Skip to main content
Category

Blogs de autor

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

57. Series y coherencia narrativa. Los dos Abrams.

Es complicado ser un hombre de letras del siglo 21. Si uno desea tener presente la cultura tradicional sin renunciar al entendimiento de cuanto sucede en su tiempo (uno de los desiderátums de cualquier trabajo intelectual), el trabajo es cada vez más ímprobo y extenso. Para resumirlo, diré que el hombre de letras actual debería conocer y ser capaz de analizar el legado de los dos Abrams: Meyer Howard Abrams, el autor entre otros del clásico The Mirror and the Lamp: Romantic Theory and the Critical Tradition (Oxford University Press US, 1971) y J. J. Abrams, el polifacético creador, guionista, productor y director de películas como Súper 8 o Star Trek, asimismo alma mater de la serie Perdidos (2004-2010) y una de las personas que más han hecho por la redimensión de las narrativas transmedia y las historias bajo estructura ARG. Conocer estas últimas tipologías de narrativa de historias, por ejemplo, sería también un irremplazable trabajo del hombre de letras del siglo 21, aunque sea para denostarlas. ][ Pero no pueden cegarnos la espectacularidad y la eficacia del trabajo narrativo de J. J. Abrams, ni la atrayente refulgencia de la pantalla puede hacernos obliterar la importancia de la figura de M. H. Abrams y otros investigadores del altomodernismo literario y filosófico, del que vienen, como espectros culturales, varias sombras que planean sobre el imaginario de la producción audiovisual del presente. De hecho, la investigación de Abrams sobre el Romanticismo sería útil para esclarecer cómo los espíritus neo-romanticistas de H. P. Lovecraft dan furibundos coletazos en el guión de la teleserie True Detective, o cómo el sublime romántico desliza su increíble capacidad de supervivencia en Perdidos, esa serie sobre pervivencias en un entorno natural bello y terrible a la vez, como manda la lógica romántica. En esa estética, escribe Abrams en Natural Supernaturalism: Tradition and Revolution in Romantic Literature (1973), "lo sublime es vasto (...) salvaje, tumultuoso e imponente, está asociado con el dolor y evoca sentimientos ambivalentes de terror y admiración"[1]. ¿Cuántas series televisivas no se construyen hoy sobre presupuestos estéticos semejantes a ésos? Recordemos que José Luis Molinuevo, al examinar la obra de David Lynch (autor de una de las mejores teleseries de toda la historia, Twin Peaks) dentro de un libro sobre romanticismo, explica que "lo sublime como amenaza no es lo extraordinario que rompe con lo cotidiano sino que surge de ahí, está agazapado dentro"[2]. Sólo hay una reubicación de las pulsiones de siempre, disfrazadas de otra cosa. Esto se ve mejor con un ejemplo concreto, True Detective. Pensemos en esos horrendos túneles horadados bajo el suelo de Carcosa, en los que el rey amarillo aguarda al detective Cohle, y ahora recordemos los versos de Wordsworth:

 

"Ni el Caos, ni el más oscuro pozo del inferior Erebo,

no oquedad alguna de vacío más ciego, excavada

con ayuda de sueños, pueden causar temor y pasmo

como el que nos alcanza al mirar

dentro de nuestras Mentes, en la Mente del Hombre"

 

(The Prospectus, 1814, traducción de Carlos Piera).

 

Hasta aquí la parte interesante del tema. Pero vayamos a la otra. El humanismo de fuste de M.H. Abrams tiene otros valores: amén de enseñarnos los subtextos sobre los que la cultura va reescribiendo sus aportaciones, nos recuerda que contar historias, miles de años después del Gilgamesh, tiene unas pautas y requiere de una seriedad constructiva. Esto no quiere decir que las series deban ser serias, y perdón por el calambur, sino que tenemos un legado varias veces milenario de historias contadas que nos fuerza a no ser inocentes como creadores ni ingenuos como espectadores o lectoespectadores. Lo que intento decir es que la palabra "narrativa" ha evolucionado mucho, y de ninguna manera acoge ya sólo a la tradición prosística, como ha aceptado ya hasta el más conservador de los teóricos de la literatura, pero sus evoluciones deberían ser tenidas en cuenta como "arte narrativo" siempre y cuando sean narraciones de verdad, esto es, cuando estén bien construidas, con respeto al arte fabulador, y estén dotadas de coherencia y verosimilitud (o cuando la ruptura de estos elementos tenga un sentido estético y sea deliberada y significativa, como en algunas obras de Beckett). Es difícil hoy día, como explica Terry Eagleton, saber qué sea "literatura" en nuestro tiempo, pero las cosas se aclaran cuando atendemos a las funciones del texto, y una de las funciones que alejan a lo literario con más rapidez es la función de puro entretenimiento. En este sentido, en las últimas semanas he visto dos series que no cumplen las arriba citadas características de solidez estructural: House of Cards y True Detective; razón por la cual podría sostenerse que quizá sean un buen notable espectáculo televisivo, sí, pero no deberíamos aceptar su consideración como narrativas artísticas.]

