Estando en vida Doris Lessing, en los años 90, eligió a Michael Holroyd como su biógrafo oficial....

Estando en vida Doris Lessing, en los años 90, eligió a Michael Holroyd como su biógrafo oficial....
Nunca se había visto nada igual: el pasado miércoles, en la capilla del Tanatorio de Sant Gervasi, la gente lloraba de risa. El Gran Wyoming ejerció de maestro de ceremonias para despedir a Joan Potau, guionista, actor y por encima de todo, hombre bueno. El niño que iba a ver una y otra vez Las minas del rey Salomón para huir de la realidad gris antracita. El feo que conquistaba el corazón de las mujeres más bellas y aladas, como Carme Elías. Autor de Epílogo, El Rey Pasmado o A los que aman (escrito a dúo con su mejor amiga, Isabel Coixet), un ingenio dotado de una enorme cultura visual y, por encima de todo, de humor. Coixet, encargada de inaugurar la Berlinale con Nadie quiere la noche, no encontró avión, pero mandó unas palabras con clave interna: “Ha muerto un gran bailarín”. Porque Joan, con su voz ronca y una salud azorada, salía siempre a la pista imitando a un orangután, haciendo aspavientos sincopados que congelaban las miradas. Según Wyoming, los feos seductores siempre destacan. Potau ha dejado estelas de cariño y respeto. Y ha compartido el último surrealismo de Coixet, genio y figura: Rodar en un iglú en Canarias con un icono del cine europeo, Juliette Binoche, con Gabriel Byrne y Rinko Kikuchi. En el Telenotícies le preguntaron si se definía como una cineasta catalana, y Coixet, tan dada a los suspiros, tomó aire y sonrisa: “Mejor incluso, una cineasta internacional, catalana y de Gracia”. Me sorprendió más la pregunta -forzada y forzosa- que la respuesta. De ser ella, hubiera añadido ese cuarterón japonés que tiene: siempre tan discretamente sofisticada, bautizó a su productora Miss Wasabi y eligió el mercado de pescado de Tsukiji para ambientar El mapa de los sonidos de Tokio. En una ocasión rodó un spot para una marca de champú japonés con Anne Hathaway, y los clientes le exigían repetir una y otra vez la toma. Hasta que le dijo a la productora: “Diles que de pequeña esnifaba pegamento en la calle, y que no quiero recaer por tener que hacerla otra vez más”. Y el rodaje terminó. En el cine, como en tantos oficios, todo parece admiración y camaradería, pero hay un cara B; si al ego le sumamos la envidia endémica española podemos entender la tirria que algunos han engordado hacia una directora que se codea con Ben Kingsley, Juliette Binoche, Tim Robbins, John Berger o Philip Roth. Su gusto por el drama, y esa côté intelectual, combinada con un espíritu pop, le han valido el honor de que una parte de la crítica recele de ella. Tampoco ha gustado que vaya por libre. Pobres argumentos contra quien filma igual en Barcelona, Hollywood, Tokio o París, y prefiere, con un pudor coqueto, no hablar de amor, por mucho que sus películas buceen en ese misterio. Amar es dar lo que no se tiene, un salvoconducto para escapar de la realidad y una contraseña para regresar a ella. “No te pases Bonet”, como si la estuviera oyendo. Ahora, en su juvenil madurez, abre la Berlinale con esa belleza que tanto admiramos. ¿O no hemos soñado todas alguna vez tener algo de Juliette? Perlas negras / Cristina F. Kirchner Qué lejos queda la imagen del pueblo jaleando el triunfal relevo en el poder de Cristina a su difunto marido, Néstor Kirchner, ese hombre que ser reía tan bien. Más de la mitad de los argentinos -el 57% para ser exactos- cree hoy que su presidenta (“la Reina Cristina”, le llaman) está involucrada en la muerte del magistrado Nisman. Y viene a cuento la crítica corona que le colocan: la revelación, por parte de Sergio Hovaghimian, exrepresentante de Jean-Pierre, la joyería más elegante de Buenos Aires, de que ha llegado a gastar un millón de dólares anuales en collares de perlas de los mares del Sur (que paga en negro). Ay, los caprichos caros, tan María Antonieta: triste deriva para una mujer en el poder, trastabillarse por la lujuria de unas perlas. Pies descalzos / Shakira La cantante colombiana ha colgado su primera instantánea en Instagram de su recién nacido, Sasha: Un close-up de uno de sus grandes pies descalzo. “Tengo los pies de papi, parece que hubiese estado jugando fútbol toda mi vida”, se leía debajo. La primera imagen de su primogénito, Milan, tuiteada por Piqué, fue también un primer plano de sus pies con unas Nike personalizadas. Los pies tienen mucha semiótica, tanto futbolística como erótica, y también humanitaria. La Fundación de Shak se llama Pies Descalzos. Algo sí ha variado en la transmisión de su felicidad: no son primerizos, por lo que no necesitan decirle al mundo entero que han