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Eder. Óleo de Irene Gracia

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94. Escape

El tema lo plantea Miguel Ángel Hernández Navarro en Intento de escapada (Anagrama, 2013). Un artista llamado Jacobo Montes decide montar una pieza basada en el concepto de fuga, situando a un inmigrante en un espacio claustrofóbico. “Es una acción cargada, llena de potencia simbólica: la caja, el confinamiento, el agua, el mar, las cadenas, la opresión, el sufrimiento, el intento de escapada… no encuentro nada con más poesía y potencia simbólica” (p. 160). “No te imagines lo que podemos hacer por escapar del mundo” (p. 161). “La metáfora del escape sólo es efectiva si se produce un escape real” (p. 161). “Debemos tener claro que se puede escapar” (p. 162). Marcos, el protagonista, asiste complacido primero y asqueado después al onanista e interesado proceder del supuesto artista comprometido. No tardará en sentirse identificado con el deseo de fuga de Omar, el inmigrante que participa en la obra: “como si ese salir fuese en el fondo una escapada. Como si yo también quisiese salir de ahí dentro. Y pensé que quizá se trata de eso más que de otra cosa. No un intento de expulsar a Helena, sino un intento de expulsarme a mí mismo” (p. 164). / “El propio vacío psicológico es sólo el resultado de la falsa absorción social. El tedio del que los hombres huyen simplemente refleja ese proceso de fuga al que desde hace tiempo están sujetos. Sólo así se mantiene vivo, hinchándose cada vez más, el monstruoso aparato de la distracción sin que haya uno sólo que la encuentre” (T. W. Adorno, Minima moralia). / Por cuanto la novela de Hernández Navarro es un escape sobre un intento de escapada, podríamos considerarla una reflexión metafísica de segundo grado, realizada a través del arte (del arte conceptual y del literario). / El deseo de huida es constante asimismo en Amantes en el tiempo de la infamia (Siruela, 2013), de Diego Doncel, donde una bailarina y un científico alemán que desea dejar atrás el horror nazi, luchan por escapar de quienes les persiguen. No es casual lo que para ella representa su arte: “‘La danza’, había escrito, ‘es el arte de crear huidas, de crear puntos de fuga, de convertirse en otro ser’”. En otro plano, la novela de Doncel es un escape de fórmulas tradicionales de novela, demostrando que se puede contar una historia “de siempre” en un formato nuevo y diferente, hábilmente presentado bajo una apariencia clasicista. / En su fascinante Has de cambiar tu vida (Pre-Textos, 2012), el filósofo Peter Sloterdijk describe la “antropología de la obstinación”, por la cual un ser humano dañado “aparece como el animal que tiene que avanzar porque hay algo que se lo obstaculiza”. La huida como superación de obstáculos, la existencia como mensaje imperial kafkiano a entregar, inexcusablemente. Según Sloterdijk este humanismo fija el “discurso sobre el hombre que se asienta en el siglo XX”, y muy probablemente aún en el XXI. Continuar tu camino puede ser también escapar cuando uno, o varios, intentan que no lo consigas.



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14 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mi amigo Jesús Urzagasti

A Norma Klahn, Guillermo Delgado, Silvia Rivera, Ana Rebeca Prada, Eduardo Mitre 

Casi todos los buenos escritores bolivianos son fatalmente secretos pero el más secreto de todos es Jesús Urzagasti. No digo que fue, aunque haya muerto hace unos días, porque los mejores escritores nacen y viven para siempre en el lenguaje. La lengua española es un buen país para morir, como había previsto Jesús, porque está encendida por las lenguas originarias, y el español de la mezcla es bueno para hablar pero también para callar.

Había nacido en  1941. Trabajó en el diario “Presencia” de 1972 a 1998. Fue jefe de la sección cultural, jefe de redacción y director de Presencia Literaria. En 1969 obtuvo una beca de la Fundación Guggenheim. Es autor de las novelas Tirinea (1967), En el país del silencio (1987), escrita desde tres heterónimos, traducida al inglés y celebrada por Gregory Rabassa como una de las mejores novelas latinoamericanas después del “boom”; De la ventana al parque (reeditada por la UNAM, México) y Los tejedores de la noche. Sus libros de poesía son: Yerubia , La colina que da al mar azul y Frondas nocturnas, con Sulma Montero.

