al infortunio, o el deber de la alegría, ahuyentando el fácil recurso del victimismo, se instalan hoy en nuestro credo cotidiano. Cambiamos de año, los pronósticos mundiales se marchitan, languidecen, pero ello no nos exime de hacerlo todo más leve, más alegre, para que la vida en mayúsculas no pase de largo.

(Marie Claire)

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27 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La meditación del rey destronado

No era el rey Arturo. Tampoco era el caudillo que unos soñaban y otros denunciaban. Es dudoso que a estas alturas pueda mantenerse como líder incontestado de Convergència i Unió: los cuchillos se afilan en el partido de Pujol donde fabricaron su liderazgo y más todavía en Unió Democràtica, el socio de coalición dirigido por Duran i Lleida, al que los designios dinásticos de la familia prohibieron el acceso al trono. Le costará incluso seguir como presidente en ejercicio, es decir, gobernar, con una mayoría tan insuficiente en un Parlamento tan fragmentado y excitado por su acción divisiva y sus recortes sociales: ha roto todos los puentes con el PP, ha peleado por el electorado independentista de Esquerra Republicana y ha intentado quebrar el espinazo al socialismo catalán.

Su plan y su hoja de ruta yacen hechos trizas en los salones del hotel Majestic donde su partido acostumbra a celebrar sus numerosas victorias. Semáforo rojo. Quiso cambiar el catalanismo pactista y aspiró a superar a todos los héroes que le precedieron. Se sintió con fuerzas para desafiar al Minotauro, la bestia mitológica que el historiador Jaume Vicens Vives identificaba con el poder español, con el objetivo de acabar de una vez con la ineptitud secular de los catalanes respecto al Gobierno del Estado: ya que no se nos abren las puertas del de España, vamos a crear uno propio. Se sintió llamado a tomar esta empresa como un desafío personal, arropado por la seguridad en su causa y por la fe en el derecho de los catalanes a decidir sobre su futuro. Iba a ser la voz del pueblo. Su destino iba a ser el de Cataluña. Palabras mayores todas ellas en tiempos muy menores. Se las susurraban sus asesores, sus amigos, sus aduladores, cada vez más numerosos, cada vez más hipnotizados por sus propias palabras y sordos a las razones de los otros, sobrecargados de sus propias razones.

El domingo por la noche, a pie de resultados, rechazó la entrevista que le pedía TV-3, la televisión pública, su televisión. No es extraño. Su deuda es con el pueblo, no con los ciudadanos de Cataluña. Su guardia mediática evita la intemperie. Todo muy medido y preparado. Durante la campaña tampoco quiso dar entrevista alguna a EL PAÍS. Sus lectores no eran ?una prioridad?, según su equipo de campaña. Quien accedió a responder a las preguntas incómodas de TV-3 en la noche de una tan amarga victoria fue Oriol Pujol, el hijo del patrón y secretario de Convergència Democràtica. ?El presidente no puede responder a la entrevista porque está reflexionando?, fueron sus explicaciones.

Es una muy buena respuesta. Artur Mas debe hacer una reflexión seria sobre las sucesivas decisiones que le han llevado a esto, lo más parecido a dispararse en el pie cuando nos había anunciado la caza del león. ?Cataluña está en vísperas de su plenitud nacional?, dijo después de la Diada. Estábamos y estamos en el abismo financiero más profundo. La Generalitat, sin liquidez. La población, en un pozo de desempleo, recortes y pérdidas de derechos como no se habían visto desde la posguerra. El bochorno es colosal. Los panegíricos y ditirambos en honor del rey Arturo se han trocado en espinas lacerantes. La antología es extraordinaria. No solo por las frases del propio Mas y de su guardia pretoriana, sino de los periodistas, directores de medios y empresas de comunicación enteras. Llenarían colecciones de libros.

