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Asuntos metafísicos 40: resistencia de la representación clásica.

Qué seguir discutiendo tras John Bell

"Por gemelos auténticos que dos hermanos J y L sean, si se encuentran en lugares alejados nadie espera que una acción física sobre J, tenga asimismo efectos en L (las cosquillas en el uno no provocan la risa en el otro, como dice socarronamente un cronista científico)". De esta manera informal me he  referido aquí   al  principio de contigüidad en el orden natural, el cual  posibilita un segundo enunciado cuando es considerado en perspectiva local: todo fenómeno físico que quepa observar en L es independiente de las observaciones que en paralelo puedan hacerse en J. Este segundo enunciado  pone mayormente de relieve la independencia  de quien se encuentra protegido por el hecho de tener  un lugar  o  espacio propio, pone mayormente de relieve la localidad.

El asunto puede ser presentado de una manera algo más precisa:

Sean A y B dos acontecimientos temporales que ocurren en lugares distintos.  Entonces una influencia de A  en B (o viceversa) no puede ejercerse en un tiempo inferior al que la luz tardaría en recorrer el espacio que les separa. Si A y B son simultáneos, es decir, si el tiempo que les separa es nulo, la influencia entre ellos que sólo podría ser instantánea  está simplemente excluida. [1] Necesario será presentar en su momento  un compendio de los principios reguladores del orden natural, compendio que además de la  localidad incluye  individuación, causalidad, determinismo y realismo. En el marco de la teoría cuántica cada uno de ellos puede ser objeto de un tratamiento riguroso, el cual a veces se hace imprescindible a la hora de extraer el meollo conceptual  y poner de relieve las enormes implicaciones filosóficas.

La postulación de la localidad constituye  quizás la viga maestra en la arquitectura de los principios. De hecho en los trabajos de Einstein (o a los que Einstein está asociado) relativos a este asunto, la localidad es hasta tal extremo relevante que incluso la reivindicación del realismo puede interpretarse como mero corolario de la asunción de la localidad. [2]  Cabe decir que sin localidad no hay para Einstein  garantía de que se de una  realidad independiente del  observador susceptible de perturbarla y, en consecuencia, no hay razones para excluir la indeterminación en el orden natural.  Que otros hayan intentado salvar el realismo sin sostenerse en la localidad no excluye que  discutir la localidad es  esencial, lo cual in embargo puede dejar al lector perplejo:

¿Por qué pues volver al origen del problema en Einstein?  En la última  columna señalaba que se cumplen cincuenta años del teorema de Bell ¿No quedábamos en que esto supone un antes y un después? ¿No está claro desde 1964 que localidad, realidad física, observables compatibles, todo ello reivindicado por   la concepción clásica del orden natural pero incompatible con las previsiones de la mecánica cuántica ha perdido la partida a partir de estas últimas? Por si fuera poco ¿no fue dado el golpe de gracia por un teorema tres años  posterior conocido como de Kochen -Specker al que aquí me he referido ya en alguna ocasión?

Y sin embargo sigue habiendo  mucho que discutir, tanto por razones técnicas como por razones conceptuales. No se ventila fácilmente un asunto en el que se juega una parte de la metafísica imperante desde Aristóteles a Einstein. No se renuncia sin combate  a los principios sobre los que, al decir de Einstein, se sustentaba el trabajo de la física, ni siquiera al de localidad que parece a veces haber sido  definitivamente sacrificado.

¿Las dos vías de Parménides? Vamos a dar vueltas a la localidad, a la vez en una dimensión filosófica (cuando sea necesario apoyarse en  una dimensión técnica esta será expuesta en apartado para no interrumpir el hilo del discurso), intentando determinar el estado de la cuestión respecto a los posicionamientos sobre la misma.

Correlativamente nos preguntaremos sobre las condiciones de posibilidad de la interiorización de la no localidad, abordando el peliagudo asunto siguiente: en el caso de que indiscutiblemente quepa afirmar que, en sus estructuras elementales, la naturaleza se comporta sin sometimiento al principio de localidad ¿hay algún tipo de estrategia que permitiera adaptar nuestro comportamiento efectivo a este espejo profundo? ¿Cabe  interiorizar un entorno que, una vez traspasada  la  apariencia inmediata, ni siquiera es seguro que responda a las leyes de la Relatividad Restringida?  ¿O más  bien, como en los ejemplos de Zenón, el saber de la cosa  ( si cabe llamar cosa a lo que ni siquiera obedece a lo más básico)  va por un lado y el efectivo estar del ser del hombre en el mundo por otro?

El propio John Bell dudaba de que los corolarios de su teorema determinaran no ya su disposición ante la vida sino su disposición como hombre de ciencia. Dudaba de que pudiera  un físico aceptar sin más que aquello de lo que se ocupa carece de garantía fuera de su testimonio. La vía parmenidiana de la verdad pone en tela de juicio pero no excluye del mundo la vía de la opinión. Nunca el lector de Zenón ha adoptado la resolución de dejar de acercarse al lugar situado a diez metros  que aleja del peligro en razón de que antes ha de recorrer cinco metros  y antes dos metros y medio...Nunca el saber de la elasticidad y división infinita del continuo paralizó la acción por mucho que sí activara el pensamiento. "Afirmar que realmente es así..."constituiría el verdadero pecado  mientras que en el hecho de meramente salvar los fenómenos "no existe peligro alguno", escribe el cardenal Roberto Belarmino  intentando poner en guardia a su muy apreciado Galileo.

