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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El rey que abandonó el centralismo

Monarquía y centralismo han sido términos estrechamente asociados en la historia de España desde que terminó la guerra de sucesión en 1714, cuando Felipe V importó de la Francia de su abuelo Luis XIV la estructura unitaria y concentrada del poder. Solo hay una excepción al centralismo borbónico en el balance de los sucesivos reinados de los monarcas españoles y esta es la del largo reinado que ahora acaba de Juan Carlos I, en el que queda radicalmente desmentida esa identificación secular entre el centralismo hispánico y la corona española, a la que algunos, tanto entre partidarios como entre detractores, consideran elemento esencial de la existencia misma de la idea de España. Con el reinado de Juan Carlos se han producido al menos dos hechos excepcionales que marcan la diferencia respecto a cualquier otro de sus antecesores en el trono. Han sido reconocidas hasta niveles desconocidos en el pasado los derechos y las competencias de autogobierno de las nacionalidades históricas, donde habían crecido durante el último siglo y medio potentes reivindicaciones nacionalistas. Y este reconocimiento se ha hecho mediante un sistema generalizado de redistribución regional del poder, el ahora impugnado ?café para todos?, que ha convertido a la monarquía española en un régimen descentralizado, en las antípodas del centralismo borbónico. Mientras algunos politólogos clasifican ya a la España actual entre los regímenes federales, otros piensan que se trata de un sistema federal solo parcial en el que todavía se mantienen estructuras centralistas. Pero incluso en este último caso, no queda desmentido el carácter excepcional del reinado juancarlista respecto al pasado. Esta actitud tan distinta se expresa muy concretamente en las relaciones entre el rey Juan Carlos y Cataluña. Bajo su reinado, los catalanes consiguieron la restauración de su institución secular, la Generalitat, en la persona del presidente Josep Tarradellas, que había conservado la legitimidad democrática y republicana en el exilio. Le siguieron la Constitución española, que reconocía el derecho de Cataluña al autogobierno, y sobre todo el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que ha permitido el mayor despliegue de competencias de autogobierno de toda la historia de Cataluña contemporánea y en términos comparativos más complejos también desde los tiempos medievales. Y todo ello se ha consolidado en la etapa más larga y de mayor autogobierno de toda su historia, a pesar incluso del deterioro en las relaciones entre los gobiernos de Cataluña y España de la última década y de los recientes temores a una recentralización e incluso a una definitiva e inaceptable asimilación expresada por el nacionalismo. Ahora el partido catalán más votado en las últimas elecciones europeas se declara republicano en sus siglas. El actual gobierno catalán, salido de las urnas el 25 de noviembre de 2012, prepara para el 9 de noviembre la celebración de una consulta para decidir sobre la eventual secesión de Cataluña, que ha sido desautorizada por las Cortes Españolas. Hasta ahora, nada había histórica y conceptualmente más incompatible con la monarquía española que la Cataluña republicana y secesionista ahora en auge. Pero la abdicación y la entronización del nuevo rey significan un nuevo comienzo y la apertura de una nueva etapa, que son precisamente los momentos en que aparece la oportunidad de que los callejones sin salida se abran y los rompecabezas se resuelvan. En el seno del propio movimiento independentista hay voces e incluso documentos que especulan con la eventualidad de conservar la corona española como institución compartida con el conjunto de España por parte de una Cataluña independiente. El catalanismo conservador formuló hace aproximadamente un siglo y por boca de Francesc Cambó, una pregunta crucial sobre el régimen político español: ?¿Monarquía? ¿República? Cataluña?. Si ahora la monarquía pudiera ser la respuesta al dilema entre el estatus quo y la independencia catalana, entonces también podría ser la solución al dilema más fructífero entre satisfacer los evidentes deseos de un mayor autogobierno expresados en sucesivas elecciones por los catalanes y el mantenimiento del marco constitucional de convivencia construido al principio del reinado de Juan Carlos. Si el padre abandonó el centralismo, el hijo tiene ahora la oportunidad de consolidar y culminar la España de todos que justo ahora empieza a estar en duda.



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2 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Quién era Longino?

