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Álamo y bambú

Hay hombres que parecen personajes de novela, aunque nunca les ocurra nada excepcional; y en cambio existen tipos aparentemente anodinos a quienes les suceden asuntos que superan cualquier ficción. Aun careciendo de poses y mohines atormentados, son mucho más interesantes que los primeros, pero su apariencia ordinaria les resta prestigio social. Ya lo decía Oscar Wilde: el verdadero misterio está en lo visible, no en lo invisible. Ahora, las experiencias propias no son intercambiables. Es más, son inverificables. De ahí la brecha que aleja la teoría de la práctica y el deseo de la experiencia. Las mujeres se sienten atraídas por el misterio masculino, aunque a menudo quedan atrapadas en el tópico. De nada sirven las advertencias de los gineceos domésticos en los que se destripa a los alérgicos al compromiso que siguen enamorados de su madre. Una suerte de fatalidad asalta al sentido común, y la atracción hacia una idea de hombre terrenalmente elevada pervive, incluso sin haber podido verificar su existencia, pues el amor no cabe en una hoja de Excel. Dirán: «¡Ah, el cine, con sus héroes irresistibles que lo mismo cantan una balada con voz ronca que andan como si jugaran al polo!». Esos hombres incorrectos que se dan aires de vaquero, por mucho que hoy en día nadie beba ya aguardiente y el desaliño represente un lamentable anacronismo. El ideal se agranda en la imaginación, pero en la realidad se convierte en un mal sueño. Ni la generación X, ni la Y, ni tan siquiera la Z, han podido escapar al perfil de seductor. «Los seductores son como taxis con la luz verde que prefieren las carreras cortas, y la mayoría de las tías quieren una carrera larga, buscan el amor eterno. ¿Aún no te has enterado?», le decía un viejo a un joven en una laya del sur. Solo en las letras de algunas canciones se cuela la palabra «eternidad» relacionada con el amor. A pesar de todo, ¿qué sería el ser humano si no lo moviera un ansia de gran amor? Siempre habrá algo que se nos escape a los hombres y mujeres, aunque hayamos alcanzado una confortable velocidad de crucero. Hace años, al terminar una relación, escribí una carta de desamor, decir larga es poco, que terminaba con una frase absurda: «Prefiero ser álamo que bambú». Recibí su respuesta en una sola línea: «¿Qué significa lo del álamo y el bambú?»

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2 de octubre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Itinerario poético

En los círculos profesionales se da por sabido que a los novelistas les pasa con las novelas de los demás lo mismo que a los grandes cocineros con los platos cocinados por otros: a los primeros les pueden fascinar por ejemplo cuestiones técnicas, semánticas o incluso escatológicas y a los segundos  quizá les desconcierta la presencia de un condimento insólito o la técnica utilizada para ligar todos los elementos que constituyen el plato. Pero si al final les preguntas a unos y otros si el plato es comestible o la novela legible te miran como se mira a un mentecato que sólo se interesa por cuestiones perfectamente banales y sin el menor interés.

Por idénticas razones  se da por sentado que el peor crítico de una obra es el autor de la misma, pues posee tanta información y habla tan “desde dentro” que si pretende ofrecer una interpretación no hace sino aportar confusión. Y ahí está aquél Madame Bovary c´est moi que ha dado origen a un prodigioso cúmulo de sandeces, con el agravante en este caso de que Flaubert nunca dijo semejante cosa, al menos por escrito.

Pero como podrá comprobar el lector, a Octavio Paz no se le puede tachar de manipulador. Las seis conferencias que Atalanta publica bajo el acertado título de Itinerario poético  son bastante más que una lectura comentada de lo más notable de su producción a lo largo de cuarenta años de ejercicio de la poesía. Como dice el propio Paz en la conferencia inaugural (dictada el 4 de marzo de 1975 y hasta ahora inédita al igual que las cinco siguientes) lo que pretende es situar cada poema en su  contexto literario, social y personal, “mostrar que los poemas no nacieron del aire, sino que se insertan en unas circunstancias que son, a la vez, sociales y personales”. Paz sin embargo era muy consciente de las interferencias que puede provocar un autor al hablar de su obra. “El poeta debe desaparecer para que el lector se las arregle a solas con el texto, porque el lector es el segundo autor del poema. Su lectura lo rehace y lo cambia”.

