Juan Forn escribe en Página12 un extraordinario artículo que inicia con un profesor John Wilson...
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Juan Forn escribe en Página12 un extraordinario artículo que inicia con un profesor John Wilson...
Esta lista me la pidió Letras Libres para su número especial de verano. No son, naturalmente, los mejores libros de mi historia de la literatura, sino los más importantes, según la definición que da del adjetivo el diccionario ideológico de Casares: "Dícese de lo que principalmente importa, conviene o interesa para algún fin". Así que la doy por orden de aparición en la escena de mi vida.
1. Casa de muñecas de Ibsen, en un volumen heredado de mi abuelo paterno que leí en 4º de bachillerato. Al portazo de Nora no le vi la trascendencia hasta que me hice mayor, pero la obra me aficionó para siempre al teatro.
2. Esperando a Godot, un año o dos después, en una traducción de la revista Primer Acto. Me aprendí el brevísimo papel del Chico que interpreté en una lectura dramatizada de los amigos cultos de mi hermano, en la trastienda de una farmacia alicantina. No la entendí y no la entiendo ahora. Del gran Beckett siempre me ha gustado más el teatro que la novela.
3. Las flores del mal en el original y, para las dudas del alejandrino consultando la versión de Eduardo Marquina, que no estaba nada mal. Su lectura coincidió con mi pérdida de la fe cristiana, que no hay que achacarle a Baudelaire.
4. Las entonces Poesías completas (en 1965, cuando las compré al llegar a Madrid) de Aleixandre. Contenía libros fundamentales, pero aún estaban por publicarse Poemas de la consumación y Diálogos del conocimiento.
5. Ficciones de Borges. O sea que era posible escribir así, entre géneros, entre lenguas, entre la erudición y la broma.
6. Volverás a Región de Juan Benet leída en la ‘mili'. Sin comentarios.
7. Luces de bohemia de Valle Inclán, que tardé en ver representada y por eso me pareció durante muchos años la mejor novela de su tiempo.
8. El hombre sin cualidades de Musil, esperando ansiosamente que fuesen apareciendo sus entregas en la edición de Seix Barral.
9. Elegías duinesas de Rilke, traducidas por Ferreiro Alemparte en el volumen de Rialp. Pocos libros tengo más subrayados.
10. Cuentos góticos de Isak Dinesen, de quien todo me gusta: sus relatos, sus memorias, su pequeño teatro, sus andanzas, su casa, su tumba.
Apéndice tramposo. Cuando había cumplido los treinta y pensaba que mi formación básica tenía ya fundamento, faltaban por llegarme las obras que más me han importado, convenido e interesado para mis fines literarios de la madurez, si es que la palabra no es presuntuosa: las Collected Plays de Shakespeare, leídas (y comprendidas, espero) una por una en dos lluviosos inviernos de Oxford, y, más recientemente, poco a poco, los doce volúmenes de los Complete Tales de Henry James al cuidado de Leon Edel, estudioso y biógrafo del maestro a quien -descubrí con alborozo- muchos de los cuentos le gustan menos que a mí.
...Realmente el azar
Evocaba en la columna anterior la tesis aristotélica según la cual el aparente azar se reduce a una intersección de variables que ignoramos. Entre varias posibilidades parece que el resultado es aleatorio, sólo parece...Una moneda arrojada al aire tiene para nosotros cincuenta por ciento de probabilidades de salir car o de salir cruz, pero sólo para nosotros. En realidad el azar sería tan sólo la medida de nuestra ignorancia. Antes de caer la moneda tiene la potencialidad de caer cara o cruz, pero el paso de la potencia al acto (o bien cara, o bien cruz ) estaría regido por variables que se nos escapan.
Pues bien: el carácter meramente potencial de una pluralidad de resultados cuánticos (eventualmente sólo dos para conservar la analogía con el cara o cruz de la moneda) tiene más radicales implicaciones ontológicas.
Arrojamos al aire un conjunto grande de monedas. Sabemos a priori (y ello es mucho saber) que más o menos la mitad darán cara y la mitad cruz (el resultado mitad- mitad tenderá a ser exacto en la medida en que el número de monedas arrojadas se incrementa). ¿Qué sucede cuando consideramos una a una cada moneda? ¿Caerá cara o caerá cruz? La respuesta es que entonces nada sabemos. ¿Y por qué no lo sabemos? Hay dos posibilidades: o somos ignorantes, o no cabe saberlo.