 


[1]

      Existe una versión restringida de este principio de contigüidad-localidad que dice así : "Aunque hubiera manera de ejercer una influencia  instantánea  de A sobre B, esta influencia no podría ser utilizada para enviar una señal. O dicho de otro modo: no podemos comunicar a velocidad superior a la velocidad de la luz. La terca constancia de esta versión restringida del principio tendrá  enorme importancia a la hora de ponderar la verdadera trascendencia ontológica de ciertos experimentos de la física contemporánea.

[2]             Así en el ya histórico artículo conocido como  Einstein- Podolsky Rosen ( A Einstein, B. Podolsky, and N. Rosen: "Can quantum mechanical description be considered complete?" Phys Rev 47, 777 1935) se sostiene  la tesis de que la mecánica cuántica   no puede ofrecer una representación completa del estado de cosas en el orden natural dado que el principio de incompatibilidad de observables a ella asociado  es inconsistente con la asunción del realismo. En síntesis el argumento es que si en determinados casos de correlación  los valores cuantitativos de la posición y el momento (por elegir el ejemplo convencional) pueden ser previstos con absoluta certeza sin perturbar el sistema,  entonces  dichos valores corresponden a un elemento de realidad física. Así pues  el hecho de que cuando disponemos del valor preciso de la posición no dispongamos del valor del momento, y viceversa, sería tan sólo resultado de nuestra ignorancia, en absoluto de una ausencia de determinación en el orden natural. Mas si el argumento directamente esgrimido contra el principio de incertidumbre es el realismo, de hecho  la hipótesis realista se sostiene en el escrito  en base a  una situación que garantiza la localidad.

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11 de marzo de 2014
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Gerard Mortier, despedida y gratitud al maestro espiritual

La foto que preside este pequeño homenaje es una de las últimas que el fotógrafo del Teatro Real (apropiadamente llamado Javier del Real) le tomó a Gerard Mortier. La jefa de prensa internacional del teatro, Graça Ramos, nos la envió a los corresponsales poco después de saberse la noticia del fallecimiento de Mortier, a los 70 años, el sábado, en su casa en Bruselas. Acababa de perder una valiente batalla contra el cáncer.

En la foto se lo ve consumido, agotado, pero con la mirada viva, inteligente, penetrante, irónica, que recordamos los que tuvimos el privilegio de entrevistarlo.

*          *          *

Hijo de un panadero belga, Mortier llegó a la cima de la gestión y organización de exquisitos eventos musicales por sus propios méritos y con una auto-exigencia, cultura y ambición artística únicas en las últimas décadas. Fue el sucesor de Herbert von Karajan como director artístico del Festival de Salzburgo, llevó al teatro de ópera de su ciudad natal, La Monnaie, a la vanguardia de la ópera contemporánea, y en la Ópera de París mostró las grandes obras del pasado de una forma nunca antes vista.

Se alió durante su larga carrera con muchos de los creadores más innovadores de la escena teatral y musical contemporánea: directores de escena como Robert Wilson, Peter Sellars, pintores y escenógrafos como Eduardo Arroyo, directores de ópera como Sylvain Cambreling, Teodor Currentzis o la joven y prometedora batuta española Pablo Heras-Casado.

Eran alianzas artísticas y espirituales: los convocó, los trajo a Madrid para llevar al Teatro Real a cotas nunca vistas de osadía artística. Como en Salzburgo o en París, a muchas sensibilidades conservadores los “inventos” de Mortier no les gustaban: preferían lo de siempre, el brillo y el oropel, el triunfo de las voces famosas, las óperas del repertorio usual, puestas en escena tradicionales.  

En su última etapa como mago y dinamizador cultural, Mortier creyó que la ópera de la capital española se merecía estrenos como The Perfect American de Philip Glass o el reciente Brokeback Mountain de Charles Wuorinen, la recuperación de joyas del pasado remoto, como The Indian Queen de Henry Purcell o del siglo XX, como San Francisco de Asís de Olivier Messiaen o el Wozzeck de Alban Berg.

Todas sus puestas fueron cuidadas al máximo, todas las que ví (más de la mitad de las que puso en escena en Madrid) me dejaron pensando, con preguntas y dudas profundas, en un estado de gozo y desasosiego interior, todo al mismo tiempo. De varias de las que más me impresionaron (como el Cosí fan tutte mozartiano dirigido por Michael Haneke) escribí en este blog.

*          *          *

El año pasado lo entrevisté en su despacho, cuando todavía no lo habían despedido ignominiosamente por haber opinado que quería participar en la elección de su sucesor. Hablamos de ópera, de música, de teatro, pero sobre todo de espiritualidad. En su discurso percibí algo que pocas veces se escucha en estos días: un llamado pasional por hacer volver, crecer, ganar espacio los valores del espíritu, la cultura y el arte en la sociedad contemporánea, pero no el espíritu como servidor de ninguna religión. Un espiritualidad a-confesional.

