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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El final de la función

Hay personas que por unas u otras razones despiertan compasión y, en consecuencia, una especial atención. Pero otras, a las que se les supone con éxito, dinero o buena suerte despiden un aura semidorada que atosiga al personal.

De modo que, las primeras, se hallan en muy buenas condiciones para comunicar sus penas y pedir tácitamente auxilio y compañía, mientras las segundas están más impedidas para solicitar (porque parecería demasiada soberbia) atención, comprensión y acogimiento. No merecen en fin compasión. O bien, toda la compasión que podrían necesitar se halla adjunta en los triunfos que obtiene. Estas personas son personas acaso con muy buena salud pero tan solas como los hospitalizados. Tan solas como las gentes del primer gruido  aunque con una adición: perciben su repetido aislamiento como un acto de represalia.

 La gente común se amontona. Es del montón. La gente en algún aspecto singular es tenida por especial, es decir, ex/cepcionales y por tanto excluida de la necesidad general y normal. 

Sin hacerse demasiadas ilusiones sobre lo que puede recibirse de los demás, aún así los desgraciados se ilusionan con el reclamo de su desdicha. En ocasiones, además, esta desdicha es tan patente que a la fuerza despierta la conmoción de los otros y, en consecuencia, su espontánea  com-pasión.

A las personas comunes sufren casi todo el repertorio de lo malo pero se creen, para mayor dolor, que las otras  se hallan a salvo de esta metralla  constante y existencial. Pero ¿existen? Se diría que mientras los desterrados se arrastran por la tierra, los bendecidos vuelan por encima del nivel medio de la vida colectiva. Es posible, desde luego, que se encimen sobre la media del nivel de vida pero incluso más arriba navegan, supuestamente, por un espacio de azulada felicidad.

Efectivamente toda esta ecuación es tan falsa como pensar que la vida reparte dolor o placer con alguna puntería. La vida es arbitraria de por sí, acéfala, ciega y especialmente criminal. Es criminal porque no cesa de torturarnos de una u otra forma, arriba y abajo, fuera y adentro. Y es criminal porque no busca sino matarnos. ¿Entretanto la felicidad? ¿Felicidad? ¿Qué felicidad cabe si se es un ser racional? ¿Qué galardón puede colgarse de un hombre engangrenado por el seguro de su  mortalidad? Los buenos y los malos, los ganadores y los perdedores, esta mala especie, componen el repertorio de una misma compañía cuyo resultado,  al final de la función, es irremediablemente el máximo fracaso.



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12 de febrero de 2014
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Hombres en pelotas

Por qué las mujeres van juntas a la toilette y en cambio entran solas, mientras que los hombres nunca le dicen a otro “¿me acompañas al baño?” aunque orinen codo con codo? La fotografía de dos tazas de váter pareadas en los baños olímpicos de Sochi, realizada por Steve Rosenberg, corresponsal de la BBC en Rusia, ha dado pie a una sarta de burlas político-escatológicas -con la homofobia putinesca de fondo- que ha provocado un alud de imágenes capturadas por todo el mundo de retretes sin tabique en diferentes modalidades: alineados, uno frente a otro e, incluso, cuatro en corro. Los amantes de la antropología social han recordado que, en muchas culturas, este acto fisiológico que nosotros no concebimos sino en la más estricta intimidad se practica en compañía, e incluso se aprovecha para socializar. Siempre me han llamado la atención las escenas de ficción en que dos hombres se hacen alguna gran confesión en un urinario, de mafiosos a espías, adversarios amorosos o amiguitos del alma. Esa mecánica instalada, ese conversar con el sexo fuera, miccionando, con la misma naturalidad con la que uno se lava las manos, refleja abiertamente el desnudo viril en común como una condición inexpugnable de la masculinidad. Por todo ello, leo con interés las reflexiones de Richard Senelick, un neurólogo radicado en San Antonio (California) que asegura que los protocolos médicos que determinan con precisión cómo se debe actuar ante una mujer cuando se desviste para ser explorada son en cambio observados con laxitud cuando se trata de un hombre. El doctor Senelick explica que a lo largo de los años que lleva practicando la medicina ha aprendido varias cosas sobre el pudor masculino que no recuerda haber escuchado a sus profesores: “A muchos hombres no les gusta ser observados mientras se desnudan”, por mucho que prevalezca la idea de que los varones, ya desde niños, no necesitan privacidad. Así, los vestuarios masculinos resultan aún un reducto de aquel mandato de “hazte un hombre”, tanto por el imperativo de andar en pelotas como si se fuera vestido como por esa aparente camaradería que puede camuflar complejos e incomodidades (y al contrario, porque aquel que anda envuelto en la toalla será identificado como tímido e incluso sospechoso). A menudo las mujeres nos lamentamos de la infinidad de armaduras con las que seguimos cargando por cuestión de sexo. Pero también tendríamos que advertir aquellas que siguen sin ser cuestionadas, como por ejemplo:¿por qué el desnudo de un hombre vale menos que el nuestro?

