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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La obligación de preguntar

(El lunes por la tarde presenté en la librería Laie de Barcelona, con la ayuda de mi colega y amigo, el director adjunto y delegado en Madrid de La Vanguardia, Enric Juliana, el libro que acabo de publicar en catalán, titulado Cinco minutos antes de decidir. En mitad del vendaval independentista. A continuación el lector puede leer la traducción al castellano de las notas que leí como presentación). Preguntar, hacer preguntas, es el elemento central del método periodístico. Lo que más interesa son las preguntas y no las respuestas, menos todavía cuando son definitivas, ni las certezas indiscutibles ni las convicciones inmutables. Analizar es ante todo saber hacer las preguntas pertinentes, cuestionar los datos que tenemos o que podemos reunir sobre los acontecimientos analizados. Hay que preguntar para obtener conjeturas o respuestas, provisionales claro. Pero sobre todo para ayudar al lector, al ciudadano, a reflexionar, a debatir con argumentos y a orientarse. Reflexionar, argumentar y orientarse es lo que hace el periodista justo en el momento en que se pone a escribir. Antes de que puedan sacar provecho sus conciudadanos él mismo es el que saca provecho. Eso es lo que intento hacer en mis artículos, normalmente dedicados a la escena política internacional, y lo que también he intentado hacer también en este libro, confeccionado en buena parte a partir de mis textos dedicados a Cataluña. Preguntar, es decir, preguntarme y preguntar a mis conciudadanos. Plantearme las preguntas incómodas, poner en duda las certezas, cuestionar lo que muchos, a veces se diría que casi todos, dan por bueno y por hecho. Este es un libro de preguntas y también de reivindicación de las preguntas, las dudas, del derecho a dudar e incluso de la obligación de dudar. Preguntar no es ofender. Ni dudar es traicionar. Al contrario. Me parece que a veces preguntar y dudar son una obligación ciudadana, cívica, patriótica si queremos poner solemnes, y también una obligación profesional en el caso de ciertos tipos de oficios, como es el de periodista. Analizar, dudar y preguntarme sobre la política catalana y sobre el proceso independentista exactamente con las mismas herramientas y la misma perspectiva que utilizo para analizar, dudar y preguntar respecto a la actualidad internacional. Esto es lo que me propuse al empezar a escribir sobre Cataluña en mi blog, en las páginas de Cataluña y muy esporádicamente en los espacios dedicados a temas de internacional de El País. Y todo esto es lo que ahora he vertido en este libro, tratados, revueltos y reescritos como corresponde a un libro, con los añadidos de textos nuevos, entre otros, dos ensayos adicionales, uno de presentación sobre la actual crisis política y otra de conclusión sobre el futuro del catalanismo. El conjunto me parece a mí que es una reivindicación del derecho a preguntar, el derecho a la duda, y el derecho al debate abierto y libre, y de que este derecho se ejerza a fondo, sin límites y hasta el último momento, hasta cinco minutos antes decidir, como dice el título del libro. ¿Por qué? Pues por una razón muy sencilla. Porque eso es la democracia. Dar todo por hecho y cerrado, declarar irreversibles los procesos abiertos, definitivas las nuevas posiciones y los estados de opinión súbitamente modificados no es democracia. Democracia es darnos unos a otros la oportunidad de discutirlo todo, aguas arriba y aguas abajo, en el sentido que nos gusta y en lo que nos desagrada. Los empujones no son democráticos. La polarización no es democracia. La descalificación sistemática del diálogo, del pacto o de vías intermedias no es democracia. Puede ser útil e incluso muy útil para determinadas posiciones. Pero no es democracia. No lo son las líneas rojas, los plazos perentorios, las hojas de ruta obligatorias, las posiciones inamovibles. No es democracia la dialéctica amigo-enemigo, que conocemos bien, para organizar el debate político desde la descalificación de las posiciones que no coinciden con las propias hasta construir un adversario al que oponernos radicalmente. La política adversativa, que no sabe hacer nada si no es en contra, no es democrática y además es poco útil. Hay que dudar de su moralidad pero también y sobre todo de sus resultados. Y tras la apología de la duda, que explica el título del libro, déjenme hacer la apología del realismo en política, que explica la conclusión del libro.  Hasta ahora hablábamos de método, método intelectual y método político, de la duda como método democrático. Ahora hablamos del conocimiento, de la capacidad que tienen las preguntas para obtener respuestas interesantes y útiles. En este punto el libro es transparente. El error clásico del catalanismo apresurado y radicalizado, tal como ha quedado cristalizado en el mito político de los Hechos de Octubre de 1934, no es el error de romper con la legalidad, ni siquiera lo es el de quien lo hace, el presidente de la Generalitat, en aquel caso Lluís Companys, representante ordinario de la República en Cataluña y por tanto el primero que tenía que velar por el respeto de la legalidad. No, el error es de cálculo, de incapacidad para analizar la correlación de fuerzas, de saber cuáles son las del adversario y calibrar bien las propias, sopesar muy bien los amigos y las alianzas. Y ahora tengo la impresión de que nos encontramos en una nueva repetición de ese error fundamental, el de incurrir en un irrealismo que nos puede llevar a la frustración e incluso al retroceso respecto a lo que habíamos obtenido hasta ahora, que era mucho y muy poco valorado desde el ataque de irrealismo que ahora mismo nos afecta. Esto es explícito en el libro y, naturalmente, forma parte de las preguntas y del derecho a formularlas: ¿cuáles son las fuerzas en presencia?; ¿qué sacrificios personales están dispuestos a hacer los ciudadanos que se movilizan?; ¿con qué aliados y amigos se cuenta, en España, en Europa, en el mundo? Hay que hacer estas preguntas, como hay que preguntarse también si las condiciones geopolíticas y el actual ciclo económico y político internacional son los mejores para obtener los objetivos propuestos. Este es quizás el aspecto más polémico en un proceso en el que todo el acento se pone en los elementos subjetivos, en las identidades, los sentimientos, los deseos , o lo que es aún más importante, en la suma de las voluntades individuales, y muy poco en las condiciones exteriores, las condiciones objetivas como decíamos los de más edad que estamos aquí cuando éramos más pequeños. La democracia, el principio democrático, es un elemento básico que hay que defender, naturalmente, pero a la vez debemos decirnos a nosotros mismos muy claramente que no es el único ni es el elemento definitivo. Las condiciones objetivas, la capacidad para trenzar alianzas, la elección de objetivos adecuados y de estrategias correctas también cuentan, y mucho más en muchas ocasiones, casi siempre. Nunca se ha visto que de la democracia, de la ley del número, salga directamente el cambio político. Este libro no va contra nadie ni quiere dar soluciones a nada. Su tesis es abierta , aunque es también una apelación al realismo , perfectamente visible desde la primera frase, una cita de Josep Pla, hasta las dos últimas, también dos citas, las tres en el mismo sentido. La primera es de 'El Quadern Gris' y dice así : ?Tenemos una imaginación tan exuberante que a menudo confundimos las moscas con águilas?. La segunda es la introducción de un libro que llevaba por título ?La Rectificación. Preocupaciones, exhortaciones y premoniciones sobre Cataluña?, publicado en catalán en 2006, el año del Estatuto, que se presentaba a sí mismo como la expresión del "deseo de un nuevo realismo" y demandaba" una dialéctica más sincera con la realidad ". El libro lo escribimos seis autores, cada uno su ensayo: Enric Juliana, Albert Branchadell, Josep Maria Fradera, Antoni Puigverd, Ferran Sáez y yo mismo, y juntos firmábamos colectivamente o nos hacíamos responsables de la introducción, aunque la mano es inconfundible y es la de Enric. La tercera cita, que es exactamente una autocita y por tanto tendrán que perdonarme por la osadía, es la que cierra el libro y cerraba también mi ensayo entonces, y tiene la forma de una demanda que me parece hoy más actual que nunca y es la de un catalanismo que no nos tape los ojos.



