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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El partido de la Antieuropa

La izquierda copia a la derecha en economía. La derecha a la izquierda en divisiones y falta de liderazgos. Ambas copian a la extrema derecha en sus guiños contra Europa y contra la inmigración. Y ahí está el resultado: la extrema derecha gana unas elecciones parciales y se sitúa por primera vez en cabeza de los sondeos, concretamente para las elecciones europeas. Esto sucede en Francia, pero de forma menos escandalosa está sucediendo en todas partes.

La fórmula que funciona es la suma de tres factores: nacionalismo, rechazo del extranjero, abominación del establishment político. Quien la ha encontrado en Francia es el Frente Nacional, el partido tradicional de la ultraderecha, pero en otros países quienes declinan estos temas, todos juntos o de forma parcial, son una multitud de alternativas políticas, a veces perfectamente honorables, que prosperan en sondeos y elecciones cabalgando en la antipolítica y a costa de los partidos y de las ideologías tradicionales.

Incluso los más puros como los grillini del italiano Movimiento Cinco Estrellas se hallan bajo los efectos magnéticos de las ideas que vienen, a veces camufladas, de las fuentes emponzoñadas del extremismo. Su jefe, el cómico Beppe Grillo, está a favor de mantener el delito de inmigración ilegal que impusieron Bossi y Berlusconi y ha confesado en su blog que escondió sus ideas para poder pescar votos de todos lados.

No estamos ante un movimiento pendular, sino un mar de fondo que viene de lejos, tan lejos como las ideas del Frente Nacional, que ha sabido convertirlas en respetables y en alternativa creíble. Así es como podemos prepararnos para encontrarnos con un Parlamento Europeo en el que tendrán un peso enorme los eurodiputados antieuropeos, xenófobos y chauvinistas, en un momento especialmente delicado para la UE, cuando estamos a punto de realizar la unión bancaria y nos enfrentamos a retos como el de la inmigración, tan cruelmente planteado por la tragedia en la costa de Lampedusa.

Las elecciones europeas no suelen movilizar a los electores, que nos las tomamos como si fueran un voto gratis, una especie de salva de advertencia especialmente útil para castigar a quienes gobiernan. Es una visión errónea, sobre todo después del Tratado de Lisboa, que ha incrementado los poderes del Europarlamento y le ha proporcionado mejores palancas de acción e influencia frente a la Comisión y al Consejo.

De los electores europeos depende ahora que el próximo mes de mayo situemos a una fuerza populista antieuropea en el corazón representativo de la Unión Europea. Además de trabajar legislativamente contra Europa, esos diputados representan exactamente los valores más contrapuestos a la unión de los europeos: las fronteras, los enfrentamientos entre nacionalismos y, sobre todo, la exclusión del extranjero. Son el partido de la Antieuropa.



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12 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Achab es Achab para siempre

 

Moby Dick, de Hermann Melville se publicó en 1851. El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, 48 años después, en 1899.

¿En qué se parecen el relato de Marlow y el de Ismael?

El neoyorquino Melville creyó haber hecho el ridículo y murió olvidado por
todos los que lo consideraron un escritor insignificante.

Sin embargo, la posteridad le rinde tributo por su obra maestra.

Para escribir Moby Dick le resultaron muy útiles a Melville sus aventuras de marinero a la deriva y su estancia con los caníbales de las Islas Marquesas, pero sobre todo le sirvió su pasión por la Biblia, y por Shakespeare.

Para los que no recuerden el argumento les diré que Ismael ("Llamadme
Ismael") llega al puerto de Nueva Bedford y de ahí viaja hasta la isla de
Nantucket, colonizada por los cuáqueros, para enrolarse en el primer barco
ballenero que lo admita entre su tripulación.

Ismael se embarca en el Pequod junto a los personajes que le acompañarán en
su desgraciada travesía. Entre los oficiales: Starbuck, el hombre recto y
honesto, Stubb, el de invulnerable despreocupación, y Flask, el indolente y
mediocre.

