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Genovés

Hubo un tiempo en que todos teníamos un ‘genovés' en casa. No se trataba de un cuadro suyo, pues el artista valenciano se hizo caro muy pronto, a fines de los años 1960, sobre todo cuando pasó a representarle y exponerle una de las más grandes galerías internacionales, la Marlborough, con la que sigue asociado. Lo que los ‘progres' de la última década franquista teníamos eran ‘posters' de Genovés, y pegatinas; yo llevaba dos en mi carpeta de apuntes de historia de la filosofía, a modo de emblema ideológico más que de adorno. De su pintura de aquella época quizá la obra más significativa fuese ‘El abrazo', que adquirió el valor de un símbolo trascendiendo el territorio del arte; ese llamativo grupo de ciudadanos vistos de espalda en una actitud de compartir, de eludir quizá un peligro inminente y de autoprotegerse, fue adaptado (muy torpemente, hay que decirlo con pena) en la escultura conmemorativa de los asesinatos de Atocha de enero de 1977, situada en la madrileña plaza de Antón Martín, cerca del lugar donde la extrema derecha irrumpió criminalmente en el bufete de abogados laboralistas. Genovés, desde sus inicios artista comprometido contra la dictadura y a veces represaliado por ella, ha sido siempre, sin embargo, mucho más que un militante que pinta.
La extraordinaria calidad de su pintura, y su plena forma, a los 83 años de edad, en la reinvención de un idioma personal, se comprobaba en la última exposición de su trabajo reciente, que estuvo hasta marzo de 2013 en la galería Marlborough de Madrid, y aún gana en amplitud y relevancia en la que ahora se puede ver (hasta el 30 de junio) en el Centre del Carmen de Valencia, que ha editado además un excelente y completo catálogo. En ‘Crowds' (‘Multitudes'), que así se titula esta retrospectiva en dos tiempos (se muestran importantes obras de los años 60 y 70 que el artista conservaba en su estudio, al lado de una amplísima muestra de las actuales), reconocemos al pintor que nos acompañó e inspiró en las reivindicaciones de la libertad, pero recuperamos también al artista ocurrente, fiel a un mundo propio que sigue enriqueciendo con la intensidad cromática de su paleta y la exploración de nuevos y sorprendentes puntos de vista narrativos, más cercanos que nunca al cine.
De los individuos que corren y huyen, que sufren apaleo y tortura, de las estampidas humanas ante una agresión que no se ve en los cuadros de sus primeras décadas, tan memorables, el Genovés de hoy pone de manifiesto algo que no conviene olvidar, como señala en su texto del catálogo Martin Coomer: la raíz ‘pop art' del pintor, un pop que en la negra España de Franco tendía a los monocromos y con el tiempo, sin perder el filo agudo, ha incorporado el color y la materia.
Genovés hizo de la multitud un ‘leit motiv' distintivo, aunque en los grandes lienzos de los años 2010-2013 que componían el conjunto de la Marlborough y ahora la segunda parte de ‘Crowds' el signo ha variado. En las vibrantes aglomeraciones de pequeñas figuras salpicadas de manchas, numeradas, cuadriculadas, realzadas por el pegote del acrílico, la resonancia es mayor. Las multitudes de Genovés siguen estando en soledad o agrupadas para unir su temor, pero ya no son los españoles víctimas de la dictadura. Escapan de una amenaza menos cruenta y a la vez letal, la que se cierne en forma de manipulación y abuso de poder sobre toda la condición humana.

