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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El arte de aprender.- James Altucher no está de acuerdo con que…

El arte de aprender.- James Altucher no está de acuerdo con que El guardián entre el centeno sea la mejor novela de aprendizaje norteamericana. Opina que es una novela para jóvenes ricos con problemas de ricos. No estoy de acuerdo, pero sí me parece interesante que proponga una lista de doce novelas que -según dice- deberían ocupar el lugar de la obra de Salinger para entender el paso de púber a adolescente. Libros clásicos como el de Sylvia Plath, libros recientes como el de Junot Díaz, comics, libros de autores poco celebrados. Una lista que pone a Bukowski por encima de Salinger merece ser discutida, creo yo. (vía Flavorwire. Post en inglés)



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25 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vigencias

Se producen en este instante cientos de miles de nuevas entradas en medios de internet que se ven decepcionadas por el nulo caso que les hace la red. Para aplacar la frustración, vuelven a la carga. Y estando cada cual sumido en esa ocupación absorbente, no oye el ruido incontable del resto de público reticulado. 
Siempre sorprende Le devin du village, la ópera de Rousseau. Más que nada, porque siempre se olvida que fue mucho mejor músico que escritor.
Observación de un fraile de hace mil años. Escribía Bernardo de Claraval en ‘De Consideratione’
Ubi omnes sordent unius fetor minime sentitur
Donde todos están sucios, difícilmente se percibe el hedor de uno.
Valdría para muchas cosas, pero él se refería al barullo de jueces, procuradores y abogados que se pisan la toga, espectáculo de vigencia sempiterna.
Flaubert en una carta:
Ser estúpido, egoísta y tener buena salud, he ahí las tres condiciones requeridas para ser feliz. Pero si falta la primera, nada que hacer.


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25 de septiembre de 2013
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Obreras de la moda

De nuevo la pasarela. Esa adicción juvenil. Ese negocio monumental. La exaltación estética, aspiracional. Vuelve lo de siempre, la recreación del pasado con un barniz de novedad capaz de encender el deseo y reproducir en un lenguaje universal sus consignas a fin de capturar el aire del tiempo. “Los años se secan como hojas”, escribe el autor del momento, el recuperado John Salter, de moda como los pantalones al tobillo o las botas con tachuelas. Pero, mientras la prosa sin pedrería de Salter se lee como un descubrimiento, los diseños que estos días desfilan en las semanas de la moda -ahora, la de París- se exhiben como una evidencia. Ni teorías a lo Barthes ni poesía costurera en las crónicas. Lo que en verdad cotiza es la nomenclatura: las marcas, las tendencias y, muy especialmente, las modelos. Los rankings de las mejor pagadas se han convertido ya en un tópico, aunque siempre aparezcan en las páginas de cotilleo. Mientras se encumbra a las más famosas, tan indispensables para cualquier inauguración, campaña o reportaje, una legión de muchachas anónimas, algunas vulnerables muñecas de porcelana -como cantaba Serrat-, se visten y desvisten varias veces al día ante un director de casting que las escruta sin piedad. El 30%, según la organización Model Alliance, ha sufrido tocamientos o ha sido despedida por no perder dos kilos. La mayoría tiene entre 15 y 22 años y su mayor esfuerzo consiste en estar delgadas. Engordar un kilo significa una derrota. Las que llegan a las pasarelas internacionales representan un privilegiado 2%. Hay niñas de quince años a quienes un fotógrafo les pide que se desnuden. Una de ellas confesaba que se escondió en el baño a llorar, pero luego lo hizo, posó. A veces trabajan doce horas seguidas. Y no son pocas las que, a Dios gracias, reciben un traje y la cena como único salario. Los abusos sexuales siempre han acompañado a esta profesión sobre la que pesa la acusación de frivolidad, prebendas, objetualización del cuerpo y narcisismo. Vivir de la imagen, en verdad, tiene algo que ver con la prosa rasa de Salter: hay que asumir una actitud ganadora desde el primer momento. Pero la realidad esconde demasiadas historias sórdidas, y hablar de los derechos de las modelos parece un asunto muy diferente que el resto de reivindicaciones laborales. Garantizar los mismos derechos que amparan cualquier otro oficio es lo que pretenden asociaciones como Equity o Model Alliance: regular horarios, limitar la edad de las chicas para trabajar, controlar el mobbing y los abusos… Porque bajo las alfombras del glamur existe un sucio suburbio en el que se cometen auténticos atropellos contra las bellas obreras de la moda. (La Vanguardia)