El destrozo va mucho más allá de lo que nadie hubiera esperado y previsto. No es Mas el único que deberá reflexionar. También deberían participar de esta meditación nacional todos los que han coadyuvado a la construcción del escenario ficticio que ahora se ha derrumbado y que tanto daño ha producido ya al proyecto soberanista. Algo tendrán que decir los responsables de unas encuestas que ni siquiera se acercaron a las cifras finales del hundimiento.

No son los únicos. Hay muchos comentaristas en los medios de comunicación que se han dejado llevar por la corriente o por sus bajas pasiones e intereses, que deberán también meditar sobre sus responsabilidades y dar alguna explicación. La ficción que se ha creado en torno a la transición nacional, al liderazgo de Mas y al cambio que se acercaba merece una meditación generalizada de las élites catalanas, de las que hay que excluir, justo es decirlo, a un empresariado que ha sabido mantenerse en silencio mientras los otros se regodeaban ruidosamente en sus errores.

Por mucho que se empeñen algunos, insistiendo todavía en la mayoría soberanista del Parlamento, no hay por dónde coger los resultados. CiU se ha quedado a 18 diputados de la mayoría absoluta que se había fijado como objetivo y que justificaba la precipitada disolución parlamentaria en la atmósfera soberanista de la Diada. No tiene mayoría de Gobierno si alguna de las tres fuerzas que le siguen no le echan un cable. La mayoría soberanista apenas se ha movido en un diputado por arriba, lejos de la barra de los dos tercios del Parlament que se establecía como símbolo de la hegemonía: tampoco por ahí se justifica la maniobra. Nadie en las filas de CiU, Artur Mas el que menos, tiene la capacidad ni la grandeza para promover geometrías políticas distintas. Recordemos que Jordi Pujol arrancó su larga presidencia en 1980 solo con 43 diputados.

La reflexión nacionalista se enfrenta a un obstáculo grave, surgido de su repertorio más clásico. Se llama Madrid. Cualquier crítica queda adscrita a la inquina secular instalada en su discurso y cierra el camino al análisis. La hipermediática Pilar Rahola, pionera del culto masista, supo verlo con agudez en su libro La máscara del rey Arturo: ?Él parece guiarse por una disciplina moral estricta, que no se acomoda muy bien con la lógica sucia de la guerra política. Todo gira alrededor de un cierto aire de martirio?.

Rahola, que escribió su libro a rebufo de Yasmina Reza y su El alba la tarde o la noche sobre Nicolas Sarkozy, utiliza el pronombre Él en cursiva para no repetir su nombre, con el efecto de subrayar todavía más hasta qué punto este hombre gris necesita el culto a su liderazgo. Con la Diada, y una estudiada ausencia en la manifestación que le hizo todavía más presente, el mito del líder alcanzó cotas solo superadas por la última ocurrencia de su equipo de campaña. Identificado como Moisés y convertido en la voz del pueblo, el rostro de Artur Mas colgado de las farolas de Cataluña estaba listo ya para el sacrificio.

Si el nacionalismo se equivocará en eludir la reflexión escondiendo la cabeza detrás de Madrid, todos los que el nacionalismo identifica con Madrid harán lo mismo si en la derrota sin paliativos de Mas quieren entender una derrota de Cataluña y una victoria de la España de una sola nación, una sola identidad y una sola lengua. El problema se halla intacto. O peor: con los puentes rotos y el interlocutor natural herido gravemente gracias a sus errores y pecados. La transición nacional fue una idea de Mas. El Estado propio dentro de la Unión Europea también. Pero la crisis institucional del Estado de las autonomías, la financiación insuficiente, el déficit catalán en infraestructuras, la insatisfacción catalana con los símbolos y con la lengua, la aspiración de Cataluña a mayores cotas de autogobierno y a una presencia singular en Europa, seguirán existiendo caiga o siga Mas, tengan o no recorrido los actuales planes de la indiscutible mayoría soberanista que hay en el Parlament.