Tenía la intensidad reposada de quien viene de lejos. Había nacido en Campo Pajero, en el Gran Chaco, hijo de agricultores, y era ducho en mitos y agonías de la frontera. Escribía con sobriedad y fluidez, en cláusulas de idas y vueltas, sumando y precisando. Su prosa, como su poesía, es de inmediato reconocible por la autoridad de su dicción, esa objetividad de lo vivo que transcurre con plena suficiencia. Siempre pensé que su escritura era clásica: la forjó una idea de lo imaginario como lo más cierto. Pertenece a la poética de la veracidad, a esa poesía de lo vivo durando en el lenguaje.

La última vez que lo vi fue en el Congreso de la lengua española en Rosario. Me pidieron hacer una sesión sobre la literatura hispánica en contacto con otras lenguas, y pude invitarlo para hablar de su frontera. Fue feliz en esa sesión donde el quechua, el yucateco y el aymara navegaron en español desplegado.

He conservado su ponencia, “El plurilingüismo boliviano y el imaginario multinacional,”  de la que doy unos párrafos. Pocas voces más fraternas:

A guisa de preámbulo, que me valga esta anécdota: hará cosa de treinta años viajé de La Paz al Chaco boliviano acompañado de Marcos, lingüista y sociólogo aficionado a pasar por el cedazo de la ciencia  cualquier suceso, por nimio que fuese. Pues bien, este buen amigo quería conocer a los matacos que, como todas las tribus de mi llanura natal, hablan con fluidez el castellano. Con tal motivo llegamos hasta Crevaux y aparecimos caminando por la orilla del Pilcomayo. De pronto nos topamos con ellos en un recodo. Tras el azoro, evitamos el ridículo de permanecer mucho tiempo con el pico cerrado. 

—Dile al más despabilado de todos que hable en mataco —me dijo   Marcos—. Dile que quiero escuchar su idioma.

Entonces yo le dije al viejo Irineo: —Dice mi amigo Marcos que quiere conocer su idioma, ¿podría hablar en mataco?

Entonces el viejo Irineo me dijo: —Dile a tu amigo Marcos si quiere escuchar el mataco o el idioma invisible del mataco.

Entonces yo le dije a mi amigo Marcos: —Dice el viejo Irineo si quieres escuchar el mataco, o el idioma invisible del mataco.

Entonces mi amigo Marcos, tan mestizo como yo, supo que estábamos entrampados en la lengua profana. Que la zona sagrada del idioma mataco nos estaría vedada mientras oficiáramos de intermediarios entre una realidad desconocida y sus membretes a la moda: identidad, costumbrismo, nacionalismo, socialismo, neoliberalismo, universalismo, etc.

***

En 1888 se publicó en La Paz La lengua de Adán, libro escrito en Río de Janeiro por el filólogo boliviano Emeterio Villamil de Rada con el propósito de sustentar una teoría científica y difundir una buena nueva: el paraíso bíblico fue fundado en Sorata, un valle alto a 200 kilómetros de la hoyada andina; en consecuencia, el idioma edénico, si lo hubo, no es otro que el aymara.

Un siglo después, el Ing. Iván Guzmán de Rojas, autor de Atamiri, afirmó que, en materia de traducción, la lengua aymara es el recipiente mayor: en él cabe cualquier idioma del mundo, por complejo que sea; mientras que ningún idioma del mundo tiene la suficiente amplitud y elasticidad como para acoger al aymara sin traicionarlo.

Villamil de Rada y Guzmán de Rojas parten de premisas parecidas para hablarnos del aymara con propósitos distintos. Sea como fuese, de sus proposiciones se desprende que la lengua andina es la matriz de todas las voces; en consecuencia, en ella encuentran eco invenciones y certezas aparentemente indóciles a cualquier traducción. Cabe añadir que tales propiedades guardan correspondencia con los atributos de la poesía: remitirnos al origen y trasladar las palabras de una órbita conocida a otra insólita.