 

[Advierto que en adelante van a destriparse algunas claves de estas series, de modo que quien quiera verlas sin conocer estos detalles debería dejar de leer ahora. ][ La primera teleserie, House of Cards, me ha interesado y gustado mucho más que True Detective, que es manierista y tramposa, por no entrar en otras cuestiones. Pero mientras que la primera temporada de House of Cards era verosímil para el espectador, incluyendo el crimen final, el homicidio que comete Frank en el primer capítulo de la segunda temporada rompe por completo nuestra credibilidad. ¿Un Vicepresidente de los Estados Unidos asesinando a una periodista con sus propias manos en un lugar público? ¿Hablamos en serio? El lectoespectador siente que lo que Colerigde llamaba su voluntaria suspensión de la incredulidad se ha puesto a prueba hasta unos términos inesperados, extremos, inaceptables. Es posible que siga viendo la serie como puro entretenimiento, pero su experiencia es ya distinta. No puede olvidar esa desafortunada escena y el desafío a lo razonable que implica. Por eso siempre me ha parecido que la serie política perfecta es Boss, por desgracia abortada en su segundo año de emisión. En Boss también hay políticos que matan, pero no lo hacen directamente: hay otras personas que lo hacen por ellos. La elegancia con que tal proceder es explicado en Boss es la misma con la que un escritor como Banville lo introduciría en una de sus novelas. Al reconocer los modos eficaces y elegantes de narración en Boss, podemos considerarla -y lo hago sin reservas- como una narrativa artística; un modo de contar que estéticamente cuenta con mi interés y que leo como muestra de la narrativa destacable de nuestro tiempo, bajo forma de teleserie. Sin embargo, la "ruptura del contrato", que diría Steiner, de House of Cards con la narratividad profunda y exigente me impide considerarla como tal, al menos la segunda temporada. Como crítico literario, aceptar sin más esa quiebra de verosimilitud en el argumento del capítulo 2X01 sería una imperdonable contradicción con los criterios mediante los cuales examino, puntillosamente, la narrativa contemporánea escrita en castellano. Y el peor error que puede cometer un crítico, lo dijo T. S. Eliot y lo recuerdo a menudo (quizá demasiado a menudo, pero es para no olvidarlo), es contradecir sus propios parámetros de gusto. ][ El mismo despropósito de House of Cards 2X01, pero todavía más increíble y decepcionante, tiene lugar en el último episodio de True Detective. Una serie que me ha dado mala espina desde el principio, por su excesivo manierismo visual, su manipuladora metonimia social (sería interesante comparar la visión del sur de los Estados Unidos que aparece en ambas series), su nihilismo mal digerido y refrito como esteticismo y no como pulsión filosófica (algo que Enrique Ocaña y otros expertos consideran como la peor traición posible al nihilismo seriamente entendido), la sobreactuación de los dos protagonistas (coproductores de la serie y, como tales, libres para cometer cualquier desmán interpretativo), pero que en su capítulo final ha derrumbado su credibilidad narrativa por completo, al sustentar la resolución de la trama y el hallazgo del delincuente en una risible conexión entre un hombre dibujado con orejas verdes y la pintura de una casa. Comentando este episodio con el crítico cinematográfico Pablo Muñoz, llegamos a la conclusión de que un error de este calado jamás hubiera sido perdonado en una novela actual, sobre la que hubieran caído, de inmediato, decenas de reseñas señalando esa falla argumental como un impedimento insuperable para su consideración como novela bien acabada y, en consecuencia, como literatura digna del nombre. ] [Fijémonos en lo que decía sobre un episodio de Battlestar Galactica uno de sus creadores: "En un largo podcast autocrítico, Ronald D. Moore se explica largamente a sus fans sobre un episodio (T02E14) del que ‘no está particularmente orgulloso'. Reconoce Moore errores conceptuales, de verosimilitud, de estructura narrativa" (Rosa Álvarez Berciano, "Tensiones de la narrativa serial en el nuevo sistema mediático". Anàlisi. Quaderns de Comunicació y Cultura, 2012, p. 61.]

