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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mañana de carnaval

Aunque movimientos semejantes habían comenzado a producirse por doquier en los meses previos, nadie imaginaba que el país -modelo de estabilidad en América Latina- pudiese verse contaminado por la rebelión. Además, todo el mundo  estaba tan concentrado en preparar la justa deportiva como para preocuparse por nimiedades. Incluso cuando a principios del verano se iniciaron las primeras manifestaciones, brutalmente desmanteladas por la policía, los políticos locales se negaron a ver en ellas otra cosa que disturbios pasajeros que no tardarían en ser controlados. Hasta que la represión dio lugar a nuevas manifestaciones que volvieron a ser reprimidas en una espiral que culminaría el 2 de octubre con la masacre de centenares de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas.

            Un sinfín de elementos separa las protestas ocurridas en México en 1968 de las que estos días se suceden en Brasil -no en balde han pasado 45 años-, pero aun así no deja de sorprender que ocurran poco antes de que el gigante sudamericano esté a punto de convertirse en el centro de atención del planeta con motivo del Mundial de Futbol y de los Juegos Olímpicos. Como sabemos, en este nivel el deporte jamás es sólo el deporte, sino un escaparate para que el anfitrión se desnude frente al mundo.

En el México de los sesenta, el gobierno creyó ver en la Olimpíada la oportunidad de presumir nuestros progresos: de allí que estuviera dispuesto a hacer lo que fuere para que nada la empañase. Desde hace años, Brasil no se ha cansado de promoverse como nueva potencia planetaria, al lado de China, Rusia e India, y su hasta ahora popular gobierno de izquierda quiso ver en las competencias la confirmación de su fuerza económica y política. Por desgracia, lo que inevitablemente ocurre en estos casos -y aquí la analogía con México vuelve a funcionar- es que, cuando todas las energías de un país se vuelcan en una operación de relaciones públicas y negocios privados tan apabullante como ésta, las desigualdades y problemas sociales nunca resueltos se tornan de pronto más visibles y chocantes.

Quizás haya pocos elementos en común entre los rebeldes mexicanos de los sesentas -atenazados por las pugnas ideológicas de la Guerra Fría y el autoritarismo priista, animados por el rock'n'roll, la contracultura y el espíritu pacifista de los jipis-, y los rebeldes brasileños de nuestros días -articulados esencialmente a partir de las redes sociales-, pero los emparienta el drástico rechazo a que sus dirigentes empeñen todos sus recursos en satisfacer a los mercados y a la opinión pública internacional mediante el derroche deportivo cuando asuntos más urgentes -la falta de democracia en el México del 68; la inequidad que persiste en el Brasil de hoy- continúan sin ser resueltos o, peor, son deliberadamente enmascarados en aras de exponer una imagen impoluta ante las cámaras.

Frente al desafío de los estudiantes mexicanos, Díaz Ordaz optó por la violencia que culminó en Tlatelolco. Dilma Rousseff, víctima ella misma de la represión de esas épocas, ha querido ofrecer el talante opuesto, reconociendo la validez de las protestas y satisfaciendo rápidamente algunas de sus demandas -por ejemplo, al detener el alza en los transportes-, e incluso pretendió dar un salto adelante al proponer un congreso constituyente capaz de renovar las estructuras del país, pero ni así ha logrado contentar a los jóvenes que abarrotan las calles de Brasil (y que, paradójicamente, tanto se parecen a quien era ella décadas atrás), y sólo ha cultivado el unánime rechazo de la oposición.  

A los analistas internacionales les encanta señalar que ninguna ideología concreta parece animar a los rebeldes brasileños, pero en el México del 68 sucedía lo mismo: sólo un pequeño grupo se identificaba con el comunismo, de la misma forma que hoy sólo unos cuantos albergan ideas radicales derivadas de los movimientos antiglobalización. Como entonces, buena parte de la sociedad brasileña ha salido a las calles para exhibir su repudio no a ciertas medidas de un régimen que en general se ha caracterizado por su combate a la pobreza -de allí el lema "no se trata de 20 centavos"-, sino a un sistema global que, incluso con gobiernos de izquierda, no cesa de privilegiar a los intereses de los grandes capitales. Por eso la reacción de Rousseff no ha encontrado demasiada simpatía entre los manifestantes: muy a su pesar, ella ya no es la guerrillera idealista de su juventud, sino parte de un "complejo económico-turístico-industrial" que, como se ha visto, en realidad no controla.