Ahora están de vuelta los católicos, con su jefe Francisco en la cresta de la popularidad, llamando a una lucha entre la religión establecida y la superficialidad, el consumismo. Como si fueran las únicas posibilidades. Los valores espirituales por los que predicó, luchó y dio hasta su último aliento Gerard Mortier no son los de la católica ni de ninguna otra iglesia. Son valores ligados por un lado a la ilustración europea, pero por otro lado a una búsqueda personal, universal, en el fondo ácrata, propia de los artistas de verdad, que no sirven a ningún amo.

En su última rueda de prensa, hace un mes y medio, para presentar Brokeback Mountain, con 40 grados de fiebre y con el cáncer royéndole el páncreas, habló de la emoción del amor, de la lucha contra las ataduras y prohibiciones de los censores, y por la libertad individual en su sentido más profundo. En castellano, en inglés, en francés y en alemán, siempre a velocidad de vértigo y con un humor inagotable, hizo su último chiste, después de despotricar contra los ataques del gobierno de España y de Madrid a los derechos sexuales y reproductivos que tanto costó conseguir. “Yo digo lo que pienso. A mí ya me echaron”, dijo con una sonrisa seráfica. “¿Me van a echar otra vez?”

Nadie lo podrá echar de la memoria agradecida de los que disfrutamos de los espectáculos importantes, actuales, desafiantes que creó. Por él sentimos, por un momento, que tiene sentido y valor social y político este arte anquilosado, caro y favorito de los que llenan sus plateas, los encorbatados y las perfumadas que no sufren la crisis.

Gracias, maestro íntegro. Te echaré de menos, Gerard Mortier.  

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10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En recuerdo de mi padre: Hace tres año, un 7 de marzo, murió mi…

En recuerdo de mi padre: Hace tres año, un 7 de marzo, murió mi padre. Entonces escribí un texto titulado ?Mi padre ha muerto hoy?. La relación con las personas que mueren no concluye, sigue construyéndose, y puedo decir que ahora mi relación con él es incluso más sana y bella que cuando estaba vivo. Y conversamos más. La muerte no existe. Les dejo el texto que escribí entonces y que he colgado en mi blog en El País.  Leer el post.



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10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El regreso de Banville/Black/Chandler

Una tarde de verano el multipremiado escritor irlandés John Banville se puso a escribir una novela policíaca y decidió publicarla bajo el seudónimo de Benjamin Black. Los que creían que sólo se trataba de un divertimento se sorprendieron de la calidad de El secreto de Christine (2006). Casi una década después, con siete novelas publicadas con el agrio patólogo Quirke como personaje principal, Black es tan respetado que los herederos de Raymond Chandler no dudaron en ofrecerle que se encargara de "resucitar" al icónico Philip Marlowe. El que dudó en aceptar fue Black --¿o se trataba de Banville?--. No debió hacerlo: el resultado, La rubia de ojos negros (Alfaguara), es una novela de alta calidad que cumple con creces el triple cometido de devolvernos al mundo noir de Chandler, confirmar el talento de Black para el policial y mostrarnos que, incluso adoptando los manierismos de un escritor muy conocido, Banville es uno de los mejores estilistas de la lengua inglesa.

            El género policial se caracteriza por la variedad dentro de la similitud. En las primeras páginas de La rubia de ojos negros, descubrimos un territorio tan familiar, tan mítico ya, que sorprende pensar que alguna vez fue original para los lectores. Ahí está el solitario y melancólico Philip Marlowe, en su despacho, observando por la ventana el paso de los autos y la gente. De pronto, suena el timbre, aparece en escena Clare Cavendish, una heredera de un emporio de perfumes, "rubia, con unos ojos negros, negros y profundos como un lago de montaña", y la trama echa a andar. La debilidad de Marlowe son las mujeres, y ella no es la excepción: "Por alto que seas, algunas mujeres te hacen sentir más bajo que ellas. Aunque Clare Cavendish era más pequeña que yo, me sentí como si la mirara desde abajo". Clare quiere buscar a Nico Peterson, un ex-amante, y Marlowe sospecha que no debería meterse en ese lío, pero, simplemente, no puede no hacerlo.

            La trama de la novela es compleja y eficiente: involucra a corruptos hombres de negocios --¿las hay de otro tipo en un policial?-- y a estafadores de poca monta que se hacen pasar por muertos, en un recorrido que va desde clubs privados hasta las residencias de los ricos. Marlove circula por Bay City recibiendo golpizas sin dejar de lado su sarcasmo ni su talento para atar todos los cabos. En el trayecto aparecen las marcas del estilo de Chandler: el diálogo punzante ("Soy Edwards, Everett Edwards. En realidad, Everett Edwards Tercero". "¿Quieres decir que ya ha habido dos como tú?"), los similes acertados ("Yo permanecí hierático e impasible, como uno de esos indios de madera que colocan a la entrada de los estancos"), la ironía ("Su expresión se endureció, lo que no era fácil en un rostro como el suyo"), la capacidad descriptiva para evocar el ambiente tan soleado como sombrío del sur de California ("El cielo parecía una cúpula de un limpio azul que se iba oscureciendo hasta tornarse violáceo en el cénit").

