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Algunas ricuras

No sólo ha decaído el ballet con tutú, también el arte de ser millonario. Los ricos actuales no están a la altura de su responsabilidad. Ese Miguel Blesa empeñado en hacerse el hombre con una escopeta, esos mafiosos rusos, los tristísimos Agnelli, los sórdidos jeques... No, no, para ricos, los de antes.

    Cuando la reina Victoria visitó Waddesdon Manor se quedó de un aire. Ustedes creen no conocer la mansión de Ferdinand de Rothschild, pero la conocen. La han visto en múltiples películas y series de TV. La última, Downton Abbey. La colosal macedonia de falso renacimiento, falso gótico y falso normando constituye uno de los más colosales horrores de la arquitectura inglesa y un monumento inolvidable. Todo es falso, pero la verdad es que tiene un aspecto imponente. El barón no sólo construyó la cumbre del kitsch sino que fue el primero en electrificarla. La reina Victoria se quedó absorta ante una gran araña de cristal con bombillas y estuvo diez minutos dándole al interruptor, como un crío. Clic clac clic clac.

    Esto es lo que hace simpáticos a los millonarios antiguos, que algo dejaron. Waddesdon recibe cada año cuatrocientos mil visitantes. Y las fabulosas colecciones de pintura, escultura y objetos preciosos están ahora a la vista de todo el mundo en los museos ingleses. Si el señor barón se hubiera dedicado a los restaurantes bulliciosos, los coches para narcos, los hoteles con grifería de oro, como hizo la cuadrilla de Bankia, habría sosegado su vanidad, pero nosotros no visitaríamos esas cosas que tanto ayudan a pasar la muerte, los palacios, las pinturas, las esculturas y así sucesivamente.

    Uno de los invitados a Waddesdon Manor, en la época en que lo habitaban los Rothschild, cuenta que el ritual era imponente. Por la mañana entraba el mayordomo, corría las cortinas y comenzaba el interrogatorio. "¿Desayuno, señor?". "Sí, gracias, Archibald". "¿Té, café, chocolate?". "El té me parece bien, Archibald". "¿Assam, Souchong, Ceylan?". "Assam, gracias". "¿Solo, con leche, con limón?". "Con leche, Archibald".  "¿Jersey, Hereford, Brevicorn?". Estas cosas hacían simpáticos a los ricos.

    Precisamente porque no inspiran simpatía, los ricos actuales generan un rencor, un resentimiento sulfúrico. Si esos tipos de Bankia, tan romos como mi cuñado, son millonarios, entonces se lo merecen tanto como mi cuñado. Así piensa uno que tiene un cuñado romo. Y si no, primo o sobrino. Los ricos actuales convocan toda suerte de hostilidades, hasta el punto de que hay partidos que tienen en su programa la pura y simple supresión de los ricos y las masas acuden ilusionadas al exterminio.

    El otro día, en la presentación del excelente libro de Fernando Savater, ¡No te prives! (Ariel), contó el polígrafo una anécdota notable. Un dirigente comunista (hoy sería chavista) le comentó a Olof Palme que el programa de su partido era acabar con todos los ricos de su país. "¡Qué curioso!, dijo Palme. El nuestro es el contrario: queremos acabar con los pobres".

    Seguramente por eso le asesinaron.

 

Artículo publicado en El País. 

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16 de octubre de 2014
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Kobane, ciudad mártir

