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Del terror

Por 25 de febrero de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Mientras sigue vigente el gran tirón popular del cine de terror, cobra a su lado presencia el cine del terror, un derivado del cine histórico que la historia contemporánea del terrorismo nutre cada vez más. El cine de terror y el cine del terror comparten algunos rasgos por encima de la violencia, que es consubstancial a otros géneros fílmicos, el bélico o el ‘western’, por ejemplo. El cine de terror tiene sus monstruos, sus aparecidos fantasmales, sus víctimas incautas, y en las películas de terrorismo también los terroristas suelen aparecer como figuras malignas que se ceban en el desavisado. En ambos registros genéricos se da relieve asimismo a la herida sangrienta y la víscera, aunque en el ‘gore’ gótico brote a menudo a modo de chorro de ‘geyser’ y no de sangre derramada en las torturas y en los atentados. Y, como en un ‘horror movie’, hay caserones misteriosos en tres de las películas recientes del cine del terror que he visto, dos de mucho éxito, ‘Argo’, de Ben Affleck, y ‘La noche más oscura’, de Kathryn Bigelow, y otra que pasó por nuestras pantallas con pena y sin gloria, ‘Invasor’, de Daniel Calparsoro.

      La de Bigelow, titulada en inglés ‘Zero Dark Thirty’, la jerga críptica militar para la operación de captura de Osama Bin Laden, podría haber sido llamada en España ‘Las lágrimas de Maya’, título más preciso y menos místico que el que le han puesto sus distribuidores. Maya es la agente de la CIA que protagoniza de cabo a rabo y proporciona el punto de vista a la historia contada; el personaje está basado en una persona real, y la actriz Jessica Chastain le da entidad, cuando mira, cuando se empeña, cuando se indigna, y sobre todo, en una escena crucial, cuando llora al ver el estado en que queda el prisionero pakistaní Ammar, torturado por un compañero de la agencia de espionaje. Me significo, antes de seguir el comentario. Al contrario que ciertos allegados míos, y coincidiendo en ello con algunos articulistas norteamericanos de izquierda y con la propia CIA (que se ha sentido muy incómoda con los resultados del film, desautorizándolo, en un insólito comunicado, su propio director en funciones), soy de la opinión de que ‘Zero Dark Thirty’ es un relato equilibrado y nada sectario, que no elude la presentación descarnada de las prácticas ilegales de tortura por las que, en gran medida, se obtuvo la información del paradero del líder de Al Qaeda, y se muestra, tanto en la pintura de los altos dignatarios norteamericanos como de los episódicos personajes musulmanes, verosímil y nada maniquea, sin enmascarar tampoco que el resultado de la operación fue una ejecución sumaria del criminal, no exactamente indefenso pero fácil de capturar, si se hubiera querido, con vida.

     Bigelow, que ha crecido mucho como cineasta desde sus primeras películas, de un brillo que yo encontraba insustancial, pese a las admoniciones de Guillermo Cabrera Infante, amigo y admirador de la directora, ya dio la medida de su talento en la anterior, e igualmente polémica, ‘En tierra hostil’ (‘The Hurt Locker’). Creo, sin embargo, que la hora final de ‘La noche más oscura’, centrada en el desarrollo de la operación en la ciudad de Abbottabad, responde a un mecanismo narrativo de extraordinaria perfección formal, que produce una trepidación emocional pocas veces sentida por mí como espectador del cine de acción; la sentí también viendo ‘Invasor’, cinta antibelicista de gran empuje y agudo filo crítico (en este caso de los ‘servicios paralelos’ y ‘poderes fácticos’ españoles), que, de modo tan inexplicable como sospechoso -al menos para mí, que soy desconfiado en las cosas del juicio estético ajeno-  fue recibida de uñas por la crítica nacional y desatendida por el público.

     ‘Invasor’, como ‘Argo’, hurgan en episodios ya pasados, pues la primera, que adapta bien la novela de Fernando Marías de igual título, publicada por vez primera en 2004, trata de un caso de asesinato de civiles nativos durante la guerra de Irak, y la segunda vuelve, más de treinta años después, al episodio de la ocupación de la embajada USA en Teherán, ocurrida a finales de 1979, tras la caída y huída del Shah de Persia y la instauración del régimen jomeinista. Como se recordará, los revolucionarios iraníes tomaron 54 rehenes, habiendo logrado escaparse de la sede diplomática atacada violentamente seis norteamericanos, a los que dio refugio en su propio domicilio el embajador canadiense de la época, Ken Taylor; ‘Argo’ cuenta la operación secreta de rescate de los seis escapados por parte de un agente de la CIA, Tony Méndez (también real aunque menos apuesto que Ben Affleck), que desafió en última instancia las órdenes del Pentágono y sólo en 1997, cuando el presidente Clinton desclasificó el caso, pudo salir a la luz, ser condecorado por el valor y buen resultado de la misión y publicar sus memorias, base parcial del guión.

      Rodada principalmente en Turquía, que hace las veces de Irán, y, al igual que ‘Zero Dark Thirty’, sin la aprobación de la CIA (así se aclara en los títulos de crédito), ‘Argo’ es no sólo una película trivial y gruesa de trazo sino un tendencioso panfleto encubierto de objetividad, al contrario pues que la de Bigelow. Su prólogo trata de señalar los precedentes históricos del país, sin eludir que el Shah fue una marioneta de los gobiernos estadounidenses, pero lo que sigue es una dramatización efectista, bastante mal interpretada, no sólo por Affleck, al que no descubriremos aquí como actor mediocre, y dirigida por él mismo rutinariamente. Aunque no todos los ‘buenos’ se hacen de querer (los seis refugiados resultan antipáticos, me temo que de modo involuntario), los ‘malos’ son todos de una pieza, y el final de una asombrosa cursilería patriotera: el agente Méndez, divorciado de su mujer, vuelve a casa y ella, al ver al héroe, se reconcilia al instante, mientras se besan sobre el fondo de la bandera americana que ondea en el jardín. Unos días antes de escribir este artículo vi ‘Lincoln’, hermosa colección de estampas sentimentales a mayor gloria de América, pero con una escena ‘gore’ casi insoportable, en la que Bobbie, el hijo mayor del presidente, ve pasar a dos enfermeros negros que arrastran una carretilla chorreando sangre hasta un vertedero donde arrojan su carga, los brazos y piernas amputados en el campo de batalla. El jingoísmo de Spielberg está al noble servicio de la igualdad. ¿Tendrá cabida en Hollywood el género maximalista de corte ‘obamiano’?

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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