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25 de septiembre de 2013
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De cuando Álvaro Mutis me cobraba, nunca le pagué, y en cambio hablábamos de Alexandra Fiódorovna

Conocí a Álvaro Mutis en la más extraña de las circunstancias, allá por el año 1985, y desde entonces fuimos amigos para siempre. Eran los años de la revolución en Nicaragua, cuando nos hallábamos bajo el bloqueo comercial de Estados Unidos, con reservas monetarias suficientes apenas para una semana de importaciones, sin suministros seguros de petróleo ni de materias primas y los pagos de la deuda externa suspendidos, y el esfuerzo por sobrevivir debía medirse día a día. Las divisas faltaban tanto que se volvió un asunto de estado administrarlas, y desde la vicepresidencia yo revisaba cada semana con el presidente del Banco Central los pagos al extranjero que podían autorizarse, aún los destinadas a gastos médicos, mantenimiento de estudiantes, y derechos por exhibición de películas.
Él solía venir a Nicaragua para cobrar, en nombre de la Columbia Pictures o de la Warner Brothers, de eso no me acuerdo bien ahora, las remesas que el Sistema Sandinista de Televisión no podía honrar sino en córdobas devaluados, lo mismo que las viejas cuentas de las salas de cine que ya para entonces nada más exhibían películas de antes del diluvio. Alguien le informó que sólo yo podía ordenar que le cancelaran aquellos adeudos, o me buscó por recomendación de Gabo, de eso no me acuerdo bien tampoco, la cosa es que lo recibí una tarde en mi despacho de la Casa de Gobierno, los tres primeros pisos de un banco del que habían sido demolidos los restantes tras el terremoto que asoló Managua en 1972, me planteó el asunto papeles en mano, le dije lo consabido, que no teníamos dólares ni para aspirinas, guardó sus papeles en el cartapacio y acto seguido nos pusimos a conversar, conformes de que cada quien había cumplido con la parte que le tocaba, una larga conversación hasta que se hizo de noche sobre literatura y sobre lo humano y lo divino, entre risas que deben haberse oído en los confines de las ruinas que se extendían desde la colina donde la familia Somoza había tenido su baluarte de poder hasta la costa del lago Xolotlán sobrevolada por los zopilotes, y terminamos hablando de la zarina Alexandra Fiódorovna, presa en la fortaleza de Ekaterimburgo y ejecutada por los bolcheviques con su esposo el zar Nikolái Aleksándrovich y toda su familia, drama contado y cantado en versos por Álvaro con sentimiento de poeta porque era monárquico confeso, y de esa plática salió convertido en un confeso monárquico sandinista, el único en su especie sobre la faz de la tierra, se repitieron esas dichosas visitas, ya luego ni sacaba sus papeles ni cobraba, todo se había vuelto pura literatura y amistad pura.

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25 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Frente Nacional

El Frente Nacional es el mejor regalo que se les puede hacer a los indepes. Y el regalo óptimo, sublime, sería que se sumaran los socialistas. Albert Rivera, que es muy astuto, sabe a lo que juega. Los buenos políticos dominan el ajedrez y él está ya en la cuarta o quinta jugada. Su propuesta de pacto contra la Via Catalana es la campaña del no en una consulta e incluso la jefatura de la oposición españolista en una Cataluña que se va. Rivera quiere hacer con Alicia y con Navarro lo que Junqueras ya está haciendo con Mas y Duran. Comérselos. Y lo más sabroso es que los bocados, PP y Convergència, parecen encantados de que les devoren.

El españolismo arcádico, ansonista y pedrojotero levita con Rivera porque sirve para atizar a los socialistas y a Unió, sin darse cuenta de que el líder de Ciutadans está en otra cosa, meramente electoral. La independencia de Cataluña, ese imposible según González, da de comer a muchos de los que están a favor pero también de los que están en contra. Quienes sinceramente piensen que Cataluña no debe constituirse en un Estado independiente deberían dedicarse, sobre todo, a ofrecer alguna alternativa al actual estatus quo. Si la independencia es imposible, también lo es que las cosas se queden tal como están.