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26 de noviembre de 2013
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Asuntos metafísicos 24: la potencia emocional de la interrogación

El físico británico Chris J. Ishman hacía  hace casi  veinte años y en un manual para estudiantes de Física (Lectures on Quantum Theory, Imperial College Press London, 1995), una curiosa reflexión sobre la pasión que en ocasiones embarga a los científicos:

"La interpretación de la teoría cuántica es un poderoso ejemplo de este fenómeno: no es inusual encontrar un físico o filósofo de la ciencia, defendiendo una posición específica con tal fervor y pasión que ultra-pasa con mucho el grado de emoción asociado normalmente con las creencias científicas: en efecto, a veces se diría que su propia existencia dependiera de los resultados del debate."

Esta actitud emocional de los físicos cuánticos se explica por lo que está en juego en aquello que la mecánica cuántica se ve obligada a poner en entredicho  y que de hecho podría está detrás de algunas de las motivaciones más usuales que mueven a los hombres. Por ello no debería sorprender (aunque sea totalmente inusual) que en en el texto técnico de Ishman haya una referencia al Psicoanálisis y concretamente una cita de alguien controvertido comoera C. G. Jung ( que nunca he leído más que fragmentariamente  y ante el que siempre he tenido más bien prevención) relativa a la idea de causalidad, su aleatoriedad,   y el modo en que esta aleatoriedad misma puede  determinar hasta el desvarío  la subjetividad  de los seres de razón:

"De igual manera que la conducta sexual  frecuentemente transforma al hombre en un monstruo, también la categoría elemental de causalidad puede llegar a adquirir los caracteres de una necesidad, una insaciable exigencia que arrastra  todo consigo y para satisfacer la cual la cual las personas pueden incluso sacrificar sus  propias vidas. Se trata de una infatigable pulsión que nos inflama  y que hace despreciar todas las arduas tareas e imperativos de los hombres,  haciendo que sonriamos ante aquello que los demás hace llorar"

Lo que Isham pone de relieve en esta cita es el enorme poder emocional que son susceptibles de vehicular las categorías más abstractas, aquellas que no son objeto de reflexión porque aparecen más bien como condición de posibilidad de la reflexión misma. Enorme poder emocional de aquellos conceptos o categorías que Ortega denominaba ideas que somos, por oposición a las ideas que tenemos, es decir, aquellas que engrasan nuestra relación cotidiana con el entorno y los demás  y que en última instancia tienen soporte en las primeras.