Entre los arponeros: Queequeq, el caníbal que se convertirá en el más fiel
amigo protector de Ismael; Tashtego, el indio avezado y sin miedo, Daggoo,
negro de gran estatura y fuerza, y Fedallah, el misterioso protegido del
capitán Achab.

Una tripulación, dice Ismael, "que parecía especialmente escogida por alguna
fatalidad infernal para auxiliar a Achab en su viaje monomaníaco".

Achab es el protagonista perfecto de Moby
Dick
. La figura que rige el drama de un viaje a ninguna parte. Los otros
personajes son comparsas de su despiadada obsesión.

Achab está al mando del navío pero en lugar de comportarse como el capitán
del Pequod se mueve en cubierta como si fuera un arconte del destino.

Según Peleg, copropietario del barco, Achab "es una especie de enfermo,
aunque no tiene aire de serlo. En verdad, no está enfermo, pero tampoco está
bien. Es un hombre raro. Es un gran hombre, no es religioso pero se parece a un
dios".

Y añade:

"Ha clavado su lanza en enemigos más poderosos y extraños que las
ballenas".

Ismael observa que el capitán lleva el nombre de un rey perverso de la
antigüedad, ese que cuando murió asesinado, ningún perro quiso lamer su sangre.

Achab, tan premonitoriamente bautizado, es el capitán del Pequod pero su
propósito no es capturar ballenas sino dar caza a la bestia que, en una antigua
incursión ballenera, le arrancó una de sus piernas y lo transformó en un
imbatible monstruo de rencor; el obcecado, vengativo, temerario, inflexible, cruel
y feroz capitán Achab.

Este drama metafísico en medio del océano no es una aventura, no es un
episodio de la lucha del hombre contra la naturaleza: es una parábola sobre el
poder del odio, sobre el modo en que los hombres acuden furiosos en busca del
destino que los destruirá.

Ismael nos desvela en su relato una de las cualidades del odio: la reacción
mimética que produce.

"En mi había un sentimiento de simpatía místico y vehemente; el odio
inextinguible de Achab parecía mío. Con oídos ávidos escuché la historia de ese
monstruo asesino contra el cual yo y los demás habíamos prestado juramento de
violencia y venganza".

El barco se hunde, todos se ahogan. Excepto Ismael, el único superviviente
de la extraña cacería, el único que regresó para contarlo. "Solo yo regresé
para contarlo", dijo Job. Ismael es el cronista del viaje emprendido por Achab
contra sí mismo.

Cuando Starbuck se enfrenta a la empecinada locura de Achab, exigiéndole
que deje de perseguir al monstruo, que acabe de una vez con la locura que será
la perdición de todos, Achab le responde con unas palabras de formidables
resonancias bíblicas pero que a nosotros inevitablemente nos recuerdan a Borges:

"Achab es Achab para siempre. Esta escena está escrita, es inmutable. Tú y
yo la hemos ensayado un millón de años antes de que se extendiera este océano."

La conciencia trágica que tiene Achab de sí mismo nos recuerda la lucidez
de los dramaturgos griegos. Achab conoce la desdicha de su odio vengativo pero su
conciencia abarca todo lo imaginable.

"¿Se me niega el último orgullo del capitán naufrago más despreciable?
¡Ahora siento que  mi mayor grandeza está
en mi mayor dolor! ¡Acudid desde los confines más remotos, olas audaces de toda
mi vida pasada! ¡Formad la ola inmensa y única de mi muerte!

Para los que leyeron la novela y vieron a muy temprana edad la versión
cinematográfica que John Huston y Ray Bradbury hicieron de Moby Dick, y
recuerdan las alegorías que se han ido haciendo sobre la ballena y Leviatán, como
si el memorioso cetáceo fuera una alegoría del Mal, coincidirán en reconocer que
el verdadero motivo de espanto a lo largo de la travesía es el rencor del capitán
Achab.

Es probable que el lector, en la medida en que hace suyo el largo monólogo
de Ismael, quiera saber todavía más y vaya descubriendo el misterio de una
antigua sospecha. 

Conrad desvela claramente en su relato lo que Melville tan
solo insinúa en el suyo: nosotros somos el origen del horror.

