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Contra cualquier novedad

Una amiga me ha pedido que escriba un juicio sobre la filosofía, para mediar en la actual disputa sobre la reforma educativa que ni es reforma ni es educativa. Absolutamente convencido de que es el ejercicio más ineficaz al que pueda uno ponerse, emprendo el dichoso juicio.
Empecemos por el principio fundamental, la filosofía es la disciplina intelectual más importante de cuantas se puedan ejercer con un poco de cabeza. Su segunda fundamental característica es que no sirve para nada.
Que es más importante que las matemáticas, la física, la química, la medicina o la ingeniería, significa que importa más que ellas, es decir, que su interés es más alto, está más arriba, como mirando desde una cierta y angustiosa altura en la que el panorama da vértigo. Ninguna de las ciencias severas y humanas podría ser lo que es si previamente no hubiera sido marcada por la filosofía. Es la filosofía la que pone marco a cada ciencia. El objeto de las ciencias es un desconcertante espacio que sólo la filosofía puede delimitar. ¿Cuál es el objeto de la física, de qué se ocupa? ¿De qué hablamos cuando hablamos de "física"? Al físico esta pregunta le importa una higa, y así ha de ser, pero sin responder a ella su ciencia se trivializa y se convierte en mera técnica.
Como dijo el último filósofo, las ciencias no piensan, no tienen por qué pensar, les basta con describir. Lo que piensan es lo interno a su descripción o experimentación, su metodología, por ejemplo, pero el científico no tiene por qué situar sus experimentos y averiguaciones en el orden del pensamiento conceptual. La ciencia fue pensamiento hasta no hace mucho. Todavía Hegel llamaba a su tratado de lógica "La Ciencia de la lógica". Hoy esto ya no es posible. A pesar de que la filosofía es el pensamiento más elevado y el que mayor horizonte domina y por lo tanto el que puede englobar un mayor número de preguntas y enlaces entre respuestas, de hecho ha sido sustituida por la historia de la filosofía.
Aún así, la historia de la filosofía es sin duda la experiencia más dura y exigente a que puede someterse el intelecto, incluso en nuestros días, si se estudia seriamente. En esa experiencia (que dura toda una vida) pueden irse integrando las ciencias, cuando es necesario. Más de un filósofo conozco que ha acabado por dedicar años a la matemática de René Thom o a la física cuántica, precisamente como territorios menores y más accesibles dentro del inmenso campo de la filosofía.
La segunda parte tampoco tiene duda. La filosofía no sirve para nada porque, junto con la religión y el arte (ambos en trance de acabamiento), era el tercer pilar de nuestro entendimiento del mundo. Durante trescientos siglos nos habíamos explicado nuestra extraña condición como los únicos seres vivos conscientes en un universo infinito e inanimado, mediante esas tres admiraciones: la religión nos permitía inventar seres superiores a los que quizás algún día alcanzaríamos. Con las artes representábamos el mundo, sus animales, sus plantas, el firmamento, sus habitantes humanos, como una perfección posible. La filosofía nos permitía luego poner la religión y el arte en su sitio, como discursos de la espontaneidad inmediata y de la bella ingenuidad, pero sin destruirlas, sólo prescindiendo de ellas como quien suspende la credibilidad.
Todo esto ya no es necesario porque hemos entrado en una etapa del mundo enteramente distinta. No precisamos ya de explicaciones globales. Es más, no queremos teorías globales sobre los humanos y su desconcertante aparición en el universo. Sólo entretenimientos locales. No es que haya desaparecido el horror de la insignificancia (de hecho, la nada se ha convertido en el fundamento del universo, como expone el célebre libro de Lawrence Krauss), la aniquilación, la estupidez y el dolor, sino todo lo contrario: están tan presentes en nuestra vida que preferimos escondernos en el cuarto de juegos, encender la pantalla y agitar una banderita.
Aquel que se dedica seriamente a la filosofía (sobre todo fuera de la Universidad) es alguien que, posiblemente asqueado por la programación, ha abandonado el cuarto de los juguetes y avanza a tientas por los oscuros pasillos de lo que ya no es su casa. Este desahuciado es el único que a lo mejor se entera de algo. Pero no volverá para contarlo.

