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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El mundo es blanco

Mientras realizaba la investigación para su primer libro, Roberto Saviano (Nápoles, 1979) acaso presentía su relevancia, pues se disponía a exhibir los escalofriantes mecanismos empleados por el crimen organizado en su ciudad natal, despojándolos del aura glamorosa que el cine hollywoodense suele conferirle a los mafiosos. Pero la publicación de Gomorra no sólo lo convirtió en una celebridad -cientos de miles de ejemplares vendidos y traducción a cincuenta lenguas-, sino que trastocó su vida de tajo: amenazado por los personajes de su libro, desde 2005 lleva una vida clandestina, rodeado de escoltas y operativos policíacos.

            Por fortuna Saviano no se dejó intimidar y hace unos meses publicó en Italia su nueva obra, Zero zero zero, en torno al tráfico de cocaína. Valiéndose de un estilo que a veces suena forzadamente literario -y en sus peores momentos, banalmente filosófico-, Saviano persigue toda la cadena del narcotráfico, desde las plantaciones de amapola en Sinaloa y Colombia hasta su venta en Italia y Rusia o el lavado de dinero en Estados Unidos, pasando por la guerra contra las drogas mexicana, a la que dedica varios capítulos.

En el que titula "Big Bang", donde narra el ascenso de Miguel Ángel Félix Gallardo, el asesinato del Kiki Camarena y el surgimiento de los primeros cárteles, no duda en afirmar que en el embrionario pacto suscrito por Miguel Caro Quintero, los Carrillo Fuentes, García Ábrego, los Arellano Félix, el Mayo Zambada y el Chapo Guzmán, se finca el mundo contemporáneo. "Ese poder hay que observarlo, mirarlo directamente al rostro, a los ojos, para comprenderlo", escribe. "Ha construido el mundo moderno, ha generado un nuevo cosmos. El Big Bang surgió de aquí."

            A salto de mata, al acecho de los asesinos que ha denunciado, Saviano ha sido una clara víctima de ese poder, si bien la grandilocuencia que contamina su relato -la del profeta que se juega la vida señalando a los culpables del Caos- a veces le hace perder de vista un plano más amplio, un plano en el que ese poder criminal existe sólo por la conjunción de un poder ideológico y otro económico que, al obstinarse en penalizar el consumo de drogas, así lo han querido. En su radiografía se echan de menos los resortes que han determinado esta obcecada prohibición.

Tras un formidable preludio, en donde demuestra que la cocaína nos rodea por completo -un monólogo interior propio de una novela-, Saviano se aboca a desvelar el itinerario de los capos mexicanos, desde Félix Gallardo hasta el Chapo, confiriéndoles un aura casi épica que resultaba más lograda en una ficción como El poder del perro de Dan Winslow. Sin jamás citar sus fuentes (algo extraño en quien ha sufrido el acoso tanto como los reporteros mexicanos que bucearon en esta historia antes que él), se limita a repetir hechos que para nosotros quizás resulten demasiado conocidos, pero que a un lector extranjero no dejarán de asombrar por su crueldad. Por desgracia, al centrarse en las exageradas vidas de los capos, apenas profundiza en las condiciones sociales y políticas que animaron su crecimiento, reiterando una vez más la narrativa oficial que ve en esos monstruos el punto nodal del conflicto. Y, como en tantos otros estudios, sigue faltando un recuento pormenorizado de cómo funcionan las bandas criminales en Estados Unidos, el mayor consumidor del orbe y el principal responsable de la guerra.

Mucho más interesante resulta el capítulo dedicado al lavado de dinero, donde Saviano relata cómo los grandes bancos globales, como Wachovia o HSBC, están al servicio de los cárteles sin recibir más que insignificantes multas. Allí, también vuelve a narrar el caso de Raúl Salinas de Gortari, según los rumores ligado a diversos cárteles, y expone el mecanismo empleado por Citibank para auxiliarlo en sus maniobras.