Decía que no es usual que se evoque a psicólogos o psicoanalistas  en un texto rigurosamente técnico de Física. Menos usual es aun encontrar  una preciosa referencia al Jorge Luis Borges  de 1964, en la que el escritor se refiere a la más o menos consciente voluntad del hombre de constituirse en soporte del mundo. Guiado por tal voluntad el hombre forja imágenes de regiones, valles,  montañas, barcos, islas, instrumentos de conocimiento, estrellas o galaxias, para finalmente, cercana ya la hora de la muerte, descubrir que el laberinto  de rasgos que ha venido forjando sólo designa la imagen de su rostro.  Y el físico británico glosa su cita del escritor argentino poniendo el énfasis en que  las "verdades" que creemos ser la referencia de nuestras construcciones no sólo son quizás fruto de esas mismas construcciones, sino que precisamente  por ello  pueden llegar a erigirse en  causas cargadas de peso dogmático. Ello explica en parte la virulencia con la que, desde Einstein al matemático René Thom se han criticado las implicaciones filosóficas de la interpretación standard de la física cuántica.

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26 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pliego suelto

Pliego suelto, que editan Julio Hardisson y Ricardo Iván Paredes en Barcelona, es una ventana al campo mayor de la literatura actual, y es capaz, por ello, de sumar voces de extramares que remontan fronteras y guardianes sombríos de puertas onerosas. Su última entrega celebra la Summa de restas propuesta por Agustín Fernández Mallo y su Proyecto Nocilla. Reproduzco aquí esas voces y parabienes ( http://www.pliegosuelto.com/?p=9165). 
 

 

Jorge Carrión (Tarragona, 1976). Escritor, crítico literario y personaje de Nocilla lab.

Yo leo la publicación del Proyecto Nocilla en una serie reciente y posible, la que conforman la Obra reunida de Mario Bellatin y los Relatos reunidos de César Aira. Se trata de tres obras muy distintas, pero que tienen en común su inconformismo y su dificilísima clasificación. Si tenemos en cuenta los puntos de origen de los autores (España, México, Argentina) podemos trazar un triángulo intercontinental. Tres de los ángulos más significativos de la literatura innovadora en nuestra lengua.

Releer ahora la trilogía de Agustín Fernández Mallo es darse cuenta de que su dislocación fue sistemática. En primer lugar: te descoloca, tres veces, a ti como lector. Pero, sobre todo, descontextualiza lo que en este cambio de siglo se aceptaba como “literario”. Así, inyecta buenas dosis de Robert Smithson y de situacionismo a la literatura (y dadaísmo: un árbol con zapatillas deportivas en medio del desierto). Y poesía (post-poética). Y ciencia (sea eso lo que sea). Y apropiación (collage y cita y corta y pega). Y tecnología (a menudo anacrónica). E imagen (casi siempre pixelada). Y viñetas (en la traca final). No se sale de la tradición porque no se puede trabajar desde fuera de la tradición. Su ruta es la de Borges, Cortázar o Vila-Matas, autores a los que ha homenajeado de modos muy diversos. A los que ha releído novedosamente y ha sacado de quicio. Porque de eso se trata.

Juan Feliu Sastre. Miembro de Vacabou y Frida Laponia, proyecto musical que desarrolla junto a Fernández Mallo.

Con cada página de esa exuberante sucesión de Polaroids que es Nocilla Dream, me decía a mí mismo que ése era el libro que yo hubiera escrito de haber tenido talento, y que al fin alguien había hecho eso por mí. Tal fue el impacto. Porque yo sabía que tras las cifras, fórmulas o lenguaje científico-tecnológico, se escondía una gran belleza, pero nunca imaginé que tanta, y mucho menos que alguien fuera capaz de decodificarla en su totalidad; eso es lo primero que me fascinó. Pero había mucho más –y aquí ya incluyo la vuelta de tuerca que a todo esto significó Nocilla Experience–, como ese tempo misterioso e hipnótico, una fuga de Bach para batería libre en un fondo perfecto de Chris Ware, o esa estupefacción al descubrir a estas alturas que la belleza está en todas partes si uno ajusta el foco adecuadamente, algo que sólo ahora podría llegar a parecerme sencillo.

Con Nocilla Lab sentí un cambio de latitud que me trasladaba a la tierra de Supertramp, pero con David Lynch al bajo de 5 cuerdas: cambios de ritmo, de instrumento, carretera y celda, inquietud y belleza, todo nuevo sin serlo. Hasta que, al terminar, intentas entender qué y cómo ha ocurrido todo.

Pere Joan (Palma de Mallorca, 1956). Historietista e Ilustrador. Autor de Nocilla Experience, la novela gráfica y del cómic final de Nocilla Lab.


Narrar como quien construye una chabola. Esa es la forma de ensamblaje que me sugieren los Nocillas. La chabola, la acumulación, una forma perfectamente digna y muy pertinente para contar según nuestro sistema perceptivo actual.

De hecho, tres personajes de Nocilla Experience viven en modestas casetas situadas en azoteas. Esas azoteas constituyen atalayas desde donde individualidades suficientemente peculiares construyen proyectos con los que se reafirman e intentan además sumar su visión de la realidad al ruido ya existente. Pasan por melancólicos pero no lo son porque están esperanzados con su proyecto.