Si consideramos que el aymara es lo que los otros idiomas nativos son en su espacio concreto: un modo de ver y de sentir, de pensar y de recordar, en suma, de vivir y de morir, apreciaremos mejor el proceso a que fue sometido el castellano: tallar formas acordes con los novedosos contenidos que surgían de un escenario inicialmente ajeno.

Desafío y estímulo que, según algunos, ocasionó estragos y según otros morigeró las prerrogativas de los peninsulares, a la vista de tantos “pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas”, al decir de Hernando de Talavera, obispo de Avila y amigo de Antonio Nebrija.

¿Cómo me las arreglo en un país donde, además del castellano, se habla más de cincuenta idiomas y hay una buena cantidad de iletrados, amén de los analfabetos funcionales, peligrosos por donde se los mire?

Se me dirá que, en cualquier circunstancia, el escritor se las arregla escribiendo. Respuesta irreprochable pero demasiado escueta y quizás ajena al tamaño de las dificultades del hombre que, al asumir su mestizaje, reconoce como suyas vertientes culturales que chocan y ventilan sus diferencias precisamente en los ámbitos del idioma.

Ha dicho Martínez Estrada que el español dejó de ser lo que era en cuanto puso el pie en América. Algo parecido le sucedió al indio. Completando la idea del ensayista argentino, el siquiatra boliviano Julio Alvarado declaró que los españoles desembarcados en estas tierras ganaron mucho, pero el primero en perder los estribos fue aquel que vio orinar detrás de una pirca a una india de pelo largo. Del amor y de su sinónimo, la demencia incurable, salió el hombre que conoce las dos caras del paraíso, o sea el mestizo.

DESDE LA FRONTERA

Vine al mundo en la zona sur de Bolivia, vale decir, en una provincia lindante con el Paraguay y la Argentina. Mi lengua materna, el  castellano, no fue óbice para que voces de diversa índole se cruzaran por mi camino con sus cadencias nómadas, reanimando así el hemisferio en sombra de tobas, chulupis, chorotis, tapietes y algunos más que no se perdieron del todo porque estamparon su silencio en mi memoria.  

En un escenario privado de diccionarios y sin mayor contacto con los libros, el asombro del niño convive con la audacia de los mayores en el ejercicio de nombrar lo visible y lo invisible. Sin este aprendizaje orientarse en la geografía natal es cosa difícil.

En aquellos tiempos, hablar castellano daba un prestigio incierto, porque entre ágrafos se recela por igual del que escribe su nombre y del que no sabe deletrearlo. Dicho de otro modo, neófitos y cristianos compartían la realidad, pero diferían en el modo de usarla; así, aglutinados por una idea pero con palabras entreveradas, decían de una manera y sentían de otra. 

Se sabe que hacer visible la realidad mediante la comparación de cosas disímiles, es prodigio de la metáfora. En el caso del lenguaje popular, hablar en sentido figurado supone conocer la realidad y compartir hechos colectivos; quizás en ese detalle nada trivial estriba su mayor complejidad, al menos con relación al lenguaje culto. Las pruebas de este proceso están al alcance de todos:

—Se habla  tal como se anda o camina.

—Los sinónimos proponen parecidos o similitudes mediante términos que a la larga significan cosas distintas.

—Ni siquiera los muertos, aún menos los vivos, tienen la exclusividad del pasado.

—Estar callado es una anomalía cuando el idioma no restituye al silencio su remota jerarquía. 

EN LA HOYADA ANDINA

Según los cronistas, la ciudad de La Paz fue fundada en Laja; sin embargo, el 20 de octubre de 1548 se asentó definitivamente en una hoyada que hoy, con más de un millón de habitantes, oficia de sede del Gobierno de Bolivia.

Para descender hacia La Paz, el viajero deberá atravesar primero otra gran ciudad, El Alto, que es una prolongación humana y física del Altiplano, lo que en buenas cuentas significa que está habitada por campesinos aymaras que desde allí observan el silencioso diálogo de la cultura nativa con los sonidos que trae el mundo occidental.

Si el visitante es madrugador y habla español, escuchará en las primeras horas de la mañana programas radiales en idioma aymara, con lo cual quedará en ayunas. Sabrá, finalmente, que Chuquiago Marka es el nombre secreto de la urbe andina.