            Para reconstruir el mundo de Chandler, Banville/Black toma prestados ciertos motivos del cine y la pintura del período; se fija, por ejemplo, en una secretaria en el interior de una oficina, inclinada sobre la máquina de escribir, y esas líneas convocan de inmediato a un cuadro de Edward Hopper. Black también le agrega a Chandler un diálogo continuado con motivos irlandeses, desde bares a camareros a guiños a Oscar Wilde. Y, por supuesto, hay ciertas frases que sólo podían haber sido escritas por Banville: "Los murciélagos chillaban y aleteaban, como fragmentos de papel carbonizado sobrevolando una hoguera". Lo cual lleva a preguntar cómo es posible que este escritor haya podido escribir una brillante novela de Chandler sin dejar de ser Black o Banville. Ése, y no otro, es el principal misterio de La rubia de ojos negros.     

 

(La Tercera, 9 de marzo 2014)

 

 

 

 

 

 

 

 



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10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El tejido de la explotación invisible

Pocas ramas de la producción industrial reflejan de forma tan inquietante las características de la globalización como el de la fabricación de prendas de vestir. Sus multinacionales utilizan las tecnologías de la información, y especialmente las redes sociales, para organizar la producción, la distribución y la venta según parámetros perfectamente ajustados a los gustos de los clientes y a las variaciones de los stocks directamente a disposición del público, consiguiendo así enormes niveles de eficiencia comercial y de ajuste entre oferta y demanda; pero añaden a este tipo de actividades con directas repercusiones en la competitividad, a las que dedican, junto a la publicidad y las relaciones públicas, la mayor parte de las inversiones, una constante presión a la baja sobre los costes salariales a la hora de formar el precio de sus productos, hasta tal punto que esta constituye una de las claves menos visible de su negocio. El punto de partida del éxito de esta rama de producción a gran escala es la deslocalización de los talleres de confección a países en los que se dispone de una gran cantidad de mano de obra sin cualificar, a la que se puede exigir largas jornadas laborales, a cambio de salarios de subsistencia, en condiciones de salubridad e incluso de seguridad ínfimas. Esto sucede en países que apenas han empezado a salir del subdesarrollo, en entornos poco o mal urbanizados, con abundante población joven y femenina de origen agrario y sin apenas escolarizar. El marco de flexibilidad que ofrece la globalización permite incluso la competencia entre ellos, de forma que se producen rápidos movimientos de deslocalización, trasladando la producción desde los países donde han empezado a producirse incrementos salariales, han mejorado las condiciones del trabajo o han empezado a surgir controles públicos o sindicales a otros donde apenas hay regulaciones ni controles. Así es como el grueso de la producción, que es la que garantiza finalmente que los estantes de las tiendas de los centros comerciales de todo el mundo se hallarán permanentemente surtidos, termina derivando hacia los países más pobres y desasistidos donde podrá mantenerse el bajo nivel de precios, que es lo que hemos visto en las últimas dos décadas, en que la subcontratación ha derivado de la Europa oriental y el Magreb hacia China o Indonesia y de China e Indonesia hacia el sur y Sudeste asiático. (Este texto puede leerse sobre papel en el número 12 la revista Alternativas Económicas correspondiente al mes de marzo). No se trata únicamente de una cuestión de salarios ínfimos. Al final, la constante presión sobre precios terminará actuando también sobre costes no salariales, como el precio del suelo y de los edificios, la seguridad, las inversiones en instalaciones y su mantenimiento, las limitaciones legales sobre horarios o el trabajo infantil nominalmente prohibido en casi todos los países donde radica este tipo de industria. Las ventajas competitivas aparecen allí donde existan peores regulaciones, mayor corrupción, menos Estado de derecho e incluso menos libertades públicas, o en todo caso, donde crece la economía informal o sumergida fuera con independencia de que existan o no marcos regulatorios. Los altísimos niveles de siniestralidad --incendios y hundimiento de edificios-- en la industria textil en países como Pakistán, India o Bangladesh solo puede explicarse por esa presión constante sobre los fabricantes para que recorten los precios de producción y a la vez entreguen a tiempo los enormes pedidos que reciben de las multinacionales occidentales. Los talleres se hallan en muchos casos en construcciones semi ruinosas, a las que apenas se somete a inspección las construcciones, su mantenimiento, la salubridad o la seguridad laboral. Los hundimientos de edificios y los incendios no son excepcionales en este tipo de infraindustria. Son numerosos los casos en los que los trabajadores no pueden desalojar el edificio siniestrado debido al bloqueo de las puertas y salidas de incendios, usualmente por la acción de los patronos que están dispuestos a sacrificar a sus trabajadores antes que permitir el pillaje que suele acompañar a las catástrofes en estos países. De otra parte, los horarios pueden alargarse hasta 14 horas por la presión de los jefes para entregar los pedidos a tiempo. La prohibición de trabajo infantil se elude mediante la falsificación de documentación debidamente permitida o incluso incentivada por los propietarios de los talleres. La sobre explotación de jóvenes y mujeres, susceptibles de un maltrato sistemático, se instala en la normalidad de una semi esclavitud consentida por todos. La corrupción política, sea en democracias degradadas como Bangladesh o en dictaduras como Camboya, termina interfiriendo en la mayor parte de los casos en las denuncias y en las protestas, por parte de sindicatos normalmente débiles e inermes ante el poder político y del dinero. Estos salarios y estas condiciones de trabajo infrahumanas han sido considerados en ocasiones como el camino para salir de la pobreza para millones de seres humanos de los países emergentes, como si fuera el precio a pagar para que estos países cambiaran de modelo productivo y se incorporaran a la prosperidad. Esta valoración tan positiva debe contrastarse con otras evaluaciones como la que ha realizado Benjamin Hensler para el think tank estadunidense Center for American Progress, en su trabajo ?Tendencias globales en la industria textil, 2001-2011?, donde se demuestra exactamente lo contrario a partir de un detallado análisis de los 15 países productores textiles más destacados. Los sueldos en términos reales han bajado en una década y la diferencia entre el salario real y el salario mínimo vital se ha ensanchado. Los tres países con sueldos más elevados, que son China, Indonesia y Vietnam, se hallaban respectivamente en 2011 en el 36, el 29 y el 22 por ciento de lo que se considera el salario mínimo vital en cada uno de ellos; pero lo más destacable es que en Bangladesh, el país con crecimiento más rápido en