Javier Fernández de Castro
Es probable que escribir la biografía de Constantinos Kavafis sea una de las tareas más arduas que se le pueden plantear a un biógrafo. Para empezar era poeta, y desde que los poetas dejaron de tener relevancia social y pasaron a pertenecer a pequeñas sociedades cuasi secretas carecen por lo general de peripecia vital digna de mención e incluso de visibilidad. (Si acompañáis a un relevante poeta capitalino mientras visita una ciudad de provincias veréis cómo aparecen por las esquinas unos seres anodinos que sacan del bolsillo un librito publicado en alguna imprenta local y lo intercambian con el librito, algo mejor editado, que el poeta capitalino ya tendrá preparado para efectuar el trueque).
Por su parte, el propio Kavafis hizo todo cuanto estuvo en su mano para pasar por la vida como a hurtadillas: en los casi 30 años que ejerció de escribiente interino en el Servicio de Riegos del Ministerio de Obras Públicas de Egipto no logró un contrato fijo porque tenía la nacionalidad griega, pero en Grecia tampoco le veían como uno de los suyos porque además de pertenecer a una familia arraigada en Constantinopla vivió la práctica totalidad de su vida en Alejandría. Y por si fuera poco, tampoco hizo gran cosa por darse a conocer del público lector, ni entre la minoría griega de Alejandría ni por supuesto en Grecia. Acostumbraba a escribir poemas en unas hojas sueltas que distribuía personalmente entre sus amigos y su cada vez más amplio círculo de seguidores, y aunque publicaba artículos y ensayos en revistas marginales que ocasionalmente le incluían poemas, nunca quiso ver éstos editados en forma de libro. Ni siquiera consiguió vencer su reticencia uno de sus más viejos amigos y ferviente admirador, el escritor E.M. Forster, y eso que éste le dio toda clase de facilidades para corregir una y otra vez la versión inglesa de sus poemas y hasta le puso en contacto con la prestigiosa Hogarth Press.
La única incursión de Kavafis en la periferia aventurera de la vida fueron sus relaciones homosexuales, siempre esporádicas y tan ocultas que llegó al final de su vida sin dar jamás el más leve motivo de escándalo, bien que sus poemas estén llenos de alusiones a su obligada clandestinidad: “Dijo el poeta:”Es amada / la música que no pudo sonar”./ Y yo creo que la más selecta / es aquella vida que no pudo vivirse”.
A pesar de contar con tan exiguo material biográfico, Miguel Castillo Didier, profesor de griego antiguo y moderno en el Centro de Estudios Griegos de la Universidad de Chile y traductor entre otros muchos poetas de Kavafis, se las ha arreglado para hacer una biografía que con toda seguridad va a ser una referencia obligada para todos los estudios que se hagan en adelante sobre Kavafis. Recurriendo a capítulos muy cortos y contundentes que dinamizan la narración, y que llevan títulos muy explícitos (El poeta y su familia, Los padres, Los hermanos, Constantino, En Constantinopla, La pobreza en la Polis, etc) el biógrafo sitúa el entorno familiar, la infancia y los difíciles avatares familiares de la infancia y primera juventud del poeta, marcados por las dificultades económicas y las sucesivas pérdidas familiares. Hecho lo cual se adentra en las cuestiones que mejor definen su perfil de creador, como la lúcida elección de una profesión (Ser poeta), las décadas decisivas de 1890 y 1900, las luchas interiores y las ideas morales derivadas de las mismas. Pero sobre todo se tratan los aspectos más relevantes en la afirmación de la voz poética de Kavafis, la difícil relación con Alejandría y la evolución desde un primitivo odio y rechazo hasta la reconstrucción de una mítica ciudad universal asentada en sus raíces egipcias y helenas y que se ha ido afianzando con las aportaciones bizantinas y demás vetas vivificadoras procedentes de su rico y complejo pasado histórico. Son muy completos los análisis de la vinculación de Kavafis con la Grecia clásica o el reflejo en su escritura de su formación bizantina, rastreable incluso después de pasar por el tamiz de la traducción.
Inevitablemente, y ante la falta de peripecia vital relevante, el biógrafo no ha tenido más remedio que buscar una referencia excesiva en la obra y acaba produciéndose una identificación recurrente entre el personaje civil y lo que éste dice en sus versos. Quizá por eso el lector, indiferente al hecho de si Kavafis era sincero cuando manifestaba su amor, o su odio, por Alejandría, rescata sobre todo aquellas imágenes que por usar la afortunada expresión de Octavio Paz, “son palabra en el tiempo”. Por ejemplo cuando invoca al destino en nombre de su interlocutor deseándole que, en su viaje hacia Ítaca, el camino sea largo y lleno de aventuras y conocimiento. Pero palabra en el tiempo es una forma elegante invocar a las verdades eternas, esas que hacen referencia al deseo de llegar, en una mañana de verano, a puertos nunca antes vitos. Aunque también vale cuando, al escuchar a medianoche los maravillosos instrumentos de un festejo misterioso, ha llegado la hora de decir adiós, sin llanto, a Alejandría que se aleja.
Vida de Kavafis
Miguel Castillo Didier
Edidiciones Universidad Diego Portales