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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Derecho a tener derechos

Los míos son derechos individuales, reconocidos y protegidos en la Constitución; los tuyos, colectivos, inexistentes y sin protección alguna. Eso dicen de forma implícita a los catalanoparlantes los seis magistrados del Tribunal Constitucional que han rechazado la obligatoriedad de conocer la lengua catalana para quienes accedan a la función pública en Baleares, donde son oficiales las dos lenguas. Admiten que el conocimiento del catalán sea un mérito, pero en ningún caso una obligación para los funcionarios.

Los derechos individuales del conjunto de los funcionarios españoles que desconocen la lengua catalana, cooficial en tres comunidades autónomas y hablada en una cuarta, quedan así perfectamente preservados. El Constitucional no defiende ni le preocupan, en cambio, los derechos individuales de los ciudadanos catalanoparlantes de Baleares, a pesar de que la Constitución permitiría de forma natural y sin ningún tipo de pie forzado la exacta equiparación entre los derechos lingüísticos de unos y de otros.

Recordemos que en su artículo tercero declara que ?La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección? y que el propio Estatuto de Autonomía de las Baleares dice claramente que ?la lengua catalana, propia de las Illes Balears, tendrá, junto con la castellana, el carácter de idioma oficial?, que ? todos tienen el derecho de conocerla y utilizarla, y nadie podrá ser discriminado por razón del idioma? y que ?las instituciones de las Illes Balears garantizarán el uso normal y oficial de los dos idiomas, tomarán las medidas necesarias para asegurar su conocimiento y crearán las condiciones que permitan llegar a la igualdad plena de las dos lenguas en cuanto a los derechos de los ciudadanos de las Illes Balears?.

Las lenguas no tienen derechos, los tienen los hablantes. Los territorios no hablan, lo hacen las personas. No hay derechos colectivos ni se hallan reconocidos internacionalmente. Las lenguas son para comunicarse y el castellano es la lengua de todos, además de ser la de muchos más, la segunda propiamente global del mundo. Además, la Constitución no impone el deber de conocer las lenguas cooficiales. De todo lo cual se deduce, según el parecer de los magistrados, que, como máximo, el catalán puede ser un mérito, jamás una exigencia. El regocijo con que la derecha española ha acogido esta sentencia no debiera ocultarle la gravedad de la decisión que han tomado los magistrados. El Constitucional nos está diciendo a los catalanoparlantes españoles que no tenemos derecho individual a tener derechos lingüísticos. Tener derecho a tener derechos es el primer y más elemental de los derechos individuales, según fórmula genial de Hannah Arendt. En la comunicación entre un funcionario castellanoparlante y un ciudadano español catalanoparlante, prevalece el derecho individual del primero, aunque reciba su sueldo de los impuestos del segundo: esto es lo que han rubricado los seis magistrados que han apoyado la sentencia.

Dejo para otros la evaluación de sus inmediatas consecuencias políticas, pero me basta señalar que el resultado es de una mayor desprotección de la lengua catalana, que se suma a las políticas disparatadas y anticonstitucionales que están realizando los Gobiernos del PP en Valencia, Baleares y Aragón. Esta línea de sentencias entra en la labor emprendida por el PP de demolición de la Constitución española como regla de juego consensuada y válida para todos. Soberanía también quiere decir protección de los derechos individuales de todos los ciudadanos, incluidos por supuesto quienes tienen el catalán como lengua propia y en ella quieren dirigirse a la administración y que la administración se dirija a ellos. Si sucede en Canadá y en Suiza, nada debiera impedir que también suceda en España. Quien no se siente protegido bajo la soberanía de un Estado se ve obligado a buscar otras protecciones. Nadie debe extrañarse.