(La Vanguardia)

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12 de febrero de 2014
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La orquesta completa

En un artículo anterior, al hablar de Rubén Darío decía que un país atrasado puede dar un solista pero no una orquesta completa. Alguno de mis lectores me juzgó pesimista, y aún otro, compatriota mío, se fue por la tangente al entrometer la autoestima nacional. Pero este símil que utiliza la figura de un poeta que fue capaz de transformar la lengua desde el traspatio, desborda consideraciones de fronteras y va al asunto del desarrollo integral.

La orquesta completa tiene que ver con la América Latina en su conjunto, sus carencias y desigualdades, las propuestas de transformación, y las duras realidades que sobreviven tercamente. Y tiene que ver también con los discursos oficiales, no pocas veces llenos de frases mentirosas y de cifras infladas, sobre todo ahora que el populismo redentor se halla de moda. No hay buenas orquestas con músicos que tocan de oído, o desconocen los instrumentos que tienen en sus manos.

El término orquesta completa no representa para mí una condena, sino una aspiración.  ¿Cuántos Rubén Darío se han quedado de macheteros en el campo? El talento, que siempre es numeroso en todos los estratos de una población, no puede fructificar en el analfabetismo, que tantas veces llega a ser orgánico en una sociedad.

Y no se trata de hacer poetas y pintores a todos, porque los artistas serán siempre una minoría, sino de tener ciudadanos sensibles, que respiren una verdadera atmósfera cultural. En una sociedad de lectores constantes que pueden acudir a una biblioteca pública a la vuelta de la esquina, habrá ciudadanos más críticos, dueños de ideas contrastadas, con menos posibilidades de ser embaucados por esos discursos oficiales que buscan crear patrones únicos de pensamiento y de conducta. Pueblo, y no pueble, reclama el poeta nicaragüense Salomón de la Selva: hombres, y no borregos de desfile.

Y tener una orquesta completa es abrir todas las oportunidades posibles en las disciplinas científicas, desde las matemáticas puras a la cibernética, de la biología marina a las ingenierías. Tener juristas, no leguleyos venales. En una orquesta completa hay diversas clases de instrumentos, cada uno con su propio sonido.  Mientras más instrumentos y más músicos, mayor resonancia. Y es tocando al unísono que se consigue la gran sinfonía del desarrollo, que no existe sin la educación.

Mientras tanto los instrumentos callan, o tocan desafinados. Cada año se celebra en Nicaragua un ritual desconsolado. Los alumnos que han aprobado la escuela secundaria se presentan a exámenes para ingresar a las universidades nacionales. Se trata de dos pruebas básicas, matemáticas y español. Y sólo un cinco por ciento de los aspirantes consigue pasarlas. Como las universidades se quedarían vacías, los cupos terminan siendo llenados de cualquier forma. Uno o dos de los que tomaron el examen sobresalen con nota de cien. Esos son los solistas, que el sistema educativo no puede atribuirse.

En Nicaragua existen setenta universidades privadas, más que en Alemania. Cualquier zaguán es bueno para abrir una universidad, lo mismo que se abre una pulpería. Por tanto, al lado de esas universidades que ofrecen títulos profesionales sin control de calidad, hay miles que no tienen acceso a la educación, y también otros miles que en la escuela secundaria no saben leer correctamente un texto, y tampoco saben resolver una ecuación, y son suspendidos, pero pasan el año porque cumplen cursos remediales de alto contenido político; es decir, aprenden a recitar el catecismo ideológico.

Las sociedades autocomplacientes serán siempre marginales, conformes en dejar que un sistema que sólo genera atraso siga reproduciéndose a sí mismo. Y peor si el propio estado cubre los abismos de ese atraso con la demagogia del populismo, que sigue quitándole instrumentos a la orquesta mientras aparenta dárselos, y aún más, hace que los solistas sean cada vez más esporádicos, o que, decepcionados, emigren en busca de oportunidades porque no hay sitio para ellos en la orquesta, o no hay orquesta del todo.