De las tres obras que el canon clásico ha retenido como referenciales de la preceptiva literaria, la Poética de Aristóteles, la epístola Ad Pisones de Horacio, y el tratado De lo sublime de Longino, esta última es la que más interés ha suscitado en la modernidad, primero por la rara excelencia y audacia de su texto, y luego por la controversia sobre su época y autoría. 
Este año se celebra el 340º aniversario de la venerable traducción de Boileau, que recuperó De lo sublime para la historia de la crítica literaria. Con tan fausto motivo, Acantilado publica este mes una nueva traducción, que será por lo menos la décima española desde 1770. Es el momento adecuado para volver a preguntarse quién era Longino.
¿Cuándo se escribió De lo sublime?
El primer paso en busca del autor sería determinar la fecha de su texto. No hay muchos elementos que ayuden a determinar cuándo se compuso De lo sublime, pero todos los disponibles apuntan a la época del emperador Augusto. 
Los autores  que Longino cita como contemporáneos, Teodoro de Gadara y Cecilio de Calacta, son de época augustana.
El autor que muestra la más notable influencia de De lo sublime en sus textos es Séneca. En De tranquilitate animi se pueden leer consideraciones sobre el riesgo de la grandeza literaria y otros temas típicos del tratado. Por su parte, en De brevitate vitae, escrito en el año 49, ofrece un importante indicio de datación de De lo sublime cuando dice que la moda de estudiar letras y diseccionar la Ilíada y la Odisea fue algo que ocurrió en el pasado: “Graecorum iste morbus fuit”  [fue una manía de los griegos]. Lo que hace pensar que se refiera como mínimo a la generación de su padre. 
En un pasaje de las epístolas a Lucilio (95, 23) menciona Séneca las aulas vacías de los maestros de artes liberales y de preceptiva literaria, ya no se estudia, los jóvenes se han vuelto tabernarios. 
¿Cómo se llamaba?
Han pasado de moda denominaciones como Pseudo-Longino o Anónimo. La primera procede de una atribución errónea, ¿por qué cargar al autor con la equivocación? Respecto a la segunda, el tratado ha sido transmitido con un nombre, que ese nombre haya podido ser juzgado por algunos incompleto o dudoso, es un motivo menos que endeble para declararlo anónimo.
El manuscrito conservado dice que el autor es “Dionisio o Longino”. Esto se ha leído siempre como si el copista expresara una duda, o sea, no se sabe si fue el uno o el otro. Pero la disyuntiva ἤ también admite ser leída como “alias”. Es decir Dionisio el Longino, siendo la segunda parte un sobrenombre o nombre de pluma, como Azorín o Molière.
En todo caso, lo más llamativo de Longinus, sea nombre o sobrenombre, es que no es griego, sino romano, mientras el autor de De lo sublime deja bien claro que él es griego y extranjero en Roma. Entonces, ¿cómo es que se llamaba así?
Longinus fue el apellido de la Gens Cassia, reputada como una de las estirpes más nobles y antiguas de Roma. Así se apellidaron sus miembros durante la República, de modo que todo Longinus tenía alguna relación parental, clientelar o de homenaje con la Gens Cassia.
En la Gens Cassia regía la tradición del estudio de la lengua griega. Gaius Cassius Longinus, el tercero de los conjurados que apuñalaron a Julio César, estudió filosofía en Rodas, la capital de los estudios estoicos, y hablaba y escribía griego perfectamente. Dos de sus descendientes eran jóvenes estudiantes en  la época augustana:
Gaius Cassius Longinus, jurista y autor de varios volúmenes sobre su especialidad, procónsul de la provincia de Asia, y gobernador de Siria durante los reinados de Calígula y Nerón. Se casó con una nieta de Augusto y tenía en su mansión una estatua de su abuelo Gaius Cassius Longinus, el helenista estoico mencionado arriba que se clasificó en tercer lugar en el apuñalamiento de Julio César. Nerón desterró al nieto por ese motivo a Cerdeña en el año 65. Tácito recuerda que para entonces se había quedado ciego y que en el año 61 intervino en el foro para que todos los esclavos de un senador asesinado fueran ejecutados en estricto cumplimiento de la ley.
Lucius Cassius Longinus, hermano mayor del anterior, fue también cónsul y cuñado de Calígula, que lo mató en 41, porque un oráculo le advirtió que un Longinus lo asesinaría. 
Estos Longinus pudieron ser discípulos del autor de De lo sublime, que a su vez habría adoptado el sobrenombre familiar de sus patronos. Cecilio de Calacta, autor de otro tratado hoy perdido sobre lo sublime y que sirvió a Longino como pretexto competitivo para escribir el suyo, también dejó su nombre original y se hizo llamar así en honor de sus patrones, los Metelli.
  El dedicatario
De lo sublime está dedicado a Postumius Terentianus, a quien Longino se dirige con el epíteto kratistos, que según la preceptiva corresponde a una persona de alto rango, como hace Plutarco al referirse a su protector el senador Fundanus. Pero ese discípulo de Longino no ha sido identificado.
¿Era judío?
Una de las particularidades del texto es que denota un familiaridad extraordinaria con la versión bíblica Septuaginta. Hay palabras y fraseos que sólo se leen en la Septuaginta y en De lo sublime. Además Longino menciona la impiedad del poeta de la Ilíada al tratar a los dioses, e insinúa que ve mayor grandeza literaria en la descripción de la potencia divina por parte del legislador de los judíos. Pero su confidencia más reveladora es cuando, en su defensa de la pasión,  asegura al final del capítulo VIII que, para su gusto personal, “nada hay más grande que una pasión noble en su momento justo, cuando por obra de la inspiración se inflama en ráfagas entusiastas que dan a sus palabras tintes proféticos”. Esa defensa del entusiasmo profético anuncia el pasaje en el capítulo XLIV donde Longino compone efectivamente un vehemente discurso inspirado en el Oráculo contra Babilonia, uno de los grandes poemas del profeta Isaías.
La grandeza de los juegos universales
Para Longino, la literatura, como la vida, es una competición de magnanimidad, ingenio y pasión, unos juegos universales donde hay que ser ambicioso, arriesgarse y aspirar a lo más alto. Es el motivo medular que le lleva a repasar los modos, medios y antecedentes de la grandeza y el tono elevado. No es el menor de sus méritos que, gracias a él, se haya conservado uno de los poemas más importantes de Safo.


