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Obreras de la moda

De nuevo la pasarela. Esa adicción juvenil. Ese negocio monumental. La exaltación estética, aspiracional. Vuelve lo de siempre, la recreación del pasado con un barniz de novedad capaz de encender el deseo y reproducir en un lenguaje universal sus consignas a fin de capturar el aire del tiempo. “Los años se secan como hojas”, escribe el autor del momento, el recuperado John Salter, de moda como los pantalones al tobillo o las botas con tachuelas. Pero, mientras la prosa sin pedrería de Salter se lee como un descubrimiento, los diseños que estos días desfilan en las semanas de la moda -ahora, la de París- se exhiben como una evidencia. Ni teorías a lo Barthes ni poesía costurera en las crónicas. Lo que en verdad cotiza es la nomenclatura: las marcas, las tendencias y, muy especialmente, las modelos. Los rankings de las mejor pagadas se han convertido ya en un tópico, aunque siempre aparezcan en las páginas de cotilleo. Mientras se encumbra a las más famosas, tan indispensables para cualquier inauguración, campaña o reportaje, una legión de muchachas anónimas, algunas vulnerables muñecas de porcelana -como cantaba Serrat-, se visten y desvisten varias veces al día ante un director de casting que las escruta sin piedad. El 30%, según la organización Model Alliance, ha sufrido tocamientos o ha sido despedida por no perder dos kilos. La mayoría tiene entre 15 y 22 años y su mayor esfuerzo consiste en estar delgadas. Engordar un kilo significa una derrota. Las que llegan a las pasarelas internacionales representan un privilegiado 2%. Hay niñas de quince años a quienes un fotógrafo les pide que se desnuden. Una de ellas confesaba que se escondió en el baño a llorar, pero luego lo hizo, posó. A veces trabajan doce horas seguidas. Y no son pocas las que, a Dios gracias, reciben un traje y la cena como único salario. Los abusos sexuales siempre han acompañado a esta profesión sobre la que pesa la acusación de frivolidad, prebendas, objetualización del cuerpo y narcisismo. Vivir de la imagen, en verdad, tiene algo que ver con la prosa rasa de Salter: hay que asumir una actitud ganadora desde el primer momento. Pero la realidad esconde demasiadas historias sórdidas, y hablar de los derechos de las modelos parece un asunto muy diferente que el resto de reivindicaciones laborales. Garantizar los mismos derechos que amparan cualquier otro oficio es lo que pretenden asociaciones como Equity o Model Alliance: regular horarios, limitar la edad de las chicas para trabajar, controlar el mobbing y los abusos… Porque bajo las alfombras del glamur existe un sucio suburbio en el que se cometen auténticos atropellos contra las bellas obreras de la moda. (La Vanguardia)

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25 de septiembre de 2013
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De cuando Álvaro Mutis me cobraba, nunca le pagué, y en cambio hablábamos de Alexandra Fiódorovna

Conocí a Álvaro Mutis en la más extraña de las circunstancias, allá por el año 1985, y desde entonces fuimos amigos para siempre. Eran los años de la revolución en Nicaragua, cuando nos hallábamos bajo el bloqueo comercial de Estados Unidos, con reservas monetarias suficientes apenas para una semana de importaciones, sin suministros seguros de petróleo ni de materias primas y los pagos de la deuda externa suspendidos, y el esfuerzo por sobrevivir debía medirse día a día. Las divisas faltaban tanto que se volvió un asunto de estado administrarlas, y desde la vicepresidencia yo revisaba cada semana con el presidente del Banco Central los pagos al extranjero que podían autorizarse, aún los destinadas a gastos médicos, mantenimiento de estudiantes, y derechos por exhibición de películas.
Él solía venir a Nicaragua para cobrar, en nombre de la Columbia Pictures o de la Warner Brothers, de eso no me acuerdo bien ahora, las remesas que el Sistema Sandinista de Televisión no podía honrar sino en córdobas devaluados, lo mismo que las viejas cuentas de las salas de cine que ya para entonces nada más exhibían películas de antes del diluvio. Alguien le informó que sólo yo podía ordenar que le cancelaran aquellos adeudos, o me buscó por recomendación de Gabo, de eso no me acuerdo bien tampoco, la cosa es que lo recibí una tarde en mi despacho de la Casa de Gobierno, los tres primeros pisos de un banco del que habían sido demolidos los restantes tras el terremoto que asoló Managua en 1972, me planteó el asunto papeles en mano, le dije lo consabido, que no teníamos dólares ni para aspirinas, guardó sus papeles en el cartapacio y acto seguido nos pusimos a conversar, conformes de que cada quien había cumplido con la parte que le tocaba, una larga conversación hasta que se hizo de noche sobre literatura y sobre lo humano y lo divino, entre risas que deben haberse oído en los confines de las ruinas que se extendían desde la colina donde la familia Somoza había tenido su baluarte de poder hasta la costa del lago Xolotlán sobrevolada por los zopilotes, y terminamos hablando de la zarina Alexandra Fiódorovna, presa en la fortaleza de Ekaterimburgo y ejecutada por los bolcheviques con su esposo el zar Nikolái Aleksándrovich y toda su familia, drama contado y cantado en versos por Álvaro con sentimiento de poeta porque era monárquico confeso, y de esa plática salió convertido en un confeso monárquico sandinista, el único en su especie sobre la faz de la tierra, se repitieron esas dichosas visitas, ya luego ni sacaba sus papeles ni cobraba, todo se había vuelto pura literatura y amistad pura.

