Mario Vargas Llosa en estampilla española Un artículo en ABC, donde eligen a La fiesta del Chivo...
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Mario Vargas Llosa en estampilla española Un artículo en ABC, donde eligen a La fiesta del Chivo...
Más que un líder, un mesías u otro personaje de este cariz que podrían devolvernos al repetido abismo histórico de los fascismos, lo que echamos de menos no es tanto la política como otra institución consagrada a defender los derechos de la población común. No hay nada peor en España que enfrentarse a un abuso de una compañía o buscar amparo en un seguro. La compañía es todo menos compañera, aun en lo más elemental, y las empresas de seguros son todo menos aseguradoras. En el primer caso y tras cualquier estafa no hay modo de que el estafador sea puesto pronto ante los tribunales y se le sancione. En el segundo supuesto, tras cualquier percance, en el coche, en el hogar o en nuestro lugar de trabajo, el seguro tiende a demorar los pagos, a escabullirse, a negar lo obvio hasta desesperar al cliente. Un cliente que si antes ha pagado prestamente todas las primas ahora se ve tratado como un apestado. Un tipo molesto del que hay que apartarse y denegarlo como a alguien mendaz. Próximamente daré los nombres de algunas compañías que se portan de esta manera y que afectan también a nuestros parientes y compañeros pero bastaría recurrir a la experiencia de cada cual para ratificar que no sólo no hay justicia en lo criminal sino que estas desaprensivas instituciones aseguradoras (¿), salvo contadas excepciones, cometen abusos que llegan sistemáticamente hasta la explotación cuando no al robo. ¿Hasta cuando seguiremos debatiendo la cosa política y no la ciudadanía directa? ¿Para cuando el domus sustituirá al actual camelo de la polis ¿Hasta cuando el ciudadano del siglo XXI logrará un estatus de dignidad y respeto? O lo que es lo mismo, ¿hasta cuanto la indignidad de los actuales mandamases seguirá gobernando nuestra vida social y personal?
La escena parece propia de uno de esos programas de cámara oculta que buscan reírse de la torpeza y la ingenuidad humanas. Pero sucede en el aeropuerto de Madrid. Los viajeros, tras diez horas de un vuelo intercontinental, llegan a la famosa T4, cosida de cristal y amarillo, con el razonable deseo de acabar con la ansiedad final del viaje: recuperar sus maletas. Y ahí es donde entra en el plano ese objeto simple pero cuya poderosa eficacia lo convierte en aliado indispensable para depositar un resumen de la casa a cuestas: el carrito. Frente a las filas silenciosamente alineadas de carros metálicos, hombres y mujeres se pelean con su ranura, luchando contra la nada. Observas sus rostros, y en verdad parecen sentirse idiotas por no poder desasirlos de la cadena que los ata. Miran a un lado y a otro, medio ríen de puro absurdo, prueban con todo tipo de monedas, se desesperan… hasta que un operario de Aena les informa de que los carros no van con euros, sino con fichas; sí, como en un casino. Retrasos, huelgas de pilotos, pérdidas, largas colas, la sensación de mono desnudo que educadamente soportamos en nombre de la seguridad aunque la impresión de permanente sospecha envenene al viajero… y ahora llega un plus. En diferentes puntos de la terminal, una serie de dispensadores aguardan mudos a ser descubiertos. Le pregunto a la señora de la limpieza, testigo mudo y omnipresente, por la visión cotidiana del asunto: “La gente sale de aquí muy cabreada. Primero, porque pierden tiempo probando con monedas, ya que no está bien indicado que ahora se paga con fichas; luego, porque meter la endiablada ficha tiene truquillo; y por último, porque la moneda de un euro no se devuelve, se la queda Aena. Todo parece pensado en contra de facilitarle la vida al pasajero” . La medida, que pronto se extenderá al Prat, ha sido argumentada con comparativas: “Uno de la cada cuatro aeropuertos del mundo cobra el carro”. Y también con business plan: aseguran que con esta medida se contribuirá a la sostenibilidad del negocio recaudando al menos 3.2 millones de euros, “así podrá seguir garantizándose un servicio de calidad”, argumento débil donde los haya cuando esta nueva penalidad para el viajero, que vulnera cualquier protocolo de atención al cliente, llega en un tiempo donde se controlan edificios enteros desde una pantalla de iPad. En cambio, la tan coreada marca España se inscribe en lo rudimentario, como ese ocurrente welcome con el que ahora se recibe a los viajeros y que añade un elemento más de dificultad a la imagen de nuestro país, ya de por sí errática, aunque en plena consonancia con las medidas que día a día salen del Consejo de Ministros evocando las peores pesadillas del desarrollismo. (La Vanguardia)
Las ideas europeas que alimentaron nuestra independencia circulaban de contrabando, por peligrosas. Eran exóticas, y sus símbolos también lo eran. El gorro frigio se quedó hasta hoy días en los escudos de armas de las nuevas repúblicas, desde Argentina, hasta Bolivia, Colombia, Cuba, Haití, El Salvador, y Nicaragua, un emblema persistente de la libertad tantas veces malversada.