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2 de junio de 2014
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Y al séptimo descansó

“Y al séptimo día, descansó”. Los domingos se convirtieron en una jornada sagrada, una institución del calendario para rendirle culto a Dios. Incluso los payeses no madrugaban el domingo para ir al campo, día de agua y jabón, traje, misa, vermut y canalones. De tardes largas con el eco del Carrusel deportivo y el aire impregnado de habanos. Las ciudades recogidas a la hora de la siesta. Las meriendas de amigas con suizo y café con leche condensada. Hasta que la semana, invisiblemente, empezó a arrancar en sus tardes yermas y melancólicas. En ellas se gestaría, anticipando planes, citas y quimeras. Los centros comerciales rugían con promociones de perfumes y vales descuento al tiempo que algunos salones de belleza empezaron a abrir los domingos y cerrar los lunes, igual que los restaurantes. Y la tarde libre de los viernes se convirtió en una nueva conquista del Estado de bienestar. Mientras para los eurodiputados la semana es de martes a jueves, y para multitud de teleoperadoras es de viernes a lunes, se ha ido trastocando el orden mental de lo que entendíamos por “semana”, una línea continua y homologada. Hace unos días leía en Slate un artículo que resaltaba la vigencia de la semana de siete ideas, esa institución tan sólidamente instalada en nuestras sociedades como poco cuestionada. “Ya es hora de abolir la semana”, titulaba, y repasaba la historia de la organización temporal humana y su relación con los ciclos solares y lunares, afirmando que esta división del tiempo ha quedado obsoleta. Los ciclos de siete días -un número vinculado tradicionalmente a la buena suerte- que inventaron babilonios y judíos, con uno libre (para los primeros un día de mal augurio, para los segundos el preceptivo sabbat), fueron normativizados por el cristianismo. Pero no fue hasta 1926 cuando el magnate industrial Henry Ford inventó el fin de semana al cerrar sus fábricas los sábados a fin de que sus obreros tuvieran tiempo de dar una vuelta con la familia en sus Ford. Cuántas tradiciones semanales en el marco de un mercado laboral mutante y nómada, y en pleno declive de la práctica religiosa, se han desvanecido. Internet ha derribado el sentido de la temporalidad: basta un clic para ver el siguiente capítulo de tu serie preferida sin necesidad de esperar ansiosamente siete días, y en la tele siempre hay fútbol, no sólo los domingos. La sensación de que el fin de semana se extiende plácidamente de viernes a lunes parece cada vez más un espejismo. En México o Japón los sábados son laborables. Y, en Europa, los empresarios, tras los resultados de las últimas elecciones, reclaman a sus gobiernos más mano dura: “opciones políticas valientes” de cara a una mayor “consolidación fiscal”, es decir, más ajustes y reformas estructurales. Ellos quieren abolir el fin de semana, justo cuando nos preguntamos si el martes no debería de ser como un domingo y el domingo como un lunes.

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2 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El desconcierto europeo

Arrasada por la gran recesión que ha asolado al mundo desde 2008, la Unión Europea se halla sumida en su mayor turbulencia desde el fin de la segunda guerra mundial. Tasas de desempleo elevadísimas y, en las zonas más desprotegidas, cercanas a una cuarta parte de la población. Un desempleo juvenil que, en aras de la estabilidad macroeconómica, significa el sacrificio de una generación. Desahucios y pérdidas de viviendas en escalada. Servicios sociales, que hasta entonces habían sido el orgullo de sus países, desmantelados o reducidos al mínimo. En pocas palabras: las sociedades más prósperas e igualitarias que ha conocido la humanidad sumidas en un clima de desencanto que amenaza con hacer naufragar el que también es el mayor proyecto de integración política y económica de la historia.

            En un clima semejante, cuando por primera vez en décadas a los europeos el futuro les parece más incierto que el pasado, uno pensaría que su rabia habría de dirigirse contra los responsables de lo ocurrido, esa larga generación de políticos que desde los años ochenta abrazó la revolución neoconservadora. Y que, en cambio, volverían sus ojos hacia la izquierda, esa izquierda que tradicionalmente veló por la solidaridad y la equidad y contribuyó decisivamente a la construcción de las democracias sociales que predominaron en el continente entre 1950 y 1980. No ha sido así: salvo en unos cuantos casos, los socialistas continúan en franco retroceso en todas partes.

            Hoy la izquierda europea parece más extraviada que nunca. Las razones son variadas. En primera instancia, no ha logrado recuperarse de la merma de legitimidad sufrida tras el fin del bloque comunista. Exhibidos por la derecha como cómplices de la barbarie, desde entonces sus líderes no has sabido construir un auténtico proyecto alternativo. Y peor que eso: cuando les ha tocado gobernar, han seguido las mismas directrices económicas de sus rivales. Sin duda a la socialdemocracia se deben incontables avances en derechos sociales -aborto, lucha contra la discriminación, matrimonio igualitario-, pero en una época de crisis tales conquistas lucen menores frente a su complicidad en la debacle. De España a Alemania y de Polonia a los países nórdicos, los ciudadanos no les perdonan haberse transformado en burócratas de partido que no saben hacer otra cosa excepto quejarse.

