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Eder. Óleo de Irene Gracia

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De bloqueo en bloqueo

A lo largo de las últimas semanas, la capital se ha visto desquiciada por las estruendosas protestas callejeras. Al principio, las autoridades minimizaron el conflicto -ante los pasmados ojos de los ciudadanos, llegaron a afirmar la inexistencia del movimiento-, mientras los manifestantes bloqueaban calles y avenidas, llegando a obstaculizar el acceso al aeropuerto. Si hasta el momento el presidente había gozado de un amplio margen de aprobación por sus arriesgadas decisiones políticas, su imagen -al igual que la del alcalde- se ha desplomado en las encuestas, sobre todo entre las clases medias y altas. Hartas de embotellamientos que duran horas, exigen mano dura al gobierno, que en su opinión se ha mostrado incapaz de hacer frente a los disturbios.

            La confrontación entre policías y paristas se ha tornado cada día más violenta, con un saldo que suma ya decenas de heridos. Según los responsables de los cuerpos de seguridad, jóvenes radicales infiltrados entre los organizadores son los responsables del caos: "Desafortunadamente varias de estas manifestaciones fueron aprovechadas por vándalos que sólo quieren causar caos y destrucción, y dañar los bienes públicos y privados. No hay protesta, por justa que sea, que amerite la pérdida de una vida".

Hace unos días, los sectores más conservadores del país presentaron un proyecto para endurecer las sanciones contra quienes alteren el orden público. Según sus defensores, estas medidas buscan "evitar desmanes en las manifestaciones", sin por ello conculcar el derecho de protesta, aunque diversos colectivos de derechos humanos -y buena parte de la oposición- denunciaron el peligro de reformar el código penal. Para defenderse, uno de los artífices del proyecto declaró: "La protesta social es legítima, la promovemos, la respetamos e invitamos a los ciudadanos a que se manifiesten, pero no es aceptable cuando termina en bloqueos que atentan contra los derechos de los ciudadanos, pero más grave aún es una promoción de la violencia, por eso quienes promueven estas protestas van a tener que pagar las consecuencias".

De acuerdo con el nuevo proyecto de ley, "quien incite, dirija, participe, constriña o proporcione los medios para obstaculizar [...] las vías o la infraestructura de transporte de tal manera que atente contra la vida humana, la salud pública, la movilidad, la seguridad alimentaria, el medio ambiente o el derecho al trabajo, incurrirá en prisión de 3 a 5 años". Y añade que, si se utiliza capucha o algún elemento que impida la identificación, la sanción podrá llegar a seis años y medio, sin beneficio de reducción de penas. En contraposición, uno de los más destacados líderes de izquierda replicó: "Éste es un gobierno tramposo, dice que va a solucionar los problemas y prepara las medidas para que la gente no pueda protestar.".

Aunque este escenario parecería describir con cierta precisión lo que ocurre en la Ciudad de México, en realidad pertenece a la Bogotá donde aterricé hace unos días. Tras la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, miles de productos agrícolas de este país han abarrotado los comercios colombianos, desplazando a los productos locales. Enfrentados a una competencia desleal, abandonados en sus comunidades y desprovistos de vías rápidas para transportar sus productos, los campesinos decidieron poner en marcha un Paro Nacional Agrario que no tardó en ser secundado por otros sectores inconformes, como los maestros.

De bloqueo en bloqueo, la situación admite paralelismos: la llegada de un presidente pragmático, tras varios años de un presidente ideológico que no admitía otra verdad que la suya; la aprobación de reformas necesarias, pero que inevitablemente afectan a grupos siempre desfavorecidos; ásperas protestas y bloqueos, que de inmediato suscitan la animadversión de las clases medias y de comunicadores que apenas dudan en exigir su aplastamiento. En resumen: las contradicciones propias de naciones que, pese a sus avances, continúan divididas por una pavorosa brecha social.

