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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo nuevo de Auster.- Anagrama publicará la nueva autobiografía…

Lo nuevo de Auster.- Anagrama publicará la nueva autobiografía ficcionada de Paul Auster, Informe del interior,  una memoria fragmentada que transcurre entre las películas que observa, los recuerdos de universidad y su infancia. En ?El Cultural? adelantan un fragmento de este libro de recuerdos por armar. Pueden leerlo aquí.



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5 de noviembre de 2013
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Asuntos metafísicos 22. Los principios rigen nuestro cotidiano lazo con el mundo

Es posible que durante un tiempo vivamos en la ilusión de que alguno de estos principios no rige, o no rige en todos los casos, pero hay razones para creer que su interiorización más o menos progresiva constituye el proceso por el cual llegamos a mantener  un lazo ordenado con el entorno. En cualquier caso el presuponerlos   constituye  un requisito  en  la disposición de espíritu que caracteriza al que  se dedica a la física, y  su eventual  puesta en tela de juicio a partir del trabajo de los propios físicos, supondría desde luego  una radical revolución.

 Y como hemos visto, a los  principios propiamente dichos se asocian conceptos sin  los cuales ni siquiera serían enunciables. Así, al  referirnos a cosas que no se hallan en relación de contigüidad estamos hablando de que mantienen una distancia espacial, y al hablar de causa y efecto estamos presuponiendo una dirección en la secuencia (de la causa al efecto y no a la inversa) que responde a  la irreversibilidad que denominamos tiempo. Además todo lo que acontece se lo atribuimos a lo que es substancial o subsistente, es decir, a lo susceptible de movimiento o de reposo, susceptible de cantidad de movimiento, substancias aristotélicas o materiales y no meras abstracciones.  El conjunto de todo ello operando de manera subyacente en nuestros juicios y razonamientos posibilita   nuestras representaciones y relatos sobre los acontecimientos en el mundo

 

Los principios expuestos son como los nutrientes que, sin reparar en ellos, posibilitan el funcionamiento de nuestro organismo. Un dispositivo que opera al menos de manera  implícita tanto en la actividad ordinaria como en el trabajo del científico volcado sobre  el orden natural. Sin embargo la física no explora este bagaje.  No lo incluye en su inventario temático porque lo considera algo preliminar  y hasta, en cierto modo, una obviedad; considera,  por utilizar los términos de Einstein, que si nuestra razón dejara de asumir tales presupuestos "la ciencia física en el sentido usual del término" sería imposible. Por ello será necesario retomar más adelante la cuestión, en especial por lo que se refiere  al principio de realismo,  que merecerá capítulo aparte, preguntándonos qué se ha hecho de estos principios, qué lugar ocupan en la jerarquía del conocimiento, dada la auténtica conmoción que para nuestras representaciones de la Physis han supuesto la física del siglo XX y en particular la Mecánica Cuántica.

 

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5 de noviembre de 2013
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El arrepentimiento

Salen de la cárcel a pesar de que, si las condenas se sumaran, se pudrirían en ellas. Las fotos de recién liberados (debería analizarse la iconografía que acompaña a quien sale de la cárcel: la sonrisa borrosa, la indumentaria de estudiante, la bolsa de deporte con lo que resume treinta años entre rejas, la comparsa obligada de los familiares…) están estos días en primera plana. Salen, pero no están arrepentidos. Ese es el gusano que carcome a los familiares de padres y hermanos asesinados por ETA o de las mujeres -hasta 78 violó Antonio García Carbonell- que no han podido deshabitar el miedo ni un solo día de sus vidas. La mayoría de presos que han pertenecido a ETA, incluso los que se han desradicalizado, aseguran que “no se arrepienten de nada absolutamente”. Así lo afirma en el libro Patriotas de la muerte la mayor parte de sus 70 antiguos militantes que entrevistó el catedrático de Ciencia Política y experto en terrorismo Fernando Reinares. “Satisfecho”, “orgulloso”, esos son los sentimientos predominantes en los terroristas. También insisten en el “contexto histórico” y utilizan a menudo la coletilla “el precio que debía pagarse”. Para ellos su lógica continúa vigente y no se permiten cuestionarse lo que significa acabar con una vida. En un principio -y pienso en Foucault- las cárceles modernas surgieron como instituciones disciplinarias con el objetivo principal de separar al criminal de la sociedad, por ser un peligro público. Pronto se le añadió a este argumento un componente fundamental: el delincuente pagaba, no directamente a las familias de sus víctimas sino, simbólicamente, al conjunto de individuos por el daño causado. Trabajaba, se formaba, encontraba su utilidad. Y, tras haber cumplido su condena y haberse reeducado, quedaba exento de toda culpa y podía reemprender una nueva vida, algo que con los años se ha demostrado, en la mayoría de los casos, una auténtica utopía. Hoy en nuestro país hay 159 presos por cada 100.000 habitantes. Vivimos en una sociedad cada vez menos violenta gracias al progreso, pero aumenta la población reclusa a causa del fracaso de nuestra política penitenciaria: los presupuestos menguan, se denuncian falta de asistencia médica y abandono de programas de reinserción… España es el país con más presos de Europa Occidental. De la misma forma que para solucionar un problema lo primero es reconocerlo, parece lógico que para expiar una culpa haya que empezar por arrepentirse. Pero ese razonamiento tan sólo es moral. El culpable, según Spinoza, no puede arrepentirse porque estaría expresando su voluntad de desligar su persona de la acción de la que, sin embargo, se considera causa. “Nadie podrá arrepentirse de una acción que haya sido incorporada a la trama de su propia personalidad”, encuentro en un diccionario filosófico en una entrada sobre la culpa. O sea, la muerte en vida. Aunque ya sean zombis. (La Vanguardia)