            Frente a esta trágica deriva de la izquierda europea, la misma derecha que en su empeño de disminuir el papel del estado y de desregular los mercados provocó la debacle es la encargada de resolver el entuerto, estrechamente vigilada por una Alemania decidida a mantener una severa austeridad. El pírrico triunfo del Partido Popular Europeo y Jean-Claude Juncker -un melifluo apparatchik asociado a la típica inmovilidad de Bruselas- no permite prever un cambio de estrategia. Y, entretanto, se produce el ascenso por doquier de la derecha xenófoba, populista y euroescéptica (o combinaciones de las tres cosas).

            Si bien las elecciones en teoría definen el destino de la UE, lo cierto es que se resuelven en clave nacional. Si bien es probable que los integrantes de esta ola populista no sean capaces de formar un grupo parlamentario, su fortalecimiento a nivel local hace presagiar lo peor. El caso más grave es, por supuesto, Francia, donde el Frente Nacional se convirtió en la primera fuerza y ganó casi todos los distritos. Por más que se interprete el resultado como un voto de castigo tanto a los socialistas de Hollande, incapaces de cumplir una sola de sus promesas, como a la derecha de Sarkozy y sus escándalos, la victoria de Marine Le Pen demuestra la maleabilidad de los nuevos populismos y su capacidad para apoderarse de las frustraciones de la calle y darle voz a los peores instintos de ciudadanos atenazados por el miedo.

            Para la izquierda, la enseñanza debería ser clara: si no es capaz de volver a la calle para recoger el impulso de los movimientos sociales -en especial de los jóvenes-, de moldear un proyecto económico opuesto al de sus enemigos y de alertar sobre los peligros de la extrema derecha, la población europea podría dejarse seducir por estos populismos racistas como ya lo hizo, hace un siglo, tras otra severa crisis económica. Casos como el de Matteo Renzi en Italia -el único líder socialista que ganó una elección-parece más una excepción que una esperanza. Pero al menos permite vislumbrar que quizás no todo esté perdido.

 

Twitter: @jvolpi

 

 

 



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1 de junio de 2014
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La izquierda ?selfie?

Por un lado están los jóvenes y por otro los jóvenes-viejos. Los primeros responden, según el prestigioso centro de investigaciones Pew, a la etiqueta de milenials, nativos digitales que desconfían de las instituciones suplantadas por las redes. Menos propensos a definirse como ecologistas, son anticeremoniosos e hipercomunicativos y, en general, no militan, a diferencia de los jóvenes-viejos que se han sentido con los bolsillos vacíos de mensajes ante el suculento surtido de quesitos surgidos tras las europeas. “Estos friquis” -como denominó Arriola a los integrantes de Podemos- han sido capaces de asaltar Bruselas con una campaña low cost. PP y PSOE se han revirado. “No me gusta este tipo de movimiento político”, aseguraba Patxi López en la Cadena Ser. El exlehendakari, que también dimite, afirmó que su partido es el más democrático de España porque celebra primarias. Cierto es, hubo unas en 1998 que ganó Borrell, a quien le acabaron dando la patada. Pero que le pregunten sobre democráticos congresos al equipo de Carme Chacón, que en 2012 asistió al espectáculo de Felipe y Guerra pidiendo el voto in extremis -delegado por delegado- para Rubalcaba. El socialismo, hambriento de tendencia, necesita a su generación selfie a la búsqueda de un corpiño sexy que lo vista y una cabeza audaz que lo repiense. Ahora, todos los ojos se han posado en Susana Díaz, la esperanza blanca del partido aunque hace nueve meses nadie la conociera. Poderío dicen que trae, y habilidad para nadar a contracorriente. Eduardo Madina comparece como una oferta cuyo principal atractivo es ser un significante sin significado, sin que ello quiera ser peyorativo. No se le conocen ideas propias, pero es un excelente portavoz de la dirección del partido con verbo poético y más inquietudes intelectuales que las que se le conocen a Díaz. Con pose de niño bien de Deusto, en Twitter recomienda libros o discos y escribe artículos evocadores sobre la izquierda soñada. “Un militante, un voto” reclamó Madina rompiendo la baraja. “Mejor un progresista, un voto” le replicó Chacón. Demasiado catalana en Madrid, demasiado española en Catalunya, pero, al fin y al cabo, la candidata con mayor currículum y experiencia política. Sus puntos débiles son también los fuertes: es mujer, es joven-vieja, y se codea con los demócratas norteamericanos. Díaz, avalada por los barones para borrar el pasado reciente, es andaluza 100%, a diferencia de Chacón que es mitad. Aunque acusen diferencias, se llevan bien. López está para ayudar a Madina, veremos si ellas hacen pinza. ¿Los chicos contra las chicas? ¿Nueva foto en Ferraz? El problema del PSOE es que aún no tienen selfie. El ‘milenial’ mileurista Me cuentan quienes han asistido a sus clases que Pablo Iglesias es de esos profesores que fascinan tanto a alumnas como alumnos con un cóctel de conocimientos, rebeldía y coleguismo, muy al estilo de El club de los poetas muertos. Acaso se lo permite su brillante expediente académico. Las cámaras lo quieren, aguanta la mirada de sus adversarios sin despeinarse, y conecta con los milenials desencantados. Es tan carismático que incluso su foto aparecía en las papeletas de voto. Pedagogía de guerrilla y lustre de intelectual, eso sí, chavista. Pero hay algo que no cuadra: con tamaño currículum y tanto periplo por las tertulias televisivas, ¿Pablo Iglesias sigue siendo mileurista? Mito y negocio De blanco, con ese aire de santera, Mamá grande, el brillo rural de la Segarra en su porte desconfiado y la mirada torva, Carmen Balcells es uno de los personajes más interesantes de España. Astuta, tenaz, temida, protegió a los escritores, blindó sus contratos y profesionalizó el oficio. Su acuerdo ahora con el superagente Andrew Willie, el Chacal, provoca una orgía mediática en plena Feria del Libro. Dos mitos se asocian, siguiendo la tendencia de las fusiones entre los poderosos. Dos supervivientes old school -de 83 y 67 años respectivamente-plantan cara a los gigantes como Amazon, Google y también a otros jovenzuelos. Dinosaurios convertidos en delfines. La intimidad trasera “Mi cuerpo es mío”, parece exclamar el rostro tan británico de Kate, como si tuviera un lóbulo expresivo y el otro hierático. El viento suele jugar malas pasadas. Medio trasero al aire le robaron los paparazzi en Australia. Los sensacionalismos no entienden de pudor. El fair play británico choca con la insidiosa persecución de los tabloides siempre en busca del culo, la teta o la raya de cocaína del ídolo del momento. En Madrid, en un desfile de Antonio Pernas hace ya algunos años, a Ana Botella se le cayó la falda al suelo y se quedó en medias y faja. Sus guardias de seguridad y el diseñador la cubrieron. Nadie publicó la foto. Si hubiéramos sido británicos… (La Vanguardia)