Aunque pérfidamente derrotada en Tlatelolco, la protesta mexicana del 68 terminó por inducir algunos de los cambios democráticos más importantes de México. Al menos debemos esperar que la protesta brasileña -como antes el 11-M y Occupy Wall Street o en estos días la revuelta turca- contribuyan a trastocar un modelo que, escudándose en su carácter democrático, no ha dejado de estar al servicio de unos cuantos.

 

Twitter: @jvolpi



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30 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La nación necesaria

Hasta hace bien poco, Estados Unidos se creía la nación imprescindible. Podía hacer lo que quería y nada se podía hacer si no quería. Su poder era necesario y suficiente. Sí, y solo sí Estados Unidos quería.

Muchos creían que esta actitud pertenecía a los tiempos de George W. Bush, bien distintos de los de su padre, el viejo Bush capaz de la mayor prudencia ante la caída del comunismo: nada de arrogancia y de celebración de la victoria; y de tejer el mayor consenso: en la primera guerra de Irak, hasta trazar la línea de puntos de un futuro nuevo orden internacional.

No es así. La idea de que Estados Unidos es la nación indispensable es de Madeleine Albright, secretaria de Estado de Bill Clinton. No es muy original, porque ya Lincoln aseguró hace 150 años, cuando no era una potencia mundial, que era ?la última y mejor esperanza de la humanidad?. Todas las naciones tienen momentos de narcisismo como este, y no siempre justificados como es el caso de Estados Unidos. En el nuevo mapa multipolar que se ha levantado 20 años después del final de la guerra fría, Estados Unidos ya no es la nación indispensable. Vali Nasr, un alto asesor de Hillary Clinton, acaba de publicar un libro que se titula La nación prescindible.

Ahora Estados Unidos tiene que buscar consensos internacionales cuando quiere hacer algo en el mundo o enfrentarse a consensos negativos, como es la coalición entre Rusia, China, Cuba y Ecuador para apoyar la fuga del informático Edward Snowden, que denunció el espionaje secreto de la NSA (Agencia Nacional de Inteligencia).

A la pérdida de poder que le ha ocasionado su pésima política para Oriente Próximo ?dos guerras equivocadas e incapacidad para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos?, se suman ahora los desperfectos que le ocasionan en su prestigio sus métodos contra el terrorismo, los drones y el espionaje universal denunciado por Snowden.

Se frotan las manos, en Moscú o en La Habana, quienes convierten en ideología la hostilidad contra Estados Unidos. Pueden fingir que son protagonistas de una pieza teatral en que solo hacen de comparsas. Snowden y Bradley Manning son estadounidenses, lo son las compañías digitales implicadas en el espionaje, y los periodistas de The Guardian que han revelado el grueso del escándalo pertenecen a un país con una relación especial e inquebrantable con Washington.

Puede que Estados Unidos sea una nación prescindible, pero nada se mueve en el mundo sin que EE UU esté de por medio, sea el espionaje universal o el reconocimiento de los derechos de los homosexuales. En los mismos días en que su espionaje escandalizaba al mundo, dos sentencias del Tribunal Supremo han dado un impulso global irreversible al matrimonio gay. No es la nación imprescindible, pero es necesaria. Si no existiera habría que inventarla.



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29 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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88. Los antecesores

Se van aprendiendo en la vida cosas poco a poco; hoy, que el yo puede autoafirmarse a través de los otros. Hablo de algo cósmico y profundo que late en estos versos de Ángel González:

 

Para que yo me llame Ángel González,

para que mi ser pese sobre el suelo,

fue necesario un ancho espacio

y un largo tiempo:

hombres de todo mar y toda tierra,

fértiles vientres de mujer, y cuerpos

y más cuerpos

y más cuerpos, fundiéndose incesantes

en otro cuerpo nuevo.

