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El descorazonamiento

El descorazonamiento es una enfermedad del alma cuyo perfil lo marca el término con que empieza y termina su definición. Vivir sin corazón es biológicamente imposible pero psicológicamente crea un producto especial o que va y viene como si no hubiera nada que se lo impidiera o, exactamente, no hay nada que le impulse o lo conmueva.

 El descorazonamiento es paradójicamente doloroso puesto que examinado físicamente comportaría, por el contrario, un alivio del peso de existir. El corazón, nadie lo duda, pesa demasiado y por momentos parece que todo vaya a parar ahí.

Descorazonarse es dejar la médula de la existencia afuera de un mismo tal como los órganos exógenos que abdicado de ser acarreados por el resto de la formación.

De este modo, sentirse descorazonado hace que pensar en los males y bienes derivados de  ponerse y quitarse el corazón. Con el corazón sazonado el mundo se sazona también y cuando el corazón se adelgaza y deja un hueco mondo el mundo se agujera vacuamente a su compás.

Un mundo horadado, podría pensarse, sin nada que obtener. Una mina vacía a imagen y semejanza de la blenda desaparecida del lugar del yacimiento fundamental. ¿Ganas de implorar su vuelta? ¿Ganas de llorar su ausencia? ¿Deseos de recuperar  el lleno y librarse pronto  de este vacío  mudo y desconsolador?

Vivir descorazonado es una manera subdeportiva de discurrir. De aquí para allá el corazón ha dejado de ser una meta, una brújula, una plomada y un artefacto esencial. ¿Perdemos así la misma esencia de ser? Perdemos, en fin, la esencia de sentirse sujeto y sujeto de la propia función.

El corazón se va, se fuga, desaparece y no sabemos por donde tirar. ¿Se trataría de un corazón muy flácido  que finalmente ha decidido su perdición?

El caso es que muy debilitado ya no lo encontramos para bogar. Nos ha dejado como mendigos sin la más o menos firme categoría de su (nuestro)  hogar. Despistados, desanimados, desplomados, desahuciados.

De dentro hacia fuera la extirpación descorazonada es el trailer de la extradición personal y el preludio de una rara e imprevista exterminación. 

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13 de marzo de 2015
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La victoria de Irán

El ayatola Jamenei entiende muy bien este lenguaje. El mandato de los miembros del Senado de Estados Unidos es de seis años, el del presidente de cuatro. Los primeros pueden ser elegidos una y otra vez sin límite, el segundo solo una vez. Este es el lenguaje del poder desnudo que entiende y utiliza con suma soltura quien tiene la última palabra como Guía de la Revolución y máxima autoridad religiosa, y en su caso sin los engorrosos problemas de las limitaciones de mandatos y de las reelecciones democráticas, porque su cargo es vitalicio. Y lo ha utilizado descarnadamente un grupo de 47 senadores en una carta abierta en la que desautorizan al presidente Obama en su negociación sobre el programa nuclear iraní, apenas dos semanas antes de que termine el plazo para culminar el acuerdo. El partidismo de los senadores y su desprecio de las obligaciones y prerrogativas del presidente les ha llevado más lejos que al propio primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que denunció como un mal acuerdo el que se estaba fraguando entre Irán y el grupo del P5+1 (los cinco países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad más Alemania) y pidió en el Capitolio de Washington otro acuerdo mejor, en su caso motivado por la campaña para las elecciones del 17 de marzo. Netanyahu vulneró muchas normas implícitas: las de cortesía y buena educación con el presidente, que no le había invitado; la política de Estado israelí, que obliga a situar las relaciones con Washington por encima de los partidos; y la prudencia diplomática, que aconseja no interferir en la política interior de otro país, y menos si es amigo y aliado, por razones de una campaña electoral propia. Pero los senadores fueron más lejos con la intención de boicotear el acuerdo nuclear, sin querer caer en la cuenta de que proporcionan una buena baza al régimen de los ayatolas para endurecer su posición e incluso para achacar el fracaso si se produce a la intransigencia estadounidense. Comentaristas destacados han evocado que en otras circunstancias serían sospechosos de traición. Todas estas actitudes son una novedad relativa, por cuanto Irán ha venido sacando muy buenos rendimientos de los ímpetus belicistas de los halcones de Washington. No ha sido Barack Obama quien ha dado aire a la vocación hegemónica iraní en la región, sino George W. Bush con la invasión de Irak en 2003 y la desastrosa gestión posterior de la ocupación y la guerra civil que regaló a Teherán los márgenes extraordinarios que tiene ahora. Salvo las derechas israelíes y estadounidenses, cada vez más identificadas una con otra, y las monarquías petroleras del Golfo, hay consenso internacional sobre las bondades de una normalización con Irán --con levantamiento de sanciones, desarrollo de un programa nuclear civil y control estrecho de su aplicación militar--, como sucedió con la China de Mao cuando Nixon consiguió que se abriera al mundo. Pekín era fundamental para que Estados Unidos terminara la guerra de Vietnam e Irán lo es ahora para echar al Estado Islámico de Siria e Irak y estabilizar Oriente Próximo.

