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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuaderno de guerra

1.- Estamos ante una guerra asimétrica perfecta, empezando por los contendientes: de un lado, el ejército de un Estado democrático pero militarizado, que posee las armas más sofisticadas del planeta y cuenta como aliado a la primera superpotencia; y del otro, un grupo terrorista, ayudado por algunos países árabes y armado, sobre todo, por el Irán fundamentalista. 2.- La mayor asimetría está en los efectos sobre las poblaciones, una perfectamente cubierta y protegida y la otra desamparada e inerme. El balance de destrucción y muerte en un bando es devastador, mientras que en el otro, bajo el paraguas de la Cúpula de Acero, apenas hay víctimas ni destrozo. El grueso de las víctimas israelíes son soldados caídos en los ataques. 3.- La discusión sobre quién empezó tiene un interés acotado. Conviene analizar a quién interesaba la escalada y, probablemente, era tanto a Hamas como a Netanyahu y en ningún caso a la Autoridad Palestina. 4.- Hamas quiere obtener la apertura de los pasos fronterizos, mientras que Netanyahu quiere la neutralización y desarme de Gaza. Israel y Egipto no accederán a lo primero sin garantías de lo segundo. Pero a la vez, es imposible neutralizar militarmente la franja sin una ocupación prolongada y costosa que Israel no se puede permitir, tal como demuestran ya las severas pérdidas sufridas en la invasión terrestre. 5.- Como en toda guerra asimétrica, el bando más débil sacrifica más y también da más valor a lo poco que obtiene. Cada vez que suenan las sirenas de alarma en Tel Aviv es un éxito para Hamas. Como lo es el cierre del aeropuerto Ben Gurión. Para el bando más fuerte, en cambio, cualquier pérdida por pequeña que sea es mucho más dura y tiene mayor significado. 6.- Todo conduce a un empate trágico y a una paz precaria, como siempre, que es en realidad una renovación del estatus quo, el bien más preciado tanto de Hamas como de Netanyahu. El perdedor es la Autoridad Palestina, laminada por los dos extremos y sin márgenes ni camino para avanzar hacia el Estado palestino. 7.- Esta no es una guerra encapsulada. Traslada el conflicto de Oriente Próximo al interior de unas sociedades como las europeas, donde hay una población de origen inmigrante con grandes afinidades hacia los palestinos. 8.-También estimula en Europa los peores reflejos antisemitas, algo que se acomoda a un relato sobre la fragilidad de Israel que produce excelentes rendimientos a su gobierno. 9.- La asimetría entre el poder militar y diplomático de Israel y la debilidad extrema de los palestinos está produciendo a la vez efectos de saturación. Lo demuestra el doble registro utilizado por el secretario de Estado, John Kerry, al ironizar en privado sobre el carácter quirúrgico del ataque de la operación israelí y defender en público el derecho de Israel a defenderse sin atender a los límites y a la proporcionalidad de los medios utilizados. 10.- Las guerras asimétricas suelen premiar la victoria militar con la derrota política.



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24 de julio de 2014
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Relato y aparatos

Un rey que reinó tres años en país extranjero, un edificio grandioso que lleva cerrado casi una década, una estrella del rock que quiere olvidar sus días de gloria, dos parejas heterosexuales separadas por la necesidad laboral y unidas por la técnica; es el breve resumen, a modo de slogan, de cinco películas españolas recientes sobre la memoria y la miseria, sobre el pasado remoto y la dimensión de futuro que proporcionan los nuevos aparatos de comunicación personal. Lluís Miñarro hace (en ‘Stella cadente') una película irónicamente arcaica sobre el breve y turbulento reinado de Amadeo de Saboya, Víctor Moreno (‘Edificio España') un documental sobre un muerto inmobiliario y los seres vivos que lo habitan esporádicamente, Beatriz Sanchís (‘Todos están muertos') cuenta una historia de fantasmas sobre el fondo de la ‘Movida' madrileña, Carlos Marques-Marcet ('10.000 Km') la crisis a puerta cerrada de una pareja, Jaime Rosales (‘Hermosa juventud') otra crisis de raíz amoroso-económica. Las cinco, curiosamente, están habladas en distintas lenguas simultáneas, el castellano de España y de las Américas, el catalán, el italiano, el alemán, una fusión que siendo casual sin duda indica algo del momento presente del cine.