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3 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mejor hoy que mañana

A la hora de describir el paisaje después de una batalla (y la que Sudáfrica libró contra sí misma se prolongó durante siglos) el narrador debe adoptar un tratamiento extremadamente cauteloso porque incluso quien elija para representar dicho paisaje una vía moderada, positiva y creadora, detrás de cada hecho que describa seguirá latiendo un mundo de violencia, injusticia, opresión, abuso y, más al fondo aún, de sangre, con el agravante de que los protagonistas no sólo han sobrevivido a la batalla sino que son los encargados de forjar un futuro para ellos y los suyos. Y de ahí la pertinencia de la cita del poeta Keoraptse Kgositsile, que abre el libro: "Aunque el hoy siga siendo un lugar peligroso donde vivir, el cinismo sería un lujo imprudente".
En Mejor hoy que mañana Nadie Gordimer ha elegido hablar de la Sudáfrica ya democrática, centrándose en un periodo que va desde mediados de la década de 1990 a finales de la década siguiente. Su múltiple, comprometido y siempre sutil entrecruzamiento de historias tiene como eje a Steven Reed, hijo de una judía y un cristiano, ambos blancos y de clase acomodada. En pleno apartheid, los conocimientos químicos de Steve le llevaron a ingresar en el CNA con la misión de fabricar bombas. Allí conoció a Jabuille Gramede, en lo sucesivo Jabu, nieta de un respetado líder zulú que en su día se saltó las convenciones al mandarla a Swazilandia para recibir una educación universitaria. Se casaron pese a la ley contra los matrimonios mixtos y llevaron una activa oposición al gobierno racista. Hoy, Steve da clases en la universidad y Jabu ejerce la abogacía. Tienen dos hijos, Sindiswe, una niña superdotada, y Gary Eliot. La familia Reed, más sus parientes, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y algunos grupos marginados (como la colonia gay que ha ocupado una iglesia cercana a su casa) proporcionan a Nadine Gordimer material suficiente para tejer un universo complejo, inestable y potencialmente explosivo, regido además por unas leyes que muchas veces no están escritas y por lo tanto son muy difíciles de transmitir al lector. Por ejemplo cuando Steve se declara impotente para transformar los nuevos estamentos universitarios y Jabu piensa."Sólo puedes dar algo por inaccesible cuando estás acostumbrado a tenerlo todo. Cuando has sido blanco". O esta certera descripción de Steve y Jabu: "Pertenecen a un tiempo en que "ella era negra y él blanco" y era lo único que importaba. Ahí radicaba la identidad".
En esta Sudáfrica que gracias a Mandela no se sumió en un baño de sangre tras la caída del apartheid la raza ya no es motivo de una exclusión tan brutal como la de antes, pero no sólo persiste sino que ahora se ha añadido un nuevo factor que Nadie Gordimer expone sin rodeos: "la clase está sustituyendo a la raza como elemento tóxico diferenciador".
Todo el libro está impregnado de un sentimiento de tránsito, provisionalidad y sustitución de unos valores por otros admirablemente resumido en una sola frase: "Ahora todo es después". Nadine Gordimer podría haber elegido el tremendismo y el ajuste de cuentas pero ha preferido una vía moderada que puede valerle cierta incomprensión porque para muchos no son representativos de la Sudáfrica actual los vaivenes de los miembros de unas clases acomodadas que en el peor de los casos se podrían solventar con una emigración de lujo a Australia (compárese su suerte con la de las hordas de desheredados procedentes de los países vecinos y que por cruzar diariamente las fronteras en busca de trabajo han dado origen a un sentimiento entre la población negra local tan impensable unos años atrás como es la xenofobia: negros que excluyen a negros porque "no son de los nuestros"). Pero la autora logra la nada desdeñable hazaña de desentrañar limpiamenter la infinita variedad de contradicciones y cortapisas, aunque también los logros, que caracterizan a un pueblo en plena fase de formación como nación y que todavía tiene demasiado cerca un pasado terrible.
A este respecto es altamente recomendable una lectura en paralelo de J M Coetzee, cuyos libros están actualmente en las librerías. Él habla de una Sudáfrica que se reconoce en la de Nadine Gordimer pero que al mismo tiempo es radicalmente distinta. Al decir de sus críticos la narración de Coetzee queda deslegitimizada porque él fue de los privilegiados que eligieron el exilio dorado para no verse coaccionados por las lógicas limitaciones de una sociedad todavía profundamente perturbada. Dos versiones distintas de un mismo objeto narrativo.