[Habría que cuestionarse, en consecuencia -y ese es el objeto de este auto-cuestionamiento, de mi puesta en crisis, mi auto-advertencia, mi señal de alarma-, hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar acríticamente los productos de puro espectáculo creados por multinacionales estadounidenses y considerarlos, sin más, como obras de arte. No niego que algunas lo sean; es más, lo defiendo: The Wire, Boss, Twin Peaks, me parecen tan irrenunciables para un ciudadano culto como el cine que están haciendo Terrence Malick, Leos Carax o, a veces, Wong Kar Wai o Lars von Trier. Pero hacer el juego a una producción tramposa y mal acabada como True Detective, que es puro entretenimiento contrachapado con aires de grandeza, y ponerla a la altura de cualquier buena novela me parece un gesto propio de alguna alucinación colectiva sobre la que deberíamos reflexionar. Porque nunca como ayer, viendo la vergonzosa escena de la pintura verde, había tenido la sensación de que estaban intentando darme gato por liebre, o simple espectáculo por "narración artística". Y, como crítico de narrativa y como amante rabioso de los productos audiovisuales hechos con respeto y seriedad, entiendo que mi deber es decirlo, distinguir la realidad de la apariencia y vindicar las narrativas exigentes y bien trabadas, sea cual sea la forma escrita, visual, audiovisual o textovisual en que aparezcan.


[1] M. H. Abrams, El romanticismo: tradición y revolución; Visor Distribuciones, Madrid, 1992, p. 92.

[2] José Luis Molinuevo, Magnífica miseria. Dialéctica del Romanticismo; CENDEAC, Murcia, 2009, p. 180.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
12 de marzo de 2014
Blogs de autor

Pistorius y el equívoco

Las crónicas periodísticas sobre el juicio a Pistorius no dejan de arrojar elementos tan dramáticos como teatrales. Ver correr a Pistorius la final de los 4×400 en Londres fue un triunfo sobre el dolor y la carencia. Una bofetada a la resignación y a la conformidad de un destino miserable. Con el tiempo y el marketing, se convirtió en líder mediático. Decía cosas así: “El perdedor no es quien llega el último en una carrera, sino quien decide sentarse y se limita a mirar”. Vestía ropa italiana, y fue elegido el hombre más sexy de Sudáfrica. Incluso, en enero del 2012, participó en una edición de Bailando con las estrellas, un programa de la RAI donde emocionó al público y al jurado hasta las lágrimas mientras bailaba un tango con una bailarina del programa. Era la primera vez que bailaba con sus huesos de acero. Todo era poco como tributo a su madre, Sheila, fallecida cuando él tenía 15 años, que lo educó para crecer sin complejos y soñar a lo grande. Su historial empezó a acumular tristes incidentes, denuncias por violencia doméstica, tiroteíllos con los amigos, obsesión por las armas… Todo parecía casual, pero revertir este pasado después de haber matado a tu novia sólo puede lograrse si invocas uno de los grandes asuntos de la condición humana: el equívoco. El atleta biónico y su preparadísimo abogado, Barry Roux, sostienen su coartada sobre las columnas de un equívoco funesto, mortal. Porque el acusado de haber matado a Reeva Steenkamp, de 29 años, dice creer que en el lavabo había un ladrón en lugar de su novia. Y también dice que cuando descubrió el cadáver de la muchacha que dormía a su lado empezó a chillar histérico, con voz aguda de mujer, aspecto que fue retorcidamente puesto en escena por la defensa hasta llegar a confundir a los vecinos que siempre sostuvieron haber oído gritar a una mujer aterrada. Pistorius sintió naúseas y vomitó, la juez recomendó una pausa, pero el abogado-dramaturgo prefirió continuar porque no habría hora en que su defendido pudiera escuchar el relato sin arcadas. Pero la estampa está escrita: el héroe mágico, ahora villano, que tiene dividida a la opinión pública, a negros y blancos, que ya ha negociado con sus suegros (pasan por estrecheces económicas), y que implora disculpas universales por disparar contra una puerta cerrada, de madrugada, cagado de miedo. Al igual que O.J. Simpson o Carlos Monzón, tenía antecedentes de hombre violento. El mismo que ahora dice chillar como una mujercita y vomita ante la descripción del charco de sangre y masa encefálica. Será la natural tendencia anglosajona a espectacularizar los crímenes de celebridades, con guiones dignos de la Fox, pero cuánto espanto produce esta hombría.