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4 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escritores gravemente heridos

A lo mejor, no estamos completamente muertos pero sí, desde luego, muy malheridos. Los letraferidos de hace un siglo respiraban por esas aberturas que, como rendijas de buzones, les dejaban los libros que fervientemente engullían. Nosotros hoy, los hijos de aquéllos santos personajes, observamos nuestros pisos tapiados por estanterías cargadas de miles de libros. Libros quietos que ya no nos caben adentro pero que tampoco nos dejan conversar afuera. Son como piezas de una muralla que se ha levantado entre nosotros y el curso corriente del mundo exterior.

No solo los editores se encuentran moribundos, las librerías al borde del desahucio y los distribuidores sin destino. Los escritores hemos pasado de la perplejidad a la desolación y, si se va a ver, al sinsentido. Toda la vida en esta meticulosa labor de elegir palabras, letra a letra, y ahora los ejemplares se venden por kilos o se acuchillan como una maligna excrecencia de la cultura. ¿De la cultura?

Ni siquiera sabemos con claridad, nosotros los viejos escritores, cómo podría existir cultura sin libros pero ¿cómo negar que algo de algo debe de haber? Recuerdo el caso de tantos colegas que trabajábamos como devotos penitentes. El sustantivo, el adjetivo, el verbo, la coma, el punto y seguido, la precisión. Todo ello constituía una labor tan solitaria que, en ocasiones, la acentuábamos pidiendo aislarnos en algún lugar apartado, para hacerlo aún más concentradamente. Aislarnos para escribir mejor y, al cabo, para comunicar más a fondo el fondo.

Este ejercicio era como una destilación o camino de perfección que no dudábamos en sentir como un trabajo duro. Ahora que yo pinto, no pretendiendo ser Kandinsky y menos a la manera en que antes (escribiendo) procuraba ser Kafka (de hecho, prefería ser Kafka muerto que Vicente Verdú vivo), percibo la diferencia. Mientras pintar es el gozo que hoy me premia o no, libremente, escribir solo era un gozo tras haber penado para por lo escrito. Le preguntaban a Gil de Biedma por qué escribía y contestaba: "Escribo para haber escrito". Así, el sentimiento de culpa disminuía.

La escritura se presentaba como una tupida foresta, sagrada y vocacional, que solo los muy elegidos traspasaban silbando. Los demás lo hacíamos sudando. Pero bien, cuándo ya nos parecía a algunos de este sudado pelotón haber alcanzado la dicha de poder decir justamente lo que queríamos decir, ahora va y nos cierran la boca o no se oye el valor de lo escrito.

Años y años buscando decir mejor y ahora apenas importa si la página está peor o mejor escrita. Ahora lo que cuenta, lo que se ve, es cómo será el intrigante final de la novela y muy poco la calidad de sus líneas. Las líneas que algunos de nosotros trazábamos con los cinco sentidos, ahora solo poseen el sentido de raíles para viajar por la trama y a cuanta mayor velocidad mejor. La perfección de la escritura es una antigualla lentificadora que solo compartimos los viejos veteranos. Pero además, si se muestra una evidente perfección en una obra de arte es señal de que no se está al día. Excepto en algunos productos audiovisuales de alta velocidad de paso, lo otro, las ofertas para la contemplación y delectación, ha perdido el tren, por despacioso.

Toda meditación, toda reflexión, todo pensamiento suelen parecer demasiado largos y morosos. Frente a la meditación la intuición, frente a la reflexión la acción, frente al pensamiento el movimiento. Pero no voy a empeorar las cosas lamentando mucho estos cambios. Los cambios cambios son. Y toda evolución, se dice, es para mejor. O sea que estábamos en lo peor y gracias a Dios ya no servimos prácticamente para nada. ¿Acuchillarnos? Paradójicamente la tapia que forman nuestras estanterías cargadas de miles de libros nos salvan de una muerte violenta y aunque solo a cambio de caer más tarde como ácaros. Ácaros del griego acari, "diminuto", "que no se corta". Apegados al libro sangrante, pero aún vivo, que mañana será o no será.

(El País, 5 de octubre de 2013)

 



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4 de noviembre de 2013
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El Boomeran(g)
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