      Excepto la debutante Sanchís, que consigue en ‘Todos están muertos' un relato vivaz con una materia escrita a veces algo ñoña salvada por un buen plantel de actores españoles, mexicanos y argentinos, los otros cuatro títulos imponen una penitencia al espectador, al modo en que cierto cine de autor contemporáneo lo hace sin apenas paliativos, como marca de identificación o enseña de militancia. Son películas ‘ideadas', es decir, teóricas, y no es una sorpresa que el cineasta que mejor resuelve el conflicto entre la teoría previa y su formalización sea el casi ya veterano Rosales: ‘Hermosa juventud' es su quinto largometraje. Marques-Marcet, que firma también en '10.000 Km' su ‘opera prima', propone al espectador un plan narrativo voluntariamente claustrofóbico (sólo aparecen en carne y hueso los dos protagonistas, Natalia Tena, que interpreta a Alex, y David Verdaguer, a Sergi), y los pocos exteriores se ven a través de los filtros tecnológicos o desde las ventanas. Es, claro está,  una decisión de estilo, como lo es, en el arranque, el larguísimo plano secuencia en que la crisis se enuncia, pero el director parte de otra ocurrencia de superior calado, que le da a su nimia historia un relieve: el conflicto sentimental motivado por la separación física de los amantes se desarrolla en pantallas mediadoras: teléfonos móviles, ‘emails', ‘skype', ‘facebook', muros fotográficos y demás artilugios de la vida moderna. Raramente añaden algo y no pocas veces aburren, y es significativo que la única escena que me pareció que cobraba vida fuese la del arrebato furioso de Sergi, rompiendo de verdad muebles y máquinas de su casa barcelonesa para ser visto por Alex en Los Ángeles, California.

    La proposición teórica de Jaime Rosales es distinta, considerablemente más rica, y resulta interesante saber que el autor de ‘Hermosa juventud' tenía en un principio el propósito de rodarla con actores naturales, un camino al que no encontró vías de salida. De ahí que, aprovechando el material ‘humano' que ese largo ‘casting' de entrevistas con no-profesionales le había proporcionado, Rosales decidiera que su pareja protagonista, Natalia y Carlos, fuese interpretada por Carlos Rodríguez, un competente actor de televisión, e Ingrid García-Jonsson, curtida antes en cortos y largos y actriz, a la vista queda, de enorme talento. En ella, más que en el muchacho, sorprende saber (en mi caso después de ver la película en el cine) que todo en su Natalia es postizo, es decir, recreado; la verdadera Ingrid es una mujer culta y sofisticada, estudiante de arquitectura antes que actriz, y su personaje, cuenta el director, "el resultado de una construcción muy laboriosa y precisa por su parte".

         ‘Hermosa juventud' habla de lo que pasa, y, en la plasmación de esas angustiosas cotidianidades de la gente joven periférica que no tiene trabajo ni perspectivas, Rosales es respetuoso, o sea, no-artístico. Les sigue, les escucha, les fotografía, les deja -quizá- improvisar ante la cámara. No todo lo que vemos suscita curiosidad o solidaridad, más allá de la simpatía moral por su desdicha. Ese fárrago, notable en los primeros veinte minutos, podría, sin embargo, no ser obra del director, que ha contado, en una entrevista a Carlos F. Heredero concedida en el pasado festival de Cannes, que la película que ha llegado a los cines "No es la película que yo hubiera hecho, pero sí la que debe ser". Enigmáticas palabras, que siguen a la confesión de que, en un momento de disputa con su productora ejecutiva, Bárbara Díez, Rosales aceptó el montaje y los cortes que Díez le propuso; no se habla en la entrevista de imposición o censura comercial. 

     De ese tiempo muerto en pantalla nos saca la llamativa secuencia de la película porno casera, que sin duda se debe enteramente a Rosales y está realizada con mordiente gracia y bella escritura de guión. Esa secuencia da la impresión de rectificar la película, pero no es así. Las brillantes ideas de puesta en escena que cristalizaron en los grandes momentos fílmicos de ‘Las horas del día' y ‘La soledad', en ‘Hermosa juventud' parecen sustituidas por planos sentenciosamente teóricos, como el de la silla vacía al final del juicio de faltas o el de agresión de los matones fuera de campo, con la cámara enfocando el edificio en el descampado. Una vez que Natalia, como la Alex de '10.000 Km', se ha ido al extranjero a trabajar, Rosales coincide con Marques-Marcet en el lenguaje vacacional de las redes, y sus enamorados, él en Madrid, ella en Alemania, se comunican por medio de ‘piezas iphone', whatssaps, ‘interfaces' y demás animaciones, tan vacuas y quizá más innecesarias que las del film de Marques-Marcet.