Mejor hoy que mañana
Nadine Gordimer
Traducción de Miguel Temprano
Acantilado



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3 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Síndrome Colombia

Sucedió en Colombia. Había aterrizado en Barranquilla y de ahí fui en taxi hasta Santa Marta. La idea era escribir un artículo sobre la otra Colombia: la de los buenos hoteles, los paisajes de novela, las mujeres costeñas y las playas. Los días pasaban entre viajes en lanchas saltando olas transparentes, bar abierto en un hotel todo incluido, clases de salsa, cubas libres en el bar de Carlos Vives.

Rápidamente me había acostumbrado a los controles militares de la carretera y la narco-leyenda colombiana se reducía a pintorescas mansiones abandonadas donde alguna vez descansaron los capos de algún cartel. Fue ahí cuando conocí el parque Tayrona, con palmeras saliendo del mar tibio y mochileros de todo el mundo que un día llegaron y no se fueron más. La canción de moda era de un joven cantante llamado Juanes, que acababa de sacar su primer disco. A pocos kilómetros estaba Aracataca, el pueblo de García Márquez que se hizo conocido por su nombre falso: Macondo.

Bastaba estirar la mano para coger un jugo de mango o de guayaba. La piscina del hotel era ideal para nadar al atardecer. Me había olvidado de los cientos de cuestionarios aduaneros, donde te preguntaban si algún desconocido te había dado un paquete para llevar. Ni siquiera me inmutaban los guardias armados con metralletas que aparecían tras los matorrales del hotel.

Más me importaba que la temperatura del mar era perfecta y los precios baratos. Los pescados fritos pasaban por la garganta como miel. No era necesario tumbarse en la playa para quedar con la nariz superbronceada. Colombia asomaba como un país formidable, con todo lo necesario para vivir bien. Me lo decían los propios colombianos, amables como pocos, mientras posaban risueños para las fotos. Margarita, la encargada de prensa del hotel, nos contaba muchas historias divertidas y un par de anécdotas tristes. Nos presentó a su hija de 16 que inauguraba piercing en la lengua, nos recomendó un lugar para comprar esmeraldas, y nos advirtió - acertadamente- que terminaríamos volviendo a Colombia. Justo antes de despedirnos, nos dijo:

- El dueño del hotel quiere despedirse de ustedes.

La oficina del dueño del hotel tenía galardones, posters de Colombia y fotos aéreas de Santa Marta. El dueño del hotel usaba corbata de seda, tenía anillos dorados y bigote. El protocolo de despedida fue rápido, y finalizó cuando desde su boca se escuchó:

- ¿Me pueden llevar a Chile este paquete?

Y ahí estaba. Un pequeño paquete color caja de cartón, sellado con gruesa cinta adhesiva café claro. No tenía escrito nada y pesaba poco más de un kilo. Según el dueño del hotel, eran folletos para agencias de turismo. Ese tipo de paquetes yo los había visto antes, pero en la tele: en las noticias policiales o en los documentales de dinero fácil. Nunca como envoltorio de folletos turísticos.

Seguramente por las miles de advertencias de no recibir paquetes de extraños, es que nos quedamos mudos mientras aceptábamos el encargo. Durante el viaje en taxi desde Santa Marta hasta Barranquilla el fotógrafo me decía que el encargo lo pasara yo por la aduana, y yo le decía que lo pasara él. El paquete nos quemaba las manos.

Cuando llegamos al aeropuerto de Barranquilla nos recibió un control sorpresa de equipaje. Había perros y escopetas y quisimos dejar tirado los folletos en el baño y el fotógrafo había cambiado el bronceado por una palidez de autopsia. No era chistoso, aunque nos reíamos para disimular.

Finalmente, sin dejar de sentir miedo un segundo, decidí hacerme cargo del encargo y despacharlo junto a mi mochila. El argumento que me llevó a la decisión final, mirada en el tiempo, me parece insólito y no tiene que ver con algún acto heroico. Fumando un nervioso cigarro me convencí de que si pasaba algo malo, que si los perros descubrían que eso no eran folletos y saltaban las alarmas y de atrás la policía y de ahí a un calabozo colombiano, cerca de Aracataca, pues bien, si pasaba por todo eso terrible, eso significaba también que tendría una colosal historia para escribir. Y con una sonrisa en la cara entregué el encargo a la chica del counter.