En este sentido Octavio Paz no es sospechoso de pretender guiar al lector mediante una interpretación avalada por su derecho como autor. Una de las características más valoradas  en Paz era su capacidad de reflexión y autocrítica recogida en títulos tan conocidos como El arco y la lira, Puertas al campo o  Los hijos del limo, muchos de los cuales eran casi contemporáneos de sus mejores recopilaciones de poemas.

Y justamente porque el autor es tan respetuoso con la libertad del lector y tiene tan claro que el objetivo de estas conferencias era sumar en lugar de restar (anatemizar las interpretaciones ajenas en beneficio de la propia) la lectura del presente itinerario poético resulta tan enriquecedora.

La poesía moderna, o para entendernos, la que ha surgido a lo largo del siglo XX es difícil y oscura porque muchas veces se ha querido heterodoxa, rompedora y subversiva, y no hay más que dar un repaso a los poetas dadaístas y surrealistas para ver qué significa ese afán de ruptura y revolución, o releer al maestro de todos ellos, Mallarmé, para apreciar lo que quiere decir el término “hermético” que tantas veces se le aplica.

Aunque es una pérdida irreparable que no exista una grabación de las conferencias, al hilo de lo que Octavio Paz va diciendo de las circunstancias que rodearon la creación de un poema, lo que buscaba decir en ese momento, o aquello contra lo que reaccionaba, casi parece estar escuchándole al ofrecer joyas tan delicadas como esta:

 

La hora es transparente:

vemos, si es invisible el pájaro,

el color de su canto.

 

Como dice Alberto Ruy Sánchez en su estupendo prólogo,  “Si su obra de creación y reflexión son “dos alas del mismo pájaro” que vuela alto y veloz hacia el fuego del sol, estas conferencias son la columna vertebral de ese vuelo”. Poder “escuchar” de labios del autor lo que él consideraba más valioso de lo que produjo entre 1935 y 1975 es un auténtico privilegio.

 

Itinerario poético. Seis conferencias inéditas.

Octavio Paz

Prólogo de Alberto Ruy Sánchez

 

Editorial Atalanta

 

 

 



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2 de octubre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Esa China

Hay movimientos políticos encapsulados que no sintonizan con el mundo exterior y los hay conectados con las vibraciones globales. Esto es lo que sucede con la campaña de desobediencia civil ciudadana que viene reivindicando de forma pacífica elecciones libres y democráticas en Hong Kong bajo el nombre de Occupy Central. Los siete millones y pico de habitantes de Hong Kong son muy pocos frente a los 1.300 millones de chinos. Apenas son 800.000, una quinta parte del censo hongkonés, los que fueron a votar en junio en un referéndum, calificado de ilegítimo e ilegal por las autoridades, sobre cómo deben realizarse unas elecciones democráticas. Quizás llegan a 100.000 los que se han movilizado estos días en el centro de la ciudad. Y sin embargo, la reivindicación con todas sus consecuencias del principio democrático (una persona un voto) es una amenaza intolerable para Pekín, que no teme tanto unas elecciones libres como la mimetización del ejemplo en el resto de China. La propuesta avalada por el Partido Comunista, y que rechazan los manifestantes, admite el sufragio universal pero establece el derecho de veto sobre los candidatos en función de su espíritu patriótico. Un consejo electoral en el que Pekín tiene mayoría es el que elegirá a los candidatos idóneos que se someterían al sufragio universal. ¿Y cómo se puede distinguir un patriota? Hay que remitirse al pequeño timonel Deng Xiaoping, fundador de la actual China a la vez comunista y capitalista. Es alguien que respeta a la nación china, apoya la soberanía china sobre Hong Kong y no quiere dañar la prosperidad y la estabilidad de la excolonia. Son palabras de hace 30 años, cuando cerró con Margaret Thatcher el acuerdo inicial de retrocesión de Hong Kong a la soberanía china para 1997. Atendían a la expresión 'un país, dos sistemas', que permitía mantener la sociedad capitalista construida en la época colonial, incluidas las libertades civiles, a cambio de la recuperación de la soberanía china sobre su territorio. Eso ha sido así hasta ahora, aunque en el conflicto actual surge de nuevo la clave del tipo de patriotismo exigido por Deng, que es precisamente la soberanía, algo que para el Partido Comunista de ninguna manera puede estar en manos de los hongkoneses. Ni tampoco de todos los chinos, puesto que para ellos no rige el principio democrático. Tras el acuerdo entre Deng y Thatcher, llegó la Ley Básica, la constitución fabricada en Pekín con el consenso británico y hongkonés. En 2017, 20 años después de la unificación, debían celebrarse elecciones democráticas, y hasta 2047 había que mantener los dos sistemas, una evolución que conduce a que China converja en el principio democrático o que lo suprima como está intentando ahora. En mitad del debate constitucional, en 1989, llegó una mala noticia, que estremeció a los hongkoneses y que no se han quitado todavía de la cabeza: la matanza de Tiananmen, una cuestión finalmente de soberanía, es decir, de su negación a los ciudadanos en favor del Partido Comunista. ?Somos hongkoneses, somos asiáticos, no somos esa China?, rezan algunas pancartas del movimiento. La democracia también crea identidad y patriotismo. El problema no es China. Es una China en la que no cabe un Hong Kong democrático y pluralista.