La hipótesis de la ignorancia significa considerar o bien que las monedas no han sido arrojadas en las mismas condiciones (la dirección del impulso difiere, el medio en que se elevan no es el mismo etcétera), o bien que pese a ser aparentemente idénticas, en realidad las monedas difieren por rasgos que nos son desconocidos: no siendo todas ellas iguales sino divididas en dos grupos meramente similares, es lógico que unas se comporten de una manera y otro se comporten de otra.
La hipótesis de que no cabe saberlo, única que podemos sustentar en base a la interpretación canónica del formalismo cuántico (sustituyendo ciertamente monedas por fotones y cara-cruz por fotón que pasa el filtro de un polarizador o no lo pasa), implica afirmar que en el paso del ser en potencia (se halla en potencia de resultado cara y en potencia de resultado cruz) al ser en acto, hay una efectiva parte de azar puro. El ser en potencia que aquí impera es, como Aristóteles indicaba, situación matriz de un proceso o movimiento, del que el acto es consecución pero, a diferencia de lo que El filósofo sostiene, de este proceso y de su resultado no hay causa determinante, ni intersección de multiplicidad -eventualmente infinita- de causas...No hay causas determinantes, porque simplemente no cabría que las haya, al menos si las previsiones y descripciones de esa disciplina fundamental de nuestro tiempo que la mecánica cuántica son aceptadas.
Como decía todo esto será retomado como problema focal en el que confluyen casi todos los problemas metafísicos. En las próximas columnas abordaremos pues asuntos previos. Por hoy un último apunte:
El físico D. T. Gillespie escribe en un magnífico texto: "una medida nos dice mucho más acerca del estado del sistema inmediatamente después de la medida, que del estado del sistema antes de la medida". Cabe decir que el investigador hace previsiones, no exactamente sobre la realidad que a él le es dada sino sobre la realidad que él mismo forja. En suma:
No cabe sostener que la naturaleza tiene una estructura totalmente independiente de nuestra intervención sobre la misma (caracterización del realismo por el físico Lee Smolin en fecha tan relativamente reciente como es 2007) si resulta que hay en la naturaleza azar real, dado que éste parece incompatible con el concepto mismo de estructura. Ciertamente la tentación del "sentido común" retorna. Dado que el observador científico es un hombre, y el hombre un contingente fruto de la evolución natural ¿como hacer de ese hombre que es observador una condición de la naturaleza? El argumento es de peso, pero no definitivo. Pues la realidad objetiva del hombre no tiene más derecho a escapar a la paradoja de la objetividad que la realidad objetiva del fotón. Pues sólo el hombre mismo determina su ser resultado de la evolución, haciéndolo hoy además no de manera especulativa sino con medios técnicos de extremada sofisticación puestos al servicio de la genética, convertida a su vez en indispensable instrumento para los fines de la paleontología y la antropología. No hay manera de saltarse el sujeto, y en tal sentido recordaba arriba la conveniencia de rehacer una vez más la aventura cartesiana.
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(1) Para dar un ejemplo algo más preciso, consideremos el caso simple de la polarización de la luz, ateniéndonos para los intereses del ejemplo a la circunstancia en la que la luz debe ser considerada un conjunto discreto, un monto de fotones. Pido al lector que refresque la noción de polarización y en cualquier caso acepte que, tras la situación descrita en el próximo párrafo, dado un conjunto de fotones podemos preguntarnos respecto a cada uno de ellos si pasara o no pasará el filtro que supone el polarizador, al igual que para un montón de monedas podríamos hacer la pregunta de si saldrá cara o cruz para cada una de ellas.
Sea una emisión de considerable intensidad, polarizada en un ángulo alfa respecto al eje horizontal-vertical. La luz tiene en suma una polarización que es superposición de la polarización horizontal H y la polarización vertical V. Supongamos en estas condiciones que hay un polarizador orientado en dirección horizontal. Tenemos una fórmula probabilística que permite hacer una previsión sobre la proporción de luz que pasará el filtro constituido por el polarizador y la que será rechazada, es decir tenemos una previsión de cual será el comportamiento efectivo de un número grande de fotones. Si el ángulo alpha fuera de 45 grados la previsión sería que aproximadamente la mitad de los fotones pasarían. Pues bien, en estas circunstancias se da un problema mil veces formulado:
¿Qué sucede cuando consideramos en particular uno sólo de los fotones del monto?; ¿ pasará el filtro o no lo pasará? La respuesta es que no lo sabemos; para nosotros es totalmente aleatorio, no hay fórmula previsora de lo que acontecerá a un fotón. De hecho uno de ellos pasa y otro que consideramos inmediatamente después quizás no.