     Rosales, sin embargo, recupera el relato en la parte final, y su desenlace del programa de televisión nos devuelve al artista, por encima del teorizador, en imágenes que se expanden en nuestro recuerdo de espectadores y explotan con efecto retardado, entendiendo en su plenitud la idea generadora de este film irregular pero de gran envergadura: la idea de la generalizada subasta del cuerpo joven en el creciente mercado de la humillación y el comercio.         

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24 de julio de 2014
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Los 80 no son los nuevos 60

Aburridos estamos de ese cuento repetido hasta la saciedad de que los 60 son hoy los nuevos 40, y los 80 los nuevos 60, como si todos pudiéramos llegar a ser Sophia Loren o Charles Aznavour y una especie de travestismo generacional operase en la cronología de los ciudadanos del primer mundo, atiborrados de omega 3 y bayas de Goji. Una industria feroz, y a menudo fraudulenta, se ha propuesto tratar el envejecimiento como una enfermedad. En la tienda de ropa Cintia, un must de la elegancia barcelonesa, me cuentan que sus clientas compran cada vez menos trajes formales y los sustituyen por camisas y tops asimétricos de Jil Sander que bien pudieran llevar sus hijas. Un menos es más irreal marca la estética de la madurez forever young, ya que bajo la etiqueta de la naturalidad se agazapan los mil y un artificios que luchan por frenar el paso del tiempo. Eso sí, ni asomo de desesperación: la edad ha dejado de ser una frontera. Si bien es cierto para el consumo, no para las compañías de seguros, los protocolos médicos o las hipotecas, que penalizan sin remordimientos a los mayores. Poco antes de morir, la socióloga y psicoterapeuta nonagenaria Lillian B. Rubin escribía lo duro que es envejecer, sin soflamas marketinianas ni melódicas salmodias. Aseguraba que, aunque nadie se crea que los 80 son los nuevos 60, todo el mundo lo compra. “¿Qué será lo próximo, los 100 la nueva mediana edad?”. Afirmaba que la vejez, incluso cuando es lo que nunca nos hubiéramos imaginado al ganarle cantidad y calidad de tiempo a la vida, implica pérdida, deterioro y estigma. Aún existen muchos matices entre las palabras viejo y anciano. La primera es más universal, incluso la dicen de sí mismos, entre la vanidad y la lítote, muchos jóvenes: “Me estoy haciendo viejo”; nunca se atreverían a señalarse como ancianos, término que implica desvalimiento, resignación y brasero. Cumplir años y no dimitir del espejo es un triunfo de la coquetería, y de la prolija industria cosmética. Pero también de la ciencia que estudia la elasticidad del cerebro. Según la ONU, en el 2050 España será el tercer país más envejecido del planeta (más de un tercio de la población estará por encima de 65 años). Acostumbrados a gestionar las vacaciones de la tercera y cuarta edad europeas, con generosas pensiones, esta tendencia a la senectud no parece amedrentar la marca España. Un país para viejos, aunque los desprecie. Más vale que empecemos a tratar la vejez con realismo y cordura, en lugar de frivolidad y estigma. Viejuno es una palabra de moda que discrimina entre lo moderno y lo que se queda fuera porque tiene demasiado pasado, olvidando que sólo nos conforman pasado y futuro, pues el presente no es más que arena entre los dedos. (La Vanguardia)

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23 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El último tramo

 

Pocos libros, que yo recuerde, han sido últimamente tan esperados, desesperados, dados por perdidos y jubilosamente recibidos como esta tercera y, helás, última entrega del viaje que Patrick Leigh Fermor hizo entre 1933 y 1935 y que debía llevarle andando desde Holanda hasta Estambul (Constantinopla para el autor).

Dada su costumbre de escribir a mano  y dejar pasar mucho tiempo entre la experiencia y su narración (la primera entrega, El tiempo de los regalos, salió en 1977 y la segunda, Entre los bosques y el agua, en 1986) a nadie le preocupó mucho que fuesen pasando los años y no se supiese nada del prometido remate de la trilogía. En su prólogo a El último tramo, Colin Thubron y Artemis Cooper, albacea literario y biógrafa de Fermor respectivamente, demuestran lo muy cerca que estuvimos de esperar para nada, pero también ofrecen una imagen estremecedora del viejo luchador incansable que está perdiendo facultades (como a lo largo del viaje y los años  fue perdiendo cuadernos de notas y borradores),  pero que no cejará en su empeño de culminar su obra. De paso ese prólogo debería hacer reflexionar a quienes piensan que cada obra de arte es un fragmento del discurso del Creador (léase sagrada) y que nadie tiene derecho a cambiar siquiera una coma. El texto que nos ha llegado es fruto de un cúmulo de casualidades, hallazgos, callejones sin más salida que volver a empezar, replanteamientos y, al final, la propia decadencia física del viajero que se dice insatisfecho, que desearía dar un nuevo repaso a lo hecho y que en ocasiones  incluso recomienda dejarlo en un cajón.