Kobane nos proporciona la foto de un mito trágico, el de la ciudad mártir sacrificada y traicionada ante la indiferencia internacional. Las imágenes están tomadas desde unos altozanos en el lado turco de la línea fronteriza. En primer plano hay una hilera de blindados del ejército turco con sus cañones orientados hacia Siria, y en el fondo, la ciudad entera. Apenas se distingue el campo de minas de una milla de ancho que recorre la raya por el lado turco. Los turcos de la región fronteriza con Siria pueden ver desde estas colinas los bombardeos y enfrentamientos entre los combatientes del Estado Islámico con sus banderas negras y los milicianos kurdos de las Unidades de Protección del Pueblo. Antes de la guerra, Kobane tenía 45.000 habitantes, kurdos casi todos. La superioridad militar de los guerreros del califato islamista es absoluta, mermada solo por la limitada capacidad de acierto de los bombardeos aéreos de la coalición organizada por Washington junto a cinco países árabes. Sin una intervención terrestre, que Estados Unidos no quiere hacer, y mucho menos en Siria, la ciudad y toda la región fronteriza que la circunda estarán pronto en manos del Estado Islámico. Solo Turquía, único país musulmán de la OTAN, podría frenar el avance de los terroristas califales, pero su Ejército prefiere retenerse a la espera de una derrota kurda a obtener una victoria rápida y la huida de los islamistas. Es la repetición de un mito trágico que hemos visto otras veces en la historia, aunque nunca como en este caso con fotos, imágenes de televisión y acumulación de curiosos turcos en los miradores fronterizos. A escala mucho mayor, sucedió en Varsovia en 1944, cuando los patriotas polacos se levantaron contra los nazis en el momento en que el Ejército Rojo se acercaba a la capital polaca, pero Stalin ordenó esperar a que fueran derrotados por el Ejército de Hitler. De forma similar, 70 años después, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan prefiere bombardear a los kurdos del PKK dentro de Turquía y dejar a los islamistas que terminen con las guerrillas kurdas dentro de Siria. Esta es una guerra en la que combaten cara a cara dos proyectos de Estado. El de los kurdos que viven repartidos entre Turquía, Siria, Irán e Irak, donde cuentan con una administración regional ya con competencias muy parecidas a las de un Estado; y el de los radicales islamistas que quieren instalar un califato entre Siria e Irak bajo el nombre precisamente de Estado Islámico. En la pelea por el Kurdistán sirio se juega la posibilidad de utilizar la frontera turca para el contrabando imprescindible para la supervivencia del Estado Islámico. Kobane no es solo un símbolo de la indiferencia internacional ante el martirio de una ciudad, sino también de la responsabilidad occidental en el destino trágico de dos países como Siria e Irak, sometidos al desmembramiento territorial, a la guerra civil a varias bandas y a la limpieza étnica y religiosa.

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16 de octubre de 2014
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Claudia Salazar Jiménez, premio Las Américas 2014.- El premio…

Claudia Salazar Jiménez, premio Las Américas 2014.- El premio Las Américas 2014, que se entrega por cuarta vez dentro de las actividades del Festival de la Palabra de Puerto Rico, fue para la peruana Claudia Salazar Jiménez y su novela Sangre en la aurora (editorial Animal de invierno). La novela venció a una shortlist integrada por tres autores de Periférica: el mexicano Yuri Herrera, el colombiano Juan Cárdenas y la domincana Rita Indiana, quien fue primera finalista. Un premio que nos llena de orgullo a los que conocemos a Claudia, su talento y su seriedad, y además un orgullo extra porque el premio también reconoce a la editorial peruana Animal de invierno, una de las editoriales independientes latinoamericanas que son el futuro de la literatura en castellano. ¡Enhorabuena, Claudia! (En la foto, recibiendo el premio -pésima calidad de iphone- y en los pasillos del hotel donde me la encontré muy feliz).

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16 de octubre de 2014
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El paladar es la infancia

El paladar es la infancia. Nada podría decir sobre el gusto de comer sin el recuerdo de ese territorio vedado y misterioso de la cocina de mi casa en Masatepe, de la que salían humeantes los alimentos que iban a dar a la mesa donde nos sentábamos mis padres y sus cinco hijos, alimentos bendecidos por las manos laboriosas de la primera cocinera de mi vida, Mercedes Alvarado, la Mercedes Alborada de mi novela Un baile de Máscaras.

Eran tiempos en que las verduras y frutas, y aun las carnes, se vendían de puerta en puerta, y las provisiones se compraban en las aceras, aunque había también un pequeño mercado vecino a la casa de mis abuelos paternos. En el rastro público sólo de destazaban reses dos veces a la semana, y como mi padre fue en un tiempo alcalde municipal, yo solía acompañarlo tarde de la noche a vigilar el destace, de modo que el animal sacrificado correspondiera a la carta de venta autorizada por él, porque abundaban los cuatreros, y también debía vigilar que no se mataran hembras en tiempos de veda.

En el patio de mi casa crecían la yerbabuena y el culantro en cajones para embalar jabón de lavar, se criaban gallinas indias, junto al chompipe de la mesa navideña, al que se daba un trago de aguardiente antes de cortarle el pescuezo, por piedad del verdugo, o porque su carne resultaba más suave según la creencia;  y a veces un chancho, engordado con los desperdicios, que se sacrificaba ritualmente a medianoche en fiestas de guardar, la principal, el día de San Luis, onomástico de mi madre.

El chancho, una vez degollado y desangrado a la medianoche, colgaba de cabeza de una solera, donde era bañado con agua hirviente para pelarlo, y al final no quedaba nada, ni orejas ni cabeza ni cola, pues a su alrededor había toda una batería de mujeres que se encargaba de freír los chicharrones en un caldero, donde también iban a dar plátanos verdes partidos en canal; otras guardaban el tocino crudo, destinado a adornar los nacatamales, que se confeccionaban en una mesa donde estaban ya aguardando las hojas de plátano soasadas, la masa y los demás ingredientes; alguien soplaba las tripas para los chorizos y las morongas, y ardía el fuego bajo las pailas donde se hacía el pebre, mientras los lomitos se preservaban celosamente para el almuerzo.