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29 de mayo de 2013
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I. La China se avecina

Hay una inolvidable película italiana de Marco Bellocchio estrenada en 1967, La China se avecina. Entre los intríngulis de la comedia, está de por medio el miedo cerval a la China comunista que se hace dueña del planeta, con sus legiones de uniformados de gris, a lo Mao Tse Dong. La predicción de este film de hace casi medio siglo no ha sido vana, pues los chinos, ricos y poderosos, están hoy por todas partes, salvo que en lugar de los uniformes de basta tela, llevan trajes de ejecutivos Armani y relojes con diamantes. Otra manera de conquistar al mundo.
Tanto en África como en América Latina, China se guía por un apetito voraz de materias primas, minerales, petróleo, y alimentos, sin consideraciones al medio ambiente; y si sumamos la invasiva presencia de sus infinitas mercancías, desde juguetes a maquinaria, tenemos a la vista los dos factores tradicionales en que se basó la expansión de las economías metropolitanas en el siglo diecinueve. Pese a que la globalización representa el imperio de las comunicaciones instantáneas y las transacciones financieras virtuales, el comercio de bienes no ha disminuido y, por el contrario ha aumentado, y es la base de la relación entre América Latina y China.
La China lejana se avecina. Por la apertura de relaciones diplomáticas con Costa Rica, su regalo de bodas fue un flamante estadio de futbol levantado en pocos meses por legiones de obreros chinos. Y el presidente Daniel Ortega ha anunciado, otra vez, el canal interoceánico a través del territorio de Nicaragua, que será construido, según sus palabras, con capital chino y diseñado por los chinos, algo que no parece inquietar a Estados Unidos, como en el pasado, cuando la doctrina Monroe impedía la intromisión de cualquier potencia extra continental en asuntos que se consideraban estratégicos.

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29 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En la Barrera

Acompañar por tierra a la Gran Barrera de Coral que sube a lo largo de 2.600 km por la costa este de Australia resulta relativamente sencillo porque hay una línea férrea y una autopista que discurren paralelas al mar. Gabi Martínez, que en esto es un viajero a la antigua, ha recorrido tan extraordinario escenario desdeñando tanto el vehículo propio como el tren porque ambos, cada cual a su manera, imponen un cierto aislamiento con el paisaje y sus gentes. En cambio ha optado por esos autobuses con una carga tan variopinta como su pasaje y que se detienen donde les parece para que bajen unas personas y aguardan lo que convenga hasta que el vehículo se llene de nuevo, dando ocasión a trabar conocimiento con el personal.
Pero si, como digo, recorrer físicamente esa distancia es relativamente sencillo, contarlo ya es otra cosa. En principio, que Australia se incorporase al concierto de las naciones en el siglo XIX debiera haberle permitido ahorrarse todos los errores cometidos por las viejas naciones y aplicar los mejores conocimientos desde la prehistoria. Pero no sólo no ha sido así sino que ese gigantesco país vino al mundo cuando todavía se pensaba que la ciencia podía solucionarlo todo. Y los desastres cometidos desde entonces en nombre del progreso que los remedios supuestamente científicos aportarían para solucionar un desastre superan de largo al mal que pretendían erradicar. De todos son conocidas la hecatombe provocada por la introducción incontrolada del conejo, los problemas de la superpoblación de canguros (se calcula que hay tres animales por cada habitante con concentraciones de hasta 500 ejemplares por km2), el espectáculo de hordas de camellos asilvestrados y que deben ser muertos a tiros desde helicópteros para que no se lo coman todo, la peligrosa proliferación de los dingos y, últimamente, la plaga del sapo Bufo Marinus traído de América del Sur para acabar con unos escarabajos que se comían la caña de azúcar y que no sólo no ha cumplido su objetivo (al escarabajo le basta subirse un palmo más en la caña para quedar a salvo de su predador ) sino que ha mutado en un voraz devorador de la pequeña fauna autóctona y que se ha extendido hasta colonizar una superficie de un millón de km2. Ello por no hablar de los problemas que han creado la sobre explotación agrícola y ganadera, la consiguiente sequía y la industria extractiva. Y si eso pasa en tierra, el panorama en el mar, y más concretamente en la Gran Barrera, no es más risueño. El coral es un pólipo que se asocia para formar colonias superpuestas que pueden alcanzar extensiones inverosímiles, de hasta 2.600 km en este caso. Aparte de la polución y la sobreexplotación comercial, el gran enemigo es el calor, y todo hace pensar que ese calentamiento global en el que todavía hay muchos que no creen, puede significar el fin del delicadísimo hábitat que precisa el coral para subsistir.
Ante el peligro evidente de que el relato de su viaje se convirtiese un lamento jeremíaco y precursor de todos los horrores que precederán al fin del mundo, Gabi Marínez ha tomado la sabía decisión de traspasar ese amargo cáliz a los especialistas y reservarse para sí el relato del viaje. El resultado visual es que en lugar de un texto corrido en el que el autor va intercalando los sucesos propios de todo viaje con las malas noticias que afectan a cada zona, el libro se compone de muchos micro relatos alternados con citas autorizadas de biólogos, geólogos, zoólogos, sociólogos, geógrafos, exploradores, submarinistas, escritores y, por descontado, los naturales que el autor va encontrando por el camino. Cada uno, desde el naturalista Charles Darwin al arqueólogo Jordi Serrallonga, en intervenciones no superiores a las quince o veinte líneas van perfilando desde sus respectivos conocimientos las múltiples facetas que componen un paisaje, de tal forma que al ser leídas sus aportaciones de corrido se crea un discurso objetivo y en absoluto catastrofista, lastimero y fatalista. Hay de todo eso, como es lógico porque los problemas están ahí y ni siquiera está en manos de los locales resolverlos, como por ejemplo el tan denostado calentamiento global. Pero, como queda dicho, gracias a esa técnica el autor se limita a cumplir el viejo papel del viajero que va, mira y vuelve para contarlo. Del trabajo sucio se encargan los otros.
Los mejores momentos son los que el texto se ocupa de los aspectos menos materiales del universo que se describe, por ejemplo cuando se deja hablar a los aborígenes que, curiosamente, lo hacen por boca del gran Bruce Chatwin y su inevitable Los trazos de la canción. El relato mítico que surge de esos míseros desheredados devastados por la cerveza Foster´s (que por cierto es una versión de nuestra San Miguel) es una imagen viva del destino trágico sufrido por los pueblos que han entrado en contacto con una civilización no necesariamente superior pero sí más fuerte y predadora que la suya.

