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Aquello que el físico meramente asume

Los principios ontológicos a los que me refería unas columnas atrás (contigüidad-localidad, individuación, causalidad, determinismo y realismo) son al espíritu como los nutrientes que, sin reparar en ellos, posibilitan el funcionamiento de nuestro organismo. Son un bagaje operativo de manera sólo implícita tanto en la actividad ordinaria como en el trabajo del científico volcado sobre el orden natural. Pues aunque son principios rectores del mundo físico la física no los explora. No los incluye en su inventario temático porque los considera algo preliminar, y en cierto modo una obviedad; considera, por utilizar los términos de Einstein, que si nuestra razón dejara de asumir tales presupuestos " la ciencia física en el sentido usual del término" sería imposible. La ciencia física y el orden cotidiano simplemente:
Evocaba en una columna reciente al cuadro de David sobre la muerte de Sócrates, y que tiene co-protagonista en su amigo Critón, que posa su mano sobre el muslo del filósofo en la escena central de la secuencia. Consumada la tragedia, podemos imaginar a Criton ante el cuerpo aun presente pero ya sin vida, viendo causa de la tremenda irreversibilidad de tal hecho en la ingestión de la cicuta. Y sabiendo que siendo él mismo hombre comparte con Sócrates lo esencial de los rasgos biológicos infiere la conveniencia de no beber nunca esa pócima, pues lo que advendría, por determinado o pre-fijado, es para él pre-visible. Tiene certeza de que al frenar un arrebato hacia el cuerpo de Sócrates (un beso conmovido inmediatamente después de la ingesta por ejemplo) evitó que la cicuta afectara por contigüidad o contagio a su propio organismo, y da por supuesto que la agonía del individuo Sócrates no es agonía de los individuos del entorno, que viven su compasión desde la independencia de su propia localidad o sitio (1). No olvida que Sócrates y él mismo tenían (como la tierra y la luna) rasgos ya propios indisociables de su mutua influencia, pero sabe que la muerte, como la vida, no es holística, y no duda de que pese a esa comunidad entre ambos es el individuo diferente Sócrates, y sólo Sócrates, el que ahora yace. En fin, se dice quizás que ya perdidas esa razón y palabra distintivas de Sócrates poco perdura del filosofo en esa substancia corporal que ahora reposa en el lecho y que (al igual que antes el propio Sócrates) es susceptible de ser movida hacia el sepulcro, y que consumará su corrupción tal como lo hubiera hecho aun en el caso de que desaparecidos los humanos nadie ya la contemplara ni para nadie fuera presencia de una dolorosa ausencia.
Por ello será necesario seguir retomando la cuestión, desde diferentes ángulos, en especial por lo que se refiere al principio de realismo, que merecerá capítulo aparte, preguntándonos qué se ha hecho de ellos, qué lugar ocupan en la jerarquía del conocimiento, dada la auténtica conmoción que para nuestras representaciones de la Physis han supuesto la física del siglo XX y en particular la Mecánica Cuántica.
 
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(1) "Después de que lo mataron le echaron tierra en la boca/ No es lo mismo ver morir como cuando a uno le toca", dice una admirable canción mejicana.
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19 de febrero de 2013
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La gran pesadilla infantil

  Puede que al expropiar la palabra locura del lenguaje políticamente correcto, y sustituirla por enfermedad mental, se haya disipado parte del tabú que durante tanto tiempo ha acompañado esta afección. Actualmente, los etiquetados y tratados como locos son aquellos que cometen tropelías: audaces criminales, kamikazes y algún conquistador de un récord Guinness. En cambio, la palabra locura se utiliza como superlativo en la moda, la música o los deportes, a fin de expresar un estado de euforia que estimula y embebe los sentidos. Tanto se ha ahondado en el estudio del cerebro como en el desesperado intento de acortar muros de incomprensión hacia los desajustes de la mente. Pero incluso cuando los antidepresivos de última generación circulan con fluidez, la confianza en los psiquiatras sigue siendo residual. Los hay que prefieren buscar más allá del fármaco y la psicoterapia cruzando mares metafísicos o esotéricos. Nunca se habían exaltado tanto los beneficios psicológicos del ejercicio como garantes del equilibrio como hoy, cuando la fragmentación de valores e identidades golpea sordamente nuestra calma. Pero, si el tratamiento de los trastornos mentales sufre aún el reparo social, con una aproximación temblorosa y cargada de prejuicios, ¿qué ocurre con los de los más pequeños e indefensos en una sociedad que se autoengaña pensando que la locura sólo es un problema de adultos? ¿Por qué en España la psiquiatría infantil no tiene categoría de subespecialidad médica? ¿Por qué ese atraso comparativo con el resto de la UE? Las cifras avalan la trascendencia del asunto: un 20% de los menores sufre algún trastorno mental, y está comprobado que en un 70% estas enfermedades se pueden diagnosticar en la infancia o la adolescencia. No siempre es así. Según la Academia de Pediatría de EE.UU., se ha registrado un dramático aumento de niños con bipolaridad. En Gran Bretaña, el Mirror contaba con su tinta amarilla cómo una niña -que sufría esquizofrenia sin haber sido diagnosticada- confesaba que las ratas le habían pedido que matara a su hermano. Al intuirse un cortocircuito en la mente del niño, la travesía es solitaria y confusa desde el momento en que salta la alarma hasta que se inicia el tratamiento. Existen muchas historias silenciadas de superación familiar, de lucha y también de éxito, experiencias doblemente dolorosas por el vacío existente en la sanidad pública, además de la falta de apoyos y la dimisión social. Las asociaciones como Affammma, del Maresme, no escatiman esfuerzos. Pero quienes quieren formarse en la materia tienen que salir al extranjero. Algunas fundaciones, como la de Alicia Koplowitz, conceden becas además de hogares para niños con trastornos y familias desestructuradas. No obstante, las repetidas promesas políticas de abordar esta asignatura pendiente han caído en saco roto. ¿Hasta cuándo?