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25 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Frente Nacional

El Frente Nacional es el mejor regalo que se les puede hacer a los indepes. Y el regalo óptimo, sublime, sería que se sumaran los socialistas. Albert Rivera, que es muy astuto, sabe a lo que juega. Los buenos políticos dominan el ajedrez y él está ya en la cuarta o quinta jugada. Su propuesta de pacto contra la Via Catalana es la campaña del no en una consulta e incluso la jefatura de la oposición españolista en una Cataluña que se va. Rivera quiere hacer con Alicia y con Navarro lo que Junqueras ya está haciendo con Mas y Duran. Comérselos. Y lo más sabroso es que los bocados, PP y Convergència, parecen encantados de que les devoren.

El españolismo arcádico, ansonista y pedrojotero levita con Rivera porque sirve para atizar a los socialistas y a Unió, sin darse cuenta de que el líder de Ciutadans está en otra cosa, meramente electoral. La independencia de Cataluña, ese imposible según González, da de comer a muchos de los que están a favor pero también de los que están en contra. Quienes sinceramente piensen que Cataluña no debe constituirse en un Estado independiente deberían dedicarse, sobre todo, a ofrecer alguna alternativa al actual estatus quo. Si la independencia es imposible, también lo es que las cosas se queden tal como están.

Eso nos conduce a la que ya se conoce como Tercera Vía, otro imposible según los indepes y también según el Frente Nacional. Ya van tres. De momento recordar que es la que recomendaron el Financial Times y The Economist, lo que propugnan Durán y Rubalcaba, y lo que esperan todos nuestros socios de la Unión Europea y las instituciones de Bruselas. También la señora Merkel, cuidado, a la que le interesa ante todo una solución que no termine contribuyendo a la malversación de los dineros de todos los europeos.

Aquí la única cuestión que debe someterse a discusión es si debe seguir la escalada verbal en las apuestas de los dos polos radicalizados, el polo independentista y el polo del Frente Nacional, o si debe empezar de una vez y de verdad el diálogo, en el que cada parte escuche a la otra e intenten juntas encontrar una salida. Rajoy y Mas están por la labor sobre el papel, pero de momento hablan sin escucharse, con tapones en las orejas.

El PP tiene tendencia a creer que son los nacionalistas los que se han subido a la parra y que son ellos mismos los que deberán esforzarse por encontrar un camino para bajar. Los nacionalistas catalanes y muchos catalanes que no son nacionalistas piensan, por el contrario, que el gran lío lo ha provocado el PP con su actitud ante Cataluña desde la campaña de recogida de firmas contra el Estatut, el recurso ante el Constitucional y el boicot a los productos catalanes, y que deberá ser por tanto el PP quien ahora lo desanude.

A la vista de ambos análisis está claro que solo se pondrán de acuerdo el día en que decidan responsabilizarse conjuntamente de la salida de este callejón taponado sin echar la vista atrás ni dedicarse a echar las culpas al otro. De momento, estamos todavía muy lejos por lo que fácilmente seguirá la escalada y nos iremos acercando al temible y misterioso momento que se conoce bajo el nombre metafórico del choque de trenes.



