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No digas machismo

Los guardias urbanos -ridículamente llamados agentes de movilidad- que le pusieron una multa a Esperanza Aguirre y le pidieron los papeles del coche eran dos hombres “bastante machistas”, según ha declarado la presidenta del PP de Madrid en su periplo por los medios. “Bastante”, curioso adverbio de cantidad para amortiguar el peso de la acusación, porque machista, al igual que racista o budista, se es o no se es. ¿Es posible hacer debate de género a partir de una infracción de tráfico y el común rebote de quien la comete? Los agentes han declarado, por escrito, que Aguirre estaba nerviosa, que le faltaba documentación, y que arrancó el coche al estilo Fast & Furious y casi atropella a uno de ellos mientras derribaba la moto del otro. “Ya saben ustedes dónde vivo”, les espetó. Así se funciona en Madrid. Mucho señoritingo, don por aquí, doña por allá, y moral de limpiabotas. En el programa La mañana de TVE, presentado por Mariló Montero, Aguirre aseguró que todo había sido provocado por ser quien es, porque le tienen manía, y porque corrieron a buscar la foto. E insistió: “Hay mucho machismo”. A modo de despedida, la locuaz presentadora hizo chanza: “Espero que por lo menos fueran apuestos”. A lo que Esperanza, rauda, contestó entre risas: “Sí, no estaban nada mal”. Si esta conversación la hubieran mantenido dos hombres, acerca de unas agentes de movilidad del sexo femenino, hubieran saltado todas las alarmas sexistas. A punto de ser juzgada por desobediencia a la autoridad, Aguirre recurre al subterfugio del machismo -rebatido y negado por el Ayuntamiento de Madrid (con todos los respetos, resulta poco verosímil la escena de dos agentes de la movilidad discriminando a Esperanza Aguirre por el hecho de ser mujer)-. Y a unas risas sobre lo buenos que estaban los agentes. Del mismo modo que el término “fascista”, convenientemente vaciado de contenido político-histórico, puede lanzársele a la cara al adversario -sea, casi, cual sea su signo, desde a Gallardón, Rosa Díez, pasando por Vidal-Quadras, Putin o hasta a la oposición venezolana-, la acusación de “machista” supone a menudo una cortina de humo para escabullirse de situaciones complicadas. Un fuera de contexto socorrido al que día a día se acogen algunas mujeres con cargos públicos y privados a fin de amortiguar su caída y no salir tan mal paradas. Mientras, en el mundo real, suman aquellas que sufren la discriminación en sus carnes, en sus nóminas y en sus vidas, aunque no tengan una cámara a mano para denunciarlo. Utilizar el machismo como coartada es una irresponsabilidad, una forma de banalizarlo, una zancadilla en la carrera por la igualdad.

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9 de abril de 2014
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El novelista en la cocina

¿Qué hace un novelista metido en la cocina? Para sorpresa de algunos, y espero que para deleite de muchos, he escrito un libro de cocina, Lo que sabe el paladar, publicado en este mes de abril en Managua. Un diccionario de más de 500 páginas, que comprende los alimentos de Nicaragua, "donde se ponen y anotan las cosas de los reinos naturales con que el gusto se regala, artes con que se cocinan y sazonan, y todo lo demás que buenamente se corresponde".

El libro es fruto de una paciente investigación de cerca de seis años; lleva unas 2000 entradas de términos que tienen que ver con la elaboración de platos, de las cuales hay 400 recetas, y otras que versan sobre los materiales para prepararlos: las carnes de res, de animales de monte, de peces de nuestros mares y de aves, tanto libres como domésticas. Vegetales y condimentos, instrumentos para cocinar.

No pocos de esos platos y costumbres de cocina, así como sus términos, están cayendo en desuso, o han caído ya en el olvido, por lo que entre los propósitos de este diccionario, y no es de los menores, está el rescate de esta parte esencial de nuestra cultura que empieza ya a ser arcaica. Se extingue el motastol, un dulce tradicional, porque su ingrediente principal, el fruto de la piñuela, ha ido desapareciendo: ya no se hacen cercos de piñuela, de cardón o espadillo para dividir las propiedades. Otros platos sucumben porque son tequiosos de elaborar, y sobre todo porque resultan caros, dada la cantidad de elementos que llevan.