La ciudad de La Paz es aindiada, de una belleza difícil de descifrar. La circundan grandiosas montañas que tienen en el Illimani su punta de lanza nevada. El silencio pesa mucho en esta tierra. Tanto que de allí no salen palabras estériles sino las que llevan el aliento de un mundo trágico, luminoso y también exultante, que apenas cabe en los tiempos que corren. Por ellas sabemos que la piedra, como los hombres que la trabajan, es una escritura cifrada. Lo es también la coca, que alborota el presente y llega, como el futuro, con los pasos inaudibles de la vicuña.

Aruskipasipsañanakasakipunirakispawa es la palabra central del idioma aymara. Y es quizás la más larga de todas las que componen las diversas lenguas de los hombres. Quiere decir: "Estamos obligados a comunicarnos". A 3.600 metros de altura, ese reclamo luminoso viene de las comunidades andinas y cruza como una advertencia las calles de La Paz, ciudad donde la vida y la muerte caminan sin estorbarse.

La cara bienhechora de la ciudad de La Paz tiene que ver con la poesía, no con la que proclama bellezas profanas para uso inmediato, sino con la otra, la que emerge de la oscuridad e interviene en el enjambre cotidiano, remozándolo con su esplendor.

Es difícil pasar de largo ante esa poesía que pretende ser una memorable continuidad de la vida: un aparapita —o sea, un cargador— comiendo de espaldas a la calle y contra la pared; un callawaya —o sea, un médico andino— recorriendo la ciudad como quien vigila el cumplimiento del sueño premonitorio de sus antepasados; la khoa con su aroma a menta en los extramuros, bordeando siempre los cementerios campesinos; el viento y las piedras en los cañones de las montañas que rodean a la ciudad; el abstemio que se hace matar durante las dictaduras y resucita, completamente borracho, en una cantina; el recién llegado, que no sabe nada de sí mismo cuando mira llover; el saludable difunto que evita el desmoronamiento de la ciudad; el loco que decidió velar el sueño de los muertos; la multitud perdiéndose en el espejo de la noche.

Pero hay otra cara, más bien fatídica, que tiene que ver con la política, con el arte otrora imposible de encumbrarse mediante el dolo. No es casual que la mayoría de los políticos, antes de mandar o después de la estrepitosa caída, recuerden una novela escrita a medias, un volumen de poemas, o cualquier otro testimonio de sus eventuales tratos con las estratagemas de la ficción. 

En este escenario es frecuente terminar cualquier frase con el  adverbio negativo no. Como buen paceño, Fernando le dirá a Joaquín: Iremos a Miraflores, no, giro que contrasta con el habla de la región oriental del país, donde se dirá: Roger, Percy y Ninfa se bañarán en el Piraí, sí.  También se suele apelar al verbo agarrar, sin razón notoria, secuela quizás de un íntimo e indemostrable desasimiento: Timoteo agarró y se fue. En la mera realidad, el aludido se marchó sin agarrar nada. Ni qué decir de la continua intromisión del aymara en la sintaxis castellana. Ejemplos: “De la Asunta su marido,”  “A Roboré presidente Faustino Gironda ayer llegó, “ etc. Y otros “deslices” que sacan de quicio a los puristas: Se está nomás, ¿no tiene perejil?, al Justino lo han blanqueado, habrá agua potable hasta enero.

Entiendo que, en lugar de concertar un sirwiñacu (tradicional matrimonio a prueba en las comunidades andinas), el castellano y el aymara se unieron a la fuerza, sabiendo que el suyo sería un casamiento mal avenido. Producto de ello es la inseguridad del hispanohablante frente a su propio idioma, en contraste con la fluidez del que se expresa en lenguas nativa.

***

Si me permiten hablar, de Domitila Chungara, es el único libro boliviano que mereció elogios del Nobel de Literatura Heinrich Böll. Literariamente no lo invalida su carácter testimonial, tampoco queda menoscabado por su intención social y política. Por el contrario, es su precisa  horma narrativa —amén de sus sorprendentes registros idiomáticos— la que descalifica formas sumisas y subalternas.

