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Asuntos metafísicos 18: Condición humana y asunción de la la dureza del pensar

El hombre piensa naturalmente, se ha sostenido desde Aristóteles a Noam Chomsky pasando por Descartes. En consecuencia, dejar de pensar supone objetiva debilitación de la condición humana... aunque el pensar suponga violentar la genérica raíz animal de la misma. Cabe ciertamente que el pensamiento fluya en ausencia de tensión, de violencia contra la propia inercia, pero ello nunca desde el arranque en el reposo, de la misma manera que nunca el águila (que tiende naturalmente al vuelo como el hombre tiende al pensamiento) se alza sin tensión, ni el cuerpo del ser humano danza como si fuera su más inmediato modo de comportarse. El pensamiento es siempre una conquista, aunque una vez activado,se despliegue ya sin violencia...al menos por un momento, pues no cabe complacencia durable en lo logrado.
Ha de quedar claro que el criterio sobre si hay realmente pensamiento, no reside en la novedad objetiva de lo pensado, o en su interés para el conjunto de la sociedad; ni siquiera reside en su veracidad. El criterio es simplemente que haya enriquecedora novedad para la subjetividad que piensa, ya se trate de asunto filosófico, científico o creativo. Si se ha perdido la intelección de una fórmula que se dominaba y se la recupera en un tremendo esfuerzo...entonces se ha ganado una batalla contra la astenia, se ha ganado en humanidad, aunque tal fórmula no signifique nada nuevo para los demás. Y ello vale asimismo para la forja de una metáfora o de una escultura.
Dejar de pensar puede ocurrir por múltiples razones, físicas desde luego, pero también sociales y desde luego psicológicas. Por la dureza misma del arranque del pensar, hay siempre peligro de que las circunstancias sirvan de coartada para abandonarse. Por ejemplo, puede llegar a pasar por la cabeza que el pensamiento simplemente...no vale la pena. En este caso (de aceptarse la premisa de que el rasgo propio del animal humano es el pensamiento) es obvio que la existencia que entonces se prosigue, la existencia que tiene la vida como fin en sí, viene a ser un repudio de la propia humanidad.
La ausencia del pensar tiene directa traducción como desinterés filosófico, es decir desinterés por las interrogaciones que acompañan al animal potencialmente humano desde el momento en que empieza a ser humano en acto, desde el momento en que mediatiza ya su relación al mundo por las palabras y los símbolos. La filosofía como disciplina del espíritu es siempre una tentativa por recuperar este estupor que acompaña la mirada del animal humano, cuando deja de ser infantil. Recuperación obviamente del espíritu de la cosa y no de la modalidad concreta de la interrogación. Lo decía aquí mismo hace una semanas " ¿ Quien no se preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide aparentemente con la mía?" Y añadía lo siguiente: " Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los pensadores más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y todo el mundo es susceptible de sentirse interpelado por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos para entenderlos."

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17 de octubre de 2013
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Portales desde Chile

He estado una vez en Santiago de Chile y todos los amigos de allá se quejaban. Eso pasa: quienes viven en las grandes capitales mantienen con ellas relaciones eróticas, y el amor, es sabido, no es eterno, ni rectilíneo. Yo, por ejemplo, nada desearía más en este momento que pegársela con otra a Madrid. Pero aquí sigo, y en la difícil conyugalidad madrileña, por no decir española, me alivian, entre otras cosas, lo que me llega de Chile. Sus libros. En aquella visita (hace tres años) ya me gustaron mucho las librerías de la capital y el interés multitudinario pero informado que advertía en la Feria del Libro, motivo de mi viaje. Los nativos me oían con incredulidad: antes era mejor, decían. Claro. En el amor todo era mejor antes, pero la fidelidad a las esencias puede abrigarnos en el invierno de nuestro descontento, que ahora en España hiela.

A Chile están llegando españoles en busca de acogida, de trabajo, dentro del proceso inverso a la antigua emigración de la ‘intelligentsia' chilena a España, que nos dio, entre otros valiosos intelectuales que huían de la dictadura militar, las figuras familiares de José Donoso, Mauricio Wacquez, Jorge Edwards y Roberto Bolaño. Los españoles censados en el país andino a fecha de julio del 2013 son 44.691, habiendo aumentado su número en un 75% entre 2008 y ahora. Profesores, estudiantes, profesionales diversos, que buscan allí lo que su propio país les niega. Mientras tanto, aquí nos consolamos leyendo las obras editadas por la Universidad Diego Portales, una institución docente muy principal en ese país y ahora una fuente de libros de alta calidad e interés variado (las librerías de La Central de Madrid y Barcelona los venden).