 

En esa forma, a menudo sorprendente, de chabola narrativa hay conexiones ocultas que transforman lo que pasa por prosa en un artefacto poético con links estéticos y conceptuales que dan sentido a esa acumulación. Sé de lo que hablo porque yo también construí así mi versión en novela gráfica. A pedazos, ensamblando las múltiples referencias. Para hacerlo y visualizar el nuevo/mismo libro gráfico tuve que hacerle la autopsia. Poco a poco iba descubriendo esas conexiones estéticas y de sentido que no se ven a simple vista. Se trata, en definitiva, de algo que puede releerse, incluso a pedazos, sin agotar su caudal de sugerencias.

 

Gabi Martínez

 (Barcelona, 1971). Escritor, guionista y periodista. Ha escrito Solo para gigantes (2012) y Ático (2004).

 

El primer Nocilla fue un impacto que me dejó vagando varios días por un mundo de creación, feliz de estar ahí y lo bastante agradecido como para, en un arrebato de empatía más bien raro en mi historial, contactar con el autor para prolongar la experiencia. Porque eso es lo que aportaba aquel primer Dream, lo que aportan los libros tocados por la poesía. Además de las preciosas o desafiantes imágenes, de las situaciones simbólicas o la absorbente cadencia, en Nocilla fluía la información con la caótica naturalidad cotidiana, y a través de aquel grumo espacial reconocí un mundo propio. Mío.

Agustín bebía del arte conceptual y la ciencia recordando que un escritor es mucho más que letras. Fue un refresco. Refresco al que en su día llamé “hombre del saco posmoderno”, con aquel petate donde igual cargaba un árbol lleno de zapatos que más tarde un palacio siberiano ideado para jugar al parchís. Un saco lleno de bocetos del que sacaba cuerpos. Así que quería ver a aquel hombre. Porque no es habitual que alguien, de una manera tan clara, influya en ti. Lo primero que hice al verle fue dar las gracias. Luego, la experiencia siguió.

Pablo García Casado

 (Córdoba, 1972). Director de la Filmoteca de Andalucía, poeta, periodista y gestor cultural.

“Está en otra cosa”. Como argumento literario quizá no vale. Tampoco es muy riguroso. Pero algo así me dije a mí mismo cuando leí su Joan Fontaine Odisea (2005). Este tipo viene de otro lugar, maneja otros discursos fuera de la filología. Todo esto fue algunos años antes de Nocilla Dream. Las fuentes de alimentación eran otros lenguajes, un extrañamiento asumido, nada fatuo. Fernández Mallo procuraba un ejercicio generoso como es el de atraer a la escritura regiones del conocimiento y de la cultura que están fuera de ella.

Un proyecto ambicioso que tuvo su plasticidad narrativa en Nocilla Dream. Un fenómeno que cristalizaba en un libro algunos de los muchos intentos que otros coetáneos habían sólo teorizado. Él los puso en práctica desde una ingenuidad primigenia: la de los que están y estarán siempre fuera. La literatura española le debe a Fernández Mallo todo el territorio que le ganó a la nada, abriendo campo a otros que también pueden atreverse. Porque hay vida más allá de los círculos concéntricos de la novela decimonónica y la poesía aburrida y de baja intensidad.

 

Julián Hernández

 

 

(Madrid, 1960). Músico y fundador de Siniestro Total. Articulista y autor de ¿Hay vida inteligente en el Rock & Roll? (1999).

 

Historia verdadera de La Gran Novela de Agustín Fernández Mallo

El escritor catalán Eduardo Mendoza expresaba en una entrevista su admiración por los escritores de la estrambóticamente llamada Generación Nocilla. Puntualizaba, sin embargo, que aún no había llegado “la gran novela” de ese grupo de escritores. Unos días después de estas declaraciones, tomando unas cañas tras una presentación, un grupo de amigos, capitaneados por el también escritor Germán Sierra, jaleamos a Agustín para que fuese él quien cubriese el vacío. La idea era sencilla: bastaba titular el texto La Gran Novela para que Mendoza no pudiera afirmar que tal cosa no existía.

 

 

Desde ese día, Agustín no es el mismo. Sigue publicando y dando recitales con la solvencia de siempre, sí, pero una serie de detalles nos hace sospechar que se trata de un doble muy bien entrenado para suplantar al verdadero Agustín, que está sin duda desterrado en la isla en la que también viven Michael Jackson, Hitler, Elvis, Jesús Gil y Sor María. Escribe compulsivamente La Gran Novela. Creemos que se ha vuelto loco y nos sentimos todos muy culpables. Eso sí: la Historia de la Literatura Española nos lo agradecerá algún día.

 

Julio Ortega (1942). Escritor y crítico. Profesor de Literatura en Brown U. Autor del epílogo de Proyecto Nocilla.

El realismo español (esa pala de tierra, completamente seria, que dijo Machado) es refutado cada tanto con furia poética y gracia contemporánea por algunos actos narrativos tan internacionales como post-nacionales. Es el caso de Reivindicación del Conde Don Julián de Juan Goytisolo, de Larva de Julián Ríos y, ahora, del Proyecto Nocilla de Fernández Mallo. Son eventos sin principio ni final que contaminan de brío e invención a la lectura saturada; pero son también instrumentos de ruptura, que abren espacios de respiración. Que el mundo esté todavía por ser hecho, en español y desde la novela, es un proyecto que nos hace contemporáneos del futuro.

 

 

Entrevistas con escritores, editores y críticos panhispánicos:


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26 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El espía de sí mismo

 

 Ojalá pudiera preguntarle ahora a Guillermo cuál fue el modelo narrativo elegido para su crónica autobiográfica. Miriam Gómez, su viuda, la encontró entre sus papeles póstumos, junto a La ninfa inconstante y Cuerpos divinos, y se la entregó a Toni Munné, que la ha editado con rigor para Galaxia Gutenberg.

