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Ser o parecer

Probablemente a Alberto Ruiz-Gallardón le hubiera gustado ser un personaje de Shakespeare, sin morir en el intento. O, mejor, una mezcla de unos cuantos de ellos: desde el furioso Otelo, al ambicioso Julio César, pasando por el decidido Romeo y el recto Hamlet, e incluso las poderosas brujas de Macbeth. Sus actuaciones como ministro de Justicia demuestran que bien conoce la máxima del bardo de Stratford-upon-Avon: “El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores”. El político que hace unos años concedía una entrevista a la revista Zero para darle el titular de que el PP hubiera tenido que regularizar a las parejas homosexuales, y que afirmaba que el voto gay no tenía por qué ser de izquierdas, el nieto del seductor malagueño Pepito Jiménez y del médico y cronista (y mano derecha de Juan March) El Tebib Arrumi, estudiante excepcional, melómano, amigo de los artistas progres, la voz que clamaba centrar el partido, se ha convertido hoy en el hueso duro del gobierno. La principal diferencia entre el dramaturgo -de quien ahora se celebran 450 años de su nacimiento con un despliegue de actos y ediciones que se arrodillan ante su enormidad- y sus personajes radica en que este supo absorber casi todos los pliegues de la complejidad humana, incluso los que se esconden tras las máscaras. Pero jamás tomaba partido ni juzgaba, mientras sus protagonistas traicionaban su alma por la fascinación del poder, y naufragaban en la tormenta de sus pasiones. Cuando en 2008 entrevisté al actual ministro de Justicia para La Vanguardia pude apreciar sus dotes de gran conversador así como sus gustos exquisitos. También su gallardía. Mucho se ha cotilleado en Madrid durante estos años acerca de sus versos sueltos. Pero de su rifirrafe con Miguel Sebastián, que cometió la ordinariez de sacarle trapillos privados en busca de rédito político, acaso salió más fortalecido. En el despacho del entonces alcalde, con afinada sensibilidad decorativa tras la faraónica reforma del palacio de Cibeles, reposaba encima de la mesilla una preciosa edición de Otelo de 1890. De lo dramático, como su tour de force gubernamental con la reforma de la ley del aborto que produce rechazo incluso entre buena parte de sus votantes, ha pasado a lo ridículo con pasmoso hieratismo, sacándose de la manga una norma que exige “el deber de vestir y comportarse con decoro” a los funcionarios judiciales, so pena de pagar una multa de 600 euros. Los funcionarios han declarado sentirse tratados como chavales aleonados con bermudas y chanclas. Y se han ofendido, claro, y se han incorporado a la inabarcable lista de agraviados por las reformas de la justicia. ¿Será Gallardón un ejemplo de elegancia masculina, con sus enormes corbatas burdeos y sus Loden azul marino? Mientras la opinión pública clama contra el ministro justiciero, y la ciudadanía castiga sin tregua su popularidad, “el poder terrestre que más se aproxima a Dios”, como Shakespeare definiera a la justicia, da bandazos. El candidato En las antípodas del PP, el candidato europeo cambia de nombre: ahora es Cañete, adiós a Miguel Arias, el bon vivant que se plañía de que ya no hay camareros como los de antes, el que dijo: “El regadío hay que usarlo como a las mujeres, con mucho cuidado”, el que comía yogures caducados o el que cambió la denominación del jamón ibérico de origen y ahora nos endilgan cualquier cosa. Cañete, según Rajoy, representa el europeísmo patrio. Con el tiempo, ha mudado su altiva socarronería por una barba luxemburguesa. También ha conseguido atravesar tres décadas por la política, obedecer órdenes de antiguos alumnos, y eso sí, declarar con calma que él no ha robado. Escarmentados como estamos, parece que baste eso para pedir el voto. Un interrogante James Franco, el actor y director hipster, lector de poesía, escritor y, cómo no, modelo, pide perdón por haber intentado ligar por Instagram con una menor. No ocurrió nada. La joven, en sus cabales, no se podía creer que se tratara de él. Algunos lo han visto como una treta para promocionar su nuevo filme, Palo Alto, en el que interpreta al profesor de unos adolescentes perdidos. Si es así, habría que despedir a su director de marketing. Coincide el incidente con su expo New films stills en la neoyorquina Pace Gallery, una serie de autorretratos inspirados por Cindy Sherman. Incluso en la que aparece disfrazado de mujer no hay esperpento ni carcajada, sino una pátina espesa y oscura. Un interrogante. Pisando alfombra ¡Cuánto temblor deben de producir las alfombras rojas entre quienes están obligados a pisarlas! Posar para las cámaras, que te radiografían, después de una mala noche o de una demasiado divertida, da la diferencia entre un buen y un mal actor. Catherine Zeta-Jones y Michael Douglas han vuelto a pisarla juntos, con la sonrisa helada de quien prevé ser la comidilla. Su vida personal ha trascendido demasiado, y no sé bien porqué. De la presunta bipolaridad de ella a la adicción al sexo de él, y las alarmas misóginas encendidas al aventurar el origen de su cáncer. “Cuando te detienes a pensar, el mundo es un lugar aterrador. Y eso sin tener en cuenta a la gente”, dice el Marlowe que ha resucitado Banville/Black. (La Vanguardia)

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19 de abril de 2014
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Con Leila Guerriero todo es simple, pero nada es sencillo

Decía Borges que el escritor debe buscar la forma más sencilla de contar historias complejas. Esto ha hecho la periodista narrativa argentina Leila Guerriero con su último libro, una ‘nouvelle’ de no ficción engañosamente ‘simple’ que cuenta la historia de un joven bailarín de malambo.