A la cocina, dotada primero de un fogón o cocinero de leña, y luego de una estufa de hierro colado con una chimenea que aventaba el humo oscuro por encima del techo, entraba los domingos y días de guardar mi madre para preparar sus platos maestros: macarela en nata, lengua rellena en puré, plátano maduro en gloria, horneado con queso, crema y canela en raja, o su barroco relleno del chompipe navideño, con alcaparras, aceitunas y ciruelas y uvas pasas, herencia culinaria suya que pasó a las manos de mi hermana Luisa.

No olvido el horno de panal de mi abuela paterna Petrona Gutiérrez, encendido al rojo vivo, de donde salían los sartenes colmados de rosquillas y otras piezas de maíz; ni tampoco la infinita variedad de panes y reposterías de doña Ángela Mercado, establecida frente a la iglesia de Veracruz, desde la torta blanca a la torta negra, las bizcotelas y las magdalenas, las quesadillas y los polvorones; ni la no menos infinita variedad de dulces de las Barquerito, a la cabeza los corderos y palomas de masa de arroz, los piñonates, los alfajores y las cajetas de coco.

 Ni la sopa de mondongo que doña Néstor Arias, rubicunda y pequeña de estatura, vendía de puerta en puerta en unas porritas antes de abrir en su casa la más célebre mondonguería de Masatepe; ni el armadillo desmenuzado en un caldillo de tomate y cebolla que mi padre encargaba en el barrio de Jalata; ni las tamugas y los nacatamales de mi tía Emperatriz Álvarez, los mejores del pueblo, cuyas habilidades de confección heredaron mis primas Tere y Tina, haciéndolos famosos en toda Nicaragua.

Memoria del paladar.

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15 de octubre de 2014
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La cabeza en los pies

Hay días en que crees que ya has escrito de todo, y ratificas, una vez más, que todo está escrito. Invocas tu cobardía, resbalando por ese sentimiento ruin que es la autocompasión, tan autodestructivo como diez botellas de bourbon. Cómo no va a atenazarnos el vértigo cada tanto al proyectarnos hacia delante y resolver si vamos encontrándole un sentido a todo esto. O si nuestra madeja de afectos es lo suficientemente tupida como para que respire por nosotros cuando nos fallen los pulmones. Claro que es más reconfortante la autocompasión que la conmiseración: fina es la piel del orgullo, pero la fuerza de las rutinas taponará nuestra gotera melancólica. De nuevo nos socorrerá la sensación de ocuparnos en lugar de preocuparnos, de sacar la ropa mojada de la lavadora mientras entretenemos el pensamiento con unas motas de polvo encima del aparador. A veces querríamos que nuestras vidas tuvieran los alicientes de una película, olvidando que detrás hay un guión armado, efectos especiales y banda sonora. Las aspiraciones son como armarios empotrados de más de dos metros que nos entumecen el cuello. Hay filosofías de vida que inhiben los deseos, y otras que alientan a luchar aun a riesgo de desgañitarnos. Nos decimos “cuídate” al despedirnos, aunque no sirva de nada. “Estaba viendo una serie, y de repente me encontré muriéndome”, me cuenta mi amiga Marichu, que hace dos meses sufrió un infarto. “Me dicen que lo más importante de todo es que camine, que ande una horita al día. Fíjate qué tontería: todo está en andar”. Es entonces cuando te dices que no lo has escrito todo, y que ahí está el parque por donde caminas de buena mañana, cuando te llega el vapor a caldo de pollo que sale de las cocinas de los colegios. A medida que te adentras en su arboleda, entre cedros, acacias y un sauce desmayado, las nubes parecen más bajas que cualquiera de nuestros armarios empotrados. Sientes los pies en la tierra, sobre la crujiente hojarasca, las manos refrescadas, las ideas que van de la palidez al rabioso estampado. Hasta que te cruzas con otros hombres y mujeres que caminan sin querer llegar a ninguna parte. Caminan como una expresión de deseo, con los brazos agitados y la espada recta; caminan para salvarse, con la mirada ausente y la certeza de saber que esa es su pequeña heroicidad diaria, su testarudez frente al destino, una manera sencilla de quererse en voz baja. Andar sin rumbo ni norte, sobre nuestros propios pasos. ¿O acaso no expresamos esa maravilla con gozo cuando las criaturitas de apenas un año un buen día dan cuatro pasos? “Ha empezado a andar”, decimos, “¡Camina!”. Y ya no los pararemos. El sentido de la vida, a ras de suelo. (La Vanguardia)

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15 de octubre de 2014
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Asuntos metafísicos 69: la difícil causa de la ontología.

