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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Suspensos en estrategia

Primero Crimea y ahora Irak. Una anexión consumada y una partición en vistas. En ambas, la vulneración de la única regla de juego válida, la legalidad de Naciones Unidas, que rechaza la alteración de fronteras y la anexión de territorios; como prohíbe la guerra preventiva, la invasión y ocupación practicadas por Estados Unidos en Irak desde 2003 hasta 2011. Nunca desde el final de la guerra fría nos habíamos enfrentado a una modificación de fronteras como la que ya ha empezado entre Rusia y Ucrania y se avecina en Oriente Próximo. Los márgenes en el primer caso son limitados: como máximo, Rusia puede llevarse otro bocado antes de estabilizar el conflicto con Ucrania. En Oriente Próximo ni siquiera se sabe dónde empiezan y terminan esos límites vulnerables: Irak se halla en peligro de fragmentación en tres pedazos, Siria también sufre la centrifugación sectaria y el propio Líbano se verá afectado por las divisiones. Los mapas dibujados en el siglo XX están en cuestión en el XXI: una linde interna del imperio soviético; y el fruto arbitrario de la partición colonial de Oriente Próximo acordada secretamente en 1916, por Mark Sykes por el Foreign Office y François-George Picot por el Quai d'Orsay, que dieron nombre a las líneas de separación que dejaban juntos y revueltos, a chiitas y sunnitas, cristianos y musulmanes, sin olvidar a kurdos, drusos y tantos otros grupos étnicos. No cabe desentenderse de las catástrofes políticas como si fueran obra de la naturaleza. Las dos que ahora sufrimos son hijas del desvarío estratégico de quienes han estado nominalmente al mando, con Washington a la cabeza. Desde la caída del Muro de Berlín, hemos vivido y desaprovechado la tregua de 25 años que nos regaló la inercia de estabilidad del mundo bipolar. La construcción de unas relaciones estables con Rusia y la pacificación y democratización de Oriente Próximo eran las asignaturas siguientes. Para aprobarlas se requería claridad estratégica en los objetivos y voluntad para alcanzarlos. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. Suspenso en ambas. Lo prueba la voluble relación occidental con el Irán fundamentalista: primero, apoyo a Sadam Husein en la guerra contra Irán; luego, el regalo geopolítico del derrocamiento del dictador iraquí; y ahora, la inevitable alianza para defenderse de Al Qaeda, que salvará al régimen criminal del sirio Bachar El Asad. Una paradoja de nuestro tiempo es la desproporción entre el caudal de experiencia y conocimiento y la escasa capacidad que luego demostramos al traducirlo en decisiones y estrategias acertadas. Hay mucho pensamiento acumulado, que eso es lo que significa think tank, pero una mediocre voluntad para convertirlo en acción eficaz.



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19 de junio de 2014
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Asuntos metafísicos 56: ¿adaptación a una naturaleza no localmente protegida?

Ante la interrogación que planteaba en la columna anterior, relativa a la dificultad de hacer plenamente inteligibles el comportamiento de las partículas elementales, la filosofía  tiene dos salidas: o bien amplia lo que cabe  entender por intelección, o bien modifica lo que parece haber sido, al menos desde Aristóteles, su vocación clave, buscando vías que no pasan por instalarse como disciplina arquitectónica, disciplina    que reflexiona allí dónde están los cimientos de toda reflexión,

La dificultad es que  ambas salidas implican la relativización del peso de  los principios ontológicos, sea por subordinación a otros  más generales pero hipotéticos (los cuales que posibilitarían tanto una naturaleza sometida a la localidad como una naturaleza que la viola) sea por minoramiento del hecho mismo de pensar en conformidad a principios.

En la columna  número 37 de estos "asuntos metafísicos", aludía ya a este asunto, estableciendo una analogía entre  los principios del orden natural y  "aquello que los matemáticos denominan axiomas", de los cuales según Aristóteles no  deben ocuparse los matemáticos mismos sino el filósofo, precisamente en razón de que  "los axiomas rigen  en todos los seres,  y no sólo en tales o tales  géneros del ser  con exclusión de los demás". De tal manera que  "todos [los que se ocupan de algo]  se sirven de los axiomas, porque estos  se aplican al ser por el mero hecho de ser,  y cada género [del que quepa ocuparse] es." Decía entonces que  sin llegar al grado de universalidad de los axiomas e incluso hallándose  jerárquicamente  subordinados a los mismos, los evocados principios ontológicos tienen tal peso que, al decir de Einstein, sin ellos "el pensar de la física, en el sentido ordinario del término sería imposible" .