Es, además, un libro literario, porque cada entrada va enriquecida con citas culinarias, o acerca de nuestros frutos y fauna,  de los cronistas de indias, de los viajeros que escribieron sobre Nicaragua, sobre todo en el siglo diecinueve, y de nuestros poetas y narradores; además de aquellos refranes y dichos que tienen que ver con los elementos de cocina.

Pero entre las herramientas para llevar a cabo mi trabajo, pongo primero la memoria. Porque nada hubiera podido emprender sin el recuerdo del gusto y el misterio de ese territorio vedado de la cocina de mi casa en Masatepe, de la que salían humeantes los alimentos que iban a dar a la mesa donde nos sentábamos mis padres y sus cinco hijos, alimentos bendecidos por las manos laboriosas de la Mercedes Alborada de mi novela Un baile de Máscaras.

Eran tiempos en que las verduras y frutas, y aun las carnes, se vendían de puerta en puerta, y las provisiones se compraban en las aceras, aunque había también un pequeño mercado vecino a la casa de mis abuelos paternos. En un pueblo como el mío, en el rastro sólo de destazaban reses dos veces a la semana, y como mi padre fue en un tiempo alcalde municipal, yo solía acompañarlo tarde de la noche a vigilar el destace, de modo que el animal sacrificado correspondiera a la carta de venta autorizada por él, porque abundaban los cuatreros.

En el patio de mi casa crecían la yerbabuena y el culantro en cajones para embalar jabón de lavar, se criaban las gallinas indias, y a veces un chancho, engordado con los desperdicios, que se sacrificaba ritualmente a medianoche en fiestas de guardar, la principal, el día de San Luis, onomástico de mi madre.

 Y siempre, también en el patio, el chompipe de la mesa navideña, al que se daba un trago de guaro antes de cortarle el pescuezo, por piedad del verdugo, o porque su carne resultaba más suave según la creencia. Y detrás de la cocina había colgado del alero un jicote, un tronco de árbol ya seco, trasplantado con todo y sus abejas zumbonas desde el monte y cerrado por ambos lados con jícaras, del que periódicamente se ordeñaba la miel.

La literatura tiene siempre que ver con la naturaleza y con la vida, y si la cocina es vida y naturaleza, también es oficio del novelista.

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9 de abril de 2014
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Sven Lindqvist: Crítica de la razón exterminadora

Los leí juntos, en estado alucinado, hace casi 10 años. Desde entonces, los dos libros traducidos al español del formidable periodista literario sueco Sven Lindqvist no dejan de maravillarme. Y de atormentarme.

El primero, Exterminad a todos los salvajes, comienza con una frase que es a la vez una provocación, una promesa y una exposición de principios: “Tú ya sabes lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que nos hace falta es coraje para darnos cuenta de lo que sabemos y sacar conclusiones”.

La ruta que empieza a partir de ahí es un recorrido por el África subsahariana de hoy, con pinceladas de la insobornable alegría de la gente y también de la violencia y la miseria material y mental que hunde al continente. El relato de este viaje viene intercalado, en secciones que rara vez duran más de una página, con Historia, historias, análisis y materiales de fuentes diversas que sostienen el porqué del terrible título del libro.

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Lindqvist sostiene que Europa asentó su proyecto de modernidad, después su revolución industrial y finalmente su proyecto imperialista no sólo en el dominio y avasallaje de los pueblos que presentaba como “primitivos”.

El proyecto central era el exterminio.

La historia de la biología y de la antropología, el relato de textos escolares, diarios de viajeros, documentos oficiales y el planeamiento y ejecución de campañas militares y “civilizatorias” van construyendo un panorama desolador: no hubo errores ni accidentes, la situación desesperada del África actual es la perfecta consecución del proyecto de aplastamiento del “otro” que fue la otra cara de la misma moneda del desarrollo de los europeos y norteamericanos hasta sus actuales niveles de abundancia y democracia.

Charles Darwin y Georges Couvier dieron sostén y respetabilidad científica al exterminio, y Joseph Conrad lo percibió en todo su horror. Estos y otros personajes desfilan como testigos en el juicio implacable de Lindqvist a la “razón exterminadora”.

La publicación de este libro en español tiene una historia curiosa: un profesor del Ciclo Básico Común, primer año de estudios en la Universidad de Buenos Aires, descendiente de suecos, quedó prendado de la prosa destilada y dolorosa de Lindqvist, tradujo el libro y colocó las fotocopias de su versión mecanografiada como material de cátedra.