tenido un hijo, ese sentimiento tan naif y universal, que cuesta moderar. Amor/Odio / Gwyneth Paltrow Hace años que a las alfombras rojas de los estrenos y las portadas de ensueño les sucedieron las polémicas y las burlas en las redes sociales, y que pasó de ser elegida “la mujer más bella del mundo” por la revista People a “la más odiada de Hollywood” para Star. El caso es que su obsesión -y sus meteduras de pata- dietéticas, su inflexible método educativo (sus hijos solo pueden ver la tele en francés o español) y la guerra fría que mantiene con los medios han acabado por convertir el amor en odio. ¿Su última prescripción ridícula? Recomendar en su blog un tratamiento que consiste en introducir vapor en la vagina para limpiarla, y que, según ella “equilibra los niveles femeninos de hormonas”. Del amor al odio, como del deseo al tedio. (La Vanguardia)
El infierno está en la red. Nunca sus puertas habían sido tan anchas. Hay naturalmente unos infiernos personales, en los que se ejerce incluso la violencia, pero eran ya conocidos en la época de los teléfonos de baquelita, cuando Jean-Paul Sartre declaró que "el infierno son los demás". La novedad son los grandes infiernos digitales que nos llegan precisamente de la mano de quienes desean reconstruir el remoto califato del islam, con sus amenazas terribles, sus prédicas demenciales y, lo que es peor, esos vídeos insoportables producidos como armas de destrucción masiva que difunden las imágenes de las ejecuciones. Son tan evidentes sus objetivos militares que se hace ocioso cualquier debate sobre la oportunidad de su difusión: quien lo hace sabe que contribuye a amplificar el efecto letal de esta nueva arma tan diestramente manejada por los terroristas. Con su violencia sin límites, los guerreros del califato buscan amedrentar a las poblaciones a las que atacan, disuadir a los países que quieren frenarles y acrecentar sus filas con la convocatoria a los asesinos vocacionales de todo el mundo. Predican un retorno a un islam medieval, pero su mensaje tiene toda la sofisticación de las técnicas publicitarias. Todo está calculado en la forma de ejecución elegida para el piloto jordano, lentamente, por el fuego, en una jaula y con el posterior enterramiento con escombros por un bulldozer, y ese primer plano final de una mano carbonizada semienterrada entre los cascotes. Sobran las interpretaciones. El horror tiene efectos hipnóticos: la serpiente paraliza a sus víctimas antes de zampárselas. También efectos adictivos, que allanan el camino a una aceptación cínica de la violencia. El califato convoca la atención sobre el injusto destino del piloto jordano, pero nos hace olvidar el genocidio de todas las minorías de Siria e Irak que no responden al rigorismo sunníes: chiíes, azedíes y cristianos. El eliminación de los impíos en la tierra del islam más puro está bien vista e incluso tiene una cierta popularidad en el vecindario islámico. La idea de la banalidad del mal fue puesta en circulación, no sin polémica, por Hannah Arendt, gracias a su libro y reportaje Eichmann en Jerusalén. El mal no es obra de monstruos diabólicos, encarnaciones humanas de seres y conceptos metafísicos, sino de la jerarquía, el orden y la meticulosidad de los obedientes servidores de una máquina política con objetivos infames. Ahora pasamos de la banalidad a la banalización del mal, gracias principalmente a los medios de comunicación y especialmente los digitales, en los que quien determina los contenidos no es la oferta, como en la sociedad industrial, sino la demanda. En el infierno digital, la gestión del mal no está a cargo de los peones de la maquinaria industrial sino del enjambre de usuarios conectados. El infierno somos todos.
Le conté a un amigo que estaba escribiendo una novela ambientada en una cárcel, y me recomendó que leyera El Río (1962), de Alfredo Gómez Morel. Hay una nueva edición, de Tajamar, dijo. Estábamos cerca de la librería Ulises del paseo Lastarria y nos dimos una vuelta y la encontramos. Leí en la contratapa un par de frases que me capturaron: "la contracara sólida de la novela de formación burguesa" (Manuel Vicuña); "una obra viral... que hace que uno recuerde... que la mejor literatura chilena es invisible e inclasificable, indefectiblemente monstruosa" (Álvaro Bisama). Las primeras sesenta páginas me parecieron un ingreso amable al mundo de este ladrón convertido en escritor; luego llegué al capítulo llamado "La botella", en el que se narra con sórdida poesía, como en un cuento decimonónico francés, la atracción perversa del adolescente narrador por su madre prostituta, y todo cambió. Este era un libro para leerlo con las luces encendidas por toda la casa.