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12 de marzo de 2015
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Asuntos Metafísicos 89: El precio de la identidad (4): la contradicción es conflicto

Recopilemos:

El tipo de multiplicidad realmente concebible nada tiene que ver con esa multiplicidad imaginaria en la que cada cosa es en primer lugar una entidad por sí misma y sólo en segundo lugar - y accidentalmente- tiene relación con las demás.  Simplificando cabría decir  (con Hegel, entre otros) que  se da la puntilla a la  concepción según la cual en primer lugar las cosas son lo que son y sólo en segundo lugar entran en relación las unas con las otras, de tal manera que de alguna manera el leibniziano principio de los indiscernibles alcanza por fin plena fuerza.

A ello se añade el hecho de que una entidad considerada separada lleve como su verdad interior la  polaridad,  de tal manera que ser es inevitablemente  diferenciarse, mostrarse desigual,  oponerse  y en última instancia entrar en la contradicción. En suma: identidad supone diferencia; diferencia supone desigualdad; desigualdad supone oposición y esta se revela ser pura contradicción.

 Tode esto en la Ciencia de la Lógica de Hegel,   que él mismo presenta como un reino de sombras, o en cualquier otro texto que sólo hable de la vida de conceptos. Pero, ¿qué ocurre cuando pasamos del reino de sombras a lo visible? Y concretamente:  ¿qué ocurre cuando  la disparidad es entre humanos, se trate de sujetos individuales o colectivos? Ateniéndonos por el momento al primer caso  ¿qué ocurre cuando un individuo de razón y de lenguaje reconoce su propia identidad? De entrada que ello no es posible mas que por su presencia ante otro que a su vez se afirma en la suya. Esta presencia puede ser pensada como armoniosa complementariedad: uno es el que es, al otro le sucede  lo mismo y santas pascuas. Pero sabemos que esto es una ilusión, que  su mera diversidad es diferencia  y en el caso de los seres de razón una diferencia en el seno de este atributo literalmente  específico. Tenemos aquí   la secuencia  quizás más popularizada de la Fenomenología del Espíritu, la llamada dialéctica del amo y el esclavo:

Identidad  en el seno de los seres de razón es conciencia,  y en un estadio desarrollado conciencia no sólo de lo que se presenta ante él sino conciencia de sí.  Luego,  la diversidad  sera al menos  una conciencia de sí ante otra conciencia de sí. Sabemos que esta diversidad no puede ser meramente numérica; al igual que una cosa suponía  la desigualdad respecto a otra cosa, una conciencia de sí ha de ser desigual a la otra conciencia de sí.