este sector, donde son más frecuentes los siniestros y el que absorbe la mayor parte de la demanda que antes iba a los otros países gracias, es el que cuenta con los salarios reales más bajos, que significan solo el 14 por ciento del salario mínimo vital. De todos los países estudiados, solo China experimenta una rápida evolución al alza, que conducirá alrededor de 2023 a que los salarios reales alcancen el estándar del salario mínimo vital. Cinco países más, Indonesia, Vietnam, India, Perú y Haití, experimentaron también incrementos del salario real, pero deberán pasar 40 años o más para que lleguen a alcanzar dichos niveles salarios. Mucho más que a la ocupación extensiva en una industria de escaso valor añadido como el textil, el estudio atribuye la salida de la pobreza a otros factores, como los incrementos legales del salario mínimo, utilizados por las autoridades como instrumento para aliviar la pobreza y evitar las tensiones sociales, o la aparición de otros sectores productivos con fuerte valor añadido y capacidad de empleo. Esto es exactamente lo que está ocurriendo en China, con el resultado de una creciente deslocalización en dirección sobre todo a Bangladesh. El estudio recomienda, para tal fin, un mayor respeto a los derechos humanos y sindicales y un mayor protagonismo de los sindicatos. El caso que merece mayor atención es el de Blangladesh, que como hemos visto es donde se ha producido el mayor incremento de la producción y el mínimo incremento de sueldos. Dicho país ha pasado del séptimo al cuarto exportador textil a Estados Unidos y representa actualmente el 6 por ciento del total de las importaciones textiles americanas. El sueldo en la confección era allí en 2001 equivalente a 36?3 dólares mensuales y el de 2011 de 54?7 dólares, aunque tras el ajuste con la inflación el aparente crecimiento se traduce en un decrecimiento de 2?4 en términos de capacidad de compra. El textil de Bangladesh da empleo a unos cuatro millones de personas, que trabajan en 200.000 talleres. Sus 5.000 empresas conforman la industria más pujante del país, con unas exportaciones de unos 20.000 millones de dólares que representan el 17 por ciento del PIB. Su éxito se debe fundamentalmente a que paga los salarios industriales más bajos del mundo, aproximadamente 32 euros al mes. En los últimos cinco años se han producido más de un centenar de incendios en los talleres bangladeshíes con un balance escalofriante de unos 700 trabajadores muertos. Pero el mayor siniestro del textil en toda la historia mundial de esta industria es el que se produjo en abril de 2013, cuando un edificio de Dacca de ocho plantas, denominado Rana Plaza, se vino abajo entero, con el balance de 1.129 muertos y centenares de mutilados y heridos entre las 2.500 personas que fueron rescatados con vida durante los 17 días posteriores al hundimiento. En el colapso del rana Plaza se produjo, como ha sucedido en numerosos incendios, un comportamiento criminal de los capataces, puesto que en las vísperas del siniestro aparecieron grietas y se oyeron crujidos que sembraron la alarma entre los trabajadores, pero las empresas no ordenaron el desalojo y obligaron a los trabajadores a acudir igualmente al día siguiente; todo lo contrario de lo que hicieron los responsables de un banco, varias tiendas y algunas viviendas situadas en los bajos del edificio, que se encontraban vacíos en el momento del hundimiento. El Rana Plaza era inicialmente un edificio de cinco plantas, destinado a centro comercial. Su propietario, Sohel Rana, dirigente de la Liga Awami, que es el partido del Gobierno, construyó ilegalmente tres plantas más y lo destinó a uso industrial, sin importarle el incremento de carga ni la fragilidad de la estructura. Como resultado del hundimiento hay varias personas procesadas, Sohel Rana entre ellas, además de siete inspectores municipales. También se han producido acuerdos entre algunas de las multinacionales occidentales del textil que fabricaban en el Rana Plaza para indemnizar a las familias de los muertos y de los heridos y para auditar e inspeccionar a partir de ahora de forma directa el estado constructivo de los talleres donde contratan. Entre las empresas que fabricaban en el Rana Plaza, varias de las cuales son españolas, hay una amplia casuística en cuanto a comportamientos, desde la que inmediatamente indemnizó a las víctimas hasta la que se sigue desentendiéndose del siniestro y de las auditorias e inspecciones. Un gran número de compañías, no todas, firmaron un acuerdo con vigencia para cinco años sobre la seguridad constructiva y ante incendios de los talleres de Blangladesh que incluye estándares, inspecciones e indemnizaciones y afecta a una tercera parte de las instalaciones. Pero las consecuencias del mayor accidente de la historia del textil no debieran terminar aquí. El hundimiento ha situado el foco internacional sobre las condiciones de trabajo y los sueldos de una de las ramas del consumo más populares en todo el mundo. Al igual que en el consumo de alimentos se impone un incremento de los controles de calidad, entre los que se incluye la trazabilidad de los procedimientos y materiales utilizados para evitar la adulteración, la contaminación o la caducidad, también en el textil debería existir idéntica posibilidad de seguimiento de la fabricación de las prendas, desde la cosecha de algodón o la fabricación de la fibra, pasando por el tejido, el corte y la confección hasta terminar en los estantes de la venta al por menor, para asegurar a los consumidores que las camisetas y calcetines que visten no están manchados con la sangre de víctimas como las de Rana Plaza. Mientras no se implante el hábito o incluso la obligación, altamente deseable, de que las etiquetas incluyan los datos que permitan el control de una fabricación acorde con los derechos humanos, debiera ser norma de las grandes empresas del sector el exponer en sus webs corporativas toda la información y la documentación sobre los talleres donde fabrican, los salarios de los trabajadores y las auditorias e inspecciones a que se someten. Algunas empresas han iniciado este camino, pero hay muchas otras que de momento prefieren no oír ni hablar de este tipo de controles. Basta con consultar las webs corporativas de las grandes marcas para saberlo. Buena parte del trabajo reivindicativo para mejorar las condiciones salariales y de trabajo en estos talleres ya lo han emprendido, como no pude ser de otra forma, los más directamente afectados que son los obreros del textil de los países exportadores con sus sindicatos y la ayuda de un buen número de ong?s dedicadas a derechos humanos y otras incluso especializadas en el textil. Pero falta todavía la presión de los consumidores, que solo puede realizarse sobre las grandes empresas comerciales en el sentido de exigir una transparencia total sobre la fabricación de las prendas que venden al público. Toda prenda que no vea documentada su fabricación ni en la etiqueta ni en la web corporativa del fabricante debería ser considerada como sospechosa por los consumidores y en consecuencia excluida de la compra.