Eso nos conduce a la que ya se conoce como Tercera Vía, otro imposible según los indepes y también según el Frente Nacional. Ya van tres. De momento recordar que es la que recomendaron el Financial Times y The Economist, lo que propugnan Durán y Rubalcaba, y lo que esperan todos nuestros socios de la Unión Europea y las instituciones de Bruselas. También la señora Merkel, cuidado, a la que le interesa ante todo una solución que no termine contribuyendo a la malversación de los dineros de todos los europeos.

Aquí la única cuestión que debe someterse a discusión es si debe seguir la escalada verbal en las apuestas de los dos polos radicalizados, el polo independentista y el polo del Frente Nacional, o si debe empezar de una vez y de verdad el diálogo, en el que cada parte escuche a la otra e intenten juntas encontrar una salida. Rajoy y Mas están por la labor sobre el papel, pero de momento hablan sin escucharse, con tapones en las orejas.

El PP tiene tendencia a creer que son los nacionalistas los que se han subido a la parra y que son ellos mismos los que deberán esforzarse por encontrar un camino para bajar. Los nacionalistas catalanes y muchos catalanes que no son nacionalistas piensan, por el contrario, que el gran lío lo ha provocado el PP con su actitud ante Cataluña desde la campaña de recogida de firmas contra el Estatut, el recurso ante el Constitucional y el boicot a los productos catalanes, y que deberá ser por tanto el PP quien ahora lo desanude.

A la vista de ambos análisis está claro que solo se pondrán de acuerdo el día en que decidan responsabilizarse conjuntamente de la salida de este callejón taponado sin echar la vista atrás ni dedicarse a echar las culpas al otro. De momento, estamos todavía muy lejos por lo que fácilmente seguirá la escalada y nos iremos acercando al temible y misterioso momento que se conoce bajo el nombre metafórico del choque de trenes.



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24 de septiembre de 2013
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Encerrados sin un solo juguete