Al final, en un caso y otro, tendríamos que ver a los campesinos colombianos o a los maestros mexicanos, más que como agentes perniciosos, revoltosos sin principios o vándalos -aquí y allá los líderes de opinión no se cansan de emplear este epíteto-, como el odioso síntoma de un mal mayor: un pacto social que, a lo largo de los últimos decenios, ha impulsado el rápido enriquecimiento de unos cuantos en detrimento de millones que continúan al margen de cualquier mejora -y, lo que es peor, al margen del discurso de éxito que enarbolan políticos y empresarios de sus países. Frente al discurso del odio que se exacerba en momentos como éste, lo que se necesita es que las autoridades no se dejen presionar y actúen con la mayor prudencia y sensatez. No se trata de compartir la estrategia o las ideas de los manifestantes -casi siempre borrosas e inasibles-, sino de mirar los bloqueos como quien mira la llaga abierta en una sociedad herida.

 

Originalmente publicado en el diario Reforma, 15.09.13



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15 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un piloto automático para Europa

Cuanto más rica y decisiva, más silenciosa y discreta. Como los buenos burgueses europeos de antaño. Así aparece Alemania en vísperas de unas elecciones que todos juzgan trascendentales, pero no levantan pasiones ni entre los alemanes que irán a votar ni entre los europeos que se sienten afectados en sus economías y, por tanto, en sus vidas por el Gobierno de Berlín.

Todo lo contrario de una elección presidencial en Estados Unidos o en Francia. Los dos principales candidatos, la canciller Angela Merkel y el exministro de Finanzas socialdemócrata Peter Steinbrück, son lo más alejado que pueda haber de unos candidatos mediáticos, como lo están sus campañas respecto a la política espectáculo.

La atmósfera electoral se corresponde con el espíritu que anima a electores y a candidatos. Nada de experimentos ni de grandes visiones de futuro. Todo según lo previsto. Mantener la estabilidad y el statu quo en casa y en el exterior europeo. La política como un arte del mantenimiento, sobre todo de un Estado social que ya ha sido duramente descrestado. Que todo esté en su sitio y funcione, sin crear expectativas ni decepciones. Poco hay que cambiar cuando las cosas, y especialmente la economía, funcionan razonablemente en casa, especialmente en comparación con las dificultades de los vecinos. Ni siquiera quedan márgenes para algo de incertidumbre, origen de la emoción electoral. La disyuntiva no es entre derecha e izquierda, sino entre los socios de coalición capaces de completar una mayoría conservadora, que parece ya garantizada y por tercera vez bajo la batuta de la señora Merkel: o con los actuales liberales de la FDP, actualmente en el Gobierno como socios minoritarios, o con el SPD, que ya fue su socio entre 2005 y 2009; es decir, continuación o cambio, pero en segundo grado.

Hay más combinaciones teóricas, casi todas ellas impracticables, a menos de una rara sorpresa. Lo que se somete a elección solo es el énfasis, más liberal si sigue la actual fórmula, y ligeramente más socialdemócrata si regresa la gran coalicióncon el SPD, aunque ni siquiera entre los dos grandes partidos hay grandes diferencias en políticas económicas y europeas. Incluso en este último caso, poca aceleración se puede esperar respecto a la actual marcha cansina hacia la unión bancaria, los descartados eurobonos o los inexistentes estímulos al crecimiento, porque las divergencias que plantea el SPD, cuando las hay, son más bien vaporosas.

Alemania es el país más previsible de Europa. Gracias a su peso geoeconómico, de trágica historia cuando era geopolítico, ejerce un liderazgo reluctante que enfrenta a los europeos al vacío. Europa se está haciendo alemana, pero de una Alemania ensimismada que se desentiende de los europeos y sugiere que encarguemos el gobierno a un extraño piloto automático.



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15 de septiembre de 2013
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Entender – entendernos– es otra cosa. Recordando La historia oficial.

Estoy a punto de terminar una “gira de bolos”, como dicen en España, que me llevó por dos meses por Buenos Aires, San José de Costa Rica y Medellín. En talleres, seminarios, conferencias, charlas y mesas redondas, compartí con decenas de colegas periodistas y escritores la aventura de contar la realidad. En algunos casos yo elegí hablar e invitar a discutir sobre las narrativas del pasado en universidades, ferias y encuentros. En otras, fue el pasado el que me asaltó desde las historias, preguntas y comentarios.