En su afán por exponer cada arista de la cocaína, Saviano realiza estupendos retratos íntimos -desde los gorilas de la mafija rusa hasta las modelos de Medellín, pasando por criminales de cuello blanco, políticos y asesinos a sueldo-, así como fascinantes crónicas de los abstrusos intercambios emprendidos para transportar la droga de un confín a otro del planeta, aunque en su afán de literaturizar sus pesquisas incluso se aventura a incluir un chirriante poema sobre la coca.

Al final, luego de dibujar a los actores de este drama shakespereano, de desentrañar las estratagemas del crimen y de exponer su zafiedad y su barbarie, Saviano padece una incomodidad desgarradora. "He mirado al abismo y me he convertido en un monstruo", confiesa en el epílogo. Un epílogo de unas pocas páginas en el que concluye, reticente: "Por más que pueda parecer terrible, la legalización total de la droga podría ser la única respuesta. Quizás sea una respuesta horrenda, horrible, angustiosa. Pero la única posible para bloquearlo todo." Tal vez sólo por ser alguien que ha mirado al crimen a los ojos, y ha desentrañado con fascinación su modus operandi, deberíamos hacerle caso.

 

Originalmente publicado en el diario Reforma, 08.09.13

 

Twitter: @jvolpi



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8 de septiembre de 2013
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Alberto Salcedo Ramos, el gran duende tropical de la crónica latinoamericana

Cuenta Tomás Eloy Martínez, el gran autor de Santa Evita, que a finales de los sesenta formó parte de la delegación que esperó a Gabriel García Márquez en el aeropuerto de Buenos Aires, en la primera visita del gran colombiano a la ciudad donde acababan de publicarle Cien años de soledad. Ante los escritores australes, ceremoniosos y sobrios, apareció un torbellino de colores y verborragia. Con su camisa imposible y su gesticulación desbordada, Gabo se les apareció como el trópico hecho carne y verbo.

Me acordé de ese relato, que Martínez incluye en su antología La otra realidad, cuando conocí al mejor cronista colombiano actual, el excesivo e irresistible Alberto Salcedo Ramos.

*       *        *

Lo conocí hace casi un año, en el encuentro en México de Nuevos Cronistas de Indias de la Fundación Nuevo Periodismo, la que fundó García Márquez. Era difícil no notarlo: Salcedo Ramos, un barranquillero picante, lucía camisas no aptas para daltónicos y disparaba más palabras por segundo que ninguno.

En México hablamos de la formación de nuevos cronistas. Me impactó su forma clara de referirse al valor de educar, y su generosidad al dar consejos a los veinteañeros. Lo volví a ver en Madrid. Secuestrado por la gripe, tomando un jugo de naranja tras otro, seguía siendo un huracán. La semana que viene, comeremos en Medellín. No veo la hora de escucharlo. Aunque en cierta forma, su voz me acompaña casi cada hora: en Facebook y en Twitter es tan “mudo” como en vivo. A cada rato, un chiste certero o un comentario ácido.  

Pero como su legendario compatriota, lo que hace memorable a Alberto Salcedo Ramos no es su “personaje”, sino su pluma. Sus dos últimos libros, que empezaron a regar su nombre entre los seguidores de la crónica en los países de habla hispana, muestran a un maestro original y riguroso.

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El oro y la oscuridad es un perfil emotivo y complejo del ex campeón de boxeo colombiano Kid Pambelé. En decenas de conversaciones con el ídolo caído, Salcedo se adentra en su adicción a la fama y su íntima fragilidad. Pero también entrevista en profundidad a su familia, a sus pocos amigos y sus muchos ex socios y promotores.

De este buceo sale con un cuadro inquietante de un boxeador único, que subió a la cima desde lo más bajo y volvió a bajar cuando sus puños perdieron fuerza. Y también con un análisis sobre el país donde Kid Pambelé pudo llenar la imaginación de dos generaciones.