¿Qué hace en realidad un filósofo? Es esta una pregunta que puede hacerse cualquier persona interesada por los asuntos digamos culturales y para la cual la palabra misma filosofía tenga incluso resonancias positivas. Esa persona sabe a qué se dedica un biólogo, un físico, un músico, un matemático o un artista, pero se ve en un apuro cuando reflexiona sin prejuicios sobre el tipo de quehacer que constituye la filosofía. Sabe que filósofo era el matemático Descartes, como lo era el también matemático Leibniz o (de haber existido realmente)  el Pitágoras asociado al teorema que  que lleva su nombre.

Pero la palabra filosofía se halla en la  mente de esa persona asociada también a nombres como Unamuno, Nietzsche, Montaigne  o Sartre que es fácil vincular, al menos parcialmente a la escritura literaria...

Esa misma persona favorablemente dispuesta a la filosofía, se percibe un día de que en el título de la  obra nuclear de Newton figura la expresión  "filosofía natural", y que filosófica era considerada la obra por la que fue condenado Galileo (Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, telemaico e copernicano), de tal manera que la palabra "filosofía "queda para esa persona también vinculada a la palabra "física".

Podría añadirse que en varios de los filósofos  mencionados  tienen en la música una preocupación esencial: Descartes escribió un Compendium Musicae;  hijo de un músico e ilustre teórico de la música, Galileo tocaba el laud y heredó de su padre esa modalidad de rigor que viene asociada a la práctica y a la teoría musical; y en cuanto a Nietzsche es bien sabido que la reflexión sobre la esencia y a función de la música atraviesa de una u otra  manera el conjunto de su obra...

Matemática,  literatura,  física,  música...¿cuál de estas disciplinas  privilegiamos a la hora de establecer vínculos que nos permitan abordar la interrogación: ¿de qué se ocupa la filosofía? Pues ninguna de ellas, incluso cabe añadir otras que reivindicarían la primacía: biología, antropología, lingüística, derecho, teoría política y un no muy largo etcétera.  Pues todo aquello de lo que estas disciplina tratan puede ser inserto en la útil  dicotomía establecida por Hume entre   filosofía natural y filosofía de la naturaleza humana, aunque ciertamente la distribución que hoy cabría hacer en el seno de cada polo no coincidiría con la de Hume (concretamente un  Tratado de la naturaleza humana debería dar tanto peso al problema de lo que designamos por "estética",  como al problema de la moral, es decir al temario de las kantianas Crítica de la Razón Práctica y Crítica de la Facultad de Juzgar).

En cualquier caso bajo forma de reflexión sobre la naturaleza inmediata o sobre la compleja naturaleza que es la humana, la filosofía retoma una y otra vez  las interrogaciones de los griegos sobre el término physis,  reflexión para la cual he de enfatizar el hecho de que Aristóteles sigue constituyendo referencia, no ya por las respuestas dadas a sus propias interrogaciones sino por el hecho mismo de haberlas planteado y por su actitud.

A lo largo de estas notas he tenido ocasión de poner de relieve el profundo agradecimiento a Aristóteles al que se haya obligado todo aquel que en el pensamiento filosófico   encontró una razón de vida (1). Y ello precisamente dado que se revela hoy dificilísimo responder a esa actitud, asumir la dura tarea de enfrentarse a la physis de la manera que un ser humano debe cabalmente hacerlo, es decir, subsumiéndola bajo sus capacidades de conocimiento y de simbolización.

La dificultad, suele decirse, reside en el hecho de que la especialización de las disciplinas hace hoy imposible acumular el monto de información que se despliega en cada una de ellas. Pero aventuro la hipótesis de que este escollo, digamos técnico, sirve más bien de coartada. El proyecto de una ontología general es hoy difícil en razón de un aminoramiento del peso que ello tiene en la conjunto de valores determinantes de nuestra vida socio-cultural, lo cual afecta en primer lugar a la universidad, paradigma que debería ser de la erección del espíritu en objetivo de nuestra condición pero que (por razones a la vez políticas y de destino de nuestra civilización) no se encuentra quizás en condiciones de realizar tal función.