Finalmente, el paquete en cuestión eran, efectivamente, folletos de un estupendo hotel de Santa Marta. De vuelta a casa había aprendido dos cosas. Primero, que en esa época estaba dispuesto a pasar una temporada en una perdida cárcel colombiana con tal de tener una buena historia que contar. Lo segundo, y que desde entonces llamo el Síndrome Colombia, es lo difícil que se nos hace despojarnos de los prejuicios a la hora de viajar. He vuelto varias veces a Colombia. Tengo buenos amigos, y creo que es un destino formidable. Tiempo después, un policía de la aduana de Barajas, en Madrid, revisando mi pasaporte se detuvo en los timbres de Colombia y me preguntó: ¿por qué has viajado tanto a Colombia? Respiré aliviado. No era que sospechara de mí. Sólo había aparecido, una vez más, el abominable Síndrome Colombia.

 

 

Publicado en la revista SoHo 

 

 

@menesesportatil 



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3 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos ángeles y un caimán

Dos ángeles han dado muerte al caimán. Angela Merkel le echó del Gobierno. Pero ha sido su brazo derecho, Angelino Alfano, su delfín, quien le ha quitado el poder. Empieza una nueva historia. "Quien nazca hoy tendrá la fortuna de vivir en una Italia distinta", ha escrito el director de La Stampa, Mario Calabresi, en respuesta a la carta de un lector.

Durante veinte años ha gobernado personalmente o ha permitido que gobernaran otros, mientras quedaran preservados sus intereses. Hasta que se hartaba, hacía caer al Gobierno y ganaba de nuevo las elecciones. Esto se ha terminado. En la última dentellada ha intentado hacer con el actual presidente del Consejo, Enrico Letta, lo mismo que le hizo al anterior, Mario Monti, pero se ha mordido a sí mismo. Nada puede ya frenar su desposesión como senador y el arresto domiciliario en cumplimiento de la sentencia firme de cuatro años de cárcel por fraude fiscal.

Berlusconi entró en política para eludir a la justicia y va a dejar la política porque ya no puede seguir eludiendo a la justicia. Quien le ha dado el puntapié ha sido su lugarteniente, Angelino Alfano, autor como ministro de Justicia de una legislación, el lodo Alfano, que extendía la inmunidad del jefe del Estado a los presidentes de las dos cámaras y al presidente del Consejo y que fue declarada inconstitucional pero le sirvió como parapeto legal para seguir eludiendo la justicia.

Está escrito en los guiones de la tragedia. Bruto debe matar a César. Los ataques del enemigo a campo abierto refuerzan, mientras que el peligro real está en la espalda. Hay un error intelectual, de análisis sobre las propias fuerzas, en una derrota como la que sufrió ayer el Caimán. Siempre ha confundido su libertad personal con la libertad de los italianos. Por eso, antes de perderla, amenaza con derribar el gobierno y buscar nuevas elecciones.

Sabía que su adversario no cedería, pero en cambio confiaba en exceso en su autoridad sobre sus huestes y en su capacidad para mantenerlas unidas y cohesionadas. No se dio cuenta de que el lugarteniente criado en sus ubres políticas pertenecía a la misma generación que el presidente del Consejo: 43 años Alfano, 47 Letta; que la participación en el Gobierno crea solidaridades, consolidadas por la defensa cerrada que Letta hizo de su vicepresidente Alfano ante una moción de censura; que ambos coincidieron en las juventudes democristianas, bajo la influencia de Ciriaco de Mita.

El emperador decide solo y da las órdenes sin consultar a sus lugartenientes. Así fue como decidió ordenar que dimitieran a los cinco ministros del Pueblo de la libertad, con Alfano a la cabeza, y exigir elecciones inmediatas, y así es como ayer se desdijo cuando por sorpresa y a viva voz anunció en el Senado que votaría la confianza a Enrico Letta.

Pudiera parecer que el caimán se ha escurrido de nuevo del lazo, justo cuando iban a darle muerte, en una escena de comedia bufa, género que ha cultivado con virtuosismo. Ni el mejor humorista hubiera imaginado una secuencia tan absurda, que termina cuando ese emperador destronado se traga sus amenazas y se dispone a recibir el golpe de la justicia, tan largamente merecido como esperado.