En las pampas argentinas, el malambo es un baile tradicional, cuya variante más vistosa y legendaria es ejecutada por un hombre solo que zapatea a ritmo de vértigo durante casi cinco minutos acompañado por una guitarra, con botas de cuero rústico que no llegan a cubrirle todo el pie, y que muchas veces lo dejan roto y sangrando.  

En el pueblo de Laborde cada año se dan cita los mejores atletas del malambo. Que nadie espere evoluciones con boleadoras o cuchillos como las versiones para turistas: el malambo que se juzga en el Festival Nacional de Laborde es estricta y orgullosamente tradicional.

Como los héroes de Grecia, el momento triunfal de cada campeón es a la vez su ocaso: no puede presentarse a otros concursos y se despide al entregar el cetro en el festival siguiente, tras demostrar que es el mejor. La periodista construye su crónica como el relato de un hombre común, Rodolfo González Alcántara, que sobre el escenario de Laborde se convierte en un semidiós.

El malambo, nos enseña Leila Guerriero, es metáfora de muchas cosas: une la tradición y la modernidad, un mundo que se acaba y otro que nace, la línea tenue entre el triunfo y el fracaso.

*          *          *

Ya lo había hecho en su primer libro, la escalofriante fábula real Los suicidas del fin del mundo (Tusquets, 2006) sobre un pueblo patagónico donde se empiezan a suicidar los adolescentes. Y lo continúa con sus precisas y poéticas historias de ganadores amargos y perdedores luminosos que componen su antología Frutos extraños (Alfaguara, 2012). El año pasado Mario Vargas Llosa elogió con entusiasmo su colección de perfiles de escritores, Plano americano.

En América Latina, Guerriero es parte fundamental del avance de esta forma de contar novelísticamente hechos reales que, como decía Tom Wolfe del Nuevo periodismo en la Norteamérica de los 60 y 70, está produciendo la mejor literatura de la actualidad. Con el placer y el dolor del taconeo del malambo y con el aliento de las grandes épicas, lo ha conseguido otra vez.

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17 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué es lengua materna?

Hace mil años que corretea la criatura por todas las lenguas modernas y todavía nadie ha dado una explicación medio satisfactoria del significado ni el porqué de esa locución invocada por tantos para no decir nada. Muchos creen que la lengua materna es la que se aprende de la madre, cuando cualquiera en sus cabales podrá caer en la cuenta y hasta demostrar que del padre, del abuelo, e incluso de una tía segunda que vino un día de visita, también se aprende a hablar, o que las madres mudas paren vástagos parlanchines.
 
Otros  muchos creen que es la primera lengua que uno aprende, sea como sea, y hay diccionarios, como el de la RAE, que la definen como la que se habla en un país respecto a los naturales del mismo. Son todas muy buenas intenciones, pero nadie explica por qué ha de ser materna, y no fraterna o tierna, en adobo o en gelatina.
 
El único lingüista que ha intentado una explicación coherente es Einar Haugen, aunque su conclusión es tópica y decepcionante. Recuerda que en la época medieval sólo los hombres recibían educación, mientras las mujeres se dedicaban a la tarea considerada inferior de criar a los hijos. Pero lo cierto es que si uno nacía de una madre analfabeta que sólo hablaba el dialecto de la comarca, no  era muy probable que tuviera un padre avezado latinista y autor de versos en griego ático, sino un farfullante de la misma lengua rústica e iletrada. Entonces, a ver, ¿por qué materna?
 
Es notable que, pese al entrañable adjetivo, en los ejemplos más antiguos se perciba sin equívocos la intención peyorativa, en contraste con lengua escrita o cultivada. En el ejemplo más temprano con autor conocido, la autobiografía de Guibert de Nogent escrita entre 1114 y 1121, se dice que se debatía “non materno sermone, sed literis”, o sea, no en lengua materna, sino por escrito.  Queda más o menos claro que se refiere a la lengua hablada vulgar y vernacular en contraste con la letrada y científica, en su caso, el romance paisano por un lado, y el latín por otro. Pero por qué el habla vulgar tiene que ser maternal es algo que sigue sin entenderse. 
 