Hay otros libros por el estilo, igualmente valiosos. Si se los despoja de su pátina antropológica, tendremos en ciernes una variedad de formas narrativas, acordes con las regiones del país y con un desborde imaginativo frente al cual empalidecen los artificiosos afanes de buscar temas para novelar. Semejante proceso ocurre en el campo y en la periferia urbana: allí el cuentero simplemente narra sirviéndose de idiomas entrecruzados y renovados por voces y ritmos que semejan danzas y celebraciones rituales. Castellano, aymara, quechua y guaraní entretejidos con fibras de climas distintos lucen flancos vulnerables al intercambio amoroso.

promisorio contrapunto empezó con la toponimia. Al lado de los nombres de santos españoles están los que son puro misterio: Sereré, Llojeta, Charazani, Yacuiba, Punata, etc. Ahora cambiaron los protagonistas, pero no el papel que representan: por un lado, los seguidores del modelo metropolitano; por el otro, el producto neto de la imaginación periférica.

***

Superada la tramposa manía de tocar la realidad con el guante del costumbrismo, se ha hecho de la identidad una cuestión de estado, o poco menos; así, el mestizo, que cree ser blanco y a ratos no sabe qué es, prefiere contraer una módica neurosis en la búsqueda de un sentido para los otros, de una definición sin tiros.

Debe ser el boliviano el único individuo que quiere ser universal. Por ese retén pasa todo: desde la producción literaria hasta la venta de los recursos naturales. Si en la metrópoli se dice que una obra es buena, aquí se la saluda como cosa extraordinaria, y los primeros en exaltarla son los ukurrunas, voz quechua con que se define a los notables de tierra adentro.

¿Cómo se explica esta actitud? Dado su escaso número, los lectores del país no pueden avalar por su cuenta las bondades de un libro —como dice Piglia que sucede en la Argentina—, y tampoco abundan los catadores de obras de arte capaces de apostar por iniciativas estéticas ajenas a las imposiciones del mercado.

***

Canoa es la primera voz americana incluida en el Diccionario de Nebrija. Ni pensar en la última. Sería la señal del fin. El idioma llevado al límite, tal como sucede en nuestro país, abona el terreno para la gran poesía. Si damos por sentado que el castellano transitó por esas tierras baldías, es natural que resuene en su interioridad la música de la infancia y que en esa lejanía haya atisbos de una arquitectura verbal persuasiva. Es que lo que cabe imaginar, en lugar de amilanarse frente a otras maneras de ver y de tocar, de nombrar y de recordar casi orillando la religiosa sensualidad del llanto.  

Sabemos que no alcanza la vida para meter en la memoria todas las palabras del idioma castellano. Sin embargo, están ahí, al alcance de la mano o de la voz, con la levedad del amoroso talismán, expuestas también a la arbitrariedad. A pesar de las restricciones impuestas por el tiempo, tengo para mí que con una sola voz —quizás glauco, tal vez zarco— podría presentir a las demás, incluidas las que desaparecieron sin ser usadas. Convencido como estoy de lo que digo, las dificultades idiomáticas siempre me parecieron indicios indubitables del gran estilo cernido por el silencio.

El castellano, como todo idioma que se precie de estar vivo, no sirve para estar enojado todo el tiempo sino para bromear de rato en rato o de vez en cuando.

 

 

           



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14 de mayo de 2013
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Ver al otro: Tommy Lapid y la anciana en la casa derrumbada

 

Hace años que esta historia me ronda. Es la historia de una mirada. La mirada de un extraño y apasionante político israelí que se atrevió a ver al otro – una anciana palestina - como una imagen en el espejo. A cuatro años de su muerte, quiero homenajear con este relato a Tommy Lapin, judío ateo, deslenguado, ácido y valiente, tan imperfecto como querible. Y que muchos se atrevan a mirar como él.

*          *          *

Se llamaba Tommy Lapid. Nació en 1931 en la antigua Yugoslavia, con un nombre mucho más complicado. Eran judíos. Cuando tenía 12 años vino la Gestapo a buscar a su padre. Muchos años después, recordó el abrazo y las palabras del padre: “Tal vez nos volveremos a ver, tal vez no”. Los dos sabían que era la última vez. El padre y la mayoría de los familiares de Tommy Lapid murieron en campos de concentración.