En la Barrera
Gabi Matínez
Altaïr



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29 de mayo de 2013
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Un día brillante

Diversas teorías coinciden en que una de las cualidades más edificativas del ser humano es la empatía. A pesar de que hace veinte años apenas empleáramos esa palabra, hoy sabemos que resulta condición indispensable para domar la violencia o hacer mejores negocios. Pero, sobre todo, para aminorar la fricción humana y en su lugar tender redes. Según la máxima platónica: “Los sabios hablan porque tienen algo que decir, los tontos porque tienen que decir algo”, asunto al que la experta en comunicación Debra Fine replicó con un exhaustivo ensayo sobre la charla de ascensor, smart talk cuya tradición es tan antigua como la necesidad del ser humano de romper la hostilidad del silencio. En pleno proceso de fragmentación social a causa de la crisis, la comunidad ha convenido que una expresión popular, propia de la conversación fugaz entre quienes desean otorgarse un lugar en el mundo, con la que está cayendo, se convierta en muletilla cansina pero a la vez reconfortante por la complicidad que emana al pronunciarla. Y acaso porque resulta una forma de advertir implícitamente la intemperie y a la vez buscar la proximidad de los otros. El tiempo es un manantial de metáforas. Los símiles meteorológicos se utilizan tanto para narrar el momento político y económico como el contexto que provocan los diferentes estados de ánimo: un huracán, un tornado, un momento tormentoso. Las fuerzas dominantes cuya resaca abandona “la cáscara vacía de un hombre”, que decía Conrad. O la reflexión de Heidegger: no sólo hemos sido arrojados a un mundo, sino arrojados a un mundo que compartimos con los demás. El “ser con”. Por ello envestimos el instinto de socializar a fin de que las grietas existenciales hallen en las cuatro palabras cruzadas un remedio paliativo, leve pero voluntarioso. Las teorías acerca de la charla intrascendente que leo en The point rubrican que hablar del tiempo es pura grasa lingüística, pero que a la vez resulta mucho menos banal de lo que pensamos. Cuando nos preguntan si llueve o hace frío allí donde viajamos, también nos expresan una señal de querer saber qué siente el otro detrás de la lluvia fina o el sol radiante. Virginia Woolf aseguraba que no hay mayor democratizador que las condiciones meteorológicas. Hablar del tiempo cuando en realidad se querría hacer de un sentimiento resume en parte la impotencia de sentirse a merced de una corriente imparable. Pero los segundos que se encapsulan en la expresión hace un día brillante también son capaces de capturar su luminosa fugacidad, como si con el mero hecho de pronunciarlo adquiriéramos conciencia de que, a pesar de todo, hace un día brillante. (La Vanguardia)