Podríamos preguntarnos cómo se denominaba esa dicotomía iletrada/letrada antes de la Edad Media. Contra la creencia de Haugen y muchos otros, el latín no era conocido como sermo patrius por antonomasia. Cuando Tácito narra el viaje  de Germánico a la Tebas egipcia, dice que pidió a un sacerdote “patrium sermomen interpretari” (II, 60), o sea que tradujera las inscripciones de la lengua del país, que no era el latín, sino el egipcio. Y cuando narra el asesinato de Lucio Pisón a manos de un natural del país en la Hispania Citerior, dice que el asesino puesto en el tormento “voce magna sermone patrio frustra se interrogari clamitavit” (IV, 45), o sea, gritó a voz en cuello en la lengua del país —que tampoco era latín, sino celtibérico en su variante bajosoriana meridional— que era inútil interrogarle. Así pues, sermo patrius significaba lengua del país, no necesariamente latín, y la dicotomía mística entre lingua materna y paterna no existía.
 
La primera vez que los gramáticos tuvieron la necesidad de distinguir entre el latín mal conjugado y declinado que usaba la plebe inculta, y el latín clásico que pretendían enseñar, fue hacia el siglo VI, cuando ya las dos lenguas, la defectuosa viva y la perfecta muerta, eran dos realidades definibles. Entonces, estudiosos como Casiodoro y Prisciano introdujeron el adjetivo  moderna, con el sentido de “actual”, en contraposición a paterna, con el sentido de “antigua” o “ancestral” (tal y como Horacio, por ejemplo, emplea paternus en la oda a Mecenas). Para un germanohablante latinizado in literis la dicotomía moderna/paterna tenía traza equívoca e inducente al malentendido que los traductores llaman de los falsos amigos. Los godos antiguos y los sajones llamaban modor a la madre, y los frisones, moder; materna, oh casualidad, se decía modren. No sabemos quién sería el primero, pero lo más probable es que algún germanohablante corrigiera el moderna, que le saltaría a los ojos como un germanismo zarrapastroso derivado de modren, sustituyéndolo por un materna, que eso sí que es latín del bueno. Así pudo nacer el materna/paterna, que parecía más lógico y correcto.
 
Cuando los compañeros poetas empezaron a escandir sus obras en lenguas vernáculas, la distinción entre iletrada (materna) y letrada (latín) dejó de tener sentido, pero es que materna es un adjetivo tan bonito que fueron los mismos poetas los que quisieron verse como redentores de la lengua de sus  santas madres. El sentido peyorativo cambió de lado, pero la comparación perduró más o menos sobreentendida. El campo semántico de sermo patrius fue ocupado por sermo maternusDante, por ejemplo, dice escribir en parlar materno, que suena mejor que vulgar. Los traductores renacentistas insistieron en la misma flor, ellos eran los dignificadores de las lenguas maternas. Desde entonces, la mística quedó instalada en la planta noble de la filología y despacha sus alegrías , que si Muttersprache, que si modyr tonge, que si ama hizkuntza, todo maravillas, por no meternos con la bromatología lingüística que se ocupa de la gramática sorbida con la leche materna y otras mamonadas.
 
Las mistificaciones de raigambre chomskyana son las que más disfrutan en la guardería. La lengua materna ha de ser, dicen, una, y opera sus maravillas de tal edad a tal otra. Yo, sin meterme con las pobres madres que tanto sufren, invitaría un poco a la descreencia al respecto. Un niño de seis años que aprende el árabe en su casa, el vasco en la escuela, y el castellano de la televisión, ¿qué lengua materna tiene? ¿Y si continúa creciendo en Lyon o Kiel, donde tiene tíos?


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17 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vista a la derecha