Esta desigualdad puede concretizarse de dos formas, sea en  la actividad teórica de las conciencias, sea en los impulsos de las mismas. Si consideramos esta última la desigualdad se traduce en desigualdad en el deseo.  Ambas tienen el mismo deseo, ambas quieren ser reconocidas por la otra, pero este deseo está escindido uno de sus polos es incompatible con el otro. Lo que exige cada conciencia de sí es que la otra la reconozca como continente absoluto del que ella misma es parte. Pues la conciencia de sí no es todo del mundo mas que si, en el reconocimiento, la otra acepta su propia subordinación . ¿Cómo se resolverá la contradicción? Inevitablemente con la lucha: el amo será la conciencia de sí que persevera como todo; el esclavo es la conciencia de sí que se ha convertido en mera parte. ¿Criterio para establecer quien resulta ganador? Un clásico: el amo no está dispuesto a subsistir a cualquier precio, triunfa o muere; el esclavo simplemente prefiere la vida a la libertad.

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12 de marzo de 2015
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Qué tendrá que ver soñar con plantar un pino

El roble tozo y la ensoñación se nombran en vasco con la misma palabra, la diferencia es que el aumentativo “ametz” es el árbol, y el diminutivo “amets”, el sueño. La explicación es un poco alambicada y empieza con que el original procede del latín “ames”, palabra que sale en el famoso poema Beatus ille de Horacio, donde interviene en el papel de horquilla o varilla que sostiene la red de cazar tordos y se gana la confianza de dichas aves gregarias sobre las que cae sorpresivamente con toda la trampa.
Al nombrar al sueño con la metáfora de la varilla tramposa que caza a los pájaros crédulos, la lengua vasca atribuye a la ensoñación su esencia de trampantojo caedizo y engañoso. No es extraño que el vasco se haya fijado en un artilugio pajarero, ya dijimos que en la lengua vasca "txori" (pájaro) es diminutivo de "zori" (suerte) que a su vez deriva del latín "sortis", y que los vascones hispanos se mencionan en las fuentes clásicas como reputados predictores del futuro a partir de la observación de los pájaros. 
Por su parte, el roble tozo (Quercus Tozza y Quercus Pyrenaica) tiene la característica de rebrotar de la cepa o del tocón, una vez que se ha talado. El botánico Lacoizqueta explica que ese árbol domina en este valle de Bertiz las faldas meridionales de los montes y “que cortado a flor de tierra para el consumo de nuestros hogares, echa fuertes y espesos retoños”. Toza, tocón, tauzin son términos que vienen de un radical celta que significa “talar” (los aficionados recordarán sin duda el celtibérico “tavnei”, legible en el primer bronce de Botorrita). Al llamar “ametz” al roble tozo, la lengua vasca adapta la palabra latina “ames” con su significado primario de retoño. 
 
Y así es como en vasco se emplea la misma palabra en aumentativo para nombrar al árbol y en diminutivo para referirse al sueño. 
 
Ahora, indagando estas minucias, se ve que el latín “ames” (brote, varilla) y el griego “amis” (orinal, vaso evacuatorio) vienen a ser términos hermanos desde el punto de vista de la familia indoeuropea, sin embargo, la diferencia semántica parece insalvable, ¿por qué será?
 
Aquí es donde se impone explicar el eufemismo estercorario “plantar un pino”, que resume el capítulo primero de la historia de la urbanidad y la higiene del campamento. En esto se ve que el legislador de los judíos, como diría Longino, no dejaba de ser sublime al entrar en detalle de menesteres residuales.
 
En Deuteronomio 23, 13 aparece el nunca bien ponderado pasaje que habla de la estaquilla y la pureza del campamento. El legislador de los judíos ordena “tendrás un lugar fuera del campamento, saldrás allá, llevarás en tu equipo una estaquilla y, cuando vayas a evacuar, harás un hoyo con la estaquilla, te darás la vuelta y luego taparás tus excrementos”. La Vulgata latina dice “paxililium”, que es una clavija u horquilla; por su parte, la Septuaginta griega dice “passolos” que es una clavija y precisa que hay que llevarla “epi tes zonés”, que viene a ser en el cinturón, donde se llevaban las armas. El original hebreo ordena  lacónica y tremendamente llevar “un pino entre tus armas”, el término es “yathed”, que en todos los demás pasajes se traduce como pino sin más, pero es de suponer que aquí sea preciso entender como [estaquilla de] pino. Ya se sabe de la afición inveterada a la heroica interpretación literal. De ahí lo de ir a plantar un pino. Y de todo eso viene también que “amis”, la antiquísima estaquilla griega, pasase a significar orinal.
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12 de marzo de 2015
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Desamor a escena