(La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
12 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Las cincuenta mejores novelas británicas del XIX.- Para los que…

Las cincuenta mejores novelas británicas del XIX.- Para los que disfrutan de las listas de Flavorwire, aquí hay una interesante: cincuenta novelas británicas del siglo XIX, consideradas imprescindibles. Desde luego, encontrarán a Wilkie Collins, Thomas Hardy, Charles Dickens, Jane Austen, George Elliot, Charlotte Bronte, Emily Bronte, entre otras. 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
11 de marzo de 2014
Blogs de autor

Asuntos metafísicos 40: resistencia de la representación clásica.

Qué seguir discutiendo tras John Bell

"Por gemelos auténticos que dos hermanos J y L sean, si se encuentran en lugares alejados nadie espera que una acción física sobre J, tenga asimismo efectos en L (las cosquillas en el uno no provocan la risa en el otro, como dice socarronamente un cronista científico)". De esta manera informal me he  referido aquí   al  principio de contigüidad en el orden natural, el cual  posibilita un segundo enunciado cuando es considerado en perspectiva local: todo fenómeno físico que quepa observar en L es independiente de las observaciones que en paralelo puedan hacerse en J. Este segundo enunciado  pone mayormente de relieve la independencia  de quien se encuentra protegido por el hecho de tener  un lugar  o  espacio propio, pone mayormente de relieve la localidad.

El asunto puede ser presentado de una manera algo más precisa:

Sean A y B dos acontecimientos temporales que ocurren en lugares distintos.  Entonces una influencia de A  en B (o viceversa) no puede ejercerse en un tiempo inferior al que la luz tardaría en recorrer el espacio que les separa. Si A y B son simultáneos, es decir, si el tiempo que les separa es nulo, la influencia entre ellos que sólo podría ser instantánea  está simplemente excluida. [1] Necesario será presentar en su momento  un compendio de los principios reguladores del orden natural, compendio que además de la  localidad incluye  individuación, causalidad, determinismo y realismo. En el marco de la teoría cuántica cada uno de ellos puede ser objeto de un tratamiento riguroso, el cual a veces se hace imprescindible a la hora de extraer el meollo conceptual  y poner de relieve las enormes implicaciones filosóficas.

La postulación de la localidad constituye  quizás la viga maestra en la arquitectura de los principios. De hecho en los trabajos de Einstein (o a los que Einstein está asociado) relativos a este asunto, la localidad es hasta tal extremo relevante que incluso la reivindicación del realismo puede interpretarse como mero corolario de la asunción de la localidad. [2]  Cabe decir que sin localidad no hay para Einstein  garantía de que se de una  realidad independiente del  observador susceptible de perturbarla y, en consecuencia, no hay razones para excluir la indeterminación en el orden natural.  Que otros hayan intentado salvar el realismo sin sostenerse en la localidad no excluye que  discutir la localidad es  esencial, lo cual in embargo puede dejar al lector perplejo:

¿Por qué pues volver al origen del problema en Einstein?  En la última  columna señalaba que se cumplen cincuenta años del teorema de Bell ¿No quedábamos en que esto supone un antes y un después? ¿No está claro desde 1964 que localidad, realidad física, observables compatibles, todo ello reivindicado por   la concepción clásica del orden natural pero incompatible con las previsiones de la mecánica cuántica ha perdido la partida a partir de estas últimas? Por si fuera poco ¿no fue dado el golpe de gracia por un teorema tres años  posterior conocido como de Kochen -Specker al que aquí me he referido ya en alguna ocasión?

Y sin embargo sigue habiendo  mucho que discutir, tanto por razones técnicas como por razones conceptuales. No se ventila fácilmente un asunto en el que se juega una parte de la metafísica imperante desde Aristóteles a Einstein. No se renuncia sin combate  a los principios sobre los que, al decir de Einstein, se sustentaba el trabajo de la física, ni siquiera al de localidad que parece a veces haber sido  definitivamente sacrificado.