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10 de marzo de 2014
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Cine imperdible

La lengua inglesa, sobre todo en su vertiente norteamericana, acuña términos cinematográficos de incómoda traducción. Cuando una película se recomienda como un ‘must', decir que es un "deber" suena escolar. Por no hablar de ‘blockbuster', esos films gigantescos de peripecia y de presupuesto que a menudo, derrotados en nuestra lengua, llamamos llanamente ‘blockbusters'. Uno de los adjetivos intraducibles que más me han gustado siempre es ‘unmissable', formación figurada y no del todo ortodoxa que se aplica a esas películas que uno por nada del mundo puede ‘to miss', es decir, perderse. Lo que pasa es que, al menos para mí, el cine ‘unmissable' no siempre es cine bueno. Hay directores de los que por un cúmulo de razones (su nombre sacrosanto, nuestra esperanza o ansia, el aura acumulada en años de ejercicio) no nos perdemos ningún título, aun sabiendo que su carácter prolífico augura que de cada cuatro quizá sólo una esté a la altura. Es mi situación personal respecto a Manoel de Oliveira, a Woody Allen y a los hermanos Coen.

      Estoy feliz últimamente porque mi constancia con los dos últimos (contando a los Coen como unidad indisoluble) me ha dado grandes alegrías. ‘Blue Jasmine', que vi por hábito pese a los disgustos de la execrable ‘A Roma con amor' y las anodinas ‘Si la cosa funciona' y ‘Conocerás al hombre de tus sueños', me parece el retorno de Allen no sólo al solar patrio sino al talento del retratista ácido, agudo, aquí sobre todo en las semblanzas de los personajes varones que pululan como moscardones o melifluas libélulas en torno a esa desquiciada abeja reina tan laboriosa que interpreta superlativamente Cate Blanchett. En cuanto a ‘A propósito de LLewyn Davis‘ (‘Inside Llewyn Davis'), se trata de una de las películas mayores de estos cineastas que para mi gusto llevaban demasiados años tirando de su prodigioso fondo de armario visual en apagadas adaptaciones novelísticas y ‘remakes'. Sólo, si hago memoria de los disfrutes ‘coenianos' recientes, recuerdo el prólogo hasídico de ‘Un tipo serio'. Poco más.

    ‘Inside Llewyn Davis' es un relato de extrema originalidad formal disfrazado de estampa impresionista sobre la escena musical del ‘folk' neoyorkino en el inicio de la década 1960. Arranca con una prolepsis, aunque eso, lógicamente, no lo sabemos hasta el final, y su discurrir narrativo es errático, sobresaltado, como lo es la existencia del protagonista. Si bien hay un episodio (extraordinario) de carretera, el trayecto hasta Chicago de Llewyn Davis (Oscar Isaac) con el intrigante músico monologante Roland Turner (John Goodman, en una de sus habituales creaciones de maestría absoluta) y su taciturno chófer, la película no es una ‘road movie'. Ese viaje, y la no menos impresionante escena de la prueba musical en el club nocturno vacío propiedad del poderoso empresario Bud Grossman, son segmentos de una línea que nunca anticipa lo siguiente ni lo hila al modo convencional; el descubrimiento de personajes, datos argumentales y accidentes reproduce con gran libertad y a la vez verosímil cadencia el curso de una vida condensada en una semana, tiempo real de la acción. El relato se hace ante nosotros durante el metraje del film, sin dejar nunca de sorprender y a la vez sin exhibición de lo indefinido, lo inconcluso, lo enigmático. Cine de vanguardia sin penalizaciones.