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31 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No basta con las urnas

No hay nada como las urnas. Lo demuestran las dos mayores elecciones democráticas de la historia celebradas en India, entre el 20 de abril y el 10 de mayo, y en la Unión Europea, entre el 22 y el 25 de mayo, utilizadas por cientos de millones de ciudadanos para cambiar el paisaje político e incluso determinar la orientación de sus gobiernos. Pero las urnas solas no bastan. Si unos 670 millones de indios y 380 millones de europeos han configurado con su voto o su abstención el rumbo de ambos conjuntos políticos, exactamente lo contrario es lo que han podido hacer los 53 millones de egipcios, convocados esta misma semana meramente para corroborar la elección de un presidente salido de las mismas fuerzas armadas que derrocaron a Mohamed Morsi, elegido en unos comicios libres en junio de 2012 y destituido el 3 de julio de 2013. En un caso son el instrumento para expresar la voluntad de la ciudadanía y en el otro un mero trámite formal para dar apariencia de democracia a un régimen que no lo es, ni por su origen en un golpe militar, ni por el ejercicio de limitación de las libertades públicas y sobre todo la ilegalización de sus adversarios. El vencedor en las elecciones egipcias, el ex mariscal Abdel Fatah Al Sisi, con el 93'3 por ciento de los votos emitidos, fue quien derrocó y detuvo a Morsi, ilegalizó a los Hermanos Musulmanes y terminó abandonando la carrera militar para presentarse a las elecciones presidenciales. Quítate tú que me pongo yo. Al Sisi ha obtenido 23'9 millones de votos sobre una participación del 47 por ciento, en una elección sin competencia efectiva en la que su único rival obtuvo el 4 por ciento de los votos. Morsi obtuvo 13'2 millones de votos con una participación del 52 por ciento en unas elecciones a dos vueltas altamente competitivas y con multitud de candidatos, en las que anduvo codo a codo con su principal rival, Ahmed Shafik. El régimen tuvo que añadir un tercer día de votación a los dos establecidos para conseguir que el nuevo presidente electo superara ampliamente al presidente derrocado en el número de votos obtenidos. No es ni mucho menos la única irregularidad de esta elección presidencial. Millares de militantes de la cofradía de los Hermanos Musulmanes se hallan en prisión, varios cientos han sido condenados a muerte y desde el golpe de Estado han fallecido unas 1.400 personas en la represión de las protestas. Desde el derrocamiento de Mubarak, el 11 de febrero de 2011, los egipcios han celebrado dos elecciones generales, dos presidenciales y un referéndum constitucional. A pesar de ir tantas veces a las urnas, ahora se encuentran de nuevo en la casilla de partida, con un militar como Al Sisi elegido plebiscitariamente, al igual como era elegido una y otra vez otro militar como Mubarak; hasta que la plaza Tahrir terminó con sus 30 años de poder personal.