Vaya por delante que Colin Thubron, con la ayuda de Artemis Cooper, ha hecho un trabajo espléndido. Y si alguien se pregunta si El último tramo es un producto de consumo para aprovechar el tirón del autor, la respuesta es no. El estilo  elegante, minucioso y de una extraordinaria vitalidad es inconfundible, y si en algún momento el autor echó en falta sus cuadernos no se nota, quizá porque como él mismo dice, los recuerdos le venían de pronto como surgen de la oscuridad unas pinturas al ser iluminadas por una antorcha. Sigue siendo el enamoradizo que cae rendido a los encantos femeninos (parece que entre las notas de su llegada a Constantinopla, para variar casi milagrosamente recuperadas, no se dice nada de Santa Sofía y sus pinturas pero en cambio se da cumplida cuenta de una joven griega fugazmente conocida), pero como al mismo tiempo es un caballero nunca da la menor pista acerca del grado de intimidad física con las mujeres que encuentra y le acogen y miman en sus casas, ya sea una estudiante enormemente atractiva, la dueña de un hotel que le devuelve la mochila robada o, sobre todo, la divertida estancia en un burdel de Bucarest protegido y cuidado por las pupilas.

                Quizá, puestos a encontrar diferencias con el Leigh Fermnor de entonces, en este último hay unos juicios de valor que en cambio no se veían en los libros anteriores, y eso que la ominosa presencia de los nazis era continua  podría haberse ensañado. Aquí, pese a la lejanía con los hechos vividos entonces, aunque es posible que las terribles y posteriores Guerras de los Balcanes le removiesen dolorosamente la memoria mientras rehacía textos, hay intervenciones muy críticas, en especial con los turcos, a los que presenta como una de las máximas calamidades sufridas por Europa en toda su historia. Por cierto que hablando de eso, de historia, para dar una idea de lo prolongada que fue la ocupación turca de Bulgaria ofrece una medida del paso del tiempo que sólo  a él se le podía ocurrir. Estuvieron allí, según él, más o menos el lapso que va de Chaucer a Dickens. En cambio le duele más el odio irracional que percibe entre vecinos, ya sea de rumanos y búlgaros, búlgaros y turcos o de todos contra todos salvo los griegos, que son unos caballeros. 

                Pero lo mejor es que sigue siendo el viajero que disfruta del sol y los olores y el pan con queso o los paisajes, que lo mismo duerme en una cabaña de leñadores que en casa de un cónsul inglés o en el mejor burdel de Bucarest, y que si llega a una población búlgara,  a la sola vista de un grupo de aldeanos vestidos a la turca, se mete gozosamente en un lío de invasiones y choques de culturas, y dialectos  y músicas y canciones que, milagros de la técnica, existen, y basta poner en You Tube estas palabras mágicas Zashto mi se sirdish, liube? (que son la primera estrofa de una canción que a Paddy le gustaba mucho) para ir a parar a un alucinante mundo de cantantes y músicos e instrumentos actuales que se pueden escuchar mientras que en las street view de los pueblos por los que transcurre el viaje se pueden ver unos paisajes que no parecen haber cambiado gran cosa desde entonces. Hola y adiós al viejo Paddy.

 

El último tramo

Traducción de Inés Belaústegui e Ismael Attrache

Patrick Leigh Fermor

RBA

 

 

 

 



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22 de julio de 2014
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Asuntos metafísicos 59: De Segismundo a Crusoe: ¿ implica el hablar que hay un mundo exterior?

Arrancaré hoy evocando una ponencia del filósofo Ulises Moulines [1] presentada hace muchos años   en el Congreso Internacional  de Ontología, que  con periodicidad bienal  se celebra en San Sebastián y Barcelona.