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24 de septiembre de 2013
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Encerrados sin un solo juguete

Da un gran placer salir a la calle al fin de la proyección y llevarle la contraria al curso de la historia del cine, que en los últimos cien años no ha parado de oír la misma frase del público: "la película no está mal, pero me gustó más la novela". La novela de Niccolò Ammaniti carece de sustancia y de literatura, y Bertolucci le ha dado densidad: inspiración y estilo. El libro y el film, titulados en italiano ‘Io e te', han permutado sus pronombres en castellano, primero en la edición de Anagrama y ahora en la pantalla; quizá suene mejor la permuta de la traducción, pero el ‘yo' en primer lugar no es caprichoso. Pocas películas hay tan egotistas.
‘Tú y yo' empieza con una mancha de pelo en el centro del fotograma; una escuálida figura masculina escucha con la cabeza agachada un pequeño sermón benevolente, el de un psicólogo que va en silla de ruedas, como el propio cineasta desde que hace ocho años fuese víctima de un grave error médico en una operación de columna. El pelo crespo pertenece a Lorenzo, un colegial de 14 años que interpreta con expresivo rostro cuajado de acné el debutante Jacopo Olmo Antinori. Hasta que alza los ojos para responder al psicólogo, el pelo de Lorenzo tiene algo salvaje, y poco después su madre (Sonia Bergamasco) le insta a que se lo corte; el chico siempre lo lleva despeinado. Cuando Olivia, su hermana de padre (Tea Falco, extraordinaria actriz revelación), irrumpe en el sótano donde trascurre la mayor parte del film, el pelo vuelve a ser una enseña: una extraña figura sombría se mueve rápida, mientras oímos su voz, femenina y siciliana, y la sombra parece envuelta en la negra piel de un animal sintético. Se trata de su abrigo largo y negro, que hace contraste con su hermoso pelo rubio; en una discusión sobre la madre del niño, Olivia se lo suelta de golpe, y los cabellos caen en una lluvia de oro. Dos entidades capilares en desorden.
Bertolucci ha hablado de su ‘claustrofilia' cinematográfica. Sin remontarse al título que le dio más fama, ‘El último tango en París', con su desgarrada historia de amor en un piso vacío provisto de productos lubricantes, sus dos últimas obras, ‘Asediada' (‘Besieged', 1998) y ‘Soñadores' (‘The Dreamers', 2003), eran películas de cámara, la primera situada casi íntegramente en las distintas plantas de un edificio algo dilapidado de la Roma histórica donde se encuentran un músico y una africana exiliada sirvienta por horas, y la siguiente -que abordaba además un tema muy ‘bertolucciano', el incesto- centrada en la fantasía cinefílica de dos hermanos gemelos, chico y chica, que eligen a un guapo y púdico norteamericano como cómplice del deseo y el desafío a los límites. El sótano de ‘Tú y yo', más reducido de espacio y sin apenas salidas al exterior, cobra en esta fiel adaptación atmósfera y carácter, y así la pobreza de la historia original se hace menos inconsistente. Y aunque el film recorta el papel del personaje más sugestivo de la novela, la abuela hospitalizada, Bertolucci le da a la escena de la despedida del nieto, muy reducida, el tono justo (gran actriz Verónica Lazar).
Apasionante como es, ‘Tú y yo' no iguala la magnitud de concepto, la sutileza y el hechizo formal de ‘Asediada' y ‘Soñadores', dos obras maestras destacadas entre lo mejor de la filmografía de Bertolucci, lo que significa, al menos en mi opinión, lo mejor del mejor director vivo. Era difícil enaltecer la debilidad de la materia argumental y sentimental de Ammaniti, pero el realizador (que firma el guión con dos colaboradores más aparte del propio novelista) ha hecho todo para trascenderlo, y el todo del cineasta nacido en Parma es mucho. La presentación en imagen, sin subrayados ni tópicos, de Lorenzo, el muchacho "con trastorno narcisista" ajeno a los compañeros de su colegio y absorto en sus cascos, es refinada y elocuente: su pelo es su defensa, y su estado ideal el de crisálida, envuelto en los visillos mientras la madre, sin saberse escuchada, habla por teléfono de su problemático hijo. El motivo del incesto, tan recurrente como el de la claustrofilia, tiene en ‘Tú y yo' dos manifestaciones peculiares. Lorenzo no desea a su madre ni a su hermana; la fantasía sexual que le cuenta a la primera en la escena del restaurante, logrando escandalizarla, no pasa de ser el ‘familienroman' de un neurótico que, teniendo 14 años y siendo de hoy en día, adquiere tintes de ciencia-ficción. La belleza, el desarreglo, el pelo suelto y el cuerpo desnudo de su medio-hermana sin duda le atraen, más como símbolo de otra vida posible que como gratificación sexual. De ahí que, en la mejor escena de la película, su baile agarrado de una versión italiana casi irreconocible pero bastante encantadora de la gran canción de Bowie ‘Space Oddity', la danza es el rito de paso de unos seres perdidos a los que la cercanía, el espacio cerrado y la música redime, al menos momentáneamente. Y Bertolucci es tan gran artista que incluso cuando -en una caprichosa e inexplicable secuencia onírica- ensaya una chillona coreografía paterna, consigue la calidad grotesca que su cine (y esto a veces se olvida) ha mostrado intermitentemente: por ejemplo en otra de sus grandes obras más infravaloradas del período anterior a Hollywood, ‘La historia de un hombre ridículo'.
Qué suerte que el cineasta convenciese al novelista de cambiar el final de la verídica historia, algo a lo que Ammaniti se negaba. Así el espectador de la película que no conozca la novela se ahorra la moraleja y el epílogo trágico. Olivia no muere de sobredosis aquí, aunque el desenlace, un aparente ‘happy end', nos inquieta y conmueve más como lo presenta Bertolucci: separando sin futuro a los dos hermanos satisfechos y congelando el rostro de Lorenzo en un declarado homenaje al último plano de ‘Los cuatrocientos golpes' de Truffaut, otra fábula de un adolescente encerrado que sale al mundo real sin saber lo que va a encontrar.