En los últimos meses han llegado a mis manos una recopilación estupenda de ensayos literarios de Roger Caillois, ‘Jorge Luis Borges y otros textos sudamericanos', y la sugestiva selección de cartas, poemas y otros escritos del poeta norteamericano William Carlos Williams. Asimismo, Delirio, una emprendedora editorial española, de Salamanca, ha reeditado muy bellamente un libro que la Diego Portales sacó en 2011, ‘Zurita', artefacto incomparable que retrata en verso y prosa de muy distinto calado los dos días cruciales del golpe de estado de Pinochet pero también el rico pensamiento literario de su autor, Raúl Zurita, el mayor poeta chileno vivo, después, naturalmente, de Nicanor Parra, el genio ya pronto centenario y siempre alerta.

He pasado una semana leyendo otras dos extraordinarias publicaciones de la Diego Portales, que sitúan debidamente a Raúl Ruiz, el gran cineasta nacido en Chile y establecido en Francia. Su obra fílmica, vasta, cambiante, inclasificable, ha llegado a nuestras pantallas de un modo irregular, pero ahora, dos años después de su muerte, el volumen titulado ‘Ruiz' nos ofrece una brillante selección de entrevistas y una impagable filmografía de sus 120 películas largas y cortas, chilenas, francesas, portuguesas e inglesas, comentadas ante el compilador Bruno Cuneo por el propio director. Más reciente, de agosto de este mismo año, es ‘Poéticas del cine', que complementa y amplía el anterior gracias a las traducciones de dos largos manifiestos de Ruiz hechas por el novelista argentino Alan Pauls, muy admirador suyo, a las que sigue en su original castellano, basado en notas y textos póstumos, una peculiar proclama teórica que sirve para seguir a este originalísimo artista en su jardín cinematográfico de senderos bifurcados. 

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16 de octubre de 2013
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Esto es hardcore

Un sexo libertino, con unos gramos de Viagra -de uso recreativo-, intercambios de pareja, sexting y poses acrobáticas abandona la oscuridad de los sótanos. No se alarmen, aún no es obligatorio; pero cada vez parece menos excepcional. La libertad de información que procura la red incide en la sexualidad, y de qué manera. “Cuando se tiene sexo hoy se quiere que sea como en una película porno”, confiesa una estudiante a la edición norteamericana de Vanity Fair en un reportaje sobre el impacto de la tecnología en la vida sexual de los más jóvenes. Asediados por una cultura pornográfica que las generaciones anteriores recibieron con cuentagotas y codificada, hoy tanto la disponibilidad para la cita a ciegas como la caída de tabúes han modificado la forma de interactuar con el deseo. Y si bien durante largos años se ha denunciado la sexualización de la mujer por parte de la publicidad, las revistas femeninas, la moda o el cine, ahora la impudicia con la que se exhiben cuerpos preparados para desafiar el clasicismo sexual no entiende de puritanismos, feminismos ni caminos de retorno. No sólo son las desinhibidas estrellas de Melrose Avenue, con sus morritos procaces, como Miley Cyrus, que puso el trasero en pompa en el escenario de los premios MTV; celebrities cuya explícita hipersexualidad, sumisa, queda a años luz del juego de provocaciones de sus predecesoras. También las escenas y los anuncios porno que se cuelan en los dispositivos electrónicos a los que permanecen enganchados los adolescentes más de once horas al día. Basta un clic para despertar de la edad de la inocencia: pubis depilados, erecciones encadenadas, obligados juguetes sexuales, desafíos para romper rutinas…y, como telón fondo, el riesgo de banalizar la transgresión. Algunas voces de alarma advierten de que el sexo ha mecanizado el artificio entre las parejas tiernas que quieren emular aquello que ven a diario en sus pantallas. Y que a las experiencias eróticas enriquecedoras las ha reemplazado la imposición de un hardcore inapelable. Resulta chocante que en ese mar de emociones fuertes alguien defienda lo positivo de las rutinas de pareja que arrastran una especie de culpabilidad social, según la sexóloga Catherine Blanc: “Hoy se cree que las relaciones a tres son casi prácticas obligatorias, pruebas de libertad o de emancipación, pero no olvidemos que nos pertenece a nosotros definir nuestros deseos”. Porque lo que importa no es el escenario o las fantasías, sino actuar con conciencia sin patrones ni imposiciones -ya sean puritanas o libertinas- para que cada uno escoja el lenguaje con el que desea expresarse en la vida y en la cama. O a través de la pantalla. (La Vanguardia)

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16 de octubre de 2013
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Acerca de la palabra cañambuco

La palabra cañambuco no aparece registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, pero en el Diccionario del Español de Nicaragua,  Francisco Arellano la refiere al varón que anda sin calzoncillos, y a la mujer que no lleva calzón, cabal significado que entre nosotros tiene esta extraña palabra, exclusiva del léxico nicaragüense, que suena tan ajena a lo que quiere decir. Parecería más bien el nombre de algún rifle antiguo de chispa, o el de una comida tradicional.  Pero no. Expresa la libertad con que las personas exponen sus partes pudendas al refresco benefactor del aire que se cuela por las botamangas de los pantalones y los ruedos de las enaguas, en clima tan caluroso como el nuestro.