Siendo en base a tales principios de la physis que los  físicos  hacen conjeturas sobre el comportamiento  de los fenómenos y eventualmente los  explican, se entiende la evocada perplejidad de Newton cuando no lograba remitir el fenómeno gravitatorio precisamente al principio dado por supuesto ( aunque quizás  no explícitamente tematizado) de  localidad. Aquello se resolvió, pero lo de ahora no sólo sigue  sin resolver sino que (como hemos visto), se halla amenazado por la racional sospecha de su imposible resolución. 

"El saber de los axiomas [de la matemática] es previo, y no hay que esperar encontrarlos en el curso de la demostración", sostiene el Estagirita.  Previo es también el saber de la localidad, previo quizás a nuestra relación concreta con el orden natural. De ahí la necesidad de preguntarse por las condiciones de posibilidad de la interiorización de la no localidad, abordando el  asunto siguiente: en el caso de que indiscutiblemente quepa afirmar que, en sus estructuras elementales, la naturaleza se comporta sin sometimiento al principio de localidad ¿hay alguna manera de adaptar nuestro comportamiento a una realidad  que viola las los cimientos de lo que entendemos por naturaleza?

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19 de junio de 2014
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Tirana elección

Bienvenido a la sobrecarga electoral. Porque usted no sólo debe decidir constantemente entre té y café, pan integral, blanco o de centeno, paracetamol o ibuprofeno, sino entre cientos de canales de televisión, miles de productos del supermercado o millones de ventanas que puede llegar a abrir el ordenador -y que van desde la búsqueda de trabajo hasta la de pareja-. La obsesión por elegir forma parte de nuestra configuración identitaria, auspiciada por un sistema que apela a la inteligencia y a la responsabilidad del consumidor-elector, pero también al consumo de masas. Asimismo nos convierte en seres más ansiosos y culpables, al no poder derivar responsabilidades cuando nos arrepentimos del camino escogido. Y lo más crucial: asistimos al fin de la inocencia, porque no vaya usted a creerse que elige con independencia, “dueño de sí mismo”. Un anclaje que concentra desde impulsos inconscientes hasta una lluvia de mensajes determinados por la presión del medio acabará condicionando su libertad. Se dice que escoger es descartar. Y pensamos que, en la mayor parte de las ocasiones, se trata de un dictado entre el sentido común y nuestras preferencias. Una decisión conveniente, razonada, informada, nos decimos. O intuitiva, cuando el caos acecha y cualquier argumento parece inservible. Los manuales de autoayuda para elegir bien y evitar el “impuesto mental y emocional” del error proliferan en las librerías. Pero la mayoría de estos tratados de psicología de bolsillo profundizan en explicaciones sobre lo qué nos ocurre al tener que decidir, mientras sus consejos para elegir bien no pasan de cuatro nociones elementales. Tras décadas de estudio científico acerca de esta capacidad humana que nos ha endiosado, un pequeño grupo de filósofos, teóricos legales y psicólogos que estudian el terreno de la cultura insisten en que las constantes elecciones a las que nos vemos forzados han llegado al punto de tiranizarnos. Uno de los muchos ensayos sobre el tema, el reciente Tyranny of choosing, de Renata Salecl, razona que la libertad de elegir y el inmenso catálogo de posibilidades al que nos enfrentamos no nos aportan “mayor felicidad o más justicia”. Y su conclusión es que, o cambiamos el lenguaje neoliberal de la elección en el contexto del capitalismo de mercado, o elegir será otra de esas reliquias del pasado que finiquitará el mundo emergente. Ahora bien, no hay mayor soberbia, ni sentimiento de plenitud, que el de sentirse pagado de uno mismo por haber elegido aquello que lleva acompañándonos desde hace tiempo, y aún no nos ha decepcionado. Sea un perfume, la cafetera o el marido.