El Río es la historia de varias atracciones irrefrenables, la del niño por su madre, sí, pero sobre todo la del hombre por la vida de la calle, por la libertad de ese Río convertido primero en refugio contra la Ciudad indiferente ("estiercol para defenderse de la soledad"), y luego transformado en un mundo con sus propias reglas ("Sólo cuando ya se pasó por las etapas de pelusa, cabro del Río y cargador se puede optar al grado de choro"). El narrador de esta novela autobiográfica tiene algo de antropólogo amateur en su intento por mostrar los códigos de conducta de los espacios que atraviesa: la banda de niños delincuentes que viven a las orillas del Mapocho, los reclusos de las múltiples cárceles que visita. El deseo no puede ni quiere ser educado, y el espacio gana y se personifica y convierte en símbolo obvio: "¿Qué diría el Río si me viera cafichando?" El Río establece las leyes de la calle, sugiere comportamientos: "Un delincuente que se estime, jamás vive del tráfico sexual de una mujer". Es un lugar común, sí --las películas de mafiosos nos han enseñado que los delincuentes tienen férreas reglas a seguir--, pero está muy bien trabajado.
En la prosa de Gómez Morel hay humor ("Wagner... vino a Chile, contratado por un gobierno de orden, para que organizara el cuerpo policial que tanto necesitaba para evitar el desorden que suelen producir los gobiernos de orden") y una notable economía descriptiva (una tía es "enjuta, alta, rostro de blancura mística, vestimenta a la antigua, devota, cascarrabias, gato, perro, muy económica, estampitas sagradas: solterísima"). Sobre todo, hay truculencia: El Río hunde sus raíces en el naturalismo de Zola, en los melodramas de los niños de la calle obligados a darse modos para sobrevivir (Alejandro Valenzuela señala en su prólogo el modelo de la picaresca, una "confesión laica" convertida en la base de la ficción moderna). El diálogo a veces se hace difícil de seguir, porque uno de los acuerdos tácitos de los pelusas y cabros y choros que viven en el Río es tener una lengua propia, que desafíe el habla correcta de la gente. Los personajes de Gómez Morel están conscientes de que el buen decir es también un instrumento de disciplina; son, digamos, alumnos aventajados de Andrés Bello.
Gómez Morel escribió esta novela viva e imperfecta como una terapeútica. El orden de la escritura no sirve para arrepentirse de lo ya hecho ni para entregar un texto aleccionador sobre el delincuente que ha aprendido que el camino del mal no paga, pero sí, al menos, para hacer que entendamos una conducta y para enfrentar al escritor con sus demonios. Es la salvación por la literatura: Gómez Morel fue derrotado por sus tentaciones, pero queda El Río como un testimonio admirable de esa derrota.
(La Tercera, 6 de febrero 2015)
Inesperadamente, ayer soñé con la mujer de mis sueños. Yo mismo me asombré mucho, porque si por lo general es la interpretación de los sueños el eje que nos informa sobre nuestros anhelos, en este caso se trataría de que los sueños actuaran en sentido inverso y ofrecieran directamente la información.
El inconsciente ha tenido, en general, muy mala prensa, Cierto que se ha convertido en una mina económica para los psicoanalistas pero también en una oscura minería clínica para el paciente (o el cliente).
El inconsciente, sin oler mal, ha sido tenido como el sucio contendor de represiones y detritus pendientes. Un detritus de la vida consciente que, como hoy sucede con las basuras, se fueron reciclando en luz para superar su pasado de dolientes desperdicios. El psicoanálisis a estas alturas puede, sin duda, ser considerado una invención capaz de sanar enfermedades del alma y matar sapos y culebras de nuestro pozo personal.
Gracias al psicoanálisis y su aplicada interpretación de los sueños muchos individuos han podido librarse de asechanzas y vicios que no les dejaban descansar en paz. Los sueños y pesadillas serían enmarañados pero el desenmarañador que los desenmarañara nos ofrecía una vida más saludable y solar.