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2 de octubre de 2014
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Soportar el mundo o escribirlo

Tiempo atrás muchos profesionales eran, además, buenos literatos. La más sonada es la carrera militar de Garcilaso, caso pasmoso, pero aún en el siglo XX hubo buenos poetas que practicaron la medicina (Gottfried Benn), narradores que ejercían de químicos (Primo Levi), o ingenieros novelistas (Benet). En todos ellos (y también en Garcilaso) la profesión permea las letras. Hay tabla de los elementos en Levi, cartografía noble en Benet, mesa forense en Benn.

    Posiblemente la práctica mundana es excusable para el buen ejercicio de la literatura y por esta razón la mayor parte de los escritores modernos son funcionarios, profesores o empleados al modo de Kafka. El suyo es un conocimiento del mundo de componente seca, más de celulosa que de músculo. Busca uno narraciones de un leñador o de un ovejero trashumante. Caprichos de la última edad.

    Así que me ha ilusionado ver en librería dos piezas de sendos hombres de ley. Juez el uno, fiscal el otro. El primero, Miguel Ángel del Arco Torres, es hoy juez en Granada, pero en este primer volumen de recuerdos, titulado La Audiencia va de caza, cuenta su experiencia bajo el franquismo y la primera transición en un pueblo andaluz. Es tan deprimente como cabe exigir, y además de la prosa austera, severa, de quien ha manejado toda la vida una jerga granítica, vive uno la terrible abyección de aquel mundo jurídico poblado por mercenarios y sádicos. No todos: nuestro juez se enfrentó al Tribunal Supremo cuando éste quería distraer la estafa de los ERE andaluces, no los de ahora, sino los de entonces, que el caciquismo andaluz tiene ya muchos años. Meterse en ese mundo sórdido, de una tóxica deshonestidad, se soporta gracias al gran corazón del escritor y a su probidad, porque no se dejó vencer por el ambiente putrefacto de jueces y abogados franquistas o simplemente malévolos, ni por sus promesas de ascenso.

    En contraste completo, Una habitación en Europa, de Avelino Fierro, recoge la pasión literaria de un fiscal de menores que seguramente se ve sometido a la misma atmósfera asfixiante del Poder Judicial español, en permanente y escandaloso tráfico. Sin embargo, quizás porque defender los derechos de los débiles y amparar a criaturas solitarias y errabundas produce mayor satisfacción que juzgar según las leyes españolas a los adultos, Avelino Fierro dibuja un mundo limpio, terso, prístino, a veces triste. Debe decirse en su descargo que es leonés y por lo tanto lo de la lengua literaria le viene de fábrica. El suyo es un libro para leer cada noche, echando la mano hacia la mesita y diciéndose, "a ver qué alegría me da hoy el señor fiscal". Una excursión por los montes leoneses bien regados en primavera, un poema de Milosz, una visita a Cracovia. Algo de la sutil mirada infantil se le ha quedado en los ojos a este escritor y fiscal. También dibujante. Las viñetas que ha incluido delatan al observador riguroso. Buen dato para un fiscal.

 

Artículo publicado en El País. 