De alguna manera estoy indicando que retornar a la disposición de espíritu de Aristóteles es la condición de posibilidad de que la filosofía se reencuentre consigo misma y ello aunque finalmente  sea para vislumbrar que la reflexión por él inaugurada nos fuerza a alejarnos del propio Aristóteles (alejamiento en cualquier caso sólo finalmente,  como resultado de aporías insalvables, nunca a priori). 

Ya he señalado múltiples veces que la filosofía no es desde luego (al menos, eso no es  en ella lo esencial) un pensar que, como el del poeta, explora las  potencialidades y recursos que el lenguaje tiene con vistas a su propia recreación. Pero la filosofía no es tampoco el pensar de la ciencia.  La filosofía va tras la ciencia, su pensar  sigue en el tiempo al pensar de la ciencia y  extrae toda la savia del mismo, a la vez que  está  detrás de la ciencia dándole quizás soporte, otorgándole  un indispensable suplemento de significación. Por haber trazado este sendero sería por  así decirlo de mal nacidos reivindicar la actitud filosófica y no mostrar agradecimiento a Aristóteles. Y sin embargo... la intención de secundar a Aristóteles en su actitud acaba una y otra vez en frustración...

Es casi una cuestión de mera constatación empírica. En los foros en los que se tratan cuestiones que forman todas ellas del corpus aristotélico, los vasos comunicantes parecen no existir. A la evocada compartimentación de temáticas parece añadirse la compartimentación de actitudes, acentuada  muchas veces por la ineludible  exigencia de la maestría técnica y de la  erudición. 

Un físico contemporáneo puede ser llamado a interrogarse por las implicaciones ontológicas de sus experimentos, mas cuando hace tal cosa puede llegar a sentirse sorprendido por el hecho de que  los filósofos de la física que le escuchan han acentuado  al extremo la casuística, han hurgado en la punta de un alfiler, dan prueba de un abrumador dominio erudito... y el físico en cuestión puede llegar a no reconocer que se está hablando de cosas en el origen de las cuales se encuentra   él mismo, y que   han provocado su propio estupor.

Y la cosa es aún más grave si en lugar de comparar las preocupaciones ontológicas del físico y el filósofo de la física, comparamos la del físico y el biólogo, o la del filósofo de la física y el filósofo de la biología...acentuándose aún la dificultad de un lenguaje común cuando nos referimos al filósofo de la ciencia y al historiador de la filosofía. Como máximo coincidirán ambos en que la physis les concierne, pero no parece que les  concierne de la misma manera.

Repito que no estoy negando la necesidad del control erudito y de la maestría técnica, estoy simplemente constatando  (¡y lamentando ¡) la enorme dificultad que hay en que el esfuerzo de cada uno sea canalizado hacia la posibilidad de hacer todos juntos filosofía.

Esa filosofía que quiso realizar Erwin Schrödinger  cuando creyó necesario interrumpir su curso de doctorado en física para preguntarse (con ayuda de los filósofos presocráticos)  por la significación del término mismo (physis) que daba origen a la disciplina. 

Aunar el Schrödinger forjador de las famosas ecuaciones que llevan su nombre  y el Schrödinger lector de los fragmentos de Anaxágoras, ver la raíz común de la preocupación que conduce a una y otra tarea es ciertamente cosa  ardua, pero... no hay realmente abordaje de la cuestión ontológica, si tal cosa  no se consigue. La ontología pasa hoy por ese reto. Y si algún discurso cargado de razón  muestra la imposibilidad de superar el reto, o incluso lo fantasioso de plantearlo, entonces  se estaría simplemente poniendo de relieve que la razón  ha fijado la frontera entre ella misma y la vida del espíritu, o lo que es peor, la razón  habría  determinado que no hay propiamente vida del espíritu... pues suena siempre a consuelo la postulación una espiritualidad que empezaría a hacerse presente allí dónde la razón acaba.


(1) Evocaré al respecto la emoción que embargó a muchos de los presentes cuando hace casi un cuarto de siglo,  en un congreso  que llevaba el título de "Aristotle and Contemporary Science"  el pensador americano Hilary Putnam pronunció un discurso en lo que se creía ser Estagira, y que es en cualquier caso una playa cercana a  la Estagira real, y en cuyas aguas quizás de niño se bañaba Aristóteles.