¿Las dos vías de Parménides? Vamos a dar vueltas a la localidad, a la vez en una dimensión filosófica (cuando sea necesario apoyarse en  una dimensión técnica esta será expuesta en apartado para no interrumpir el hilo del discurso), intentando determinar el estado de la cuestión respecto a los posicionamientos sobre la misma.

Correlativamente nos preguntaremos sobre las condiciones de posibilidad de la interiorización de la no localidad, abordando el peliagudo asunto siguiente: en el caso de que indiscutiblemente quepa afirmar que, en sus estructuras elementales, la naturaleza se comporta sin sometimiento al principio de localidad ¿hay algún tipo de estrategia que permitiera adaptar nuestro comportamiento efectivo a este espejo profundo? ¿Cabe  interiorizar un entorno que, una vez traspasada  la  apariencia inmediata, ni siquiera es seguro que responda a las leyes de la Relatividad Restringida?  ¿O más  bien, como en los ejemplos de Zenón, el saber de la cosa  ( si cabe llamar cosa a lo que ni siquiera obedece a lo más básico)  va por un lado y el efectivo estar del ser del hombre en el mundo por otro?

El propio John Bell dudaba de que los corolarios de su teorema determinaran no ya su disposición ante la vida sino su disposición como hombre de ciencia. Dudaba de que pudiera  un físico aceptar sin más que aquello de lo que se ocupa carece de garantía fuera de su testimonio. La vía parmenidiana de la verdad pone en tela de juicio pero no excluye del mundo la vía de la opinión. Nunca el lector de Zenón ha adoptado la resolución de dejar de acercarse al lugar situado a diez metros  que aleja del peligro en razón de que antes ha de recorrer cinco metros  y antes dos metros y medio...Nunca el saber de la elasticidad y división infinita del continuo paralizó la acción por mucho que sí activara el pensamiento. "Afirmar que realmente es así..."constituiría el verdadero pecado  mientras que en el hecho de meramente salvar los fenómenos "no existe peligro alguno", escribe el cardenal Roberto Belarmino  intentando poner en guardia a su muy apreciado Galileo.

 


[1]

      Existe una versión restringida de este principio de contigüidad-localidad que dice así : "Aunque hubiera manera de ejercer una influencia  instantánea  de A sobre B, esta influencia no podría ser utilizada para enviar una señal. O dicho de otro modo: no podemos comunicar a velocidad superior a la velocidad de la luz. La terca constancia de esta versión restringida del principio tendrá  enorme importancia a la hora de ponderar la verdadera trascendencia ontológica de ciertos experimentos de la física contemporánea.

[2]             Así en el ya histórico artículo conocido como  Einstein- Podolsky Rosen ( A Einstein, B. Podolsky, and N. Rosen: "Can quantum mechanical description be considered complete?" Phys Rev 47, 777 1935) se sostiene  la tesis de que la mecánica cuántica   no puede ofrecer una representación completa del estado de cosas en el orden natural dado que el principio de incompatibilidad de observables a ella asociado  es inconsistente con la asunción del realismo. En síntesis el argumento es que si en determinados casos de correlación  los valores cuantitativos de la posición y el momento (por elegir el ejemplo convencional) pueden ser previstos con absoluta certeza sin perturbar el sistema,  entonces  dichos valores corresponden a un elemento de realidad física. Así pues  el hecho de que cuando disponemos del valor preciso de la posición no dispongamos del valor del momento, y viceversa, sería tan sólo resultado de nuestra ignorancia, en absoluto de una ausencia de determinación en el orden natural. Mas si el argumento directamente esgrimido contra el principio de incertidumbre es el realismo, de hecho  la hipótesis realista se sostiene en el escrito  en base a  una situación que garantiza la localidad.

Leer más
profile avatar
11 de marzo de 2014
Blogs de autor

Gerard Mortier, despedida y gratitud al maestro espiritual

La foto que preside este pequeño homenaje es una de las últimas que el fotógrafo del Teatro Real (apropiadamente llamado Javier del Real) le tomó a Gerard Mortier. La jefa de prensa internacional del teatro, Graça Ramos, nos la envió a los corresponsales poco después de saberse la noticia del fallecimiento de Mortier, a los 70 años, el sábado, en su casa en Bruselas. Acababa de perder una valiente batalla contra el cáncer.

En la foto se lo ve consumido, agotado, pero con la mirada viva, inteligente, penetrante, irónica, que recordamos los que tuvimos el privilegio de entrevistarlo.