La eterna parranda es, en cambio, una antología de crónicas breves sobre deportistas, cantantes y sorprendentes seres anónimos. No hay repetición, no hay fórmulas: los textos de Salcedo Ramos, publicados en revistas como Soho y Gatopardo, sorprenden, divierten y hacen pensar.

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Por ejemplo, Enemigos de sangre. Cuenta la historia de dos hermanos del interior profundo de su país. Uno se unió a la guerrilla de las FARC; el otro, a los paramilitares. La madre sufrió cada día de su ausencia, pero ambos volvieron con vida. Al desmovilizarse, comparten aula: para cobrar un magro subsidio, deben completar la educación básica y aprender respeto y valores.

Con esta historia, Salcedo Ramos construye un apasionante relato de hermanos angustiados ante la posibilidad de matarse entre sí, y que ahora inician juntos un incierto futuro. Es la historia de su país centrada en un puñado de personajes atrapados por la violencia. Y es la crónica desbordada y sobria de un gran maestro.

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7 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desgana militar

El territorio donde se han desarrollado más guerras y de donde han surgido más iniciativas bélicas en toda la historia está acercándose a la anulación absoluta de la pulsión militar. Tiene toda su lógica. El ardor guerrero desplegado durante siglos y utilizado para la expansión colonial está llegando al límite de su agotamiento.

Este repliegue tiene más de medio siglo, pero Siria lo sitúa de nuevo en primer plano. Si durante la guerra fría Europa tenía subarrendada su defensa, poco ha hecho después para defenderse por sí misma. La inhibición coincide ahora con los efectos de una crisis fiscal que golpea unos presupuestos militares ya ostensiblemente insuficientes.

Las primaveras árabes, esa esperanza al parecer efímera respecto al futuro de la democracia en los países islámicos, permitieron una finta engañosa respecto a la crisis y a la vocación pacifista de los europeos. Francia y Reino Unido tomaron con Estados Unidos la iniciativa de golpear a Gadafi, acción que realizaron bajo la dirección de la OTAN y tras obtener la autorización del Consejo de Seguridad.

Los motivos morales para un castigo a El Asad son infinitamente mayores que en el caso de Gadafi, pero no sucede lo mismo con las facilidades que proporciona el contexto político y económico europeo. El stress de la crisis presupuestaria es todavía más intenso. Recordemos que en Libia los europeos ya mostraron una cortedad de munición que solo Washington pudo reparar. En la actual ocasión, Reino Unido ha desertado por imperativo de su admirable democracia parlamentaria. La Alemania de Merkel, que debía ser más deferente que la de Schroeder con el aliado transatlántico, se halla ocupada en las elecciones generales. No hablemos de España, que todavía asomó la nariz con Libia y ahora solo atiende al pisotón gibraltareño. Solo la Francia del socialista Hollande quiere guerra.

La UE no tiene política exterior y menos de defensa, ya se sabe, y la OTAN se conforma con condenar a Siria, como si fuera el Vaticano. El nuevo Papa, por cierto, eleva su voz contra la guerra, sin problemas para hacerse oír: la inhibición europea se produce en todas direcciones; apenas un murmullo de intelectuales belicistas y unas pocas pancartas de las masas antibelicistas.

Algo más ha cambiado desde Libia hasta ahora. El presidente de Rusia, que autorizó el ataque a Gadafi en el Consejo de Seguridad, era Dimitri Medvedev; el que rechaza su permiso para castigar a El Asad es Vladimir Putin. A nuestra falta de apetito bélico le corresponde la nostalgia del vecino ruso por la hegemonía perdida. Es excelente que Europa sea el territorio de la paz, pero mejor sería si fuera un territorio pacífico que sigue extendiéndose en vez de observar cómo crece no muy lejos de sus fronteras el territorio de la guerra. O que, mientras tanto, pudiera defenderse a sí misma.