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13 de octubre de 2014
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Un partido para el presidente

No estamos en guerra, pero como en la guerra la verdad es la primera víctima de nuestra contienda política. Mentir y ocultar, siempre que sea por los más altos intereses patrióticos, está bien visto y recibe el aplauso de la concurrencia. Lo hacen nuestros dirigentes abiertamente, con la explicación de que no quieren dar pistas al enemigo. No estamos en guerra pero lo parece, y en la guerra como en la guerra: todo vale, incluso sacrificar la obligación de transparencia hacia los ciudadanos en favor de la esperanza, aunque sea muy tenue, en una segura e inevitable victoria. La verdad es sencilla y conocida por todos, pero ahora está embargada. No habrá consulta el 9 de noviembre. Lo saben los convocantes, lo saben los que se sienten convocados y lo saben los que no se sienten convocados en absoluto. Lo sabe el presidente y su gobierno y lo saben los partidos del pacto por el derecho a decidir; pero nadie se atreve a decirlo, porque al primero que hable le caerá encima todo el peso de la descalificación patriótica. El embargo es del Gobierno, claro está, pero lo es también de los partidos de la consulta. El primero que hable se sale de la foto. El periodismo presidencial, en posición de saludo y a las órdenes del primer magistrado catalán desde que empezó el proceso, se ha convertido en el primer guardián del embargo. También la entera clase política soberanista tiene buen cuidado de guardar el pacto de silencio ante las legítimas presiones del periodismo más suelto y asilvestrado, que no quiere atender a la disciplina de Palau. Radicalismo democrático, sí, pero sin exageraciones. Al pueblo hay que consultarle, claro está, pero no siempre hay que contarle la verdad. Si no hay consulta el 9-N y nadie quiere contarlo todavía, significa que algo se está tramando a sus espaldas. Solo pueden ser dos cosas: una, cómo vender la mercancía averiada de la consulta del 9N que no se celebrará; y otra, cómo organizar las elecciones anticipadas, sea cual sea la denominación con que se planteen. No son tareas fáciles, puesto que alguien puede perder la cara en las explicaciones. La ocultación de la verdad puede que tenga menos de astucia maquiavélica que de pánico escénico que conduce a diferir el momento en que habrá que enfrentarse a la dura y desnuda verdad, cuando veamos en qué han quedado tantas fotos históricas y tantas proclamas que hacían obligada, segura y decisiva la cita del 9N. De entrada y a grandes rasgos hay un partido que no ha hecho más que ganar y reforzar sus posiciones, Esquerra, y otro que se ha ido deshilanchando, que es Convergència. La paradoja de la partida que se está jugando debajo de la mesa, con expresa ocultación ante los votantes y los ciudadanos, es que el presidente de los sucesivos fracasos quiere convertirse en el líder del partido de todos los éxitos gracias a la fórmula del partido presidencial en el que se unan CDC y Esquerra, pero también todo lo que ambos puedan pillar dentro y fuera de las otras fuerzas soberanistas. Artur Mas fracasó en las elecciones de noviembre de 2012, como ha fracasado ya con su apuesta sí o sí por el 9-N, y solo le falta culminar su historial de fracasos liquidando a la federación con Unió e incluso diluyendo Convergència dentro de una candidatura con Esquerra. Tras entregarse al programa y calendario republicanos se entrega él mismo como presidente y prenda de su compromiso con el proceso, acompañado de las obligadas odas y epinicios que le exaltan como un dirigente excepcional, capaz de hacer historia sin bajar del autobús como hacía el Barça según su entrenador Helenio Herrera. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho Esquerra, que obtuvo unos resultados espléndidos en las elecciones de 2012; consiguió que CiU se adhiriera a su programa; no tuvo necesidad alguna de asociarse con un presidente marcado por los recortes de su primera y bien corta presidencia y lastrado en la segunda por la figura de su padre político, Jordi Pujol; y ahora se encuentra preparada para recoger en las elecciones sucesivas los frutos de su paciente trabajo y reconocida ventaja estratégica, de modo que a poco que le vayan bien las cosas puede hacer tres en raya en las elecciones sucesivas, sea cual sea el orden en que se celebren, catalanas, municipales y generales. La discreción de Esquerra sí es maquiavélica, seguro. La explicación para el bloqueo informativo, en cambio, es bien simple y la ha dado el presidente en persona, recibiendo como refuerzo el eco de decenas de artículos, comentarios y tertulias: el único responsable de todo lo que está pasando es el Estado hostil. Cuando las cosas llegan a este punto no hay más remedio que entonar el grito de unidad, unidad, unidad. No es la hora de los críticos y de los distantes, sino de la obediencia. Todos a formar. Quien no lo haga ya sabe qué le espera. El nuevo partido está ya preparado. Y también su presidente, muy bien entrenado en las formas y variaciones de su liderazgo: primero y hasta 2012 el de Moisés, personal, carismático; después y hasta ahora, el compartido, humilde y a veces agónico; y a partir del 10N el obediente, no liderando sino liderado, a las órdenes del pueblo, único señor de esta nueva era.