Apareció la Shortlist del premio más prestigioso del Reino Unido, el Man Booker, en su versión 2013....
Hay historias de familia que se graban en la médula del ser como hierro caliente. Moldean ya no la personalidad o la conducta, sino algo que va más allá: llamémosle alma, inconsciente, disco duro. Perolos asuntos de familia no dan para demasiados titulares. Porque el ámbito privado ha merecido siempre una sagrada inviolabilidad, hasta que estalla en catarsis o se enquista para siempre. Este verano he leído algunos libros que por un lado paladean y por otro se enfangan en la edad de la inocencia. Desde ?El vino de la juventud? de John Fante, en el que recuerda su pálpito cuando halla en un baúl una foto de su madre, aún joven y bella pero ?en la cocina estaba mi madre, prisionera entre cazos y sartenes; una mujer que ya no era la encantadora mujer de la fotografía?; hasta el arrollador y adictivo ?Nada se opone a la noche?, en el que la prosa de Delphine de Vigan fondea en una compleja historia de familia que demuestra cómo el primer sabor a veces amargo de la infancia se adhiere, imperturbable, al resto de la vida. El discurso de los niños siempre ha sido secuestrado por los adultos. Nosotros le ponemos palabras, registramos sus simbologías, observamos sus proyecciones y buscamos el significado de sus lágrimas. Pero permanece oculta una realidad acerca de la cual ellos carecen de voz para que emerja, y que aún no forma parte del discurso de los adultos: la realidad de los abusos. Puede que este titular reciente sea menos nuevo de lo que imaginamos: ?el 90% de los abusos sexuales a menores son cometidos por miembros de la familia?, o este otro: ?uno de cada cinco niños es víctima de la violencia sexual, incluida la violación antes de los 18 años?. Lo difunde la campaña del Consejo de Europa contra la violencia sexual sobre niños, niñas y adolescentes puesta en marcha hace tres años. En España, a través de la FAPMI ?la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato infantil- se insta a los mayores a convertirse en agentes de prevención, y a concienciarnos de nuestro compromiso ante esa lacra mucho más apegada a la condición humana de lo que suponíamos. Desde denunciar una web nociva o bien educar previniendo y creando entornos poco intimidantes en base a una regla básica: ?los secretos buenos les hacen felices, los malos no?. Hasta bien entrada la democracia en España, a partir de los ochenta, no se empezó a adquirir conciencia de que los asuntos de malos tratos a mujeres en el domicilio conyugal tenían que ver con la violencia, y no con la pasión. Con el abuso de poder del más fuerte sobre el más débil. Y con el sometimiento propio de aquellos que confunden el amor con un perverso asunto de propiedades. En el caso de la violencia, y concretamente de la sexual contra los pequeños, la mala noticia es ése ?uno de cada cinco?, y la buena, que nuestra sociedad parece ya lo suficiente madura para afrontarlo sin más prórrogas.
(La Vanguardia)
No debía de ser fácil, en la Sevilla de 1547, venir considerado como descendiente de un judío que ha abrazado el cristianismo con la intención de sobrevivir o medrar en sociedad. Los conversos, los célebres criptojudíos del barroco español, fueron en buena medida los artífices de nuestra mejor cultura. Debieron formar una élite consciente de su valía y quizás con razón se consideraban superiores a los cabestros que mandaban entonces y que les hacían la vida imposible. Es, en todo caso, asunto muy disputado. Sus defensores, el histórico Américo Castro y el actual Juan Goytisolo, tienen sus contradictores, pero los argumentos a favor de un numeroso grupo de intelectuales y escritores de ascendencia judía son sólidos.
Tal era la condición de uno de los más grandes escritores españoles, Mateo Alemán, y no el mejor conocido. Hijo de un cirujano de la Cárcel Real de Sevilla (oficio en sí mismo frecuente entre los judíos), se discute sobre quiénes fueron sus antepasados, pero la extraordinaria edición de Luis Gómez Canseco no duda ni un segundo: Mateo vendría de aquella estirpe cuyo más famoso ancestro fue un "Alemán Pocasangre, el de los muchos fijos Alemanes", según lo documenta un escrito de los conversos sevillanos que protestaban contra los abusos de la Inquisición. El abuelo Pocasangre fue quemado en la hoguera en 1497 por tan santa institución.