 Bajo el título de "Lo racional y lo real" se trataba  en aquella ocasión de  celebrar la obra de Descartes en el cuarto centenario de su nacimiento. Contexto idóneo para que  Moulines efectuara una "Defensa del solipsismo", tomando como principal texto de apoyo para su argumentación no las Meditaciones del gran pensador francés sino La vida es sueño de Calderón. Recordemos:  Segismundo "vive" en dos mundos, cada uno de los cuales le aparece desde la perspectiva del otro como irreal. Para Segismundo tiene  sentido vivir en la mazmorra de la torre y vivir en el palacio, pero no hay transición de sentido entre uno y otro marco. Pues bien: en su exposición Moulines dramatizaba las tribulaciones de Segismundo, confrontándole a los argumentos de sofisticados filósofos realistas .

El contrapunto de la tesis del carácter onírico de la vida viene en primer lugar  dado por  los argumentos semánticos en favor del realismo, en  concreto  los de Wittgenstein al cual Moulines califica de "positivista refinado": Por el mero hecho  de que Segismundo hable y de que lo haga con sentido debería  aceptar la realidad de los sucesos que vive. "Hablas, luego te refieres a algo real además de tí mismo". Este, nos dice Moulines,  sería el teorema semántico que habría que demostrar a Segismundo. No está aquí lejos, aplicada al realismo, la argumentación aristotélica relativa al principio de no contradicción. Recordemos ( asunto ya tratado aquí) que Aristóteles se refiera a este axioma arquitectónico,  como  "principio más firme", es decir, ese principio respecto al cual es imposible engañarse o tomarlo como mero postulado: "pues un principio cuya posesión es necesaria para cualquier conocimiento no puede constituir una mera hipótesis" . [2]

 

Lo simpático en aquella ponencia de Ulises Moulines fue su toma de posición en favor de la resistencia de Segismundo y su disposición a servirle de escudero,apoyar con armas filosóficas lo que Moulines  llamaba "el reto de Calderón". Moulines se complace en desmontar las dos premisas subyacentes del argumento semántico:

1El lenguaje tiene que aprenderse y ser controlado pero este aprendizaje y control implicaría la comunicación intersubjetiva. 2 La comunicación intersubjetiva supondría  la existencia de un mundo no subjetivo externo.

Moulines contra-argumenta en favor de Segismundo evocando a Berkeley y su comunidad de mentes flotando libremente (es decir sin espacio exterior a las subjetividades que  medie)  y a Ernst Mach (conglomerado de sensaciones interactuando sin exterioridad alguna). Pero su apunte esencial en favor de Segismundo es el siguiente: ¿De dónde se infiere que el aprendizaje debe implicar algún tipo de actividad anclada inter-subjetivamente? Y su respuesta es simplemente que la base de tal inferencia es contestable. Pues bien: en un simposio reciente en que se le rendía homenaje me permití ayudar, por así decirlo, a  Moulines en su tesis, evocando otro texto literario, el Robinson Crusoe de Daniel Defoe:[3]

Ciertamente  de alguna manera la intersubjetividad en la que Crusoe adquirió el lenguaje sigue estando presente en la isla.  Crusoe  no está en soledad como podría estarlo un animal, eventualmente mejor dotado por la naturaleza si emergiera  un problema de subsistencia. El Crusoe solitario representa todo aquello que posibilitó el lenguaje y con ello  el pensamiento especificamente humano. Así pues cabría en principio sostener que   el perdurar de Crusoe  supondría de hecho el perdurar de todo  el acerbo de intersubjetividad  que caracteriza a la especie, y sería en razón de  tal perdurar de la intersubjetividad que, permanentemente Crusoe  habla. En suma: nada en Crusoe chocaría con el argumento semántico en favor del realismo.  

Y sin embargo creo efectivamente que la tesis de Moulines es muy sólida. Pues ¿Con quien habla ese Crusoe al que nadie puede escuchar?  En una de estas columnas  he respondido hace tiempo  a esta pregunta diciendo que Crusoe habla con aquel mismo a quien se dirige el científico  cuando  aventura hipótesis para las que no había quizás  entonces  interlocutor competente, o el creador que forja una sentencia hasta entonces jamás pronunciada. La intersubjetividad que fue la condición de tal hablar  no es ya  sin embargo lo que entonces legisla. Legisla el sujeto humano como tal, sujeto del conocimiento o sujeto forjador de símbolos, sujeto asimismo de ese imperativo por el cual, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se de un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente. Y este sujeto  es el interlocutor verídico no sólo compatible con la situación de soledad sino quizás accesible tan sólo en la misma.