La inutilidad de su retroceso es evidente, no sólo porque la justicia seguirá su curso, sino por la ruptura de su mayoría. Alfano y 25 senadores más habían asegurado ya la confianza a Letta cuando Berlusconi se sumó a las tropas enemigas, puesto que no podía vencerlas. Letta ya no necesitaba sus votos. Berlusconi ha intentado salvarse a sí mismo, pero al Gobierno ya lo había salvado Angelino Alfano. Una nueva mayoría sin Berlusconi, totalmente amortizado y vencido, ha quedado dibujada en las votaciones de ayer. El imperio ha durado veinte años y ha terminado cuando se ha quebrado el orden interno del ejército berlusconiano, formado por abogados, gerentes de empresas y jóvenes cachorros que terminan creciendo y emancipándose. Cuando el jefe ya no manda ni es capaz de mantener la disciplina de los suyos, las leyes de la manada conducen a su liquidación.

El dato original de este episodio italiano es que no ha sido la nueva democracia digital plebiscitaria de Beppe Grillo y su Movimiento Cinco Estrellas el que se ha cargado al emperador de la videodemocracia plebiscitaria, sino dos políticos formados en la democracia cristiana y en nombre de la genuina democracia representativa tan impugnada en nuestra época.



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3 de octubre de 2013
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Asuntos metafísicos 14

La pregunta sobre qué es algo físico 

En la segunda vertiente del proceso descrito en la penúltima columna (interiorización de la necesidad natural que complemente la interiorización de la ley social) reside el origen del interés teorético por la naturaleza. Interés que, como ya he señalado en varias ocasiones, ha de ser considerado como un universal antropológico, es decir, algo que concierne a toda sociedad humana, tal como pone de manifiesto la insatisfacción cognoscitiva en las interrogaciones infantiles.
Con algo de fortuna, es decir, si las condiciones sociales lo posibilitan y con independencia de la educación escolar (incluso pese a ella) la interrogación se reitera, socializándose y adoptando formas más precisas. Se empieza por intentar superar la insatisfacción cognoscitiva concomitante a este interés haciendo descripciones detalladas de lo que se observa, y tras ello se busca en la diversidad de lo así descrito rasgos invariantes o elementales, rasgos mínimos que quepa erigir en criterio para situar una frontera entre lo que puede o no ser designado como físico o natural ( es decir algo respecto a su ser es pertinente usar la palabra physis).
Así (ejemplo no aleatorio) Aristóteles sitúa a las entidades físicas entre aquellas que son "susceptibles de hallarse en movimiento o de hallarse en reposo", cosa que no ocurre por ejemplo con la superficie de una mesa o un atributo numérico de la misma. Baste con apercibirse de que podemos desplazar una mesa o inmovilizar determinada partícula, pero no podemos desplazar la superficie de la silla, ni desde luego detener la raíz cuadrada de dicha partícula. No podemos desplazar la superficie de la silla porque se trata de una entidad geométrica, o sea matemática, como entidad matemática es "raíz cuadrada de dos", lo cual nos da un criterio para distinguir los objetos matemáticos de las cosas físicas. Criterio no suficiente para determinar lo que es matemático, pues hay otras cosas que juegan un papel importante en la configuración del mundo que tampoco son susceptibles de movimiento o reposo, pero que carecen de los rasgos propios de las entidades matemáticas: aquello por ejemplo (no homologable por otros) a lo que remiten ciertas realidades físicas cuya materia es erigida en pretexto para la erección de otra cosa que nada tiene que ver con la física. Así el significado lingüístico para el que sirve de pretexto físico esa realidad física que es la articulación sonora. Cosas no físicas sin cuya emergencia simplemente no se habría dado ese animal singular que es el hombre.