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7 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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79. Regreso del realismo

            Solemos escuchar que la crisis económica ha propiciado una especie de regreso al realismo literario. Abundan, esto es innegable, las novelas dedicadas a la recesión económica: tecleen en Google "novelas de la crisis" y asómbrense con el numeral de artículos y novelas dedicados en apariencia al tema. Entre las novedades anunciadas para otoño no es difícil encontrar tramas narrativas de las que es esperable que lo rocen o aborden, como las próximas de Isaac Rosa o de Doménico Chiappe. / El realismo literario español ha tenido siempre mala fama crítica (ha sido llamado desde "garbancero" en unos casos, hasta "facilidad panfletaria" en otros), pero siempre ha sido parte del extraño péndulo que rige la narrativa española desde finales del XIX. Si nuestra narrativa es una naranja, el realismo es una de sus dos -mal avenidas- mitades. Y quizá no sólo de la española, pero esto sería salirnos de madre. / Como expuse en mi ensayo Singularidades, a la hora de hablar de realismo, habría que distinguir entre los numerosos tipos de realismo literario que hay. Basta leer Teorías del realismo literario (2004), de Darío Villanueva, o cualquiera de los ensayos de Fredric Jameson (quien por cierto publica en octubre nuevo ensayo en la editorial Verso, significativamente titulado The Antinomies of Realism), para entender la complejidad filosófica, conceptual y estilística de este fenómeno sobre el que todos pensamos estar hablando, aunque en puridad hablamos de cosas muy distintas. / Como ya expuse en el lugar citado, lo que tiene (y debe tener) mala fama, es lo que da en llamarse realismo ingenuo, que sería aquel inconsciente de las limitaciones de la percepción humana de lo real, indiferente hacia los estudios de la ciencia moderna sobre el concepto de "realidad" (siempre entrecomillable, como apuntó Nabokov), e ignorante de los problemas estéticos de la representación. Este realismo, muy abundante en nuestras letras, tanto en poesía como en prosa, es pedestre y ralo, y sus manifestaciones literarias suelen ser deleznables, precisamente porque olvidan lo real. El motivo lo explica mejor que yo el novelista neuyoricano Junot Díaz: "En mi opinión, el realismo, como estrategia narrativa, falla miserablemente a la hora de explicar circunstancias como, pongamos por caso, una guerra civil, situación en la que se destruye el tejido cívico de la sociedad. Por la herida que deja abierta una guerra civil se escapan emanaciones fantasmagóricas muy difíciles de atrapar. El realismo no sabe qué hacer con eso. Es incapaz de captar las dimensiones más sutiles de todo un entramado de emociones fugitivas, sentimientos espectrales que se producen en situaciones históricas extremas. Lo mismo ocurre con las novelas de dictadores. Si se escriben en clave realista, no logran atrapar el fondo de terror, lo más problemático de las heridas que abren las dictaduras" (Junot Díaz, El País Semanal, 3/04/2013, accesible aquí). Frente a este realismo hay otro, complejo y autoconsciente, que suele dar buenos resultados literarios, al ser capaz de aprehender la realidad y sus fantasmas. Si vuelve el realismo, esperemos que sea este segundo.



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6 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bala de plata

El presidente se lleva el protagonismo y la responsabilidad. Su nombre es el que queda asociado a los éxitos o fracasos de la superpotencia. Aunque en muchos casos, como sucedió con George W. Bush, la decisión ni siquiera le pertenece. En otros, como está sucediendo con Barack Obama, aunque él mismo tome la decisión, al final ni su carácter ni su ideología consiguen doblegar los vectores de fuerzas que más determinan la política exterior y de seguridad de un país, como son los intereses, la correlación de fuerzas, y sobre todo la geopolítica.

No es la primera vez que sucede, pero la actual crisis siria nos ofrece de nuevo la oportunidad de observar cómo las continuidades de la política exterior de la superpotencia desbordan las diferencias entre demócratas y republicanos y terminan imponiéndose por encima de los programas e incluso de las personalidades políticas. Bush llegó a la Casa Blanca como alternativa a Clinton (no iba a practicar el nation building como en los Balcanes, por ejemplo) y Obama como alternativa a Bush (no iba a hacer guerras como la de Irak), y todos al final terminan haciendo cosas muy similares.