      ‘A propósito de Llewyn Davis' no es un musical, como lo fue, y es otra de sus obras maestras, ‘O Brother!'. Pero da gusto ver cómo estos dos artistas Ethan y Joel filman con palmaria precisión los momentos de las canciones interpretadas en diversos escenarios. Son emocionantes en su sencillez, en especial la que canta Oscar Isaac, siempre con su buena voz, ante Grossman (magnífico F. Murray Abraham. Aunque no faltan las hilarantes: los cantantes folklóricos irlandeses o la escena de la velada en casa de los Gorfein con los músicos medievalistas, esta última una de las secuencias que nunca podría faltar en una antología de "the best of the Coens". Y tampoco es un ‘biopic', género que los hermanos afirman detestar. Inspirada en la vida y andanzas del verdadero Dave Van Ronk, y en su libro de memorias ‘El alcalde de MacDougal Street', ‘Inside Llewyn Davis' reinventa esos referentes y los sitúa en una esquiva América bellísimamente reconstruida  -sin alardes hollywoodienses- en su lado no salvaje pero sí tenebroso. Divierte el histórico guiño final a un sosias de Bob Dylan debutante.

     Una gran película de los Coen, como es ésta, implica el brillo de algo que nunca falta en su cine, ni siquiera en las obras menores que para mí han realizado desde ‘El hombre que nunca estuvo allí' hasta la aquí comentada. Me refiero, naturalmente, a la calidad literaria de los diálogos y a la caracterización de los personajes. La ironía, la ocurrencia verbal, la sentenciosidad y su contrario, la cháchara, marcas de la casa, deslumbran a menudo en ‘A propósito de Llewyn Davis', como lo hace la composición de los secundarios, que así  adquieren el relieve de primeras figuras. Los Coen se sirven para ello, además del equipo de arte con el que trabajan, del buen ojo para el reparto y el trazo iconográfico de los tipos; aquí hay varios memorables, pero recordemos, no sólo por atavismo, el que componía estupendamente Javier Bardem en ‘No es país para viejos', dando entidad a un personaje bastante vacuo.

      Como persona nada propensa a los pequeños felinos sólo le veo un defecto a ‘Inside Llewyn Davis': la excesiva presencia gatuna. Los animales, incluso el rey de todos ellos, que es el perro, dan quebraderos de cabeza en el cine, como ya nos advirtió el maestro británico del séptimo arte. Muchas veces son tan inevitables como los desnudos, por exigencias de guión. Pero aquí el gato Ulises se pierde demasiadas veces, mira demasiado a la cámara, hace demasiadas monerías. El pequeño mamífero cumple actoralmente, si el actuante es el mismo en sus dos encarnaciones; a mí se me hicieron siete.  

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10 de marzo de 2014
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Se busca arqueólogo digital

Tanto aletear para alcanzar una vida confortable y ahora los gurús del cambio nos avisan de que hay salir corriendo de cualquier zona de confort. Es más, en los seminarios de marketing, coaching, branding y todo lo que termine en ing se ofrecen numerosos ejemplos de cómo pasa factura en la vida de una persona o una empresa el no haber abandonado a tiempo la costumbre, la plácida repetición, los dogmas, lo de siempre. Porque los tiempos del mantra “no toques lo que funciona” han terminado con la evidencia de que, en pleno tobogán especulativo y financiero, cualquier pretendida certeza puede ser derribada como un roble centenario por el paso de un huracán. Ante los incipientes indicios de creación de empleo, la primera conclusión es rotunda: la alianza entre tecnología y comercio se erige hoy en salvavidas laboral, en reactivador económico y garante de la exageración como gesto humano. Nuestra sociedad es hoy hiperbólica o no es. Y un barómetro bien puede ser el lenguaje del WhatsApp. “Ese es el registro que hay que utilizar para darlo todo. La formalidad no vende, no llega… Hay que ser muy sobrio en la ejecución de un proyecto, pero exagerar en la comunicación y mostrarle al cliente una disponibilidad al 120%: si te invitan, tienes que ir incluso a bautizos y cumpleaños”. Quien habla no es ningún lobo de Wall Street, sino Carlos Morales, director comercial de Dicom y experto en nuevos relatos de venta. Porque ingenieros de todo tipo, expertos digitales y comerciales son, según el informe sobre tendencias laborales 2014 de Sodexo así como otros estudios sobre predicciones de empleo, las profesiones más susceptibles de conseguir un contrato en condiciones. ¿No se ha planteado aún convertirse en planificador de identidad digital, gerente de marca personal, responsable de relaciones virtuales, arqueólogo digital o agregador de talento? (También hay demanda de psicólogos para plantas). Cargos rimbombantes que anuncian una nueva sismología profesional, y reflejan el choque entre la tradición (en el fondo la necesidad de seguridad del ser humano) y su ansia por lo último, indefectiblemente tecnológico. Los habitantes de los años 10, por tanto, deben autoimponerse una inversión en sí mismos para encontrar trabajo desarrollando su identidad digital. El lenguaje 2.0 ha sustituido las emociones que es capaz de arrancar la buena escritura por emoticonos y emojis que van de los corazones a los aplausos, las rosas o los tacones y faralaes de flamenca. Todo debe ser evidente, gráfico e icónico. Se repiten vocales para enfatizar, repetidos signos de admiración igual que se abrevia igual que se puede despreciar la ortografía. De lo que se trata es de crear confianza, simpatía y entusiasmo. Ni victimismo, ni melancolía, sino el pulgar levantado. Cierto, todo es cuestión de actitud, pero ¡cuánto empalago hiperbólico se requiere hoy para encontrar un trabajo!

