Vicente Molina Foix
He estado una vez en Santiago de Chile y todos los amigos de allá se quejaban. Eso pasa: quienes viven en las grandes capitales mantienen con ellas relaciones eróticas, y el amor, es sabido, no es eterno, ni rectilíneo. Yo, por ejemplo, nada desearía más en este momento que pegársela con otra a Madrid. Pero aquí sigo, y en la difícil conyugalidad madrileña, por no decir española, me alivian, entre otras cosas, lo que me llega de Chile. Sus libros. En aquella visita (hace tres años) ya me gustaron mucho las librerías de la capital y el interés multitudinario pero informado que advertía en la Feria del Libro, motivo de mi viaje. Los nativos me oían con incredulidad: antes era mejor, decían. Claro. En el amor todo era mejor antes, pero la fidelidad a las esencias puede abrigarnos en el invierno de nuestro descontento, que ahora en España hiela.
A Chile están llegando españoles en busca de acogida, de trabajo, dentro del proceso inverso a la antigua emigración de la ‘intelligentsia’ chilena a España, que nos dio, entre otros valiosos intelectuales que huían de la dictadura militar, las figuras familiares de José Donoso, Mauricio Wacquez, Jorge Edwards y Roberto Bolaño. Los españoles censados en el país andino a fecha de julio del 2013 son 44.691, habiendo aumentado su número en un 75% entre 2008 y ahora. Profesores, estudiantes, profesionales diversos, que buscan allí lo que su propio país les niega. Mientras tanto, aquí nos consolamos leyendo las obras editadas por la Universidad Diego Portales, una institución docente muy principal en ese país y ahora una fuente de libros de alta calidad e interés variado (las librerías de La Central de Madrid y Barcelona los venden).
En los últimos meses han llegado a mis manos una recopilación estupenda de ensayos literarios de Roger Caillois, ‘Jorge Luis Borges y otros textos sudamericanos’, y la sugestiva selección de cartas, poemas y otros escritos del poeta norteamericano William Carlos Williams. Asimismo, Delirio, una emprendedora editorial española, de Salamanca, ha reeditado muy bellamente un libro que la Diego Portales sacó en 2011, ‘Zurita’, artefacto incomparable que retrata en verso y prosa de muy distinto calado los dos días cruciales del golpe de estado de Pinochet pero también el rico pensamiento literario de su autor, Raúl Zurita, el mayor poeta chileno vivo, después, naturalmente, de Nicanor Parra, el genio ya pronto centenario y siempre alerta.
He pasado una semana leyendo otras dos extraordinarias publicaciones de la Diego Portales, que sitúan debidamente a Raúl Ruiz, el gran cineasta nacido en Chile y establecido en Francia. Su obra fílmica, vasta, cambiante, inclasificable, ha llegado a nuestras pantallas de un modo irregular, pero ahora, dos años después de su muerte, el volumen titulado ‘Ruiz’ nos ofrece una brillante selección de entrevistas y una impagable filmografía de sus 120 películas largas y cortas, chilenas, francesas, portuguesas e inglesas, comentadas ante el compilador Bruno Cuneo por el propio director. Más reciente, de agosto de este mismo año, es ‘Poéticas del cine’, que complementa y amplía el anterior gracias a las traducciones de dos largos manifiestos de Ruiz hechas por el novelista argentino Alan Pauls, muy admirador suyo, a las que sigue en su original castellano, basado en notas y textos póstumos, una peculiar proclama teórica que sirve para seguir a este originalísimo artista en su jardín cinematográfico de senderos bifurcados.