(La Vanguardia)

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18 de junio de 2014
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Los fueros de la poesía

En tiempos del modernismo los poetas se volvieron populares, eran leídos y recitados, popular Rubén Darío y no había quien no se supiera la Marcha Triunfal o recitara Los motivos del lobo, popular Lorca que había entrado hasta en las páginas de El Tesoro del Declamador, quién no sabía de la muerte de Antoñito el Camborio, populares los veinte poemas de amor de Neruda entre los enamorados en los internados escolares, me gustas cuando callas porque estás como ausente, y luego la poesía empieza a pasar de moda, un fenómeno que llega a parecerse a la extinción, nadie lee poesía, nadie la edita salvo héroes como Chus Visor. Los libros de poesía quedan confinados a la circulación clandestina, editados por las universidades, o por la mano del autor; y escribir poesía llega a estar tan fuera de moda, que no pocos poetas que conozco se pasaron a escribir lo más rentable hoy, que son las novelas; o lo que otorga más fama, en lugar de Darío célebre, García Márquez célebre.

Pero ahora la ola esa venía de vuelta con Mario Benedetti, una poesía de cosas cotidianas y simples, entre ellas el amor que, hay que darse cuenta, no pasa de moda entre los jóvenes, y oyéndolo leer sus poemas antes centenares de jóvenes, me decía que un poeta que triunfa es el que queda en la memoria y es recitado en las mesas de cantina, o al oído de la amada, sin equivocaciones, así mismo como he oído a adolescentes repetir los epigramas de Ernesto Cardenal, al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido, copiándolos también en sus declaraciones de amor, como copian los poemas de Benedetti,  si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos... Porque  un poeta triunfa más, todavía, cuando es plagiado, no por otros poetas de segunda, que es lo menos notable, sino por el enamorado ansioso de hacer creer a su dueña que el amor lo ha elevado a las cumbres de la inspiración más seductora, y toma prestado lo que le parece más efectivo y convincente.

Un poeta que triunfa con el público, como triunfó Benedetti en vida, es el que puede ocupar con holgura el lugar de los baladistas en el corazón de los adolescentes, y robárselo entero. Allí está Jaime Sabines, que arrastró también a los auditorios a los jóvenes que manosean sus libros hasta descuadernarlos. Cantar, se decía antes. Los poetas cantaban a la amada,  y ése era el verdadero sentido de la poesía, la almohada compartida, la celebración de los desencuentros, los amores imposibles, y la esperanza de la recompensa tras muchos trabajos de amor perdidos. La celebración de la vida. Por eso fue tan popular la poesía, como los tangos y los boleros, y ahora parecería que empieza otra vez a serlo. Y como las canciones, esta poesía de Benedetti que llega al territorio afectivo es, valga la insistencia, sencilla y llana, hecha de palabras simples, sin elevaciones estrambóticas, y él bien sabía que no pocos miraban esos poemas con desdén, lo que llega a ser popular causa siempre recelos, qué se le va a hacer, de esas reservas críticas habla con toda propiedad su biógrafa Hortensia Campanella en Benedetti, un mito discretísimo.

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18 de junio de 2014
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Asuntos metafísicos 55: ¿renuncia a la inteligibilidad?

He venido sugiriendo que el principio de localidad  constituye  quizás la viga maestra en la arquitectura de los principios ontológicos reiterando que  en los trabajos de Einstein  relativos al asunto, la localidad es hasta tal extremo relevante que incluso la reivindicación del realismo puede interpretarse como mero corolario de la asunción de que el mundo se rige por el principio de localidad. 