Además, tras el batacazo suenan distintas las descalificaciones contra los tibios y los dialogantes de uno y otro lado. No suena mal ahora el pacto fiscal primero exigido perentoriamente y luego despreciado por demasiado poco y demasiado tarde. Tampoco parece tan descabellado el federalismo, menos inextricable que el famoso Estado propio, que los maltrechos socialistas catalanes han situado en el centro del escenario.

Las elecciones ponen a todos en su sitio. Mas dijo que pensaba en Cataluña y no en su partido cuando convocó elecciones. Al revés te lo digo para que me entiendas, le ha respondido la voz del pueblo, esos 3,5 millones de decisiones que dibujan, sumadas una detrás de otra, el acierto que corrige un inmenso error. Cataluña ha ganado, CiU tiene la pesada tarea de formar Gobierno en las peores condiciones posibles y Artur Mas ha sufrido una severa derrota de la que difícilmente podrá levantarse. Un presidente malherido y disminuido es el que debe gobernar a partir de ahora.

En otro sistema de partidos la cabeza de Mas habría caído ya. En este, por el contrario, recibe un doble castigo, el de su derrota personal y el de gestionar el Gobierno en las peores condiciones. La generosidad que exige tal situación es escasa en la vida política de hoy y quien menos la encarna es el presidente, propenso a lamerse las heridas y a contemplarse dolidamente en el espejo. A pesar de todo, habrá que exigírsela.



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27 de noviembre de 2012
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Qué ha de ser pensado

Recientemente, tras un seminario digamos académico en la Universidad Federal de Río de Janeiro sobre la evolución del concepto de naturaleza (desde la physis de los griegos hasta el pensamiento contemporáneo), los responsables de la institución me invitaron a efectuar una reflexión más general sobre el tema qué ha de ser pensado.
Obviamente dado el contexto se trataba más bien de discernir qué tienen hoy que pensar los filósofos, aunque no exclusivamente. En cualquier caso ello me dio la oportunidad de intentar ordenar algunos de los temas de reflexión que han alimentado este foro. Las columnas que siguen responden a esta tentativa. Espero que un incremento en claridad y consistencia compense la reiteración.
La respuesta provisional al envite que se me hacía respecto a qué ha de ser pensado me pareció de entrada clara:
Hay que pensar en primer lugar aquello que desde siempre se ha pensado y que, o bien no ha sido nunca aclarado, o sigue torturando al pensamiento porque la aclaración no ha hecho mas que despertar nuevos interrogantes.
Obviamente hay que pensar asimismo lo que de novedoso y a la vez determinante para la vida de ese ser de palabra que constituimos haya podido surgir en nuestro tiempo.
Hay (asunto clave) que pensar aquello que impide realizar lo señalado en los puntos anteriores. Pensar aquello que impide pensar y, en la medida de lo posible, hacer de esta reflexión un arma que contribuya a eliminar esa restricción. Me pareció oportuno empezar mi exposición en Rio de Janeiro por este tercer apartado retomando argumentos que el lector habitual de esta tribuna ya conoce.

***

Lo que impide pensar es simplemente malo, por no decir el mal mayormente atentatorio para los intereses de nuestra especie. Y ¿por qué afirmo esto? Simplemente porque sigue habiendo razones para suscribir enteramente la sentencia con la que Aristóteles abre el primer libro del conjunto de escritos denominados Metafísica, según la cual pensar constituye una exigencia inscrita en la naturaleza humana, y en consecuencia concierne a todos aquellos que participamos de la misma. Cada ser humano desea que se actualice su condición natural en el acto de pensar, es decir, es decir, de subsumir las cosas bajo conceptos y de explorar las posibilidades de las palabras de las que esos conceptos son polo constitutivo. Y ello, reitero, al igual que el águila tiende a volar o el caballo tiende a galopar. Teniendo como particularidad de su especie esas facultades que son el lenguaje y la razón, el animal humano se realiza cuando las despliega y fertiliza, por ejemplo forjando metáforas o sintetizando fórmulas.
Mas ¿por qué entonces una persona puede llegar a sentir que el pensar no va con ella, qué sólo en la inercia, las costumbres, los hábitos y los elementales placeres a ellos asociados tiene sentido su vida? ¿Hay en el individuo humano una debilidad intrínseca que le mueve a ceder, a renunciar al esfuerzo que el pensamiento exige, repudiando así su propia condición específica? En todo caso esta astenia, este polo negativo en cada uno, tiene raíz, cuando menos parcial, en una o estructura social de la que todos somos partícipes, un dispositivo creado por el hombre pero convertido en una maquina de deshumanización, un dispositivo generador de circunstancias que conducen a una situación mutiladora. Tal dispositivo es lo primero que ha de ser pensado.