A pesar de las hogueras antropófagas, aquellos muchos hijos siguieron generando Alemanes hasta que en 1547 naciera Mateo. Su vida, azarosa, a veces incomprensible, en buena medida desconocida, le daría para entrar dos veces en la cárcel por deudas, en 1580 y 1601, casar con Catalina Espinosa como pago de otra deuda (aunque en esta ocasión contraída por su madre), presentar un estremecedor informe sobre la situación de los forzados en las minas de Almadén que no le facilitó las cosas (las minas eran propiedad de la Corona y de los Fugger), y escribir la más grande novela de la literatura española anterior al Quijote. Y es que, por si cupiera alguna duda, fue Cervantes quien leyó y se inspiró en el Guzmán de Alfarache y no al revés.
Su densa y agobiada vida, siempre encerrada en el laberinto de las deudas, le empujó finalmente a pedir permiso para emigrar a México. Asunto peliagudo porque aquellos permisos los entregaba según le venía en gana un Pedro de Ledesma, secretario del Consejo de Indias, y como suele ser hábito en España entre las sabandijas de despacho, cobraba y no poco. Mateo Alemán hubo de legarle una casa de su propiedad que tenía en Madrid y los derechos de la segunda parte del Guzmán de Alfarache. Hoy no se imagina uno a un novelista pagando un soborno fiscal con los derechos de autor, pero aquella era una época más elegante. Mateo logró salir de España en 1608 para no volver jamás.
¿Qué fue de él hasta su muerte, documentada en 1614? Poco se sabe. Escribió otra pieza fundamental, una Ortografía castellana de mucho interés por lo moderna y que le valió la acusación de erasmista, el elogio de su benefactor mexicano el arzobispo García Guerra con una muy bella oración fúnebre, la historia de san Ignacio de Loyola, alguna pieza más, y seguramente murió y está enterrado en México en algún lugar incierto. En Chalco, según el criterio de Enrique Miralles, otro de sus editores.
Algunos testigos de la época escribieron que no logró escapar al laberinto de las deudas porque su entierro se pagó con dinero de la caridad pública. Es conmovedor, sobre todo cuando uno mira el estupendo retrato grabado por Pedro Perret en 1599, un cobre en el que nuestro autor se muestra noble y digno, a la romana, con imponente gola y sosteniendo un libro de Tácito. Su rostro es tan verídico que uno cree conocerle, pobre pretendido caballero. Parece escapado de un Greco, pero también de un Consejo de Ministros. Apena imaginarlo tratando con tanto ahínco de ennoblecer su ascendencia. Dos blasones fantasiosos esquinan el retrato.
La grandeza de la novela (o del Guzmán, como siempre se la ha conocido) no puede emprenderse en este corto espacio, aunque quizás baste con decir, como antes apunté, que influyó en Cervantes, si bien este amplió soberanamente la peripecia del pícaro y su ir y venir de desdicha en desdicha hasta convertirlo en el molde de la novela moderna. Desde su aparición, el libro del pícaro Guzmán tuvo un rotundo éxito internacional. Fue traducido a todas las lenguas cultas europeas y un poeta como Ben Jonson lo juzgó como "this Spanish Proteus".
Pues bien, hete aquí que a comienzos del año en curso se editó la que no puede sino calificarse como modelo de erudición, cuidado y elegancia, la de Luis Gómez Canseco, en la soberbia colección de clásicos de la Real Academia Española, empresa extraordinaria, en parte financiada por La Caixa, lo que, francamente, tal y como están las cosas en aquella parte del país es muy de agradecer.
Esta es una joya para quienes la literatura tiene sorbido el seso y se debe leer con parsimonia y a lo largo de un año, pero debo advertir que me ha llevado exactamente nueve meses conseguirla. Si yo, pobre de mí, un obseso de los libros, he tardado ese tiempo en tocar con mis manos un ejemplar (1.160 páginas de finísimo tacto) gracias a una gran dama amiga mía que lo consiguió no sin esfuerzo, imagínense un lector cualquiera que simplemente quiera leer uno de los más grandes clásicos de la literatura española y monumento de la literatura europea.
¿Y por qué es tan difícil comprar los libros de esta colección? Pues porque el negocio de librería ya no es lo que era; y como todo el mundo puede suponer, un volumen de semejante envergadura con un título que apenas dice nada a quien no sea buen lector de literatura española, dura como mucho una semana en exposición y luego se devuelve. Seguramente el distribuidor solo pudo colocar tres o cuatro ejemplares en las grandes librerías, y eso con suerte.