No es fácil acercarse a un pasado complejo y angustioso. Por eso, en esta última entrada antes de cruzar el Atlántico hacia Barcelona, quiero compartirles una reflexión sobre una historia de mi familia que tiene que ver con eso y que está en mi libro Periodismo narrativo.

Falta muy poco para que se cumplan 30 años de la recuperación de la democracia en mi Argentina. Fue en octubre de 1983. Votamos. Ganó Raúl Alfonsín. La noche oscura parecía quedar atrás. Pero a veces las noches se nos quedan agazapadas y asoman como pesadillas.

*          *          *

Se trata de una anécdota familiar muy vieja, de esas que mi familia repite una y otra vez y que no hay forma de saber si es verdad, pero que todos la recordamos más o menos así: mi abuela, judía alemana de Berlín, llegó a Buenos Aires escapando del nazismo en 1936. Nunca se sintió cómoda entre los bárbaros de las pampas, y nunca pudo hablar castellano más que de una forma cómicamente rudimentaria. Para ella, la emigración fue un naufragio.

A medida que envejecía iba olvidándose de su idioma de adopción. Cada semana, y después casi cada día, perdía una palabra nueva. En sus últimas semanas, a los 90 y postrada en una residencia de ancianos, la omi (como la llamábamos, con el diminutivo de oma, abuela) ya sólo hablaba alemán.

En esos años, con la epifanía del fin de la dictadura, había irrumpido en Argentina un género de películas sobre los años negros que todos debíamos ver, por obligación cívica. La mayoría eran malísimas, pero entre las buenas descolló La historia oficial, de Luis Puenzo con un impecable guión de Aída Bortnik, que terminó ganando un Oscar.

Cuando salió, mis padres, mi tía y mi hermana y yo nos dimos a la tarea de llevar a la abuela a ver La historia oficial, sin saber que los otros también lo harían. Como no la sacábamos mucho, no quiso negarse ni proponer otra película, y la vio tres veces.

 “¿Saben qué?”, nos dijo con solemne perplejidad el domingo siguiente. “La primera vez la entendí poco, la segunda menos, y la tercera… la tercera fue la que menos entendí”.

Todos lanzamos la carcajada. “No es para reír”, se quejaba sin éxito la omi. Más protestaba y más nos reíamos.

*          *          *

La conclusión familiar es que las dificultades de la Omi con esa película en concreto era representativa de sus propias carencias con el lenguaje de los argentinos y sobre todo con la forma farfullada, en ráfagas, con la que hablaban nuestros actores en esa época, como Héctor Alterio o Federico Luppi.

Pero ahora pienso que en parte nos estaba diciendo otra cosa.

La obra de Puenzo, en la que una extraordinaria Norma Aleandro va dándose cuenta de que su hija adoptada es en realidad hija de desaparecidos, que su marido, un militarote autoritario (Alterio), se la apropió como botín de guerra en los primeros meses de la dictadura, y que todo su mundo era una mentirosa construcción de papel mojado, es una compleja fábula sobre la dictadura a nivel doméstico, sobre las formas de contar y de contarse atrocidades, de querer vivir engañados, de oponerse a la ‘historia oficial’ o aceptada en la que vivimos, y sin la cual toda nuestra realidad se abre bajo nuestros pies como arenas movedizas.

¿Qué es verdad? ¿Quién es bueno o malo? ¿No había aceptado el personaje de Aleandro las terribles implicaciones del trabajo atroz de su marido todos esos años, sin chistar, sin pensar, sin querer ver? ¿Y ahora qué tiene que hacer? ¿Renunciar a la persona que más quiere en el mundo, su hija? ¿Pero es su hija o no lo es? Si le devela la verdad, ella la odiará, seguramente. Y la posible reacción de su marido le causa pánico. ¿Pero puede no hacer lo que sabe que tiene que hacer?

*          *          *

La historia oficial es una película angustiosa, que cuenta la dictadura desde un lugar terrible: el de tratar de tomar decisiones en un mundo y un momento en que todas las decisiones posibles tendrán resultados personales catastróficos.