Es tan diferente el Mapa dibujado por un espía a lo que escribía Guillermo en aquellas fechas que uno debe leer con asombro este ejercicio de prosa sobria y exacta, en donde ninguna concesión se hace al lenguaje barroco, coloquial y musical que el malabarista Cabrera consagró con tanta pericia y acrobacia.

Quizá quiso evitar -pienso- que la imaginación literaria perturbara el recuerdo de su infausto viaje a Cuba, y por eso se ciñó a lo que su viva memoria retuvo con precisión fotográfica y pausado ritmo cinematográfico.

Cabrera Infante vuelve a la isla después de tres años de ausencia creyendo que podrá despedirse de su madre enferma. Después de los funerales se dispone a incorporarse a su destino diplomático en la Embajada de Cuba en Bruselas -en dónde lo espera Miriam Gómez y, en Barcelona, Carlos Barral para presentar la primera edición de Tres tristes tigres, novela que acaba de recibir el Premio Biblioteca Breve- pero una extraña orden del ministerio le impide subir al avión.

Desde ese momento Cabrera Infante, mientras devanea por una ciudad cuyos encantos no se parecen a nada de lo que hubo tres años antes en el mismo lugar, se siente vigilado por un ojo insomne y por la mente inquisitiva de unos amigos que podrían dejar de serlo en cualquier momento. Ignora por qué no puede salir de la isla, ni quién ha ordenado su retención o qué podría hacer mientras tanto -salvo esperar lo peor.

Cabrera alude con pudor a sus temores, y al corrosivo pánico del que en ningún caso puede defenderse. No habrá acusaciones tangibles, ni reproches directos, ni amonestaciones que puedan ser refutadas. El silencio de los jefes y la huidiza ausencia de los gerifaltes se prolongan durante semanas y meses, y generan una expectación cada vez más perturbada. Los motivos factibles y las causas imposibles, las razones desconocidas y los propósitos indescifrables se trenzan en una simulación poblada por enemigos emboscados. ¿Quién es el delator? ¿Quién habrá sido el autor de la denuncia? ¿Qué hice yo -dónde y cuándo- para merecerla?

Mientras Cabrera intenta adivinar quién está detrás de su probable desgracia, los servicios de inteligencia y espionaje van perfeccionando su pérfida herramienta: han dejado en manos del resentimiento la persecución de los disidentes. En lugar de fatigar a la policía con inciertas pesquisas, los agentes dejan que los enemistados vayan recogiendo las pruebas del delito cometido: quizá una reservada sonrisa, un comentario irónico, una opinión literaria destemplada, un desinterés desmedido por el cine soviético... Y orquestan las razones que brotan por doquier: alguna vieja rivalidad, los celos de una amante despechada, la venganza larvada de un antiguo pleito... ¡Quién sabe!

La cooperación entusiasta de compañeros, vecinos, subalternos, conductores, conyugues, peatones y camareros contribuirá a identificar a los indeseables: escritores, poetas, burgueses indolentes, proletarios indómitos, creyentes o descreídos, homosexuales o falderos, hedonistas, o cualquier otro ciudadano dispuesto a impedir que Cuba sea feliz.

Cabrera Infante, que va dibujando la topografía moral de su isla aturdida con suma tristeza, y con el inconfundible y ahora amargo sentido del humor, recuerda la profecía que pronuncia Nicolás Guillén bajo las frondosas ramas de un mango: "Castro nos enterrará a todos. ¡A todos!"

Ha muerto Nicolás Guillén, ha muerto Alejo Carpentier, Lezama Lima, Carlos Franqui, Heberto Padilla, Virgilio Piñera, ha muerto Guillermo Cabrera Infante, Miriam Acevedo, Olga Andreu, Juan Arcocha, Humberto Arenal, Frank Emilio, y gran parte de los que dentro y fuera de esta novela, intentaron sobrevivir a la epidemia de delaciones maquinalmente incitada por el régimen e infernalmente celebrada por sus agentes.

No sabemos qué quedará de la gesta cubana, del oprobio de sus derrotados y exiliados, pero mientras tanto podemos leer con deleite estético y terrible melancolía esta obra maestra de la literatura.



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25 de noviembre de 2013
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Platón, a escobazos