 

(Publicado en Jot Down)
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26 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El deseo de cultura

El deseo es la base de la existencia. Su primer impulso y su última justificación. No hace falta decir más. El indeseado es como un cadáver y quien ya no desea nada más ha perdido la razón para seguir. El deseo lo vale todo al punto de que más allá del deseo, el deseo mismo consiste, exasperadamente, en el deseo de desear. Mientras la ecuación funciona hay fuerzas para no morir.

En términos sociales, la acentuación del deseo coincidió, en la etapa consumista, con la prosperidad. A muchos les parece el consumismo un veneno pero, por el contrario, fue un elixir. Ahora nos damos cuenta cuando todo aquello pasó y estamos desmoronados. Sin embargo, siendo el deseo fundamental, no se reduce, por supuesto, a desear objetos, spas, sexo viajes y cosas así. Antes del consumismo hubo una época en que la cultura se deseaba como bien superior. Ser culto o acceder a la cultura era tan estimable como para atribuirle buena parte de la felicidad o el mejor disfrute de este mundo. El ciudadano culto transmitía la impresión de que obtenía mayor placer paseando por una nueva ciudad, leyendo un nuevo libro o viendo un nuevo cine que quien no disponía de ese caudal. La cultura actuaba como alternativa al dinero y otros tópicos como un universo exquisito en donde hasta el bien y el mal se engalanaban y tanto el odio como el desprecio, la ternura o la amistad adquirían una superior densidad copulativa.

El deseo de cultura venía a ser, en fin, el deseo de poseer unos saberes y sabores especiales para degustar la vida pero incluso, los pensamientos sobre la muerte o el sufrimiento adquirían un plus de reflexión. Los incultos no sólo no sabían esto o aquello sino que, por decirlo exactamente, "ni se enteraban". La traza de su paso por la existencia raramente abría caminos ni, por supuesto, se adornaba con los detalles que componían, en el lienzo o en el lecho, la joie de vivre.

Pero esta demanda o aspiración de ser culto ha desaparecido con una facilidad y rapidez impensable. Una desaparición tan súbita y radical que se parece en todo a la pérdida del bienestar o a la ruina de cientos de miles de empresas y millones de trabajadores.

Ciertamente todos quieren hoy conocer, sea por inercia, por razones de empleo o por no perder su relación con los smartphones. "Queremos saber", decía el programa de Mercedes Milá. Pero una cosa es querer saber cuál es la dirección de una calle y otra saber el qué. La demanda de conocimientos direccionales ha cubierto de masters, cursillos on line y universidades fantasmas el panorama de la educación. Pero como ya se llama cultura a casi todo es inútil distinguir lo egregio de lo chabacano. O, de otro modo, de la misma manera que mucho sexo es igual al rancho sexual, cultura a granel es igual al saldo de la cultura.

Lo culto fue, hace apenas unas décadas un valioso túmulo al que se pertenecía o no se pertenecía. Los cultos y los incultos se distinguían tal como los agraciados y los desgraciados. Pero la tan amplia como falsa democracia de estos años ha logrado el efecto de no abrir las puertas de la Cultura a más gente sino de mezclar lo feo con lo hermoso, lo bueno con lo mediocre y lo humano con los X-Men.

¿Ser culto? ¿Para qué? ¿Cómo reconocer hoy aquél intenso deseo de serlo? A semejanza del mundo de las redes sociales no hay ahora un claro anillo que delimite el olor de la excelencia. Chapoteando en esta circunstancia inodora, la cultura ha ido enfangándose, descaracterizándose y, finalmente, decidiendo convertirse en mierda (freudiana). ¿El deseo de esta cultura? ¿La infantilización freudiana de la sociedad? Todo es parte de lo mismo: la fusión del oro y el excremento. El reciclaje del desecho en bolsos de Prada. La transformación de la concupiscencia intelectual en un pecado venial de bajo rango.