No todo son intereses. El suministro y el precio del gas cuentan. También las inversiones de los magnates en la City, los clubes de fútbol o la Costa del Sol. Pesan las balanzas comerciales entre el tercer socio comercial de la UE que es Rusia y el primero de Rusia que es la UE. Y no hablemos de diplomacia, porque entonces se diría que estamos encadenados: para el control del programa nuclear de Irán, el desmantelamiento del arsenal químico de Siria y, todavía más, terminar la guerra entre El Asad y la fragmentada oposición armada, e incluso imaginar algún paso adelante en la bloqueada relación entre Israel y Palestina. Todo este entramado constituye la red de interdependencias que blindan a Putin cuando avanza sus peones y alfiles en el tablero de Ucrania. Pero luego están las ideas y los valores, que también pesan a la hora de buscar sintonías más o menos explícitas en las capitales occidentales. Es probable que el esquema de la guerra fría no sirva para describir con precisión la nueva tensión Este-Oeste que tiene como escenario a Europa, pero el Kremlin, ahora como en los viejos tiempos, busca complicidades en la oposición a los partidos que gobiernan, con la particularidad de que si entonces las encontraba en la izquierda ahora empieza a encontrarlas, sobre todo, en la derecha. Y tiene toda su lógica: pocos políticos contemporáneos defienden con mayor ímpetu como Vladimir Putin los valores tradicionales, la discriminación contra los homosexuales, las raíces cristianas de la civilización europea o el nacionalismo etnolingüístico frente al multiculturalismo, el multilateralismo y la integración europea. Las ideas de Putin encuentran simpatía en las nuevas extremas derechas europeas, desde el UKIP británico hasta la Liga Norte, desde Marine Le Pen hasta Alternativa para Alemania. Son también evidentes en la Hungría de Viktor Orbán, que controla estrechamente los medios de comunicación, concede la ciudadanía a las minorías húngaras de los países vecinos y afianza su control autoritario al estilo de la democracia soberana rusa; y esto sucede tanto en el partido de gobierno Fidesz como todavía más en el extremista y antisemita Jobbik. Solo en los países donde hay un contencioso abierto con Moscú, como Rumanía a propósito de Moldavia y Letonia sobre la minoría rusófona o, claro está, en Ucrania, las extremas derechas son antirusas. En toda Europa, Moscú intenta atraer a la ultraderecha e influir incluso en el Parlamento Europeo que salga de las elecciones del 25 de mayo. El historiador alemán Heinrich August Winckler, en un ensayo titulado Las huellas dan miedo, que acaba de publicar el semanario Der Spiegel, ha señalado que los alemanes más comprensivos con Putin pertenecen a una genealogía que se remonta a la casta intelectual, militar y política de la República de Weimar y al ideario nacionalsocialista. Si esto es otra guerra fría, las extremas derechas de ahora ocupan el mismo lugar que los partidos comunistas prosoviéticos durante la guerra fría auténtica.



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17 de abril de 2014
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?Crackphone?

Alrededor de una mesa cinco mujeres enumeran lo primero que se quitan al llegar a casa. Los tacones, coinciden todas. Bajarse del pedestal que te eleva, cimbrea la cintura y levanta las nalgas. A pesar de las advertencias de la podología, el tacón es símbolo estético de andares coquetos, de feminidad, moda, bajismo, también fetichismo. Ahora bien, sólo en público. Puede que exista alguna excéntrica que guste de andar por casa encima de unos stilettos de diez centímetros, pero liberarse de los tacones forma parte del saludable protocolo de la intimidad. Un símbolo de lo que significa regresar a la estatura real. Las cinco mujeres continúan describiendo su ritual liberador: después vienen los anillos, pendientes y pulseras. ?Todo lo que pesa o aprieta?, dicta una. Sujetadores con aros, cinturones, medias? y los añadidos: lentillas, piercings, rímel, separadores de juanetes, describen sin pudor. Pero, mientras casi por instinto se liberan uno a uno de los abalorios que visten su yo público, confiesan sentirse incapaces de despojarse de su móvil, como si se tratara de una auténtica prótesis. Entre los hombres ocurre algo parecido: al llegar a casa, lo primero que hacen es vaciarse los bolsillos de cartera, chatarra y llaves; también se desprenden de los zapatos y el cinturón. Y les costará separarse de su smartphone, incluso desearían una funda impermeable para meterlo con ellos bajo la ducha. Somos movildependientes, y no sólo por el imperioso acceso a la comunicación, sino por la necesidad de sentir que alguien piensa en nosotros, nos sigue, nos retuitea; que contamos con ese alguien parecido a un espectador de nuestra vida a fin de que nuestros actos tengan mayor sentido. También se da el caso contrario: la posibilidad de narcotizarnos frente a su pantalla gracias a la feria de estímulos que es capaz de almacenar. En Francia, el presidente François Hollande ha decretado que todos sus ministros deberán dejar el móvil a las secretarias antes de entrar en la sala del Consejo. Se ha acabado la excusa de no atender en nombre de lo inaplazable. Algunas compañías tecnológicas francesas han anunciado que sus ejecutivos deberán mantenerse desconectados un mínimo de once horas diarias, como medida protectora. La hipercomunicabilidad golpea la conciliación entre vida profesional y vida familiar. Cuando un hijo te pide que dejes el móvil de lado, en verdad te sientes igual que un adolescente, incapaz de discernir lo urgente de lo importante. Y, como el tabaco, decides que te lo quitarás de encima al entrar por la puerta de casa. Pero, sigilosamente, acudirás allí donde esté, como el adicto en busca de la dosis, y si está apagado, lo encenderás porque su mudez es la nada.