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27 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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?No hay una respuesta precisa, no puedo darte ninguna…

?No hay una respuesta precisa, no puedo darte ninguna receta?.- Este video, grabado por la Fundación Telefónica del Perú y colgado en la página dedicada a Jorge Eduardo Eielson (para mí, parte de la trinidad de los más grandes poetas peruanos junto a José María Eguren y César Vallejo), es una de las cinco parte de la conferencia que el poeta dio a través de una conferencia virtual hace varios años para el Perú. Una joya absoluta que iré presentando poco a poco. 



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27 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vida junto al rey de la cocaína

Hacia fines de 1979, en un viaje de negocios a La Paz, Roberto Suárez se reunió de manera privada con el coronel Alberto Natusch Busch. Después de ese encuentro, Natusch Busch invitó a Suárez y a su esposa, Ayda Levy, a una cena en el Círculo de Oficiales del Ejercito. En la cena, la joven Ayda resplandecía de orgullo al ver a su marido destacar entre la concurrencia. Estaba sentada al lado de un alemán llamado Klaus Altmann, que aplaudió la decisión que había tomado ella de no ir a estudiar a Hamburgo para poder casarse con Roberto. Poco después, en Cochabamba, Roberto invitó a cenar a Altmann y a su esposa Regina, y le pidió a Ayda que preparara algunas de las recetas de su madre. Esa noche hablaron de la inseguridad ciudadana, del débil gobierno de Guevara Arze, y Altmann dijo, convencido: "ustedes los bolivianos no están preparados para vivir en democracia, necesitan un gobierno de mano dura, como los que gobiernan los países vecinos". Ayda no recuerda mucho más de la cena, excepto la "mueca despectiva" de la esposa de Altmann cuando Ayda contó la historia de su padre Shalom Levy, un judío nacido en Haifa que en 1913 emigró a Sudamérica para escapar de "la tradición y obligatoriedad de contraer matrimonio con una parienta suya".

La anécdota del encuentro con el "carnicero de Lyon" es una de las tantas historias impactantes que se encuentra en El rey de la cocaína: Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado (Mondadori-Debate, 2012), el testimonio de Ayda Levy sobre sus años con el legendario narcotraficante. Ayda Levy mezcla registros y pasa del relato ingenuo, casi informal, de cómo vio en primera fila el desfile por su casa de prominentes hombres metidos en el negocio -entre ellos Pablo Escobar--, y el nexo devastador entre narcotráfico y Estado, a un análisis geopólitico cuando menos problemático de las complejas fichas que se mueven en el escenario mundial de la droga. Cuando se concentra en las cosas que ha visto personalmente, Ayda Levy dota a su libro de un fuerza notable, incluso sorprendente para un país en el que las cosas no suelen decirse por su nombre (en El rey de la cocaína hay muchos nombres). Una vez que pase el aura sensacionalista que un libro como este trae consigo, son esas páginas las que quedarán. Incluso con sus partes débiles, El rey de la cocaina es de lectura imprescindible para conocer cómo se vivió desde adentro una de las épocas más oscuras en la historia contemporánea del país.