(La Vanguardia)  

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18 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más Wikileaks que Foreign Office

No hay consejero de Asuntos Exteriores. No hay un servicio exterior profesionalizado y con presupuesto. A los diplomáticos de carrera que apoyaban la acción del Gobierno en la anterior legislatura, dos veteranos embajadores de España, les sustituyen jóvenes y voluntariosos militantes con una corta experiencia en las instituciones europeas. La diplomacia de la señorita Pepis, según los titulares malintencionados del diario El Mundo; embajadores civiles que vertebrarán las redes informales de catalanes en el extranjero según el entusiasta El Punt-Avui (como si los hubiera militares); embajadores amateurs para la consulta, tituló este periódico.

La transición nacional se hará con esos mimbres: medios escasos, austeridad presupuestaria, voluntarismo y voluntariado, más cerca de la militancia que de la profesionalización. Así como los miembros del Consell Assessor per la Transició Nacional no tendrán sueldo asignado, la proyección exterior la efectuará un organismo mixto público-privado, el Consell de la Diplomàcia Pública de Catalunya o Diplocat, apoyándose en las redes militantes.

Si hasta ahora la diplomacia exterior catalana se ocupaba de la proyección económica y comercial, a partir de ahora se dedicará a difundir y apoyar el proceso soberanista y la celebración de una consulta. También en los instrumentos de comunicación exterior el gobierno de Artur Mas abandona su imagen de gobernante amigo de los negocios (business friendly), como lo ha hecho al adoptar el programa fiscal de Esquerra Republicana, la fuerza izquierdista que le dio la investidura y que le apoya en el parlamento. Todo son ventajas en este nuevo proyecto del segundo gobierno de Artur Mas. A diferencia de la diplomacia española, que el consejero responsable de la internacionalización del conflicto de soberanía, Francesc Homs, calificó de decimonónica, la catalana será la que corresponde al siglo XXI. Nada de edificios nobles, cuberterías y manteles, nada de embajadores con sueldos astronómicos. Nuevas tecnologías, jóvenes militantes independentistas con sueldos modestos o sin sueldo y capacidad de conexión entre las comunidades de catalanes en el mundo. Más cerca de Wikileaks y de Mikimoto que del Foreign Office y la Comisión Europea. "Esto es tan inconcreto como eficaz, porque se trata de trabajar en red", dijo Homs en la presentación. Según el consejero, esta nueva estructura cuenta de antemano con la vigilancia y el marcaje al que le someterá la diplomacia profesional española a las órdenes del Gobierno de Rajoy. Artur Mas ya ha experimentado el vacío diplomático en los viajes que realizó antes de las elecciones, a San Petersburgo y Bruselas. Queda lejos el pasado pujolista y maragallista, cuando el presidente de la Generalitat se instalaba en la residencia del embajador de España y recibía el apoyo de los servicios diplomáticos del Estado. Ahora sabe que sus viajes serán objeto de concienzuda vigilancia y de las habituales advertencias a los gobiernos socios de la Unión Europea.

Lo normal es que la ofensiva exterior del Gobierno catalán tenga mayores efectos entre los catalanes que en el territorio al que se dirige. Desde el resto de España y sobre todo desde Madrid será recibido de uñas. Desde la comunidad internacional, con circunspección y prudencia. No hay ni un solo socio europeo que simpatice con la aparición de un Estado nuevo por segregación de alguno de los socios. Todos los Gobiernos están a favor del statu quo, sobre todo los que cuentan con conflictos internos que podrían enervarse de prosperar el mal ejemplo catalán. La idea de emprender caminos y aventuras de desenlace desconocido, tan simpática entre nosotros, goza de escaso atractivo en Bruselas y Francfort, así como en las principales cancillerías.

Cataluña tiene una capital de enorme prestigio y atractivo internacional, cuenta con dos grandes bancos españoles, una compañía áerea en ascenso, un puerto y un aeropuerto internacionales y una industria exportadora poderosa a pesar de la severidad de la actual crisis, además del fenómeno inigualable del Barça. La idea de que es una nación oprimida que se plantea su liberación a través del ejercicio del derecho de autodeterminación no es de venta sencilla. Diplocat tiene ante sí una tarea ingente.