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31 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las elecciones más libres

No hay nada como las urnas. Unas buenas elecciones libres son insustituibles. Y lo son aunque a veces parezcan inútiles, como era el caso hasta ahora de las elecciones europeas, que suscitaban dudas incluso sobre sus efectos en los nombramientos por parte de los jefes de Estado y de Gobierno para los máximos cargos de la UE para los próximos cinco años. Buena parte de quienes se abstuvieron, el 43%, lo hicieron desanimados por las nulas consecuencias de su voto en la marcha de sus respectivos países y todavía más de la UE, el ámbito donde se toman decisiones que afectan directamente a nuestras vidas sin que hayan sido acordadas por gobiernos democráticamente elegidos ni debidamente controladas por parlamentos representativos de la voluntad de los ciudadanos. Muchos de los más de 200 millones de europeos que votaron también compartían la misma sensación respecto a la escasa utilidad del voto. Pues bien, la realidad nos está revelando, con mayor intensidad si cabe a medida que pasan las horas, que estas elecciones han producido un auténtico terremoto, cuyos efectos aparecen en el entero paisaje político de todos y cada uno de los países y se proyectan sobre la propia marcha de la construcción europea. Quienes se preocupaban por el alcance de las elecciones pensando solo en la Comisión deben levantar la cabeza y darse cuenta de que casi es lo de menos el nombre de quien presida el imperfecto ejecutivo de la UE, cuando la lectura política que está en juego versa sobre el proyecto mismo de esa ?unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos?, tal como reza el Tratado de Roma. Esto ha sido así en este caso, y quizás por primera vez en la historia electoral europea, por las especiales condiciones de las múltiples crisis económicas, políticas e incluso institucionales que afectan a muchos de los países y al conjunto de la UE. Sin grietas ni fallas no hay terremoto. Pero ha contado también el grado enorme de libertad con que los europeos han ido a las urnas. Cuando no es posible imaginar los efectos directos del voto, como solo ha ocurrido hasta ahora en unas elecciones como las europeas, aparece la ocasión perfecta para castigar a gobiernos y partidos y manifestar preferencias ideológicas. Craso error, porque todo eso tendrá consecuencias y extraordinarias, como estamos viendo ya desde el mismo lunes. Y los ciudadanos deberemos aprender de los efectos de este voto europeo tan influyente que construye Europa incluso cuando transmite el mensaje de que hay que deconstruirla. Ninguna otra elección había situado hasta ahora al conjunto de los europeos en una situación de mayor libertad para manifestar sus deseos políticos. Las europeas han sido una expresión democrática pura de la subjetividad del conjunto de los 380 millones de ciudadanos llamados a votar, que nadie, ni desde los gobiernos ni desde las instituciones de la Unión, puede tener la osadía de desatender. A Europa se le puede aplicar el atributo divino de que escribe derecho con renglones torcidos.



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29 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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49. Qué hacer con "Qué hacer"

Que hacerEstamos con Alberto leyendo un libro en una isla, cuando la isla se transforma en una paloma y tenemos que agarrarnos a sus alas para no caernos. El libro puede leerse ahora en sus alas y Alberto subraya un pasaje con una pluma que acaba de arrancarle al ave. El pasaje dice "no puedo disolver el enigma porque es un enigma; si lo disolviera, dejaría de serlo y entonces no podríamos pensarlo más" (p. 53). Cuando quiero leerlo en voz alta estamos en una universidad inglesa y los alumnos nos advierten que es la hora de beber en la cantina. Alberto relaciona en su discurso las constricciones oulipianas con la rigidez silogística de Tomás de Aquino y dice que la restricción de elementos es clave para la composición de una obra que juega racionalmente con lo irracional sujetándola a una férrea sistemática, como imprimir ochocientas fotocopias de Rimbaud alterando las comas en cada una. Uno de los alumnos, sin globos oculares, nos dice que estamos alardeando. Otro saca a Aira en la conversación y Alberto dice que Aira hace variaciones irracionales sobre lo irracional y que es otra cosa, que aquí hay mecánica. Al fondo de la clase hay una vieja y hay censura. Estamos en un barco y un hombre nos dice que el minimalismo conceptual sólo puede hacer buenas piezas de jazz. Alberto le dice que piense más bien en piezas de Mertens o Satie o incluso en Square Dance de Eminem, y cuando nos dice que no conoce a Eminem ni la importancia de sus modulaciones y repeticiones sistémicas de lenguaje comprendemos que es un pobre de espíritu y al instante se empequeñece en un muñequito que tiene a la vez su cara, la de él, y su cara, la de Alberto. Alberto se convierte en un alumno muy grande de una universidad inglesa, y entonces reconozco de nuevo el aula. El alumno mide dos metros y medio y me recrimina que este texto sólo puede entenderse si uno ha leído Qué hacer. Le digo que sí, que "la repetición es angustiante, sobre todo porque no hay motivos para que no podamos escapar" (p. 69), pero que todo son procesos abiertos de lectura y que por qué no someterse a una mecánica ajena, si en realidad toda crítica implica someterse a la mecánica de otro texto, y el alumno dice que la guerra es un tejelenguaje y un puente con barco, o un barco con puente, y me agarra de la capucha de mi campera y me introduce en su garganta. Mientras me engulle estiro el cuello y veo el mundo a través del telón abierto de sus dientes y me doy cuenta que el de su boca es el primer cielo que veo, y al fondo de la estancia está Alberto que me mira y yo le digo estoy bien, todo está bien.