Por ello indicaba hace unas semanas que es inevitable seguir dando  vueltas en torno a la localidad, a la vez en una dimensión digamos metafísica  y una dimensión técnica (véase la "nota" al final de esta columna), la segunda sirviendo de pilar a la primera. El problema es que no cabe aspirar a casi nada más que a establecer el estado de la cuestión confrontando los diferentes posicionamientos tras  decenios de contrastes y diatribas, y renunciando casi a la esperanza de alcanzar una perspectiva novedosa, es decir,  una inteligibilidad del fenómeno. Y ello no tanto  por razones digamos de incapacidad subjetiva, como de dificultad intrínseca, pues intelección supone remisión de lo que se presenta a principios básicos, los cuales (como bien señalaba Aristóteles) no pueden ser ellos mismos  inteligibles. Ahora bien, si efectivamente la localidad es uno de esos fundamentos no es obvio que podamos tener intelección de fenómenos que la violan,  tal la correlación de  fotones polarizados  en el experimento de Aspect.  Parecería incluso oportuno atenerse a las  constataciones de los físicos, dejarlos tranquilos en sus trabajos de descripción, previsión y aplicación técnica y no importunarlos con   exigencias de inteligibilidad que deberían ser canalizadas hacia terrenos más favorables.

Esta renuncia es sin embargo descorazonadora en razón misma de la enorme importancia de la cosa. Pues ¿cómo pueden  la filosofía,  y aun la ciencia misma, renunciar a hacer propio cualquier reto que proceda de la naturaleza literalmente elemental, la naturaleza que, como seres vivos, es decir, sistemas abiertos sometidos al segundo principio de la termodinámica,  nos determina en primera instancia ?

Nota técnica sobre el principio de localidad. Recuérdese una vez más la definición arriba dada de separación: dos acontecimientos espacio temporales A, B se hallan espacialmente separados  si  el intervalo temporal que va de la aparición de A a la aparición de B no es suficiente para que  la luz  cubra la distancia entre ambos ( mientras que si el intervalo que va de la aparición de A a la aparición de  B permite que una partícula  que se mueve a velocidad inferior a la de la luz cubra la distancia espacial que les separa, diremos que los  acontecimientos A y B se hallan temporalmente separados).

Considerando el marco de acontecimientos separados espacialmente, cabe presentar la localidad en términos de causalidad ("local causality",  según la expresión de Bell ) de la siguiente manera:

Si dos  regiones R1, R2  están espacialmente separadas,  entonces  ningún evento A que tiene lugar en la primera puede tener directa influencia sobre un evento B que tiene lugar en la segunda, y viceversa. Ello implica que si entre ambos eventos  se constata alguna correlación, ésta debe ser atribuida a una causa común con origen en una región que constituye la intersección de sus conos de luz  incidentes, es decir, una región espacio- temporal R3 desde la cual los  intervalos temporales son  suficientes para que una partícula a velocidad inferior o igual a la de la luz pueda cubrir el espacio que separa tanto de la región R1 como de la región R2.

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17 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Selecciones nacionales: Clarice Lisperctor como 9. Esa es la…

Selecciones nacionales: Clarice Lisperctor como 9. Esa es la selección que presenta Brazil según la página de Penguin Book que incluye países como Argentina (Borges y Bioy Casares en el ataque, el ciego Sabato en el arco), Holanda, Japón, Italia (Dante como punta), Nigeria, Inglaterra, etc. Una aplicación imperdible en este Mundial. Pueden verla en este enlace de Penguin Books UK.



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16 de junio de 2014
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Deconstruyendo a Theotocópuli

Aquellos que al sol del cuarto centenario estén revisando su juicio sobre El Greco, deben comenzar por la esencial exposición de su biblioteca en una salita del Museo del Prado de discreto tamaño y densa documentación. La propuesta, dirigida por Javier Docampo y José Riello, es impecable: debemos olvidar los viejos tópicos sobre el pintor. Este es el prólogo ineludible.

En línea con los seminales trabajos de Fernando Marías, quien lleva treinta años limpiando la vieja estampa del artista, los comisarios muestran de modo irrefutable que ni el catolicismo, ni la mística, ni el genio metafísico de Castilla son elementos relevantes en la pintura de quien no tuvo otra pretensión que la de ser el más grande pintor de Europa. Y seguramente tenía razón. Aunque un pintor extravagante.