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13 de octubre de 2014
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El último sainete

En Madrid hay una calle llamada Don Ramón de la Cruz, en honor de uno de los máximos artífices del sainete. No es una calle lúdica o jocosa, como algunas de Chueca o Malasaña, sino que perfila sus nobles fachadas en pleno barrio de Salamanca, atildadas y con remilgados atuendos campestres de montería, que se siguen vendiendo en la zona para los buenos castellanos con cottage. Nos habituamos a los nombres del callejero, hasta el extremo de que los vaciamos de su historia y significado. Pero pocas calles existen que comiencen por Don, aunque en este caso no se trate de un vocativo sino del nombre con el que sus padres le inscribieron al nacer, un caso único en la historia de la iglesia católica en España. Nuestro Don vivió en Ceuta, donde ejercía como funcionario de prisiones, y uno de sus sainetes más célebres se tituló Manolo, una parodia desvestida con lenguaje arrabalero que narra las desventuras de un hampón recién salido de un presidio africano. Material de primera hubiera sido para Don Ramón de la Cruz la escenificación de la última españolada a resultas del contagio del virus de Ébola por una auxiliar de enfermería. Un caso enormemente dramático convertido en un teatrillo de disparates por su gestión política. Desde el primer mensaje de tranquilidad que tanto intranquilizó a los ciudadanos, seguido de un “nos hemos contagiado” de la ministra Mato -cuyo blindaje por parte de Rajoy resulta inaudito-, hasta las declaraciones del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, y recurrir a Soraya Sáenz de Santamaría para enderezar tanto despropósito. No soy capaz de imaginarme a un alto responsable de la salud pública norteamericana acusando de mentir a una trabajadora que ha arriesgado su vida desinfectando una habitación con ébola y se halla en estado grave, como hizo el consejero Rodríguez. Tampoco podría justificar que los trajes -algunos se fijaban con cinta adhesiva- les quedan cortos sólo a los altos, como si no fuese normal serlo en España. Ni que se metiera, rabioso, con que la enferma hubiese tenido cuerpo para irse a hacer las mechas a la pelu. Qué cochambrosa domesticidad tiñe todas estas escenas. El cachondeo como refugio desesperado de la tragedia, al estilo del Manolo de Don Ramón, que carcome nuestra imagen ante el mundo. Berlanga y Azcona no lo hubieran imaginado mejor. En este instante, millones de personas estarán googleando la palabra ébola, que se cliquea a un ritmo enfebrecido. Un nombre que suena a juguete, pero que se anuncia como una pandemia comparable al sida. Que aquí nos haya llegado, según parece, por un error humano, no justifica la pachanguera actuación de la administración, todos los mecanismos de seguridad puestos en duda, ni la imbecilidad burocrática, la misma que recomienda “no salir de la vivienda aunque arda”, porque lo dicta el protocolo. (La Vanguardia)

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13 de octubre de 2014
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Malala, Leonarda y el derecho de las niñas a estudiar

¿Y dónde está la niña que a un año justo del horrible crimen contra Malala fue arrancada de un autobús escolar, detenida, expulsada y transportada a un país que no era el suyo, y donde su familia fue atacada a golpes?

Mientras el mundo celebra el merecidísimo Premio Nobel de la Paz para la valiente niña paquistaní Malala Yousafzai, junto con el indio Kailash Satyarthy, activista por los derechos de los niños, Leonarda Dibrani sigue sola, desesperada, expulsada del paraíso europeo, culpable de un solo crimen: ser gitana.

Me alegro por Malala. No olvido a Leonarda.  

*          *          *

El 9 de octubre de 2012, un comando talibán irrumpió en un autobús escolar en la ciudad de Swat, Paquistán. Malala Yousafzai, de 15 años, una elocuente activista en defensa de los derechos de las niñas a estudiar, volvía del colegio. Los talibanes le dispararon en la cabeza.

Milagrosamente, salvó la vida y hoy se ha convertido en un símbolo. Una restablecida Malala fue agasajada y premiada por el Secretario General de Naciones Unidas, el Presidente de Estados Unidos y la Reina de Inglaterra. Occidente admira y ama a Malala, la valiente y brillante activista adolescente. Y esta semana, con total justicia, recibió el Nobel de la Paz.

El 9 de octubre de 2013, en el primer aniversario del ataque contra Malala, la policía francesa irrumpió en un autobús escolar en el departamento de Doubs, y sacó a la fuerza a la estudiante Leonarda Dibrani, de 15 años. Estaba con sus compañeros en una excursión escolar, y fue inmediatamente deportada junto con sus padres y sus hermanos. Terminaron esa noche todos en Kosovo, un lugar donde ella nunca había estado y cuyo idioma no hablaba.