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24 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más difícil todavía

Como en el circo, el debate sobre la independencia de Cataluña nos ofrece cada día imaginativas piruetas argumentales que responden al célebre lema 'más difícil todavía' y provocan entusiastas aplausos y lógicas exclamaciones de admiración de propios y extraños. La última contorsión sirve para demostrarnos la obligada e inevitable permanencia de una Cataluña independiente en la Unión Europea, de otra parte tan lógica para un país que ya era europeísta antes que todos los otros y antes incluso de que se hubiera inventado el europeísmo.

El razonamiento funciona como sigue. Los catalanes deciden o se autodeterminan colectivamente y declaran su independencia de España. Como consecuencia, tal como han aclarado al menos dos comisarios bruselenses y un portavoz del Parlamento Europeo, el nuevo Estado catalán queda fuera del euro y de la Unión Europea. Pero inmediatamente y sin dilación alguna, el Gobierno catalán mantiene la circulación del euro y, a la vez, reivindica los derechos de los catalanes como ciudadanos europeos, condición que nadie puede quitarles.

Vamos a ver cómo se ha producido el milagro. Respecto al euro, no hay secretos, si lo hacen Andorra y Mónaco, Ciudad del Vaticano o Kosovo y Macedonia también puede hacerlo Cataluña. Ahora no tiene representantes en el BCE y entonces tampoco los tendrá, dicen los contorsionistas más audaces. No importa que sean otros quienes hagan la política monetaria, fijen los tipos de interés y le den o no a la maquinilla y otras zarandajas sin importancia. Luego, como ciudadanos, colectivamente los catalanes se van de la UE para poder ser independientes de España, pero individualmente permanecen en la UE gracias a que se les autoriza la doble nacionalidad y a que siguen siendo por tanto ciudadanos españoles.

Con el euro gobernado desde fuera y la ciudadanía europea garantizada por las autoridades españolas desde dentro, alguien podría albergar alguna duda sobre la superioridad de una independencia así concebida respecto al actual autogobierno. Disipémosla inmediatamente. No hagamos caso a este tipo de pensamiento negativo, propio de la política del miedo. En todo caso, queda demostrado que 'todo es posible' y que no hay obstáculos cuando la voluntad y el sentimiento popular acompañan. La intensidad y la extensión del deseo obran prodigios.