El tópico trascendente se forjó poco a poco, pero tuvo su más fuerte oleaje popular con los escritos de Maurice Barrès cuya influencia en la España de comienzos del siglo XX fue enorme. La visión de Barrès determinó la de talentos como Ortega, Unamuno, Marañón o D'Ors. A lo largo del siglo XX el Greco no fue sino un "intérprete del alma castellana" (Cossío), cuando no un meteoro de Asia: "Lo oriental, lo occidental, todo se anega en el españolismo de la obra del Greco" (Gómez de la Serna). Nada de eso es congruente con el análisis actual de su pintura, ni con la simple visión de su biblioteca.

Primera sorpresa, apenas hay libros de religión y son de los que ofrecen estampas a la imaginación, no doctrina. Segunda, muchos textos en griego y pocos en español. Tercera, entre los abundantes clásicos ni un Platón, pero sí tres Aristóteles. Los ensayos reunidos en el catálogo dan cuenta de los inventarios que permitieron conocer la biblioteca y se detienen en el volumen de las Vidas de Vasari donde el Greco anotó una importante cantidad de páginas. Ahora podemos leer dieciocho mil palabras que forman casi un libro en donde expone su pensamiento. En ese extenso texto no hay una sola palabra que aluda a la religión. Si a ello se añade que no perteneció a cofradía alguna y no encargó misas a su muerte (Riello, 54), aunque sí lo hizo luego su hijo por razones del cargo, puede entenderse que pintaba temario religioso porque no le encargaban otro, no por obsesión.

En el primer inventario, el de 1614, figuran ciento treinta libros. Es una biblioteca considerable para un pintor. La de Velázquez ("erudito pintor", le llamaba Palomino) tenía ciento cincuenta y cuatro. La de Rubens, el más rico e instruido de los pintores de su época, contaba quinientos. Esa pasión estudiosa responde al proceso (que conoció en Venecia, hacia 1567) de ascenso intelectual de los pintores, los cuales, de pertenecer a los gremios artesanos (mecánicos) se alzarían a ser "artistas" (liberales) en un doloroso calvario de doscientos años. No en vano Pacheco dijo de él que era "gran filósofo de agudos dichos", sentencia que hay que tomar con prudencia porque Theotocópuli, en los treinta y pico años que vivió en España, sólo logró farfullar un español plagado de italianismos.

¿Qué queda cuando al Greco le amputamos la mística, la espiritualidad flamígera y el delirio pío? Queda la pintura. Una de las más singulares de la historia. Algo así como si al Tintoretto de San Rocco le hubieran injertado el cielo estrellado de Van Gogh. Pintura saturada de color, pero no la limpia coloratura florentina y ni siquiera la más oscurecida de Roma, sino otra inventada por el griego, un cromatismo único, inconfundible, espectral: la dramática luminosidad del nocturno toledano, verdadero hápax del paisajismo. Es esa originalidad portentosa, "la falta de simetría, la distorsión de las proporciones, las incongruentes libertades iconográficas, la negación del espacio, el trabajo directo sobre el lienzo con manchas de color" (Hadjinicolau), lo que ha emocionado tan poderosamente a los artistas modernos. La exposición del Museo del Prado que pone en relación el Greco y los modernos es admirable.

Tras un periodo de olvido, la pintura de Theotocópuli regresó de la mano del romanticismo tardío, pero después de seducir a los ochocentistas siguió su camino a lo largo del siglo XX y entró de lleno en la invención de las vanguardias. Su obra es una de las presencias antiguas más extensas: cubismo, expresionismo, surrealismo, abstracción, su espíritu reaparece en casi todos los movimientos. Con el preámbulo del estupendo Cristo muerto de Manet, la exposición se inicia con la primera y más potente colaboración, la de Cézanne, cuya copia de la Dama del armiño (no importa su autoría) abre el proceso de absorción vanguardista en 1882.

Posterior, pero no menor, es el peso de Picasso, en verdad obsesionado con el cretense. Hay aquí diecinueve picassos, alguno de los cuales, como el audaz Entierro de Casagemas, parodia del de Orgaz, es casi desconocido. Menos sorprendente es su influencia en el ámbito germánico donde se le conoció gracias a dos piezas extraordinarias, El Expolio, en Munich, y el  Laocoonte de los Montpensier que permaneció durante años en Berlín y en Munich. Ni falta hace decir que la convulsa paleta de Kokoschka está embebida del Greco, pero hay en esta exposición piezas inesperadas de Beckmann, de Schiele, de Macke, de Soutine.