Acababa de terminar la dictadura y nosotros – mis papás, mi tía, mis primos, mi hermana, yo mismo – creíamos que todo era blanco y negro, que estábamos del lado de los buenos, que habíamos entendido todos significados y resonancias de esa película, y que nuestro país y nuestra sociedad saldrían indemnes de la dictadura, porque ya había acabado todo y estábamos en democracia.

¿Y si en un sentido mucho más profundo tenía razón la omi? ¿Y si pensar que sería fácil borrarnos el pasado como el polvo de caspa o tiza nos estaba llevando a todos a entender cada vez menos?

En su mundo privado, perdidas en el recuerdo de una Alemania que los nazis borraron pero al mismo tiempo agrandaron y cambiaron para siempre, en su duelo (en los dos sentidos) con el país que la había expulsado y que ella llevó adentro hasta su último suspiro, creo hoy que mi abuela sabía.

Sabía que entender qué nos pasó y saber qué hacer con eso es algo mucho más difícil de lo que suponíamos nosotros. 

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14 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Para qué una consulta?

Para aprovechar la ocasión e irse antes de que amaine la tormenta perfecta, los que quieren hacerla enseguida, en 2014.

Para salvar la cara, los que la han prometido.

Para terminar de una vez y aclarar hacia dónde vamos, los que ya están hartos.

Para apretarle las tuercas a Mariano Rajoy, los que quieren el pacto fiscal y también los que quieren una España federal, confederal o incluso dual como la vieja Austria-Hungría. (Por eso hubo tantos no independentistas en la Via Catalana y por eso hay todavía mucho margen para ampliar la movilización entre los que ni lo son ni fueron a la manifestación de la Diada).

Para muchos jóvenes que no votaron la Constitución y quieren implicarse en la modelación del futuro, porque no ven razones para no hacerla, sin más, y luego que salga el sol por Antequera.

Para todo demócrata, porque la democracia es gobernar con el consentimiento de los gobernados y no es sostenible para un Gobierno que un 80 por ciento de los ciudadanos de una de sus regiones geográficas exija que se le pregunte por el futuro de sus relaciones con el resto y otro 50 y pico por ciento diga en las encuestas que quiere largarse.

Todos estos conforman el 80 por ciento de los catalanes que están a favor de la consulta. Solo los primeros, los indepes apresurados, la exigen para 2014. Es el catatónico Gobierno central el que luego hace el resto de la faena y va echando a los otros grupos en brazos de los primeros.

Cuanto menos y peor reaccione Rajoy mayor será el número de los partidarios de la consulta y de que sea en 2014. Y también aumentará, naturalmente, el número de los partidarios de la independencia.



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14 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El conflicto en Siria: un ataque de amenazas

El reciente reporte del United Nations Human Rights Council ha sido contundente: en Siria, ni el gobierno ni los rebeldes se guían por los principios de una "guerra justa". Sólo entre mayo y julio de este año, las fuerzas gubernamentales de el Asad han cometido al menos ocho masacres, y han atacado a hospitales y han usado bombas de racimo; en cuanto a los rebeldes, se distinguen por ejecuciones sumarias. Ambos bandos han torturado a sus enemigos o a sospechosos de serlo; también han secuestrado a gente y usado a niños como soldados.

Pese a todo ese panorama perturbador en una guerra que ya supera los cien mil muertos, Estados Unidos y algunos gobiernos europeos (sobre todo el de Hollande en Francia) se han sentido con la obligación de actuar solo cuando el gobierno de el Asad ha utilizado armas químicas contra su propia población, causando alrededor de 1.500 muertos; el uso de armas químicas es una transgresión moral inadmisible, aunque queda la duda de por qué otros crímenes de guerra no escandalizan tanto a la opinión pública. ¿Estamos tan acostumbrados a que se masacre a civiles con armas convencionales?