Hay muchas formas de entramar una historia personal. La de Ayda Levy es, sin paliativos, una tragedia. Ayda se enamora "con locura" del apuesto Roberto, hijo de un socio de su padre, descendiente directo del hermano del mítico Nicolás Suárez Callau, uno de los grandes empresarios de la goma. Pese a la oposición de su padre, que no se equivoca al ver a Roberto como un "mujeriego empedernido", Ayda le da el sí a Roberto en abril de 1958, a sus 23 años. Las décadas de los sesenta y setenta serán de franca expansión comercial en el negocio ganadero y convertirán a Suárez en un poderoso empresario; nacerán los hijos -Roby, Heidi, Gary, Harold- y habrá una relativa armonía conyugal, aunque, con la perspectiva cambiada por lo que ocurrirá a partir de fines de los setenta, cuando Suárez toma la decisión de meterse en el negocio del narcotráfico, incluso los momentos de mayor felicidad serán coloreados por el dolor: de su primer día de noviazgo en playa Mansa (Punta del Este), Ayda recuerda haber probado agua salada, que se confunde en el recuerdo con "la amargura" de sus lágrimas, "una premonición de lo que me deparaba el destino al lado del amor de mi vida".

 Para los que todavía tenían dudas sobre la alianza narcotráfico-Estado a principios de los ochenta, el testimonio de Ayda Levy las disipa: Klaus Barbie fue el vínculo para que Suárez decidiera financiar con cinco millones de dólares el golpe de Luis García Meza. En principio, Ayda entiende que la causa es patriótica: se trata de frenar el avance del comunismo en Bolivia. No tarda, sin embargo, en darse cuenta de los extraños negocios de su marido. Cuando lo cuestiona acerca de las numerosas aeronaves -algunas de ellas militares-- que aterrizan en una propiedad en Rurrenabaque, Suárez habla de un supuesto proyecto agropecuario en sociedad con el gobierno. Hacia enero de 1981, el narcotraficante colombiano Pablo Escobar aparece en la fiesta de cumpleaños de Suárez y es un nuevo socio; para entonces, Ayda desconfía de su marido y el matrimonio está en crisis. Cualquier cuestionamento se responde de manera mesiánica: el dinero recaudado es para "sacar al país de la pobreza". La separación (no el divorcio) llega pronto, y comienzan los años de inestabilidad familiar, de arrestos y allanamientos que terminan con el asesinato de Roby, el hijo mayor y el favorito, en 1990. Suárez puede decir más de una vez que "el fin justifica los medios", pero el libro de Ayda Levy tiene como moral didáctica precisamente lo contrario.  

Suárez es retratado como un hombre generoso, capaz de enviar un cheque de cincuenta mil dólares a un neoyorquino que, ante el incendio de su casa, le pide ayuda por correo; su leyenda de "Robin Hood" queda confirmada por la forma en que distribuye su dinero entre comunidades necesitadas en el país y prácticamente cualquiera que toca a su puerta, aunque, a diferencia del verdadero Robin Hood, a Suárez le queda suficiente como para una vida de lujos y excesos (hay propiedades por todas partes, y para las fiestas privadas es capaz de traer a su hacienda al cantante español Manolo Otero y al encargado de postres del famoso chef francés Paul Bocuse). Para el puesto en el que está, Suárez aborrece de la violencia -la celebración de la muerte de uno de sus rivales por parte de Escobar lo llevará a distanciarse de su socio colombiano--, y sus objetivos no parecen ser solo de acumulación económica, aunque tampoco queda claro del todo por qué un próspero empresario se metió a este negocio.