Ahora bien, quien desee tener la colección sin pérdida ni retraso, volumen a volumen, puede apuntarse miembro del Círculo de Lectores, en cuyas listas figura toda la serie a medida que se va editando. Cumplida la obligación con los miembros del Círculo, Galaxia Gutenberg distribuye a los libreros otra cantidad de ejemplares. Por esta razón, o lo pillas según se expone o ya será muy difícil hacerte con él.
¿Podría mejorarse este punto? Creo que merecería la pena. No hay en la actualidad otra colección de clásicos que se la pueda comparar, excepto quizás la Biblioteca Castro, que edita muy bellos libros, pero sin aparato crítico. La colección de la Real Academia es, hoy por hoy, obligada en toda biblioteca educada. Siendo así que tenemos un Gobierno que detesta la cultura y trata de arruinarla, siempre lo podemos combatir comprando estos libros monumentales.
España ha superado, al menos, tres retos de suma dificultad en su historia reciente. Salir de una dictadura atroz, situarse entre las naciones que cuentan en el mundo y alcanzar el nivel de vida y bienestar de las otras naciones europeas. Después llegaron la burbuja, el vacío y el vértigo. Una parte de lo que se había construido se asentaba en arena, de forma que el terremoto de la crisis está afectando ahora mismo a la solidez y la integridad del edificio.
No hay peor consejera que la satisfacción excesiva con uno mismo, la autocomplacencia miope que pronto se convierte en arrogancia paralizante. Por ese camino ha derivado el espíritu de la España enriquecida con el ladrillo, gracias a una clase política incapaz de buscar otra salida que no sea seguir excavando en el agujero en dirección al centro de la tierra. Eso es lo que le aconsejan los reflejos constitutivos de la añeja nación centralista e intransigente, una en la lengua, la identidad y la cultura, e incluso en la religión hasta tiempos bien recientes.
El reto que tiene ahora España ante sí se llama Cataluña. Construir una España capaz de comprender a Cataluña es ahora el desafío histórico que se plantea a los españoles. Comprenderla en su doble sentido: con el significado de entenderla y reconocerla, empatizar con los catalanes e incluso simpatizar con sus pulsiones y sentimientos; y con el de seguir incluyéndola gracias a la construcción de una propuesta o proyecto en común.
No es un reto circunstancial, motivado por una súbita efervescencia nacionalista; es el reto histórico, un capítulo pendiente de la transición que afecta a la estructura del Estado; pero es también un reto de futuro: sin el concurso de los catalanes y de Cataluña el futuro de todos los españoles será más difícil: la segunda ciudad, el 18 por ciento del PIB, un contribuyente neto a las arcas del Estado, una imagen moderna y europea, la fuerza de sus profesionales, empresarios y creadores...
Se me dirá, y con poderosas razones, que el futuro de los catalanes sin España sería también muy difícil: sin duda, sobre todo en una separación traumática en la que todos perderían. Y lo sería sobre todo en los primeros y dificiles tiempos; pero a la larga Cataluña es perfectamente sostenible, y sostenibles serían los sacrificios, porque sarna con gusto no pica.
El mejor negocio que puede hacer ahora mismo España es darle la vuelta a esta crisis y convertirla en la oportunidad para hacer la reforma profunda del Estado que nos permita seguir viviendo juntos dando satisfacción a las aspiraciones legítimas de los catalanes. Esos manifestantes festivos y voluntariosos de la Via Catalana no tan solo merecen una respuesta satisfactoria y amistosa por parte del resto de sus conciudadanos, sino que conforman uno de los sectores más dinámicos de la sociedad catalana, cuya inclusión en un proyecto común solo puede producir beneficios para todos.
También cabe otra respuesta, naturalmente. Los diarios Abc y El Mundo la están pidiendo a gritos con sus dedos acusadores: secesión, golpe de Estado, traición. Los gatos al agua arañan y maúllan indignados. Sus columnistas y tertulianos vociferan y amenazan para que el Gobierno ponga a los catalanes en su sitio. Los descerebrados de la extrema derecha ya siguen sus indicaciones. Rajoy con su inmovilidad y sus apelaciones a la mayoría silenciosa remacha el clavo de esta España de siempre, irreconocible desde el ensueño ahora desvanecido de libertad y pluralidad españolas que hemos vivido en algún momento. Se frotan las manos, en cambio, los independentistas de piñón fijo: sin esa caspa, tan desagradable como peligrosa, el independentismo regresaría al rincón. ¡Qué sigan excavando hacia el centro de la tierra!