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18 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Retirarse a tiempo

Hace mucho que se le veía fatigado. Abatido. Casi desde que la fumarola blanca anunció su elección. Sólo que entonces no lucía como el anciano profesor de teología, achacoso y enfermo, que hoy se presenta ante sus fieles, sino como el bilioso responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cancerbero de la Iglesia, el ideólogo de la vuelta al conservadurismo puesto en marcha por el beatífico -e implacable- Juan Pablo II. Estos ocho años de pontificado hicieron estragos en su salud y en su ánimo. Acosado por los sempiternos lobos de la curia vaticana, la inveterada proclividad a la pederastia de obispos y sacerdotes e incluso las intrigas palaciegas de su mayordomo, Benedicto XVI carecía de las fuerzas necesarias para proseguir su labor evangélica y su combate contra tan variados enemigos. Y, en un postrer arranque de esa lucidez que ni sus más feroces detractores le escatimamos, renunció a su investidura.

            Más allá de las especulaciones sobre si ha de interpretarse como un reconocimiento de su derrota frente a los sectores más reaccionarios de la Iglesia o como respuesta final a la corrupción que la carcome y que él denunció con más claridad que ningún otro papa moderno, su retiro anticipado quizás debiera ser juzgado como un acto de congruencia cuyo sentido final habría que trasladar a otro terreno. No me refiero sólo a que otros caducos líderes políticos, aferrados al poder o a su imagen con uñas y dientes -la nómina va de los hermanos Castro al rey Juan Carlos I y de Jorge Romero Deschamps a Elba Esther Gordillo- imiten su ejemplo, sino a la idea extrema de que uno debería poder decidir el momento de retirarse de este mundo.

            Para la Grecia clásica y la Roma republicana e imperial, uno de los más preciados dones de los mortales consistía en poder determinar el instante de su muerte. El suicidio y la eutanasia no eran vistos como pecados, sino como soluciones naturales a la vejez, la enfermedad y el dolor. Cuando comprendieron que su misión en la tierra había llegado a su fin, Nerva, Trajano, Adriano, Septimio Severo y Caracalla no dudaron en tomar generosas dosis de triacas -remedios ampliamente valorados en la Antigüedad, compuestos por opio, belladona y otras drogas- a fin de terminar con sus días. Esa dulce muerte, decidida por cada uno, era un símbolo de coraje.

            Esta suerte de derecho a la muerte digna nos fue arrebatado por el cristianismo: basta recordar el ostentoso calvario del anciano Juan Pablo II para comprobarlo. Con su monstruosa idea de que la vida no nos pertenece a los humanos sino a su dios, sus sacerdotes convirtieron la eutanasia y el suicidio en crímenes horrendos, y en cambio la decadencia del cuerpo fue ensalzada como fuente de admiración. Atroz inversión ética: en vez de apreciar el valor de quien decide retirarse de la vida, el suicida fue tachado de cobarde y quien administraba la eutanasia de homicida. Vista así, la vejez y las enfermedades terminales se convirtieron en purgatorios forzosos a los que nadie está autorizado a renunciar. 

            Aún sorprende que esta moral primitiva impregne casi todas las legislaciones del planeta. Por doquier la eutanasia continúa siendo equiparada como un crimen y, si bien no son castigados -porque si tienen éxito no pueden serlo-, los enfermos y los ancianos que optan por el suicidio se topan con una infinidad de trabas para alcanzar su objetivo (basta observar la decisión extrema a la que debe recurrir el protagonista de la magnífica película Amour de Michael Hanecke). El cristianismo tratar a los adultos como niños incapaces de hacerse responsables de sí mismos y su herencia aún se percibe en la decisión de los estados seculares de sancionar la eutanasia y dificultar el suicidio de la misma manera que, en otro ámbito, les prohíbe consumir drogas.

            En contra de esta política represiva -no se le puede llamar de otra forma a conculcar la mayor libertad de todas, la de disponer de la propia vida- siempre se han alzado ilustres voces. Thomas Jefferson escribió: "El veneno más elegante que conozco es un preparado a base de datura de estramonio. [...] Suscita el sueño de la muerte tan serenamente como la fatiga y el sueño ordinario, sin la menor convulsión o movimiento. [...] Si ese medicamento pudiera quedar restringido a la autoadministración, creo que no debería permanecer secreto. Hay en la vida males tan desesperados como intolerables para los que sería un alivio racional".

            En un mundo ideal, todos deberíamos disponer de la posibilidad de conseguir una versión moderna de las triacas romanas y de que nos sea administrada bajo supervisión médica. Que Benedicto XVI haya tenido el coraje de renunciar a la más alta investidura de la Iglesia debería ser un antecedente para que esa misma Iglesia (y los estados que la imitan) reformule sus preceptos sobre quienes, igual de fatigados que el papa, no sólo buscan retirarse del trono de san Pedro, sino del dolor y la desesperanza cotidianos.

 

twitter: @jvolpi

 



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17 de febrero de 2013
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