Se cae la filosofía del bachillerato tras un pulso político en el que algunos partidos pedían rebajar el peso del latín en favor de las matemáticas. Al final, por algún lado había que ceder, y la fea del baile ha resultado ser la historia de la filosofía. Nada más y nada menos. Platón, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche y sus amigos. El resumen sucinto, un par de clases a la semana, sobre siglos de dudas, indagaciones y hallazgos acerca de lo que nos rodea y lo que nos conforma; el legado de la sabiduría desde las largas barbas presocráticas hasta la lucidez de un Jürgen Habermas o una Martha Nussbaum, o de nuestros Savater y Gomà. Recordemos las palabras de Adorno: “Porque no sirve para nada, no está aún caduca la filosofía”. Es una ingenuidad que la política, y la Lomce -pero también la mentalidad mainstream-, pueda ser capaz de entender este enunciado. Y es un serio síntoma de retroceso intelectual que esto ocurra cuando medir la importancia de las cosas y las personas por su utilidad nos ha enfangado hasta el cuello. Aun así, entre la impaciencia y la precariedad no hay formato largo que perviva en estos tiempos numéricos. Las ideas tan sólo cotizan por su rentabilidad. Los verbos tumbados: discurrir, contemplar, poetizar, son patrimonio de ociosos, viejos o iluminados; mientras que los bien plantados: actuar, emprender, multiplicar… enarbolan la idea del triunfo. El pensamiento, pues, se deprecia en el currículum académico. Era un bello accesorio, casi una excentricidad. Justo cuando en muchos consejos de administración a los euros se les llama boniatos. De nada han servido las firmas de 10.000 filósofos, ni la oposición de algunos diputados en defensa de una de las asignaturas que, bien enseñada, es capaz de agitar la mente del joven bachiller justo cuando abre paso al mundo adulto con una maleta provista de interrogantes. El enfrentamiento entre matemáticas, latín y filosofía parece perverso. Porque para adaptarse a sobrevivir, para detectar las reacciones que surgen de una acción y poder modularlas, hay que conjugar el verbo pensar, que ha sido echado. Ortega y Gasset escribía en El Espectador que Velázquez arrojaba a los dioses “como a escobazos”. Y argumentaba que la negación de los dioses equivale a decir que las cosas, aparte de materia, carecen de aroma y sentido. Que no poseen un sentido superior. “Ha preparado el camino para nuestra edad, exenta de dioses; edad administrativa en que, en vez de Dioniso, hablamos del alcoholismo”. Boutades aparte, Ortega identificaba la deriva burocrática que tomaba Occidente, y que la hipermodernidad ha llevado al paroxismo. No sea que a nuestros jóvenes les acometa el vicio de razonar. Quizá falten todavía unos años para que acordemos que el desplumar al bachillerato de la filosofía es un acto tan vandálico como suprimir las matemáticas.

(La Vanguardia)

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25 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Felices pactos

Benjamin Netanyahu dice que es un ?mal acuerdo?, pero todo el mundo sabe, incluso los halcones israelíes, saudíes y estadounidenses, que es un acuerdo útil y beneficioso para todos, también para quienes lo denigran, y que por eso es el mejor acuerdo al alcance de la mano, y por tanto un muy buen acuerdo que abre el camino al acuerdo definitivo. La prueba de que no se sostiene la tesis de Netanyahu es que con este acuerdo se consigue pacíficamente lo que se hubiera podido conseguir, o al menos intentar, por las armas. Según los expertos, un bombardeo de las instalaciones nucleares, por preciso y bien planificado que estuviera, solo conseguiría retrasar durante unos pocos años el programa nuclear, quizás dos o tres, pero Irán volvería al poco tiempo a situarse en el actual nivel de fabricación de combustible considerado peligroso. Pues bien, con la eliminación de parte del uranio enriquecido a más del 20 por ciento, la disminución del nivel de enriquecimiento del 20 al 5 por ciento (inocuo este último a efectos militares), la congelación del número de centrifugadoras activas y la paralización de la actividad en el reactor de plutonio de Arak, que es todo lo acordado en Ginebra en la madrugada del domingo, ya se consigue el efecto de retrasar el entero camino hacia la obtención del arma nuclear sin disparar ni un solo tiro. Los seis meses del acuerdo provisional son buenos en sí mismos, pero lo son también porque eliminan el riesgo bélico que abriría el bombardeo contra Irán, además de constituir el camino para la neutralización definitiva con un acuerdo final, que se quiere obtener en el plazo del próximo año. Harán de escrupulosos vigilantes quienes se han opuesto hasta ahora: Israel y Arabia Saudí por razones existenciales, es decir, por pérdida de palancas geopolíticas en la región; Francia, por sus reflejos de antigua superpotencia; y los halcones del Congreso estadounidense por su permanente marcaje de los poderes presidenciales. Pero la desconfianza servirá también para convencer a los halcones iraníes que recelan del acuerdo. Con sonrisas de satisfacción en Jerusalén, Riad y Washington le hubiera sido más difícil al presidente Hasan Rohaní vender las concesiones a los duros del régimen. No hay perdedores, aunque algunos disimulen. Las pérdidas que puedan registrar Israel e Irán, que son geopolíticas, son anteriores y se darán en cualquier caso. Habrá perdedores, todos otra vez, si no se alcanza el acuerdo definitivo en las fechas previstas, dentro de un año como más. Este final feliz, aunque todavía provisional, tiene beneficios monetizables. Seguro que han contado los 7.000 millones de dólares en activos congelados que irán a bolsillos iraníes en las próximas semanas y el ahorro en presupuesto militar que harán EE UU e Israel al excluir un ataque. Pero ha contado, ante todo, la voluntad política: de Obama y de Rohaní. Hay datos ya sobre una vía de negociación secreta anterior a las elecciones presidenciales iraníes, que no puede gustar a quienes abominan de la moderación; es decir, a los enemigos de los felices pactos en los que todos ganan porque todos ceden.