La abuela fue a Auschwitz. Lapid la recordaba siempre buscando sus medicinas, por toda la casa.

Tommy fue rescatado del gueto de Budapest por las tropas soviéticas. Llegó a Israel a los 17 y sin salir del muelle se alistó para pelear por una tierra y un futuro para los judíos.

Fue periodista y polemista, partidario de un Israel laico, con menos poder para los extremistas religiosos. Fundó un partido entre izquierdista y liberal. Y fue un encendido defensor del derecho a existir del Estado de Israel y de la preservación de la memoria del holocausto. Hasta su muerte fue presidente de la Autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto.

En el Kneset defendió el matrimonio laico,  el servicio militar también para los ortodoxos, limitar el dinero para organizaciones ultrarreligiosas. Y demoler las colonias en terrenos palestinos. Y la paz con los palestinos.

La política crea extrañas parejas: a comienzos de siglo, para que Ariel Sharon no tuviera que pactar con los ultraortodoxos, el partido de Tommy Lapid se alió con él. Lapid fue nombrado ministro de justicia.

Lapid era visto como una espina en el país que mezclaba nación y religión. Era un judío ateo. Pero su poder y su presencia en el Parlamento, su familia exitosa – su esposa era una importante novelista, su hijo mayor, presentador de la televisión pública – mostraban un rasgo importante de la democracia: la posibilidad de disentir y oponerse, el debate encendido pero limitado a las palabras.

*          *          *

En 2004 Tommy Lapid estaba viendo la televisión y le ocurrió una revelación. Vio unas imágenes de una demolición de casas de palestinos por el ejército israelí. Recuerden que en ese momento él era Ministro de Justicia.

Y Tommy vio en la televisión a una anciana palestina buscando sus medicinas entre las ruinas de su casa. Y se le vino a la mente la escena de su abuela buscando sus medicinas desesperadamente.

La abuela palestina le recordó a su abuela judía muerta en Auschwitz, le dijo Tommy Lapid a un periodista de la BBC.

Ese comentario terminó con la carrera política de Tommy Lapid. Su partido lo desautorizó. Sharon le exigió que se retractara. Lapid dijo que de ninguna manera estaba comparando la Shoah con la situación de los palestinos. Pero el daño estaba hecho. Su sacrilegio corrió como reguero de pólvora.  

La política de mano dura de Israel incluía demoler las casas de familias donde tuvieran información de que un miembro se unió a Hamás o hubiera participado en un atentado. En las casas palestinas suelen vivir, hacinados, la familia extendida del ‘terrorista’ y otras familias. En el momento en que un israelí – y mucho más un dirigente, un ministro – se atreve a ver el sufrimiento de los palestinos todo el andamiaje de la autopercepción de los judíos de Israel corre el riesgo de venirse abajo. No entender, no justificar, no comparar. Ver.

Ver al otro como alguien como uno, pero del otro lado.

*          *          *

En 2008, cuando murió Tommy Lapid, los líderes ultraortodoxos sorprendentemente le dedicaron elogios fúnebres. Fue un contendiente formidable, leal y honesto, dijeron. Lo que te tenía que decir, te lo decía a la cara. Qué suerte que ya no esté, pero le echaremos de menos, dijeron.

Para su funeral, él mismo eligió un verso de Dylan Thomas, leído por su hijo, el periodista: ‘No vayas gentilmente hacia la dulce noche: enfurécete, enfurécete contra la muerte de la luz’. 

Para mí el eje de su larga vida y su implacable inteligencia y sentido de la decencia y la justicia está en ese momento en que prendió la televisión y se atrevió a ver a la anciana palestina y pensar en su abuela muerta en el Holocausto. 

En ese momento, a mitad de camino entre las imágenes y sonidos del televisor y los ojos y oídos del Ministro de Justicia Tommy Lapid, se produjo un descubrimiento, una visión, una epifanía. Aunque es una palabra extraña para aplicar a un ateo deslenguado como Tommy Lapid, creo que eso es lo que pasó. Una epifanía.

Su profunda humanidad y su insobornable coherencia no le dejaron otra salida: No mires al costado, Tommy. Esa vieja es como tu abuela, en el pueblo, allá en Serbia, cuando llegaban los nazis y las malditas pastillas no aparecían. Esa vieja palestina es tu abuela. Es de los tuyos, Tommy.