La debilidad de Suárez fue la fama. Como dijo la revista The Economist y recuerda el libro de Ayda Levy, "para gozar de inmunidad, los narcotraficantes deben ser discretos. A Roberto Suárez Gómez le gustaba presumir lo suyo". A Suárez le importaba no solo el poder sino que se supiera que lo tenía; hay curiosas puestas en abismo en El rey de la cocaina, como cuando se estrena la película Scarface, en la que hay un personaje basado en Suárez, y este ve la película junto a Escobar en un sala de cine privada en una casa de Suárez en El Poblado (Medellín) y la festeja. Esos años muchos festejan: Suárez se convierte en la figura dominante del narcotráfico en Bolivia, y "lo extraño de todo esto es que nadie lo reprochaba ni criticaba. Al contario, la admiración, el cariño y el respeto que la gente sentía por él crecían con desmesura y hasta nuestros familiares y amigos lo aplaudían". Seguro que hubo gente con dudas, pero, ¿quién es capaz de ejercer de voz de la conciencia ante la presencia intimidatoria del Rey de la Cocaína? Lo mejor, entonces, parece ser cómo sacar tajada de su cercanía.

La parte más débil del libro tiene que ver con las conexiones de Suárez con la CIA y el gobierno cubano a partir de1982. Según El Rey de la Cocaína, en octubre de ese año el teniente coronel Oliver North habría contactado a Roby Suárez para ofrecerle la protección de la CIA. En una reunión con Roberto, North habría mostrado el interés de la CIA "para comercializar en el floreciente mercado americano americano quinientas toneladas de clohidrato de cocaína, que ellos transportarían e introducirían dentro de su territorio en sus propios aviones"; las ganancias serían distribuidas para que la CIA pudiera seguir financiando de manera ilegal a los Contras. Además de ese encuentro, Ayda Levy relata una visita de Suárez y Escobar a Fidel Castro en La Habana, en enero de 1983, con el objetivo de conseguir ingresar a las aguas territoriales y espacio aéreo cubano para hacer más eficiente el ingreso de la droga a los Estados Unidos; a cambio, La Habana obtendría un millón de dólares diarios.

El libro de Levy muestra cómo el dinero del narcotráfico logró corromper todos los estamentos de la policía, las fuerzas armadas y la política nacionales. También muestra cómo muchos agentes de la DEA y de la CIA cayeron en la tentación y terminaron recibiendo jugosas comisiones por participar del tráfico o, simplemente, mirar a otra parte. Está comprobado que muchos de quienes montaron la operación Irán-contra se ensuciaron con dinero del narcotráfico; sin embargo, de ahí a asegurar que la misma CIA haya estado involucrada oficialmente, hay un buen trecho (no se trata de defender la inocencia de una institución conocida por involucrarse en muchos líos ilegales; se trata, simplemente, de que, pese a muchas investigaciones, no hay pruebas concretas de esta específica participación de la CIA en el narcotráfico). Lo mismo con el tema Castro: es cierto que muchos militares cubanos, encabezados por el general Arnaldo Ochoa, recibieron pagos del cártel de Medellín por mover la droga a través de territorio cubano (Ochoa y otros tres militares terminaron siendo ejecutados); es más complicado decir que el mismo Fidel Castro estaba involucrado en la operación. Es posible, pero, como Ayda Levi no ha sido testigo del encuentro con Castro y para contarlo se basa en el testimonio de su marido, se puede dudar del relato. Lo único que queda claro de todo esto es que, pese a sus supuestas convicciones ideológicas y a su sensibilidad social, en esta situación Suárez le terminó haciendo más caso al poder y al dinero. Tener alianzas al mismo tiempo con la CIA y con Cuba no muestra mucha consistencia ideológica.

Pese a todos esos reparos que se le pueden hacer al libro, Ayda Levy ha escrito un valioso testimonio de sus años junto al Roberto Suárez. Con un cuidadoso trabajo editorial, el relato de Ayda Levy viene acompañado por numerosos artículos periodísticos de la época ( de medios internacionales como El País, Time o The Guardian), que ayudan a contextualizar la historia. La ironía de todo esto es que todavía no hay fecha del lanzamiento del libro en Bolivia, el país más interesado en leerlo. Puede que uno de los libros bolivianos más importantes del año termine sin distribuirse en el país este año.