En muchos sentidos, aún tenemos que dejar atrás el siglo diecinueve que vio nacer a Rubén Darío, para entrar en el siglo veintiuno.

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12 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La naturaleza de la naturaleza

Sumergidos en la globalización, ¿no es lo más consecuente que las grandes borrascas se conviertan en globales? Y, sumergidos en una larga y grave e inédita crisis mundial, ¿no es coherente que los destrozos sean prolongados y graves e insólitos?

Frente a la crisis de los mercados, la crisis de la meteorología, frente el mal que ha azotado socialmente al mundo, el mal que se manifiesta en vendavales y temporales mundiales, en inundaciones y nevadas que abaten pueblos y animales.  

El tiempo se comporta como un poderoso protagonista que en plena a devastación económica toma a su vez el mando. El mal llama al mal como una horda a la otra, como una desdicha a la desventura.

El desastre financiero de estos años no ha hecho más que exponerse como un problema, anverso y reverso, de la liquidez. Y la liquidez de la Naturaleza en forma de olas gigantes y ríos desbordándose ha acudido evocada en su mismo ser por  la repetición de la analogía.

Habitualmente vivimos en este mundo sin prestarle atención a la vida natural. La vida natural, pensamos, se las arregla a solas y naturalmente, sin artificios. Todos los enrevesados artificios delictivos o no delictivos que han expandido la crisis por todo el planeta, nada tienen que ver con el modo de ser de la Naturaleza que, como a los seres irracionales,  no se le atribuye perversidad alguna. Y, sin embargo, ahora nos hallamos asaltados  y encanallados por el encanallamiento de las isobaras, los inextricable pronósticos de los meteorólogos, confundidos ya por la sucesión de embates sucesivos que arrasan las costas y las riberas,  los pueblos de montaña y los que se extienden al costado de las presas.

Somos, en fin, presas de una formidable maniobra  que, como ha sucedido con la Gran Crisis, no entendemos. ¿A qué viene esta simultaneidad de catástrofes de fuego o agua, en Estados Unidos, Europa y Oceanía? En un lugar es todo agua, en el otro es todo fuego, en todos los puntos es la furia del viento, siendo el viento el elemento más diabólico que la Naturaleza posee.

El viento no se ve ni se toca. Sólo se oye o se siente su empuje como el de una invasión bárbara que ciega, una maldad ofuscada que sólo posee la voluntad de arrasar.  Contra la inundación o el fuego hay patrullas que lo sofrenan. Frente al viento sólo cabe soportar. Igual exactamente que hemos sentido y seguimos sintiendo con la adversidad de la Gran Crisis. No hay manifestaciones, ni saqueos, ni cortes de cabezas, ni ejércitos de salvación.

No hay revolución, sólo resignación. ¿Podría concebirse pues una postura con mayor similitud a la que adoptamos frente a  la tempestad? ¿y No  se llamaba, de hecho,  a la hecatombe económica "una tormenta perfecta"? He aquí pues su correlato natural. La Naturaleza dice a voces: "¡Ahora me toca a mí!".

La naturaleza sin mente de la Naturaleza no miente.  Es puramente el mal.  Éste, por antonomasia, MAL TIEMPO.



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11 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 35. Tras el pensar de la ciencia

En un amable comentario a estas reflexiones, el escritor Felix de Azúa recordaba la convicción, de matriz heideggeriana, según la cual la ciencia sería ajena a la tarea del pensar. El lector se dirá quizás que  esto carece de sentido, al menos si por pensar se entiende una exigencia de inteligibilidad, pues la ciencia, en el sentido noble  la palabra,  está profundamente motivada por esta exigencia.

¿No es, en efecto, por fidelidad a exigencias irrenunciables de inteligibilidad que Einstein pasa una parte de su vida luchando contra las consecuencias ontológicas de la física cuántica? A pesar de toda su prodigiosa capacidad  descriptiva y previsora,  y de su potencialidad para concebir  instrumentos que parecen augurar una casi exhaustiva reducción de la naturaleza a la techne (piénsese en el tremendo proyecto del ordenador cuántico en el cual se halla implicado, entre otros, el físico español Ignacio Cirac), la mecánica cuántica (en su interpretación standard ) se había convertido para Einstein en un disciplina que vulneraba los principios sobre los que reposa la inteligibilidad, y en consecuencia era literalmente   ininteligible. En suma: Einstein se negaba a reducir la ciencia a su capacidad descriptiva y su potencia reductora   y  en  se negaba  a baremar   en función de ellas el peso de la misma; Einstein tenía  la convicción de que la ciencia ha de tener  un destino más elevado que no es difícil identificar a la exigencia misma del pensar  ("un uso más elevado de la matemática" que el de ser instrumento de cómputos prácticos exigía ya Descartes en su época ),