 

Tema que desarrollara, en términos muy parecidos, Cristina Peri Rossi, y que después tratase agudamente Miguel d'Ors:

 

y Aníbal y Cartago,

y la mujer sangrienta que jadea

pariendo en un brazado de helechos, y el hirsuto

pintor de renos y uros que cambia por seis hachas

medianas una hembra... y todo lo que tuvo

que suceder para que tú nacieras

desde que aquellas Manos amasaron

el limo primigenio.

 

En imagen que Racine condensara aún más:

 

El Cielo, todo el universo está lleno de mis antepasados.

 

Y que John MacPherson (1736-1796) expresara de este modo:

 

Mi alma está llena de otros tiempos.

 

Y aún dijo Víctor Hugo que su alma estaba “hecha de mil voces”, y el americano Patchen que era “cada hombre, y él está en mí”. Estos y otros versos pudo escribirlos Borges, que en decenas de ocasiones remonta un hecho a todos los acaecidos anteriormente, un hombre es todos los hombres y otras frases similares; pero su horror a la procreación posiblemente nos explican el motivo de esa ausencia. / Últimamente, Marina Perezagua ha querido que su relato “Un solo hombre solo” comience de este modo: “Cédric tiene treinta y cuatro años, pero el latido de su corazón joven es un latido ancestral porque, para que Cédric esté vivo, muchos tuvieron que sobrevivir antes que él. Situémonos, para comenzar, 32.000 años antes de nuestra era” (Leche, Los Libros del Lince, 2013). / Lo atávico, lo ancestral, lo telúrico, lo brutal y lo animalizado comparecen sin tapujos en este conjunto de relatos que mezcla lo sórdido con lo tierno y lo salvaje con lo afectivo, en un continuo tobogán por el que el lector se desliza cómodo y aterrado al mismo tiempo. Un brillante ejercicio de estilo con dos piezas majestuosas (“Little Boy” y “MioTauro”), numerosas prosas brillantes y sólo alguna –como es natural– con inferior voltaje. El cuerpo es protagonista constante de todos los relatos de Perezagua, sea el cuerpo femenino, masculino o incluso intersexual; un cuerpo que a veces procura calor humano pero en otras acusa las heridas de la sordidez y la crueldad. Ha sido una experiencia curiosa leer algunos de estos cuentos a continuación de los de la chino-estadounidense Yiyun Li, recogidos en Muchacho de oro, muchacha esmeralda (Galaxia Gutenberg, 2013), por algunos insospechados puntos de contacto (también los hay con Cristina Fernández Cubas, nada menos). / Si su libro anterior, Criaturas abisales, apuntaba una voz sugestiva e interesante, Leche nos presenta a una relatista compleja y madura. Angústiense con ella.



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29 de junio de 2013
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2. Póker de ases

Ya sabemos que el canal por Nicaragua es el más completo de todos, con un costo que para empezar ha sido calculado en 40.000 millones de dólares, equivalente a cinco años del Producto Interno Bruto del país, y no deja nada que desear, todo un póquer de ases: un canal para barcos de toda especie y tamaño, un ferrocarril transoceánico, carreteras, un oleoducto, puertos en cada costa, aeropuertos, zonas libres de comercio, y todo ha sido puesto en manos de la HK Nicaragua Canal Development, con domicilio en Hong Kong pero inscrita en Gran Caimán, y que tiene un solo dueño, Wang Ying.
Según voceros del gobierno de Nicaragua, las múltiples obras de este canal, cuando empiecen, producirán nada menos que un millón de empleos (la población económicamente activa en Nicaragua es de 2 millones de personas) y el PIB crecerá, para empezar, en un 15% anual. Los milagros de la Biblia se quedan lucen pálidos y desmadejados en comparación, que mar Rojo ni qué nada, la vara de Wang Ying es más poderosa que la de Moisés.
El canal seco que atravesará Honduras, un poco más modesto, cuesta la mitad del de Nicaragua, 20 mil millones de dólares, pero su ferrocarril de alta velocidad será alimentado por la energía producida por una planta instalada en el golfo de Fonseca, que utilizará "fuerza mareomotriz". Tanto el diseño del proyecto, como su construcción, estarán a cargo de la empresa China Harbour Engineering Company. El acuerdo entre el gobierno de Honduras y la empresa están a punto de firmarse, según el presidente Porfirio Lobo.