El único protagonista de la novela al que no se oye hablar ni una sola vez
a lo largo del relato es la ballena. Tan solo es una presencia poderosa
alentada por una fuerza indestructible.

Pero otra novela, la de Mary Shelley, la autora del mito del doctor Frankestein,
nos proporciona la voz que Melville no quiso darle a Moby Dick. El cadáver
resucitado y apañado por Frankestein dice:

"¿Por qué he de respetar yo a quién no me respeta? Haz que el hombre en vez
de odiarme, me acepte e intercambie conmigo sus bondades, y verás que en lugar
del mal puedo atraer sobre él toda clase de beneficios y bendiciones. Pero sé
muy bien que esto no puede realizarse, porque los sentimientos que animan al
hombre son un muro invencible para nuestra unión".

Para saber cómo nos han influido las obras maestras debo sumergirme en los viejos
recuerdos y reconstruir las huellas dejadas por Moby Dick en mi mente infantil
y esto es lo que encuentro.

1.      Una desconfianza sarcástica hacia la Autoridad. (Sobre todo si
la autoridad nos gobierna con sus obsesiones enfermizas). Es una mezcla de risa
y desdén la que me inspiran las órdenes dadas en el puente de mando: "por ahí
resopla, no, no, por ahí no... ¡más oro para el primero que la vea!"

2.    Una aguda intolerancia hacia los traidores de la amistad. Teniendo en
cuenta que todos nos estamos jugando la vida, la amistad vale tanto en tierra firme como  a bordo de un bote sacudido por un cetáceo.

3.     Una irritada misantropía que nace al recordar la fiel obediencia de los marineros y arponeros obcecadamente dispuestos a morir a cambio del oro que les prometen desde el puente de mando.

4.    Una duradera simpatía por los salvajes (todos los viajes que he hecho por América, Africa y Asia, los emprendí en busca de Queequeq). Recuerden lo que dice Ismael: "la verdad es que estos salvajes tienen un sentido innato de la delicadeza, dígase lo que se quiera de ellos; es maravilloso hasta qué punto son esencialmente corteses". En este apartado se incluyen los caníbales.

5.     Una secreta complicidad con los animales. Sobre todo con
los perseguidos y vejados.

6.    Un desdén mal disimulado por los cazadores. Los asocio en
mi mente infantil con los gobernantes. Gobernantes y cazadores conservan en mi
mente infantil el mismo aspecto.

7.     Una comprensión intuitiva: sólo odian los que no se soportan.

 

Bueno esto es lo que hay en mi mente infantil. En la mente del niño que leyó Moby Dick.

 



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11 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Primeras declaraciones.- Aunque -a diferencia de Doris Lessing-,…

Primeras declaraciones.- Aunque -a diferencia de Doris Lessing-, no la han pescado en sandalias volviendo del mercado con las compras, la aún invisible Alice Munro ha dado sus modestísimas primeras declaraciones a través de su editorial Random House. Ha dicho que se encuentra ?amazed, and very grateful.? Luego agregó: ?I?m particularly glad that winning this award will please so many Canadians. I?m happy, too, that this will bring more attention to Canadian writing.?



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10 de octubre de 2013
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Insisto

Me han gustado tanto algunos comentarios que los lectores han tenido la amabilidad de enviar a mi artículo anterior (aquel sobre la filosofía y la ciencia) que no puedo por menos de recomendar dos lecturas a los partidarios de la religión (científica u otra) que asoman la nariz en dichos mensajes.

    La primera es la reciente edición en España de la Filosofía natural de Paul Feyerabend (Debate) y en especial el capítulo titulado: "Aspectos fundamentales de las concepciones de la realidad y del lenguaje de la ciencia". Es éste un curiosísimo trabajo del célebre físico que se dio por perdido y ha sido hallado en los archivos de la universidad de Constanza, aunque en modo fragmentario. Su finalidad era contraponer los mitos religiosos y los mitos científicos. Data de los tiempos de Levi-Strauss y de Althusser, por lo que leerlo suscita una cierta añoranza tornasolada, como la música de Debussy. Es importante porque permite entender su evolución en asunto tan peliagudo.