La opinión pública y los líderes de opinión en los Estados Unidos entienden el estatus particular de las armas químicas. Sin embargo, cuestionan que una intervención norteamericana contra al Asad termine ayudando a los rebeldes, que tampoco juegan con armas limpias y entre los cuales se encuentran varios grupos de extremistas islámicos. En una desastrosa situación moral, en la que ambos bandos -uno más que otro- han cometido abusos, no se ve con claridad por qué los Estados Unidos tenga que intervenir a favor de uno. Tampoco convence cierta soledad del país en este desafío, que Obama no haya podido armar una amplia coalición internacional que respalde su decisión de "castigar" a al Asad. A eso se añade el cansancio, el desgaste psicólogico de haber participado en guerras continuas (Afganistán, Irak) durante más de una década. El secretario de Estado John Kerry, casi como pidiendo disculpas, dijo que sería un "ataque muy pequeño" contra los arsenales químicos del gobierno sirio, y que no habría guerra; críticos conservadores y liberales han escuchado esta historia antes y utilizan una imagen repetida para ponerle reparos al plan de Obama: se trata de "una cuesta resbalosa" ("slippery slope"), es decir, un pequeño paso que puede llevar a eventos que no estén bajo el control de los Estados Unidos y por lo tanto conducir a algo tan grande como una nueva guerra.

La opinión pública internacional tampoco está convencida del plan de Obama. Las razones son diversas: están quienes desconfían de los Estados Unidos como garante del orden moral y señalan que en ocasiones recientes (Irak) ya ha manipulado a inspectores nucleares para fabricar una guerra; como confiar en la policía, dicen, si la policía no ha sido un modelo de virtud. Y están quienes ven a Siria como una excusa para que los Estados Unidos actúe una vez más como un imperio arrogante y tonto, capaz de provocar muchas muertes de ciudadanos inocentes como castigo por tantas muertes de ciudadanos inocentes provocadas por al Asad.     

Lo más curioso de todo es que ni el mismo Obama parecía convencido de su plan. El "guerrero reticente", lo ha llamado la revista Time. Así es como el premio Nobel de la Paz, en vez de saltarse el escollo del Congreso --como se suele hacer en estos casos--, decidió que no podía atacar sin previa autorización de un Congreso controlado en la Cámara Baja por la oposición. Obama sólo quería ganar tiempo para conseguir más aliados; no lo logró, y al final, para evitar una derrota en el Congreso, tuvo que apoyarse una salida intempestiva de John Kerry, que insinuó en una entrevista que los Estados Unidos estaría dispuesto a no atacar si Siria ponía su arsenal químico a disposición de una fuerza internacional y luego permitía su destrucción. Esa salida de Kerry se convirtió en punto de partida del gobierno ruso para que buscara salvar a su aliado sirio con un proyecto de desarme. El martes por la noche, las principales cadenas televisivas dieron paso a un mensaje de Obama que parecía urgente pero en realidad no lo era: pedía al Congreso que postergara la votación autorizando un ataque que, al fin de cuentas, no quería llevar a cabo.

En su mensaje, Obama fue por primera vez claro y explícito, incluso moralmente convincente en cuanto a la necesidad de intervenir con fuerza para que al Asad entienda que cualquier uso de armas químicas tendría serias consecuencias. Pero ese mensaje no ha logrado cambiar muchas posturas. De hecho, todo sigue igual esta semana, excepto por algo importante que pasó un poco desapercibido: por primera vez, el régimen sirio admitió que tenía armas químicas y que estaba dispuesto a firmar el tratado internacional para evitar su proliferación (Siria es uno de los escasos países que no ha firmado ese tratado). De algo sirven las amenazas del imperio, por más que, en principio, no parezcan convencer a nadie, ni siquiera a quien las profiera.      

 

(revista Qué Pasa, 13 de septiembre 2013)   

 

 



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13 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre dos Diadas

Hace un año Cataluña se situó en el mapa internacional. Hasta la Diada de 2012 nadie la localizaba  en la geografía de los conflictos. Se encargaron de hacerlo, primero, la multitud del ?millón y medio? que ocupó las calles de Barcelona y, luego, la reacción seguidista de Artur Mas, con la disolución del parlamento y la convocatoria de unas elecciones que el presidente quiso convertir en plebiscito. La decepción del resultado electoral hizo su mella en las redacciones de los medios internacionales y en las cancillerías: no había para tanto; habían anunciado un terremoto y no ha pasado de un susto sin importancia. Vuelta a la normalidad.