(La Vanguardia)

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16 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una sentencia de Josep Pla

Ha pasado una semana y nadie ha citado la famosa frase atribuida Josep Pla: ?Nada se parece más a un español de derechas que un español de izquierdas?. No ha hecho falta porque hay coincidencia entre los comentaristas más conspicuos del soberanismo y del antisoberanismo: a la hora de encarar la propuesta de consulta sobre la independencia de Cataluña en el Congreso de los Diputados, Rajoy y Rubalcaba son dos gotas de agua. Unos lo denuncian y otros lo celebran, pero ambos coinciden en lo sustancial, la denegación de la transferencia de competencia para efectuar la consulta les une a ambos, incluso en los aplausos cosechados por los diputados, al menos de algunos populares para el líder socialista. ¿Hubo diferencias que desmientan la frase supuestamente planiana? Las hubo en los discursos y en los argumentos. En el diagnóstico: para Rajoy todo es un lío del que son responsables quienes lo han creado; para Rubalcaba hay un problema real de desentendimiento, del que en buena parte es responsable el propio Rajoy. En la solución: Rajoy propone la inmovilidad; Rubalcaba sugiere una reforma constitucional que pueda ser refrendada luego por los catalanes. Pero al final, lo que cuenta es el voto, y ahí no hubo variaciones. Todo estaba en el guión. Cualquier variación, propia de culturas políticas algo más sofisticadas, quedaba fuera de lugar. Es imposible imaginar en un escenario polarizado como el nuestro que los socialistas se hubieran abstenido, sin necesidad de apoyar la propuesta pero dejando que fuera la mayoría absoluta del Gobierno la que cerrara el paso a la propuesta nacionalista. Quien osara hollar este camino, sospechoso de dudas sobre la unidad de la patria común e indivisible, quedaría automáticamente descalificado para optar a gobernar en Madrid. Todavía más difícil es imaginar que hubiera funcionado la pluralidad socialista y la relación federal en forma de un voto diferenciado: en contra el PSOE y abstención del PSC. Rubalcaba hubiera quedado desautorizado y, a efectos prácticos hubiera sido lo mismo que una abstención socialista en bloque. Dejando volar la imaginación, quedaría todavía una tercera posibilidad, más exigente aún respecto a la sutilidad del sistema político que tenemos. Partamos de que la propuesta significaba el inicio de un trámite parlamentario, no la aceptación de la transferencia de la competencia para convocar la consulta. En el parlamento imaginado de Nunca Jamás, se aprobaría la aceptación a trámite, pero luego se discutiría y enmendaría para dejar la proposición de ley en nada o aceptarla en alguna de sus partes. Había una novedad que abonaba el debate sobre esta posibilidad: la sentencia del Constitucional sobre la declaración soberanista que reconoce el carácter legítimo y constitucional de la aspiración a realizar la consulta, aunque la rechaza como ejercicio del derecho de autodeterminación o expresión de una inexistente soberanía catalana. Sentencia en mano, cabía la discusión sobre la necesidad de consultar a los catalanes, las garantías sobre su carácter no vinculante, la oportunidad y constitucionalidad de las preguntas tal como pretende formularlas Artur Mas o la idoneidad de la fecha del 9 de noviembre, cuestiones las dos últimas decididas unilateralmente por una mayoría parlamentaria catalana que no llega a los dos tercios. Si la sentencia del Constitucional apenas entró en el debate es porque no interesa a ninguna de las dos posiciones enfrentadas de forma maniquea. La frase atribuida a Josep Pla tiene la virtud de que admite la dirección inversa: ?Nada se parece más a un catalán de derechas que un catalán de izquierdas?. El tópico implícito en la sentencia es el de una irreductible separación esencial entre lo español y lo catalán, de forma que tanto españoles como catalanes se definen por lo que tienen en común según sus respectivas identidades y no por la separación entre izquierdas y derechas. Arturo San Agustín ha fabricado un libro estupendo alrededor de la pregunta ¿Cuándo se jodió lo nuestro?, con el subtítulo Cataluña-España: crónica de un portazo (Destino), que formula a una veintena de personas (aclaración: yo soy una de ellas). Unos dicen que todo empezó con la sentencia del Estatut, otros con el Estatut mismo, otros más se remontan a los años 80 y algunos apelan a la irreductible diferencia entre españoles y catalanes y sitúan el conflicto en el depósito de las verdades eternas e inmutables, sin remedio pasado alguno y sin atisbo de solución en el futuro. Aterricemos de una vez para comprobar la cita de Pla: Quadern Gris, 28 de septiembre, 1918. ?Lo que más se parece a un hombre de izquierdas en este país es un hombre de derechas. Son iguales, intercambiables, han mamado la misma leche. ¿Podría ser de otra forma? No lo dudes: esta división es inservible?. El escritor pone las palabras en boca de su padre, que puede referirse a l?Empordà, a Cataluña o a España cuando habla de los políticos. Nada hay en la cita que se acerque a las irreductibles esencias nacionales, ajenas al escritor de los matices y de las tonalidades grisáceas, los territorios donde crecen la sutilidad y la capacidad de acuerdo que tanto nos faltan ahora.