(La Vanguardia)

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10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ecos de Crimea

 "Media legua, media legua/ media legua ante ellos./ Por el valle de la Muerte/ cabalgaron los seiscientos./ ‘¡Adelante, brigada ligera!/ ¡Cargad los cañones!, dijo./ Por el valle de la Muerte/ cabalgaron los seiscientos." Así comienza la célebre Carga de la brigada ligera de Lord Tennyson, publicada el 9 de diciembre de 1854, para conmemorar la heroica (y bastante inútil) derrota sufrida por este cuerpo británico durante la batalla de Balaclava. No era, por supuesto, la primera vez que se otorgaba un aura épica a la derrota de unos cuantos valientes contra un ejército más numeroso -piénsese en las Termópilas, Numancia o, de ácida memoria para nosotros, El Álamo-, pero los versos de Tennyson, aún recitados de memoria por los niños ingleses, contribuyeron a fijar en la imaginación la Guerra de Crimea (1853-1856) como uno de los primeros conflictos auténticamente modernos.

            Gracias a las líneas telegráficas trenzadas desde el Mar Negro hasta Londres o París, por primera vez se tenían noticias frescas de lo que sucedía en los apartados campos de batalla, al tiempo que las crónicas de algunos de los primeros reporteros de guerra, como William Russell del Times, contribuyeron a que sus horrores modificasen la percepción sobre el conflicto y a que Florence Nightingale y Mary Seacole, desarrollando nuevas técnicas de enfermería, se desplazasen hasta Crimea para atender a los heridos (si bien sus hazañas serían magnificadas por la prensa, inaugurando las nuevas vías de la propaganda bélica).

            Hoy, mientras las tropas enviadas por Vladímir Putin controlan por la fuerza la península y los líderes locales se aprestan a aprobar un referéndum que podría devolver Crimea a la jurisdicción rusa, resulta imposible no escuchar los ecos de aquellas refriegas. Aunque los analistas insistan en que la nostálgica reconstrucción del espacio soviético es el motor que anima al líder ruso, quizás sus decisiones tengan un sustrato más remoto, en lo que suena a una venganza contra los poderes occidentales que a mediados del siglo xix derrotaron al zar Nicolás I y, en el Tratado de París de 1856, le impusieron duras sanciones a su sucesor, Alejandro II.

            Entonces como ahora, Rusia consideraba que su ámbito natural de influencia se extendía a las naciones limítrofes del Imperio y no toleraba que Occidente se entrometiese con ellas. Así, con el argumento de defender a los cristianos ortodoxos que vivían en el desfalleciente Imperio Otomano (un pretexto no muy distinto al esgrimido hoy para defender a los rusos de Crimea), Nicolás I no dudó en invadir las provincias de Valaquia y Moldavia. En su condición de potencia global dominante, Gran Bretaña -el equivalente contemporáneo de Estados Unidos- por su parte no podía permitir que Rusia se abalanzase sobre los turcos, poniendo en peligro su hegemonía en Medio Oriente.

            En este contexto, pese a la mediación diplomática de Francia, Prusia y Austria -tan inútil como la de la Unión Europea-, el enfrentamiento se volvió inevitable. Valiéndose de su poderosa flota naval apostada en Sebastopol, Rusia no dudó en atacar a los otomanos en el escenario del Mar Negro, sólo para que sus fuerzas terminasen arrolladas por la alianza de éstos con ingleses, franceses y piamonteses (que mandaron una fuerza expedicionaria sólo para quedar bien con los segundos). Al cabo de tres años de combates, desarrollados no sólo en Crimea sino en el Báltico, el Danubio y en el Pacífico, Nicolás I murió inesperadamente -otros dicen que se suicidó- y Rusia fue obligada a firmar una paz humillante, que le prohibía apostar a su flota en la península, estatus que habría de mantenerse hasta la derrota francesa de 1871 a manos de Prusia.   

            Para los rusos, desde que Catalina II conquistara el Janato de Crimea en 1783, la región es parte indisoluble de su territorio y el breve lapso que va de 1954 a 2014 en que ha formado parte de Ucrania debido a una cuestionable decisión de Nikita Jruschov, no es sino un error. Con una población mayoritariamente rusa -en torno al 60%, según el último censo-, no parece probable que Putin ceda en sus pretensiones de volver a anexarse Crimea o, en el peor de los casos, de contar con un gobierno títere como en Abjazia y Osetia del Sur. Esta vez el Kremlin sabe que, a diferencia de lo ocurrido en el siglo xix, hoy parece casi imposible que Estados Unidos y la Unión Europea hagan algo más que imponerle sanciones económicas, las cuales apenas empañarán su histórica revancha.

 

Twitter: @jvolpi



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9 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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