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26 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísicos 12

Principios rectores: ley social y necesidad natural 

Entre los momentos determinantes en la configuración que cada individuo humano se hace del mundo, cuenta desde luego aquel en el que se apercibe, por ejemplo, de que hay impedimento para disponer a discreción de los bienes que se hallan en el entorno, o para persistir en un estado placentero como el del reposo. El niño se va haciendo plenamente hombre en este apercibirse de que sus relaciones con las cosas físicamente al alcance, con las demás personas y hasta con su propio cuerpo están reguladas, sujetas a restricciones en las que intervienen los demás, y que su voluntad es al respecto impotente, es decir: el niño se hace hombre en la interiorización de aquello que los griegos designaban mediante el término nómos, del que da cuenta sólo aproximadamente nuestro término ley.
Pues más que referirse al mundo físico, nómos es la regulación que determina las relaciones entre los hombres; nómos es el tejido que constituyen los múltiples vínculos entre hijos de la pólis o ciudad, es decir, entre seres que son intrínsecamente ciudadanos. Tejido de orden diferente al que se traba con los vínculos que se dan entre los individuos de las demás especies animales.
Pero hay en el desarrollo de cada individuo otro momento clave: el descubrimiento en el entorno de una alteridad, una resistencia a lo que él siente y piensa, una necesidad o constricción, que nada tiene que ver con la que se da cuando el cuidador le impide seguir durmiendo o le fuerza a consumir tal o cual alimento. Descubre en suma, que la naturaleza está regulada según principios no coincidentes con las leyes que encuadran la sociedad, pero que la hacen tanto o más irreductible a su voluntad y deseo como lo forjado en esas mismas leyes y sometido a ellas.
La persistencia misma de ese ser humano pasará por la interiorización de tales principios y la subsiguiente obediencia a los mismos, de la misma manera que obedece a las normas sociales. En esta doble interiorización consiste la plena actualización del individuo humano, es decir: un individuo dotado tanto de un sentimiento moral (sentimiento de ser un nudo de lazos entre seres de razón) como de una imagen del mundo exterior, una representación de la naturaleza. El cotidiano quehacer, incluso el cotidiano discurrir, son como una expresión de que la ley social y la necesidad natural efectivamente legislan. Ello sin que la interrogación respecto a todo esto que hemos interiorizado surja, salvo en ese embrión de la disposición filosófica al que ya me he referido que es el asombro infantil. Pues en la ordinaria sucesión de los días, confiscada la atención por las exigencias prácticas o los imperativos de obediencia, hay como una puesta entre paréntesis de los postulados que precisamente alcanzan concreción en el orden social, por un lado, y el orden natural, por otro lado.
Vivimos respondiendo a estos postulados sin pensarlos, "precisamente porque no los pensamos" al decir de Ortega, pues se trata en ellos de algo análogo a esas "ideas que somos" que el pensador español oponía a las ideas contingentes, ideas que meramente tenemos, ya que, desde luego, no es mera respuesta a algo contingente el acatar sin reflexión la ley del incesto, o (ejemplo importante) el aproximarse en el espacio hasta la contigüidad con un objeto cuando queremos ejercer influencia sobre el mismo.
Si ciertas normas sociales pueden parecernos arbitrarias, nadie duda de la inevitabilidad de un mínimo de entre ellas. Sentimos (más bien que pensamos) que son condición de necesaria de la existencia social y su violación nos repugna en razón de algo que cabría llamar instintivo. Cabe señalar de pasada la importancia de este punto: hay sentimiento moral ante algo que sentido como imprescindible puede efectivamente no ser respetado. Mas precisamente la ley social arbitraria es una de las modalidades de esta violación, por ello de someternos a la misma en razón de la prudencia (tantas veces disfraz oportuno del miedo) repudiamos la instintiva repugnancia, la pulsión a defender aquello sin lo cual no podría darse esa singularidad que es una sociedad de seres de razón.
Nuestra relación es diferente con la necesidad natural, pues esta nos parece inviolable y ante cualquier tentativa de negarla no experimentaremos repugnancia moral sino más bien sentimiento de desvarío. Ante la necesidad natural cabe el temor, pero no cabe el sentimiento moral, a menos de hacer responsable a un sujeto racional de sus avatares, es decir de hacer de la necesidad natural una expresión de la ley. Desde Tomás de Aquino a Guillermo de Ockam pasando por Duns Scoto, este ha sido un tema obsesivo para los grandes del pensamiento escolástico, tema que tiene sus huellas en Descartes y que perdura bajo diversas capas en tiempos más cercanos. En la próxima columna haré una digresión sobre este punto, sobre el lazo entre mal social y necesidad natural (incluso necesidad matemática) que supone la hipótesis de una inteligencia todopoderosa y hacedora. Ya he tocado este asunto en este foro, pero como decía hace unas semanas, se trata ahora de imbricar los temas en un tratamiento relativamente sistemático.