*          *          *

Hijo de un panadero belga, Mortier llegó a la cima de la gestión y organización de exquisitos eventos musicales por sus propios méritos y con una auto-exigencia, cultura y ambición artística únicas en las últimas décadas. Fue el sucesor de Herbert von Karajan como director artístico del Festival de Salzburgo, llevó al teatro de ópera de su ciudad natal, La Monnaie, a la vanguardia de la ópera contemporánea, y en la Ópera de París mostró las grandes obras del pasado de una forma nunca antes vista.

Se alió durante su larga carrera con muchos de los creadores más innovadores de la escena teatral y musical contemporánea: directores de escena como Robert Wilson, Peter Sellars, pintores y escenógrafos como Eduardo Arroyo, directores de ópera como Sylvain Cambreling, Teodor Currentzis o la joven y prometedora batuta española Pablo Heras-Casado.

Eran alianzas artísticas y espirituales: los convocó, los trajo a Madrid para llevar al Teatro Real a cotas nunca vistas de osadía artística. Como en Salzburgo o en París, a muchas sensibilidades conservadores los “inventos” de Mortier no les gustaban: preferían lo de siempre, el brillo y el oropel, el triunfo de las voces famosas, las óperas del repertorio usual, puestas en escena tradicionales.  

En su última etapa como mago y dinamizador cultural, Mortier creyó que la ópera de la capital española se merecía estrenos como The Perfect American de Philip Glass o el reciente Brokeback Mountain de Charles Wuorinen, la recuperación de joyas del pasado remoto, como The Indian Queen de Henry Purcell o del siglo XX, como San Francisco de Asís de Olivier Messiaen o el Wozzeck de Alban Berg.

Todas sus puestas fueron cuidadas al máximo, todas las que ví (más de la mitad de las que puso en escena en Madrid) me dejaron pensando, con preguntas y dudas profundas, en un estado de gozo y desasosiego interior, todo al mismo tiempo. De varias de las que más me impresionaron (como el Cosí fan tutte mozartiano dirigido por Michael Haneke) escribí en este blog.

*          *          *

El año pasado lo entrevisté en su despacho, cuando todavía no lo habían despedido ignominiosamente por haber opinado que quería participar en la elección de su sucesor. Hablamos de ópera, de música, de teatro, pero sobre todo de espiritualidad. En su discurso percibí algo que pocas veces se escucha en estos días: un llamado pasional por hacer volver, crecer, ganar espacio los valores del espíritu, la cultura y el arte en la sociedad contemporánea, pero no el espíritu como servidor de ninguna religión. Un espiritualidad a-confesional.

Ahora están de vuelta los católicos, con su jefe Francisco en la cresta de la popularidad, llamando a una lucha entre la religión establecida y la superficialidad, el consumismo. Como si fueran las únicas posibilidades. Los valores espirituales por los que predicó, luchó y dio hasta su último aliento Gerard Mortier no son los de la católica ni de ninguna otra iglesia. Son valores ligados por un lado a la ilustración europea, pero por otro lado a una búsqueda personal, universal, en el fondo ácrata, propia de los artistas de verdad, que no sirven a ningún amo.

En su última rueda de prensa, hace un mes y medio, para presentar Brokeback Mountain, con 40 grados de fiebre y con el cáncer royéndole el páncreas, habló de la emoción del amor, de la lucha contra las ataduras y prohibiciones de los censores, y por la libertad individual en su sentido más profundo. En castellano, en inglés, en francés y en alemán, siempre a velocidad de vértigo y con un humor inagotable, hizo su último chiste, después de despotricar contra los ataques del gobierno de España y de Madrid a los derechos sexuales y reproductivos que tanto costó conseguir. “Yo digo lo que pienso. A mí ya me echaron”, dijo con una sonrisa seráfica. “¿Me van a echar otra vez?”

Nadie lo podrá echar de la memoria agradecida de los que disfrutamos de los espectáculos importantes, actuales, desafiantes que creó. Por él sentimos, por un momento, que tiene sentido y valor social y político este arte anquilosado, caro y favorito de los que llenan sus plateas, los encorbatados y las perfumadas que no sufren la crisis.

Gracias, maestro íntegro. Te echaré de menos, Gerard Mortier.  