De esa traducción se adaptó el texto que ahora ofrece la colección Armas y Letras de Turner, que también se animó con la primera edición en español de Hiroshima, de John Hersey, y Memorias de un oficial de infantería de Sigfried Sassoon, dos clásicos que desnudan las atrocidades de las guerras mundiales.

*          *          *

Pero antes, Turner ya había traducido y publicado en nuestro idioma otro mazazo de Lindqvist.

Historia de los bombardeos es un libro más complejo y más personal pero igual de tremebundo en sus consecuencias. Traza la historia de los bombardeos aéreos, también acudiendo a numerosas, sorprendentes y riquísimas fuentes.

Aquí Lindqvist postula y demuestra que la destrucción de ciudades enteras, de Gernika e Hiroshima a Vietnam e Irak, no es la excepción sino la regla, el anhelo de los estrategas, la lógica consumada. Masacrar y aterrorizar a civiles indefensos es hoy el propósito de la guerra, y esta práctica y su lógica justificativa es lo que se fue construyendo a lo largo del siglo XX.

Hay una línea lógica de unión entre ambos libros: en Exterminad a todos los salvajes, se muestra cómo la modernidad del siglo XIX se alzó sobre los cadáveres de los “salvajes” que la “civilización” echaría del planeta y de la historia.

Historia de los bombardeos puede ser leído como su continuación: el siglo que acaba de terminar agregó al exterminio generalizado el desarrollo tecnológico que posibilita la distancia aséptica entre el exterminador y el exterminado.

La estructura de este segundo libro es de múltiples entradas, se salta de una sección breve a otra, se avanza y retrocede en el libro, se puede seguir un camino temático o leerlo tradicionalmente, en un avance histórico. Se arma y desarma como Rayuela de Julio Cortázar, y todas sus lecturas nos dejan deprimidos y más sabios.

*          *          *

No sé cómo se me ocurrió hace unos años compartir mi pasión por Lindqvist con la gran editora Valerie Miles, a la sazón directora de la versión española de Granta. Estábamos juntos en una mesa redonda sobre revistas literarias. Ni se me hubiera ocurrido la posibilidad de que el reportero sueco realmente existiera. Quiero decir, sabía que debía existir, pero a veces, con libros que se adentran con mucha profundidad y lucidez en el horror, es mejor pensar que no existe el peligro de toparnos con el autor.

Valerie me contó entonces de su encuentro con Sven. Lo habían invitado para el premio Ulises en Berlín, y el sueco apareció como yo temía imaginarlo: callado, taciturno, muy correcto en el trato, tímido, casi con vergüenza de estar ahí, para ser homenajeado. Estaba por empezar la mesa redonda, pero también es verdad que no quise saber mucho.

Hay libros que nos hacen querer saberlo todo sobre sus autores. Hay otros que al menos a mí me dejan flotando, entre el asombro por el estilo perfecto, implacable, luminoso, y la inteligencia algo siniestra que no deja resquicio para la esperanza. Seguro que Sven Lindqvist como persona es más imperfecto, más humano que sus libros brillantes. En su caso, prefiero quedarme con los libros.

Es necesario leer a Sven Lindqvist, aunque después de saber lo que nos cuenta sea irremediable y aterrador el juntar las piezas para construir definitivamente el mapa de nuestra ignominia. 

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8 de abril de 2014
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Los Panero (1). La familia interrumpida

Luis Cernuda escribió una sola obra de teatro, ‘La familia interrumpida', cuyo manuscrito entregó a un joven Octavio Paz en Valencia, durante la guerra civil; el autor se olvidó, el texto se perdió, hasta que el poeta mexicano, buscando otros documentos dejados por él a su madre en una caja, lo encontró y lo publicó en 1985. La obra, fascinante, mordiente, se estrenó mundialmente en España en 1996. ‘La familia interrumpida' fue escrita en torno a 1937, y diez años después Cernuda trató asiduamente en Londres a Felicidad Blanc, la mujer del poeta Leopoldo Panero, que dirigía en la capital británica el Instituto de España franquista. Felicidad, que ya había tenido su primer hijo, Juan Luis, sintió algo, ¿un enamoramiento?, por el escritor sevillano, aun a sabiendas de su homosexualidad. Con la muerte de Leopoldo María, el último Panero vivo, me acuerdo de esta familia interrumpida ya irremediablemente, después de dejar una huella de romanticismo cosmopolita, de ‘malditismo', de franqueza sin tapujos y de civilidad no exenta de narcisismo.