Déjenme terminar con un chiste adecuado a las circunstancias. Si la Assemblea Nacional Catalana hubiera tenido a su cargo la candidatura de Madrid 2020, ahora estaríamos festejando los Juegos Olímpicos para la capital de España; si los del café con leche en la plaza Mayor y el Gibraltar español hubieran organizado la Vía Catalana, no habrían unido ni siquiera los barrios de la periferia de Barcelona, ni proyectado con tanto éxito la imagen festiva y eufórica de la Diada en los medios internacionales.
A lo largo de las últimas semanas, la capital se ha visto desquiciada por las estruendosas protestas callejeras. Al principio, las autoridades minimizaron el conflicto -ante los pasmados ojos de los ciudadanos, llegaron a afirmar la inexistencia del movimiento-, mientras los manifestantes bloqueaban calles y avenidas, llegando a obstaculizar el acceso al aeropuerto. Si hasta el momento el presidente había gozado de un amplio margen de aprobación por sus arriesgadas decisiones políticas, su imagen -al igual que la del alcalde- se ha desplomado en las encuestas, sobre todo entre las clases medias y altas. Hartas de embotellamientos que duran horas, exigen mano dura al gobierno, que en su opinión se ha mostrado incapaz de hacer frente a los disturbios.
La confrontación entre policías y paristas se ha tornado cada día más violenta, con un saldo que suma ya decenas de heridos. Según los responsables de los cuerpos de seguridad, jóvenes radicales infiltrados entre los organizadores son los responsables del caos: "Desafortunadamente varias de estas manifestaciones fueron aprovechadas por vándalos que sólo quieren causar caos y destrucción, y dañar los bienes públicos y privados. No hay protesta, por justa que sea, que amerite la pérdida de una vida".
Hace unos días, los sectores más conservadores del país presentaron un proyecto para endurecer las sanciones contra quienes alteren el orden público. Según sus defensores, estas medidas buscan "evitar desmanes en las manifestaciones", sin por ello conculcar el derecho de protesta, aunque diversos colectivos de derechos humanos -y buena parte de la oposición- denunciaron el peligro de reformar el código penal. Para defenderse, uno de los artífices del proyecto declaró: "La protesta social es legítima, la promovemos, la respetamos e invitamos a los ciudadanos a que se manifiesten, pero no es aceptable cuando termina en bloqueos que atentan contra los derechos de los ciudadanos, pero más grave aún es una promoción de la violencia, por eso quienes promueven estas protestas van a tener que pagar las consecuencias".
De acuerdo con el nuevo proyecto de ley, "quien incite, dirija, participe, constriña o proporcione los medios para obstaculizar [...] las vías o la infraestructura de transporte de tal manera que atente contra la vida humana, la salud pública, la movilidad, la seguridad alimentaria, el medio ambiente o el derecho al trabajo, incurrirá en prisión de 3 a 5 años". Y añade que, si se utiliza capucha o algún elemento que impida la identificación, la sanción podrá llegar a seis años y medio, sin beneficio de reducción de penas. En contraposición, uno de los más destacados líderes de izquierda replicó: "Éste es un gobierno tramposo, dice que va a solucionar los problemas y prepara las medidas para que la gente no pueda protestar.".
Aunque este escenario parecería describir con cierta precisión lo que ocurre en la Ciudad de México, en realidad pertenece a la Bogotá donde aterricé hace unos días. Tras la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, miles de productos agrícolas de este país han abarrotado los comercios colombianos, desplazando a los productos locales. Enfrentados a una competencia desleal, abandonados en sus comunidades y desprovistos de vías rápidas para transportar sus productos, los campesinos decidieron poner en marcha un Paro Nacional Agrario que no tardó en ser secundado por otros sectores inconformes, como los maestros.
De bloqueo en bloqueo, la situación admite paralelismos: la llegada de un presidente pragmático, tras varios años de un presidente ideológico que no admitía otra verdad que la suya; la aprobación de reformas necesarias, pero que inevitablemente afectan a grupos siempre desfavorecidos; ásperas protestas y bloqueos, que de inmediato suscitan la animadversión de las clases medias y de comunicadores que apenas dudan en exigir su aplastamiento. En resumen: las contradicciones propias de naciones que, pese a sus avances, continúan divididas por una pavorosa brecha social.