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3 de octubre de 2013
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Hablar por las uñas

¿Qué somos las mujeres sin manos? Sin los dedos que abrochan sujetadores, se colocan los pendientes con un gesto concentrado o hurgan en el fondo del bolso. Manos que extienden cremas hidratantes sobre la piel de sus hijos, que aún anudan corbatas o atusan cariñosamente el pelo de los maridos. Manos laboriosas que se entrelazan en el ancho páramo de la convivencia a esa hora en la que tanta falta hace tener otra cerca para sentirla dentro de la tuya. Hay mujeres que son auténticas virtuosas del arte de mover las manos. Algunas incluso hipnotizan con sus movimientos. Las extienden, agitan, repican las uñas en la mesa con golpecitos lentos y secos, las hacen girar como una mariposa o las abren en un gesto que viene a ser mitad súplica mitad ofrenda. En algunos países del sudeste asiático, el peso de la danza no se apoya en los pies sino en las manos, que van dibujando formas en el aire. Como las bailaoras de flamenco. Hubo un tiempo, a finales de los noventa, en que se pusieron de moda las clases de sevillanas en los gimnasios. A veces me quedaba mirándolas tras el cristal: señoras con el pelo mojado, embutidas en un traje de faralaes. Veinte mujeres, cuarenta manos y cuatrocientos dedos en tensión; muchas sensaciones emergían, pero todas ajenas al tacto. En casi todas las culturas, cuando una mujer se siente sobreexpuesta, le sobran las manos. No sabe dónde meterlas. Es un asunto particularmente visible en las fotos:te sobran, no sabes qué hacer con ellas. El auge del llamado ?nail art? en verdad representa una prótesis decorativa de gran sofisticación. ¿Por qué hoy las mujeres se pintan las uñas de azul o amarillo? Del rojo oscuro de Cleopatra a aquellos primeros colores sólidos que popularizó Eleanor Roosevelt, la moda de decorar las uñas se ha convertido en un nuevo ?nicho? de mercado. La carta de colores y filigranas, de esmaltes permanentes y brillos, se extiende en un catálogo infinito como si quisiera neutralizar las uñas mordidas, las manos agrietadas o los dedos retorcidos. A veces contemplo a aquellas que se acarician a sí mismas mientras esperan en un aeropuerto. Si son mujeres, prueben la diferencia de hacerlo con las uñas descuidadas o recién pintadas. Qué inexplicable sentimiento de eficacia aportan unas manos, como se dice, ?arregladas?. No en vano, el arreglo ha sido una circunstancia connatural de nuestra condición, un adjetivo que ha determinado dos categorías muy claras: mujeres arregladas y mujeres dejadas. En ambos casos, no puedo dejar asociarlas a un taller de reparación. Y es que en realidad, los esmaltes de uñas no son más que una composición refinada de la pintura de coches.

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2 de octubre de 2013
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Los reyes de la baraja