¿Su crimen? Ser gitana. El pueblo gitano, la “otra” gran víctima del Holocausto, sigue siendo perseguido. Leonarda nació en Italia, habla a la perfección el italiano y el francés (tiene excelentes notas en el colegio), y dice que quiere estudiar, volver a ver a sus maestros, sus compañeros y su novio.

*          *          *

Malala ya era una líder valiente cuando los talibanes la atacaron. Merece el Nobel, todo el apoyo y los elogios que recibe, pero no nos engañemos: muchos la premian porque su causa no afecta al orden occidental y sus enemigos son los “nuestros”.

Leonarda fue víctima de “nuestra” policía. Sólo quería estudiar pero puede que se convierta en activista y símbolo ahora. ¿La recibirán los reyes y potentados? Probablemente no. El derecho de los inmigrantes, sobre todo gitanos, es una causa incómoda. De hecho, el gobierno francés no sabía que hacer con la ira de estudiantes que se manifestaban a favor de Leonarda y de una gran porción de su opinión pública que exigía tratarla sin miramientos.

El presidente Hollande le ofreció volver sola, sin su familia. Valiente, rechazó la oferta.

*          *          *

Este año una corte francesa confirmó su expulsión. “Mi futuro se ha acabado”, dijo Leonarda a la BBC cuando se enteró del veredicto en Mitrovica, en Kosovo, donde se enfrenta a la hostilidad de sus vecinos y la impotencia de sentirse en un lugar donde nunca quiso ir.

Pero para mí, y espero que para muchos de ustedes, la lucha y la causa de Malala y Leonarda es la misma.    

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12 de octubre de 2014
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Epidemia en la aldea global

La epidemia empezó en una zona rural de Guinea, se desplazó luego hacia las zonas urbanas de Liberia y Sierra Leona y de ahí ha empezado a saltar a otros continentes. Es exponencial la velocidad de expansión en países sin sistemas de salud y en un continente donde los controles en frontera son meramente virtuales: las cifras oficiales contabilizan 3.800 fallecidos de un total de 8.000 enfermos reconocidos, pero los casos de contagio y muerte no localizados permiten multiplicar por cuatro las cifras. El ébola es una avería sanitaria global con orígenes locales, nada distinta de las otras averías económicas, medioambientales, de derechos humanos o de seguridad de nuestro mundo globalizado. Vivimos en aquella aldea global que Marshall McLuhan ya supo ver en fecha tan temprana como 1962. El problema que tiene nuestro pequeño mundo es que todavía no está organizado ni gobernado en su conjunto, sino que siguen mandando los viejos Estados nación, allí donde existen, retranqueados en sus fronteras y sus soberanías nacionales; mientras que, en las zonas más pobres del planeta, estos mismos Estados son más entelequias que realidades con capacidad de garantizar la vida y la seguridad de los ciudadanos. La primera reacción ante los efectos globales de las crisis locales es echar mano de los instrumentos obsoletos anteriores a la globalización, los controles a la entrada de los países. Si de los atentados del 11-S surgieron las colas ante las cancelas de seguridad, del ébola saldrán unas nuevas colas ante las cámaras que detectan a los pasajeros con fiebre. En la aldea global, el miedo es el virus más peligroso. Se expande todavía más rápidamente y tiene efectos desastrosos sobre la economía e incluso el orden social. De ahí que muchas medidas tengan sentido más como sistemas para dar seguridad a la gente que por su efectividad. Pero estas reacciones locales no deberían llamar a engaño, pues todos sabemos que al terrorismo como al ébola se le combate con esfuerzos e inversiones allí donde nacen. Nada de lo que sucede en el más remoto punto del planeta es ajeno a quienes vivimos en las urbes del mundo más desarrollado. Todo termina afectándonos. Lo sabemos, pero nos enfrentamos a estas crisis de forma reactiva, siempre viéndolas venir. El virus se extiende a toda velocidad, pero la respuesta es lenta y en algunos casos, como en el caso español, de una torpeza política exasperante. ?Debemos eliminar el virus, pero antes tenemos que eliminar las excusas?, ha dicho el coordinador de la Organización Mundial de la Salud para el ébola, Bruce Aylward. Está visto que en el déficit de gobernanza de la globalidad hay que contabilizar también la ineptitud y el cinismo de los políticos locales, incapaces de responsabilizarse de nada que pueda afectarles en las elecciones.

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11 de octubre de 2014
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El Boomeran(g)
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