Todo lo que ha hecho Obama hasta ahora ante los dos años largos de guerra en Siria le ha debilitado. La idea de dirigir desde atrás, que le funcionó en Libia, no ha servido para nada en este caso, en que la revuelta democrática ha virado en guerra sectaria, suníes contra chiíes. Peor fue situar la línea roja sobre el uso de las armas químicas: aplazaba momentáneamente la necesidad de comprometerse, pero significaba citar a Bachar el Asad para que las traspasara cuando más le conviniera. Una vez utilizadas las armas químicas, la falta de una respuesta inmediata y fulminante, y esos días que siguen pasando sin que el crimen reciba su castigo, refuerzan la imagen de indecisión y debilidad.

El crimen es claro y admite poca discusión. Como máximo, algunas maniobras de distracción y cortinas de humo como las que ha lanzado Putin acerca de la autoría y responsabilidad por el uso de las ramas químicas. La gravedad de la actuación criminal del régimen de El Asad en la represión de las revueltas, convertidas muy pronto en guerra civil, tiene dimensiones y características de genocidio: 100.000 muertos, dos millones de refugiados en los países vecinos, cuatro millones de desplazados en el interior. El régimen ha cometido un acto de guerra repugnante contra la población civil, como es el uso de armas químicas en vulneración flagrante de la legislación internacional. De no mediar una reacción contundente y efectiva nada va a quedar de la responsabilidad de proteger, consagrada como principio por Naciones Unidas. A ello se suma el peligro de proliferación de armas de destrucción masiva, consecuente al almacenamiento y a la utilización impune de un arsenal de armas químicas, de la que tomarán debida nota otros regímenes del mismo cariz. Todo esto, que recoge el borrador de resolución presentado al Senado de Estados Unidos, se resume en el peligro que significa El Asad para la seguridad regional e internacional y en el daño inmenso para la comunidad internacional, Rusia incluida, que representa un precedente tan nefasto.

Ahora Obama no tiene más remedio que disparar y deberá hacerlo con la autorización del Congreso o sin ella, porque sabe que la peor de las salidas es seguir sin hacer nada. Sería como citar de nuevo al dictador sirio para que doblara de nuevo la apuesta y volviera a utilizar las armas químicas contra su propia población. Hasta que no lo haga, sigue abierto el interrogante sobre su autoridad y su fuerza. Y lo más grave es que, cuando lo haga, su autoridad y su fuerza dependerán de los efectos de la acción militar que emprenda.

Está la cuestión de la cobertura legal, insuficiente si solo la tiene del Congreso y falta la del Consejo de Seguridad, como se da ya por hecho. Pero todavía está la dificultad mayor de la eficacia de la acción que se emprenda. Este caso va más allá de la teoría del mal menor. Elegir el menor de dos males es relativamente sencillo en comparación con lo que debe hacer Obama. Su elección es entre una pasividad que le destruye ?a él como presidente y a EE UU como superpotencia con credibilidad internacional? y una acción de cuyos resultados nada sabe.

Obama se ha pedido a sí mismo una fórmula mágica: una acción limitada en el tiempo y adaptada a las circunstancias, sin poner pie a tierra, que dañe a El Asad con precisión diabólica, suficiente para castigarle y debilitarle pero no tanto como para darle el poder directamente a los grupos insurgentes incontrolados, Al Qaeda entre otros; es decir, con el resultado de debilitar al régimen y a sus alianzas sin liquidarlo, e incluso obligar a todas las partes, Rusia incluida, a sentarse en la mesa de negociación. Esa fórmula es una bala de plata para matar a un monstruo y no un acto de guerra del que solo se sabe cómo empieza y nada cómo sigue y sobre todo cómo termina.