A Leopoldo María, muerto menos de seis meses después que su hermano mayor, las honras post-mortem, una especialidad muy española, le han tratado con mucha deferencia, y en abundancia. Juan Luis, que fue muy buen poeta oscurecido por el brillo diabólico de su hermano segundo, tuvo menos. Las obras de ambos se encuentran en las librerías, y es más que posible que se reediten ahora. Pero yo, reconociendo la singularísima valía de Leopoldo Mª y la gran calidad, en una onda poética ‘cernudiana', de Juan Luis, quiero aquí reivindicar la voz de Felicidad y la figura del hermano pequeño, José Moisés, conocido siempre como Michi Panero.

La voz de Felicidad nadie que haya visto ‘El desencanto', la excepcional película de Jaime Chávarri producida por Elías Querejeta, la podrá olvidar. Bella, inteligente, elegante, sabia, la viuda de Panero se movió toda su vida entre escritores, los de su familia (empezando por el marido, al que amó), los amigos del padre y de los hijos, y los que ella soñadoramente se apropiaba (Cernuda, Calvert Casey). Pero Felicidad Blanc encontró tiempo, después de enviudar y de irse independizando sus hijos, para escribir, y esa voz cultivada con la que se expresaba encontró continuidad en las páginas de ‘Espejo de sombras', unas memorias escritas con libertad y buena prosa que salieron en 1977 y hoy son una rareza bibliográfica. Aún más secreto es su segundo libro, ‘Cuando amé a Felicidad', editado en 1979 como carpeta en una preciosa colección de arte que dirigía Lalo Azcona, ilustrado por el estupendo pintor Juan Gomila,  prologado por Carlos Bousoño y con una cita de Scott Fitzgerald introduciendo un breve compendio de cartas, relatos y viñetas que forman un retrato encantador de esta importante mujer.

En cuanto a Michi, su dandismo recalcitrante le impedía trabajar más de unos meses seguidos, pero también escribió, en prensa, en privado (sus cartas de adolescente tienen genio) y explorando con gracia y descaro la ficción. Ahora que ya no están marcando estilo, nos merecemos todos unas obras completas de los Panero, una familia de disipados que nunca se disipará.

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8 de abril de 2014
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Asuntos metafísicos 44: digresión en torno al tema de la prioridad de la filosofía.

Javier Aguirre,  traductor de la Metafísica de Aristóteles en lengua vasca,[1] inicia un libro reciente [2]recordando una anécdota de Diógenes Laercio según la cual, disponiéndose Platón a presentar una tragedia propia a un certamen, inducido por Sócrates hecha a la hoguera sus textos,  pidiendo protección a Hefesto para no desfallecer en defensa de la verdadera causa del espíritu,  que  no sería otra que la filosofía. Tema ciertamente manido  y que de alguna manera tendría posterior superación en la tesis kantiana de la tripartición de la razón humana: la modalidad de la razón que aspira a conocer se completaría con la modalidad de la razón regida por el imperativo de no reducir a instrumento a los seres de lenguaje,  y la modalidad de la razón que rige en los juicios que denominamos estéticos. No habiendo relación jerárquica entre las tres modalidades, carecería de sentido la guerra declarada por Platón contra la disposición poética  y en general la motivación subjetiva del artista.

Muchas  veces, en este mismo foro me he empeñado en glosar la siguiente  frase de Marcel Proust: "El arte, lo auténticamente real. La escuela más sobria de vida y el verdadero juicio final".   Y sin embargo...

Con independencia de los objetivos, y hasta de los resultados,  algo distingue la disposición subjetiva que conduce a la filosofía de la que conduce a la obra de arte. El arte responde  sin duda  a la exigencia de actualizar las  potencialidades de la condición humana, pero sin  duda debe mucho a la fuga temerosa ante lo que nos determina. Por el contrario la filosofía es, al menos en principio, incompatible con cualquier disposición pusilánime. Tiene en su arranque  comunidad  con la ciencia en cuanto a  la exigencia  de inteligibilidad, pero no se detiene ahí: tal como se ha intentado poner de relieve en estas notas, la filosofía  intenta sondear los cimientos mismos de la inteligibilidad, los principios rectores tanto del orden natural como de los lazos entre los propios seres de razón; la filosofía se confronta tanto a   la necesidad como a la   ley. Esta radical disposición la  obliga  a vigilar los resquicios por los que la  subjetividad intenta escabullirse. Ahí reside quizás la base de la jerarquía establecida por Platón en favor de la filosofía. Admirable paradoja es sin embargo que, para servir a la filosofía, Platón utilice con absoluto dominio los recursos mismos de los grandes del verbo. No será el único: el Discours de la Méthode es una pieza maestra de la literatura francesa, como el Dialogo Supra i due massimi sistemi del  mondo lo es de la  literatura italiana.   