Ahora, sin embargo, acaso debido al abuso de la interpretación analítica o al cambio de la realidad en virtual los términos de la ecuación podrían haberse alterado. Viviríamos como en sueños y nos dormiríamos en insólita alerta. De este modo, lo que se aprehendiera despiertos sería de menor garantía que lo que se descubriera en la anterior inconsciencia. O de otro modo, el inconsciente habría cambiado su condición de desordenado trastero doméstico al orden del salón principal. Y así, mientras lo consciente se hallaría gravemente trastornado lo inconsciente, sin traducciones, nos mostraría el espacio cabal.
¿Explicaría pues todo esto que la mujer de mis sueños la revelara con la mayor naturalidad el sueño? Algunos inventores o poetas han encontrado -o eso dicen- soluciones y versos clave entre las tinieblas de la inconsciencia, pero en cuestiones de sexualidad el asunto ha sido siempre (y especialmente) al revés. Todas las fuertes pulsiones eróticas reptaban entre sótanos durmientes mientras la realidad se encargaba de aplicar la norma social para impedir que lo prohibido emergiera.
En suma, y para terminar, la experiencia de llegar a soñar aquello que vitalmente se ha constituido en glorioso sueño comporta un efecto doble: 1) anular el sueño en cuanto pútrida máscara y 2) acabar con su materia propicia para averiguar la verdad, entre sus sombras.
No habría pues nada que hurgar para sacar a la luz y eliminar sus reptiles patológicos. El sueño, por el contrario, constituiría la plataforma explícita y despejada donde hallar con nitidez los objetivos y los objetos deseados. Lejos pues de ser los sueños enrevesados subproductos del vertedero se comportarían como imágenes evidentes. Más firmes que el tembloroso consciente con el que vivimos, supuestamente, día a día.
Luego de la enorme felicidad y aleluyas que provocó el hecho de que Harper Lee, luego de más de...
La humillación es de los sentimientos que más nos anonadan pero, de otra parte, una humillación grave y aún escandalosa no suele darse con asiduidad y de ahí que cuando se produce deshace con más saña las resistencias y nos sumerge encharcados de dolor.
Sin embargo, visto más serenamente, la humillación, que conlleva el efecto de allanarnos, nos brinda un nuevo punto de vista desde ese nivel reptante e inferior. Esta circunstancia, siempre muy lamentable, posee, con todo, la virtud de que como en el caso de las depresiones profundas, su secuencia acaba siendo un necesario rebote y desde ese escalón superior la nueva observación podría reconciliarnos más fácilmente con el ser que somos. Más humillación quizás no fuera posible y con ello la única salida será resbalar bajo ese peso aplastante hacia el fino reino de la humildad. Una vez allí, las cosas cambian de color y tamaño. Lo humilde ayuda a ver bajo las faldas engreídas, lo humilde ayuda a vivir sin coloradas jactancias. Asumir lo humilde es como aceptar un menudo sorbo de amor en dulce. He aquí, por tanto, la paradoja del accidente humillante y tan adverso. La adversidad comporta indefectiblemente un reverso y de nuevo, en su forro, se enciende, el raso oculto de la luz.
No hay límites para una imaginación perversa. La muerte del piloto jordano Moaz Kasasbeh, quemado vivo dentro de una jaula, supera en brutalidad la práctica ya habitual del Estado Islámico de decapitar a sus prisioneros. Al régimen genocida norcoreano de Kim Jong-un también se le atribuye un método similar, el del lanzallamas, para deshacerse el pasado abril de varios dirigentes --un viceministro, su hermana y el esposo de esta última, un exembajador en Cuba--, acusados de complicidad con Jang Son-thaek, el tío del dictador caído en desgracia, en su caso lanzado según las mismas fuentes no verificadas a una fosa llena de perros hambrientos. No hay testimonio directo ni documentos que acrediten las salvajadas del déspota norcoreano. En cambio, las bárbaras ejecuciones del Estado Islámico vienen documentadas por los propios asesinos, que producen las grabaciones de sus crímenes con esmero artístico, las editan en alta definición y las difunden en el momento más oportuno, es decir, cuando pueden hacer más daño. No hay duda de que la cúpula del poder en Pyongyang vive aterrorizada por la determinación y la saña con que el Nerón coreano al que deben obediencia se deshace de sus enemigos o simplemente de aquellos a quienes tiene ojeriza. Más que una escalada en la crueldad, en su caso hay variaciones en la leyenda truculenta con la que acompaña su poder personal. No es el caso del califato, donde la puja en la crueldad está destinada, sobre todo, al gran público. Hay un impulso en su raíz ajeno al terrorismo