Y sin embargo, tras su evidente exageración, la convicción de que "la ciencia no piensa" tiene un poso de verdad, si por pensar entendemos algo que va incluso más allá de la búsqueda de inteligibilidad. Y no me estoy refiriendo al pensar del poeta y en general del artista, de cuyo enorme peso para  los "intereses de la razón" sigue siendo el mejor exponente la kantiana Crítica del Juicio. Me refiero precisamente al pensar de la filosofía, que de entrada surge como algo esencialmente problemático. 

La filosofía no es desde luego (al menos, eso no es  en ella lo esencial) un pensar que  , como el del poeta, explora las  potencialidades y recursos que el lenguaje tiene con vistas a su propia recreación. Pero el pensar de la filosofía no es tampoco el pensar de la ciencia.  No cabe encasillar la filosofía como una modalidad particular de  la manera de hacer de los científicos (lo cual supone que en la distribución administrativa de la universidad la filosofía  no puede ser una facultad paralela a la facultad de biología o de física, asunto considerado por Kant en su Conflict de las Facultades). Simplemente la filosofía no es  ciencia. Y sin embargo la filosofía va tras  (con todo el equívoco de la expresión)  la ciencia. Su pensar es un pensar que sigue en el tiempo al pensar de la ciencia y desde luego extrae toda la savia del mismo, pero también la filosofía está detrás de la ciencia dándole quizás soporte. La filosofía en todo caso para tener legitimidad  ha de añadir algo a la ciencia, ha de decir cosas que la ciencia no dice. ¿Qué añade o dice? Asunto problemático:

La base de las  consideraciones sobre temas de física que aquí me han ocupado pueden ser extraídas de cualquier manual de la disciplina. Ningún elemento de información es de mi propia cosecha. Ni siquiera, es un ejemplo,  el señalar la radical diferencia que para una concepción aristotélica de la physis  (en la cual el estatuto de hallarse en movimiento no puede de manera alguna ser confundido con el estatuto de hallarse en reposo) supone principio de relatividad de Galileo. Esto es  algo que en ocasiones forma parte de la reflexión del profesor de física  y en todo caso del historiador de la física. ¿Por qué sostengo  pues que estamos aquí ante un problema de metafísica y no sólo ante un problema de ciencia o de historia de la ciencia. La respuesta sólo puede venir del énfasis en la intención  Se trata ciertamente de conocimiento, y de conocimiento riguroso, y por eso la ciencia es la base, pero se trata asimismo de algo más. Pero, ¿ en qué consiste ese algo?. ¿ Qué añadir  si estuviera ya resuelto  el problema de la indispensable información (científica pero también filológica e histórica a fin de poder interpretar textos e insertarlos en contextos) y hubiera ya  sido planteado el eventual problema de evaluación e interpretación de dicha información en el seno mismo de la ciencia? ¿Qué hace, en suma, el metafísico? Habrá que seguir preguntándoselo.

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11 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Isabel Allende K.O..- Esta foto de Isabel Allende, agotada luego…

Isabel Allende K.O..- Esta foto de Isabel Allende, agotada luego de firmar 900 ejemplares de su nueva novela El juego de Ripper (Plaza y Janés) está dando que hablar en redes sociales. La foto fue tomada por Univisión Noticias. Algunos comentarios en contra y muchos a favor. Algunos hater la atacan con sarcasmo diciendo cosas como ?Peor es picar en la mina?. Otros la defienden ?Cada cual con su trabajo, no hay que desmerecer el trabajo de nadie, mientras sea honesto?? Otro hater dice: ?también descansará tras los millones q se embolsa!? y alguien contesta: ?900 firmas, 900 sonrisas, 900 personas felices. Gracias y enhorabuena.? Y así pasa la vida?  Foto: Univisión Noticias



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10 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El punto G