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28 de mayo de 2014
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Victoria y derrota

Las imágenes de dos competiciones, una futbolística -la final de la Champions League-, la otra política -las elecciones al Parlamento Europeo-, se solaparon en las pantallas el pasado fin de semana, escenificando el eterno ritual de la victoria y la derrota. En los últimos minutos del partido entre el Real y el Atlético, los futbolistas avanzaban con la mirada perdida, ebrios de extenuación. Como cuando decimos que los niños están pasados de rosca, imbuidos de la energía nerviosa que produce el cansancio. Igual que los jóvenes en un after: los ojos vidriosos, la cabeza en ninguna parte, bailando sin fin. En el tan glosado partido, los músculos entumecidos, las mandíbulas desencajadas y una sensación de hierba pisoteada y botas sucias se medían en un duelo en el que el empuje doblegó a la estrategia. La suerte se abandonaba a las musas que, a su vez, delegaban en el “todo es posible” cuando en el minuto 93 cambiaba el marcador despojando de gloria a los colchoneros, que ya la acariciaban, casi convertida en palabra. La euforia final, a menos que la compartas, resulta siempre obscena. Ganar con moderación, perder con dignidad, reza el mandato implícito de las contiendas. El sudor disolutivo del triunfo y la derrota atropellan el presente. Si en la contienda futbolística asistimos al exhibicionismo de los pectorales de Ronaldo o a la desenvoltura naif de Sergio Ramos, regados de alegría incontinente y vanidosa, en la escena política se ha reeditado el mito de los David frente a los Goliat. Las estampas eufóricas y saltitos en la sede de ERC, UPyD y Ciutadans rapiñándole escaños a pares al bipartidismo, y la imprevista irrupción de Podemos, liderado por un profesor bregado en las tertulias televisivas y con coleta al estilo 15-M, demuestran que ya no sirve lo de siempre. Aunque el ADN de un Real Madrid experto en Champions y fichajes millonarios se impusiera al sueño del equipo humilde reactivado por un entrenador que es puro coraje, corre en el aire una querencia por lo pequeño y lo nuevo frente a lo tradicional y poderoso. Lo demuestra el declive del bipartidismo en favor de una fuerte polarización política. En el epílogo de Guerra y paz Tolstói desarrolla una idea vigente y poco meditada: la constatación de cómo se apunta a la casualidad o al genio para explicar los grandes fenómenos de la historia. “La casualidad crea una situación y el genio la utiliza”. Seguidamente, el autor deja patente la diferencia entre conocer los hechos e ignorar las metas: “Para las gestas realizadas por hombres corrientes no nos harán falta palabras como casualidad y genio”. ¿Existe alguien que haya oído la llamada del destino (o del Olimpo) y se considere corriente?

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28 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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GGM: Teatro de la lectura

 

 

1.

 

            Ese jueves por la tarde debíamos concluir el abordaje de Cien años de soledad, la última de las novelas de Gabriel García Márquez en el curso, cuando vi  que los estudiantes compartían en sus portátiles, demudados, la misma noticia; de inmediato entendí que Gabo había muerto. Guardamos un rato largo de silencio. La semana anterior habíamos tenido un coloquio de estudiantes dedicado a Carlos Fuentes, y esa misma noche una de ellas presentaba su exposición de pintura a partir de Rayuela de Cortázar. Fuentes fue profesor visitante en Brown los últimos 15 años; y Gabo y Cortázar fueron aquí parte de una comunidad de la lectura inclusiva. Uno de los buenos lectores confirmó la lección del autor : “Nunca olvidaremos esta tarde,” dijo. Entre los mensajes que llegaron, otro escribió: “Gabo ha vuelto a Macondo.” Ahora podíamos retomar la clase.

            Les conté que en una de sus últimas visitas a la Universidad, Carlos Fuentes se aprestaba a dar una de sus conferencias cuando, de pronto, un señor viejísimo, pequeño, de pelo blanco, y casi transparente, se nos acercó y en un murmullo le preguntó:

            -Señor Fuentes, ¿ha publicado un nuevo libro Miguel Angel Asturias?

            Carlos se sorprendió y alzando los brazos respondió:

            - ¡Miguel Angel Asturias ha muerto hace mucho tiempo!

        El señor muy viejo al que sólo le faltaban alas enormes, no se amilanó y volvió:

            -¿Y Alejo Carpentier? Sigue escribiendo, ¿verdad?

            -¡No! –exclamó Fuentes-. ¡Carpentier también ha muerto!

            Imperturbable, el anciano insistió:

            -Pero con Julio Cortázar, Ud. sigue conversando...

    Carlos dió un paso gigantesco y entramos a la sala. Me dijo, sin aliento:

     -¡Yo creo que es un fantasma!

             Para tranquilizarlo, respondí:

            - Es obvio que no lee obituarios. Pero es el lector ideal. Cree que todos los autores que ha leído siguen vivos.

      Su charla estaba dedicada a  tres de sus mejores amigos escritores norteamericanos: Arthur Miller, William Styron y Arthur Schlesinger.

            Estuvieron más elocuentes que nunca.

 

II.