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26 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En cuerpo y en lo otro

En cuerpo y en lo otro, o Both Flesh and Not, como se llama en el original, es una nueva recopilación de textos de no ficción encontrados por los cajones del gran hombre y amontonados a la buena de dios porque tampoco tendría sentido pretender que hay una intención unitaria o que el autor hubiese autorizado sin más su publicación (salvo por pasta, claro).
Partiendo de la base de que cualquier texto firmado por DFW seguro que merece siempre un vistazo detenido, no todo el material aquí reunido ofrece el mismo interés, al menos de cara al lector no especializado, sobre todo si encima no es norteamericano. Así por ejemplo ocurre, entre otros, en  los apartados titulados "Veinticuatro palabras inglesas anotadas", "Pasadas por alto: cinco novelas atrozmente infravaloradas" o "Lo mejor del poema en prosa", esta última particularmente críptica para quien no conozca la antología de la que habla. En cambio es muy divertido "Decididor-ismo 2007, un enfoque especial", el prólogo a una antología de ensayos publicados ese año en EEUU y que le fue encargado, junto con la antología misma, por la editorial Houghton-Mifflin. DFW no deja títere con cabeza, empezando por sí mismo, pero en cambio hace unas interesantes reflexiones sobre la ficción-no ficción y la idea del antólogo como un subcontratado encargado de rastrear todo aquello que un lector normal no puede leer, y al que encima de tan ingente labor no se le puede pedir "imparcialidad".
En otros casos, como los titulados "Regreso con un fuego nuevo"(1996), "Terminator 2" (1998) o "Futuros narrativos" (1987) se nota demasiado el inevitable paso del tiempo, pues resulta difícil decir algo significativo sobre el sida antes de conocer  la parición de los retrovirales, o analizar la influencia de la televisión en la narrativa de los jóvenes valores cuando los ejemplos elegidos ya no son jóvenes, muchos no continúan siendo valores y a sus sucesores ya no les afecta la televisión y en cambio están en pleno proceso de asimilar Internet y las redes sociales. Respecto a Terminator2, es interesante el concepto de Porno de los Efectos Especiales porque, según DFW, si sustituyes los efectos especiales por los contactos sexuales la ciencia ficción y el cine porno demuestran unas afinidades que los hacen casi intercambiables, aparte de que "a mayor cantidad de efectos peor es la película", pero no parece que los productores, directores y guionistas de películas del futuro se hayan enterado de la veracidad de este axioma. O de su cercanía a la obscenidad.
En cambio hay casos en que el paso del tiempo juega a favor de algunos escritos de DFW, y me refiero concretamente a "Democracia y comercio en el Open de Estados Unidos" y "Federer en cuerpo y lo otro", ambos dedicados al tenis, una disciplina deportiva a la que DFW era más aficionado como espectador que como practicante, ello a pesar que durante sus años de universitario todos le recuerdan portando una sempiterna raqueta de tenis y una toalla en torno al cuello: según sus biógrafos, en aquella época sufría unos súbitos ataques de ansiedad que se traducían en una violenta sudoración, y tener una toalla a mano era el mejor remedio contra tan embarazosa contrariedad.
Sea como sea sabía muchísimo de tenis y tiene algunas observaciones técnicas, estéticas, humanas y hasta metafísicas que hoy se ven realzadas gracias a san You Tube. Recomiendo vivamente buscar en Internet la final de Wimbledon de 2006 entre Nadal y Federer y contemplar en directo la inverosímil actuación de ese par de monstruos. El experimento puede durar lo que cada uno quiera porque allí está el partido entero (casi tres horas ininterrumpidas de tenis excelso), y a continuación se puede disfrutar la narración que hace DFW de aquel partido que él presenció en directo "como quien asiste a una puñetera experiencia religiosa". Quien, una vez acabada la narración, acuda de nuevo a la filmación de You Tube descubrirá que ambos jugadores han sufrido una transformación asombrosa y no solo porque su desempeño agonístico tenga ahora una trascendencia superior sino porque a las imágenes se les habrán añadidos elementos sensoriales que la tele no transmite. Por ejemplo: ¿sabía usted que al atravesar la pista a más de 200 km/h la pelota emite un zumbido claramente perceptible para los presentes? Lo mismo cabe para el relato de un partido del US Open de 1995 entre Sampras y Philipoussis. En este caso sólo hay grabados 8 minutos de ese encuentro, pero en cambio están recogidas las mejores jugadas. Y qué jugadas.
Otra transformación que puede sufrir el lector, esta de orden muy diferente, es durante la lectura de "Borges en el diván", una reseña de la biografía titulada Borges. Una vida, del hispanista británico Edwin Williamson (Seix Barral, 2006). En contra de lo que pretende todo biógrafo, lo que dice DFW acerca del trabajo de Williamson quita radicalmente las ganas de leerlo y en cambio suscita una necesidad casi ineludible de ir directamente a Borges y sumergirse en él sin más dilación, pues a quién le importa si estuvo aplastado por la figura de papá, tiranizado por la insaciable mamá o mortificado porque las mujeres no le trataron como él quería. Cuánto más rico es leerle directamente a él en lugar de hacer caso a un tipo para el que las supuestas ansias suicidas de Borges eran debidas a "...un fracaso literario que derivaba en última instancia de la inseguridad sexual". Y añade DFW: "Puaj". Claro.