¿Ahora qué vas a hacer?

 

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13 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Segundas oportunidades: La fantasía científica de Eduardo L. Holmberg

Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937) pertenecía a la minoría ilustrada, liberal y progresista, que se arrogó la tarea de modernizar las estructuras de la nación argentina en las últimas décadas del siglo XIX. Como buen miembro de la llamada generación del 80, era positivista. Influido por Darwin, como naturalista hizo cosas importantes como explorar todos los paisajes bioclimáticos de los que constaba la Argentina; esa vocación científica no lo llevó a oponerse al arte, pues entre sus múltiples intereses se encontraba la escritura. Olvidado durante mucho tiempo, hace unos treinta años comenzó su rescate. Hoy es cada vez más mencionado, aunque sólo sea para reconocer su trabajo como precursor de la literatura de género -la fantástica, la detectivesca- en un momento en que en el continente no se había tomado conciencia de estos géneros. Pero Holmberg es más que eso.

Holmberg escribió una de las primeras novelas policiales en español (La bolsa de huesos, 1896) y una de las primeras de ciencia ficción (Viaje maravilloso del señor Nic-Nac, 1875). Las dos novelas se caracterizan más por sus buenas intenciones que por ser libros redondos merecedores del elogio; el texto por el que Holmberg verdaderamente quedará es "Horacio Kalibang o los autómatas" (1879), un cuento de "fantasía científica" sobre el autómata, esa figura mecánica que se anticipó al robot y que fascinaba por su parecido con el ser humano. Es el viejo tópico literario del doble, actualizado para una época dominada por la tecnología. Holmberg encuentra inquietante el parecido, pues el simulacro puede falsificar al hombre y reemplazarlo ("si son ellos los autómatas o si lo somos nosotros, no lo sé"). De hecho, eso es lo que ocurre en el cuento, lo cual provoca una reconceptualización ontológica de lo que se entiende por el hombre: "¿Qué es el cerebro, sino una máquina, cuyos exquisitos resortes se mueven en virtud de impulsos mil y mil veces transformados? ¿Qué es el alma sino el conjunto de esas funciones mecánicas?" (Bioy Casares hará preguntas similares en La invención de Morel)

     La editorial Simurg ha publicado de Holmberg Figuras de cera y otros textos (2000) y El tipo más original y otras páginas (2001). "Horacio Kalibang" se puede encontrar en la red (http://axxon.com.ar/rev/162/c-162cuento14.htm).

 

(El País, 11 de mayo 2013)

 



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13 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un zombie en bicicleta

Hay que pedalear. Pedalear siempre. Pedalear con desespero. Pedalear más allá de las propias fuerzas. Sobre todo en la cuesta, sobre todo si todo es una buena cuesta. Pedalear alocadamente, incluso sin sentido. O con todo el sentido: el de saber que en cuanto se deje de pedalear la bicicleta se cae. Y se cae también el ciclista, se rompe el brazo o la crisma, y con él todo el equipo.

Esta ha sido una buena semana para el ciclista. Todo le ha ido de cara y ha podido mantener el equilibrio sobre la bicicleta sin poner los pies en el suelo, sin caerse en la cuneta, a pesar de la bronca que le organizan sus adversarios. O quizás gracias a la bronca que le engrandece y convoca a sus seguidores para que se arracimen y le animen desde las cunetas.

La velocidad es escasa, ciertamente, y a veces parece incomprensible que la bicicleta no vuelque, prácticamente clavada e inmóvil. No hay problema para el equilibrista, que pronto recupera el movimiento, y todo eso a pesar del vértigo intenso que llega ante las curvas, las pendientes, los baches, los pedruscos en mitad de la pista o los agujeros terribles en el asfalto, que hacen temer por codos y sus rodillas. Nada, todo superado ante el público entusiasta, con una enorme sensación de éxito y de alivio, aunque la cantimplora esté vacía, los pulmones sin aire y los resultados sean nulos. No pasa nada. Llegaremos. Sí se puede. Todo es posible. Con ilusión.