Y las ideas europeas que definieron el estado moderno en el siglo diecinueve y se asentaron en las nuevas constituciones, siguieron siendo exóticas por mucho tiempo, y en no pocos sentidos lo son aún: imperio de la ley, balance de poderes, gobiernos republicanos y democráticos.
Al hablar de la relación entre Europa y América Latina, salta de por medio una asimetría democrática. En muchos sentidos, seguimos siendo decimonónicos porque la institucionalidad no ha progresado la suficiente, y es fácil que debajo de las pretensiones de modernidad surja siempre la figura autoritaria del caudillo.
Tenemos gobiernos más o menos democráticos, basados en concepciones ideológicas diferentes, no pocas de ellas obsoletas, y no en reglas institucionales identificables. De esta manera hemos entrado en el siglo veintiuno, y no creo que podamos apartarnos a corto plazo de semejante perspectiva.
Aurora Venturini Un susto de muerte fue el motor para la nueva novela de Aurora Venturini, la...
EL CARTEL DE LA FERIA DEL LIBRO EN MADRID.- Del 31 de mayo al 16 de junio se llevará a cabo la Feria del Libro de Madrid. El cartel publicitario ha sido encargado al ilustrador argentino Juan Gatti, quien ha trabajado con Pedro Almodóvar, Álex de la Iglesia, entre otros. Ya empezaron las primeras críticas (sobre todo que ese libro se ve muy antiguo en plena época del iBook. Muy mad men, muy vintage). ¿Qué les parece a ustedes?
Alain Ehrenberg a quien conocí en la Toscana hablando de fútbol escribió hace años un libro que se titulaba La fatigue d´être soi. La fatiga de ser, o más expresivamente "la fatiga de ser uno mismo". Fatiga de ser uno mismo ¿porque se siente uno demasiado sólo? ¿Porque ya uno mismo no soporta su yo? ¿Porque no se podrá ser ya de otra manera a pesar de poner en ello toda la ilusión?
Ser uno mismo para toda la vida tiende necesariamente a aburrir y tanto más cuanto más larga la vida sea. De ahí que tratemos de entretenernos en esto y aquello para no vivir tan directamente con nuestro yo o fantasear con el cuento de que cambiamos de ser al cambiar de actividad. Pero el yo pesa mucho y es un plomo que además de muy pesado no hay manera de disolver. Incluso inculcándole una u otra pasión feroz somos capaces de reducir su gravedad. ¿Gravedad?
Efectivamente puesto que nada lo define mejor que su intrínseca enfermedad tan obstinada como grave. El yo vive crónicamente enfermo y de ese modo tenerlo adentro acarrea un peligro mortal. Con mucho yo acabamos muriendo en plena vida. Cuanto menos yo se tiene más inmortal o feliz se es. Siendo precisos, esta sería la condena que Dios planeó para el ser humano en este mundo. Es decir, dotarlo de un yo de considerable tamaño para acarrearlo como una cruz penitencial. La cruz del yo, tan incrustada en el yo mismo que no nos deja viajar hacia otro con ninguna facilidad, Nos impide volar a la manera de los ángeles o hacer milagros transmutándose a la manera de los santos que o no tienen yo, en el primero de los casos, o lo han adelgazado al extremo con su camino de santidad. Un yo grande, un yo gordo es lo peor para el estilo personal. Los yoes de mucho tamaño empapuzan a la manera de las grandes raciones que sirven en los restaurantes vulgares. Un yo de proporciones desorbitadas acaba por matarnos prematuramente, igual que si se tratara de una obesidad mórbida o incluso más que ella. Puede ser que nos creamos vivos pero nos hallemos muertos ante la colectividad puesto que estas dimensiones impiden vivir con otros. ¿Es Mouriño un caso de estos? Podría ser. Perlo no es tanto el Mou lo importante como el Mí. A la fatiga de ser uno mismo se opone la genuina alegría de vivir que no se representa mejor que a través de esos saltos joviales que dan los niños en los parques y jardines sin que les importe un pito la imagen que dan. Es decir, el yo ruidoso que todavía no conocen en su insoportable proporción.