Al final, en un caso y otro, tendríamos que ver a los campesinos colombianos o a los maestros mexicanos, más que como agentes perniciosos, revoltosos sin principios o vándalos -aquí y allá los líderes de opinión no se cansan de emplear este epíteto-, como el odioso síntoma de un mal mayor: un pacto social que, a lo largo de los últimos decenios, ha impulsado el rápido enriquecimiento de unos cuantos en detrimento de millones que continúan al margen de cualquier mejora -y, lo que es peor, al margen del discurso de éxito que enarbolan políticos y empresarios de sus países. Frente al discurso del odio que se exacerba en momentos como éste, lo que se necesita es que las autoridades no se dejen presionar y actúen con la mayor prudencia y sensatez. No se trata de compartir la estrategia o las ideas de los manifestantes -casi siempre borrosas e inasibles-, sino de mirar los bloqueos como quien mira la llaga abierta en una sociedad herida.
Originalmente publicado en el diario Reforma, 15.09.13
Cuanto más rica y decisiva, más silenciosa y discreta. Como los buenos burgueses europeos de antaño. Así aparece Alemania en vísperas de unas elecciones que todos juzgan trascendentales, pero no levantan pasiones ni entre los alemanes que irán a votar ni entre los europeos que se sienten afectados en sus economías y, por tanto, en sus vidas por el Gobierno de Berlín.
Todo lo contrario de una elección presidencial en Estados Unidos o en Francia. Los dos principales candidatos, la canciller Angela Merkel y el exministro de Finanzas socialdemócrata Peter Steinbrück, son lo más alejado que pueda haber de unos candidatos mediáticos, como lo están sus campañas respecto a la política espectáculo.
La atmósfera electoral se corresponde con el espíritu que anima a electores y a candidatos. Nada de experimentos ni de grandes visiones de futuro. Todo según lo previsto. Mantener la estabilidad y el statu quo en casa y en el exterior europeo. La política como un arte del mantenimiento, sobre todo de un Estado social que ya ha sido duramente descrestado. Que todo esté en su sitio y funcione, sin crear expectativas ni decepciones. Poco hay que cambiar cuando las cosas, y especialmente la economía, funcionan razonablemente en casa, especialmente en comparación con las dificultades de los vecinos. Ni siquiera quedan márgenes para algo de incertidumbre, origen de la emoción electoral. La disyuntiva no es entre derecha e izquierda, sino entre los socios de coalición capaces de completar una mayoría conservadora, que parece ya garantizada y por tercera vez bajo la batuta de la señora Merkel: o con los actuales liberales de la FDP, actualmente en el Gobierno como socios minoritarios, o con el SPD, que ya fue su socio entre 2005 y 2009; es decir, continuación o cambio, pero en segundo grado.
Hay más combinaciones teóricas, casi todas ellas impracticables, a menos de una rara sorpresa. Lo que se somete a elección solo es el énfasis, más liberal si sigue la actual fórmula, y ligeramente más socialdemócrata si regresa la gran coalicióncon el SPD, aunque ni siquiera entre los dos grandes partidos hay grandes diferencias en políticas económicas y europeas. Incluso en este último caso, poca aceleración se puede esperar respecto a la actual marcha cansina hacia la unión bancaria, los descartados eurobonos o los inexistentes estímulos al crecimiento, porque las divergencias que plantea el SPD, cuando las hay, son más bien vaporosas.
Alemania es el país más previsible de Europa. Gracias a su peso geoeconómico, de trágica historia cuando era geopolítico, ejerce un liderazgo reluctante que enfrenta a los europeos al vacío. Europa se está haciendo alemana, pero de una Alemania ensimismada que se desentiende de los europeos y sugiere que encarguemos el gobierno a un extraño piloto automático.
Estoy a punto de terminar una “gira de bolos”, como dicen en España, que me llevó por dos meses por Buenos Aires, San José de Costa Rica y Medellín. En talleres, seminarios, conferencias, charlas y mesas redondas, compartí con decenas de colegas periodistas y escritores la aventura de contar la realidad. En algunos casos yo elegí hablar e invitar a discutir sobre las narrativas del pasado en universidades, ferias y encuentros. En otras, fue el pasado el que me asaltó desde las historias, preguntas y comentarios.
No es fácil acercarse a un pasado complejo y angustioso. Por eso, en esta última entrada antes de cruzar el Atlántico hacia Barcelona, quiero compartirles una reflexión sobre una historia de mi familia que tiene que ver con eso y que está en mi libro Periodismo narrativo.
Falta muy poco para que se cumplan 30 años de la recuperación de la democracia en mi Argentina. Fue en octubre de 1983. Votamos. Ganó Raúl Alfonsín. La noche oscura parecía quedar atrás. Pero a veces las noches se nos quedan agazapadas y asoman como pesadillas.