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28 de junio de 2013
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Jóvenes turcos

Un día de agosto del verano pasado íbamos tres amigos españoles dando un paseo al atardecer por la cornisa marítima de Datça, deliciosa ciudad de la costa sudoeste de Turquía situada en una península que separa el Egeo del Mediterráneo. De repente sonó un cañonazo, y a continuación la voz del almuédano, pero sólo ese cántico, después del estruendo, nos devolvió a la realidad religiosa: estábamos en pleno mes de Ramadán, y el doble aviso proclamaba el fin del tiempo de ayuno, aunque en las terrazas y bares de Datça los ciudadanos locales, hombres y mujeres, comían y bebían y fumaban desde la hora en que llegamos nosotros, anterior a la del almuerzo.

    Había estado antes varias veces en este bellísimo país, nunca durante el  Ramadán. Desde que, hace más de diez años, gobierna el partido AKP, islamista moderado según los politólogos y los periodistas occidentales, la dicotomía entre lo nuevo y lo viejo se dejaba notar en la vestimenta y la geografía. Estambul, y no sólo en la llamada parte europea de Gálata, Besiktas y Beyoglu cercana a Taksim, tenía un predominio de mujeres sin velo y muy sueltas de actitud; la mujer es la medida humana de libertad que se ha de sopesar primeramente en las sociedades musulmanas. Pero si el viajero se adentraba en Anatolia, en el sur más rústico y llegaba a la cada vez más turística costa licia, tan atractiva y bien cuidada por las autoridades, el paisaje cambiaba. El velo era portado unánimemente, y las mezquitas florecían, de un año a otro, a veces plantadas con gran fealdad en descampados y carreteras, como utilitarias estaciones de servicio para reponer el espíritu. Y eso en un país que tiene algunos de los monumentos religiosos más extraordinarios de su religión, y un arquitecto clásico, Sinán, que destaca mundialmente en un siglo tan lleno de genio constructivo como lo fue el XVI.  

      Comprobar, sin embargo, como lo pudimos hacer mis amigos y yo el verano pasado a lo largo de veinte días, que una buena parte de los turcos observados o conocidos, en la tripulación de un barco que nos llevaba por la costa, en los puertos de amarre, en esa poblada ciudad de Datça donde terminó el viaje, no seguía el sacro principio del ayuno en Ramadán, fue una sorpresa inesperada y un indicio de esperanza libertaria; hablo naturalmente como un extranjero laico, laico en todas las religiones existentes, incluida la autóctona. Y como lo comprobado en diversos puntos del país durante ese viaje no era secreto ni clandestino, al volver lo conté a amigos musulmanes, en Madrid, en París, en Marruecos, y todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo de credibilidad en mi sinceridad para aceptar que lo imposible para los naturales de los países de implantación musulmana mayoritaria, comer y beber en público durante las horas de ayuno anual, en la Turquía gobernada con mano férrea por el santo varón Erdogan era común.

    Aquel 11 de agosto, aún en Datça, cenamos los tres españoles al borde de la orilla mediterránea. La oferta de restaurantes era grande y el pescado expuesto en los mostradores refrigerados muy apetitoso, pero en vez de mirarles las branquias a los peces hicimos una elección ideológica para la fritura: la tomaríamos en el ‘Atatürk', en el que los camareros servían uniformados con una camiseta negra estampada con la efigie del padre de la república y el maître era una mujer joven con pantalones y largo pelo desparramado que, al interesarme yo por esa conexión entre gastronomía y nomenclatura política (expresándole de paso mi admiración por la figura del histórico estadista), me regaló una camiseta igual a la del uniforme, que conservo y he estado tentado de ponerme estos días como gesto de pronunciamiento.