Da un gran placer salir a la calle al fin de la proyección y llevarle la contraria al curso de la historia del cine, que en los últimos cien años no ha parado de oír la misma frase del público: "la película no está mal, pero me gustó más la novela". La novela de Niccolò Ammaniti carece de sustancia y de literatura, y Bertolucci le ha dado densidad: inspiración y estilo. El libro y el film, titulados en italiano ‘Io e te', han permutado sus pronombres en castellano, primero en la edición de Anagrama y ahora en la pantalla; quizá suene mejor la permuta de la traducción, pero el ‘yo' en primer lugar no es caprichoso. Pocas películas hay tan egotistas.
‘Tú y yo' empieza con una mancha de pelo en el centro del fotograma; una escuálida figura masculina escucha con la cabeza agachada un pequeño sermón benevolente, el de un psicólogo que va en silla de ruedas, como el propio cineasta desde que hace ocho años fuese víctima de un grave error médico en una operación de columna. El pelo crespo pertenece a Lorenzo, un colegial de 14 años que interpreta con expresivo rostro cuajado de acné el debutante Jacopo Olmo Antinori. Hasta que alza los ojos para responder al psicólogo, el pelo de Lorenzo tiene algo salvaje, y poco después su madre (Sonia Bergamasco) le insta a que se lo corte; el chico siempre lo lleva despeinado. Cuando Olivia, su hermana de padre (Tea Falco, extraordinaria actriz revelación), irrumpe en el sótano donde trascurre la mayor parte del film, el pelo vuelve a ser una enseña: una extraña figura sombría se mueve rápida, mientras oímos su voz, femenina y siciliana, y la sombra parece envuelta en la negra piel de un animal sintético. Se trata de su abrigo largo y negro, que hace contraste con su hermoso pelo rubio; en una discusión sobre la madre del niño, Olivia se lo suelta de golpe, y los cabellos caen en una lluvia de oro. Dos entidades capilares en desorden.
Bertolucci ha hablado de su ‘claustrofilia' cinematográfica. Sin remontarse al título que le dio más fama, ‘El último tango en París', con su desgarrada historia de amor en un piso vacío provisto de productos lubricantes, sus dos últimas obras, ‘Asediada' (‘Besieged', 1998) y ‘Soñadores' (‘The Dreamers', 2003), eran películas de cámara, la primera situada casi íntegramente en las distintas plantas de un edificio algo dilapidado de la Roma histórica donde se encuentran un músico y una africana exiliada sirvienta por horas, y la siguiente -que abordaba además un tema muy ‘bertolucciano', el incesto- centrada en la fantasía cinefílica de dos hermanos gemelos, chico y chica, que eligen a un guapo y púdico norteamericano como cómplice del deseo y el desafío a los límites. El sótano de ‘Tú y yo', más reducido de espacio y sin apenas salidas al exterior, cobra en esta fiel adaptación atmósfera y carácter, y así la pobreza de la historia original se hace menos inconsistente. Y aunque el film recorta el papel del personaje más sugestivo de la novela, la abuela hospitalizada, Bertolucci le da a la escena de la despedida del nieto, muy reducida, el tono justo (gran actriz Verónica Lazar).
Apasionante como es, ‘Tú y yo' no iguala la magnitud de concepto, la sutileza y el hechizo formal de ‘Asediada' y ‘Soñadores', dos obras maestras destacadas entre lo mejor de la filmografía de Bertolucci, lo que significa, al menos en mi opinión, lo mejor del mejor director vivo. Era difícil enaltecer la debilidad de la materia argumental y sentimental de Ammaniti, pero el realizador (que firma el guión con dos colaboradores más aparte del propio novelista) ha hecho todo para trascenderlo, y el todo del cineasta nacido en Parma es mucho. La presentación en imagen, sin subrayados ni tópicos, de Lorenzo, el muchacho "con trastorno narcisista" ajeno a los compañeros de su colegio y absorto en sus cascos, es refinada y elocuente: su pelo es su defensa, y su estado ideal el de crisálida, envuelto en los visillos mientras la madre, sin saberse escuchada, habla por teléfono de su problemático hijo. El motivo del incesto, tan recurrente como el de la claustrofilia, tiene en ‘Tú y yo' dos manifestaciones peculiares. Lorenzo no desea a su madre ni a su hermana; la fantasía sexual que le cuenta a la primera en la escena del restaurante, logrando escandalizarla, no pasa de ser el ‘familienroman' de un neurótico que, teniendo 14 años y siendo de hoy en día, adquiere tintes de ciencia-ficción. La belleza, el desarreglo, el pelo suelto y el cuerpo desnudo de su medio-hermana sin duda le atraen, más como símbolo de otra vida posible que como gratificación sexual. De ahí que, en la mejor escena de la película, su baile agarrado de una versión italiana casi irreconocible pero bastante encantadora de la gran canción de Bowie ‘Space Oddity', la danza es el rito de paso de unos seres perdidos a los que la cercanía, el espacio cerrado y la música redime, al menos momentáneamente. Y Bertolucci es tan gran artista que incluso cuando -en una caprichosa e inexplicable secuencia onírica- ensaya una chillona coreografía paterna, consigue la calidad grotesca que su cine (y esto a veces se olvida) ha mostrado intermitentemente: por ejemplo en otra de sus grandes obras más infravaloradas del período anterior a Hollywood, ‘La historia de un hombre ridículo'.
Qué suerte que el cineasta convenciese al novelista de cambiar el final de la verídica historia, algo a lo que Ammaniti se negaba. Así el espectador de la película que no conozca la novela se ahorra la moraleja y el epílogo trágico. Olivia no muere de sobredosis aquí, aunque el desenlace, un aparente ‘happy end', nos inquieta y conmueve más como lo presenta Bertolucci: separando sin futuro a los dos hermanos satisfechos y congelando el rostro de Lorenzo en un declarado homenaje al último plano de ‘Los cuatrocientos golpes' de Truffaut, otra fábula de un adolescente encerrado que sale al mundo real sin saber lo que va a encontrar.

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24 de septiembre de 2013
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