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14 de abril de 2014
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El último minuto

¿Por qué hay personas previsoras que se organizan minuciosamente para acometer una tarea y otras que, por más que lo intenten, siempre lo hacen todo en el último minuto? Los primeros, más que puntuales, realizan sus entregas con antelación a la fecha señalada; y cuando acuden a una cita llegan con tiempo suficiente para permitirse el lujo de perderlo. Eso es lo que piensan quienes sienten que no tienen ni un minuto para malgastar y apuran las horas como si fueran elásticas. De los primeros se dice que son metódicos; los segundos, caóticos. Pero la precipitación no siempre es mala, depende de la fuerza de las ideas, y de las conexiones entre consciente e inconsciente. Si no, ¿por qué a pesar de posponer racionalmente un asunto, no podemos quitárnoslo de la cabeza hasta que lo afrontamos? También se puede llegar a soñar con el deber aplazado: a mí me ocurrió cuando empecé a escribir artículos. Si no lo tenía resuelto, aquella noche mi inconsciente se afanaba en buscar un tema para la columna, y alguna miga llegué a recoger en la vigilia. Hitchcock contaba su experiencia en un colegio jesuita célebre por su rectitud moral y su disciplina, y reconocía que le ayudó a perfilar su sentido del suspense. “El método de castigo era altamente dramático: el pupilo debía decidir cuándo acudir. Y dirigirse a la habitación especial donde se hallaba el cura o el hermano lego encargado de administrarlo. Algo parecido a dirigirte tu propia ejecución”. “Decidir cuándo”, ahí está el quid de la cuestión. El adolescente Hitch comprobó que la mayoría de sus compañeros retrasaba la sesión de azotes con correa hasta última hora del día. Así, al castigo físico se le añadía una losa autoimpuesta que los angustiaba durante toda la jornada. En cambio, si se recibía inmediatamente, tras las lágrimas y el escozor pronto llegaba el alivio. Por pereza, parálisis o carácter postergamos lo que sabemos que tendremos que encarar irremediablemente -lo llaman procrastinación-, aun sintiendo el látigo del minutero, la angustia del tiempo que expira, la boca seca. No siempre se advierte diferencia entre el resultado de quienes realizan una actividad con tiempo y quienes la han hecho a última hora. “No me lo he preparado demasiado y me ha salido mejor que nunca”, les he oído decir a varios conferenciantes. Cierto es que la inspiración llega cuando uno suda, pero la daga de la presión desquicia a unos mientras que revitaliza a los otros. Según una investigación realizada en la Universidad de Colorado, de la que informa la revista Time, la procrastinación se hereda. El profesor Daniel Gustavson y su equipo concluyen que el dejarlo todo para el último momento no es sino una adaptación evolutiva a nuestra era de planes y agendas. Genes impulsivos a la búsqueda de un relámpago de suspense.

(La Vanguardia)

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14 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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54. Las drogas inventadas