y común a los contenidos de todos los medios digitales: la demanda cae con la repetición y aumenta con la originalidad. Tratándose de la difusión vírica de sus grabaciones a través de las redes sociales, saben que sus ejecuciones alcanzarán mayor difusión si consiguen superar en crueldad las difundidas anteriormente. Pero ahora estamos hablando de armas. Esos vídeos donde vemos las decapitaciones y ahora la inmolación por fuego son parte del arsenal del califato. Y son armas de impacto múltiple. De entrada, instrumentos para encontrar reclutas, a los que se convoca al asesinato y a la barbarie, causas que nunca han dejado de tener clientela en la historia de la humanidad, pero que últimamente quizás encuentran una acogida inhabitual. Son también instrumentos disuasivos: junto al vídeo de la hoguera humana han difundido las listas con los nombres de los pilotos jordanos que bombardean el territorio del Estado Islámico. La exhibición de estas ejecuciones quiere sembrar la discordia en las opiniones públicas árabes, divididas entre los apaciguadores que prefieren que sus gobiernos se inhiban y los intervencionistas que consideran indispensable la derrota del califato. El objetivo es debilitar la coalición de 60 países que ahora tiene en frente y alejar a socios como Japón que no participan en los bombardeos pero proporcionan ayuda. Son las razones del mal. La capacidad infinita de una imaginación perversa al servicio de un objetivo racional de poder.
Como ser natural el hombre ni obedece ni desobedece a la necesidad; simplemente sigue el cauce por el que esta transcurre. La primera distancia respecto a la necesidad viene precisamente tras el reconocimiento de la misma y exploración de sus ramificaciones. El pensador jónico que empieza siendo estrictamente lo que hoy llamamos un físico, da un paso gigantesco cuando sencillamente se pregunta por aquello mismo que está haciendo, se pregunta por el lazo entre la necesidad que explora y el hecho de que está explorándola. El inicio de la interrogación se encuentra en la constatación de que hay más de una conjetura razonable. Todo empieza por un momento de duda, en absoluto sobre la necesidad, sino sobre el discurso que intenta reflejarla: la necesidad es agua, o bien, la necesidad es aire.
El paso ulterior es inevitable. ¿Quién avanza ahora que se trata de agua, y ahora que se trata de aire? No es cuestión de dos sujetos que se pelean en razón de intereses o que difieren en la percepción de sus sentidos (como el enfermo de ictericia difiere de los demás en su percepción de la miel como amarga). Es cuestión del intelecto mismo, que tiene honradas razones para afirmar una cosa y para afirmar la otra.
Veinticinco siglos más tarde el intelecto vuelve a dudar y vuelve a hacerlo exactamente en idénticas condiciones, es decir, ante la physis y terco en la tarea de explorar sus entresijos. Pues resulta que el intelecto tiene ahora razones para sostener que la luz es un conjunto discreto, y en otro ahora razones para sostener que la luz es un continuo ondulatorio. El intelecto no duda ni de su propia honradez ni de la necesidad natural. El intelecto duda de que la necesidad tenga una sola cara, y ello le conducirá a dudar de que la misma sea absolutamente separable de las intervenciones que el intelecto mismo realiza. Entiéndase bien: no se trata de que la necesidad sea superada por el intelecto, de que éste pueda, por así decirlo, hacer milagros. Se trata de que el intelecto forma parte de la necesidad, de que no hay quizás necesidad sin intelecto.
Estas razones para aventurar que en el seno de la necesidad natural está también el propio intelecto surgen como consecuencia de la física de los pensadores jónicos y surgen de nuevo como consecuencia de la física del siglo XX. Lo de menos son las manifestaciones bajo las cuales está imposibilidad de evacuación del sujeto se manifiesta hoy en día, llegando algunas de ellas incluso literalmente a popularizarse. (así el llamado principio de incertidumbre). Lo importante es el hecho mismo que de nuevo la propia reflexión sobre la physis conduce a la metafísica.
Y aquí una pregunta elemental: si los pensadores griegos ya se enfrentaron a la cuestión del sujeto y lo hicieron como resultado de sus propia exploración de la naturaleza, ¿qué añade el hecho de que tal cosa ocurra en el siglo XX? ¿en qué se diferencian realmente ambos momentos? ¿En qué digiere la metafísica que arrancó hace un siglo a partir de las aporías mismas de la física y la que constituye con los jónicos el arranque de la filosofía?
Primero tienen que leer el cuento "Irman" de Samanta Schweblin reproducido en Página 12. Y luego...