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1 de octubre de 2014
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Secretos y heridas

Los portales de internet se han convertido en los nuevos oráculos de la psicología social, con sus pesquisas moderadamente creativas prestas a indagar acerca de los comportamientos humanos, en la mayoría de los casos con un claro fin comercial. El estudio Top Secret, elaborado por Lastminute.com, un portal de viajes y ocio de última hora, ha consistido en preguntar a 5.500 personas de seis países europeos cómo se comportan cuando tienen que guardar un secreto. Conclusión: a los españoles los secretos ajenos nos queman y, en cambio, somos quienes mejor guardan los propios. Más de la mitad de los encuestados, el 56%, reconoce tener “algo que esconder”. Es más, aseguran que, de hacerlo público, la opinión que se tendría de ellos sería notablemente peor. Incluso que dicha revelación podría cambiar sus vidas. Hace unos días el hijo adolescente de una amiga le comentó que todas las familias escondían un secreto, y le preguntó cuál era el suyo. “No creo que nosotros lo tengamos, pero me pareció curioso el concepto”, me contó la madre. Existe un momento en el que todos queremos hurgar en nuestras raíces: algunos bucean en su árbol genealógico e incluso en la heráldica. Otros husmean en cajones y baúles en pos de la escena universal del hallazgo de una misteriosa foto que le cambia a uno la vida, o se lanzan a esa búsqueda literaria tras una palabra furtiva, atrapada entre humos de habanos y manteles manchados de café, de una historia prohibida. En el secreto que Jordi Pujol mantuvo 34 años -que ni siquiera compartió con su hermana- hay un hecho irresoluble: permanecer media vida con una mancha en la frente es algo parecido a convivir con una mentira que el propio embustero acabará creyendo. A veces porque el traje que creemos habernos hecho a medida a fin de envolver nuestra identidad tiene unas sisas demasiado anchas para nuestras espaldas, aunque insistamos en presentarnos con él para salvaguardar un secreto que emergería al desnudarnos. Y al que deberíamos responder desde la vergüenza, el desprestigio o el dolor. Había algo en aquel Pujol del Parlament que no estaba escrito en el folio. Y era su herida abierta. Ni el mito forjado sobre el personaje, el del molt honorable ingeniero de Catalunya, ha resistido la confesión de su secreto, y de ahí esa respiración agitada y los alaridos. “El miedo de perder lo que uno no tiene o de no llegar a temer lo que uno persigue es lo que hiere, lo que da forma a la vida”, escribe Josep Pla en El quadern gris. La herida debe ser cauterizada, pero primero hay que anestesiar el impacto del secreto, el mismo que antaño se entendía como vida privada pero que hoy, afortunadamente, es vida pública.

(La Vanguardia)

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1 de octubre de 2014
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De refrescos y perfumes

En días pasados apareció Rubén Darío en una valla publicitaria gigante en una de las avenidas más traficadas de Managua, algo que resultó efímero porque mandaron a retirar el anuncio antes del anochecer, frente a las protestas desatadas en las redes sociales. En el cartel, una muchacha invitaba a beber un refresco enlatado mientras el egregio panida, al lado, permanecía con la mano en el mentón, como si dijéramos silencioso, e indiferente. 

¿Qué tenían en mente los publicistas que metieron al excelso poeta en este anuncio de una bebida gaseosa? No puedo imaginármelo. Quizás si lo han puesto haciendo propaganda a una marca de plumas fuentes, o de cuadernos, habría tenido un tanto más de sentido, al fin y al cabo lo que hizo en su vida fue escribir; cuando uno compra una libreta Moleskine le advierten que son de las que usaban Picasso y Hemingway.

A lo mejor, pienso, a esos creativos de la agencia publicitaria se les ocurrió primero usar a Rubén para promover una marca de ron, pero sus superiores lo consideraron demasiado grotesco, y entonces se quedaron en el refresco envasado.

En tiempos en que la publicidad era más casera, no tan sofisticada como ahora, y los dueños de las empresas que buscaban vender sus productos participaban en la confección de los anuncios, hubo en Nicaragua marcas de gran eficacia, como los analgésicos Divina. Cada sobrecito de pastillas llevaba la efigie de Jesús tocando la frente de un niño con la cabeza vendada, y el lema abajo rezaba: "como con la mano". Una muestra de perfección propagandista. Nada más cercano a la imagen del Redentor que el dolor, y su poder para aliviarlo.

No es extraño ver a Leonardo di Carpio anunciando relojes de precios estratosféricos, o a Kate Blanchett perfumes de lujo; y tampoco que los haya con el nombre de otras estrellas como Antonio Banderas o Jennifer López. También están las fragancias Heat de Beyonce, e Intimately Beckham, del futbolista David Beckham. Pero en el mundo de las marcas y de la propaganda, relacionadas con personajes sagrados o famosos, hay ahora de todo, como en la viña del Señor, sean poetas, caudillos o guerreros.