Obra pictórica: http://vicenteverdu.net/
Es frecuente escuchar, hasta en contextos dónde no era presumible, la conocida sentencia de Protágoras según la cual todas las cosas tienen en el hombre el patrón de medida. La sentencia precisa que se trata tanto de medida "de las cosas que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son". Varias son las interpretaciones que se han dado de la frase, yendo alguna de ellas en el sentido del relativismo subjetivista. Quisiera sin embargo retener aquí la interpretación fuerte, según la cual el ser humano constituiría la condición de que las cosas tengan no ya una significación y un peso en una escala de valores, sino incluso una determinación precisa que entre otras cosas posibilitaría la diferenciación entre ellas. Interpretación fuerte que de inmediato choca con una objeción:
El hombre constituye indiscutiblemente un resultado de la historia evolutiva. Emparentado con otras especies actuales como el chimpancé o el gorila, y compartiendo rasgos importantísimos con alguna especie desaparecida como el Neandertal, así la mutación en el gen FOX P2 en el que se ha visto una condición de la articulación lingüística. Y obviamente también nuestra especie puede llegar a desaparecer, en cuyo caso la tesis de que en el hombre reside la matriz de significación supondría que la naturaleza quedaría abismada en la insignificancia.
¿Estamos pues dispuestos a sacrificar las convicciones evolucionistas a fin de salvaguardar un antropocentrismo ontológico? Obviamente no, y desde luego esa renuncia no puede tener cabida en foro alguno que se precie de no hacer almoneda de la razón (tal la universidad y muy especialmente su departamento de filosofía). Basta evocar los despropósitos de teorías como las del llamado "designio inteligente", para apercibirse de lo que puede suponer en estos terrenos la menor concesión, la menor tentativa de mezclar las exigencias propias de la razón ( en la diversidad de sus formas) y la eventual inclinación subjetiva a escapar a la finitud ya sea a costa del buen juicio. Y sin embargo...
La teoría de la evolución es un singular momento en la historia de las interpretaciones de la physis: el ser que interpreta es incluido como parte de aquello que es interpretado, la ciencia natural naturaliza al artífice... de la ciencia natural. Esta circularidad, problemática para el lógico y quizás para el filósofo, no lo es desde el punto de vista de la propia ciencia natural: consciente de que hay un límite del poder de la ciencia, y de que hay exigencias del espíritu a las que no puede responder ( y que de hecho no considera de su incumbencia), el científico prosigue su tarea describiendo el comportamiento de los fenómenos y haciendo previsiones sobre los mismos, sin hacer excepción de ese fenómeno que constituye el animal humano.
El escollo no podría proceder más que de la propia ciencia natural, como efectivamente ocurre. No se trata en absoluto de que una teoría haya venido a superar la visión evolutiva, que en el ámbito de las ciencias de la vida parece desde luego irrebatible. Pero las ciencias de la vida tratan de sistemas abiertos, sometidos al segundo principio de la termodinámica y en general a las leyes de la física. Sin duda la química orgánica, la biología y la genética se ocupan de sistemas más complejos que la física, considerando variables que ésta ignora. Pero hay de alguna manera una dependencia jerárquica: la physis elemental tiene por así decirlo prioridad ontológica, y si algún corolario general se derivara de la consideración de la misma éste no podría ser rechazado por las otras disciplinas. Pues bien:
Hay muy serias razones para considerar la hipótesis de que un corolario relativo al hombre como medida de todas las cosas, un corolario pues en la intersección de la física y la metafísica, se sigue de la física cuántica y en consecuencia de la ciencia natural de nuestra época. No estoy diciendo que el asunto está resuelto sino que cuenta en el conjunto de problemas a los que los físicos se ven confrontados, cuando simplemente dan un paso reflexivo sobre los fundamentos de su disciplina. Valdrá la pena escarbar en el asunto.
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