Es imposible resumir todo lo que el comisario, Javier Barón, ha logrado reunir en esta muestra. Lo más insólito, las copias de Pollock y el evidente impacto en sus óleos de los años treinta. Menos sorprendente, pero singular, la presencia de Giacometti, Chagall o Bacon. Hay también una aportación de la última gran pintura española, la de Saura, que enlaza con la recepción de los primeros: Zuloaga, Rusiñol, Fortuny. De Zuloaga conmueve el inmenso retrato de los defensores del Greco, todo el 98 encabezado por Ortega, con un fondo magnífico: la Visión de San Juan comprado en 1905 por Zuloaga y que desdichadamente se vendió al Metropolitan. Fue esa brillante generación la que forjó la vieja estampa del Greco místico y "español". Toca ahora limpiarla mediante una restauración profunda. Y eso hacen las ciento siete piezas de esta exposición memorable.

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16 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apaches

Junto con Warlock (1958) y  Malas tierras (1978), Apaches (1986) completa la  inmensa trilogía que Oakley Hall (1920-2006) dedicó al otrora llamado “salvaje oeste”. La acción transcurre en  la década de 1880 en Nuevo México y se reparte en tres grandes ejes: los indios, concretamente los apaches Sierra Verde, están en vísperas de su aniquilación, y antes que autodestruirse en inhóspitas reservas regentadas por los ojos pálidos (después de tantos años de “rostros pálidos” cuesta un poco acostumbrarse a esta nueva denominación) prefieren escaparse en dirección a Sierra Madre cometiendo salvajadas con las que vengar las sufridas por ellos. Ello da ocasión a la intervención de la Caballería, que es la segunda gran línea narrativa de la novela, con el teniente Cutler, un soldado raso ascendido varias veces a capitán y degradado otras tantas a teniente por su indisciplina y su habilidad para atraerse el odio de sus superiores. Al mando de sus infalibles rastreadores hoyas, también  apaches pero enemigos de los sierraverdes,  Cutler protagonizará los mejores momentos de la narración: cómo se desarrolla una persecución, trucos de los rastreadores hoyas para descubrir las huellas de los fugitivos, cómo se planea una emboscada, cómo hacer para alcanzar una posición de dominio y superioridad aun siendo menos, cómo despistan los guerreros a sus perseguidores para dar tiempo a que escapen las squaws cargadas con la impedimenta y los niños, todo ello estupendamente contado. Hall no era ningún analfabeto y cita  Bernal Díaz del Castillo con la misma facilidad con que describe las diferencias que hay entre la monta a la brida (practicada por los soldados españoles herederos de la caballería medieval y copiada por el ejército estadounidense) y la monta al jinete (copiada de los árabes y también traída por los españoles pero los no militares, y que fue adoptada por los indios porque preferían conducir al caballo con las rodillas y así tener libres las manos para manejar el arco y las flechas). Parece mentira las cosas que se aprenden leyendo a los autores que saben de lo que hablan.

                La tercera gran línea narrativa se centra en los civiles, los grandes hacendados que saben haber perdido el control del territorio a manos de los aventureros que todavía buscan fortunas fáciles en el Oeste, los comerciantes que trafican con bienes de primera necesidad y crean las llamadas Redes, unas asociaciones de tipo mafioso que además de estafar a los indios y venderles licor, practicaban  la usura y servían  a sus amos ejecutando sentencias y embargos a granjeros morosos; los funcionarios estatales encargados de los asuntos indios; los jueces, sheriffs, alcaldes y gobernadores y fiscales tan corruptos que resulta casi imposible trazar una línea de separación entre ellos y los cuatreros, forajidos, pistoleros y demás marginados sociales que van rebotando de Texas a Nuevo México y vuelta buscando un medio de supervivencia. Todos ellos son muy conscientes de que la “civilización” está a punto de barrer el viejo orden, por llamarlo de alguna manera, para sustituirlo por un nuevo sistema que ya se perfila y que se parece sospechosamente al actual. La conciencia de fin de época es tan clara que incluso el nuevo gobernador, un general e historiador especializado en  Pedro de  Alvarado, cambia de especialidad y decide escribir historia contemporánea con nombres y apellidos reales. Esta tercera vía narrativa podría resultar la menos interesante de no ser por la minuciosa atención que Hall presta a las mujeres. En lugar de recluirlas, como  siempre, en el prostíbulo y el saloon, Hall sigue con gran simpatía la lucha titánica de varias mujeres (la gran dama, las esposas de militares, la hija de familia rica mexicana e incluso las squaws indias) por sobrevivir y luchar por ganar un poco de dignidad en un medio apabullantemente masculino y vehiculado por la violencia, ya sea la costumbre apache de cortar la nariz a la adúltera o la fijación del ojo pálido por considerar que ellas no son más que botín. Que Apaches sume más 650 páginas de texto apretado puede parecer intimidante, pero quien lleve tiempo buscando un novelón del oeste como los de antes está de suerte.

