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Casa de muñecas

Por 6 de abril de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Cuando las niñas juegan con muñecas y les prestan su voz, lo hacen con tonos agudos y cadencias plañideras, al estilo de sus canales temáticos o de los tutoriales que tanto enganchan. En cambio para los muñecos, los Ken de turno, entonan con mayor determinación y gravedad, como si estuvieran enfadados. Al observarlas enfrascadas en sus ficciones, me pregunto acerca del insondable mecanismo -¿o es simple inercia?- por el que se repiten patrones y se perpetúan papeles. Al tiempo que cavilo en las resistencias culturales, una Barbie le pide a Ken que le traiga una bandeja con plátanos y naranjas. Lo hace serio pero encantado. Y no sólo es eso: Ken cocina mientras las sirenas se cambian de outfit, así lo dicen hoy las pequeñas bi-trilingües. En el cuarto de juegos donde espío, las muñecas se van solas al baile, de viaje de trabajo o al parque de atracciones. La generación de madres con permanente cara de velocidad -una especie que se resiste a abandonar la vida estresante, no vaya a ser que luego les quede un sentimiento no sólo vacío, sino de detrito- parece que ha dejado huella en el alma de las muñecas.
Las que nos criamos con Heidi -que ahora regresa, con sus cuarenta tacos a la espalda- también jugábamos a cambiarle el outfit a nuestras muñecas recortables, sólo que los llamábamos conjuntos, como magdalenas a los cupcakes. Nuestras series no eran tan de caramelo a diferencia del rosificado mundo de las princess, en el que con siete años ya les hacen la pedicura y les dan masajes. Siempre había un personaje que encarnaba el mal, como la señorita Rottenmeier, que humillaba cada dos por tres a la pobre Heidi, según los criterios biempensantes de hoy una niña maltratada. En la última feria del juguete de Nueva York, Mattel ha presentado a la Barbie espía, que graba a los niños y manda la información a los servidores de la compañía. Sus detractores aseguran que se cruza el límite de la libertad del menor; sus defensores, que puede llegar a protegerlos.
Mientras, la imagen de una pequeña refugiada siria que levanta las manos ante una cámara creyendo que se trata de un arma ha sobrecogido a millones de occidentales que tienen en sus casas a preescolares empachados de iPad y videojuegos. Algunos de ellos violentos. Nos llenamos la boca con la educación y progreso, pero persiste una anomia que converge en conductas miméticas: los pequeños acaban reproduciendo la frustración y la agresividad que les trasladan los mayores. Según la macroencuesta de violencia de género, más de un 12,5% de españolas la ha padecido. Y en lugar de ir remitiendo, y a pesar de la sensibilización colectiva, crece. Esta semana han muerto también dos niños en manos de su padre en lugar de estar jugando con sus casas de muñecos, allí donde representan el pequeño teatro del mundo, lo que ven en casa.
(La Vanguardia)

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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