En realidad, son los obstáculos los que le despiertan y dan vida, al ciclista y todavía más a sus ruidosos seguidores. El ciclista está agotado, sin rumbo ni fuerzas. La pájara, dicen los más piadosos. O peor. Un zombie en bicicleta. Las elecciones del 25N dieron lo que dieron: por más que se disfrace, la conducción del pelotón ya no está en sus manos. Lo único que de él depende, gregario vestido de amarillo, son sus pies: a pedalear. Y el ruido inmenso de la caravana, claro, este fragor que ocupa el escenario entero y no deja oír otra música, otra conversación, gracias al entusiasmo organizativo de la multitud de familiares y amigos.

El había imaginado una pista suave y limpia en la que iba a escaparse en solitario, para entrar en la meta en una nube de gloria y heroísmo. Ahora anda en ese confuso pelotón que todavía le reconoce como líder, aunque sean otros los que le abren el paso. Su ambición se desvaneció con los resultados que arrojaron las urnas. Se ha encontrado con una pronunciada cuesta, que digo una cuesta, con el mismo Tourmalet, y no le asisten las fuerzas, ni las propias ni las ajenas. Y lo peor es el empujón que cabe esperar en cualquier momento con el propósito de lanzarlo de una vez sobre el asfalto.

De ahí su concentración en esos desesperados ejercicios de pedal, con un único objetivo de seguir en la carrera. Sabe que su esfuerzo no conduce a ninguna parte, pero mientras se aguante vivo encima del sillín seguirá vivo políticamente. Así es como el ciclista irá inventando rutas y etapas, metas e hitos, pactos y declaraciones, organismos e instituciones que den sentido a su pedalear frenético. A la espera de que le asista y le salve un cambio atmosférico, una divina sorpresa, un súbito desfallecimiento del adversario, o incluso las elecciones generales de 2015 sin ningún partido con mayoría de gobierno, de manera que su equipo regrese finalmente a donde solía, y de donde nunca debió partir.

En el equilibrismo del zombie es fundamental la fecha de 2014, exhibición de poderío nacionalista y de hegemonía cultural, momento simbólico de la ruptura imaginada con España, e incluso ensueño de secesión que celebra la malhadada sucesión y el final de la guerra entre potencias europeas de hace nada menos que tres siglos. ¡Santa memoria! Mientras los niños se entretengan en festejos no hará falta que los adultos lleguen a mayores. La independencia también es un estado de la mente, y un estado bien propio aunque no alcance la categoría de lo real. Un año más ganado. La solución en 2015, con las elecciones generales. Y la consulta, en 2016, perfectamente legal, solo si el apoyo nacionalista tiene valor de cambio para la nueva investidura. Pedaleando hasta entonces. ¡Cuidado! Y sin caerse.



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13 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El choque

Si no hay testigos, si no hay atestado policial, si nadie puede aportar una prueba ¿cómo deshacer la mentira de la otra parte que en el accidente nos  atribuye la responsabilidad? La compañía no admite más partes de mi parte y la otra parte tiene el seguro a todo riesgo sin ninguna penalidad. ¿Tampoco será posible un arreglo para que nadie salga perjudicado? Tampoco. Al parecer la otra parte desea hacernos daño, quedar excluida de cualquier responsabilidad y, de otra parte, apartarse como el demonio de la verdad. Esta grey de seres humanos que pululan por todas las poblaciones se engolosinan con la estafa y el perjuicio  a los demás. De este modo parece que se creen la parte más sabia cuando no son sino la parte maldita de la colectividad. Por sus acciones se desacredita  la dignidad de este mundo pero, a la vez, todos nos sentimos reos de sus maniobras que, como en este caso, no sino atentados de todo tipo contra la vida y la integridad de los demás. Vuela la otra parte como un pájaro negro. ¿La compañía de seguros? Con demasiada frecuencia se pone del lado de estos muchuelos para ahorrarse la responsabilidad de atender  la parte que no hace sino pagarles primas a lo largo de  décadas y todavía confiando en que crean sin partidismo, a través de los significativos esbozos del siniestro, la verdad de la colisión, el carácter honrado y real de nuestro parte. La canción de todos los malos días.



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13 de mayo de 2013
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