¿De dónde viene vocablo tan particular, que para unos puede significar comodidad en el vestir, y para otros, más recatados, desvergüenza o impudicia?  He buscado afanosamente, y la única otra palabra casi igual que existe en español es calambuco, y parece ser que un pequeño cambio fonético la convierte en cañambuco. Calambuco  se usa en diversas partes del Caribe y México, y aún en España. En Cuba se aplica a las personas que hacen gala de una falsa o extremada devoción, calambuco o calambuca, o sea, santulones o santulonas que se hacen notar en sus preces, como los fariseos de que hablan las Escrituras. Nada tiene que ver, sin embargo, esta falsía de quien se golpea el pecho de rodillas haciendo alardes, con andar sin prenda interior alguna debajo de los pantalones o las faldas. Y el asunto se complica cuando hallamos que calambuco es un árbol resinoso, de la familia de las gutíferas, que produce una goma llamada calaba, o bálsamo de María.

En el sur de México, en Chiapas y Tabasco, calambuco es un calabazo o una jícara,  o una vasija tosca del tamaño de una media naranja grande, lo mismo que en el Caribe colombiano, donde también llega a llamarse así cualquier recipiente de barro, una olla por ejemplo, y lo mismo un cajón cuadrado hecho de tablas donde se chorrea la leche para sacarle la crema; y en otras regiones es la pichinga de metal para transportar la misma leche, o el bidón de plástico para gasolina o aceite.

De calambuco, dicen los ilustres académicos colombianos, ha salido el verbo encalambucarse, que significa enredarse o confundirse, como digamos, "ando con la cabeza encalambucada"; si aplicáramos este término en Nicaragua a los ateperetados, deberíamos decir "encañambucado". ¿Pero cómo salimos de paso tan difícil? Encañambucado de la cabeza, si tomamos en cuenta el sentido que le demos a cañambuco, querría decir más bien andar con la cabeza desnuda, sin gorra o sombrero, igual que, más debajo de la propia humanidad, sin calzoncillos o calzones.

Volviendo al litoral Caribe de Colombia, un catambuquito sería un diablito jodedor, mientras, para nosotros, significaría un diablito de nalgas peladas; y calambuca , en la lengua kikongo de Angola, pues éste parece ser un término de origen africano traído a América por los esclavos, es la mujer preferida o más amada, lo que daría pie a una exclamación amorosa como "quiero con toda mi alma a mi calambuca idolatrada"; ¿pero qué si dijéramos "quiero con toda mi alma a mi cañambuca idolatrada?". Habría que tener pruebas de que la aludida no lleva realmente nada por debajo.

En España, donde se da el nombre de  calambuco a un recipiente de latón para sacar agua del pozo o de las tinajas, abollado y maltrecho, o un bote o lata donde se da de comer a los cerdos, también se usa la palabra aludida para referirse a alguien de pésimos modales o educación, que no da ni los buenos días y anda empurrado por la vida. Un calambuco de estos, que además anduviera cañambuco, sería objeto de doble reprobación, pesado, y, además, sin calzoncillos.

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16 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La celebración de Jesús Urzagasti

Hace mucho tiempo escribí que De la ventana al parque me parecía una de las mejores novelas bolivianas contemporáneas. Algo asustado, decidí emprender su relectura. Pensé que quizás había vivido en el engaño y que debía nomás mencionar Tirinea o El país del silencio como mis novelas favoritas de Jesús Urzagasti (pero Tirinea me había dejado frío y El país del silencio también necesitaba una relectura). Pero no. De la ventana al parque se mantiene tan fresca como cuando se publicó (1992). Me dejé llevar por las frases encantatorias de Urzagasti, el ritmo interno de la prosa y los hallazgos del lenguaje, llenos de revocar la covacha y conchabarse y fajarse a tiros cuando uno está en sus cabales y demasiado colorinche en su rostro hermoso y el otro, en cambio, un chicato privado de dientes.