   Esas imágenes esperanzadoras del verano pasado, provenientes de un país que aún aspira a entrar en Europa y sigue gobernado por un partido cuyas ideas sociales y morales, para mí aborrecibles, parecían haberse templado, cobran ahora otra resonancia. Y se han de poner en el contexto de la terrible desilusión hacia los movimientos de la ‘primavera árabe', que en países de larga tradición civil como Egipto o Túnez corren el riesgo de caer en manos de otros supuestos islamistas moderados que están imponiendo dogmas en lugar de leyes y tolerando crímenes cometidos contra la libertad de expresión y de género. Claro que el dogmatismo de las religiones de libro no sólo late en el Islam; pensemos en nuestro propio imán Rouco Varela, que no necesita minarete para lanzar ‘fatwas' a las madres gestantes, o en el obispado francés sufragando y organizando, con consignas vaticanas, las manifestaciones de discriminación homosexual.

     El primer ministro Erdogan, como hemos demostrado, no detiene en los veladores a quienes comen cuando el Corán lo prohíbe. Tampoco, que yo sepa, ha quitado de tantísimas plazas públicas de su país las estatuas de Mustafa Kemal, rebautizado Atatürk (Padre de los turcos) desde que lideró las guerras anticoloniales, acabó con el imperio otomano y fundó en 1923 la república laica y moderna que presidió hasta su temprana muerte, a los 57 años, en 1938. Atatürk, un hombre apuesto y presumido, da muy bien en las fotos y queda en las estatuas como un galán de cine mudo forzado a posar como héroe sin espada. Pero nadie es perfecto. Dicen que el gran propulsor de los derechos igualitarios de las mujeres turcas, casado cumplidos ya los cuarenta, no se llevaba bien en privado con su esposa; en ceremonias públicas y en viajes de estado, sin embargo, la instauró como primera dama, algo nunca visto por esas latitudes. Me ha hecho ilusión ver su efigie cosmopolita (le gustaba la pajarita y el cuello duro, aunque sin desdeñar los gorros de cosaco) en las banderas que agitan los jóvenes turcos de hoy. Protestan no sólo contra un atropello urbanístico que esconde una manipulación sectaria. También nos recuerdan esos manifestantes que el gobierno presidido por el moderado Erdogan no quiere que ningún súbdito suyo beba, en ninguna fecha del año, alcohol; que las mujeres recuperen derechos amenazados; que los escritores y periodistas escriban lo que piensan (Reporteros sin Fronteras y otros organismos de defensa de la profesión sitúan a Turquía, con 75 de ellos actualmente en prisión, en cabeza de los países que reprimen a los informadores).

    Quizá sea oportuno para terminar recordar, como lo ha hecho hace unos días en La Vanguardia el periodista español Tomás Alcoverro, gran conocedor de la zona, que el tres veces electo en las urnas Recep Tayyip Erdogan sufrió una condena de diez meses tan sólo cuatro años antes de tomar el poder por difundir este texto: "Las mezquitas son nuestros cuarteles, sus cúpulas nuestras lanzas, sus minaretes nuestras bayonetas y la fe nuestros soldados". Lo dicho: un moderado.

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27 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La jaula de Faraday

Sirve una coctelera, una caja forrada de tela metálica o un refrigerador. Las ondas electromagnéticas no pasan, como sucede con el relámpago que da en un avión en pleno vuelo. Es la caja de Faraday, un efecto electrofísico descrito por el cientítico inglés del mismo nombre. Estos días se ha puesto de moda porque sirve para evitar que funcionen los teléfonos móviles o las señales digitales. Edward Snowden, antes de reunirse con sus abogados en su hotel de Hong Kong, les pidió que metieran sus teléfonos móviles en la nevera, según ha comentado con sorna Heather Murphy en el blog The Lede del New York Times.

Hay otros sistemas, como el que usan algunos políticos españoles especialmente susceptibles y angustiados: piden a sus interlocutores que dejen el teléfono fuera de su despacho o quiten la batería. Puede que sea inútil, pues hay teléfonos y ordenadores que siguen funcionando sin energía. Estamos entrando en una nueva era, se nos dice a propósito del mundo digital. Julian Assange la anunció referida a las relaciones internacionales, transformadas por la publicación de los Cables del Departamento de Estado o Cablegate.