 

            Gabo siempre estuvo fascinado por las interpretaciones de sus libros que los estudiantes elaboraban en mis clases. Una de las historias que lo entretuvo fue la de mi estudiante Marisa. Se las conté a él y a Mercedes en la terraza del Quinta Real de Guadalajara, cuando por fin nos dejaron solos. Esta historia empieza cuando Marisa, hija de una pareja de médicos, termina el colegio y sus padres la convocan a una ceremonia de la verdad revelada, que los niños norteamericanos deben temer como otra iniciación puritana. Sus padres le revelaron que ella había sido adopatada de un orfanato colombiano. De inmediato, Marisa decidió visitar Colombia y llamar a las puertas del orfanato. Descubrió en los archivos, me dijo, que su madre la había entregado cuando tenía dos meses, pero que al año la había recuperado; aunque unos meses después – precisé para Gabo, quien creía en los tiempos verbales como la gracia mayor del lenguaje –, ella la había vuelto a entregar al orfanato. La conclusión de Marisa  fue extraordinaria: los hechos documentados por las monjas (ahora no estoy seguro si había monjas, o si ésta es una memoria interpolada) demostraban, me explicó, que su madre la quería: la había recuperado pero no podía conservarla, y para protegerla la devolvió. Gabo me escuchaba inmóvil, con una mirada tarda y una sonrisa de humo. Me di cuenta de que la historia recorría los vericuetos de su memoria. Complacida de su hallazgo, asumiendo su orígen como una revelación, Marisa volvió a casa y solicitó admisión a la Universidad de Brown. No había imaginado que la esperaban las novelas de un tal García Márquez, y que en una de ellas encontraría lugar.

            Marisa quería ser fotógrafa y deduzco que formó parte del grupo de estudiantes que seguían clases en RISD, la escuela de arte y diseño  que está al otro lado de Benefit Street, la magnífica calle gótica del siglo XIX por la que circula la película “Providence,” de Resnais. Ya que no viene al caso, salvo a este ejercicio asociativo, vale la pena recordar que en esa esquina tomaba el té Edgard Allan Poe con su novia local, Sarah Ellen Whitman; y más allá, al fondo, flotaban las rancherías donde vivió su pobreza H.P. Lovecraft. El caso es que para su trabajo final en nuestro curso, ella me propuso un proyecto creativo: fotografiar el árbol genealógico de los Buendía. Lo aprobé profusamente. Sospecho que a Gabo la idea de derivar de su novela otro árbol genealógico debe haberle parecido que mi idea de una biografía de la lectura presupone una Enciclopedia de los afectos.  Nunca me ha convencido que sus libros se deban a la genealogía. No se explican como la derivación de un paradigma original arcaico. Más bien, sospecho que  huyen del orígen, que es inexplicable, y  somete al lenguaje a una relación perversa de causas y efectos. Estoy por creer que sus novelas se apresuran por traspasar el horizonte que abren de futuro. Nos proponen, como el árbol de Marisa, una familia por venir. Después de todo, Cien años de soledad empieza cuando ya la historia ha terminado, porque el único modo de imaginar el futuro es como ciclo: aquello que sucumbe da la vuelta, y retorna. Además, el último lector no es el último Buendía sino uno mismo, el lector, que sustituye a Mauricio Babilonia, leyendo detrás de su hombro. La lectura, nos dice, está hecha por todos, como la verdad aristotélica.  Por eso, le dije,  Marisa  iba a construir un árbol sustitutivo: los personajes de la novela eran los estudiantes de la clase, fotografiados por ella con alguna leve caracterización. Gabo,  aliviado, reconoció el artificio. No en vano fue sabio en reformular la orfandad.

            Yo temía que Marisa en sus exploraciones de familias colombianas que migraron a Providence encontrara a una señora que le dijera, “Mi’ja”, y que ella lo tomara literalmente. Pero la protegía la novela: en verdad, buscó a su familia entre los personajes de la novela, y los descubrió ente los lectores de su edad.

            Al final, Marisa me entregó un gran cartel con las fotos de sus amigos mirando todos al espectador como en un espejo que los nombrara. Pero vi a un chico repetido y con distintos nombres, y le pregunté si le había faltado modelos. Lo que pasa, dijo ella, ya en pleno  fraseo garciamarqueziano, es que ilustran el incesto.

           Yo quiero estar en tu clase, me dijo Gabo, a modo de epílogo de esta historia. Pero quiero ir sin que me reconozcan, entrar y sentarme en silencio en la última fila. Así puedo escuchar, sin que me vean, sus versiones y comentarios.

            Me doy cuenta, al día siguiente de su muerte, que nada de lo que ha dicho Gabo, como si jurara, es en vano. En cada curso sobre sus libros, frente a la clase, poseídos todos por la promesa siempre abierta de una interpretación  feliz, la idea de que Gabo está sentado, como un Pepe Grillo caribeño, en un rincón de la clase, me ha hecho más liviana la aventura de demostrar que somos lo que hemos leido. Como Cervantes, García Márquez nos enseña que el mejor lector es el que no sabe leer; y aprende, leyendo, que la mejor lectura incluye otra novela. Nos ha dado lugar en esa biografía de la lectura.

 

            



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27 de mayo de 2014
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El Boomeran(g)
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