Leer más
profile avatar
10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

En recuerdo de mi padre: Hace tres año, un 7 de marzo, murió mi…

En recuerdo de mi padre: Hace tres año, un 7 de marzo, murió mi padre. Entonces escribí un texto titulado ?Mi padre ha muerto hoy?. La relación con las personas que mueren no concluye, sigue construyéndose, y puedo decir que ahora mi relación con él es incluso más sana y bella que cuando estaba vivo. Y conversamos más. La muerte no existe. Les dejo el texto que escribí entonces y que he colgado en mi blog en El País.  Leer el post.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El regreso de Banville/Black/Chandler

Una tarde de verano el multipremiado escritor irlandés John Banville se puso a escribir una novela policíaca y decidió publicarla bajo el seudónimo de Benjamin Black. Los que creían que sólo se trataba de un divertimento se sorprendieron de la calidad de El secreto de Christine (2006). Casi una década después, con siete novelas publicadas con el agrio patólogo Quirke como personaje principal, Black es tan respetado que los herederos de Raymond Chandler no dudaron en ofrecerle que se encargara de "resucitar" al icónico Philip Marlowe. El que dudó en aceptar fue Black --¿o se trataba de Banville?--. No debió hacerlo: el resultado, La rubia de ojos negros (Alfaguara), es una novela de alta calidad que cumple con creces el triple cometido de devolvernos al mundo noir de Chandler, confirmar el talento de Black para el policial y mostrarnos que, incluso adoptando los manierismos de un escritor muy conocido, Banville es uno de los mejores estilistas de la lengua inglesa.

            El género policial se caracteriza por la variedad dentro de la similitud. En las primeras páginas de La rubia de ojos negros, descubrimos un territorio tan familiar, tan mítico ya, que sorprende pensar que alguna vez fue original para los lectores. Ahí está el solitario y melancólico Philip Marlowe, en su despacho, observando por la ventana el paso de los autos y la gente. De pronto, suena el timbre, aparece en escena Clare Cavendish, una heredera de un emporio de perfumes, "rubia, con unos ojos negros, negros y profundos como un lago de montaña", y la trama echa a andar. La debilidad de Marlowe son las mujeres, y ella no es la excepción: "Por alto que seas, algunas mujeres te hacen sentir más bajo que ellas. Aunque Clare Cavendish era más pequeña que yo, me sentí como si la mirara desde abajo". Clare quiere buscar a Nico Peterson, un ex-amante, y Marlowe sospecha que no debería meterse en ese lío, pero, simplemente, no puede no hacerlo.

            La trama de la novela es compleja y eficiente: involucra a corruptos hombres de negocios --¿las hay de otro tipo en un policial?-- y a estafadores de poca monta que se hacen pasar por muertos, en un recorrido que va desde clubs privados hasta las residencias de los ricos. Marlove circula por Bay City recibiendo golpizas sin dejar de lado su sarcasmo ni su talento para atar todos los cabos. En el trayecto aparecen las marcas del estilo de Chandler: el diálogo punzante ("Soy Edwards, Everett Edwards. En realidad, Everett Edwards Tercero". "¿Quieres decir que ya ha habido dos como tú?"), los similes acertados ("Yo permanecí hierático e impasible, como uno de esos indios de madera que colocan a la entrada de los estancos"), la ironía ("Su expresión se endureció, lo que no era fácil en un rostro como el suyo"), la capacidad descriptiva para evocar el ambiente tan soleado como sombrío del sur de California ("El cielo parecía una cúpula de un limpio azul que se iba oscureciendo hasta tornarse violáceo en el cénit").

            Para reconstruir el mundo de Chandler, Banville/Black toma prestados ciertos motivos del cine y la pintura del período; se fija, por ejemplo, en una secretaria en el interior de una oficina, inclinada sobre la máquina de escribir, y esas líneas convocan de inmediato a un cuadro de Edward Hopper. Black también le agrega a Chandler un diálogo continuado con motivos irlandeses, desde bares a camareros a guiños a Oscar Wilde. Y, por supuesto, hay ciertas frases que sólo podían haber sido escritas por Banville: "Los murciélagos chillaban y aleteaban, como fragmentos de papel carbonizado sobrevolando una hoguera". Lo cual lleva a preguntar cómo es posible que este escritor haya podido escribir una brillante novela de Chandler sin dejar de ser Black o Banville. Ése, y no otro, es el principal misterio de La rubia de ojos negros.     

 

(La Tercera, 9 de marzo 2014)

 

 

 

 

 

 

 

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
10 de marzo de 2014
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.