    No es que yo sea muy partidario de Feyerabend, más bien tiendo a creer que su relativismo anarquizante puede conducir a estupideces como las que se vienen cometiendo en universidades irresponsables (sobre todo norteamericanas) en las que se pone en igualdad de condiciones los orígenes mitológicos del mundo según los Bororo y los trabajos de la astrofísica contemporánea. Su ideología no me parece seria, es verdad, pero sí muy conveniente para adentrarse y profundizar en las ambigüedades de una "realidad" que los discípulos de la religión científica toman por indiscutible. Conviene dar algo más de peso a la duda. Conviene apartar a los científicos de la especulación metafísica. Dejen eso para los filósofos.

    La segunda recomendación es el conjunto de columnas que viene publicando Víctor Gómez Pin en el blog del Boomeran(g) bajo el título "Asuntos metafísicos". Va por la número once. Aunque es catedrático de ontología, el objeto de estudio de Pin en la última década es la física cuántica, de la que es un experto. No por eso ha descuidado el aprieto intelectual de que la filosofía sea la única capaz de definir un marco para esa "realidad" que la propia física no puede definir, que quizás convenga no definir, o que sea imposible de definir. No en vano Pin (ya me perdonará la reducción) viene explicando, desde su tesis doctoral en la Sorbona hace cuarenta años, que hay que regresar una y otra vez a Aristóteles.

    Es muy frecuente en este país que la mera suposición de una diferencia se tome como un agravio, por ejemplo, que la filosofía, pero no la ciencia, se ocupe de la definición de "realidad". Aquí todos hemos de ser o de papá o de mamá, o fachas o paleomarxistas. Sin considerar que quizás es mejor que la ciencia no se ocupe de este asunto porque el concepto de realidad es una categoría metafísica. De ahí que la frase "la ciencia no piensa, sólo describe" (que, por cierto, es de Heidegger), está en la base de la grandeza y dignidad de la ciencia aunque haya sido tomada por algunos novicios con la tonsura aún fresca como un insulto al señor obispo.

    Pero en la actualidad incluso el Papa se llama, simplemente, Francisco.

 

Artículo publicado en la revista Jot Down.

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10 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La infancia de Jesús