* * *
Se trata de una anécdota familiar muy vieja, de esas que mi familia repite una y otra vez y que no hay forma de saber si es verdad, pero que todos la recordamos más o menos así: mi abuela, judía alemana de Berlín, llegó a Buenos Aires escapando del nazismo en 1936. Nunca se sintió cómoda entre los bárbaros de las pampas, y nunca pudo hablar castellano más que de una forma cómicamente rudimentaria. Para ella, la emigración fue un naufragio.
A medida que envejecía iba olvidándose de su idioma de adopción. Cada semana, y después casi cada día, perdía una palabra nueva. En sus últimas semanas, a los 90 y postrada en una residencia de ancianos, la omi (como la llamábamos, con el diminutivo de oma, abuela) ya sólo hablaba alemán.
En esos años, con la epifanía del fin de la dictadura, había irrumpido en Argentina un género de películas sobre los años negros que todos debíamos ver, por obligación cívica. La mayoría eran malísimas, pero entre las buenas descolló La historia oficial, de Luis Puenzo con un impecable guión de Aída Bortnik, que terminó ganando un Oscar.
Cuando salió, mis padres, mi tía y mi hermana y yo nos dimos a la tarea de llevar a la abuela a ver La historia oficial, sin saber que los otros también lo harían. Como no la sacábamos mucho, no quiso negarse ni proponer otra película, y la vio tres veces.
“¿Saben qué?”, nos dijo con solemne perplejidad el domingo siguiente. “La primera vez la entendí poco, la segunda menos, y la tercera… la tercera fue la que menos entendí”.
Todos lanzamos la carcajada. “No es para reír”, se quejaba sin éxito la omi. Más protestaba y más nos reíamos.
* * *
La conclusión familiar es que las dificultades de la Omi con esa película en concreto era representativa de sus propias carencias con el lenguaje de los argentinos y sobre todo con la forma farfullada, en ráfagas, con la que hablaban nuestros actores en esa época, como Héctor Alterio o Federico Luppi.
Pero ahora pienso que en parte nos estaba diciendo otra cosa.
La obra de Puenzo, en la que una extraordinaria Norma Aleandro va dándose cuenta de que su hija adoptada es en realidad hija de desaparecidos, que su marido, un militarote autoritario (Alterio), se la apropió como botín de guerra en los primeros meses de la dictadura, y que todo su mundo era una mentirosa construcción de papel mojado, es una compleja fábula sobre la dictadura a nivel doméstico, sobre las formas de contar y de contarse atrocidades, de querer vivir engañados, de oponerse a la ‘historia oficial’ o aceptada en la que vivimos, y sin la cual toda nuestra realidad se abre bajo nuestros pies como arenas movedizas.
¿Qué es verdad? ¿Quién es bueno o malo? ¿No había aceptado el personaje de Aleandro las terribles implicaciones del trabajo atroz de su marido todos esos años, sin chistar, sin pensar, sin querer ver? ¿Y ahora qué tiene que hacer? ¿Renunciar a la persona que más quiere en el mundo, su hija? ¿Pero es su hija o no lo es? Si le devela la verdad, ella la odiará, seguramente. Y la posible reacción de su marido le causa pánico. ¿Pero puede no hacer lo que sabe que tiene que hacer?
* * *
La historia oficial es una película angustiosa, que cuenta la dictadura desde un lugar terrible: el de tratar de tomar decisiones en un mundo y un momento en que todas las decisiones posibles tendrán resultados personales catastróficos.
Acababa de terminar la dictadura y nosotros – mis papás, mi tía, mis primos, mi hermana, yo mismo – creíamos que todo era blanco y negro, que estábamos del lado de los buenos, que habíamos entendido todos significados y resonancias de esa película, y que nuestro país y nuestra sociedad saldrían indemnes de la dictadura, porque ya había acabado todo y estábamos en democracia.
¿Y si en un sentido mucho más profundo tenía razón la omi? ¿Y si pensar que sería fácil borrarnos el pasado como el polvo de caspa o tiza nos estaba llevando a todos a entender cada vez menos?
En su mundo privado, perdidas en el recuerdo de una Alemania que los nazis borraron pero al mismo tiempo agrandaron y cambiaron para siempre, en su duelo (en los dos sentidos) con el país que la había expulsado y que ella llevó adentro hasta su último suspiro, creo hoy que mi abuela sabía.
Sabía que entender qué nos pasó y saber qué hacer con eso es algo mucho más difícil de lo que suponíamos nosotros.