Vicente Luis Mora
Álvaro García ha dedicado a la aparente tautología “río de agua” un libro (El río de agua, 2006) y algunos versos de Canción en blanco (2012), en los que levanta una forma de mirar personalísima, cuyos antecedentes semánticos apenas podrían encontrarse en los poemas en prosa de El río (1991), de Miguel Ángel Bernat (no apunto influencias, sino paralelismos). Siendo el agua (de río o del mar) uno de los temas más antiguos y tratados de la literatura, desde la Odisea a El contemplado de Pedro Salinas, desde las Coplas por la muerte de su padre de Manrique a Moby Dick, es muy difícil establecer a estas alturas una forma diferente de mirarla. El agua reunida nos alude, sacude el interior y suele mover a la reflexión del escritor, especialmente del poeta. Como expresaba Paul Valéry en Miradas a la mar, “cuando uno, la sal en los labios y oído regalado o castigado por el rumor o los fragores de las aguas, quiere responder a esa presencia todopoderosa, se encuentra pensamientos esbozados, jirones de poemas, fantasmas de acciones, esperanzas o amenazas; y una completa confusión de caprichos excitados e imágenes agitadas por esa grandeza que se ofrece (…), que llama por su superficie y aterra por sus profundidades, le invade”. / Sin embargo, García, conocedor de esa tradición (y habitante de una ciudad costera), entendió ajada esa forma de enfocar la mirada al agua, de puro cargada de resonancias, y se puso a buscar otro camino. Como para Antonio Machado, para García el agua tiene una honda significación simbólica, pero si para el sevillano las fuentes, las gotas, los ríos, etc., denotaban estrategias retóricas, los ríos “de agua” de García, sencillos y complejos al mismo tiempo, vienen a expresar justo lo contrario, el simbolismo de la falta de simbolismos, la desnudez retórica: “No importa tanto aquí un significar, / las palabras anidan por su aroma. / Aroma de fijar la tinta oscura / cuyo misterio diga con claridad el mundo” (Canción en blanco). No se busca como estética una pureza juanramoniana, sino la naturalidad, la desnudez honda: la telúrica y solar desnudez de dos cuerpos que se aman en la cama de un hotel, mientras todo parece capitular fuera del espacio del deseo. / Las metáforas acuáticas sólo cobran simbolismo precisamente cuando tienen relación con el sexo: “con dedos de saliva me recorres / igual que las mareas trabajan una roca, / exhausta al fin en una espuma blanca (…) prueba el hilo de agua / que se adueña, un instante, de tu boca”. / La estética de García está lejos de esa línea clara que abunda en cierta poesía española, alineándose más bien con el Ortega y Gasset que reclamaba la claridad como cortesía del filósofo; es decir, aguas transparentes que procuren refracción profunda: “hay este estar, / esta atención al diluirse / del árbol en la lluvia y en la noche” (CB); “flotamos entre el agua, no en el tiempo, / y se refugia aquí la eternidad” (RA).