Acababa de anunciarse la salida al mercado de dos nuevos perfumes para hombres: uno se llama Ernesto, por el comandante Ernesto Che Guevara; y el otro Hugo, por el comandante Hugo Chávez.  Ambos son creaciones del grupo empresarial cubano Labiofam, que además de cosméticos produce en sus laboratorios antiparasitarios para el ganado, insecticidas, medicinas naturistas, detergentes, yogures y suplementos dietéticos.

El perfume Ernesto, anuncia Labiofam, "es una fragancia cítrica refrescante, con un toque de madera y talco...el toque de roble le da el sentido varonil"; mientras que el Hugo "es más suave y afrutado, con aromas de mango y papaya"...y tiene "fragancias cítricas y esencias maderables que le dan una expresión de masculinidad".

Ambos perfumes son el resultado del trabajo de un equipo dirigido por el bioquímico Mario Valdés, que fijó las fórmulas proveídas por el laboratorio francés Robertet, y, según el propio Valdés, esta combinación de aromas, obtenidos de esencias a partir de productos naturales, se propone evocar la "heroicidad y gallardía" que distinguió a ambos personajes.

Es fácil imaginar a Rubén Darío llevándose a los labios una copa de "fino bacarat" para sorber el "rubio champán" de las marcas más refinadas, que tanto le gustaba, pero no empinando una lata de bebida gaseosa. Así como tampoco es posible imaginar al mítico Che Guevara, barbudo y desaliñado, vestido con su sempiterno uniforme verde olivo, conduciendo a sus hombres en la batalla de Santa Clara, en Cuba, o acosado en la quebrada del Churo, en Bolivia, con un frasco de perfume en su mochila. Eso que los creadores del perfume Ernesto llaman aroma varonil, estaba más bien en su sudor.

¿Se pueden combinar esencias de sudor y pólvora para meterlos en un frasco? Imposible, así como tampoco se puede poner una lata de gaseosa en las manos de marqués de Rubén.

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1 de octubre de 2014
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Un novelista supremo

 

Alfred Döblin regresa a las librerías españolas con una obra mayor: la trilogía  Noviembre de 1918. La leí en francés hace bastante tiempo, y me deslumbró por su realismo severo y de doble filo, que acentuaba el sentido crítico de la obra más monumental de Döblin, pero no la más revolucionaria.

Confieso que estoy hablando de uno de mis novelistas preferidos. Lo admiro como escritor y como persona, y alabo que hasta el final de sus días fuese tremendamente crítico con Alemania y sus gigantescas mentiras enterradas bajo toneladas de cadáveres. Su propio hijo había fallecido en la Primera Guerra Mundial defendiendo las ambiciones del káiser.

Döblin nunca le había dado importancia a su procedencia judía, y como Husserl, era un hombre que apostaba por la ciudadanía netamente europea y alemana, por encima de su condición judía, hasta que le cayó encima la maldición gamada. Tuvo que huir a Estados Unidos, cuando regresó a Alemania tras la guerra, se encontró con la sorpresa de que los editores alemanes no querían publicar su última novela, Hamlet, por considerarla "demasiado deprimente". Curiosamente, esos editores eran, todos ellos, viejos nazis, y Döblin lo sabía, sabía que aquellos señores que lo acusaban de escritor deprimente eran en sí mismos lo más deprimente que uno podía imaginar. Conviene recordar que también el editor de Lowry le acusó de haber escrito una novela "demasiado deprimente": Bajo el Volcán.

Tengo la certeza de que su obra maestra, Berlín-Alexanderplatz, es la novela más moderna del siglo XX, y me pregunto si su modernidad ha sido superada. La novela introdujo una multiplicidad de puntos de vista de carácter fulminante antes nunca vistos, e inventó de paso lo que se podría llamar novela molecular, concebida a partir de moléculas (o breves elementos narrativos que se van juntando y formando estructuras más densas). Curiosamente, Döblin era médico, y concibió su novela como una especie de organismo vivo, de movimientos vertiginosos y oscilantes. Toda la novela tiene un aire de ruidosa fanfarria también desconocido hasta entonces (en ese sentido es una novela jazzística), e introduce el concepto "distanciamiento irónico". Muchos creen que fue un concepto concebido por Brecht, pero lo inventó Döblin. El mismo Brecht lo reconoció y confesó que "le había sido de mucha utilidad".