¿Qué ha sucedido en un año para que Cataluña aparezca de nuevo y ahora todavía con un perfil más dibujado y preciso en los mapas internacionales? Pocas cosas. Pocas en la política catalana, donde hay un gobierno paralizado y sin capacidad para hacer ni siquiera los presupuestos. Pero menos todavía en la política española, donde la Diada de 2012 fue recibida por Rajoy con palabras despectivas --el lío y la algarabía-- y las elecciones fueron leídas como una desautorización ya no de Mas sino del independentismo.

Pues bien, es precisamente la nula reacción política ante un movimiento que hizo su primera gran demostración de fuerza hace un año lo que explica que la repetición se haya convertido en una segunda demostración todavía más intensa. Este tipo de dinámicas funcionan de maravilla en el vacío, que hasta ahora ha sido casi absoluto en La Moncla. Artur Mas, de su parte, sin una mayoría sólida y asfixiado financieramente, apenas ha gobernado y ni siquiera tiene márgenes para gobernar, pero en cambio sí se ha movido. Y no únicamente en dirección al gobierno de Madrid.

El presidente ha hecho dos cosas, cuyo calado se ha ido dibujando justo en las vísperas de la Diada. De entrada, se ha reafirmado en su agenda y calendario, fiel al pacto establecido con ERC, en el que este partido le dio la investidura y obtuvo un cierto 'droit de regard' sobre la acción de Gobierno, a la vez que situaba a su presidente, Oriol Junqueras, como jefe de la oposición. Está claro que Mas contempla todos los pasos, uno detrás de otro, que conducen a intentar la celebración de una consulta en 2014 e incluso intentar que Esquerra se incorpore al gobierno en algún momento, cosa que no significa su renuncia a a mantener la llave de la disolución parlamentaria ni su propósito de mantenerse en cualkuqiera de los casos dentro de la legalidad.  En segundo lugar, y en dirección contraria, ha tendido los puentes del diálogo, que significa tener un buen pulso de lo que piensa el adversario y facilitar lo mismo a la otra parte; y lo ha hecho a pesar de ERC, que solo quiere que se hable para concretar la consulta y la pregunta.

La inacción política ha sido la clave del éxito de la acción en la calle. Y también del éxito mediático. La gran sorpresa de todos los observadores extranjeros la proporciona el quietismo del Gobierno central y su contraste con la perfecta organización de una movilización de masas como la que se desplegó en la Via Catalana, que no se puede hacer sin una logística casi perfecta. En un año se ha pasado de la sorpresa por la espontaneidad a la sorpresa por la excelencia organizativa. Se supo en 2012 que había voluntad y se sabe en 2013 que está organizada. La conclusión es clara: esto va en serio, detrás hay gente que sabe lo que se trae entre manos y es una auténtica frivolidad no tomárselo como tal. El quietismo ya no tiene más recorrido. Rajoy se debate desconcertado entre quienes le piden mano dura con los catalanes, con suspensión de la autonomía y recurso a los tribunales, y quienes le piden una oferta sustancial que actúe como cortafuegos e introduzca un ritmo distinto, le sirva para recuperar la iniciativa y ataje el deslizamiento de la opinión pública hacia la independencia. El éxito de una iniciativa de este tipo dependerá de dos cosas: de la rapidez con que se presente y de la capacidad para convertir esta oferta en un proyecto político y no en una propuesta apaciguadora y oportunista. Si no se hace así, de prisa y con mucha mano izquierda, puede que no sirva para nada.

Y, sin embargo, la tentación de Rajoy, lo que le dicta su carácter, seguirá siendo la de no hacer caso ni a unos ni a otros. Esperar que todo se enfríe un poco para volver al nirvana de la inacción. No meterse en líos, sobre todo. Ni castigar provocadoramente a los catalanes como le piden desde la derecha, aun a costa de alimentar la espiral de la polarización y, por tanto, el independentismo reactivo; ni cederles algo como le insinúan sus moderados, al precio de enajenarse a sus propias bases políticas en el conjunto de España sin ganar ni un solo voto en Cataluña. Justo seguir mareando la perdiz con la vana esperanza de que la economía mejore, escampe el mal tiempo político y los independentistas empiecen a cansarse.