 

(El Deber, 25 de noviembre 2012)



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26 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La aventura es la aventura

La crisis es esto. A las grandes dificultades para gobernar se añaden la persistencia de los gobernantes en equivocarse. Por más vueltas que le den los responsables del desaguisado, el mensaje es desalentador. Las únicas promesas y profecías cumplidas son las más inquietantes. Era verdad: todo es posible, entramos en camino desconocido. Calcémonos.

El presidente tiene menos fuerza y autoridad. El parlamento cuenta con una composición de gestión más dificultosa. La idea de unas elecciones plebiscitarias ha quedado desautorizada. La aventura le cuesta a CiU un buen puñado de escaños, además de dar alas a Esquerra e incluso a la extrema izquierda de la CUP. Un presidente débil y una mayoría soberanista dan una ecuación inquietante. Su único y penoso éxito, que da sentido a la disolución, es la erosión del socialismo y la fragmentación de la oposición en su conjunto.

La composición del Parlamento que arrojan las urnas nos da la intensidad y la velocidad del potente vector soberanista en la nueva dinámica, aunque también es un buen reflejo del voto de protesta que suscita una sociedad azotada duramente por la crisis. No sabemos si habrá consulta y menos todavía si avanzará la idea de la independencia, pero lo que es seguro es que todo ha cambiado y ya nada será como antes. De hecho, ya no lo era antes de que se abrieran las urnas.

Primer cambio: Cataluña está en el mapa internacional y es de temer que siga suscitando esta atención exterior en la medida en que se vaya complicando esa transición nacional en plena crisis, que Mas deberá liderar desde una posición erosionada. Desde los Juegos del 92 no había obtenido tal protagonismo en los medios de comunicación de todo el mundo. Lo consiguió la manifestación de la Diada, pero ha quedado amplificado por la convocatoria anticipada de elecciones y por una novedad sustancial. CiU, la primera formación política catalana en la historia de la actual democracia, ha dado un quiebro estratégico del que ha salido transformada.

Este es el segundo cambio. Durante más de 30 años CiU ha sido una fuerza moderada y pactista, con un programa de desarrollo de la autonomía que jamás se había situado en el horizonte de la secesión. Ahora ha adoptado los eslóganes, las banderas e incluso la mística del independentismo, tema casi único de la campaña electoral, con el resultado que se ha visto: los independentistas prefieren el original a la copia.

Hay un tercero, por carambola, como es el regreso del federalismo y a toda prisa en el discurso político español. Después de ser laminado y desprestigiado por el fracaso del Estatut ante el Tribunal Constitucional y la subsiguiente polarización catalana, ahora ha regresado, aunque con escasa fortuna electoral, en respuesta precipitada al vacío político que ha encontrado el proyecto independentista fuera de Cataluña.

Cuarta modificación, que conecta con el estancamiento del PP. Ha quedado equilibrada primero y luego desbordada y superada la ofensiva recentralizadora que preparaba el Gobierno, inspirado por la FAES, en respuesta a la crisis de endeudamiento española y en aplicación de un programa revisionista respecto al Estado de las autonomías. Sin la reacción soberanista es fácil imaginar la evolución de las autonomías y en concreto de la catalana como efecto de la recuperación de poder desde el centro.

Última transformación: la independencia de Cataluña no entraba dentro de los mundos políticos posibles. Ahora es una eventualidad deseada por una fracción muy importante de la población catalana, y considerada perfectamente posible en un mundo en transformación global como es el nuestro. Puede que sea altamente improbable, pero el cambio nos enseña que no se percibe como imposible. Su exhibición por el nacionalismo hasta ahora acreditado para el pacto la convierte en una pacífica e insólita arma disuasiva de utilidad en cualquier negociación.

El problema es saber quién tiene la fuerza y la autoridad para utilizarla eficazmente y sobre todo para encabezar la obligada negociación. Artur Mas no lo ha demostrado con esta convocatoria precipitada y este resultado. La aventura es la aventura.



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26 de noviembre de 2012
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