El fundador de Wikileaks había abrigado la quimera de un mundo tranparente, en el que los benéficos hackers agrupados en organizaciones como la suya, pondrían a disposición de los ciudadanos los secretos ocultos del poder político o económico. Pero los hechos le han desmentido y ahora Edward Snowden, con sus revelaciones y luego con los esquinazos memorables que le está dando a sus perseguidores, nos demuestra que efectivamente estamos en la era nueva de la transparencia, pero no del Estado ante el ciudadano sino del ciudadano ante el Estado. Todos espiados.

Es la era de los espías. Como en la guerra fría, pero con una tecnología de alcance perturbador, que destruye la vida privada, una de las grandes conquistas de la era burguesa que ahora agoniza. Las libertades individuales, el derecho de prensa e imprenta y la misma democracia se asientan en la noción de que hay una vida pública que a todos nos concierne y otra privada que es cuestión de los individuos y en la que nadie puede inmiscuirse. Lo más prodigioso es que la brillante idea de convertir las vidas privadas en objeto de un control exhaustivo no fue de un depravado ingeniero social, un totalitario de la mente, sino de uno de estos jóvenes emprendedores, liberales e incluso ácratas, que están en el origen de las redes sociales, negocios fabulosos para quienes los conciben. Mark Zuckerber, el creador de Facebook, fue el primero en confesar que el contenido de su negocio era la vida privada de la gente.

Las redes son maravillosos difusores del poder social. Quienes las usan pueden utilizarlas para organizar revueltas sociales como en Turquía y en Brasil o entregar su vida privada a quienes negocian con esos datos al parecer tan valiosos. Aunque Edward Snowden haya evitado de momento la detención y provocado una crisis diplomática entre Washington y tres capitales (Moscú, Pekín y Quito), sus revelaciones señalan bien a las claras quien lleva la delantera en la carrera entre la libertad y el control en el ciberespacio. Obama no es el presidente que continua el Estado de excepción implantado por Bush con la guerra global contra el terror, tal como le pintan maliciosamente sus adversarios, sino el líder con el que entramos en una nueva y temible era del control de la información, gracias a la estrecha colaboración entre las multinacionales punteras de la tecnología y los servicios militares y de espionaje.

Por fortuna no es un combate lineal. Nunca se puede dar todo por perdido. Lleva ventaja el control por parte del consorcio público-privado de la información digital, auténtico heredero del todopoderoso complejo militar industrial que denunció Eisenhower al dejar su presidencia. Pero el precio que están pagando las empresas y la diplomacia estadounidenses en imagen y en influencia global es realmente oneroso. El desgaste afecta incluso al nuevo secretario de Estado, John Kerry, que ha hecho declaraciones contra China y Rusia de una ingenuidad impropia de su prestigio y veteranía. Así es el nuevo mundo multipolar, en el que Washington tiene menos palancas y mayores dificultades para encontrar aliados cuando le pillan con el carrito de los helados.

El chiste que suscitó hace ya muchos años la China de Deng Xiaoping, que había sintetizado lo peor de los dos sistemas, se está haciendo realidad también para el conjunto del planeta; éste es el nuevo modelo global: mercado capitalista y control totalitario de los individuos. Nada será gratis en esta nueva era. Quien quiera derechos, que se los pague. Solo la fracción ínfima de los muy ricos podrán pagar por los nuevos derechos privatizados. A las nuevas clases medias emergentes se les ha lanzado un señuelo y luego de las va a desposeer. Quien quiera privacidad deberá contar con dinero y medios para construirse la jaula de Faraday que le mantenga a resguardo de los nuevos y todopoderosos fisgones.