[En Un mundo feliz (1932) Aldous Huxley establece una droga, el soma, como el auténtico regulador de las relaciones sociales e interpersonales. En el relato de Philip K. Dick "Faith of Our Fathers" (incluido en Dangerous Visions, 1967), se reparten drogas alucinógenas diluidas en el agua, para tener a los ciudadanos controlados bajo el dominio extraterrestre. Los grupos de resistencia operan ingiriendo fenotiacina, un antialucinógeno. Frederic Pohl hace una irónica variación del tema en su relato "What to do till the Analyst comes"[1], donde la droga que produce el control social es un chicle denominado Cheery-Gum.] [En White Noise (1985), Don DeLillo describe Dylar, una droga para ahuyentar el miedo a la muerte. Una neuróloga opone al respecto que necesitamos alguna frontera, algún límite final para definirnos metafísicamente: "but I think it's a mistake to lose one's sense of death (...) Isn't death the boundary we need? Doesn't it give a precious texture to life, a sense of definition?"[2]. En el cómic American Flagg! (1983-89), Howard Chaykin introduce la droga NachtmachterTM, que produce lagunas en la memoria a los participantes en disturbios.] [Rodrigo Fresán imagina en El fondo del cielo (2009) una droga para olvidar: "Mi padre nunca se repuso de esa frustración y por eso se ofreció como uno de los primeros voluntarios para probar la droga esa... la que te hace olvidar recuerdos no deseados, tristes, insoportables. Mi padre quería olvidarse de que alguna vez me había soñado un futuro estelar, un futuro en las estrellas. Pero eran los primeros días del asunto, todavía estaban desarrollando la cosa. Y se olvidó de todo. Me olvidó por completo"[3]. Douglas Coupland imaginó en Generation A (2009) una droga cronosupresora: "SOLON CR está indicado para el tratamiento de la incomodidad psicológica basada en la obsesión con el futuro cercano o distante. Al cortar el lazo entre el momento presente y la percepción de un estado futuro por parte del paciente, se han conseguido caídas pronunciadas y significativas en todas las formas de ansiedad. Además, los investigadores han descubierto que la desconexión del futuro ha conseguido que varios pacientes que se quejaban de soledad persistente vivan una vida activa y productiva en soledad, sin temor ni ansiedad"[4].] [Óscar Gual también ha dejado su propia droga inventada: "la sopa-S desapareció semanas después de haber sido introducida en el mercado, tan rápidamente como irrumpió (...) Según pudo averiguar, no todo quien lo probó sufrió tan fatales consecuencias, pero sí coincidían describiendo sus efectos: quien lo consumía se cegaba irracionalmente en aquello que más le importaba en ese momento. Se convertía en un autómata. Bloqueaba la conciencia dispersa aislando tan sólo una idea en la mente. (...) El cuerpo como reflejo del alma. Eso es lo que parecía provocar aquella sustancia"[5].] [En La última novela de César Aira (2012), de Ariel Idez, el narcotraficante César Aira inventa y difunde la proxidina, cuyo efecto es "desactivar el relato unificador y disgregar el sistema nervioso sembrando la anarquía fisiológica"] [Ray Loriga imagina en Za Za, emperador de Ibiza (2014) la droga ZAZA, que tiene como efectos la felicidad total y sonrisa perpetua, incluso en un condenado a muerte[6]. Como aquella droga del relato de Dick, también es suministrada a la población para tenerla sonriente y bajo control.] [Edmundo Paz Soldán construye en Iris una región en guerra, donde la droga -como en Vietnam- es indisoluble de la experiencia bélica, para huir del horror: "Quiso un swit para tranquilizarse. Había abusado de ellos, quizá por eso algunos ya no le hacían efecto. Tomaba uno para dormir y otro para estar alerta; uno para los ataques de pánico y otro para la ansiedad; cuando le faltaba aire se metía uno a la boca y cuando le subía la presión, otro; para divertirse necesitaba tres y cuando estaba melancólico, dos; quería ver estrellas y escuchar explosiones en el sexo con Soji y buscaba swits en la cajita de metal que tenía en el cuello"[7]. El PDS, otra droga de la novela, "crea una realidad para el que la usa. Como meterse al Hologramatrón, ser parte dalgo que sestá proyectando nese instante. Como actuar nuna película ya filmada, revivir un recuerdo como si jamás hubiera ocurrido" (p. 79). El jün es la droga definitiva, leitmotiv de muchos personajes de la novela, que persiguen la experiencia "oceánica" de disolución identitaria que procura su ingesta.] ["La puesta en escena que había empleado tenía que ver seguramente con la característica más novedosa de la poliproxidina, de la que se decía que era la droga que eliminaba del discurso todas las metáforas"[8], explica César Aira en Yo era una chica moderna (2004). Y es curioso pensar qué sucedería con buena parte de la narrativa contemporánea si se le aplicase esa poliproxidina y la droga dejase de ser, súbitamente, una de sus más recurrentes metáforas].

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Addenda: Después de colgar el post mi novia me recordó la "leche-plus" que bebían antes de salir a dar golpes los protagonistas de La naranja mecánica de Anthony Burguess; Paul Viejo me apuntó la "melange/spice" del Dune de Frank Herbert; Juan Carlos Márquez recuperó al Dr. Jekyll de Stevenson y su droga disociadora, y Fernando Ángel Moreno Serrano me citó el relato "Solsticio", de James Patrick Kely, sobre un diseñador de drogas. Rodrigo Fresán, tras leer el texto, me comentó la existencia de otras drogas imaginarias en Flashback (2011), de Dan Simmons, donde la población toma la droga "flashback" para retornar al pasado de su memoria, y en la distopía Sleepless (2010), de Charlie Huston, que describe un futuro donde las personas no pueden dormir y sólo algunos privilegiados evitan la muerte segura por agotamiento gracias a la droga "dreamer". Juan Bonilla me ha enviado un correo donde agrega: "Y Vurt, Vicente, de Jeff Noon: unas plumas que se venden en las vurterías y hay de todos los colores: las azules, que facilitan sueños legales y seguros, las rosas para las experiencias pornográficas, las negras, que son ilegales porque convierten al ciudadano en un peligro, y las amarillas que son escasas y gracias a las que se puede construir una ‘second life' más real que la realidad en la que casi todos los que entran ya no pueden salir. Es simpático que en la descripción de los efectos de esas plumas se indique que, al tomarla, cuando el consumidor cierra los ojos, empiezan a salir en la pantalla de su cerebro unos títulos de crédito informándole quiénes son los creadores del estupefaciente."

 


[1] Incluido en el volumen de relatos, de significativo título, Alternating Currents; Ballantine Books, New York, 1956. J. G. Ballard recordaba este cuento, en conjunción con una obra de Philip K. Dick, en un artículo titulado "What to do till the analyst comes" publicado en The Guardian el 31 de marzo de 1966, p. 6.

[2] Don DeLillo, White Noise; Penguin Books, New York, 2009, p. 217.

[3] Rodrigo Fresán, El fondo del cielo; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 127.

[4] Douglas Coupland, Generación A; El Aleph Editores, Barcelona, 2011, p. 107.

[5] Óscar Gual, Fabulosos monos marinos; DVD Ediciones, Barcelona, 2010, p. 15.