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29 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Montegrande de Gabriela Mistral

 

En Montegrande están orgullosos de vivir en el pueblo donde nació Gabriela Mistral. Una imponente estatua de la poeta, junto a dos pequeños alumnos, da la bienvenida al lugar.

Ha pasado un tiempo del 50 aniversario de su muerte, pero la vendedora de bebidas heladas de la plaza sigue emocionada recordando los homenajes, las visitas ilustres, los discursos, los arreglos florales al mausoleo, los autos importantes que llegaron aquel día, y las placas recordatorias nuevas que se sumaron.

El significativo aniversario del fallecimiento de la primera Premio Nobel de Literatura de Chile, y de Latinoamérica, fue noticia nacional. Pero claro, como lo dice su definición, la noticia fue breve. Y se olvidó tan rápido como el periódico de ayer. Como si en Chile todos supieran de antemano que el único legado definitivo de la Mistral terminará siendo uno mucho más silvestre: ser la cara del billete de 5 mil pesos.

Quizás por eso en Montegrande esté el único cajero automático de varios pueblos a la redonda. O que su mausoleo se ve totalmente ahorcado entre viñedos que prometen muchos ingresos a sus dueños y las grandes pisqueras. Y que su museo, donde el único fin parece ser demostrar que Lucila nació aquí y no en Vicuña, no sea otra cosa que un pobrísimo rejunte de trastos viejos y documentos mal fotocopiados que apenas se leen.

Cuando uno visita el pueblo de algún escritor o poeta admirado, un plan es sentarse en la plaza central a leer algo de dicho autor y tratar de entenderlo un poco más. Con Jorge Teillier, leyéndolo en la actual plaza Jorge Teillier de Lautaro, me dio resultado.

En este caso, seguramente la imprudencia fue mía al llegar a Montegrande sin ningún libro de Gabriela Mistral bajo el brazo. Viajera incansable en tiempos en que pocos viajaban, el programa de releer a nuestra premio Nobel en su pueblo natal - del que tanto escribió y a cuyos niños les legó parte de su derechos- se fue apagando rápido. En todo Montegrande no está a la venta ningún trabajo de Gabriela Mistral. Y no sólo eso, en la casa-museo no hay libro alguno de la poeta: ni expuesto ni para que el visitante lo lea. Los artesanos, que venden de todo, prefieren - con buen ojo comercial- ofrecer piedras o aceites o sacacorchos, antes que poemas. En todo Montegrande no existe una sola biblioteca pública, y para intentar algo sólo queda ir hasta Paihuano en horario de oficina.

En resumen: pese al mausoleo, aquí en Montegrande no está Gabriela Mistral.

A más de 50 años de su muerte, Lucila Godoy Alcayaga sigue siendo un misterio que Chile no logra - ni intenta- resolver. No es casual que en el extranjero la reconocieran mucho más - y antes- que en casa. El solo hecho de imaginar que una mujer nacida en este escondido pueblo a fines del siglo 19 llegara a donde llegó, es algo que parece imposible incluso para los niños que nacen hoy en Montegrande.