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27 de junio de 2013
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Cuando Cupido es un algoritmo

Hace bien la campaña de Coca-Cola en recordar que hubo un tiempo en que los bares eran lugares donde se ligaba. Esa nostalgia de la poética del bar, con su cruce de miradas de punta a punta de la barra -asistida por unos taburetes que favorecían la inclinación del cuerpo hacia delante, como en propulsión para iniciar el cortejo-, ha sido sustituida por la asepsia de la pantalla. Sin humos y con amplias cartas de infusiones, incluso con tickets para pedir la bebida o ir al baño, los espacios con mística han sido sustituidos por los llamados civilizadamente “establecimientos de ocio y recreo”, caracterizados por la actual ideología de parque temático. Mientras el roce humano o la caída de párpados en un bar resultan hoy embarazosos o grotescos, más de la mitad de los solteros buscan pareja a través de los portales de citas on line. Pero, aparte de la creciente aceptación social de un asunto que hace no tanto era poco menos que reducto de raritos, el mundo del ciberligue se ha convertido en un floreciente negocio que, el año pasado, superó los 2.000 millones de dólares de ingresos en EE.UU. y Europa. Internet se considera un buen sitio para ligar, aunque sin demasiada reflexión sobre cómo cercanía y distancia se confunden hasta el extremo de enmascarar la verdadera identidad. Y no por principios, sino porque el ritual activa las teclas de nuestra esfera imaginativa. El tiempo de espera entre mensaje y respuesta, las frases cortas, el suspense, el cling del correo que trae el OK esperado y, sobre todo, el juego adictivo de flirtear atrincherado tras una pantalla, sin ver ni oler al otro, componen una nueva cartografía prometedora para editar un nuevo amor. Las gurús en estos asuntos sostienen que los hombres le dedican mucho más tiempo que ellas e incluso mantienen varias implicaciones emocionales a la vez, mientras que las mujeres confiesan aficiones más convencionales, transmiten cierta pasión o entusiasmo al expresar sus principios y saben mentir lo justo y necesario. Porque un 80% de los consumidores de ciberligue miente, según un estudio de la Universidad de Cornell. Esas cosillas: edad, kilos, centímetros, asuntos de familia e incluso trabajos estupendos. Cuando Cupido se convierte en una puntocom, la química se sustituye por el algoritmo. Los solteros que practican suelen declararse cansados, agotados de tentativas infaustas. Pero lo más asombroso de todo es que, en el caso de quienes conocieron a sus parejas a través de un portal y han prosperado, abundan los que deciden confeccionar un relato diferente, inventar una nueva biografía para su nueva historia de amor: decir, por ejemplo, que se conocieron en un bar…

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26 de junio de 2013
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1. El dragón colosal

El viento del Oeste sopla sobre Centroamérica con fuerza mágica, y nos abrasa el aliento del Dragón colosal. Bien podemos decir que la estrella roja de la gran marcha brilla con fulgores de progreso en nuestro cielo. En este pequeño istmo que Neruda llamó la garganta pastoril de América, tendremos pronto, si las esperanzas de los gobiernos se cumplen, al menos tres canales interoceánicos, uno acuático y otros secos, financiados y construidos todos por compañías privadas o estatales de la República Popular China.
Canales para que navegue cómodamente de un océano a otro los supertanqueros post Panamax, ferrocarriles eléctricos de alta velocidad de costa a costa, oleoductos, refinerías, puertos automatizados, plantas eléctricas que usarán la fuerza de las mareas. Se removerán montañas y desaparecerán selvas. Los ríos cambiaran de cursos y se excavará el piso de los lagos. Ponga en su lista de deseos lo que mejor imagine, que este supermercado de ilusiones es infinito y los jerarcas y empresarios chinos están para servir la riqueza a domicilio.
Si hacemos bien las cuentas, los canales serán cuatro en una misma región geográfica, porque el de Panamá ya existe; cinco, si tomamos en cuenta el proyecto de construir en Costa Rica una supercarretera entre el Caribe y el Pacífico, no se olvide que es el único país que tiene relaciones diplomáticas con China Popular, y ha recibido recientemente la visita oficial de su presidente Xi Jinping; y seis, si incluimos a Colombia que negocia con China la construcción de su propio canal seco, entre Bahía Solano en el Pacífico y Acandi en el Caribe, muy cerca de la frontera con Panamá, obras a cargo de la China Railroad Engineering Company. Y podrían ser siete, si tomamos en cuenta el canal proyectado por México en el istmo de Tehuantepec, y hasta ocho, pero El Salvador no puede entrar en la cuenta pues no tiene costa al Caribe.

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26 de junio de 2013
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