No importa si para estar en la UE e incluso permanecer en el Espacio Económico Europeo, como Noruega o Suiza, se requiere la unanimidad y el voto de España, pues con seguir siendo españoles sin que lo sea Cataluña quedamos en paz. Uno de los geniales acróbatas que ha defendido estos argumentos asegura que con acuerdos comerciales bilaterales se conseguirá incluso obtener todas las ventajas del mercado único.

Finalmente, queda el argumento más tumbativo. A la UE y a las grandes empresas no les interesa que Cataluña quede fuera y menos todavía que aparezca un obstáculo arancelario y aduanero entre Francia y España. Estamos a un paso de una colosal conclusión: en Madrid todavía no lo saben y siguen resistiéndose, pero también a los españoles como al resto de los europeos les interesa hasta tal punto entenderse bien con los catalanes que terminarán aceptando la independencia y su pertenencia al euro y a la Unión Europea, aunque sea bajo unas condiciones tan curiosas como las antes mencionadas. Todo esto ya lo supo ver con notable antelación al sabio Francesc Pujols en su preclara sentencia: llegará un día en que los catalanes lo tendrán todo pagado. Esta es una operación redonda, que solo tiene ventajas para todos y el único reproche que merece es que no hayamos descubierto antes este camino de rosas que nos espera. Van a respirar en Madrid en cuanto calibren las ventajas de estar sin estar y de independizarse conservando la ciudadanía española. ¡Haberlo dicho antes, hombre! ¡No había para tanto!



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23 de septiembre de 2013
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La crisis, las abejas y el Papa

Hay datos concluyentes de que estrenamos una nueva era. Y no sólo por los archiconocidos argumentos de cambios de paradigma. Ocurren a diario transformaciones que nos mantienen en vilo, cada vez más habituados al sobresalto. Frente a la desconfianza de los cínicos que nunca han creído que los lazos de la fraternidad humana sean naturales, sino producto del interés común, aflora una nueva sensibilidad. O mejor dicho, una transformación ética que promueve otros baremos para medir el valor de lo tangible y lo intangible bajo unos criterios bien distintos a la lógica capitalista del sistema de precios. Hoy, incluso la supervivencia de las abejas se ve amenazada (gran tema que hace unas semanas publicaba Time en portada, alertando sobre el uso de pesticidas y sobre todo dibujando un mundo donde cada vez se plantan menos flores). Una excelente metáfora sobre estos tiempos la que planteaba la revista al aventurar que habrá que crear abejas robóticas porque la tercera parte de los alimentos humanos son polinizados por abejas, según la Wikipedia; y su labor representa quince mil millones de dólares de valor en los cultivos, según Time. Las alternativas para suplir lo que se extingue a menudo pasan por la deshumanización, como el polen de acero frente a los enjambres naturales que tantas veces han representado el trabajo en equipo y la organización de grupo. Las colmenas abandonadas a causa de la amenaza de los pesticidas simbolizan el éxodo, interior y exterior de una sociedad cada vez más empobrecida. No sólo la bancarrota de los estados provoca un cambio de actitud; una demanda casi histérica de protección se multiplica frente al desplome del Estado del bienestar: educación, sanidad, pensiones… Y parecen razones suficientes para neutralizar la sociofobia que ha permanecido en tantos discursos liberales. Lo analiza con hallazgos César Rendueles en Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital. (Capitán Swing). “Un sistema económico basado en un arrogante desprecio por las condiciones materiales y sociales de la subsistencia humana está condenado a caer en un proceso autodestructivo cuya única finalidad es tratar infructuosamente de reproducirse”, afirma el autor. Las medidas urgentes que penalizan a la ciudadanía, ahora esos 33.000 millones de recortes en pensiones, evidencian de nuevo que los discursos sobre la austeridad son de cartón piedra, y que la dignidad es un valor perdido. Hubiera querido dedicar esta columna a las palabras sinceras, diferentes, revolucionarias, del papa Francisco. Al significado de los puentes que tiende para combatir las distancias sociales y las exclusiones. Y al final he escrito sobre abejas y sociofobias. Pero basta terminar con una frase suya que debería de convertirse en nuevo mandamiento universal: “No se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”. (La Vanguardia)

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23 de septiembre de 2013
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