Y eso, ella no sólo lo sabía: también lo recitaba.

 

 

@menesesportatil 

 



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28 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Francisco Tario, fantasma

Durante mucho tiempo el nombre del mexicano Francisco Tario (1911-1977) circuló en el boca a boca y en alguna que otra antología despistada que no sabía de la conspiración para convertir a este escritor en un fantasma (acaso un homenaje a sus obsesiones). Sólo en los últimos años ha habido un esfuerzo editorial para que sus textos circulen como se merecen. El Fondo de Cultura Económica publicó el 2011 Aquí abajo (1943), su única novela, y el año pasado Atalanta armó La noche, que incluye el libro original del mismo título y siete relatos de Una violeta de más (1968). Tario escribió libros extraños, algunos de corte realista como Aquí abajo, pero su importancia se debe a La noche y Una violeta de más. Fogwill decía que pocos escritores se podían preciar de tener siete cuentos de antología; a juzgar por este libro, Tario es uno de ellos: "La noche de Margaret Rose", "El mico", "Un huerto frente al mar", "El balcón", "La banca vacía", "Entre tus dedos helados", "La noche del féretro". Tario ha escrito algunos de los mejores cuentos de fantasmas en cualquier idioma.

En el mundo de Tario ser fantasma significa sobre todo cambiar de perspectiva. Los vivos y los muertos conviven, aunque con frecuencia los muertos no saben que están muertos y los vivos, bueno, tampoco saben que están muertos; el juego es más complejo de lo que parece, porque puede ser, por ejemplo, que el relato sea narrado por un hombre que aparentemente está vivo y cuenta su encuentro con un fantasma, para que luego, en la frase final, descubramos que el narrador también está muerto. En ese cambio de perspectiva, lo que se desprende de la vida de los fantasmas es una soledad infinita, que a ratos recuerda la tradición narrativa de "último hombre en la tierra": "Se habían quedado solos en el mundo y eso les hacía sentirse inmensamente felices", escribe el narrador de "El balcón" acerca de una madre y su hijo que pasan los días en el balcón de su casa solitaria. Paradójicamente, los fantasmas solitarios de Tario dependen de la memoria de los demás para "existir"; la verdadera muerte ocurre con el olvido.

 Puede ser que Tario no haya tenido múltiples registros, pero, dentro de las coordenadas en las que se movió, hizo mucho por ampliar una tradición, dotarla de atmósferas inquietantes y de un pathos conmovedor. Los cuentos de Tario no impactan  por el uso de la parafernalia clásica del subgénero -caserones góticos, ruidos extraños, mujeres lánguidas y pálidas como cadáveres- sino por la maestría con que trabajó estos elementos para hablar sobre el "bienestar tembloroso" y la "infinita desdicha" que significa vivir (y morir).

 

(La Tercera, 18 de mayo 2013)   

 

 



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28 de mayo de 2013
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Cuando la evolución no es ya meramente natural

La genética ha venido a asentar sobre bases rigurosas la naturalización del animal humano que supuso la teoría evolucionista. Pues por convincente que parecieran desde el origen las hipótesis darwinianas, se da obviamente un paso de gigante cuando se logra determinar las mutaciones precisas que nos fueron separando de especies cercanas a partir del común ancestro. Y como indicaba en la columna anterior el enorme paso que supone haber establecido el genoma del hombre de Neandertal, comprobándose que compartía mutaciones determinantes de rasgos que (a priori y sin excesiva reflexión) tendíamos a considerar exclusivos de nuestra especie hace que, a menos de repudiar la ciencia natural de nuestra época, no haya manera de sostener un discurso, sea filosófico o ético, que no pase por la plena asunción de nuestra pertenencia al orden exclusivamente natural.
Y sin embargo avanzaba en la columna anterior que un escollo puede surgir, procedente precisamente de la ciencia natural, en otra de sus ramas.
Sin tomar partido ( o al menos sin hacerlo todavía ) respecto al problema, precisaré que si de la teoría cuántica pudiera efectivamente inferirse un argumento decisivo en favor de la tesis de Protágoras, ello supondría cuando menos un replanteo de la evolución en el sentido de introducir un radical momento de discontinuidad en la misma: momento en el que la evolución meramente natural vendría perturbada por el lenguaje y la techné: el lenguaje abriendo las puertas a la posibilidad de que la naturaleza pueda encontrar reflexión; la techné modificando los frutos de la naturaleza y complementándolos con otros que ya nada tienen de naturales.