«Uno no deja de amar como deja de fumar, es mucho más difícil”, dice Robert, una de las tres patas del taburete sobre el que se asienta la obra Needles and opium (Agujas y opio) del gran Robert Lepage. Las otras dos son Miles Davis y Jean Cocteau. El uno llegaba a París y se alojaba en La Louisiane, el hotel preferido de los existencialistas, y el otro escribía su Carta a los americanos a bordo de un avión, regresando de Nueva York: “Todo lo que se hace en la vida se hace como en un tren expreso hacia la muerte”. Tomé notas en la oscuridad del teatro del Canal, donde durante cuatro días se ha representando esta joya escénica, por lo que el lector deberá disculpar si hay algún salto de literalidad. En el avión, Cocteau, al que interpreta -como a Robert- el actor Marc Labrèche, también afirma que “los recuerdos se mueven como algas”. Lepage ha conseguido trascender el concepto de teatro en un afán por labrar nuevas formas artísticas, a medio camino entre la ciencia y el drama, la acrobacia y la tecnología, el jazz y las marionetas. De ese modo asalta con eficacia la mayor de las incompletitudes del ser humano: el desamor, aproximándose al vacío que arrastra una suerte de fatalidad y se adhiere a todos los rincones de la carne y del pensamiento. El opio de Cocteau y la heroína de Davis pretenden sustituir la falta del amor que los laceró. Así lo contaba Davis en su autobiografía: “La música era toda mi vida hasta que conocí a Juliette Gréco. Me enseñó lo que significaba querer algo distinto a la música. Probablemente Juliette fue la primera mujer a la que amé como a un ser humano, en un pie de igualdad. Teníamos que comunicarnos con el lenguaje corporal. Ella no hablaba inglés y yo no hablaba francés. Nos hablábamos con los ojos, los dedos. Con este tipo de comunicación, uno sabe que el otro no le miente. Tienes que moverte por los sentimientos. Era abril en París. Sí. Y estaba enamorado”. La habitación donde transcurre la obra, un cubo suspendido, no deja de balancearse, como la vida de sus protagonistas. De ahí la brecha que aleja el deseo de la experiencia, pero que también acerca la esperanza de la autodestrucción. Si al ser humano no le moviera un ansia de gran amor, la vida sería un sinsentido. Pero en su búsqueda, y en su pérdida, cometemos los mayores errores. No es una de las palabras más terribles del diccionario cuando se repite entre aquellos que un día se amaron. “Las notas vagan por las cortinas y las persianas diáfanas”, dice Robert. Es la trompeta de Miles, los versos de Cocteau y la bañera de Juliette Gréco, el arte que emerge como refugio para las almas que vagan en la intemperie. El arte como salvación.

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11 de marzo de 2015
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Los celos

Los celos es de las emociones más agudas y verticales de la vida. Sin celos no hay cielo. Con celos, sin embargo, nace un ideal elevado, inalcanzable y azul. El agónico azul de la carencia, el azul del vacío y de la cianosis.

Pero no se tendría conciencia del valor más alto sin el desvalor. O, lo que es igual, no nos querríamos tanto si no nos quisieran.

¿O es la revés? Al revés o al derecho, el amor propio se intercambia con el desamor, la plenitud con la escasez, la humildad con la vanidad.

 O, nada, continuando el juego verbal será,  en definitiva, vano. El vano alude sin remedio al pleno, la plenitud hace aún más violenta la desolación.

Los celos son del orden de la carencia pero ¿quién si no los ricos pueden sentir ese prestigioso dolor?

Los celos, al cabo, son una herencia de la fortuna anterior. Su seña. La enseña de haber conocido el gozo de una privilegiada asignación. El disfrute de lo que fue antes encarnado y ahora, por momentos colma la insoportable  palidez. 

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11 de marzo de 2015
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