En You Tube hay un vídeo en el que un escritor llamado Geoff Dyer agradece a J.M. Coetzee que haya tenido la amabilidad de presentarlo:"¿Qué hubiera dicho yo hace unos años si alguien me llega a vaticinar que un día sería presentado por un premio Nobel sudafricano?", se pregunta. Y se responde a sí mismo:"Me hubiera parecido maravilloso porque Nadine Gordimer es una de mis escritoras favoritas". Mientras la audiencia se parte de risa, el presentador permanece impertérrito.
Un ex compañero de trabajo afirmaba que en diez años juntos había visto reír a Coetzee una sola vez. Y son numerosas las personas que le han observado durante homenajes y actos académicos en su honor durante los cuales no ha abierto la boca. Si a ello añadimos el célebre comentario de Martin Amis aseverando que el estilo de Coetzee está íntegramente estructurado para no transmitir el menor placer, se obtiene un retrato del hermético autor sudafricano que choca frontalmente con la idea que él tiene de sí mismo cuando dice: "Todo el mundo parece encontrar negrura y desesperanza en mis libros. Yo no los veo así. Me veo a mí mismo escribiendo libros cómicos, libros acerca de gente normal que trata de vivir vidas normales, aburridas y felices mientras el mundo se cae a pedazos a su alrededor.
Con permiso del señor Amis, y más bien en la línea de Geoff Dyer, creo que si no se tiene en cuenta el profundo sentido del humor que impregna la prosa de Coetzee no se puede, como le pasa a Amis, disfrutar con sus libros. Por descontando que se trata de un humor ácido, escueto e incluso malhumorado, si se me permite el contrasentido, o llámese gruñón, pero explica, por ejemplo, que al entregar el manuscrito de La infancia de Jesús le preguntase educadamente al editor si era posible sacar el libro con la portada y la página de créditos en blanco para que fuera el propio lector quien adivinase qué clase de libro estaba leyendo, y cuál era el título. Ya lo dice él: pura guasa.
Quien desee ver una alegoría cristiana tiene elementos de sobra para defender su lectura: un hombre anónimo (que hace de estibador pero podría haber sido carpintero) se hace cargo de un niño que no se sabe de quién es hijo y se compromete a encontrarle una madre. Y la elegida (sin la menor prueba, sólo la intuición) es una mujer virgen, llamada Inés (el cordero como símbolo de santidad) y que viste de azul como la inmaculada. Aunque de entrada ella retrocede asustada ante la idea de hacerse cargo de un hijo (exactamente como ocurre en el episodio bíblico de la Anunciación) después no sólo lo acepta sino que le cuenta al niño que se lo va a introducir en la barriga para luego parirlo, y empieza a tratarlo como a un bebé y lo pasea en un cochecito. Todo su entorno hace continuas alusiones a que se trata de una criatura fuera de serie, como lo prueba el hecho de que aprende a leer él sólo con el Quijote, que se inventa una escritura para él mismo y que al ser obligado a escribir en la pizarra que dirá siempre la verdad, dice en cambio: "Yo soy la verdad". El problema es que, quien quiera ver ahí a Jesús, tiene que cargar con un niño caprichoso, maleducado y tiránico, que traiciona a todos y que está dispuesto a escaparse con cualquiera y a abandonar a su madre de adopción por la sola promesa de que le dejarán ver películas de Mickey Mouse.
Ello sin contar todo el resto de elementos narrativos que no encajan en una posible alegoría cristiana. La prosa es precisa, directa y sin el menor adorno, perfectamente adecuada al universo gris y monótono que describe: una sociedad de recién llegados sin memoria, ni nombres (unas autoridades benévolas pero que lo controlan todo asignan nombres y edades a quienes van llegando) y que apenas si conservan deseos y necesidades. Cuando Simón, el hipotético San José, manifiesta querer satisfacer su sexualidad, la mujer a la que se dirige le pide que precise si lo que desea es meter una parte de su cuerpo en ella, y cuando recibe una respuesta afirmativa, ella accede de inmediato pero sin poner el más leve rastro de pasión. Y en esa falta de pasión (por todo, no sólo en el sexo) es donde radica una de las posibles vigas maestras que aguantan todo el armazón narrativo. Pues cuando el amante se queja, la respuesta de ella es inequívoca:
"[...] si mañana te ofreciese toda la pasión que necesitas, pasión a carretadas, no tardarías en echar en falta otra cosa. Esta insatisfacción constante, ese anhelo de algo que echas en falta, es una forma de pensar de la que, en mi opinión, nos hemos librado. No nos falta nada. Lo que tú crees echar en falta es una ilusión. Vives por una ilusión".
En su confesada insatisfacción, el personaje principal cuestiona los sistemas de trabajo, indaga la línea de pensamiento filosófico del Instituto local, se queja de la escueta alimentación, se rebela contra las autoridades académicas e incluso pretende hacerse socio de una casa del placer, pero si algún concepto de la vida predomina en esa curiosa sociedad de zombies inapetentes, va más en la línea del budismo que del cristianismo, incluso entendido como una parodia.

 

La infancia de Jesús
J.M. Coetzee
Traducción de Miguel Temprano García
Mondadori

 

 



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10 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Democracia secuestrada

El manual nos dice que hay que distinguir entre las reglas de juego, aceptadas por todos y a todos por igual aplicables, y luego el juego mismo. La experiencia nos indica luego que la realidad es exactamente al revés: el juego incluye el combate por modificar la regla a conveniencia de cada parte. De ahí la dificultad del consenso democrático y la necesidad de que existan árbitros con autoridad, los tribunales constitucionales, para desempatar unas partidas en las que constantemente se cuestiona el reglamento que sirve para jugarlas.