Los narcotraficantes entran en las novelas como héroes perniciosos, pero héroes al fin y al cabo. Héroes con dinero y poder, a veces superior al poder institucional, violadores de la ley y a la vez benefactores de los pobres, extravagantes como todo nuevo rico, cargados ellos y sus mujeres de kilos de joyas en el cuello y en las muñecas, los fusiles Kalashinikov, bañados en oro de 24 quilates y sus pistolas automáticas, también doradas, incrustadas de rubíes y diamantes, lo mismo que se sientan en retretes de oro macizo.
Un día, le digo a Elmer Mendoza, deberíamos visitar juntos el museo que el ministerio de Defensa ha instalado en la ciudad de México, y que no está abierto al público, y ya me avisará cuando haya obtenido el permiso. Allí se exhibe en vitrinas toda la parafernalia que acompaña a los mandamases de la droga, una muestra de cómo han llegado a crear su propia cultura, ahora arraigada en México como antes en Colombia: el modelo del narcotraficante extravagante fue Pablo Escobar, adornado a la vez de crueldad y de munificencia.
Hay una narcocultura, sin duda. La crueldad ritual, brutal o refinada, símbolos, códigos, ritos, la abundancia y el despilfarro, el mal gusto y la exageración; y es, sobre todo, una cultura de poder donde las vidas humanas pierden relieve como tales y todos quienes caen en el cono de sombra de los barones de la droga se vuelven peones en el tablero, y morirán o sobrevivirán según convenga o no a los intereses de su poder despiadado al que sobran tentáculos.
Y despiertan en los más pobres, entre los que reclutan sus sicarios, la esperanza de enriquecerse de la noche a la mañana, o de mejorar sus vidas, oportunidad que sólo ellos pueden depararles; así entran en la leyenda popular, en los corridos donde se cantan sus hazañas, en las telenovelas, y por qué no, en las novelas, algunas convertidas a telenovelas como La reina del sur de Arturo Pérez Reverte. Porque la novela de narcos para eso está, para contar todo lo que el narcotráfico tiene que ver con el poder y con la muerte, la corrupción de las autoridades y su impotencia, el sometimiento y el envilecimiento, la compra de voluntades y complicidades, y trata de hablar desde las entrañas de los carteles, allí donde las fronteras entre el bien y el mal dejan de existir.
La novela del narcotráfico ha crecido como una espuma sanguinolenta y hoy en día, en México, florece mejor en las tierras del norte donde señorean los capos, desde Sinaloa a Chihuahua. Es por eso que hablaba antes de Elmer Mendoza, quien ha convertido a Culiacán en el escenario de acción del certero personaje de sus novelas, el zurdo Mendieta, un policía melancólico que se ocupa poco de la ética porque no le ayuda a sobrevivir, metido en una selva de corrupción y de crimen, y viene a resultar en el habitante de dos mundos, el de la indefensa ley que representa, y el de la maraña delictiva de los traficantes, valiéndose a veces del auxilio de los narcos para resolver sus casos.
Pero Elmer no ha encontrado solamente un personaje duradero para su zaga de novelas, Balas de plata, La prueba del ácido, Nombre de perro, entre otras, sino también un lenguaje cortante, perspicaz, ingenioso y económico porque no tiene desperdicio, un lenguaje que destila humor negro, implacable, y que no deja nunca de ser atractivo porque sublima el habla popular, que es la de los narcos y policías.
Nos encontramos la última vez en Medellín, y mientras desayunábamos en el hotel con Oscar Collazos, sonó en la distancia el estallido de unos cohetes. Fiesta de un santo patrono, dije yo. No, han coronado, dice Oscar. Cuando un embarque de droga logra llegar a su destino en Estados Unidos, es que los narcos han coronado, y suenan los cohetes celebrándolo. Hay que apuntarlo, me digo. Cosas así van a dar siempre a las novelas.

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2 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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David Bowie, cien libros.- Los Young British (McEwan, Amis,…

David Bowie, cien libros.- Los Young British (McEwan, Amis, Barnes), George Orwell, Jack Kerouac, Frank O?Hara, Saul Bellow, Junot Díaz, Michael Chabon, J.K. Toole, Vladmir Nabokov, Lampedusa, Mishima, son algunos de los autores que están incluidos en la lista de los 100 libros favoritos del extraordinario David Bowie. Muy pocos libros sobre música, algunos sobre historia, ninguno traducido del castellano (y tampoco El buda de los suburbios, de Kureishi, que musicalizó para la radio). Podría ser perfectamente la lista de un joven aspirante a escritor en un college norteamericano. (vía The Line of Best Fit)



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1 de octubre de 2013
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Asuntos metafísicos 13