Como el científico o el creador, habla el solitario Robinson consigo  mismo en  tanto  que  espejo en el que se reconoce la esencia de la humanidad. Y tal cosa hacemos cada una de nosotros en las ocasiones en las que el pensamiento, en lugar de complacerse en lo dado,  se esfuerza por entender, metaforizar o resolver, ya se trate de asuntos teoréticos o de asuntos prácticos; ya se trate de organización general de la sociedad o de asuntos en los que propia  intimidad es lo que está  en juego.

Ello explica muchas de las peripecias radicalmente espirituales que marcan al héroe de este gran relato. La actualización continua de sus recursos memorísticos y de su ingenio  le permite   por ejemplo   el aprendizaje  de nuevas técnicas, quizás triviales para los demás, mas no para él, puesto  que  las descubre por vez primera. Abocado al principio a  forjar  instrumentos  de utilidad práctica que le eran conocidos, acaba- momento fascinante-  forjando otros que no había visto jamás o de los que  no tenía memoria: tal  una rueda que  construye  habilidosamente con una cuerda activada con el pie, de manera a conservar las manos libres.

Pero no se agota ahí la cosa, pues Crusoe activa sus potencias cognoscitivas más allá de toda utilidad, lo que le lleva a adquirir la disposición de espíritu   que caracteriza al ejercicio de las matemáticas cuya virtud (como se indica en un prodigioso texto de Aristóteles que aquí hemos podido leer), va más allá de toda finalidad práctica. En soledad, Crusoe se inscribe en el tiempo de manera no pasiva y forja un calendario    que le ayuda a  conserva la memoria de fechas simbólicas. Crusoe vive así  su destino como algo irreductible al entorno empírico,  aunque, obviamente,  determinado por el mismo.

Casi como expresión de todo ello, como expresión de su permanente diálogo con todo aquello que forja su humanidad  el lugar físico en que  habita no es  meramente   una guarida, un lugar que protege de amenazas e intemperies,  sino una casa, un lugar dónde hay fuego y amplitud, es decir, un ámbito susceptible de recibir a otros hombres y compartir con ellos alimento y palabra.

                                                        ***

Recordemos el "teorema semántico" que habría que demostrar a Segismundo: "Hablas luego te refieres a algo real además de tí mismo". Pues bien, no es seguro que   Segismundo quedara convencidos por la fuerza de la argumentación. Menos lo es todavía tratándose del heroe de Defoe. Pues ¿como convencer al Crusoe forjador de instrumentos desconocidos y atraído  por la rigorosa belleza de la matemática "que el aprendizaje y control implique la comunicación intersubjetiva"? Y no admitiendo la premisa de base,  poco importará ya  a Crusoe si la comunicación intersubjetiva supone o no supone  "la existencia de un mundo no subjetivo externo". 


[1]              Nacido en Venezuela , vinculado profundamente a Mexico, Catedrático de Filosofía de la Ciencia en Alemania, vecino de la localidad  francesa de Auxerre y con alma  política en la Cataluña de la que sus padres eran trabajadores exiliados , Ulises Moulines  parece encarnar el destino de aquel  Descartes, para quien  el  tener  hogar,  tanto físico  como espiritual , en Holanda,  errar por toda Europa  y vivir sus últimos días en Suecia fue  la manera de ser fiel a esa  Francia  cuya lengua literalmente fertilizó.           

[2]              . Por ello, si alguien asevera que tal principio no rige en el ser y en el pensamiento, diremos simplemente que  no hay concordancia entre su decir y el hecho mismo de que esté diciendo algo, pues aquel que efectivamente  viviera sin experimentar la primacía del principio dejaría de pensar y hablar, y su estatuto ni siquiera sería homologable al de un animal, por lo cual razonar ante él sería como dirigir la palabra a una planta (omoios gar phyto ho toioutos...Metafísica 1006 a 14-15).

[3]              Recuérdes la trama: tras luchar contra las olas que hasta tres veces le arrojan sobre peñascos, alcanzar la orilla y encontrar refugio entre las ramas  de un árbol al día siguiente sobrevivir es para Crusoe la única urgencia, el primer imperativo. Respondiendo a este imperativo, explora   los aledaños de la costa, descubriendo así la presencia del barco encallado, de cuyo naufragio era víctima, en cuyo interior encontrará no sólo una bien provista despensa, sino los  instrumentos básicos para la construcción  de un refugio y hasta semillas que le permitirán un día hacer de aquel territorio meramente  natural un territorio humanizado. 

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22 de julio de 2014
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