Si se mantiene en sus trece, dentro de un año, en la tercera Diada, el movimiento, todavía más reforzado y seguro, entrará en una nueva etapa, todavía más imposible en todo, incluido el retroceso, y de respuesta desde Madrid cada vez más cara y complicada. Nada permite pensar que decline o ni siquiera que pierda su capacidad de movilización en la calle si persiste el vacío político al otro lado. Seguro que la opinión internacional, ahora todavía distraída y escéptica, empezará entonces a virar hacia una lectura mucho más negativa para el gobierno español.



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13 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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78. Crónica

Crónica alucinada del 3er Simposio Internacional sobre Libro Electrónico (Conaculta, México D.F., 10-13 de septiembre).

 

Cuando llegué al auditorio del Museo de Antropología me senté en el sitio donde me vi, ya dispuesto para tomar notas, a mí mismo. Encajé en mi cuerpo sentado y todo fue fácil. La madera cúbica de los muros pixelaba la mirada lateral; parecía que la imagen estaba a medio hacer, desconfigurada. Roger Bartra habló de exocerebros aunque el suyo estaba muy en su sitio. Alejandro Katz se preguntó a qué huelen los libros electrónicos. Eric Marbeau habló muy bien de Francia, ahí parecía francés. Katz recordó que el fetichismo del olor de los libros es absurdo: ahora son de pasta prefabricada con trazas de aluminio; los que olían bien eran los antiguos de fibra vegetal, podías apreciar el cáñamo u otros componentes aromáticos. Un libro actual huele más bien a caca (eso dijo Hernán Casciari que había dicho su hija). Marbeau alabó el proteccionismo francés, Javier Celaya alabó los agentes del mundo del libro que no necesitan protección para hacer cosas y defendió la desprotección del copyleft. Vino alguien de Amazon y lanzó algunos chistes, no demasiado graciosos. Por Librerías Gandhi habló Manuel Dávila y dijo cosas inteligentes sobre el nuevo paradigma editorial. Defendió a ultranza al lector. Lo agradecí, aunque nadie parecía atacarme. / "Ya tuve que escribir 200 veces (...) ‘me gusta el profesor de matemáticas'. Ahora el copiar y pegar del ordenador acabó con el castigo", Rodrigo de Souza Leão, Todos los perros son azules (2008); Sexto Piso, Madrid, 2013, p. 36, traducción de Juan Pablo Villalobos. / Copiar y pegar. Se habló de eso, creo; quizá fui yo quien lo comentó, no lo recuerdo. Hubo un representante de eso ya está hecho sin haber leído el libro, hay uno en todos los congresos. El segundo día se coló una mariposa blanca en el Auditorio Jaime Torres Bodet, y la estuve mirando y pensé en el verso de Torres Bodet, "me toco... y eres tú, eres tú quien me toca", y pensé que ese verso podría haberlo escrito Rodrigo de Souza Leão. / Curioso que Google está en todas partes pero su representante no acudió. Lluis Abián impartió un taller de ilustración, y no fui. Yo intervine en una mesa redonda y él no vino. Hoy René López Villamar dará un taller de autoedición y no asistiremos ninguno de los dos. Vivimos en un mundo cruel. / Casciari sostuvo que ya no nos concentramos, aunque comprendí todo lo que dijo, y que hay que cambiar los cuentos infantiles. En eso estamos de acuerdo. Los bibliotecarios argumentaron que esto del libro electrónico está muy bien, pero que les preocupa la falta de lectores, digitales o no. Quizá fueron los más sensatos. Nabokov tenía una biblioteca de mariposas. Dije que la nostalgia intenta conectarte telepáticamente con otro lugar. Sí, a ti. Los maestros cortaron las calles. Si tienes seis yoes es hexocerebro. / "¿Cómo se puede extrañar un lugar de donde nadie viene, a donde sólo se va? Al manicomio sólo llega gente", sentencia Rodrigo de Souza Leão.



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13 de septiembre de 2013
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