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28 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El amor a la infancia, los historiadores y el poeta

Hay en el libro IX de los epigramas de Marcial un par de pasajes (5 y 8) que recuerdan un hito de la civilización. Hasta el reinado de Domiciano, era práctica lícita y habitual castrar a los bebés abandonados en la columna lactaria, o a los de madres solteras y pobres, para usarlos en la prostitución, si bien es cierto que igualmente podían dejarse sin castrar para el mismo empleo, y todo ello quedaba supeditado al criterio del dueño del prostíbulo, que a su vez miraba por las necesidades de oferta y demanda del negocio. La emasculación de bebés y niños, y en general la prostitución infantil se prohibió por decreto de Domiciano. 
Marcial ensalza al emperador: “Te dan las gracias las ciudades que ahora tendrán habitantes, porque parir ya no es delito”, y celebra que “gracias a ti, el pudor llegó hasta los lupanares”. Marcial no era recatado en materia de sexo, pero se le ve horrorizado al memorar la condición de aquellos infantiles destinos desmochados, esclavos nacidos de libres. 
De las atrocidades cometidas con menores, es impresionante la contada por Tácito (V, 9), donde dice que el verdugo de la hija de Seyano violó a la niña antes de estrangularla, para no incurrir en el inaudito precedente de haber ejecutado a una virgen de ocho años. Voltaire prefería  dudar de semejante violación, hereusement, dice, Tácito no asegura que tuviera lugar, sino que se lo dijeron. En cambio, la Enciclopedia refiere el caso con reverente admiración, bajo la entrada Défloration: “Los antiguos respetaban tanto a las vírgenes que no se les hacía morir sin haberles arrebatado antes su virginidad”. Pero, en el apartado de violaciones procesales de vírgenes, Suetonio (III, 61) trae un relato más creíble, cuando dice que una de las crueldades de Tiberio, al saber que según la tradición era impío (nefas) estrangular vírgenes —recordar el mito de Ifigenia—, fue ordenar que el verdugo les privara primero de tal condición. De Tiberio, dice Suetonio que ejercía las leyes atrocissime. O sea, no el espíritu, ni la letra, sino la mayor atrocidad.
No se sabe mucho de la calidad del gobierno de Domiciano. Por un lado, Tácito y Suetonio no dicen cosa buena de él; pero es que, en su relato de césares buenos y malos, a Domiciano le tocaba por fuerza ser malo. Marcial, en cambio, tuvo que escribir y publicar su obra bajo el mandato de Domiciano, y era impensable que dijera nada negativo del césar. Pero sólo la noticia que nos da sobre la prohibición de la prostitución infantil, basta para considerarlo uno de los pioneros en la marcha fantasmal hacia la dignificación del hombre por el hombre. 
Una observación estilística: ir y venir de la acumulación graforreica de aquéllos, los historiadores, a la severidad precisa de éste, el poeta, en busca de noticias contrastadas, deja una sensación que define con agudeza el propio Marcial, en el final del epigrama IX, 11, (que trata del poeta que no puede componer un poema porque se opone la obstinada primera sílaba):
los que cultivamos musas más severas
no nos permitimos tanta elocuencia


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28 de mayo de 2013
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La sorprendente familia Bin Laden

En 2008, cuando Osama Bin Laden todavía estaba vivo y escondido, RBA publicó en español su estupendo reportaje Los Bin Laden. Una familia árabe en un mundo sin fronteras. 