Todo lo que escribió Döblin me interesa, y más de la mitad de su obra la he tenido que leer en francés, pues durante bastante tiempo las únicas novelas accesibles en español de este singular y asombroso novelista eran Berlín-Alexanderplatz, que apareció por primera vez en España en los primeros años 30 del siglo pasado, poco después de su publicación en Alemania, y Hamlet.

Es sabido que Fassbinder hizo una serie televisiva sobre Berlín-Alexanderplatz, que da una versión muy falsa y empobrecida del texto. La novela de Döblin está llena de movimiento, como los cuadros futuristas que le sirvieron de inspiración, y la serie de Fassbinder es tremendamente estática y teatral.

También le sirvió de inspiración a Döblin una novela presuntamente francesa titulada Le diable boiteux. Döblin nunca supo que se trataba de una versión, adaptada a las costumbres francesas,  de la novela española El diablo cojuelo, de Vélez de Guevara. En el primer capítulo de El diablo cojuelo vemos una visión panorámica de Madrid, que aparece ante los ojos de los personajes como un mándala gigantesco en el que se están desplegando al mismo tiempo todos los vicios. Esa visión total de una ciudad representó para Döblin la iluminación que dio origen a Berlín-Alexanderplatz, y es una prueba más de que la literatura es un laberinto de vasos comunicantes.

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30 de septiembre de 2014
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El impudor del desnudo

Este verano he oído la voz de una chica cerca de los lugares donde yo empecé a hablar y a descubrirme, mucho tiempo atrás. En Benidorm y otros puntos de la provincia de Alicante, Marta Sanz vive con sus padres, va al colegio, hace excursiones, y hace incursiones: en el dolor de la muerte de un familiar, en la amistad con personajes muy sugestivos (como Paquita, su compañera de clase), en la ilusión y el primer fracaso (de no ser elegida como modelo de un pintor que hace un casting a las colegialas). Y algo más determinante: la niña y  después adolescente Marta descubre lo que quiere ver y encuentra el cómo quiere contar lo que ha visto, dentro y fuera de sí misma. El resultado se llama ‘La lección de anatomía', un apasionante relato autobiográfico que, revisado y ampliado a partir de una primera edición de 2008, publica ahora Anagrama, la editorial de las tres últimas novelas de Sanz.

El libro tiene tres partes, que no siempre siguen linealmente el curso temporal de los distintos aprendizajes de la narradora. Hay episodios de irresistible fuerza cómica (como el que refleja la apelmazada voz de los muchachos que asedian a las quinceañeras, con su "sonido de cáscara de huevo que se rompe contra el borde de los platos"), y otros de una veracidad sin tapaderas en la presentación de los primeros deseos, las primeras curiosidades morbosas (la micción de los hombres, la llegada de la menstruación), los primeros amores. Todo ello daría a ‘La lección de anatomía' un puesto notable en el género, poco a poco creciente en nuestra remilgada literatura, de la memoria biográfica. Pero otro factor clave lo destaca más. Marta Sanz pone su cuerpo al lado de su voz, y así lo que podría ser una confesión alcanza el rango de una exposición que, sin exhibicionismo ni regodeo sensacionalista, nos da a conocer cómo se forma la personalidad y de qué modo brota de su interior la voz singular de esta escritora.

En su tercera parte, de lectura ‘unputdownable' (ese bonito término inglés para designar los libros que no se pueden dejar), ‘La lección de anatomía' alterna la verdad de la conciencia con los caprichos del gran estilo. Su elogio de los gatos, incluso para un refractario a estos felinos como lo soy yo, resulta literariamente seductor, y hay un memorable episodio de una invasión de cucarachas en una cocina en que sus movimientos "sobre las baldosas son como la flor cambiante de un calidoscopio", formando después los mismos insectos unas formas que se parecen a "una coreografía de Busby Berkeley". Pero siempre domina en el libro la profunda lección anatómica: las páginas finales son el formidable autorretrato frente al espejo de la escritura: "Mi aspecto es más atlético que etéreo: es carnal. No es violento ni tierno, pero es tierno y es violento. Mis piernas no son demasiado largas, pero conservan su fuerza. Dibujo con trazo contundente las pantorrillas de bailarina que modelé durante años, yendo en puntas de un lado a otro de la casa". Y añade, como corolario, Marta Sanz: "Cada palabra es un modo, más o menos honesto, de autorretratarse. Llevo mi honestidad hasta el impudor del desnudo".

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30 de septiembre de 2014
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