 


[1]    Traducción tanto más de agradecer cuanto que aun imperaban  (caso de que no sigan imperando) los prejuicios  según los cuales lenguas  no-indoeuropeas como el Euskera o indoeuropeas pero "locales" como el Catalán o el Gallego se hallarían incapacitadas para recoger las matizaciones de la ciencia y por supuesto las determinaciones filosófico- conceptuales.  Prejuicios  hechos explícitos  en un día poco afortunado por un alto responsable del estado (por otra parte persona digna de todo respeto), que  de hecho tenían raíz filosofica,  aunque sirvieran de coartada para una intencionalidad política.  Que todo ello  encontrara  sostén en ciertos textos de Heidegger  e incluso en el Fichte del Discursos a la nación alemana de 1807, no los hace menos dañinos sino precisamente todo lo contrario. Aprovecharé para indicar que al Euskera están hoy vertidos algunos de los textos fundamentales  de la historia del pensamiento y que por lo que se refiere a Aristóteles, hay por ejemplo dos versiones del Libro de las Categorías, una debida a J. L. Alvarez y otra a G. Arrizabalaga.      

[2]    Tendré ocasión de volver en este y otros foros sobre la pertinencia de la problemática  del libro de Javier Aguirre  (Platón y la Poesía Plaza y Valdés 2013)

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8 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Queríamos tanto a Lorrie Moore

Hubo un tiempo en que todos queríamos a Lorrie Moore. Esto ocurrió a fines de los noventa, principios de la década pasada. Podíamos discutir los méritos de Jonathan Franzen o David Foster Wallace, pero Lorrie era intocable. Admirábamos sus chispeantes juegos de palabras, sus salidas mordaces, la engañosa levedad con que escribía de cosas trascendentes. Los cuentos de Lorrie te hacían reír y te partían el alma. No importaba que una vez, en España, hubiera dicho que no leía nada de literatura latinoamericana; sí que había escrito Pájaros de América (1998), Anagramas (1991), Self-Help (1985).

El culto de Moore no ha llegado a las nuevas generaciones. No solo no ha publicado mucho, sino que lo último publicado no está a la altura de sus mejores libros. En Al pie de la escalera (2010), que relata la vida de una estudiante universitaria en el Estados Unidos post-11 de septiembre, estaba la voz irónica e ingeniosa de Moore, pero la suma de las partes no alcanzaba a armar una novela potente. Su nuevo libro de cuentos, Bark (2014), es, para decirlo sin vueltas, sorprendentemente flojo. Leerlo es como asistir al triste espectáculo de un mago que solía encantarte con sus trucos y al que hoy casi nada le sale.

Los personajes de Moore son mujeres y hombres en la edad madura, con sus fracasadas relaciones sentimentales a cuestas y una combinación de "deseo frustrado, remordimiento sin vueltas y ambición mal dirigida". Están solos o a punto de estarlo. Han alcanzado cierta aceptación de sus desastres personales, aunque su mirada está, sobre todo, teñida de amargura: "una mujer tenía que escoger cuidadosamente su particular infelicidad. Esa era la única alegría en la vida: escoger la mejor infelicidad". Quieren hacer bromas pero les salen frases torpes. Preocupados por la situación política, son bien intencionados liberales que intentan implicarse en la discusión cotidiana y terminan ganados por los lugares comunes, las generalizaciones.

El mejor cuento del libro es "Paper Losses", la historia de una pareja, Kit and Rafe, contada desde su encuentro en manifestaciones pacifistas hasta su matrimonio y posterior divorcio. Moore es hábil para captar cómo el "amor lujurioso" se convierte en "rabia" y cómo la pareja es "cómplice" en ese nuevo proyecto juntos, "como un cuerpo de baile de malos sentimientos". Con los papeles del divorcio en la mesa, Kit y Rafe viajan a una isla caribeña con sus hijos porque era un plan acordado de antemano; como se anticipaba, todo sale mal, y Kit llega a casa a tirar a la basura "los preservativos y las velas, su pequeña bolsa de amor sin usar"; el párrafo final es maestro, pues Kit da un salto en el futuro, hacia ese momento en que todo lo ocurrido se convertirá en relato, leyenda de la que apenas quedan rastros.