Lo que ofrece esta novela es una cosmovisión poética acerca de la continuidad entre la vida y la muerte y un ethos para entender un mundo en el que incluso las figuras malignas tienen un lugar que se respeta. De la ventana al parque no como un inquietante cuento de fantasmas a la manera de Pedro Páramo, sino como una visión celebratoria del más allá, un más allá sin melancolía. Mejor: una celebración de la vida, siempre y cuando uno sepa asumir su cercanía con la muerte. Los muertos -chaqueños y andinos, argentinos y bolivianos-- están contándose historias y pueden no haberse cruzado sus caminos en vida, pero para eso ahora nos usan a algunos de nosotros, para eso lo usan al narrador: somos intermediarios, cajas de resonancia en torno a la cual confluyen muchos de ellos. Nuestros muertos se sirven de nosotros para dialogar, para conocerse entre ellos. Y los poetas son seres privilegiados (Urzagasti es un ser privilegiado), porque a sus seres más queridos los hacen "saltar por la ventana rumbo al parque... porque ese aire del alba y esa vegetación jamás podrían dañar a los personajes que algún día se sintieron mágicos e inmortales".

De la ventana al parque está marcada por los apariciones del diablo: el tío Segundo se encuentra con él en el monte, "y como no sabía quién era", lo invita a pelear "de sopetón" (se irá asustado pero no abrirá la boca y al día siguiente encontrará a Dios gracias a una secta protestante); a Don Victorino, el diablo lo cura de su asma y le hace prometer "que sería bueno y servicial con sus semejantes"; Manuel Pantaleón se cruza con el "Maestro de la Noche" y aprende de él las artes menores (enamorar a las mujeres, ser divertido, saber tirar la taba, hacer brujerías); Santarra se asusta tanto que se escapa y se vuelve bizco. En cuanto a Cranach -una versión de Jaime Sáenz--, el narrador aprovecha para mostrar sus diferencias: mientras el diablo de Cranach es "serio y soñador... con mucha bruma y tinieblas y noches alborotadas", el diablo llanero de De la ventana al parque es más cercano, menos solemne, "muy lejos de la destrucción y la resurrección". El diablo como una presencia capaz incluso de hacer el bien, una suerte de otro Dios con el que uno puede entenderse mientras no haya miedo en el encuentro.

Urzagasti propone en De la ventana al parque una visión que reconcilia extremos. La última fisura la cubren la escritura y la lectura: en las páginas finales, el narrador se encierra en su habitación con sus amigos muertos. Y escribe. Escribe sobre ellos, sesenta páginas que quizás llegarán a llamarse De la ventana al parque. Terminada la escritura, él también abre las ventanas y salta a la calle y brinca hacia el "gran parque latinoamericano". Y somos nosotros, los lectores, quienes, en la comunión de la lectura, servimos como intermediarios para que hable a través de nosotros ese gran muerto vivo que es Jesús Urzagasti. 

 

(El Desacuerdo, 15 de octubre 2013)

 



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15 de octubre de 2013
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Asuntos metafísicos 17: Por mediación del animal humano la naturaleza actualiza su potencia.

Como el lenguaje corriente indica, frente a las cosas naturales se sitúan las cosas artificiales, es decir, los productos de la técnica y del arte (las dos vertientes de lo designado por el término griego technè). Polaridad que indica simplemente la imposibilidad de que las cosas artificiales surjan de la naturaleza directamente, es decir, sin mediación del ser humano.
Impotente para generar sin el hombre un monumento o un útil práctico, la naturaleza es también impotente para evitar que el fuego se desplace hacia "lo alto" cuando se halla en "lo bajo" (aristotélico lugar de la tierra, como lo alto lo es del fuego, aspecto que en la reflexión de hoy carece de importancia). En tal sentido, el escultor, el artesano que forja un elemental carro y el héroe que da el fuego a los hombres (es decir les permite retenerlo) se hallan unificados por el empeño de arrancar la necesidad natural a la inmediatez: utilizan la propia complejidad de la naturaleza para hacer surgir posibilidades que sólo el hombre contempla.
Vemos así, la enorme trascendencia de lo que significó en la historia evolutiva la aparición del animal humano. Cabe decir que en esta auténtica emergencia (en el sentido técnico del que aquí será cuestión más adelante) la naturaleza se abrió a su propio potencial, incluido ciertamente el potencial de destrucción. La technè es tanto contrapunto de la naturaleza, como abismal culminación de la misma. Pues si en ausencia del hombre la naturaleza está cercenada en su potencia, con el hombre alcanza también la dimensión más letal de su despliegue. Si en la historia evolutiva no se hubiera dado el animal humano, la naturaleza mantendría ciertamente su potencialidad de llegar a desplegarse en la formación de la ciudad de Venecia y en la explosión de Hiroshima, pero tal potencia... simplemente no se hubiera nunca actualizado. El hombre, el ser de razón, lenguaje y técnica, es pues el eslabón en la historia natural que otorga a la naturaleza la ocasión de revelarse. No es este un rasgo menor de su singularidad y me atrevo a decir de su grandeza.

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15 de octubre de 2013
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