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25 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mito y conspiración

Por falsas y delirantes que sean las teorías de conspiración, en todas late una verdad ingenua: no expresan la disconformidad con la versión que conocemos de los hechos, sino con los hechos mismos. Esto es lo que les sucede al 61% de los estadounidenses que todavía se niegan a creer que Lee H. Oswald fuera el asesino único y solitario que terminó con la vida de John F. Kennedy hace 50 años. Su desconfianza revela una incapacidad para aceptar que una mera trágica circunstancia accidental pudiera cambiar el curso de una presidencia percibida como un momento culminante del sueño americano. Para esta forma de razonar, hay que buscar una mano mucho más poderosa, una confabulación mafiosa, Fidel Castro y la Unión Soviética, la propia CIA, el vicepresidente Johnson, o incluso el complot de varios conspiradores para explicar la capacidad de torcer la historia de forma tan injusta.

Ha sucedido con casi todos los atentados, a los que solemos observar con ojos retroactivos, aplicando criterios e ideas del presente a la sociedad y a la atmósfera de la época. Para el ciudadano de hoy es directamente inexplicable la falta de protección y de seguridad de Kennedy en Dallas en su última jornada. También lo es la destrucción de pruebas y la impericia de la comisión de investigación. Aquellos acontecimientos trágicos quebraron el rumbo inercial de la historia hasta el punto de proyectar automáticamente la hipótesis de una historia distinta, contrafactual. ¿Cómo hubiera sido Estados Unidos y el mundo si Kennedy hubiera sobrevivido al atentado? La leña que echaremos a ese fuego alimentará todavía más la llama de la conspiración. Lyndon B. Johnson jamás hubiera sido presidente. La guerra de Vietnam habría terminado antes. También la guerra fría hubiera tomado otro curso. Todo contribuye desde la perspectiva posterior al asesinato a cargar aquellos hechos incomprensibles de sentido retrospectivo. Así es cómo la teoría de la conspiración enlaza incluso con su clasificación en el ranking presidencial, ejercicio compulsivo en el país de la competencia individual. El limitado balance que ofrecen los escasos mil días de Kennedy no es obstáculo para que el balance contrafactual sitúe al presidente asesinado en la cima, pero no exactamente de la historia sino en su frontera con la mitología. Aunque los historiadores se ocupen de descrestar el mito, lo que pesa al final son las expectativas y los sueños incumplidos sin que hubiera tiempo para el desengaño, al contrario de lo que le ha sucedido a Obama. Cuanto más tiempo pase más sabremos todavía sobre los acontecimientos de aquel 22 de noviembre de 1963 sobre los que tanto sabemos ya, pero es difícil que un joven héroe, caído absurdamente antes de la decepción, pierda pie en el Olimpo donde se le venera como uno de los grandes mitos del siglo XX.



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23 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vagabundo y canguro

Australia (o Austrialia) podría ser el nombre compuesto por austral y Austria. Austral por su posición geográfica y Austria por reinar entonces en España la casa de Austria, con Felipe III en el trono. La idea no es peregrina pero procede de una suerte de impetuoso explorador y peregrino, Pedro Fernández de Queirós, que a principios del siglo XVII pasó por aquí y viendo de reojo la riqueza y magnitud de la isla insistió para que el rey enviara una expedición y se hiciera amo de estas tierras.

Pero Felipe III no le atendió y Australia se quedó a expensas de que los colonizadores ingleses, siempre embarcados, se establecieran en ella. La prehistoria de la isla se había extendido unos 45.000 años con centenares de miles de aborígenes habitándola en 250 lenguas distintas.

Esta juventud de Australia, su breve Historia, hace entender importantes aspectos de su cultura y apreciar, en todo lo bueno que tiene, la existencia casi intacta del subcontinente. Una extensión de casi ocho millones de kilómetros cuadrados tan joven en la historia de la Humanidad que predominan disparatadamente más los animales que las gentes. Una animalada, en suma, porque si en Nueva Zelanda, que se encuentra aquí cerca, viven ocho millones de habitantes frente a 80 millones de ovejas, en Australia son 24 millones de personas frente a 70 millones de canguros.

De hecho hay tantos canguros que no dejan espacio suficiente para que los militares hagan sus maniobras y cada año mueren unos 40.000 canguros ametrallados desde helicópteros. La protesta de los ecologistas sigue creciendo pero ni los anticonceptivos administrados han resuelto el problema de su agobiante proliferación.

Se mire como se mire un animal es, metafóricamente, más joven, en la escala biológica, que los seres humanos, arracimados en el sur y sudeste, y vegetarianos en un 10%. Los canguros, por su parte, que no encuentran alimentos suficientes se acercan a las ciudades para aprovechar los residuos comestibles de casas y restaurantes.

En el viaje que hice a Canberra vi canguros en las proximidades de la estación de ferrocarril como vagabundos que esperan las sobras de los ricos. También vi miles de ovejas y ganado de todo tipo (vacas negras con la cara blanca, terneros ensortijados y blancos con el morro negro, decenas de caballos y conejos) que se espantaban, algunos de ellos, al paso del ferrocarril pero que, en su mayoría, nos contemplaban con evidente desdén y tedio.

En suma son estos animales, más que las personas, los amos de esta tierra. Todavía los que beben cerveza, sirven en los supermercados, atienden en los hospitales o conducen los coches, son los pobladores extranjeros. Los animales y los aborígenes de hace miles de años son los auténticos protagonistas de este formidable espacio.