Las buenas noticias de Bark concluyen ahí. Los otros siete cuentos del libro sufren por obvios. "Foes" es sintómatico de los problemas de Moore; reaparece una vieja preocupación suya, las relaciones entre arte y comercio, pero esta vez se resuelve sin elegancia. Bake y su mujer viajan a Washington a una cena para recaudar fondos para una revista literaria; a Bake le toca sentarse junto a una mujer de cara "intrigantemente exótica" que se le pasa criticando al presidente y sus "amigos terroristas". Cuando la discusión se eleva de tono y Bake ha llegado a conclusiones facilonas sobre la mujer, viene la sorpresa: ella ha estado en el ataque al Pentágono del 11 de septiembre (de ahí su cara desfigurada). Bake vuelve a casa mortificado, buscando asirse al mundo que conoce.   

   Después de leer "Foes", conviene regresar a uno de los mejores cuentos que se han escrito sobre las "mezclas parasíticas" del arte y el comercio: se llama "People Like that are the Only People Here: Canonical Babbling in Peed Oink". Lo escribió Lorrie Moore.

 

(La Tercera, 6 de abril 2014)


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7 de abril de 2014
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Ostras y caracoles

Otra de las palabras clave de nuestro tiempo, que tanto vale para el consumo, los negocios o el tiempo libre, es “experiencia”. O mejor dicho, su adjetivación forzada y pedante: “experiencial”. Nada que ver con su sentido vital y filosófico, que la define como el conocimiento adquirido a partir de una vivencia. Un acontecimiento que te permite acceder a un nuevo grado de percepción. Un descubrimiento. Y si bien la experimentación ha salido de los parámetros de la política o la empresa, incapaces de asumir más riesgos, cobra cuerpo en la intimidad de los individuos. Eso sí, declinada en su faceta más hedonista y a menudo superficial, para poder lograr sensaciones coloridas que contribuyan a disipar la grisalla de la economitis mundial. Siguiendo esta lógica, tras los viajes, la gastronomía o los tratamientos de belleza, le ha tocado el turno al sexo, entendido como un parque temático del siglo XXI con variopintas atracciones, que van desde los juguetes sexuales hasta los intercambios de pareja o el porno casero. Y, con inusitado desparpajo, abundan los testimonios en las revistas femeninas, que remarcan la división entre goce y sentimiento. Tanto es así que la bisexualidad -femenina- se despacha con la etiqueta de tendencia social. Cada vez es más frecuente la confesión por parte de las celebridades de que han probado las ostras y los caracoles (parafraseando a Marco Licinio Craso del Espartaco de Kubrick), acaso porque el impacto de las mismas se convierte en trending topic y polémica segura. La última ha sido el desiderátum de Miranda Kerr. El ángel de Victoria’s Secret y exmujer de Orlando Bloom acaba de declarar a GQ que está abierta a descubrir cosas nuevas: “Admiro tanto a hombres como a mujeres. Quiero experimentar. Nunca digas nunca…”. Y lo más curioso es que impacta su intención antes incluso de consumarla. Kerr se une al aluvión de pseudosalidas del armario, que suelen coincidir con campañas de promoción de películas, discos o marcas personales. Las actrices Angelina Jolie y Drew Barrymore oficiaron de pioneras, usando descripciones bien gráficas. “He amado a algunas mujeres, y me he acostado con ellas. Si te gustan y les quieres dar placer, el hecho de ser mujer te da ventaja: sabes perfectamente la manera de tocar”, confesó Jolie. Mientras que la pequeña del clan Barrymore aseguraba que “estar con una mujer es como explorar tu propio cuerpo a través de otra persona”. Lady Gaga, Megan Fox, Lindsay Lohan, Amber Heard… hasta Amy Winehouse, a pesar de cantarle locamente enamorada a su chulo presidiario, les reconoció a sus íntimos que “hay algo muy satisfactorio en el hecho de estar con una mujer”. Todas chicas, acaso demostrado que no temen a su definición sexual porque nuestra sociedad está fatigada de escándalos. En cambio, no encuentro apenas declaraciones de hombres bi: ¿será que no existen?