Un buen ejemplo nos lo ofrece estos días la democracia más antigua y sólida del mundo, que, sin duda, es la de los Estados Unidos de América. El partido republicano, con mayoría en la Cámara de Representantes, está boicoteando la aprobación de los presupuestos y se dispone a bloquear la autorización de endeudamiento al Tesoro, a menos que el presidente acceda a derogar, o al menos aplazar, la aplicación de la legislación conocida como Obamacare por la que los ciudadanos sin cobertura médica contarán con ayudas e incentivos de la administración para acceder a un seguro médico a precios razonables.

La legislación conocida como Obamacare fue aprobada por el Congreso en 2010, cuando ambas cámaras contaban con mayoría demócrata, durante la primera presidencia de Barack Obama. Fue refrendada con la relección del presidente que había convertido la reforma sanitaria en la cuestión central de su programa hasta asociarla a su nombre. Y finalmente, ratificada en su constitucionalidad por el Tribunal Supremo. Desde el primero de octubre los ciudadanos están ya contratando masivamente pólizas para ellos y para sus familias a través de portales de internet, en una operación de gran complejidad y trascendencia para la asistencia sanitaria que van a recibir en el futuro. Si todo funciona al actual ritmo, la actual y enorme bolsa de ciudadanos sin cobertura médica pronto habrá quedado enormemente reducida y EE UU empezará a ser un país distinto y más parecido en cuanto a sistema de salud a los europeos.

Esto sería así si no fuera por la facción más extremista e insurreccional del partido republicano, conocida como Tea Party, con potentes palancas entre los congresistas, que rechaza cualquier acuerdo presupuestario o sobre endeudamiento que sirva para financiar la reforma sanitaria ya en marcha. Así es como mantiene secuestrado al Congreso hasta amenazar con la suspensión de pagos de EE UU para dentro de una semana. Su objetivo es, de momento, frenar el ritmo de contratación de seguros médicos, algo que se produciría sin lugar a dudas en caso de que la Casa Blanca cediera a su chantaje y ofreciera un aplazamiento en la aplicación de la reforma; y, a la larga, hundir la entera reforma sanitaria y conseguir así, por medios espurios, lo que no alcanzaron por el funcionamiento legal y regular de las instituciones democráticas.

Este es el núcleo de la pelea, que la derecha extrema republicana quiere identificar con la defensa de unos valores y un modelo de sociedad ultraliberal e individualista, opuesta al socialismo, al intervencionismo del Estado e incluso al aborto y a la eutanasia, conceptos todos ellos que los republicanos lunáticos estilo Sarah Palin asocian con la cobertura sanitaria universal. Para librarla, no cuenta tan solo con la mayoría en el Congreso y la minoría de bloqueo republicana en el Senado, sino con los medios y el dinero que le proporcionan los grupos de presión y los millonarios extremistas, dispuestos a cualquier cosa con tal de hacer fracasar a Obama y a los demócratas.

Anne Appelbaum, brillante autora de una historia de la guerra fría (El Telón de Acero. El aplastamiento de Europa oriental, 1945-56), ha contado mejor que nadie este secuestro en una columna en The Washington Post, titulada "El Partido republicano pone en peligro la democracia". "En una democracia que funcione ?escribe? no importa lo que piensa la mayoría en un momento determinado. Lo que importa es lo que deciden las instituciones legítimas, representativas y legales".

La técnica utilizada por el Tea Party constituye una perversión del sistema parlamentario, convertido en obstaculización de la política en vez de instrumento de acción política. Ya que no puede dominar al ejecutivo ni legislar, se dedica a evitar que el presidente gobierne y que el Congreso legisle. Es el secuestro de la democracia, la mayor y más tramposa de las modificaciones de la regla de juego que pueda hacerse, cuya acción destructiva podría extenderse más allá incluso del daño institucional que pueda hacer a EE UU. Una suspensión de pagos de los bonos dañaría a la economía estadounidense y probablemente también a la europea, además de remachar el desprestigio de la superpotencia y de su presidente en un momento de dudas y de declive en su liderazgo internacional.



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10 de octubre de 2013
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