En cuerpo y lo otro
David Foster Wallace
Traducción de Javier Calvo
Mondadori



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26 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Momentos estelares

De momento no hay foto. Obama y Rohaní no nos van a proporcionar una imagen que describa una época, como hicieron Mao Zedong y Nixon en Pekín en 1972, Reagan y Gorbachev en Rejkiavik en 1986 o Arafat y Rabin en 1993 en la Casa Blanca. La China que hoy conocemos, a la zaga de Estados Unidos, no se explica sin aquel viaje de aires interespaciales entre dos civilizaciones alejadas, que preparó Henry Kissinger y protagonizó Richard Nixon, el presidente más desprestigiado del siglo XX. Tampoco el fin de la guerra fría y la extinción del mundo bipolar se entienden sin el encuentro islandés entre el antiguo actor de Hollywood y el último presidente de la extinta Unión Soviética. O el apretón de manos entre el primer ministro israelí y el jefe palestino ante la mirada complacida de Clinton, emblema desesperanzado y frustrante de una paz nunca alcanzada.

Ambos dirigentes, Obama y Rohaní, así como sus diplomacias respectivas, han hecho todo el trabajo previo. También lo han hecho, como siempre, las circunstancias: el ahogo de la economía iraní, el imprescindible papel de Teherán en la estabilización de Siria, el temor a la bomba nuclear persa, el cansancio bélico de Estados Unidos y occidente en general y el contraste con la disposición israelí al uso de la fuerza... Pero ha faltado el aliento final para fabricar el momento estelar que se esperaba en la cita anual de Naciones Unidas.

La realidad de los hechos es que en este tipo de encuentros no suele suceder nada. La conversación entre el anciano Mao y el inquieto Nixon fue más filosófica que política. Todo lo que había que acordar fue obra de Kissinger y Zou Enlai y quedó registrado en un protocolo de intenciones, conocida como la Declaración de Shanghai, en la que ambos países se proponían normalizar sus relaciones. Algo similar sucedió en la capital de Islandia, donde se encontraron los dos líderes de la guerra fría con el propósito de eliminar los misiles nucleares de largo alcance con los que se amenazaban ambas potencias. No hubo acuerdo pero sí suficiente sintonía como para alcanzarlo un año después y abrir además la puerta al final de la guerra fría. Yitzhak Rabin y Yasser Arafat rubricaron los acuerdos de Oslo, cuyo naufragio persiste a pesar de que entonces prometían conseguirlo todo. La foto que no se hicieron Obama y Rohaní en Nueva York estaba destinada a recorrer un camino similar. Continuación de una multitud de pequeños gestos emitidos desde Washington y Teherán, debía expresar la voluntad de entendimiento que a estas horas parece ya evidente entre ambas capitales. Obama fue el lejano pionero cuando felicitó el año nuevo persa en marzo de 2009 justo después de instalarse en la Casa Blanca con una mención explícita a la República Islámica de Irán. Hubo que esperar al nuevo presidente iraní, Hasan Rohaní, para que surgieran palabras y gestos amistosos, incluso hacia Israel, hasta romper el tabú del islamismo político sobre el reconocimiento del Holocausto.