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5 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísicos 7 ( Revisión)

El soporte de la tesis que hace de la filosofía un universal antropológico

 Aunque con múltiples digresiones sobre muy diversos temas, la reflexión desde hace años realizada en este blog ha consistido fundamentalmente en explorar los caminos que abre cierta concepción antropológica que tiene sino arranque sí al menos cimiento firme en los trabajos de Aristóteles.
Ante la interrogación sobre la especificidad de la naturaleza humana, sobre las facultades que caracterizan al hombre como especie animal, y sobre las condiciones socio-económicas, políticas o educativas sin las cuales no hay posibilidad de que estas facultades se desplieguen, he glosado en múltiples ocasiones la tesis aristotélica de que el hombre es un animal marcado por un doble rasgo, de hecho indisociable: por un lado lo que Aristóteles denominaba "techne" (técnica a la vez que arte), una facultad que le permite completar lo proporcionado por la naturaleza con cosas que no hubieran podido resultar de una convergencia ciega de causas; cosas que, en ocasiones, ni siquiera responden a exigencias de conservación animal (frutos de la techne en el sentido de arte). Por otro lado, el hombre es asimismo un animal dotado de la facultad de efectuar razonamientos (logismois), facultad en la cual se halla intrínsecamente imbricado el lenguaje.
Esta doble capacidad marca la naturaleza del hombre, la cual entre otras cosas se reivindica como inclinación a lo que Aristóteles llama "eidenai", inclinación a activar la potencia de idear, la potencia de subsumir bajo conceptos. Dado el vínculo íntimo entre esta actividad y la condición lingüística, esta tendencia del hombre no está lejos de lo que el pensador Steven Pinker denomina "instinto de lenguaje". Si este instinto en pos de enriquecer aquello que le singulariza es de alguna manera debilitado, cabe entonces decir que el ser humano se haya mutilado en su esencia.
Por ello la defensa de la causa del hombre pasa en primer lugar por contribuir a socavar la arquitectura social que hace imposible la activación de su singular potencia, la activación de las facultades que determinan su especie. El individuo humano sólo ha de estar al servicio de aquello que en si mismo es proyección de la específica naturaleza humana, lo cual en última instancia supone tener como fin en sí el enriquecimiento (con espejo en el propio espíritu) del pensamiento y del lenguaje. Esto tiene incluso un corolario: la capacidad de pensamiento y de lenguaje puede y debe ayudar a la propia subsistencia individual, pero de ninguna manera debe reducirse a esta función auxiliar; de ninguna manera debe renunciar a sus propios objetivos.
En concordancia con lo anterior he reivindicado esa modalidad de despliegue de la naturaleza humana que es la reflexión filosófica, defendiendo la tesis de que la filosofía no es en su esencia otra cosa que asunción de ciertas interrogaciones universales, las cuales son espontánea e ingenuamente planteadas por los niños, de cuyo espíritu sólo llegan a ser erradicadas mediante una auténtica violencia a su naturaleza. Cabe decir que se da en todo humano una disposición filosófica, simplemente porque los asuntos de la filosofía conciernen a toda persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno, y en modo alguno tienen como condición el ser una persona culta y menos aún una persona erudita (la erudición alcanza su legitimidad como instrumento de la filosofía y no como presupuesto de la misma). El postulado, sin ninguna duda político, que anima este escrito es, en suma, el de que pensar constituye cosa de todos, pues en el pensar realiza su especificidad como animal. Y la concreción de este postulado consiste en un replanteamiento de algunos de algunas cuestiones que, siendo elementales y precisamente por ser elementales cabe considerar como universales del espíritu, cuestiones que cabe designar como asuntos metafísicos.

 

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5 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Te amo, pero?- Extraordinario book trailer de Amor…

Te amo, pero?- Extraordinario book trailer de Amor condicional, el libro de relatos de Daniel Rodríguez Risco editado por Planeta y que mañana presento en ?Dédalo? a las 8:00 pm. Los espero y recomiendo mucho el libro, que cumple a cabalidad con la sentencia de David Foster Wallace: ?Toda historia de amor es una historia de fantasmas?.



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4 de septiembre de 2013
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