Digresión: mal moral y necesidad natural 

En el Discurso del Método y en las Meditaciones, Descartes estima que sólo la hipótesis de un Dios tan poderoso como arbitrario, y hasta intrínsecamente engañador, podría ofrecer un flanco a la duda sobre la veracidad de las proposiciones geométricas. Sólo Dios, en suma, podría hacer que la medida de los ángulos de un triángulo no fuera igual a dos rectos. Cabría explorar este asunto, efectuando una revisión de las diatribas sobre la esencia divina que, desde Tomás de Aquino y Guillermo de Occam a Kierkegaard y Leon Chestov, pasando por el mismísimo Lutero, no han dejado de alimentar la reflexión implícita o explícitamente teológica:
Tomás de Aquino venía a sostener (mediante artilugios para salvaguardar el "atributo" de la omnipotencia divina) que Dios estaba tan comprometido con las tablas de la ley... que ni él podía ya hacer que fuera legítimo codiciar los bienes ajenos o suspirar por la mujer del prójimo; Duns Escoto limitaba tal compromiso a los mandamientos de la primera tabla (los tres primeros) que concernían a nuestra obligación con Dios. Pues bien:
Guillermo de Occam daba una suerte de salto y venía a decir que la hipótesis de la toda potencia divina obligaba a liberar a Dios de cualquier atadura, de tal manera que Él podía hacer que fuera legítimo y hasta moral, no ya matar o robar, sino incluso entregarse a la fornicación con la mujer ajena en el mismo día del Señor. Vidal Peña, traductor de las Meditaciones de Descartes, ha señalado que es la sombra de este Dios arbitrario y cruel lo que subyace tras la hipótesis cartesiana de un ser supremo que "aplica toda su industria a engañarme", de tal manera que Descartes se equivocaría al estimar que, soñando o despierto, dos más tres igual a cinco y la relación entre la circunferencia y el radio es 2 pi.
Para que el lector ajeno a estas disquisiciones, aprehenda la trascendencia del asunto baste citar el siguiente párrafo de Lutero: "Este es el grado más alto de la fe, el creerle clemente, a Él que salva tan pocas almas y condena en cambio a tantas... puesto que si yo pudiera comprender la razón por la que resulta que es misericordioso este Dios que muestra tanta cólera y tanta iniquidad... ya no haría falta la fe".
Dios, pues, que por todopoderoso, haría que fuera falaz la geometría euclidiana, de tal manera que Cartesio se vería abocado a conformarse con la certeza solipsista de ser "una cosa que piensa".
Y sin embargo hay otra perspectiva, en la que la geometría euclidiana no es aquello que Dios pueda vencer, sino más bien la expresión de la ley que él nos ha impuesto. En su excelente libro Ideas de Espacio (Mondadori 1992) Jeremy Gray nos recuerda que en boca de Ivan Karamazov (dirigiéndose a su hermano Alyosha, poco antes de que surja la figura del Gran Inquisidor) hay un literario eco de estas diatribas. Dostoievsky escribe en un momento en que, tras los trabajos de Lobachevsky, Bolyai y Riemann, se sabía la perfecta consistencia de una geometría en la que los tres ángulos de un triángulo miden otra cosa que dos rectos y, sobretodo, se barruntaba que la misma podía ser la base de esa cosmología que, con la Relatividad General, llegaría a subvertir radicalmente los conceptos de tiempo y espacio:
"Si Dios realmente existe y realmente ha creado el mundo, entonces, como todos sabemos, lo creó de acuerdo con la geometría euclidiana, y creó la mente humana capaz de concebir sólo tres dimensiones del espacio. Y sin embargo ha habido, y hay todavía, matemáticos y filósofos, algunos de ellos hombres de extraordinario talento, que dudan de que el universo haya sido creado de acuerdo con la geometría euclidiana."
Quizás no sea ocioso señalar que, en el texto, la problemática trasciende lo científico y lo gnoseológico, para adentrarse en el orden de la rebeldía y la aspiración a la libertad:
"... no acepto el mundo de Dios... estoy tan convencido como un niño de que las heridas curarán y las cicatrices desaparecerán, convencido de que el repugnante y cómico espectáculo de las contradicciones humanas se desvanecerá como un lastimoso espejismo, como una horrible y odiosa invención de la débil e infinitamente insignificante mente euclidiana del hombre."
Dios parece hallarse no sólo en todas partes, sino también agazapado tras los más dispares problemas. El Dios que aquí irrita a Karamazov es un Dios, por así decirlo, convencional, y hasta conservador: el Dios que efectuaría su acto de creación obedeciendo principios lógicos y topológicos inscritos desde la eternidad en su espíritu, y de cuya trascripción física Newton sería algo así como el notario. La moraleja de este asunto es que el colapso de las leyes geométricas que hemos aprendido en nuestros años escolares ni siquiera sería síntoma de la toda potencia de un Dios amante de las paradojas, sino de la insuficiencia de nuestra concepción de su poder. No, al dudar de que las leyes topológicas que hasta entonces había asumido pudieran ser falaces, Descartes no había topado aún con el maligno... éste espera quizás en otra parte.

 

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1 de octubre de 2013
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El Boomeran(g)
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