Alguien, presumiblemente en Teherán, ha decidido por prudencia posponer la foto. Una imagen de este calibre es siempre una promesa, una flecha que señala al futuro e incluso una profecía que se cumple a sí misma. Cuando empieza el deshielo entre dos países que llevan casi 35 años enfrentados basta un apretón de manos y una sonrisa para que se dé por bueno el cambio emprendido. No ha sido ahora el caso. De momento, solo hay palabras conciliadores en los discursos de Obama y de Rohaní ante la Asamblea General. El presidente estadounidense apuesta por la via diplomática y elude la amenazadora frase de rigor acerca de todas las opciones que hay encima de la mesa, que lógicamente incluye el uso de la fuerza. El iraní, por su parte, hace notar esta feliz ausencia en su discurso e insiste una y otra vez en una idea esperanzadora para la política de la zona: la era de los juegos de suma cero ha terminado.

Los astros están en línea, cada uno sigue desgranando gestos y palabras, pero falta la foto, la imagen estelar, el coraje del gesto definitivo. El momento es extraño, porque poco se sabe de la fuerza de Rohaní, finalmente subordinado al supremo ayatola y caudillo de la revolución iraní, Alí Jamenei, a quien pertenece la última palabra sobre el arma nuclear. Y hay serias dudas respecto a la fuerza de Obama, presidente debilitado en casa por un Congreso irresponsable y hostil y fuera por el papel creciente de Putin. Pero no sería la primera vez que de la debilidad de dos negociadores surge la fuerza que dobla el brazo a una vieja historia de antagonismos.



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26 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El arte de aprender.- James Altucher no está de acuerdo con que…

El arte de aprender.- James Altucher no está de acuerdo con que El guardián entre el centeno sea la mejor novela de aprendizaje norteamericana. Opina que es una novela para jóvenes ricos con problemas de ricos. No estoy de acuerdo, pero sí me parece interesante que proponga una lista de doce novelas que -según dice- deberían ocupar el lugar de la obra de Salinger para entender el paso de púber a adolescente. Libros clásicos como el de Sylvia Plath, libros recientes como el de Junot Díaz, comics, libros de autores poco celebrados. Una lista que pone a Bukowski por encima de Salinger merece ser discutida, creo yo. (vía Flavorwire. Post en inglés)



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25 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vigencias

Se producen en este instante cientos de miles de nuevas entradas en medios de internet que se ven decepcionadas por el nulo caso que les hace la red. Para aplacar la frustración, vuelven a la carga. Y estando cada cual sumido en esa ocupación absorbente, no oye el ruido incontable del resto de público reticulado. 
Siempre sorprende Le devin du village, la ópera de Rousseau. Más que nada, porque siempre se olvida que fue mucho mejor músico que escritor.
Observación de un fraile de hace mil años. Escribía Bernardo de Claraval en ‘De Consideratione’
Ubi omnes sordent unius fetor minime sentitur
Donde todos están sucios, difícilmente se percibe el hedor de uno.
Valdría para muchas cosas, pero él se refería al barullo de jueces, procuradores y abogados que se pisan la toga, espectáculo de vigencia sempiterna.
Flaubert en una carta:
Ser estúpido, egoísta y tener buena salud, he ahí las tres condiciones requeridas para ser feliz. Pero si falta la primera, nada que hacer.


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25 de septiembre de 2013
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Obreras de la moda