El suplemento Cultura/s de La Vanguardia me envió la versión previa a la publicación, esa que viene con tapas en blanco, para que los críticos puedan leerse las más de 500 páginas a punto para su aparición en librerías.

El autor, Steve Coll, un “joven veterano” corresponsal de The Washington Post y habitual de las páginas de la revista New Yorker, era en ese momento desconocido para mí Desde entonces,  seguí la carrera de Coll, leí su estupendo Ghost Wars, the Secret History of the CIA (Premio Pulitzer) y varias de sus investigaciones posteriores. 

En los próximos días Coll asumirá como nuevo decano de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. Su antecesor, Nicholas Lemann, también es una prestigiosa firma del New Yorker y autor de libros relevantes, pero dedicado más a la política estadounidense

Por eso, quisiera rescatar compartir en este blog aquel comentario que escribí a partir del valioso libro de Coll. Como muchos saben, el Master en Periodismo BCN_NY que dirijo en la Universidad de Barcelona es un programa conjunto con Columbia, y espero que podamos tener a Coll pronto en nuestras aulas de la capital catalana. 

La emprendedora familia del enemigo de Occidente

¿En qué familia rica y extendida que se precie no hay una oveja negra? Si se trata de los Rockefeller o los Rothschild, el hijo díscolo puede ser un apéndice curioso de la historia familiar, pero cuando el clan en cuestión es el fundado por Mohammed Bin Laden, las cosas cambian.

Steve Coll (ex reportero del Washington Post, firma actual en la revista New Yorker y acreedor de dos Premios Pulitzer) trata de convencernos de que tiene sentido leer un libro sobre la familia Bin Laden donde Osama no es el protagonista, y donde el líder de Al Qaeda no aparece como adulto hasta la página 201.

En mi opinión lo consigue, en parte porque de su minucioso relato surge un fascinante argumento de teleserie con poder, dinero y sexo, y en parte porque su historia permite asomarse a la historia y la sociedad de los países árabes y especialmente de Arabia Saudí, con su peculiar combinación de fortuna petrolera, modernidad tecnológica y el choque de diferentes visiones del Islam.

La historia es relativamente simple: a principios del siglo XX, Mohammed Bin Laden llegó a la Arabia de los Al Saud desde un polvoriento pueblo yemení. Pobre de solemnidad pero más vivo que el hambre, Mohammed encontró la forma de hacerse millonario. Pronto comprendió que en el reino había un solo patrono con bolsillos sin fondo: el rey y sus príncipes. La empresa que fundó sigue hasta hoy como contratista privilegiado de los monarcas absolutos, para quienes construyen palacios, carreteras, aeropuertos, telefonía y la puesta a punto de las ciudades sagradas de La Meca y Medina para el turismo islámico global.

Sus fabulosos contratos permitieron a sus 54 hijos y sus incontables nietos vivir una vida de lujos y gastos desenfrenados. Algunos se ‘occidentalizaron’ como Salem, el hijo mayor y jefe del clan hasta su muerte en 1988. Otros siguieron más estrictamente los preceptos coránicos, como el actual cabeza de familia, Bakr.

¿Dónde encaja Osama, uno de los hermanos menores, en este puzzle? Hacia fines de los ochenta, Osama comenzó su deriva hacia la guerra santa, primero con cierta ayuda y después con la oposición de su familia. A mediados de la década siguiente lo desheredaron y congelaron oficialmente su acceso al dinero familiar. Tras el 11-S la familia se cerró en la versión de que siempre se habían opuesto a Osama, pero Steve Coll postula que la expulsión del núcleo familiar fue posterior.

Tal vez lo más interesante del libro sea ver la trayectoria de Osama en el contexto de la historia familiar. Por ejemplo, el uso de la más moderna tecnología y la pasión por los aviones, ejes de la identidad y la fortuna de los Bin Laden, permitieron a la oveja negra del clan combinar con éxito discursos medievales con vanguardia tecnológica.