 

Apaches

Oakley Hall

Traducida por Benito Gómez Ibáñez

Galaxia Gutenberg



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16 de junio de 2014
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La leyenda negra del ?trafficking?

Me empujó hasta el portal, me decía guapa y me sobaba… vi que no iba armado y me zafé de él. Conseguí que girara la llave. Su chaqueta se quedó enganchada en la puerta”. Es el relato de una joven de treinta y tantos, ocurrió el pasado viernes en Barcelona: un intento más de agresión sexual, de los tantos que, al quedarse en amago, son anécdota silenciada. A pesar del progreso, del vuelco social y los derechos ciudadanos, de nuestras “ciudades seguras”, de las cámaras de vigilancia, de las campañas de prevención y, sobre todo, del endurecimiento de la ley, el fantasma de la agresión sexual sigue acechando a las mujeres desde el umbral de la adolescencia. Como un déjà vu, un lugar común que antes se ocultaba a fin de no dejarse la piel en ello ni marcarse a fuego. Violencia sexual gratuita, criminal, banal, pasmosamente cotidiana en muchos lugares del mundo. “Pero, en realidad, ¿de qué tienes miedo?”, me preguntó mi hija de 16 años cuando la noche del viernes pactamos el horario de vuelta a casa: “De que te violen”, le respondí sin eufemismos, a sabiendas de que hay un tipo de miedo que debe de conservarse para mantener en alerta los seis sentidos. Estos días he recordado los testimonios atroces de las pequeñas que vivían en la casa de acogida de Afesip, en las afueras de Phnom Penh, fundada por Somaly Mann. Se había convertido en una activista carismática, modélica y muy valiente. Con buena foto y habilidad para conseguir apoyo internacional, se dedicó, desde 1997, a liberar a las chicas de los burdeles o la peor de las calles y rehabilitarlas. Niñas educadas para prostituirse, algunas vendidas por los padres, otras que actuaban bajo el tácito acuerdo de no preguntarse de dónde llegaba cada día el dinero para comprar arroz. Ahora se ha revelado que Somaly Mam incluyó grandes dosis de impostura en su biografía. Inventaba dramáticos casos de agresiones, como el que aseguró que había sufrido su propia hija: drogada y violada por las mafias del trafficking como vendetta. Consiguió el Príncipe de Asturias, y tenía excelentes relaciones, desde Hillary Clinton hasta la reina de España. Su fabulación es doblemente desoladora, pues significa un sabotaje a la propia causa, una lucha aún incipiente para proteger a las más inocentes, como esas escolares de Nigeria que siguen secuestradas y ultrajadas por los islamistas radicales de Boko Haram. Es verdad, como razonan sus afines, que Mam logró grandes resultados, aunque ¿algún fin justifica los medios cuando son patrañas para engordar una leyenda personal? Existen demasiados testimonios verdaderos como para socavar la credibilidad de una causa que aún dista mucho de estar controlada. ¿Por qué la mala literatura acaba dañando lo que apenas necesita adjetivos para ser contado? En España, cada hora y media se produce una agresión sexual, justo lo que dura una película.

(La Vanguardia)

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16 de junio de 2014
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El Boomeran(g)
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