De nuevo la pasarela. Esa adicción juvenil. Ese negocio monumental. La exaltación estética, aspiracional. Vuelve lo de siempre, la recreación del pasado con un barniz de novedad capaz de encender el deseo y reproducir en un lenguaje universal sus consignas a fin de capturar el aire del tiempo. “Los años se secan como hojas”, escribe el autor del momento, el recuperado John Salter, de moda como los pantalones al tobillo o las botas con tachuelas. Pero, mientras la prosa sin pedrería de Salter se lee como un descubrimiento, los diseños que estos días desfilan en las semanas de la moda -ahora, la de París- se exhiben como una evidencia. Ni teorías a lo Barthes ni poesía costurera en las crónicas. Lo que en verdad cotiza es la nomenclatura: las marcas, las tendencias y, muy especialmente, las modelos. Los rankings de las mejor pagadas se han convertido ya en un tópico, aunque siempre aparezcan en las páginas de cotilleo. Mientras se encumbra a las más famosas, tan indispensables para cualquier inauguración, campaña o reportaje, una legión de muchachas anónimas, algunas vulnerables muñecas de porcelana -como cantaba Serrat-, se visten y desvisten varias veces al día ante un director de casting que las escruta sin piedad. El 30%, según la organización Model Alliance, ha sufrido tocamientos o ha sido despedida por no perder dos kilos. La mayoría tiene entre 15 y 22 años y su mayor esfuerzo consiste en estar delgadas. Engordar un kilo significa una derrota. Las que llegan a las pasarelas internacionales representan un privilegiado 2%. Hay niñas de quince años a quienes un fotógrafo les pide que se desnuden. Una de ellas confesaba que se escondió en el baño a llorar, pero luego lo hizo, posó. A veces trabajan doce horas seguidas. Y no son pocas las que, a Dios gracias, reciben un traje y la cena como único salario. Los abusos sexuales siempre han acompañado a esta profesión sobre la que pesa la acusación de frivolidad, prebendas, objetualización del cuerpo y narcisismo. Vivir de la imagen, en verdad, tiene algo que ver con la prosa rasa de Salter: hay que asumir una actitud ganadora desde el primer momento. Pero la realidad esconde demasiadas historias sórdidas, y hablar de los derechos de las modelos parece un asunto muy diferente que el resto de reivindicaciones laborales. Garantizar los mismos derechos que amparan cualquier otro oficio es lo que pretenden asociaciones como Equity o Model Alliance: regular horarios, limitar la edad de las chicas para trabajar, controlar el mobbing y los abusos… Porque bajo las alfombras del glamur existe un sucio suburbio en el que se cometen auténticos atropellos contra las bellas obreras de la moda. (La Vanguardia)

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25 de septiembre de 2013
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De cuando Álvaro Mutis me cobraba, nunca le pagué, y en cambio hablábamos de Alexandra Fiódorovna

Conocí a Álvaro Mutis en la más extraña de las circunstancias, allá por el año 1985, y desde entonces fuimos amigos para siempre. Eran los años de la revolución en Nicaragua, cuando nos hallábamos bajo el bloqueo comercial de Estados Unidos, con reservas monetarias suficientes apenas para una semana de importaciones, sin suministros seguros de petróleo ni de materias primas y los pagos de la deuda externa suspendidos, y el esfuerzo por sobrevivir debía medirse día a día. Las divisas faltaban tanto que se volvió un asunto de estado administrarlas, y desde la vicepresidencia yo revisaba cada semana con el presidente del Banco Central los pagos al extranjero que podían autorizarse, aún los destinadas a gastos médicos, mantenimiento de estudiantes, y derechos por exhibición de películas.
Él solía venir a Nicaragua para cobrar, en nombre de la Columbia Pictures o de la Warner Brothers, de eso no me acuerdo bien ahora, las remesas que el Sistema Sandinista de Televisión no podía honrar sino en córdobas devaluados, lo mismo que las viejas cuentas de las salas de cine que ya para entonces nada más exhibían películas de antes del diluvio. Alguien le informó que sólo yo podía ordenar que le cancelaran aquellos adeudos, o me buscó por recomendación de Gabo, de eso no me acuerdo bien tampoco, la cosa es que lo recibí una tarde en mi despacho de la Casa de Gobierno, los tres primeros pisos de un banco del que habían sido demolidos los restantes tras el terremoto que asoló Managua en 1972, me planteó el asunto papeles en mano, le dije lo consabido, que no teníamos dólares ni para aspirinas, guardó sus papeles en el cartapacio y acto seguido nos pusimos a conversar, conformes de que cada quien había cumplido con la parte que le tocaba, una larga conversación hasta que se hizo de noche sobre literatura y sobre lo humano y lo divino, entre risas que deben haberse oído en los confines de las ruinas que se extendían desde la colina donde la familia Somoza había tenido su baluarte de poder hasta la costa del lago Xolotlán sobrevolada por los zopilotes, y terminamos hablando de la zarina Alexandra Fiódorovna, presa en la fortaleza de Ekaterimburgo y ejecutada por los bolcheviques con su esposo el zar Nikolái Aleksándrovich y toda su familia, drama contado y cantado en versos por Álvaro con sentimiento de poeta porque era monárquico confeso, y de esa plática salió convertido en un confeso monárquico sandinista, el único en su especie sobre la faz de la tierra, se repitieron esas dichosas visitas, ya luego ni sacaba sus papeles ni cobraba, todo se había vuelto pura literatura y amistad pura.

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25 de septiembre de 2013
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El Boomeran(g)
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