Se frustrará quien espere encontrar en este libro el relato de la planificación y ejecución del 11-S. En cambio, Los Bin Laden ofrece una larga lista de personajes fascinantes, en primer lugar el vitalista, enigmático y exuberante Salem Bin Laden, en muchos sentidos la contracara perfecta de su famoso hermano y el protagonista de su propio drama. Coll se adentra con estilo terso, alardes literarios y buenas dotes para el detalle revelador en las operaciones financieras y los escándalos de alcoba de una familiar singular que una terrible mañana neoyorquina vio como el viento de la historia borraba de un plumazo todo lo que había significado durante un siglo el apellido Bin Laden.

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27 de mayo de 2013
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Un té con Anne Sinclair

Anne Sinclair es de esas mujeres que juegan con el collar en vez de hacer girar el anillo. Enlaza los dedos entre las cuentas, en un gesto que expresa cierta indolencia, mientras mira a los ojos con la misma determinación a la que nos acostumbró en los sufridos paseíllos judiciales del brazo de su exmarido, Dominique Strauss-Kahn. Viste de negro, ceñida, sin esconder la tripa; y se muestra extremadamente profesional, con voz grave, televisiva. La que fue símbolo de la mujer francesa, guapa e inteligente, rica y feminista, la misma que cuando nombraron a Strauss-Kahn ministro de Economía renunció a su programa en TF1 -donde ejercía de vedette del periodismo televisivo entrevistando a los más poderosos- ahora toma un té con cinco mujeres en el madrileño hotel Santo Mauro. Tiene algo de extrañeza la intimidad femenina del rincón, con sofás de hilos de oro y tazas de porcelana, pero es tarea ardua separar a la autora de Calle La Boétie, 21 (el libro que ha venido a presentar) de la mujer que tuvo que penar por comisarías y juzgados debido a un marido acusado de violar a una camarera del Sofitel de Nueva York; además de unas cuantas denuncias más por depredador sexual mientras ocupaba la dirección del FMI. “No quiere hablar de su vida personal”, dice su editor de Galaxia Gutenberg, Joan Tarrida. Hablamos, pues, del libro, de su foto con Picasso a los dieciocho años -por quien no se dejó pintar-, del Gernika que irá a visitar al Reina Sofía después, de las raíces. Cuando Sarkozy se decidió a fundar un ministerio para identidad nacional, un funcionario francés le preguntó a Sinclair si sus cuatro abuelos eran franceses: “La pregunta que les habían hecho por última vez a los que pronto subirían a un tren, rumbo a los campos de exterminio”. Y la periodista empezó a revolver entre archivos para escribir su historia de familia. La de su abuelo, Paul Rosenberg, el marchante de Braque, Matisse y Picasso, de los grandes. Una historia de expolio nazi, trenes cargados de obras de arte confiscadas, de huida. Del taller de La Boétie, donde los retratos de Picasso -arte degenerado, para los nazis- fueron sustituidos por fotos del mariscal Pétain. De Europa. Pero era imposible no preguntarle en voz baja por el estigma: ¿se siente liberada? “Todo va bien -responde en español-, muy bien”. ¿Y ha tenido apoyo de mujeres? “Nunca me he expresado hasta ahora, he sido muy púdica en este asunto; cuando sucedió dejé hablar a todo el mundo, escuchaba, me daban consejos… Estuve al lado de mi marido en plena bronca, y cuando las cosas se calmaron pude partir. Hay mujeres que seguro me criticarán, pensarán ‘por qué no te fuiste antes’… lo sé. Pero otras me dan la mano, quieren hacerse fotos conmigo, son muy amables”. Acaso como símbolo de quienes consiguen mantenerse a flote a pesar de la vía de agua, levantando la cabeza y reconstruyendo su identidad. (La Vanguardia)

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27 de mayo de 2013
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