Vuelvo a escribir en este blog para tratar (inocentemente) de salir de un atolladero. No a través del blog que como su nombre evoca te bloquea (¿bloquea?) de nuevo sino por el hecho de la escritura se llame como se llame siendo escritura. Aunque este es de nuevo el problema. Porque escribir sería acaso un alivio si -como sucede con las medicinas inextricables- no se supiera que se está escribiendo pero al hacerlo con expreso cocimiento -y no hay casi nada que requiera mayor consciencia que la palabra exacta- mi embrollo se enrolla más y se aprieta. De manera que no sé el método para actuar con provecho. Conmigo a solas acabo harto, con la escritura termino ridiculizado. Y lo que es peor: falsificado. Pero ¿Podría ser entonces la falsedad una opción de fuga? Podría ser. Porque ¿qué otra cosa no es la ilusión sino una composición falsa para eludir lo real siendo lo eral aquello que ciega la posibilidad de mentir o fugarse. ¿La mentira? La mentira. Pero ¿cómo mentirnos si conocemos de antemano que vamos a hacerlo o  estamos muñendo ya sus piezas? ¿Morir entonces? ¿Fingir morir al eliminar el pensamiento, los sentidos, los recuerdos? Quedarse con el esqueleto mondo e incapacitado para meditar a través de circuitos blandos estos que hacen posible el dolor de lo que duele en cualquier punto sin saber qué es, y que pertenece, por derecho (por desecho), al reino de la carne. Al reino de la carne o de los lastimosos vivos puesto que los muertos, de hecho, se despojan de la encarnadura para vivir mejor, más ligeros, desprendidos del cerebro y del estómago, del complejo y enrevesado circuito de la sangre que silenciosamente va depositando aquí y allá diferentes coágulos del padecimiento. Sangrar por la herida, sangrar hasta la última gota de agua. Gota malaya que martiriza y nos envilece. Gota salvaje que nos iguala a la salvaje naturaleza de los seres que, en el sufrimiento, descubren precisamente esta puntada, este adverso punto G.



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10 de febrero de 2014
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La independencia también tiene sexo

Las mujeres son menos independentistas”. Según la encuesta realizada por Gesop para el Grupo Godó, un 54% de los hombres apoya el respaldo al Estado propio frente al 42,3% de las mujeres. Una interesante perspectiva de género se abre a propósito de la aspiración a segregarse de España -en algunos gráficos, en la prensa se representa Catalunya como un gajo de mandarina o una porción de queso cortada del todo peninsular-. No sé si esta visión inhibe más a las mujeres por la evocación del dolor fantasma del miembro amputado. O si guardan relación su tan manida empatía, su deleite en el diálogo y su inteligencia emocional con su posición soberanista. Mucho se ha hablado de la necesaria feminización del mundo para lograr que tenga un rostro más amable. Tanto desde una perspectiva biológica como sociológica se subraya la importancia del acuerdo, ejemplificado muy a menudo por mujeres. Procuro sopesar si en verdad existe una argumentación que sustente esos 12 puntos de distancia con los hombres. ¿También somos diferentes en esto? De entrada, me llegan los ecos de la diputada socialista Victoria Kent bregando en el Congreso contra -ni más ni menos- el sufragio femenino. Consideradas esclavas mentales de la Iglesia o la familia, siervas de un conservadurismo a ultranza que imposibilitaba el progreso, el cliché de la población femenina en aquellos tiempos remitía al oscurantismo más tremebundo. Clara Campoamor, en cambio, combatió el prejuicio del adocenamiento. Nunca se me hubiera ocurrido preguntarme si hay más mujeres que hombres de derechas, o si hay más hombres que mujeres independentistas. Por ello me intriga que la encuesta haya resaltado la brecha de género en la intención de voto. De la misma forma que ha desmontado para la España más temerosa el tópico de que todos nuestros jóvenes son radicales separatistas a un paso de la kale borroka (un 52%, es decir, la mitad, están por la independencia), podríamos interpretar que a la mayoría de las ciudadanas no les agrada la transgresión ni el conflicto. “Si la civilización hubiera sido dejada en manos femeninas, todavía estaríamos viviendo en cabañas de hierba”, le leí en una ocasión a la siempre provocadora, y tan única como discutible, Camile Paglia. Siguiendo esta tesis, podríamos añadir que hubiéramos conocido un mundo sin tantos conflictos bélicos, menos narcotizado, con una cifra inferior de accidentes de tráfico, suicidios y violaciones. Paglia considera que la asunción de los llamados “valores femeninos” -como la sensibilidad, el diálogo o la cooperación- es perjudicial en el proceso de socialización en un mundo competitivo. Aunque interesantes y necesarios, las políticas y los estudios de género contraen el riesgo de olvidarse de la individualidad. Ya en pleno siglo XXI debería abundar lo que nos une, y no lo que nos separa. Pero, entonces, ¿qué haríamos con las estadísticas?

(La Vanguardia)

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10 de febrero de 2014
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El Boomeran(g)
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