La escultura, la ornamentación, la abstracción en la pintura se basa en los elementos aborígenes y no importa si se trata de artistas jóvenes o nacidos en los años veinte, la National Gallery de Canberra, su capital, muestra el arte australiano como una continuidad que seguramente solo México o el Perú reproducen. ¿Minimalismo? ¿Barroco? ¿Expresionismo abstracto? Un aficionado al arte puede pasar muchas horas en esta National Gallery verificando el hilo que conduce del presente al pasado y viceversa. La costura que une la idea de una tierra sin lindes con la mísera idea de nación que trajeron los europeos. Porque ¿dónde están aquí las fronteras? Horizontes sin fin, historias por empezar. Australia representa para todo el mundo la joya viva de su infancia, el alma pura del canguro saltando como un tipo que todavía no ha aprendido a caminar al compás de una zancada primero y otra después, la ley de lo uno y de lo otro, la oposición de la pierna derecha y de la izquierda, la alternativa prebélica del bien y el mal.

 

(Publicado en El País, 2 noviembre de 2013)



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22 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Operación Dulce

En Inglaterra  el espionaje goza de una rica tradición, fruto sin duda de la época en que las embajadas de Su Majestad eran una inestimable fuente de información que permitía al Almirantazgo distribuir juiciosamente las  fuerzas que tenía diseminadas por todos los rincones de la Tierra en busca de ese equilibrio internacional considerado indispensable para gobernar el mundo. La Edad de Oro del espionaje inglés tuvo lugar durante la II Guerra Mundial, cuando los servicios de inteligencia británicos tuvieron en nómina a gente como E.M. Forster,  Patrick Leigh Fermor, Lawrence Durrell y tantos autores contemporáneos más.

Para su desgracia Inglaterra era a su vez un  fecundo foco de espías enemigos y los nombres de Burgess, Philby y MacLean son prueba de ello, aunque quizás el caso más doloroso fue el desenmascaramiento de Anthony Blunt, primo, consejero artístico de la reina y, al igual que los tres anteriores, ex alumno de Cambridge y espía confeso a favor de la URSS.

El aspecto menos conocido del espionaje, y digo menos conocido porque si bien los gobiernos de todo el mundo lo practican todos hacen lo posible por ocultarlo hasta el extremo de que ni siquiera presumen de sus mejores logros, es el del adoctrinamiento de la población, es decir, la política de propaganda encubierta mediante la cual se pretende influir en la opinión pública para dirigirla en la dirección que los gobiernos consideran adecuada.

Esta clase de actividad secreta gubernamental es la que Ian McEwan ha elegido para basar su Operación Dulce: en plena Guerra Fría, a  Serena Frome (una chica guapa, ex alumna de Cambridge  pero no particularmente brillante ni poseedora de un coeficiente intelectual fuera de serie), uno de sus novios le ofrece la posibilidad de trabajar para el MI5 bajo la tapadera de un puesto de mínima categoría en el Ministerio de Sanidad y Seguridad Social.  Aunque sabe que de momento su cometido consistirá en realizar tareas burocráticas irrelevantes a la espera de que surja una ocasión, Serena acepta la oferta, más que nada por curiosidad.

Pero lo que empieza como un simple juego no tarda en adquirir los tintes de una encerrona: al recibir su primer encargo (captar a un joven y prometedor novelista y ofrecerle una generosa retribución en concepto de beca a la creación aparentemente gratuita pero que más adelante habrá de pagar siguiendo las directrices que se le marquen  en cada momento)  Serena hace lo último que debe hacer un espía respecto al espiado, pues se enamora como una tonta y permite que la situación se vaya complicando hasta el punto de que, tras hacer el amor en la playa, los amantes llegan a hablar abiertamente de matrimonio.

 El argumento del espía que se enamora del personaje al que debe espiar ha sido tan reiteradamente utilizado en novelas y películas que incluso el lector/espectador menos sagaz sabe de sobras que le están contando la historia  de un amor sin salida porque este tipo de relación siempre termina (mal) cuando el amado averigua la verdadera profesión del amante y las causas reales de su acercamiento y seducción.  Y en ese sentido Operación Dulce no es una excepción, hasta el extremo de que si el lector no lo capta por sí mismo, el propio McEwan se encarga de aclarar desde la primera página que la suya es la crónica de un amor condenado al fracaso de antemano.

Pero no importa demasiado. En ese juego entre sabios (como sé que tú sabes,  parece que el autor le diga al lector, y como sé además dónde me esperas para pillarme, te lo voy a contar de la forma que menos sospechas  y a ver si eres capaz de averiguarlo por ti mismo antes de que yo te lo diga)  reside justamente  uno de los mayores y más instructivos logros de esta novela.  

McEwan es un gran narrador y a lo largo de su ya nutrida producción ha demostrado que posee recursos de sobra para salirse de las peores situaciones que él mismo provoca. Y esta su última novela no es una excepción.  Junto con lo que ya se sabía por haberlo contado previamente  John le Carré, la descripción que hace McEwan de la estrechez de miras y de pensamiento, o de la mediocridad y mezquindad de los funcionarios que integran los llamados “servicios de inteligencia” hace que  se entiendan mejor los escándalos que está protagonizando últimamente el espionaje sistemático y masivo entre las primeras potencias de Occidente, todas ellas oficialmente aliadas y defensoras de intereses comunes.

 

Operación Dulce

Ian McEwan

Tradición de Jaime Zulaika

Anagrama 



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21 de noviembre de 2013
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El Boomeran(g)
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