(La Vanguardia) Foto: Julia Fullerton-Batten

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7 de abril de 2014
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Educación en el desierto

Con el paso de los años uno se pregunta si alguna vez volverá a existir la Literatura como asignatura central del bachillerato, se llame ahora como se llame. En su origen se la tenía como un museo de la gloria nacional y cada país mostraba con orgullo el repertorio de sus talentos literarios, los cuales, en algunos casos como el nuestro, arrancaban de la más remota edad media. Eso ha desaparecido excepto en lugares que por sufrir una identidad dudosa aún se empeñan en tener una literatura "nacional".

Hace años la asignatura todavía era importante porque con ella el niño y el joven comenzaban a conocer el alma del idioma y a desarrollar su potencia. Era el momento cimero de la lingüística, cuando se convirtió en la mathesis universal y la estudiaban hasta los peluqueros. Construir mejor, usar un léxico más rico, entender el laberinto gramatical, verle la sensualidad a las subordinadas, no era un ejercicio inútil sino que se tenía (y yo creo que con razón) como uno de los mecanismos mejores para el desarrollo de la inteligencia. Aquellos que saben hablar bien y con claridad, suelen también tener las ideas más asentadas que quienes sólo balbucean o se explican de modo embrollado. En la actualidad tampoco esta razón tiene demasiado predicamento porque ha descendido el valor de la palabra y a los poderes públicos, generalmente balbucientes, no les interesa que los estudiantes sean más inteligentes que ellos. Peligraría su poltrona.

¿Para qué, por tanto, mantener la asignatura de literatura? Junto con la filosofía, a la que me referí hace unas semanas, forma parte de esas enseñanzas que cada día que pasa ven apagarse su fulgor y nos parecen más cenicientas. Ahora bien, como el personaje del cuento, es posible que nuestra cenicienta literaria se case con el príncipe. Quiero decir que, descabalgada de toda utilidad de orden político, comercial o pedagógico, a lo mejor esta asignatura toma entonces su verdadera importancia como lo que es, o sea, el diccionario más completo que existe de la experiencia humana.

Esa viene a ser la opinión de José Carlos Mainer que acaba de publicar en Turner una muy útil Historia de la literatura española que llena el hueco de los estudios oficiales. Hacía mucho tiempo que no aparecía una historia de estas características, relato de más de mil años de relatos, bien organizado, claro, inteligente y de agradecida brevedad, menos de 300 páginas. Se advierte que para Mainer la literatura no es tan sólo un departamento universitario.

En su historia deja claro que la Literatura es ahora simplemente "otra forma -más consciente, más rica- de leer libros que nos gusten y que nos hablen de la infelicidad o de la dicha, del viaje o del enclaustramiento, de la soledad o de la compañía". Porque de eso se trata, de familiarizarse con el destino increíblemente variado, cambiante e inagotable de los humanos, con los cientos de miles de formas que toma su desdicha o su felicidad, la interminable tarea de recorrer el mundo entero y conocer toda clase de sociedades y culturas, la siempre apasionante verdad del que vive desperdigado entre los compromisos económicos y sentimentales, o la de quien se encierra para buscar el sentido último de su oscura aparición en el cosmos.

Siempre he creído que, dejando aparte las asignaturas propiamente técnicas, bastaría con una prolongada lectura, seguida de su discusión pública entre amigos o iguales, para que las gentes fueran mucho más interesantes y valiosas. Mejores ciudadanos, vaya. Quiero decir que, precisamente por no tener ya más valor que el propiamente artístico, es la literatura una de las mejores maneras de hacerse hombre (o mujer) en una sociedad a la que nuestro destino individual importa una higa y sólo nos considera en cuanto peones de trabajo. A veces, ni eso.

De ahí que muchos españoles nos hayamos quedado de piedra al enterarnos, hace pocas semanas, de que hasta ahora se podía adquirir el título de maestro habiendo suspendido las Matemáticas o la Lengua y Literatura. Ejemplo magnífico de la enseñanza que se imparte en el país más bruto de Europa. Y notable prueba de que tenemos la clase dirigente más necia de nuestra historia, y mira que hemos tenido...

 

Artículo publicado en la revista Jot Down

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7 de abril de 2014
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