[6] Ray Loriga, Za Za, emperador de Ibiza; Alfaguara, Madrid, 2014, p. 59.

[7] Edmundo Paz Soldán, Iris; Alfaguara, Madrid, 2014, p. 16.

[8] César Aira, Yo era una chica moderna; Interzona, Buenos Aires, 2005, p. 81.



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13 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La sonrisa de Rumsfeld

A lo largo de dos horas -y podemos asumir que en las treinta y cuatro que duró la charla- no hace otra cosa que sonreír. A veces sonrisas punzantes, a veces discretas, y en la mayor parte de los casos irónicas. Sonrisas llenas de certezas. De vanidad. De suficiencia. Sólo en un momento, hacia el final de la cinta, a Donald Rumsfeld se le quiebra la voz e incluso deja escapar unas lágrimas para mostrarse frágil y humano. ¿Acaso toda la entrevista es producto de una soberbia actuación? ¿El antiguo secretario de Defensa de George W. Bush merecería un Óscar por su interpretación de sí mismo?

            Si The Unknown Known -la traducción pierde su fuerza en español: Lo desconocido conocido-, el documental de Errol Morris en torno a la figura de Rumsfeld, resulta fascinante no es porque su protagonista realice una sola declaración espectacular o porque alcancemos a vislumbrar sus contradicciones internas y menos un atisbo de redención, como ocurría en The Fog of War (2003) con otro secretario de Defensa caído en desgracia, Robert McNamara, sino justo por lo contrario: la invulnerabilidad de uno de los hombres de poder más influyentes de las últimas décadas frente al juicio de la Historia.

            La entrevista, qué duda cabe, es un combate. Frente a la cámara, el político que hará hasta lo imposible por justificarse, decidido a no mostrar el menor signo de agonía -con la forzada excepción del final- frente a los embates de Morris, a quien considera su enemigo. Y detrás de la cámara, el cineasta que, con el bagaje de su documental previo, intentará que, en un descuido o en un instante de hubris o soberbia, Rumsfeld muestre su auténtica naturaleza. Si hubiera que señalar un ganador de la contienda, en principio habría que pensar que es Rumsfeld: pese al acoso del entrevistador, quien no duda en mostrarle las evidencias de sus mentiras, el antiguo secretario de Defensa se mantiene impertérrito, ajustado militarmente al guion que él mismo ha escrito para sí. Aunque al final la victoria quizás no sea del todo suya...

            Aunque The Unknown Known (2013) parte de los miles de memorandos que Rumsfeld dictó durante sus años en el Pentágono -incluyendo aquellos en los que puja por intervenir en Irak o en los que aprueba las tácticas de tortura conocidas como "interrogatorio mejorado"-, en realidad se extiende a lo largo de toda su carrera, desde sus inicios como joven congresista republicano hasta su ascenso como secretario de Defensa de Gerald Ford, y desde su batalla contra George Bush padre para convertirse en vicepresidente de Ronald Reagan hasta su regreso al primer círculo del poder, con el hijo del anterior, de la mano de su antiguo asistente, Dick Cheney. El retrato, lleno de tintes shakespereanos, recuerda al Frank Underwood de House of Cards: un hombre absorbido por el ansia de poder, capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya y desprovisto de cualquier sombra de culpa. La coherencia, en cualquier caso, es absoluta: el Rumsfeld que en la administración Ford perseguía a toda costa el aumento de presupuesto militar para amedrentar a los soviéticos es el mismo Rumsfeld que se empeñó en invadir Irak para mantener los intereses geoestratégicos de Estados Unidos en Medio Oriente.

            Y es aquí donde se encuentra el meollo del documental, en esa invasión que fue producto de uno de los engaños más grandes del siglo: Saddam Hussein, como ahora sabemos, no poseía armas de destrucción masiva. Frente a esta verdad, Rumsfeld articula su teoría de lo desconocido conocido: "hay cosas que sabemos, cosas que sabemos que no sabemos y cosas que no sabemos que sabemos, pero también hay cosas que creemos saber, aunque al final nos damos cuenta de que no". Un juego de palabras que sirve como metáfora del infinito juego de silogismos y trampas verbales con las que Rumsfeld se escuda una y otra vez para no asumir la menor responsabilidad por sus errores.

            Sin embargo, al final es esa sensación de observar una fortaleza inexpugnable lo que termina por resultar más esclarecedor del personaje -y del régimen que lo llevó a la cima. Una camarilla que, cegada por la ideología y la ambición, no dudó en torcer no sólo el lenguaje, sino la lógica y la moral, para cumplir sus objetivos. Que su estrategia se revelase como un gigantesco desastre -Afganistán e Irak en peor estado que antes de la guerra y Estados Unidos con mucha menos fuerza y prestigio- no les impide permanecer seguros de sí mismos. Ni sonreír sin pudor.

              

Twitter: @jvolpi

 



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13 de abril de 2014
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